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¿Quién no ha leído a Lope de Vega y Calderón entre otros muchos autores? Buñuel, Almodóvar, Fellini, ¿qué sería de una buena película sin un buen guión?
Título original: Ревизор Traductor: José Laín Entralgo Nº de páginas: 264 Encuadernación: Tapa blanda / Tamaño: 11 x 17,5 Editorial: ALIANZA EDITORIAL ISBN: 9788420682549
Fecha edición: 12 de mayo de 2009
Sinopsis
La visión ácida y crítica que NIKOLAI GOGOL (1809-1852) tenía de la Rusia del zar Nicolás I, puesta de relieve en sus «Historias de San Petersburgo» (L 5505) -entre las que se cuentan relatos tan célebres como «La nariz» y «El abrigo»- y más aún en su novela «Almas muertas» (L 5714), encuentra quizá su más acerada y universal expresión en EL INSPECTOR, obra que en su primera representación en 1836 dejó conmocionada a buena parte del público asistente. En este peculiar "retablo de las maravillas" ruso, el rumor de la visita de un inspector a una pequeña ciudad del Imperio deja al descubierto todas las miserias y corruptelas de una sociedad en la que, a falta de cualquier instancia de control, el envilecimiento y el cohecho se convierten en normalidad. Como todos los grandes retratos de la naturaleza humana -y merced a la suma capacidad de adaptación a los cambios sociales, políticos y económicos a ella inherente-, la obra y su vigencia traspasan el tiempo y las fronteras. Completan el volumen unos valiosos apéndices, entre los que destacan el fragmento de una carta del autor, así como una pieza titulada «A la salida del teatro», que retratan -en el caso de esta última, verosímilmente- la repercusión inmediata de su estreno.
La visión ácida y crítica que NIKOLAI GOGOL (1809-1852) tenía de la Rusia del zar Nicolás I, [...], encuentra quizá su más acerada y universal expresión en EL INSPECTOR, obra que en su primera representación en 1836 dejó conmocionada a buena parte del público asistente. [...] Completan el volumen unos valiosos apéndices, entre los que destacan el fragmento de una carta del autor, así como una pieza titulada «A la salida del teatro», que retratan -en el caso de esta última, verosímilmente- la repercusión inmediata de su estreno.
La trama es simple: el alcalde corrupto de una pequeña ciudad se entera de que va a llegar un inspector del Gobierno de San Petersburgo a investigar cómo están funcionando las cosas. Se desata el pánico. Todo el mundo acepta sobornos, se ha desviado el dinero que estaba destinado a un nuevo hospital que, como consecuencia, no se ha construido, y en el vestíbulo principal de los juzgados, que casi no se utilizan, anidan los gansos.
Entonces, el alcalde y sus subordinados cometen el desastroso error de confundir a un joven de la capital, que está alojado en el hotel del pueblo, con el inspector. En realidad, Khlestakov, que así se llama el huésped, es un holgazán que está viviendo a crédito después de haber perdido todo su dinero en una partida de cartas. Enseguida empieza a aprovecharse de las obsequiosas atenciones de los funcionarios municipales, a sacar dinero a los burócratas y a seducir a la esposa y la hija del alcalde con historias completamente embellecidas de su vida en San Petersburgo.
Igual que la historia de Rusia en el último siglo, el desenlace de la obra incluye un ciclo de revueltas, absolutismo y derrumbe. Una muchedumbre amotinada de comerciantes se queja al forastero de los abusos del alcalde. Pero éste les gana la partida al anunciar que Khlestakov ha pedido matrimonio a su hija y se va a llevar a la familia a San Petersburgo. El alcalde se pavonea de ello ante un comerciante humillado y le dice: “Ahora yaces a mis pies. ¿Por qué? Porque tengo las de ganar, pero, si la situación se inclinara un poco en tu favor, entonces, sinvergüenza, me aplastarías en el barro y me golpearías en la cabeza de paso”.
Y, en efecto, las cosas cambian. Cuando Khlestakov desaparece de la ciudad, el cartero abre a escondidas una carta escrita por el estafador en la que presume de cómo ha engañado a todos. Todo el sueño se hace añicos y la ciudad enmudece al saber que acaba de llegar el verdadero inspector. Al final, el alcalde, desolado, dice a sus subordinados y al público: “¿De qué os reís? ¡Estáis riéndoos de vosotros mismos!”