CPIV - El señor del tiempo - Cronopio77

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Arwen_77
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CPIV - El señor del tiempo - Cronopio77

Mensaje por Arwen_77 »

EL SEÑOR DEL TIEMPO

—Los científicos tratan de medir el tiempo. Pretenden convertirlo en una magnitud objetiva, independiente de la conciencia... como si eso fuera posible.
Jorge escuchaba sentado junto a la mesa, con la silla vuelta hacia la cama.
—Pero no es más que un engaño: un timo para hacernos creer que sólo existen las matemáticas.
Pablo hablaba despacio, haciendo una breve pausa tras cada frase. Estaba sentado en la cama, rodeado por los libros abiertos y esparcidos junto a los apuntes y los mapas. Jorge permanecía inmóvil, esperando en silencio que Pablo continuara hablando; había apagado la lámpara de estudio.
—La prueba de lo que digo es el sueño. ¿Te has sorprendido alguna vez por despertarte en una posición diferente a la que tenías cuando te dormiste? ¿Has notado en alguna ocasión esa discontinuidad? La propia conciencia se las arregla para destruir el salto en el tiempo, de manera que nunca sientes la brusquedad del cambio.
—Deberías estudiar para el examen —respondió Jorge—. Podrías seguir con eso pasado mañana, o cualquier otro día en el que no haya nada que hacer. Queda muy poco tiempo.
—Ésa es precisamente la cuestión. Igual que la conciencia no siente que ha perdido muchas horas durante la noche, tampoco tiene por qué enterarse si transcurre una eternidad entre dos instantes consecutivos. Por eso digo que ha de ser posible alterar el flujo del tiempo y pararlo, que es lo que a mí me interesa.
Jorge se acercó a la cama y cogió uno de los libros desperdigados. Estaba subrayado a bolígrafo y en los márgenes se acumulaban decenas de notas.
—Mira —dijo con el libro entre las manos—, este capítulo es fundamental: condensa en unos pocos párrafos todas las ideas que se desarrollan en los demás. Ningún otro libro está escrito de forma tan clara.
—No son ésos los libros que me interesan —respondió Pablo, incorporándose para cogerlo—. Aunque se ve que algo entiendes: sólo en esa librería se encuentran los verdaderamente importantes.
Jorge volvió a recuperar el libro y lo dejó caer sobre la mesa, junto a sus apuntes. Luego se levantó, cogió un cigarrillo, lo encendió, aspiró y escupió la primera bocanada de humo por la ventana. El aire estaba estancado y el humo tardó en difuminarse; se notaba un bochorno incómodo, opresivo. Antes de regresar a la mesa, giró la cabeza para mirar la estantería: ahí estaba la foto robada de Alicia.
—Tienes que centrarte en la realidad. Lees demasiados cuentos, demasiado Borges. Y eso no te va a ayudar en el examen.
—Esto es la realidad —respondió Pablo, que había advertido que Jorge miraba la foto de Alicia—. Es mucho más realidad que el examen... y que otras cosas... —añadió cambiando un poco el tono, dejando caer la indirecta.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Jorge con firmeza, mirando de nuevo la fotografía de Alicia.
—Dentro de un rato bajaré a la librería. El manual tiene que estar ahí, no me cabe la menor duda; la cuestión está en saber encontrarlo. Y después dispondré de toda la noche para ensayar el procedimiento y llevarlo a cabo durante el examen.
Jorge asintió con la cabeza y expulsó una nueva bocanada de humo. Estaba empezando a atardecer. Apenas quedaba tiempo.
—¿Y luego qué harás? Me refiero a cuando consigas parar el tiempo. Si no te he entendido mal, yo no percibiré nada extraño aun cuando tú hayas dispuesto de una eternidad entre dos segundos cualesquiera.
—Lo primero será subir a la biblioteca y responder el examen. Después... no sé, cualquier cosa... lo que se me ocurra.
—Me pregunto qué pasará con la gente —dijo Jorge tras un rato de silencio, como si ambos se hubieran tomado un instante para reflexionar.
—Nada, todo será como siempre: después de cada segundo vendrá el siguiente, como si nada estuviera ocurriendo. Alguien podría estar parando el tiempo en este mismo momento.
—No, no me refiero a eso. Estoy pensando en mi cuerpo. ¿Cómo nos percibirás tú? ¿Estaremos rígidos, como estatuas?
—No lo creo. Todo debería permanecer exactamente igual que siempre —Pablo se quedó en silencio tras la respuesta, meditando, analizando el problema; manoseó los libros a la espera de que Jorge dejara el cigarrillo e hiciera algún comentario.
—Seguramente yo me quedaría mirando a Alicia hasta hartarme... —reflexionó Jorge—... En cualquier caso, estaría bien que me echaras un cable con el examen, por si acaso.
Pablo miró una vez más los libros esparcidos a su alrededor. Pensó que Jorge no iba a necesitar ningún tipo de ayuda.
—Además —continuó Jorge—, así no me veré tentado a contarle a nadie lo que harás con Miguel (o con el cuerpo de Miguel) durante ese instante fantasma.
Pablo sonrió. Era la continuación lógica a su primera insinuación sobre Alicia. Ahora le tocaba a él dar una respuesta contundente, pero la imagen de Miguel se superponía a todo lo demás, como si la fotografía que estaba al alcance de su vista fuera la suya.
—Yo robé la foto de Alicia porque tengo muy pocas posibilidades; tú tienes bastantes menos con Miguel.
—Igual deberías preocuparte por lo que pudiera hacer contigo.
Pablo se levantó de la cama y Jorge estalló en carcajadas. Luego siguió con la mirada a Pablo, que se dirigió a la puerta de salida.
—Tal vez debería llamar a Alicia para ofrecerle el libro que tú no has querido leer, como haría un buen compañero —meditó Jorge.
—Estudia mucho —respondió Pablo, mientras abría la puerta.
—Lo mismo digo —se despidió Jorge, cogiendo ya el teléfono.
Pablo salió a la calle y caminó hacia la librería. Quedaba una media hora para que cerrara; era el momento idóneo para rebuscar entre los anaqueles.
Entró en la librería, saludó al viejo librero y se dirigió a los anaqueles del fondo. Allí hurgó con cuidado entre los estantes. Los libros no estaban ordenados: se amontonaban unos sobre otros, haciendo imposible una exploración metódica. Como esperaba, encontró muchas joyas. Nunca hasta entonces había inspeccionado ese rincón de la librería; sabía que ahí estaba el libro que buscaba y que sólo podía encontrarlo en un día tan importante. No separó ni anotó los mejores descubrimientos; los observó y los apartó para seguir rebuscando.
Al cabo de unos veinte minutos lo encontró. Se trataba de un libro pequeño; su cubierta era como la de una novela rosa: un hombre y una mujer abrazados en un contraluz exagerado; el título estaba escrito en negro con recargada caligrafía: El señor del tiempo. Lo abrió, lo hojeó y comprobó que no se había equivocado. A continuación se dirigió hacia el viejo librero y se lo acercó sin hacer ningún comentario.
—Sabía que tarde o temprano vendrías por él —dijo sonriendo—. Llévatelo. Si lo sigues queriendo, la semana que viene negociaremos el precio.
Pablo regresó a su casa con el libro bajo el brazo. Durante el camino observó a la gente que caminaba a su alrededor. Ahora veía la realidad desde otra perspectiva.
Después de cenar se encerró en su habitación a estudiar el procedimiento. Abrió el libro por la primera página y avanzó deprisa, apenas leyendo unos pocos párrafos que no eran más que prólogos. Al cabo de un rato llegó al capítulo principal. Entonces se detuvo, cogió papel y bolígrafo, encendió la luz de estudio y se dispuso a leer como nunca había leído.
Tardó tres horas en entender todos los pasos. El libro estaba escrito en un lenguaje enrevesado, con largas frases y muchas subordinaciones; era muy difícil discernir si una cláusula estaba relacionada con la anterior o con la siguiente. Sólo tras esas tres horas se reveló que Pablo era un experto. Las paredes de su habitación estaban cubiertas de estanterías; tenía más de mil volúmenes en diferentes idiomas. Había oído muchas veces que la literatura es ficción y que el conocimiento se adquiere leyendo obras más serias, pero sabía que la clave está precisamente en esas falsas historias: que cada personaje y cada situación son la expresión de una realidad posible y que el conjunto de todas ellas constituye la verdadera sabiduría.
A pesar de su experiencia, aún le quedaban ciertas dudas sobre la inversión del conjuro. El libro explicaba con claridad sombría lo que hay que hacer para dominar el tiempo, pero apenas bosquejaba el camino de vuelta; tan sólo sentenciaba: todo volverá a la normalidad de la forma más evidente, cuando no haya ninguna conciencia que impida la transición. Con esa frase se acababan las explicaciones; lo que venía a continuación era una sucesión de epílogos y advertencias tan fútiles como los prólogos que había decidido no leer. Aunque la omisión de una parte tan esencial del procedimiento le inquietaba, Pablo sabía que una simple alusión puede ser mucho más expresiva que una descripción repleta de detalles; por eso confió en su experiencia y concluyó que el tiempo volvería a fluir al invertir el conjuro.
Al día siguiente se levantó muy temprano, se duchó, desayunó y se dirigió al examen; no se llevó el libro porque ya lo había memorizado. En la facultad se encontró con Jorge.
—Lo tengo —le informó en susurros.
Jorge asintió con la cabeza pero no dijo nada. Estaba ausente; Pablo sabía que su atención se concentraba en su memoria, quizá salvo el pequeño reducto que solía guardar para Alicia.
Poco a poco fueron llegando los demás estudiantes. Era normal que hubiera bromas antes de un examen, pero ese día sólo había lugar para el silencio. Alicia se había sentado sobre el alféizar de una de las ventanas y esperaba balanceando las piernas. Jorge estaba junto a la puerta del aula y apenas la miraba; seguía concentrado en su memoria. Pablo había visto cómo Miguel entraba al servicio y volvía a salir unos instantes después. Vestía con el mismo tono oscuro de todos los días, pero gesticulaba de forma peculiar; no transmitía nerviosismo, sino ausencia; parecía tan ajeno a la realidad como Jorge, con los ojos absortos y ojerosos que contrastaban con el brillo metálico del pendiente que llevaba sobre la ceja izquierda.
Pablo decidió hacer entonces la primera prueba. Durante la noche había ensayado las distintas partes del conjuro hasta mecanizar todos los movimientos; ahora sólo tenía que ensamblar las piezas. Gesticuló rápidamente y terminó el proceso en unos pocos segundos. A continuación escuchó el silencio más perfecto que había oído en su vida: un silencio horrísono, aterrador, emocionante. Levantó entonces la vista y miró a Miguel, que estaba con la misma expresión triste y ausente, con el mismo aire de desamparo: como si no tuviera a nadie con quien desahogarse. Pablo cerró los ojos para escuchar mejor el silencio y volvió a abrirlos para mirar de nuevo a Miguel. Sintió un fuerte deseo de correr hacia él y estrecharle entre sus brazos, pero también una represión que le conminó a no hacerlo. Pensó que él era el único que podía ayudarle a salir de ese desamparo, pero que Miguel nunca llegaría a darse cuenta; también pensó que no quería su agradecimiento si no había nada más debajo. Esto le agobió y le urgió a reanudar el transcurso del tiempo. Sin moverse del sitio empezó a invertir el proceso y, antes de terminarlo, todo volvió a la normalidad.
—Lo hice —le dijo a Jorge justo antes de entrar en el aula—. Lo hice y tú no te diste cuenta.
—Enhorabuena— respondió Jorge. Alicia seguía sentada en el alféizar de la ventana y Jorge apenas la había mirado.
A las nueve en punto se abrió la puerta del aula y empezaron a llamar por orden alfabético. Pablo se quedó junto a la puerta y vio pasar a Miguel. Cuando estuvo a su altura le dirigió una sonrisa de buena suerte; no recibió contestación. Un rato después oyó su nombre y entró en el aula. Desde su asiento vio como Miguel ordenaba los bolígrafos sobre la mesa, junto a los cuadernillos en blanco para las respuestas.
Al cabo de diez minutos todos los estudiantes habían ocupado sus puestos. Nadie había hablado durante el trayecto; el silencio era casi tan aterrador como cuando había detenido el tiempo. Un instante después los conserjes se retiraron y entraron el catedrático y sus ayudantes. Pablo vio cómo sus compañeros apartaban la vista del frente: unos miraban los cuadernillos aún en blanco; Miguel, al suelo; Jorge, por fin, a Alicia. Mientras la voz grave del catedrático anegaba el aula, Pablo rememoró la conversación que había mantenido la tarde anterior con Jorge. Los dos habían estado siempre solteros y, hasta entonces, nunca se habían enamorado al mismo tiempo. Una persona optimista habría confiado en que la casualidad obrara el milagro, pero Pablo pensaba que era mucho más lógico que se encontraran con Alicia y Miguel cogidos de la mano. Eso le hizo recordar la última parte de la conversación. El examen era el punto y final que le alejaba sin remedio de Miguel; estaba ante la última oportunidad de lograr un recuerdo que evocar en el futuro.
Los ayudantes habían repartido los exámenes mientras el catedrático paseaba frente a la pizarra. Pablo cogió el suyo y leyó las preguntas. Luego miró a su alrededor y vio a Jorge rascándose la barbilla, a Alicia incólume y a Miguel con la mirada aún más perdida, como si pudiera ver a través de las paredes.
Un rato después se cansó de esperar. La mejor estrategia consistía en rellenar los cuadernillos de cualquier modo y dejar pasar el tiempo, para que nadie pudiera darse cuenta del cambiazo. Pero en seguida se hartó y decidió seguir adelante. Estudió los movimientos del catedrático y los ayudantes, y aprovechó un instante en el que no le miraban para realizar el conjuro. No hubo ningún problema y el proceso concluyó con éxito.
Tras escuchar durante unos instantes el embriagador silencio, se levantó y se estiró; oyó cómo su bostezo resonaba en el aula y se difuminaba evanescente. Luego bajó la escalera y se detuvo junto al pupitre de Miguel. Entonces confirmó que el mundo no se había transmutado en un desierto de estatuas despersonalizadas: Miguel seguía despidiendo el mismo olor y el mismo aura; su piel se mostraba enternecedoramente humana; su rostro no había perdido un adarme de su encanto. Pablo se acercó aún más y le acarició la mejilla; se estremeció al percibir la tersura de su piel, la suavidad de su rostro lampiño. Sintió que temblaba, que se electrizaba; su sexo reaccionó palpitante. Comenzó a recorrerle el brazo desnudo con los dedos, pero se detuvo antes de llegar a la mano, tensa por la presión sobre el bolígrafo. Se retiró entonces, cohibido. Se había sentido incómodo al percatarse de que lo que motivaba esa excitación era una simple réplica en tres dimensiones.
Decidió que era mejor concentrarse en el examen. Subió de nuevo los escalones, cogió los cuadernillos y el bolígrafo, y salió del aula. Se encontró con un conserje que había quedado paralizado mientras se apresuraba en dirección a la puerta de la facultad; los faldones de su chaqueta flotaban laxos en el aire estático. Por precaución subió por la escalera, pero al llegar a la planta de la biblioteca se atrevió a pulsar el botón del ascensor. Escuchó cómo el golpe seco de la maquinaria se extendía por todo el edificio. El ascensor subió y abrió las puertas. Tras ellas emergió el cuerpo de uno de los catedráticos, su mirada húmeda y penetrante atravesando el espacio inmóvil. Pablo se estremeció antes de reconocer que no era más que una figura yerta. Entonces se dio cuenta de que era en verdad el señor del tiempo.
Entró en la biblioteca, dejó los papeles sobre una de las mesas y comenzó a buscar los títulos que necesitaba. Uno de ellos estaba entre las manos del bibliotecario. Tuvo que entretenerse en separar las páginas de sus dedos; no le costó demasiado porque los huesos y los músculos reaccionaron con la suavidad del cuerpo vivo. A continuación se sentó y respondió todas las preguntas, con corrección pero sin recrearse; no había que levantar sospechas. Antes de abandonar la biblioteca, recogió los libros y tiró a la papelera las notas que no había utilizado. Los rayos de sol se habían mantenido pálidos y oblicuos durante todo el rato, iluminando las motas de polvo que flotaban estáticas frente a los anaqueles.
De camino al aula se preguntó cuánto tiempo había pasado. El tictac de su reloj se había interrumpido en las nueve y veinte minutos; nada podía referir las horas que tenían que haber transcurrido. Pablo sintió hambre. Cambió su recorrido y bajó a la cafetería. Allí se encontró con los acompañantes de los que se examinaban, estancados los gestos y ademanes de sus conversaciones. Un hombre mayor había quedado encendiendo un cigarrillo: la llama del mechero se percibía lábil en su quietud; la frágil columna de humo permanecía quiescente en el aire inmóvil; la brasa refulgía roja y paralizada.
Pablo se dirigió hacia la barra, observó las gotas de café congelado en su caída hacia la taza y se dispuso a buscar algo para comer. Tras unos instantes de duda, puso la cafetera en marcha; el chorro de café reanudó su fluir como si nada lo hubiera cercenado. Luego encendió la placa, cogió una rebanada de pan de molde, la untó de mantequilla y la puso sobre la plancha. Se sorprendió tarareando una melodía mientras esperaba que se hiciese la tostada. Cantando en voz alta, colocó el pan en un plato y se sentó a comer junto a una mujer que masticaba, estática, con la boca abierta. Mientras almorzaba, el olor de un croissant que se había quemado al preparar Pablo la tostada se difuminó por la cafetería. Cuando terminó, regresó al examen trotando.
Se fijó en el rostro de sus compañeros al entrar en el aula. La mayoría parecían concentrados, pero no eran pocos los que tenían la vista perdida. Jorge había quedado mirando de reojo a Alicia: Jorge, el genio, desconcentrado por una mujer. Eso le hizo sonreír y enseguida la sonrisa se transformó en carcajada: rió tanto que tuvo que sentarse en el suelo para no perder el equilibrio. El sufrimiento paralizado de sus compañeros inundaba el aula y sólo de él dependía que se convirtiera en eterno. Podía detenerlo y reanudarlo; podía aguardar a que cualquier rostro se contrajera en una mueca agónica, e inmovilizarlo entonces, eternizando el enrojecimiento, las estrías de la tensión, las gotas de sudor resbalando por las mejillas. Sus carcajadas resonaron sobre el silencio, distorsionadas como si rebotaran en las estatuas. Todos sus compañeros estaban inermes; podía esconder sus bolígrafos e intercambiar sus exámenes; podía quitarles la ropa y dejarlos desnudos ante la mirada fulminante del catedrático. Sintió otra vez su sexo palpitante. Su cuerpo se convulsionaba por la excitación y la risa. Miró de nuevo a Miguel, contorsionándose, sollozando por las carcajadas, ahogándose. Tantas veces se había sentido indefenso ante sus palabras y ahora era él quien estaba por completo a su merced; sus secretos, su futuro, su cuerpo se encontraban a su disposición. Pablo se reía y resollaba, se retorcía y acariciaba su propio cuerpo. Se desabrochó el pantalón y se masturbó compulsivamente, jadeando ante la expresión desamparada y suplicante de Miguel.
Un rato después, ya relajado, volvió a disfrutar del silencio y decidió que era hora de que el mundo reanudase su marcha. Se sentó en su puesto e invirtió el conjuro; cuando terminó, escuchó una vez más el penetrante silencio. Sintió entonces una brusca impresión en el estómago, aunque enseguida recuperó la calma. Repasó mentalmente el proceso, buscando el error. Cuando creyó haberlo encontrado, repitió el procedimiento. No se produjo ningún cambio.
Transcurrió un tiempo que Pablo fue incapaz, siquiera, de estimar; tan sólo sintió escalofríos. Luego se esforzó en pensar con un poco de tranquilidad. Al final, concluyó que tenía que estar olvidándose de algún paso y que necesitaba consultar el libro. Se levantó y comenzó a bajar las escaleras, pero enseguida se dio cuenta de que no podía utilizar el transporte público para ir a su casa. Se detuvo a reflexionar; el latir acelerado de su corazón resonaba en el aula. Al cabo de un rato recordó la imagen de Alicia llegando en coche a la facultad. Corrió hacia ella, rebuscó en su bolso y enseguida dio con las llaves.
Salió a la calle y encontró el coche mal aparcado sobre la tierra del jardín. Abrió la puerta, accionó el contacto y el motor arrancó como si nada anormal estuviese sucediendo. Se puso en marcha con un brusco acelerón y salió del campus lo más deprisa que pudo. El trayecto fue difícil. Varias veces tuvo que subirse a la acera para esquivar el tráfico paralizado; en una ocasión rozó el cuerpo de una mujer, que se desplomó sobre el suelo sin sangrar ni quebrarse. Encontró el libro y regresó al aula a toda velocidad. La tensión le hizo golpear el retrovisor contra la carrocería de otro vehículo. Imaginó, como si fuera real, el estruendo metálico del accidente y el silencio inextinguible que lo sucedería para siempre.
Entró al aula temblando. Se sentó en su sitio y estudió una vez más el proceso. Cuando creyó tenerlo memorizado, guardó el libro en la mochila y repitió el conjuro; al terminarlo, volvió a percibir cómo el latido acelerado de su corazón y el silbido de su respiración entrecortada rompían el silencio. Se hizo a un lado y vomitó con violencia sobre el suelo. Después, tiritando, sacó otra vez el libro y lo abrió por las últimas páginas. Entonces descubrió, aterrado, que el tiempo sólo volvería a fluir si nadie podía percibir la discontinuidad: si absolutamente todo quedaba como antes de haberse detenido.
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Atali
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Atali »

El usuario se ha dado de baja porque cree que los moderadores de este foro carecen de respeto.
Última edición por Atali el 18 Abr 2010 11:19, editado 1 vez en total.
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ciro
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por ciro »

Atali escribió:Me ha gustado el cuento, sobretodo el final, pero no lo veo muy científico, el tiempo existe igual que la distancia. Para medir el espacio usamos el valor de un metro, y para medir el tiempo el intervalo de un segundo. Por lo tanto existe el tiempo. Si una persona pudiera parar el tiempo, el liquido que gotea de un café se detendría, porque la ley espacio temporal le impediría proseguir su desarrollo. Por lo tanto hablando científicamente creo que si alguien pudiese parar el tiempo significaría 1: que paraliza una ley física, 2: que está fuera del control de la ley. Y como si fueran dos mundos a partes, existiría una separación entre la realidad y el “ser atemporal” que con toda probabilidad no podría manipular el mundo físico, y por tanto no se podría dar tu relato.

Si por otro lado es un poder que paraliza mentes, no paraliza el tiempo y lo que sucedería es que las mentes se detendrían pero el café caería.

Para que se de lo que tu comentas debería ser una persona con poderes telequineticos que pudiera paralizar toda la materia de su alrededor, o sea, lo que seria “el espacio”, pero el “tiempo” como tal seguiría corriendo, a pesar de que las agujas de los relojes se pararan. Robarían una hora del universo que sí habría transcurrido.

XDDDDDD

Esta es mi friki opinión.

No pude evitar pensar en Tarod, el señor del tiempo, de Louise Cooper, que gran novela...
En eso te equivocas Atali. Si nada se moviese el tiempo no existe. Imaginate, no se mueve la Tierra, ni el Sol en torno a la galaxia, ni la aguja del reloj,... Por eso se piensa que el tiempo no existe si no hay movimiento en el espacio, de ahi que el espacio-tiempo compongan un todo.
Vamos al relato: A mi la historia me parece poco creible por las reacciones de los protagonistas, a pesar de estar bien llevado el relato.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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Ororo
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Ororo »

El tópico de querer detener el tiempo (todos lo hemos deseado más de una vez) está bien defendido gracias a las buenas descripciones de las personas-estatua, sus miradas, sus emociones congeladas y la sensación que causan a Pablo.
Se deja un poco de lado el cómo y se centra en lo que siente quien padece las consecuencias del tiempo detenido, por eso me gusta. La complicidad entre los amigos también está conseguida.
El final tiene la parte previsible de la imposibilidad de deshacer el conjuro. Lo que no se me había ocurrido era el porqué de no poder "reactivar" el tiempo.
Se lee fácil y tiene su intriga.
Bravo! :)
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Desierto
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Desierto »

Solidez científica aparte, que me parece que no debe tener importancia en un relato de este tipo, creo que está bastante bien descrito. Creo que se podría haber ahondado más en las experiencias previas/emociones del protagonista y de Jorge, que es un personaje que creo que podría dar mucho más juego, especialmente en los diálogos.
El final está muy bien. Quizá podría añadirse un último párrafo en el que se mostrase la desesperación del protagonista intentando inútilmente deshacer todos los cambios que había realizado, no sé...
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Oj0 Poderoso »

Me a gustado salvo por hechar de menos una guinda al final... alguna relación entre lo que no leyó y algún suceso durante el relato, por ej. O unas frases más, como dice Desierto.

Al principio me confundían un poco los nombres.
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Cronopio77 »

(Me entran ganas de iniciar un debate sobre el tiempo, la teoría de la relatividad y el segundo principio de la termodinámica, pero como ya he invadido demasiados hilos con mis paranoias patacientíficas, no lo voy a hacer :mrgreen: )

En cuanto al relato, me parece que está bien construido y bien ambientado. Como dice ciro, las reacciones de los personajes son irreales, aunque, dado que lo que sucede es también irreal, podrían estar justificadas; queda la duda de si el autor así lo pretendió. El final está bien, aunque resulta un poco previsible; creo que no habría tenido sentido terminar el relato de otra manera. Que no sea plausible, según nuestras leyes de la naturaleza, me parece intrascendente. Un relato se puede construir sobre una naturaleza diferente, en la que sucedan cosas imposibles en nuestro universo. Lo importante, en mi opinión, no es que sea realista en el sentido de reproducir la realidad tal y como la conocemos, sino que sea verosímil y coherente, es decir, que el mundo en el que viven los personajes funcione siempre de la misma manera, no según las necesidades del narrador. Desde este punto de vista, no se termina de justificar por qué el protagonista puede poner en marcha máquinas pero no puede reanudar la vida de las personas.

En cualquier caso, creo que es un buen relato.
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por Minea »

La idea es muy buena, no entraré en el debate de lo que es posible y lo que no porque no tengo ni idea, pero el protagonista no me ha caído bien, y en los demás personajes se profundiza poco. El final me ha gustado, cuando se ve atrapado... :twisted: ¿será porque no le he cogido cariño al prota? :roll:
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por El Ekilibrio »

A un servidor le ha gustado mucho este relato. A pesar del componente científico, creo que la corriente interior del relato es más humana que otra cosa.
Felicito al autor/a
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takeo
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Re: CPIV - El Señor del Tiempo

Mensaje por takeo »

Al lerlo me pregunté:
Si el tiempo se detiene ¿funcionan los ascensores? :shock:
Escalofriante juego con la realidad, el poder, el abuso de poder. Y lo peor: quedarse atrapado dentro del monstruo que uno mismo ha creado, sobre todo cuando no hay posibilidad de vuelta atrás.
Y como dicen por ahí, cuando uno escribe de estas cosas puede poner lo que quiera mientras sea coherente en sí mismo (o sea, dentro del relato) para eso se está inventado lo que existirá.
Y por eso mismo, no me atraen mucho este tipo de relatos, novelas, películas...
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Fenix
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Re: CPIV - El señor del tiempo

Mensaje por Fenix »

Pues qué queréis que os diga. A mí me ha gustado el relato, al margen de la teoría científica del tiempo. Lo importante es lo que contiene: el Frankestein que crea se le rebela por la simple estupidez de no leerse los efectos secundarios, por despreciar las indicaciones secundarias del experimento. No estoy de acuerdo con Cronopio, el mundo del relato lo crea el narrador y lo plasma según le convenga, ni con Desierto acerca del final,la frase:Entonces descubrió, aterrado, que el tiempo sólo volvería a fluir si nadie podía percibir la discontinuidad: si absolutamente todo quedaba como antes de haberse detenido encierra todo el horror que el protagonista pudo sentir en ese instante, y aclara el por qué.
1
Candil
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Re: CPIV - El señor del tiempo

Mensaje por Candil »

Felicito al autor por la calidad de la escritura, pero encuentro este relato algo disperso y fantasioso. Notable por la calidad narrativa.
1
Gabi
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Re: CPIV - El señor del tiempo

Mensaje por Gabi »

Felicitaciones! Me gustó mucho la historia, la descripción de los dos amigos, la forma en la que está escrito y por supuesto el final :D
No entiendo la parte científica y si es "posible" o no lo que se cuenta en el relato. Pero yo me lo creí :wink:
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Emma
La Gruñ
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Re: CPIV - El señor del tiempo

Mensaje por Emma »

Original el argumento, terrible el final. Muy bien escrito.
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xente
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Re: CPIV - El señor del tiempo

Mensaje por xente »

uooo que emoción!! es de los que más me han gustado! ^^ ¿Quién no ha fantaseado con parar el tiempo y pasear un rato? jeje. Lo único que no he entendido es como la primera vez que prueba el conjuro lo desata sin problemas, y luego no puede, pero bueno, no lo tendré muy en cuenta ya que durante todo el relato he tenido la incertidumbre y la curiosidad de qué hacía el protagonista. Saludos!!!!
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