CPIV- Lágrimas inútiles - Matu

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Arwen_77
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CPIV- Lágrimas inútiles - Matu

Mensaje por Arwen_77 »

Demoró en traerme el café. Se excusó con alguna de sus típicas historias: justo en la radio sonaba Todo un palo y se detuvo a escucharla, la llamaron por teléfono, se lo olvidó en el fuego... Gracias, sí amor, un poco caliente nomás. Sí, estoy escribiendo tal como me dijiste. Sí, sí, recién empiezo. Bueno, te espero, no tardes mucho. ¿Una sorpresa? Sí, lo terminaré antes de que llegues. Bien. Lo recordaré. Ah, cerrá la puerta.
-Cómo quema el café, puta madre. Por suerte no se olvidó de mi amor por la canela.


Escuché las campanadas. ¿Qué carajo hacía yo ahí? Ah, cierto, el bautismo de la hijita de mi amigo Darío. Hola, sí, ¿qué tal? Tanto tiempo... Sí, hermosa... lástima que llora como el padre. En serio, señora, no se ría, su padre era igual. Bueno, sí, la dejo en paz, vaya a disfrutar. Qué vieja imbécil. Ah, Darío. Qué pinta, eh. Mirá a dónde llegaste... y todavía no pagaste el vidrio que rompiste cuando jugábamos a la pelota acá a la vuelta. Qué recuerdos, pibe. Dale, andá a saludar, yo me quedo dando vueltas por acá.
La ceremonia finalmente comenzó. Creo que el cura estuvo hablando un rato largo -no lo pude escuchar muy bien, una pena- hasta que por fin empezaron a pasar los bebés. El primero parecía dormido. Cuando el cura mojó su frente, toda la furia inocente de un niño se vio reflejada en un genuino llanto de protesta que me abstuve de aplaudir. Tardaron un buen rato en callarlo.
Así fueron pasando todos, incluida la hija de mi amigo. El ambiente era sofocante, como en todas las iglesias a las que había ido.
Mi mente se perdía en el mar de gente que inundaba el lugar y mi mirada se dispersaba en rostros de piedra; hasta que, finalmente, chocó con otra. Sus ojos se clavaron en mí. Se mordió el labio inferior, levantando la vista. Luego sacó la lengua y comenzó a lamerse un dedo. Amén. Esos ojos profundamente negros, esa imagen de prostituta en traje de señorita del siglo XVIII... Y con tu espíritu. Sudaba. ¡Qué puta! Amén. ¡Qué bella! Me hizo un gesto y salió. Esperé algunos minutos, y luego me fui yo también.
-¡Cómo tardaste! Dios nos va a extrañar.
Mi silencio de víctima dejó un lugar para que su risa se escapará de prisión.
-No, en serio, más respeto, que estamos en un bautismo.
Continúe callado. Continuó riéndose.
-Me llamo Paula. Vi cómo mirabas a ese cura... sí, parecía que en cualquier momento se comía alguno de los chicos. Y es así: o pedófilo, o mafioso, o católico.
-Éste parecía las tres cosas. –por fin hablé- Me llamo Sergio ¿De la madre o del...?
-Soy la hermana de Vanesa, la madre –me interrumpió con ánimo- ¿Vos?
-Un amigo de Darío –su mirada bajó- Qué calor hacía ahí adentro, por Dios...
A lo lejos, una figura blanca se acercaba.
-¿Por qué te fuiste Paula...? Ah, Sergio, cómo andás. Mi hermana, Paula. Supongo que ya se habrá presentado. Es muy sociable –una sonrisita pícara se dibujó en su rostro- ¿Vamos? La nena ya está llorando. –se alejó, hasta perderse en el mar.
-Me tengo que ir. Supongo que nos volveremos a ver, el mundo es un pañuelo.
Suspiró y volvió a lamerse el dedo. Dio media vuelta, y se fue.


Mi vida antes de conocerla se paseaba todas las noches por la cornisa del suicidio inocente; coqueteaba con borradores de cuentos interminables, bares, putas, horarios esclavos y una inexistente sensación de libertad que el despertador me refregaba por la cara todas las mañanas a las siete. La rutina de las sorpresas previsibles, las noches borrosas entre alcohol y relatos de gente que seguramente estaba más cuerda que yo. Los bares, qué placer. De tanto ir, me terminé convenciendo de que iba allí a hacer literatura -sí, de la misma forma en que lo hacía Horacio Oliveira. Me sentaba, pedía una cerveza bien fría (en invierno generalmente empezaba con whisky, ron o caña) y el mozo, con su obligada gentileza, me acercaba unos maníes.
Fue en una noche de Diciembre, una de esas en las que se agradecía la pequeña brisa que corría. Es que en Argentina el verano es terrible. La humedad... en fin, en invierno después me quejo del frío, siempre es igual.
Aquella noche, mientras tomaba mi segunda cerveza con la mirada perdida y los oídos hartos de escuchar un programa de fútbol que pasaban por la tele, se me acercó un hombre de unos sesenta, sesenta y cinco años. Tenía una cara que dudo que algún día olvide: algunos dientes menos, labios secos, una importante cabellera -considerando su edad- totalmente canosa que se quejaba constantemente de la boina que la aplastaba cansada, y una nariz que no podía pasar desapercibida, tanto por su tamaño como por los desagradables pelos que asomaban sin pudor. Los ojos: bien, verdes y chiquitos.
Me tomó la mano. Me miró fijamente. Intenté contener la risa.
-Hace calor, eh -fue lo primero que atiné a decir.
-Che, ¿de qué te quejas? Dios era de derecha, eso está sabido.
Parecía que el bar se había callado y nos observaba a nosotros dos. Solo quedaban dos hombres que hablaban de matar a una vieja y un rusito que escuchaba atento.
-Nada de putos, nada de putas, nada de infieles, nada de ser libre -continuó, mirándome a los ojos- Hay que amar a Dios, hay que alabar a Dios, hay que pagarle el diezmo a Dios, hay que pagarle el ABL a Dios, hay que chuparle las medias a Dios. Sí, obvio. ¿No sabías? Te lo repito hermano, Dios era de derecha. Que no te extrañe encontrarlo con la coronita, con un cartelito que diga Duce. Ya con esa barba... Dios cobra por ser Dios, qué imbécil, qué soberbio. Imaginate, che, si nos tuvieran que pagar por ser hombres. Sí, no me mires con esa cara. ¿Qué sería de Dios sin nosotros? Nada, se aburriría en su eterna eternidad. Es que si la eternidad no fuese eterna, no sería eternidad. Y si Dios no fuese nuestro amo, tampoco sería Dios. ¿Quién es Dios entonces? ¿Qué poder tiene? No me vengas con que creó la luz, el tiempo... ¿iba a vivir a oscuras y sin reloj? Cuando me muera me va a dar una patada en el culo... o de una patada en el culo me voy a morir, solo y por mi propia voluntad. Vos ya sabés... no hace falta que te lo diga en voz baja. Lo puedo gritar si quiero. Dios me envidia. Yo soy el único que lo conoce, yo lo vi. Te lo juro por mi santa fe cristiana. Te lo juro por mi cordura.
Sonreí de placer; tiene razón señor, sí, es inaceptable. Esto es hacer literatura, pensé finalmente. Pescar algo así en un bar no pasa todas las noches. Ya estaba harto de escuchar sermones sobre el avance capitalista, el poder del diablo, lo imbécil que fue Nerón, Maradona y la democracia o algún obrero asqueroso alabando a su divino führer Perón.
Aquel hombre podría haber sido filósofo, uno de los mejores de la historia. Solo le faltaba un buen nombre que lo avale, un poco más de suerte y unas monedas para el colectivo. A mí, por ese entonces, simplemente me faltaba una mujer.



Las calles de Coghlan siempre tuvieron ese no-sé-qué nostálgico de barrio moderno que intenta ser modesto; esas lagrimas rojas, impotentes, que aparecían en el aroma añejo que desprendían sus baldosas, en cada gato negro sin dueño que se cruzaba mirando de reojo, en las casas bajas agrietadas por la razón, en los pétalos violetas que, vencidos, teñían las calles sin vergüenza, y, fundamentalmente, en las sombras que aparecían de día; en sus habitantes sin nombres, con mil historias ajenas en la punta de la lengua y el mate -sin azúcar, por favor- en la mano derecha.
Y en una de esas calles, en una de esas sombras, sí, soy yo, viste, yo te dije que nos íbamos a volver a ver.


Caminamos sin mirarnos, con la vista baja y algunas palabras sueltas. Empezamos -como toda conversación- hablando del tiempo, sí, qué calor insoportable, para finalmente terminar discutiendo sobre literatura. Entre nuestras sombras se cruzaban Góngora y Quevedo, Borges y su apolítica tendencia de derecha, Hesse, Pessoa, Faulkner. Celebramos la mediocridad de Stevenson y nos alegramos al descubrir nuestra admiración por Cortázar. Estuvimos un tiempo largo en nuestro mundo de letras, hasta que ella calló repentinamente. Tras un frágil silencio, me miró seriamente y me preguntó:
-¿Y entonces? El mundo es demasiado lindo para nosotros. ¿Vos que resignas para no ser completamente feliz?
-¿Para no ser completamente feliz? –pregunté sorprendido.
-Claro. Partamos de una base: la existencia del paraíso es improbable, el tiempo es un remolino voraz y el entendimiento absoluto no existe.
-Qué contradicción. ¿A qué viene este arranque filosófico? ¿Por qué no puedo ser completamente feliz?
-Porque la vida del hombre feliz es totalmente inútil. ¿Quién necesita pensar siendo feliz? ¿Quién no tiene un sueño incompleto que lo aleja de la perfección?
-Yo no aspiro a ser feliz siendo perfecto.
-Sin embargo, estoy segura de que opinás que para ser perfecto hay que ser feliz –suspiró y bajó la vista; caminamos unos pasos y me volvió a mirar.- No te preocupes, ya vas a tener tiempo de sobra para ser completamente feliz. ¿Venís a casa? Ya es de noche y no comimos nada. Tengo hambre. ¿Sí? Bien. A unas cuadras, sobre Monroe –tras un breve silencio, agregó- Espero que no te hayas asustado: hay gente en el mundo que simplemente se dedica a ser feliz. Gente inútil, gente sin sueños. Gente que vive y muere: pequeños engranajes en la burocracia de la vida.
Caminamos un par cuadras, quejándonos del calor otra vez. Cruzamos algunas palabras y evocamos nuestra infancia. Doblamos en la esquina de la calle Superí. Una mujer pelirroja con anteojos verdes apareció frente a nosotros. Nos sonrió, y nos dio un volante . El texto constaba de un numero de teléfono y una pequeña frase que rezaba "se necesita volantera". Me di vuelta. Ya no estaba.


Abrió la puerta y pasamos a la cocina. Allí me presentó a su madre, una mujer de casi sesenta años que pasaba el día leyendo diarios viejos que le regalaban los vecinos. Me saludó con resignación y le dedicó una mirada de odio a su hija. Atravesamos el living. Éste es Benjamín, me dijo. Lo vi tirado sobre el sillón, con la vista perdida en el techo despintado. Me llamó la atención, no por su evidente obesidad, sino por su más que evidente retraso mental. Éste es Benjamín, me repitió con un susurro cansado, mi hermanito, y en ese momento comprendí que la felicidad para Paula no era más que un mantel de cuadritos rojos con flores violetas sobre una mesa de hierro.
Entramos a su cuarto y, al cabo de unos minutos, se escucharon dos golpes en la puerta y un grito que anunciaban que su madre y su hermano se irían a dormir.
Volví a ver a Paula a los ojos. Me reencontré con aquella sensualidad perdida entre tantas miserias que había podido hipnotizarme en el bautismo.


Tendidos en la cama, por fin descubrimos que nuestra esencia no era más que una combinación de circunstancias casuales.
Me senté al borde del precipicio.
Besó mi boca con sus soberbios labios rojos. Su cabeza descendió lentamente, hasta terminar con el fin de mis principios. Comencé a sudar. Su boca, la copa mas salvaje. Su lengua, un manantial de flores secas que caía sobre mí. La almohada se inundada. Mi pecho se estremeció, me sobresalté. Sus dientes de algodón se posaron lentamente; me hablaban de manera acalorada.
Saltaría al vació. El abismo yacía inmóvil frente a mis perdidos ojos blancos que se dormían en un mar de vino tibio. Saltaría al vacío...
Súbitamente, retiró su boca y se puso la remera. Abrí los ojos.
-No, acá en casa no. Mi hermanito... -suspiró- estando tan cerca... él nunca podrá ser feliz, claro... y nosotros siendo tan ostentosos... El mundo es demasiado lindo, ya te lo dije... y ya sabés lo que sigue.
Levanté la cabeza, confundido. Para qué empezar si... Sacó un cigarrillo y comenzó a fumar. Le temblaba una mano.
-¿Te conté que terminé de leer el libro de Schopenhauer? Yo no sé qué pensarás vos, pero ese tipo tiene ideas muy buenas... ¿Por qué me mirás así? ¿No era que te gustaban los libros?
Me dejé caer al tiempo que ella largaba el humo. Sentí cómo me alejaba del abismo para terminar ahogado en mi propia almohada, en su sombra enfermiza y sus caprichos.


Las paredes lo asfixiaban. Paredes de terciopelo, paredes de seda. Avanzaban hacia él. Paredes suaves, paredes sumisas. Conocía su destino y lo aceptaba sin más. No tenía mucho que perder y el mundo seguiría siendo mundo aunque las paredes estuviesen manchadas. Las acariciaba; las besaba. Sus dedos se perdían en mares de mariposas de infinitos colores que agitaban sus alas suavemente. Su mente se abstraía entre desiertos efímeros de arcoiris sin lluvia y en sus oídos Pink Floyd le cantaba al oído. Era un susurro. Eran mariposas. Era seda. Eran cuatro paredes que lo matarían. Cuatro paredes y una mujer. Eran cuatro paredes indestructibles y una mujer que bailaba alrededor suyo sensualmente. Era una la mujer que destrozaba la seda y aniquilaba las mariposas una a una. Era una, solo una, y cuatro paredes. Era una mujer la que le mostraba que las paredes eran ásperas. Era una la mujer que le cerraba los ojos, lo besaba furiosamente y le señalaba las paredes, riéndose con una lágrima sobre su mejilla. Y eran cuatro, sí, cuatro, las paredes que lo matarían.


Amanecí cegado por la luz que se filtraba por la persiana. Mi mano yacía en su vientre y nuestras piernas dormían entrecruzadas como serpientes cansadas. Lentamente me fui separando de ella, intentando no despertarla.
Me levanté y me vestí. Dio medio vuelta y me vio.
Me fui en silencio, con la boca seca y la garganta repleta de gritos muertos.


¿Qué fue lo que salió mal? ¿O todo salió demasiado bien?
Sí, nos vemos mañana. Paso por tu casa a la tarde, a la mañana trabajo. Sí, sigo en esa porquería... pero bueno, de algo tengo que vivir. Nos vemos entonces. Un beso.
Que el mundo fuese demasiado lindo, para mí ya no era una novedad. Por el contrario, me parecía un viejo discurso seudofilosófico que no llevaba a nada. Pero, ¿por qué necesitaba yo aceptar ese sacrificio, esa lucha constante contra la totalidad? ¿Por qué seguía atado a aquella mujer enfermiza que me conquistó con los ojos y me destrozó con palabras?
La tarde por fin llegó. Caminamos algunas cuadras sin rumbo fijo, con la vista perdida en los pequeños espectáculos callejeros que presenta Buenos Aires cuando cae el sol. Y otra vez lo mismo; otra realidad que pedía a gritos compasión. ¿Venís a casa? Vivo solo.
No entendía qué me ataba. No entendía esa debilidad frente al absurdo, esa tentación tangible que prohibía lo prohibido. Y sin embargo, ahí estaba, como un tonto, intentando destruir el oráculo y escapar de mi propia condena.
Llegamos. Comimos algo y le mostré mi biblioteca. Se sorprendió al ver a Boris Vian durmiendo junto a Sófocles, a Baudelaire con Tolstoi. Qué desorden, ¿así sos con todo? Rió. Qué dientes tan puros... Me recosté en la cama y luego ella se tiró a mi lado. La noche amanecía sin pudor.
¿Por qué sus jadeos eran frágiles súplicas? ¿Por qué las sabanas permanecían inertes? ¿Por qué sentía que su cuerpo era una débil caricia rusa?
El sol despertó con un cigarrillo en mi boca y mi cuerpo sordo tras haber cumplido con sus anhelos. A pesar de todo, me sentía incompleto, me faltaba algo. La vi jugueteando con los dedos, con la mirada perdida y los ojos cansados. Un silencio filoso reinaba en la habitación. Nos hundimos en un mar de agua helada. ¿Ya estás feliz? ¿Me puedo ir?
Se levantó, fría. Seriamente me miró y algunas lágrimas se escaparon de sus ojos. ¿Me puedo ir?, repitió con la voz quebrada.

XI
¿Por qué numero esta parte...?
Y cada tanto aparecían rastros de un sufrimiento que no quería aceptar...
Y las paredes volvían en forma de versos a besarme con labios de arcilla...


Tuvieron que pasar semanas, quizás meses -ya no recuerdo bien-, para que nuestro reencuentro se escapara de mis sueños y pusiera los pies sobre la tierra. Fueron tiempos extraños, esos en los que la frase vivir solo cuesta vida comienza a tener un valor especial. Inflación, inseguridad, y la sensación de que los dinosaurios seguían en el poder a pesar de que la casa estuviera en orden.
Sin embargo, la ausencia de Paula me nublaba la vista. ¿Era ese sufrimiento, el de su desaparición, el sacrificio del que ella hablaba? ¿Habría sido realmente un traidor? De algo estaba seguro: en nuestro último encuentro había sido feliz, a tal punto, que lo recuerdo y me parece utópico.
No esperaba verla allí, en la parada del colectivo de la línea 133. Sonrió al reconocerme (aunque todavía dudo si no fue una mueca sarcástica). Sí, casualidad, yo también tenía pensado tomarme este ómnibus.
Se la veía alegre. Parecía que nada hubiese ocurrido, que nunca se hubiese ido.
Y entre palabra y palabra, entre risas y memorias frágiles, terminé yendo a su casa.

Entramos en su habitación. Todo estaba prolijamente ordenado: los libros en su lugar y sobre el escritorio, un bolígrafo, un pilón de hojas y un lápiz negro. Me miró con cara de niña, con esa dulce expresión que anticipa un encargo especial.
¿Me escribís un cuento? Sí, ahora, tenés todo listo. Pero... ¿podría aparecer entre tus líneas? Me hace mucha ilusión poder ser ficción, escapar un instante de la realidad. ¿Un café? Sí, cómo no, mi querido escritor. Ya le traigo.
Volvió con el café en la mano. Con canela, como a vos te gusta. Me voy un rato. Para cuando vuelva, tengo una sorpresa para vos. ¿Lo podrás terminar antes de que llegue? Me alegro entonces. Acordate que te quiero, Sergio. Cómo quemaba el café, puta madre...
¿Canela? ¿Tanto? Tuve un mal presentimiento.Esta vez era seguro: el traidor era yo.

Logré escribir bastante pero no pude terminar la historia. La escuché entrar. ¿Cómo te fue? Esa sonrisa... y otra revelación fundamental: era pura ironía. Me estremecí. ¿Qué tal, mi querido Sergio? ¿Le gustó el café? Muy rico, ¿no? ¿Es feliz así, o quiere algo más? ¿No? Temblaba. Qué raro... usted siempre... pare de escribir, míreme. Dejé el lápiz; se puso de pie y escuchó seriamente a Paula, quien respiraba como una estatua. Abrió su cartera y sacó un arma: una pistola negra yacía reluciente sobre el escritorio.

Comenzó a caminar alrededor suyo hasta posar sus pechos en su espalda. Sergio sentía su aliento: bramidos infatigables que incendiaban la poca cordura que le quedaba. Sus labios rozaron su oído. Matate, hacéme el favor, inútil.
Su mente atea se veía prisionera de un destino pagano, pero genuino. Era víctima de un dios de carne y hueso y mente y sexo y locura.
Tomó el arma. ¡Qué frió sintió al posar la punta contra su sien! Metió la mano en el bolsillo: ahora él también tenía todas las piezas. No lo pensó mas; no porque no quiso, sino porque no pudo. Era hora de desatar el nudo y que Tiresias ganara otra partida. El modesto Edipo argentino, su destino, su inocencia muda, su condena... La anagnórisis llegaría tarde, cuando sus ideas estuvieran flotando en un burdo lago carmesí.
Lo último que recordó fue al viejo del bar, el de los ojos verdes y los desagradables pelos en la nariz: parecía que su dios a él también le daría una patada en el culo por haberla conocido y no adaptarse a sus leyes.
Finalmente, hizo fuego. Pero el mundo siguió llorando.
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:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

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Atali
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Atali »

El usuario se ha dado de baja porque cree que los moderadores de este foro carecen de respeto.
Última edición por Atali el 18 Abr 2010 11:18, editado 1 vez en total.
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ciro
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por ciro »

Supongo que el autor@ es argentino y como suele pasarles a los argentinos escriben (y hablan) de maravilla, el problema es descifran lo que dicen. En este relato me pasa lo mismo. Es estilisticamente perfecto, lingüisticamente perfecto, pero ¿qué quiere decir? A mi, lo roconozco, me sobrepasa.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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Ororo
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Ororo »

Este relato me ha encandilado. Está entre mis favoritos.
Está muy bien escrito. Es poético, reflexivo, filosófico y profundo. Más que una historia, es un pedacito de ella.
Me encanta el toque cortazariano y el maravillosísimo guiño a Crimen y castigo con "esos dos planeando matar a una vieja y un rusito escuchando".
Me encanta! Bravo!
:eusa_clap: :eusa_clap:
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El Ekilibrio
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por El Ekilibrio »

ciro escribió:Supongo que el autor@ es argentino y como suele pasarles a los argentinos escriben (y hablan) de maravilla, el problema es descifran lo que dicen. En este relato me pasa lo mismo. Es estilisticamente perfecto, lingüisticamente perfecto, pero ¿qué quiere decir? A mi, lo roconozco, me sobrepasa.
A mi me ocurre lo mismo...
Cuando me entablo con un argentino/a, me queda la sensación hipnótica de la conversación... muchos de ellos son "encantadores de serpientes" (principalmente mis primos de allá)... me quedo embobado escuchando... que no oyendo en muchos casos... acá me pasó lo mismo...

Felicidades por el relato... a mi me gustó mucho aunque creo que me perdí en algunos rincones. Error mío, no del autor, que conste en acta.
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Aprendiz de Meiga
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Aprendiz de Meiga »

Yo me he perdido bastante, cambia mucho de registro y el acento por escrito, me cansa.
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Oria
Me estoy empezando a viciar
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Oria »

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1ra lectura: ¡¡¡Diossssss qué bueno!!!

Sucesivas lecturas: Multiorgasmos cerebrales.

Me enamora esta manera de contarme las cosas, ese ritmo, ese decir como si nada dijera y ese divagar, perderte para volver a encontrarte. Ese meter conversaciones en medio de la narración de manera nada convencional para los convencionales pero tan rica para mí.
Las imágenes que muestras son... uff... Está lleno de momentos.

Momento pared:
Las paredes lo asfixiaban. Paredes de terciopelo, paredes de seda. Avanzaban hacia él. Paredes suaves, paredes sumisas[...]


Momento amanecer:
El sol despertó con un cigarrillo en mi boca
Pero no es cuestión de llenar esto de momentos. Me recordaste a Cortazar, Fogwill... che. Y a amig@s argentinos que escriben como vos. Un gusto.

:eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap:

bueh, che, se te fue alguna que otra tilde y alguna cosilla.
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Minea
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Minea »

No estoy acostumbrada a leer los acentos, esto mezclado con la forma filosófica en que está escrito ha hecho que me pierda en algunas ocasiones.
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Ororo
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Ororo »

Opino como Oria. Hay muchísimas frases que resaltar de este relato.
Lo releeré por el simple gusto y para desgranarlas.
:D
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Emperatriz_Infantil »

A mi me ha costado un poco meterme en el relato, y la historia, aunque no muy interesante, está bien contada, pero como no me ha llegado. Demasiada poesía y metáfora, y no me convence, lo siento.
Aprecio muchisimo el esfuerzo del autor/a al escribirla, pero no es mi estilo ¡Gracias por compartir!

Kisses
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Leyendo 2 :101: Maldiciones de Segunda Mano, Drew Hayes

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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Desierto »

En mis notas sobre este relato hay un solo símbolo: un signo de interrogación enorme.
Está muy bien escrito y el lenguaje te transporta hacia un mundo muy especial, pero lo inconexo y el hecho de que parece que en ocasiones hay frases que están puestas por la mera belleza que poseen sus palabras lo hacen a veces algo confuso.
Me ha gustado, definitivamente, pero es una lectura difícil. Tendré problemas con él al enfrentarlo contra otros relatos más "convencionales" a la hora de decantar mi voto.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por takeo »

Pasa de primera a tercera persona. ¿Quién lo cuenta? ¿Quién es el narrador? Un poco confuso pero buena historia.
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Merridew
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Merridew »

Estoy con Ciro (coincidimos en casi todos los relatos que hemos comentado), Eki y Desierto, muy bien escrito (el mejor de los que he leído hasta el momento) pero al final me pregunto: ¿qué me ha contado? De este caerá una segunda lectura (como mínimo).
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Sunrise
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Sunrise »

Bueno, pués le encuentro muchas similitudes con algún que otro capítulo de "Rayuela", incluso me ha parecido ver por ahí a uno de sus personajes (Horacio Oliveira), a mi no me digusta, pero lo veo más como un capítulo suelto que como algo concreto.
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Fenix
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Re: CPIV- Lágrimas inútiles

Mensaje por Fenix »

Me contaba un brasileño envidioso que, a los argentinos, cuando se les exprimen le salen dos gotas. Un vendedor de perritos calientes de Sevilla, a un amigo mío argentino, no le cobró porque decía que haberlo escuchado hablar había sido como escuchar música clásica. Y así he sentido yo el relato: dos gotas de mensaje envueltas en una sinfonía. Por cierto ¿me puede explicar alguien cómo salir del relato? Ando perdido.
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