Cuánto vale tu vida

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Fiel poesía
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Cuánto vale tu vida

Mensaje por Fiel poesía »

Nada se puede comparar a lo que he sufrido y padecido por la raza humana.
La he dejado ya por imposible.
Al fin y al cabo, ¿quién o qué puede venderme la vida como si fuera la panacea?
Mi cura, yo no tengo cura.
Pero bueno, no todo se ha acabado.
Mi corazón sigue latiendo, y mi boca y mi nariz siguen respirando, aunque respiren mierda.
No me tomen por imbécil, o lo que es lo mismo, léanse mi obra.
Nuestra deuda estaría saldada.
Pero prefiero callar para calar más hondo.
Al fin y al cabo, ¿quién tiene la solución a eso?
Miren, yo no quiero discutir.
Si es por… ah ya, llevar la razón…
Por mí pueden llevarla un poco más.
Llévenla de aquí para allá, paséenla, denle de comer.
Ahora bien, no pretendan entrar en mí con ella.
Ni con esas pintas.
Con esas pintas de trabajar vendiendo vida de boca en boca hasta palmarla.
Al y fin y al cabo, ¿quién puede quitarme el mérito o cubrirme de gloria?
Mucho he sufrido, nadie lo ha visto.
Nadie lo ha visto como yo.
Pero no quiero transmitirlo.
Acabaríamos todos escribiendo como locos a ver quién se caga más alto.
Todos tendríamos la palabra agarrada por las pelotas.
Pero yo siempre sufriría un poquito más.
Solo un poco más.
Estoy buscando el poema perfecto.
Aquel que me haga cambiar las letras por la putrefacción.
Qué mejor que pudrirse solo.
No hace falta morir para pudrirse.
Basta con resistirse a morir.
Ayer llegué a pensar en un cambio de vida, pero no estoy preparado.
Prefiero pudrirme resistiéndome a morir.
Prefiero ser el grano en el culo de alguien que verme el culo.
Y es que solo sufro por mí.
Eso cuando no estoy dispuesto a…
Qué digo, yo siempre estoy dispuesto.
Lo último que haré será un cara a cara con la justicia.
Mierda, no sé cómo acabar este poema.
Cuando la mierda hable, dejaré de escribir.
Pero qué son mis poemas sino una puta mierda.
Una puta que no habla, ni folla, ni fuma, ni pide fuego.
Pero te echa todo el humo a la cara.
Me habéis descubierto, soy un vendedor de humo a la cara.
Se me paga bien, la verdad, no tengo queja.
En realidad, nunca tuve queja.
¿Que qué hago cuando no vendo humo?
Me vendo los ojos.
¿Que si a un vendedor de humo se le puede vender humo?
¿Órganos, putas, alcohol?
¿Un cerebro nuevo?
Ni esto es el acabose, ni celebro tener cerebro.
No se me dan bien los actos públicos.
Mil cabezas piensan mejor que una.
O igual que una.
Es decir, una cabeza piensa de una forma, y el resto solo están ahí para corroborar.
En realidad, tenéis menos claro que yo lo que pensáis.
Tenéis menos claro que un vendedor de humo lo que pensáis.
Un vendedor de humo no piensa, solo vende.
Aunque se vea obligado a vender humo, no se siente coaccionado.
Quiere ser el mejor vendedor de humo de la historia.
Eso es lo único que tiene claro.
Pero a un vendedor de humo se le delata fácilmente.
Si se ve confundido por el humo que vende, se plantea si vender humo.
Al fin y al cabo, ¿qué puede ser más vendible que el humo?
Piensa y piensa y piensa –ahora sí-:
¿Cómo me convencería a mí mismo de algo, algo que jamás haya sido vendido?
Y dice: “El sufrimiento”.
Y se va, con su sufrimiento en la maleta.
Aquí ya está todo el pescado vendido, le dicen.
Pero no hace caso.
“Cómprenme sufrimiento, les garantizo que esto pagará la universidad de sus hijos”.
Y lo vende por todo el oro del mundo.
Pero no se conforma, y lejos de querer disfrutar de su fortuna y retirarse, sigue vendiéndose humo en la intimidad.
Al fin y al cabo, ¿Qué coño tiene todo esto que ver conmigo?
Si ya ni me ve…
Quizá el humo que vendo se revalorice y…
Compre todo el sufrimiento.
¿Cómo se atreve ese condenado a levantarme la clientela?
Condenado a no disfrutar, nuestro amigo el vendedor de humo –ahora sí era nuestro amigo-, se encerró en un cuarto oscuro en el que nunca se le oía.
No había una sola luz ahí.
Y si la había, no se veía de tanto humo.
No se le veía a nadie, de tanto humo.
Ahí aprendió a vender sin hablar y sin mostrar el producto.
Nunca pudo comprar todo el sufrimiento, porque en el fondo, le importaba un carajo.
Era una palabra que utilizaba para ganarse al personal.
Se le dio por empezar a escribir.
Al fin y al cabo, ¿quién iba a comprar su escritura con tales antecedentes?
Dejó los negocios.
Mandó al humo a tomar por culo.
Se sentó en una silla, enfrente de una pantalla, para darle a las teclas.
Y pudo ver, al fin, la luz.
Después de haberse vendido de mil y una formas, pudo ver, al fin, la luz.
La única forma de ver la luz.
La luz era, cómo no, algo que nunca antes había visto.
La luz. La luz. La luz. La luz. La luz.
Siguió la luz.
El cuarto seguía oscuro.
Siempre seguiría oscuro.
Incluso aunque el universo se llenara de iluminados.
¿Quién cojones iba a venderle algo a él?
¿A un vendedor de humo retirado?
Si hasta el humo se jubiló antes que él.
¿Que qué había estado vendiendo todo este tiempo?
Que el mundo no es como lo pintan.
Y es que yo no vendo humo, me he pintado vendiendo humo.
Es decir, si os creéis cualquier cosa…
¿Por qué coño no me creéis a mí?
¿Porque no os sale de los huevos?
¿Porque me he pintado vendiendo humo?
Pues bien, en mi caso, el mundo sí es como lo pinto.
Así la palme ahumado.
Así le entre un Ricardo por el culo.
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