Ramón de Garciasol

¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... ¡eres tú!

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julia
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Ramón de Garciasol

Mensaje por julia »

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Pseudonimo de Miguel Alonso Calvo. Nacio, 1913 y murio en Madrid, 199. Muy influido por Unamuno y Machado. Ensayista y biografo es sobre todo poeta.
Sus obras poeticas:
  • "Agradecimiento", Madrid, 1951; "Defensa del hombre", Madrid, 1955; "La madre", Madrid 1958; "Sangre de par en par", Madrid, 1960; "Poemas de andar España", Madrid, 1962; "Correo para la muerte", Madrid, 1962 y 1963; "Fuente serena", Madrid, 1965; "Antología Provisional". Madrid, 1967 y 1968; "Del amor y del camino", Madrid, 1970; "Las horas del amor y otras horas", Madrid, 1976; "Memoria amarga de la paz de España", Bilbao, 1978; "Segunda Selección de mis poemas", Madrid, 1980; y "Recado de El Escorial", Madrid, 1982
Arenga a las rosas

Rosas, creced, pujad, multiplicaos
hasta invadir las cajas de caudales,
hasta impedir las ametralladoras,
hasta sembrar la pólvora y el hierro
de luz y primavera,
hasta ocupar el odio y las entrañas
de obuses, bombas, balas y morteros.
¡Creced, rosas, creced! ¡Pujad sin tregua!
Llenad los ojos de los tocineros,
floreced los cerebros belicosos,
corroed de esperanza a los podridos,
iluminad la mente de las bestias,
que se alimentan de oro, y sangre, y lágrimas;
que son capaces de matar la vida
porque palpita y brilla en nuestras manos.
Árboles, aguas, pájaros, frutales,
mieses, vides, obreros, plantas, madres,
óleos, músicas, máquinas, ideas,
vamos a proclamar la resistencia
de amor contra la guerra.
Están sembrando el aire de temores
para amargarnos la alegría,
para que nos matemos tú y yo, hermano,
ahora que ya maduran los dolores, y el sentido
va a revelarse al mundo.
Trabajad
de espaldas al temor. Abrid los ojos,
Rosas, hombres, al bien y a la belleza.
¡Creced! ¡Cantad! La vida es nuestra.
La tierra es nuestra, y nuestro es el futuro.
Trabajos, pensamientos, esperanzas,
vuestros y nuestros, rosas, hombres.
Nosotros encendemos las estrellas
y traemos el día,
y por nosotros se hará la paz.
Estamos en peligro, rosas, hombres,
perfume, sol, materia, inteligencia,
ciencia, fe, muerte, piedra, gracia, Dios.
¡Ahoguemos a los bárbaros en luces!
¡Avanzad, rosas, hombres! ¡Ocupad el mundo!


Proclamación de la esperanza

El aire se enrarece, adensa, espesa
hasta hacerse de plomo en los pulmones,
porque se está matando al hombre.

La sangre se entontece y aguachirla
de no salir al mundo y propagarse,
porque se está matando al hombre.

La luz de las estrellas palidece
y no consuela como en nuestra infancia,
porque se está matando al hombre.

La risa se deshoja, mustia, pasa
sin que nadie la coja y la disfrute,
porque se está matando al hombre.

El beso y el amor no tienen gusto,
agusanados de preocupaciones,
porque se está matando al hombre.

La selva está cercando nuestras casas,
y aúlla, brama y hoza en los umbrales,
porque se está matando al hombre.

Porque se está matando al hombre arde mi canto
tal un diluvio de oro por los trigos;
porque se está matando al hombre y nadie grita
quiero clamar hasta tirar las sombras;
porque se está matando al hombre mis palabras
quieren clavarse como puñaladas,
quieren herir, buscar raíces nobles,
dar coletazos que despierten siglos.

Le está doliendo su dolor al hombre,
un dolor que ya no es literatura
ni puede ser espanto y madamismo,
porque no quedará vivo quien cante
el naufragio indecente de las ratas:
porque los que se salven no tendrán memoria.

Está el hombre ante sí, trágicamente solo,
mientras las aguas crecen sin espera
ahogando justamente, santamente
lo que debe morir.

Perecerá quien deba perecer.
El hombre,
desnudo, hacia el mañana, sobre el miedo.

Por eso está mi canto repicando
sobre el fuego, la muerte, y os convoca,
hombres, para que proclamemos la esperanza

Tren de la frontera

Assis parten unos d'otros
como la uña de la carne.
Poema de Mio Cid, v. 375

A medida que avanza a la frontera
el tren, hay más silencio dolorido.
Llega un instante en que parecen muertos
los viajeros, desterrados hijos
de España, que se van echados de hambre.
Esos rostros serenos, tan llovidos
de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla,
en el azar, en lo desconocido?
¿Un pan sin alegría que les niega
una Patria madrastra? Y esos niños
que duermen mientras lloran esas madres,
¿dónde tendrán conciencia, qué destino
les aguarda, qué sábanas, banderas?
Debajo del buen ceño sin testigo
de ese trabajador, ¿qué pasa ahora,
qué cantares, qué días, qué designios
para desarraigarse del terruño
donde quedan sus muertos y sus vivos,
la infancia, aún cantando su moneda?
¿Qué verdades no dichas van consigo,
les barren, tal papeles de merienda,
tal polvo de un camino a otro camino,
mordidos por hombría con los dientes
enclavijados, porque uno mismo
se desintegraría si dijera?
¿Qué viejos lloran por el campesino
que cecea guitarras andaluzas?
¿En qué pueblo se rompen los martillos
artesanos, se callan los talleres,
se queda la aceituna en el olivo,
da miedo el campo tan abandonado,
da mal consejo un solitario vino
soñado para fiesta y compañía?
Me despueblan España, sin amigos,
desarbolan mis bosques para leña,
ponen ascuas de pena en mis escritos.
Enceniza pisadas y salivas
un calendario negro sin domingos.
Palidece la luz, duelen los ojos
de no ver lo que vio. Se empoza el río
que rumorea al fondo de esa frente
anubarrada de hombre pensativo.
Soy palabra en la noche. Nadie escucha,
aunque comparten el acedo mío
tantas gentes dispersas. De uno en uno,
mujeres y varones, pobres críos
que se me van, el verso de rodillas
va besando por caras y suspiros,
que se alejan mermándome el coraje,
enlutándome el aire que respiro.
Estoy en un anden llorando, solo.
Al lado, la maleta con los libros
que pensaba leer, por si valía,
y debiera tirar aquí; tan frío
se me ha quedado el corazón de pronto.
Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido
del tren que ya ha pasado la frontera.
Dicen manos adió, en tanto sigo
lloroso por mi vida en esos hombres
donde la sangre se me va al exilio.
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