Querida y pensada madre,
Esta mañana al levantarme de la cama me ha parecido verte. Estabas sentada en la silla de la cocina y tus ojos miraban por encima de las macetas que hay en el balcón. Permanecí rato mirando, haciendo verdad mi fantasía, llevamos rato en silencio las dos, me dije. Que no se acabe, que se eternice este momento, rogué. Nunca antes me pareció más intenso y azul el trozo de mar que asoma al fondo del patio. De pronto, escucho tu voz, (ay qué maravilla de voz ), que me dice: ¿Recuerdas cuánto duraban los veranos de entonces?
Claro que lo recuerdo mamá, aquellos veranos eran mágicos, y elásticos, moldeables y cálidos. Por la mañana muy temprano, eras madrugadora, entrabas en mi habitación, vaso de leche en mano, lo dejabas sobre la mesilla y abrías la ventana, las cortinas blancas y finas ondeaban con tanta gracia que salían por la ventana a encontrarse con el viento, el mismo que ahora que noto dejarse caer sobre mi cara. Por la tarde, dabas un repaso a las flores y regabas, yo te ayudaba o al menos eso creía yo, después me cogías de la mano y salíamos a paseo a contemplar el paisaje y hablar con los vecinos, había veces que de tan efusivos los saludos parecía que habíamos estado mucho tiempo fuera y regresábamos de nuevo al pueblo, a casa.
Cada día era un estreno, como cuando voy a la playa a primera hora de la mañana y la arena está por estrenar. A lo lejos los barcos de pesca surcaban con la alegría de regresar a puerto, los barcos grandes, navegaban a lo lejos rozando el horizonte. A veces hacíamos a puesta a dónde se dirigían.
Por la noche íbamos a cenar a la playa y a mis hermanas y a mí junto con los demás niños nos dejabais jugar hasta pasada la medianoche, algunos, los más atrevidos se bañaban en busca de algún pececillo, yo siempre fui miedosa. Había, recuerdo, chicos y chicas más mayores que nosotras que con cierto disimulo se alejaban de los demás hasta sentarse en las rocas, supongo que era momentos de hacer planes y poner en marcha sueños.
Se organizaban cenas de vecinos. De postre había ciruelas moradas y algodón dulce, o dulce de algodón. También había cerezas en aguardiente y almendras garrapiñadas, cosas tan simples que con los años cuando pienso en ellas me resultan tan deliciosas que creo que vivíamos en el paraíso.
Todo era elocuente y nada parecía indecoroso. No existía momentos de infelicidad. El agua salada todo lo cura, incluida la pena.
Los labios tenían sabor a sal y la piel olía a mar, al final del verano no había nada que echar en cara. Sí, mamá, eran unos buenos veranos. Ahora que termina este y guardo objetos de playa, encuentro en un bolsillo arena de un tiempo pasado y no puedo menos que reprimir un suspiro mientras pronuncio tu nombre y siento en todo mi ser tu dulce sonrisa.
Sí mamá, porque entre tú y yo siempre será verano. Aquellos veranos de entonces que duraban mucho, bastante más que ahora que tengo que vivir con el peso de las pérdidas
Te quiero mamá, serás siempre la persona más importante de mi vida.
Tuya que te quiere.
Su