CPIV - Cuando el miedo te hace cosquillas -Vinn

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Arwen_77
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CPIV - Cuando el miedo te hace cosquillas -Vinn

Mensaje por Arwen_77 »

Cuando el miedo te hace cosquillas

Marina me agarró con fuerza de la mano. Ese gesto de apoyo me proporcionó algo de seguridad en un lugar donde nos sentíamos completamente desprotegidos. Los dos temblábamos, no de frío, como la mayoría de pasajeros que no pertenecían a nuestro grupo podían pensar, sino que aquel castañeo de dientes nacía de un miedo aplastante. Un miedo que nos había acompañado durante los últimos años de nuestra vida, en continua lucha contra él, sombra de nuestra sombra. Deseábamos con la mayor insistencia despedirnos de él para siempre y este viaje nos había sido recetado para curar aparentemente el mal que nos aislaba de una vida repleta de felicidad.
Eran las doce de la noche cuando el piloto del avión notificó por los altavoces que íbamos a aterrizar. Fue entonces cuando los malditos síntomas reaparecieron, esta vez mucho más debilitados, aunque todavía con la fuerza suficiente como para torturarnos. Las manos comenzaron a sudar formando una laguna sobre mis palmas, le siguieron los pies, la frente y por último las rebeldes axilas que despedían un olor que incomodaba. Ahí no terminó la angustia, sino que la boca dejó de segregar saliva, los músculos se tensaron, el corazón me palpitaba con locura, sentía vértigo y unas incontrolables ganas de vomitar. Todos los complementos de un traje de ansiedad que me habían colocado a la fuerza.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Marina con sorprendente tranquilidad.
—Sí —le mentí.
—Aguanta, no nos va a pasar nada. Te lo prometo. —me apretó la mano con tanta energía que casi me rompe los huesos de los dedos—. Esto va a ser como un viaje de fin de curso.
Marina había dejado de temblar y permanecía serena en su asiento sin inmutarse lo más mínimo. No tenía más remedio que mostrar una falsa seguridad. Debía mentirme, debía mentirse. De vez en cuando se le escuchaba respirar profundamente varias veces, ejercicios que formaban parte de sus técnicas de relajación cotidianas. Sus dos senos subían y bajaban, livianos en la inspiración y pesados como rocas en la expiración. Parecía que aquellos movimientos lograban calmarla progresivamente. Yo, en cambio, estaba empapado en sudor. Traté de imitarla sin éxito. Mi respiración en lugar de ser pausada, se aceleraba como la de un caballo al galope. Si no hubiera sido por la ayuda de Marina me hubiese tirado por la ventanilla al vacío en busca de un prado por el que correr libre, lo más lejos posible de aquella situación tan desesperante.
Me bastó observar a mis compañeros para reconocer lo patético de nuestra situación. La mayoría se revolvía en sus asientos como gusanos agonizantes. Algunos estaban tensos, con la mirada fija en el cabezal del asiento delantero, absortos, procurando alejar los pensamientos negativos de sus cabezas. Otros reían histéricos, con una euforia prestada para salir del paso. Y los más débiles se llevaban al estómago unas pastillas de color rojo que iba repartiendo la señora Torres con cuentagotas.
—Tranquilizaos, por favor —dijo la señora Torres mientras vertía el contenido del frasco sobre la palma de su mano—. Estoy aquí para ayudaros. No os va a pasar nada. Hoy vamos a olvidarnos del tratamiento que hemos seguido hasta ahora y podréis tomar una de éstas si estáis muy nerviosos. Sólo una, ¿de acuerdo?
La señora Torres siempre había sido muy amable con nosotros. Conocía en profundidad nuestro problema y nos comprendía porque, justamente, ella también pasó por lo mismo hace muchos años y sólo así se puede llegar a entender lo nuestro. Es una mujer poseedora de una paciencia infinita que nunca utilizaba una palabra fuera de lugar, ni subía el tono de voz innecesariamente. Por el pasillo del avión repartía pastillas como un rey mago que reparte caramelos. Sin embargo, mis compañeros no las recibían con la característica inocencia de un niño, ellos las esperaban con una nociva exasperación. Esa exasperación que conduce al drogadicto al abismo. Cuando llegó mi turno formé un circulo con los labios para pronunciar una clara negación, porque quienes optaron por tomarlas perdieron la batalla y yo no quería convertirme en un perdedor. Me demostré fuerte. Rechacé las pastillas, aunque me moría de ganas por ingerirlas.
De repente, los altavoces se activaron otra vez. Una azafata de voz dulce nos pidió que nos pusiéramos los cinturones porque el avión iba a aterrizar. Aquello provocó el caos. Estábamos cruelmente unidos a nuestro destino mediante unas cuerdas ceñidas al vientre. Grité porque el cinturón me quemaba, me ardía y quería salir corriendo bien lejos. Marina, como hasta entonces, se mantuvo en silencio y seguía cubriendo como una madre con sus manos las mías. Los que siempre habían gritado, gritaron. Los valientes que no se habían curado, gritaron. Quienes mintieron a la señora Torres, gritaron. Y entre gritos y sollozos el avión descendió dócilmente de altura sin escuchar nuestras plegarias por volver a casa. El piloto hacía atravesar con gran destreza a la ingrávida masa metálica por entre un mar de nubes y nos trasladaba, sin saberlo, hacia un lugar tan terrible que nos sentíamos reos en una prisión infranqueable. Por las ventanillas, el cielo se desvestía de sus blancas ropas y en el horizonte se dibujaba lo que parecía la silueta de una ciudad inmensa con rascacielos clavados como velas de un octogenario en un pastel demasiado pequeño. Cuanto más claras eran las líneas de aquellos edificios, más altos eran nuestros gritos. Las azafatas no supieron cómo actuar, la situación les sobrepasó. Quisieron contentar a todos, tranquilizar a los que chillaban y calmar los nervios del resto de pasajeros que pedían explicaciones. Al final acabaron creyendo que teníamos fobia a los aviones. Se equivocaban. No me dan miedo los aviones, no me aterra volar, ni a Marina, ni a los demás. ¡Menuda bobada! Nuestro miedo es algo más que miedo. Por mucho que hubiéramos querido explicar lo que nos pasaba a los demás pasajeros, jamás lo hubieran comprendido, aunque usáramos las expresiones más aclaradoras. Para entenderlo hay que vivirlo, es necesario sufrirlo. Te tienen que arder las entrañas. Y a mí me ardían.
Me desabroché el cinturón. No aguantaba más.
—¿Qué haces? —me preguntó Marina mientras me agarraba por el brazo.
Ni siquiera me giré para contestarle. Avancé en silencio por el pasillo entre la hilera de asientos, luego apresuré mi marcha y, cuando escuché el característico sonido de un cinturón al soltarse, comencé a correr. Corrí tanto como mis piernas me lo permitieron. Marina me seguía suplicándome, detrás suyo nos pisaba los talones una azafata enfurecida riñéndonos y haciéndonos recordar el peligro al que nos exponíamos al caminar por el avión cuando éste realizaba la maniobra de aterrizaje. Llegué a la puerta del baño antes de que me alcanzaran. La cerré de un golpe. Nada más aproximarme a la taza las arcadas hicieron acto en escena. Recorrían la garganta con una crueldad natural, deseando ver la luz del final del túnel. Mientras tanto las dos mujeres se habían aliado y golpeaban la puerta con la insistencia de un boxeador. Aún así no consiguieron evitar que vomitara. Vomité como nadie antes lo había hecho. Salpiqué la taza, el suelo y mi camisa, con los residuos de la cena. No sólo arrojé la comida al fondo del lavabo, sino que también escupí mis miedos, la bilis cargada de nervios, mi dignidad, me vomité a mí mismo. Era una escena deleznable. Yo, en el lavabo de un boeing, arrodillado, con el flequillo pegado a la frente por el sudor, temblando, llorando de rabia e impotencia, sucio, manchado de vómito y derrota. Me miré al espejo y vi a un cobarde de ojos ensangrentados. En mi mente las arrugas formaban las palabras ‘fobia’ y ‘social’, unidas para sabotear indefinidamente mi cuerpo. Entonces lloré hasta que las ruedas tocaron suelo firme. Habíamos llegado a Tokio, una ciudad repleta de gente de vidas sociales intensas, de restaurantes, de gigantescos centros comerciales, de ojos rasgados y miradas indiscretas. Había perdido, habíamos perdido.
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Atali
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Atali »

El usuario se ha dado de baja porque cree que los moderadores de este foro carecen de respeto.
Última edición por Atali el 18 Abr 2010 11:34, editado 1 vez en total.
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ciro
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por ciro »

Bien escrito, pero me dice poco.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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Minea
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Minea »

Me gusta como está escrito y desarrollado, al escribirlo en primera persona hasta puedes notar el agobio y el miedo, pero no había caído que a lo que tienen fobia era a los aviones.
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Ángel_caído
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Ángel_caído »

Sé lo que es la ansiedad, aunque nunca la ha experimentado con tanta intensidad, está muy bien conseguido, enhorabuena!

Yo entiendo (a lo mejor me equivoco) que el miedo no es al avión sino al hecho de que se estaban acercando a una gran ciudad llena de vida social a la que tendrían que enfrentarse cuando aterrizaran...
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Sunrise
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Sunrise »

Me ha gustado, sé lo que es la ansiedad en el avión aunque no hasta ese grado, además tengo más miedo en el despegue que en el aterrizaje y aún no entiendo porque a los que sienten más miedo los sitúan en los asientos dónde se ve el alerón, vamos, que no ves paisaje (claro que yo no lo miro porque si veo el mar empiezo a pensar que nos caemos alli y seremos pastos de los tiburones -aunque sea en el Mediterráneo-, da igual, yo veo las siluetas de los tiburones desde arriba). Lo del vómito me ha gustado menos, estaba comiéndome un dónuts y me revolvió un poco el estómago :mrgreen: lo cuál es bueno, porque significa que el relato transmite.
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Ororo
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Ororo »

Me ha gustado mucho por varios motivos:
Está muy bien escrito (qué pena esa "expiración"...)
Parece que el que lo ha escrito ha padecido realmente ese miedo.
Es una historia de intento de superación.
Muy bien descrita la sensación de pánico y sus consecuencias físicas.
Un escenario grotesco muy bien descrito: he visto a esos pobres gritando en sus asientos.
El final, lejos de ser esperanzador porque ha terminado el viaje, es el principio de una nueva tortura...

"Vomité mi dignidad, me vomité a mí mismo."
Enhorabuena!
:eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap:
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takeo
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por takeo »

Demasiado miedo que además no le hace cosquillas, creo. ¿A qué se dedica para tener que pasar por el avión, Tokio…? Qué tortura.
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Merridew
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Merridew »

No me ha quedado claro de qué iba (voy a tener que dejar de leer en el metro con el ipod puesto)
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Emperatriz_Infantil
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Emperatriz_Infantil »

Me ha gustado, está muy conseguido, realmente logra transmitir el miedo y la angustia de estar en un avión, pero aparte de eso no me ha dicho nada más.
Sin embargo, la explicación de Angel Caido me ha parecido muy interesante :o

Kisses
Leyendo :101: Malibú Renace, Taylor Jenkins Reid
Leyendo 2 :101: Maldiciones de Segunda Mano, Drew Hayes

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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Emma »

He quedado desconcertada. Creo que es confuso, al final ¿es una fobia a la multitud, a los espacios abiertos, a volar? ¿fracasan los que toman pastillas? ¿él no por no tomarlas pero sí cuando vomita? No me ha quedado claro. Aún así está bien escrito y logra transmitir la angustia del protagonista.
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Nieves
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Re: CPIV - CUANDO EL MIEDO TE HACE COSQUILLAS

Mensaje por Nieves »

Por una parte me gusta porque logra transmitir el miedo y la ansiedad muy bien. Queda un poco confuso a qué le tiene miedo, aunque yo he creído entender que es a la gente, a moverse en sociedad. Lo que no comprendí para nada por qué dice que ha perdido, es más que todos han perdido :?
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lord_krayzer
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Re: CPIV - Cuando el miedo te hace cosquillas

Mensaje por lord_krayzer »

Me ha gustado.
me parece que la idea en si del relato es que el lector empatice con el protagonista y hacerlo participe de
su miedo.
No queda claro cual es en si el miedo; porque no ha de ser la idea del relato, sino transmitir la frustracion que se puede llegar a sentir cuando una fobia se apodera de ti en el momento menos oportuno.
Vemos como intenta superar ese miedo, como lucha contra el en una batalla contra su mente mas
primitiva alla en el hipotalamo y vemos con tristeza que es derrotado en esta batalla.
Si la intencion era preñarme con angustia y desesperación, lo ha logrado.
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Ororo
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Re: CPIV - Cuando el miedo te hace cosquillas

Mensaje por Ororo »

Yo entendí que era una terapia de shock. Al principio te hace creer que es fobia a volar, contándonos lo mal que lo pasan todos y las pastillas para tranquilizarse. Al final, cuando parece que ya van a aterrizar y su miedo se va, es cuando empieza la verdadera terapia, porque tienen fobia en realidad a las multitudes.
Dice que han fracasado porque no logran vencer su miedo después de, seguramente, meses de terapia pasiva.
Muy bueno!
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Gabi
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Re: CPIV - Cuando el miedo te hace cosquillas

Mensaje por Gabi »

Logró transmitirme la angustia y desesperación del protagonísta. Muy bien escrito.
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