Héroe sin heroína

[Fiel poesía]

Eso de mandar todo a la mierda no es una práctica acertada.
Tus palabras pueden volverse en tu contra.
Mis palabras pueden volverse en mi contra.
Se han vuelto en mi contra.
Como si alguien se las hubiese agenciado.
Por la gracia del santísimo, voy a arrancarme una muela para dejársela al ratoncito Pérez.
Así se les educa a los niños en la importancia del dinero.
Y a mí en la importancia de levantarme de la cama.
Más doloroso ese hecho para cualquier entidad bancaria que caer en bancarrota.
Y es que, cuando se me mete algo entre ceja y ceja, prefiero tomar conciencia de lo que no me gusta.
Al hilo de ese asunto, este poema.
Susodicho poema.
No es esto una cárcel ni un exilio.
Ni siquiera un destierro.
Es la certeza moral de que la apisonadora del silencio se olvida de mí.
De que lo que a otros les funciona, a mí –hablando en plata- me hace rico.
Tal vez suculento.
O tal vez podrido.
Todo depende del paladar.
La vista puede hacer de paladar, cómo no.
Pero para dar palabras hay que guardarse las espaldas.
Las espadas, en todo lo alto.
Guardarse las espaldas es como leer un poema cuarenta veces:
No dejas de leerlo porque el número sea redondo.
Certificar el grado de disconformidad del individuo en cuestión es por escapar de las llamas del infierno.
De las llamadas.
De las llamaradas.
En verdad, hoy me levantado sabiendo una cosa más:
Mandar a la mierda lo que escribo es lo único que no debo hacer.
Lo demás, sale solo.
Está hecho y dicho correctamente.
Como si las letras, poseídas o no, no esperasen ninguna aparición.
No como ni mastico mierda, pero siempre guardo lo mejor para el postre.
Es como alcanzar la verdad una y otra vez:
Sabes que nadie te va a dar la razón.
No espero ninguna aparición.
Yo soy la aparición.
Porque de mí solo salen motivos para escapar del espejo.
No me veo reflejado en esta tupida sensibilidad.
En esta obtusa parsimonia.
Es lo que tiene martirizar.
Dios y el diablo están justificados al mismo tiempo.
Esta mano cargada por el diablo y que no responde por él, refuerza su gusto y apetencia por la literatura, armado y sin paciencia.
En verdad, hoy me he levantado en revuelta.
Pensé en llorar por el mundo y ahora lo crucifico.
Mis intenciones son pacíficas en tanto y cuanto no pierdo de vista mi objetivo.
Actúa tú por mí, yo estaré en el camerino poniéndome de coca hasta las cejas.

[lucia]

Después de leerte tanto en poemas como en mensajes, me da la sensación de que utilizas las letras como una especie de catarsis.