CPIV- Profecía de mujer - Aprendiz de Meiga
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CPIV- Profecía de mujer - Aprendiz de Meiga
Llevaba las mantas aún puestas, su desayuno tardío y la desidia lo habían llevado hasta las seis de la tarde sin apenas darse cuenta. No conocía el olor de aquella tarde sin sol, los vientos habían cambiado pero él permanecía inmune en aquella celda sintiéndose el ser más pequeño del planeta. Decidió que una ducha quizá cambiaría el rumbo del día, así que fue quitándose la ropa de camino al baño y cuando por fin sintió como una lluvia con olor a almendra resbalaba por su cuello, parte del lastre que soportaba sobre sus hombros se diluyó entre las sombras y llenando sus pulmones de olores exhaló un profundo suspiro y se envolvió en la toalla. Al mirarse en el espejo empañado, se sintió aliviado, miró la cama todavía deshecha incitándole a meterse de nuevo en ella, se asomó a la ventana y añoró el aire fresco sacudiéndole el cuerpo, abrió el armario y empezó a vestirse, hoy por fin saldría a la calle y cenaría algo consistente, estaba cansado de pizzas y chino a domicilio.
Había pasado tres semanas atrapado en aquella cueva sin ganas si quiera de descubrir quien era, así que se abalanzó a la calle como un preso que ya ha cumplido condena, se sentó en la barra de un bar próximo a su casa, pidió una sopa, chuletas y patatas fritas y se sumergió en el periódico desarmado y releído. Después de un buen rato leyendo, llegó la sección de cine y le llamó la atención un estreno en cartelera, “La vida independiente de las palabras” llegaría a tiempo a la sesión de las once y media. No había leído la trama, así que se dejó guiar por el título y por su obsesión por las palabras. Todo lo que recordaba eran palabras, algunas que atormentaban y gritaban en su interior, otras hermosas en labios que no recordaba.
Había vuelto a aquella casa que no sentía suya después de dos meses en el hospital. Ingresó tras un accidente de tráfico y la amnesia parcial que le habían diagnosticado era el motivo de todo lo que le estaba sucediendo, o eso le había explicado el doctor. Nadie había ido a buscarle al hospital y nadie le había explicado el porqué. Sus objetos personales le habían contado que era Emilio García Espinosa, había también un manuscrito firmado por él, así que se alegró de pensar que quizá era un gran escritor. O estos médicos eran unos incultos o no era demasiado conocido. Un día entró el doctor con el alta en la mano, recogió sus escasas pertenencias y se dirigió a la dirección que indicaba el carné de identidad con su foto, sacó un llavero y abrió una puerta que se le antojó extraña como aquel sitio que fue recorriendo poco a poco intentando saber quién era ese hombre que había vuelto a nacer. Abrió la nevera y sólo encontró un yogurt caducado y tres botellines de bitter kas, cogió uno y se sentó a leer lo que podría ser la historia de quién había sido una vez, pero aquello era algo bastante tedioso e incoherente sobre la vida de un pintor de éxito ambientado en el siglo XVI. Lo abandonó en un cajón, decepcionado y perdido.
Después de cenar se dirigió a los cines del barrio, compró su entrada y se sentó en una butaca central casi arriba de todo, era lunes y sólo una mujer cuatro filas delante de él perturbaba su soledad. La película transcurrió en una especie de limbo, con sonidos que surgían desde diferentes rincones de la gran sala vacía, parecían haber entrado en contacto con sus neuronas dormidas y extasiado se dejó llevar por una especie de hipnosis en la que las palabras se hacían camino para descubrir los secretos que todos nos escondemos a nosotros mismos. Cuando se despertó estaba solo en aquel lugar sombrío, se levantó y se fue mirando el asiento vacío de la mujer con sombrero y abrigo de piel. En el umbral de la puerta pensó que era otra persona distinta la que estaba saliendo, de la que había entrado casi un par de horas atrás. Caminó con la sensación de rumbo perdido en una mojada noche de abril y sorprendido se encontró de nuevo en su casa.
Se dirigió al escritorio sin apenas secarse, cogió pluma y papel y vomitó palabras que vivían en su mente sin querer salir, sin orden ni sentido. Palabras que brotaban desencadenadas, independientes, tan ajenas como propias. La tinta se impregnaba en sus dedos inquietos, en su cara, en sus labios, hasta que ya no pudo escribir ni una sola palabra más. Había pasado una eternidad allí sentado, se sintió tan exhausto que no tuvo fuerzas para digerir todo aquello y como si la hipnosis no hubiese cesado se tiró vestido en la cama hasta que la luna le deslumbró hasta el alma. Estaba agotado, desorientado, como si hubiese estado cien años sin dormir, cerró la persiana, se desvistió y el sueño le volvió a atrapar hasta que el sol salió a pesar de la insolencia de aquella persiana bajada.
Añoró al despertar ese aroma a pasado y café, puso la cafetera y sobresaltado corrió al escritorio al recordar en tan solo un segundo, un siglo entero. Empezó a leer todo lo que había escrito la noche anterior, tantas palabras que habían cobrado vida en sus neuronas ahora despiertas. Las imágenes vinieron sin avisar, sin pedir permiso, imágenes más nítidas de lo que realmente hubiese querido. Imágenes de un hombre que había echado a todo el mundo de su vida, había dejado a su familia en Argentina para vivir en algún lugar de Europa como París, Londres o Berlín o quizá donde acabó, en Madrid, y no recordaba haber vuelto jamás a visitarlos. Tenía un grupo de amigos que había dejado de frecuentar tiempo atrás y vivía con una mujer maravillosa que se desvivía por él pero que él no se molestaba en querer. Un día, se dio cuenta de su rotundo fracaso como escritor y culpó todo aquel vano intento por escribir una novela de éxito a las interferencias que su círculo proyectaban en él, si no era capaz de adentrarse en si mismo, ¿como iba a crear un personaje con luz y vida propia?. Recordó con nitidez, al leer sus propias palabras, el desdén con el que le dijo a Belén que no había espacio para ella en su Caverna de piedra y hiel, que quería recluirse allí como García Márquez en sus 100 años de soledad. Que cogiera sus cosas y se fuese sin convertir todo aquello en un drama. Y el drama llegó a él. Cuando el día del accidente, de camino a la editorial con su último intento frustrado, sonaba en la radio el Yesterday de los Beatles e irrumpieron las noticias de última hora, habían reconocido el cuerpo encontrado sin vida días atrás en extrañas circunstancias, pertenecía a Belén Yánez Crespo. El resto fueron segundos eternos y un grito de auxilio que ni él mismo pudo escuchar.
Sus últimas palabras al marchar fueron las que Emilio llevaba recordando desde el día que despertó sin saber ni donde ni porqué, Acabarás loco y solo sin saber quien has sido ni quien has querido ser Y la profecía se cumplía tras los labios de aquella mujer que por fin conseguía recordar hasta arañarle las entrañas y el alma.
Había pasado tres semanas atrapado en aquella cueva sin ganas si quiera de descubrir quien era, así que se abalanzó a la calle como un preso que ya ha cumplido condena, se sentó en la barra de un bar próximo a su casa, pidió una sopa, chuletas y patatas fritas y se sumergió en el periódico desarmado y releído. Después de un buen rato leyendo, llegó la sección de cine y le llamó la atención un estreno en cartelera, “La vida independiente de las palabras” llegaría a tiempo a la sesión de las once y media. No había leído la trama, así que se dejó guiar por el título y por su obsesión por las palabras. Todo lo que recordaba eran palabras, algunas que atormentaban y gritaban en su interior, otras hermosas en labios que no recordaba.
Había vuelto a aquella casa que no sentía suya después de dos meses en el hospital. Ingresó tras un accidente de tráfico y la amnesia parcial que le habían diagnosticado era el motivo de todo lo que le estaba sucediendo, o eso le había explicado el doctor. Nadie había ido a buscarle al hospital y nadie le había explicado el porqué. Sus objetos personales le habían contado que era Emilio García Espinosa, había también un manuscrito firmado por él, así que se alegró de pensar que quizá era un gran escritor. O estos médicos eran unos incultos o no era demasiado conocido. Un día entró el doctor con el alta en la mano, recogió sus escasas pertenencias y se dirigió a la dirección que indicaba el carné de identidad con su foto, sacó un llavero y abrió una puerta que se le antojó extraña como aquel sitio que fue recorriendo poco a poco intentando saber quién era ese hombre que había vuelto a nacer. Abrió la nevera y sólo encontró un yogurt caducado y tres botellines de bitter kas, cogió uno y se sentó a leer lo que podría ser la historia de quién había sido una vez, pero aquello era algo bastante tedioso e incoherente sobre la vida de un pintor de éxito ambientado en el siglo XVI. Lo abandonó en un cajón, decepcionado y perdido.
Después de cenar se dirigió a los cines del barrio, compró su entrada y se sentó en una butaca central casi arriba de todo, era lunes y sólo una mujer cuatro filas delante de él perturbaba su soledad. La película transcurrió en una especie de limbo, con sonidos que surgían desde diferentes rincones de la gran sala vacía, parecían haber entrado en contacto con sus neuronas dormidas y extasiado se dejó llevar por una especie de hipnosis en la que las palabras se hacían camino para descubrir los secretos que todos nos escondemos a nosotros mismos. Cuando se despertó estaba solo en aquel lugar sombrío, se levantó y se fue mirando el asiento vacío de la mujer con sombrero y abrigo de piel. En el umbral de la puerta pensó que era otra persona distinta la que estaba saliendo, de la que había entrado casi un par de horas atrás. Caminó con la sensación de rumbo perdido en una mojada noche de abril y sorprendido se encontró de nuevo en su casa.
Se dirigió al escritorio sin apenas secarse, cogió pluma y papel y vomitó palabras que vivían en su mente sin querer salir, sin orden ni sentido. Palabras que brotaban desencadenadas, independientes, tan ajenas como propias. La tinta se impregnaba en sus dedos inquietos, en su cara, en sus labios, hasta que ya no pudo escribir ni una sola palabra más. Había pasado una eternidad allí sentado, se sintió tan exhausto que no tuvo fuerzas para digerir todo aquello y como si la hipnosis no hubiese cesado se tiró vestido en la cama hasta que la luna le deslumbró hasta el alma. Estaba agotado, desorientado, como si hubiese estado cien años sin dormir, cerró la persiana, se desvistió y el sueño le volvió a atrapar hasta que el sol salió a pesar de la insolencia de aquella persiana bajada.
Añoró al despertar ese aroma a pasado y café, puso la cafetera y sobresaltado corrió al escritorio al recordar en tan solo un segundo, un siglo entero. Empezó a leer todo lo que había escrito la noche anterior, tantas palabras que habían cobrado vida en sus neuronas ahora despiertas. Las imágenes vinieron sin avisar, sin pedir permiso, imágenes más nítidas de lo que realmente hubiese querido. Imágenes de un hombre que había echado a todo el mundo de su vida, había dejado a su familia en Argentina para vivir en algún lugar de Europa como París, Londres o Berlín o quizá donde acabó, en Madrid, y no recordaba haber vuelto jamás a visitarlos. Tenía un grupo de amigos que había dejado de frecuentar tiempo atrás y vivía con una mujer maravillosa que se desvivía por él pero que él no se molestaba en querer. Un día, se dio cuenta de su rotundo fracaso como escritor y culpó todo aquel vano intento por escribir una novela de éxito a las interferencias que su círculo proyectaban en él, si no era capaz de adentrarse en si mismo, ¿como iba a crear un personaje con luz y vida propia?. Recordó con nitidez, al leer sus propias palabras, el desdén con el que le dijo a Belén que no había espacio para ella en su Caverna de piedra y hiel, que quería recluirse allí como García Márquez en sus 100 años de soledad. Que cogiera sus cosas y se fuese sin convertir todo aquello en un drama. Y el drama llegó a él. Cuando el día del accidente, de camino a la editorial con su último intento frustrado, sonaba en la radio el Yesterday de los Beatles e irrumpieron las noticias de última hora, habían reconocido el cuerpo encontrado sin vida días atrás en extrañas circunstancias, pertenecía a Belén Yánez Crespo. El resto fueron segundos eternos y un grito de auxilio que ni él mismo pudo escuchar.
Sus últimas palabras al marchar fueron las que Emilio llevaba recordando desde el día que despertó sin saber ni donde ni porqué, Acabarás loco y solo sin saber quien has sido ni quien has querido ser Y la profecía se cumplía tras los labios de aquella mujer que por fin conseguía recordar hasta arañarle las entrañas y el alma.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Algo confuso y muy intimista para mi gusto.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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- Mensajes: 18
- Registrado: 12 Feb 2009 14:07
Re: CPIV- Profecía de mujer
Algunos aspectos formales están bien, otros no tanto.
Le falta un punto para que enganche. La idea no está mal.
Gracias.
Le falta un punto para que enganche. La idea no está mal.
Gracias.
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- Emperatriz_Infantil
- Foroadicto
- Mensajes: 4613
- Registrado: 25 Abr 2007 11:10
- Ubicación: Reino sin fronteras de Fantasia
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Re: CPIV- Profecía de mujer
No se que tiene, que no me termina de enganchar
Está bien escrito, pero la historia la encuentro liosa, o será que estos días no estoy yo muy atenta.
Gracias por compartirla
Kisses
Está bien escrito, pero la historia la encuentro liosa, o será que estos días no estoy yo muy atenta.
Gracias por compartirla
Kisses
Leyendo Malibú Renace, Taylor Jenkins Reid
Leyendo 2 Maldiciones de Segunda Mano, Drew Hayes
Recuento 2022
Leyendo 2 Maldiciones de Segunda Mano, Drew Hayes
Recuento 2022
Re: CPIV- Profecía de mujer
Le falta un hilo conductor para que se pueda seguir la historia, no es muy esplicita.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Medio, compensa fallos de forma y línea errática con historia intimista y buena identificación con el personaje.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
- Minea
- No tengo vida social
- Mensajes: 1059
- Registrado: 08 Dic 2007 22:07
- Ubicación: Palma de Mallorca
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Re: CPIV- Profecía de mujer
La historia me ha gustado, quizás le falta un poco de desarrollo porque te deja como a medias.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Es más que cierto que influye el estado de ánimo y el cansancio a la hora de valorar los relatos. Éste, por ejemplo, lo leí y pasó desapercibido, ni recordaba de qué iba pese a haber escrito algunas notas. Por eso lo he vuelto a leer y me ha parecido muy diferente. Me ha gustado la forma de contar la historia. Me han gustado frases como "... hasta que el sol salió a pesar de la insolencia de aquella persiana bajada."
Su profundidad y sensaciones plasmadas. La soledad.
Su profundidad y sensaciones plasmadas. La soledad.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Hoy vengo con buena "racha", los tres relatos que vengo leyéndo me han gustado mucho
La historia me enganchó hasta el final queriendo saber del protagonísta antes del accidente. Me parece que está muy bien escrito, me gusta la referencia que se hace de Argentina y el final es "redondito".
Felicitaciones!
La historia me enganchó hasta el final queriendo saber del protagonísta antes del accidente. Me parece que está muy bien escrito, me gusta la referencia que se hace de Argentina y el final es "redondito".
Felicitaciones!
- Fenix
- No tengo vida social
- Mensajes: 2248
- Registrado: 25 Abr 2006 21:33
- Ubicación: En mi casa, dónde si no
Re: CPIV- Profecía de mujer
Es un relato exageradamente íntimo, como supongo debe ser la situación de un amnésico. Resaltar un par de frases loables como la ya apuntada por Ororo o esa de la luna le deslumbró hasta el alma.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Impecablemente bien escrito. Que maravillosa sensación te queda cuando lees un relato asi, terminas de leerlo y ni siquiera te has dado cuenta, sólo sabes que te sientes bien.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Me ha gustado, le retocaría algo la puntuación para evitar confusiones, pero en general me ha gustado.
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Re: CPIV- Profecía de mujer
Leído. Todo cuadra pero no deja sitio a la imaginación. Corto y demasiado explicado en lo negativo y en lo positivo que engancha y deja la sensación de que merece la pena haberlo leído.
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