I Negra: El devorador de Chelsea -Desierto (3º Popular)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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I Negra: El devorador de Chelsea -Desierto (3º Popular)

Mensaje por julia »

Me despertó un dolor de cabeza agudo como una lanza. Abrí los ojos para ver que los dígitos verdosos del despertador, más allá de la bruma que aún empañaba mi vista, marcaban las 8:13. No sabía si de la mañana o de la noche, pero la verdad es que me importaba más bien poco.
No me quedaba más remedio que levantarme, sabía que cuando aquella jaqueca llegaba no podía volver a dormir a menos que tomara algo. Tanteé con el pie fuera de la cama y tropecé con una botella de vodka. Vacía, claro.
Miré hacia la calle: así que eran de la noche. Saint Martin Street brillaba con las luces de todos los restaurantes abiertos y hasta nuestro piso llegaba el ajetreo de la calle. Tenía que ser viernes. Odiaba el barullo que cada noche tenía que aguantar con los trabajadores del centro peleándose por una mesa en los restaurantes de Leicester Square o pandillas de borrachos de camino al Soho, especialmente el fin de semana, pero era Dani quien pagaba y decía que ella tenía que vivir cerca del meollo de las galerías.
Sonó el teléfono. Descolgué y cerré los ojos con fuerza al ser golpeado por el ruido de sirenas y megáfonos que sonaban al otro lado del auricular. Sólo entendí las últimas palabras.
–Vente ahora mismo, Alexander. Esto es para ti.
No tuve que buscar en los números de los portales para encontrar la dirección que me había dado el capitán Connaught. Los destellos azules y rojos que barrían el callejón me indicaron el lugar como una brújula. Arrancaban a los agentes que ya estaban allí sombras que se arrastraban lúgubres por los muros de ladrillo y se enganchaban en las escaleras de incendios, como queriendo escapar de sus dueños y de la escena del crimen.
Hacía frío. La niebla empezaba a llegar como surgida de todas partes y de ninguna a la vez. Me subí la solapa del abrigo y escondí la barbilla tras la bufanda. Un escalofrío asqueroso me atravesó desde la espalda hasta el vientre. Mierda de noche.
Ignoré la cinta amarilla con la que uno de los chicos acordonaba la zona mientras encendía un cigarro. Me dio la sensación de que decía algo, a mi espalda, después de que la cinta quedara arrastrando por el asfalto tras mi paso, pero estaba demasiado cansado como para escuchar sus quejas. Eso sí, mi mano izquierda sí que supo dirigirle un gesto obsceno, levantando un dedo, aún con el mechero entre los dedos.
–¡Que te jodan, Kowalski!
–Déjame en paz, Martin.
El dolor de cabeza parecía haberse instalado como inquilino fijo durante las últimas semanas. Sólo parecía aliviar tras el cuarto o quinto vodka, y aquella noche no había desayunado aún. Debía de ser el único poli del Departamento de Investigaciones Criminales de Scotland Yard que bebía vodka en vez de whisky escocés. Cicatrices de una madre borracha de Bratislava de la que aprendí “todo lo que sabía”.
Estaba aburrido de las mismas escenas, día tras día, semana tras semana… esa noche estaba de un humor especialmente malo y se me iba agriando a cada paso que daba. Sabía lo que me iba a encontrar: el cuerpo del negro, subsahariano, de Senegal o de Costa de Marfil, el del blanco, pálido y enfermizo, ruso o rumano; los casquillos de bala, la sangre negra y sucia en el suelo de esta ciudad que las viejas mafias ex soviéticas se negaban a ceder a los chicos nuevos. Por mí podrían hacernos el favor de terminar de matarse unos a otros. Así podríamos descansar.
Al llegar hasta el capitán advertí en su mirada que estaba equivocado, que aquello no era lo mismo de siempre.
–¿Un café, detective? –dijo acercando hacia mí una taza humeante.
–Aparta eso de mi vista, jefe. ¿Qué tenemos?
Me miró severo, directamente a los ojos enrojecidos, pero no hizo comentario alguno a mi exabrupto. Se limitó a hacer su pequeña introducción.
–Algún pirado parece que quiere ser el nuevo Jack. Se ha cargado al dueño de una camisería y le ha arrancado el corazón. La víscera no parece andar por aquí. Se la habrá llevado de trofeo.
–¿Drogas? ¿Mujeres? ¿Hombres?
–Nada. Aparentemente respetable. Mujer y dos hijas. Sin historias extrañas.
–¿Es como el del otro día del distrito de Enfield?
–Eso parece… y llamaron desde Birmingham esta mañana. Encontraron un cuerpo que debía de llevar más de dos semanas en una zanja pero que parece que puede seguir el mismo patrón.
–Mierda.
–Sí, eso digo yo: mierda.
Me acerqué hasta la zona que ya marcaban los de la científica con un extraño nudo en el estómago. Me fijé en que todo el mundo evitaba dirigir la mirada hacia el cuerpo tendido sobre el asfalto.
Lo peor no era el hueco negro en el centro del pecho, como un pozo hacia las tinieblas, ni las heridas por todo el torso, los brazos abiertos en cruz, con extraños diagramas y símbolos hechos a cuchillo. Lo peor eran los ojos. No habían perdido el brillo, como otros cadáveres, sino que miraban fijos hacia el cielo, en una súplica muda, en un grito congelado en el aire que flotaba a su alrededor como creando un particular infierno gélido, húmedo y repugnante.
Ni siquiera me di cuenta de que iba a llegar la arcada. La impresión fue tan brusca que antes de que pudiera evitarlo estaba de rodillas a su lado, vomitando la poca bilis que pugnaba por salir de mí como para alejarse de aquella escena.
–¡¿Pero qué haces, Kowalski?! ¡Estás contaminando el escenario, joder! –gritó el teniente Green, de la científica, mientras me daba un empujón para alejarme del cuerpo.
No creo que hubiese sido su intención que me cayera al sueño. Tampoco sé por qué me sentó mal, si es que lo hizo… no lo sé; simplemente, había pulsado algún tipo de interruptor.
Me alcé de un salto del suelo y le partí la nariz de un puñetazo. Antes de que pudiera concienciarlo, el capitán me sujetaba los brazos por detrás y a Green lo apartaban de allí un par de novatos, la cara alzada, un pañuelo sobre la nariz brillando con el carmín intenso de la sangre nueva y gritando amenazas de bravucón de bar.
–¡Llévate a tu perro rabioso de aquí, Walter, y enciérralo en una jaula!
El capitán me alejó de allí a empellones sin muchos miramientos. Cuando estuvimos lejos de la escena me acorraló contra un furgón.
–¿Pero qué diablos te pasa, Alexander? ¿Estás loco? ¿No sabes que pueden echarte por una cosa así?
–Lo siento, jefe, no sé qué me ha pasado… he perdido los estribos.
–¿Estás bien? ¿Todo en orden con tu chica…?
–Dani.
–Eso, sí, Danielle…
–Todo en orden. No hay problema.
–Mira –dijo apartando de sí todo rastro previo de preocupación paternalista–, te he consentido salidas de tono como ésta en otras ocasiones porque eres quien eres, pero sabes que estás en el punto de mira. Para el resto del mundo no eres más que un mocoso borracho con suerte, ¿me entiendes? El único que sabe de verdad el talento que tienes soy, yo, y te advierto que se me está empezando a olvidar. ¿Está claro?
–Cristalino.
–Así que no la cagues más, Kowalski. Tenemos que pillar a ese cabrón y tienes que hacerlo tú, ¿vale? O estás acabado.
–Entendido.
–Y aléjate del vodka.
–Necesitaré una lista de sus clientes y extractos de sus últimas facturas, interrogar a su mujer y a sus vecinos, hay que…
–¿Pues a qué estás esperando? Ponte a trabajar, que para eso te pago.


¡Cuando llegué a casa la luz de la cocina estaba encendida. Dani y yo podíamos vivir juntos porque ella también tenía horarios de lechuza. Eran las dos de la mañana y se estaba preparando la cena.
–Hola, cariño, hay para ti. Pollo con almendras.
Sonaba música celta y había encendido velas en el salón. Me había preparado un Stolichnaya con Fever-Tree, se había puesto un vestido y se había maquillado. Ella sabía tener ese tipo de detalles aunque no tuviéramos que celebrar más que estábamos juntos y era martes. Estaba preciosa con su melena negra suelta, alborotada, cayendo graciosa a su espalda como una cascada de noche.
Se acercó a mí, me tendió la copa y me dio un beso cálido como una noche tropical, un beso que sabía a canela y a ron y a madera.
–Frank ha vuelto a preguntar por ti.
Se acabó la magia.
–¿Otra vez con ese niñato megalómano? No pienso seguirle el cuento. Y ya me molesta bastante que tengas que hacerle tú la pelota.
–Vale… paz. ¿Qué tal tu día?
–Horrible, ya lo sabes. Hay un cabrón cargándose gente por todo Londres y no hay forma de pillarlo. No deja pistas, las víctimas no tienen relación alguna aparente…
–Oye, ya sé lo del secreto de sumario y todo eso, pero… ¿no podrías quedar algún día con Frank y contarle los detalles que puedas? Sería importante para mí, para la galería.
–¿Otra vez con ése? ¿Pero por qué tiene esa obsesión conmigo y con mi trabajo?
–Desde que sabe que eres poli del departamento de investigación quiere conocerte, dice que estáis más cerca de la verdad que cualquiera de nosotros… le apasiona la estética de la violencia. Según él, la única vía para encontrar el alma del hombre se encuentra en la depravación. Dice que estamos todos encadenados por la luz, engañados por su creador, y que la oscuridad nos aterra porque así hemos sido programados y que si vencemos el asco y el miedo y nos adentramos en las tinieblas podremos volver a ser ángeles y podremos desafiar de nuevo a Dios.
–Es un puto luciferino medio loco, un satánico como los góticos de mi barrio en Brighton.
¬–No lo entiendes, Alex, desde Bacon no ha habido nadie como él. A mí todas esas historias me parecen chorradas de psiquiatra, pero ahora mismo el futuro de la galería depende de él… he apostado demasiado por ese chico.
–No me puedo creer que sea tan bueno. Es enfermizo –dije, posiblemente con más pasión de la que quería.
Ella me miró, juguetona, sarcástica.
–¿Estás celoso?
–No es eso, es que es llegar a casa y…
–¡Estás celoso!
–¡Para, Dani!
Se lanzó sobre mí para darme un beso. Yo correspondía con más pasión de la que me hubiese gustado mostrar. Me seguía volviendo loco, año tras año. Su cuerpo era firme y elástico, se acoplaba al mío como si hubiéramos nacido al mismo tiempo. Me seguía el juego, no le importó que me cargara su vestido de 600 libras.
Sudaba, jadeaba, gemía, pero…
–Cuidado, cariño… me estás haciendo daño…
No paré. No tuve cuidado. Cuando terminamos, los pantalones por las rodillas y la chaqueta aún puesta, tenía la sensación de que toda la mugre y la violencia de mis días habían conseguido encontrar un hueco para contaminar lo único que hasta ahora había guardado dentro de mí como sagrado, como intocable.
–Lo siento, cariño, yo…
–No pasa nada, cielo –dice recomponiéndose el vestido y acariciándome la cara–, en serio. Necesitas descansar. Nada más. Vamos a dormir.


Había dejado una nota en la mesita del vestíbulo:

“No tendré tiempo de pasar por casa, iré directamente desde la galería. No llegues tarde y ponte elegante. Nos vemos allí. Te quiero.”

Por detrás estaba la dirección de la mansión de Frank Bannister en Chelsea.
Ahogué una maldición. Ya se me habían acabado las excusas y no me había podido negar a asistir a la fiesta que daba ese advenedizo pintor desviado.
Llamé a su móvil. Apagado o fuera de cobertura, repitió varias veces la voz muerta de la operadora.
Me vestí despacio, interrumpido en numerosas ocasiones por ataques de rabia en los que encendía un cigarro o le pegaba una patada al sofá. La investigación estaba en un punto muerto. Durante las últimas dos semanas habían aparecido otros tres cadáveres sin que yo hubiese logrado avanzar lo más mínimo, y no estaba acostumbrado a aquello. Yo atrapaba a mi presa, por eso me llamaban “el perro de Connaught”. La frustración que me hacía sentir el verme atascado estaba empezando a hacer mella en mi vida personal. Mella de verdad. Más de la habitual, quiero decir. Tan sólo habíamos llegado a la elaboración de un perfil: el típico psycho; varón entre 30 y 40, acomodado, respetable y con una obsesión por los rituales caníbales y satánicos que posiblemente estuviera bien escondida. Las marcas en los cuerpos de las víctimas y la ausencia de corazón coincidían con ciertas prácticas de tipo “vampírico” de “robo de energía para alcanzar un estado superior” que se podían encontrar en el compendio macabro de los asesinos en serie.
Pero éste era extraordinariamente meticuloso. Ni un cabello, ni una huella, ni la más mínima relación entre las víctimas… Era un cabrón muy listo.
Y en medio de todo ese jaleo, me había visto obligado a asistir a una fiesta en casa del último niñato rico acariciado por la crítica que exponía en la galería de Dani; un crío consentido que jugaba con imágenes prohibidas.
¿Que me pusiera elegante? Dani se iba enterar. Con una sonrisa en la cara elegí mi vestuario lo mejor que pude y, anticipando mi travesura como el único pensamiento agradable que había tenido durante las últimas semanas, fui al trastero y desempolvé mis botas camperas: caña alta y puntera de bronce. A Dani aquellas botas simplemente la horrorizaban. Y no era para menos, eran la prenda más hortera con mucho de mi vestuario.
Mucho más contento que al despertarme con esa nota de color adornando gallardamente mi smoking, paré a un “Black cab” y le di la dirección.
Llegué puntual. Y el móvil de Dani seguía mudo. No me iba a ser fácil perdonarle que me hiciera la jugarreta de hacer que me presentara solo allí precisamente.
Un mayordomo que parecía sacado de una novela de Conan Doyle me recibió en la puerta y preguntó mi nombre. Tras hacer un gesto de grave asentimiento me guió hasta un salón de altos techos con una decoración moderna y minimalista que contrastaba con el aspecto vetusto de la mansión como una bofetada.
–Se presenta Alexander Kowalski, señor.
–Gracias, Hector. Puedes retirarte –escuché decir–. Hola, Alex, querido. Pasa. Ponte cómodo. Por cierto, me encantan tus botas.
Frank Bannister, Lord Bannister en realidad, era un tipo verdaderamente alto, alrededor de un metro noventa. Tenía el pelo negro y alborotado como si acabara de pasarle un huracán por encima. Vestía pantalón negro y chaqueta blanca, impoluta, muy señorial.
–Me han dicho que bebes vodka, ¿no es así?
Hice un gesto de asentimiento mientras me sentaba en un sofá de cuero blanco. Su cháchara me aburría hasta el punto de no poder sentir irritación ante los datos de mi vida privada que ese pasmarote manejaba.
–Ten. He preparado un pequeño aperitivo antes de la cena, a modo de “tapa” como hacen los españoles, si me explico –sonreía como un verdadero aristócrata, una sonrisa lobuna, falsa como un espejismo y helada como las piedras de hielo que brillaban en la cubitera del mueble bar–. Sé que te encantará.
Puso frente a mí un plato con algún tipo de carne cocinado en salsa. Lo cierto era que tenía hambre de verdad.
–¿Dónde está Dani? ¿No ha llegado todavía? –pregunté mientras tragaba la carne, dura y correosa.
–No te preocupes, enseguida entenderás todo.
Aquella sentencia no me gustó. De alguna forma extraña activó algo dentro de mí, ese sentido de observación subconsciente que llevaba años cultivando. De pronto, me fijé con más detenimiento en la sala en la que me encontraba. En las paredes había colgados varios cuadros en los que no había reparado al entrar. Eran imágenes de pesadilla, en tonos grises, negros y rojos carmín. Sin duda eran ésas las obras de las que Dani tanto me había hablado antes.
–Así que éstos son tus famosos cuadros…
–Así es. Algunos, el resto están en la galería, ¿te gustan?
–Me parecen repugnantes.
–Ésa es la idea –contestó sin dejarse molestar por mi rudeza… putos artistas–. Fíjate bien en ellos –dijo al tiempo que acercaba una copa hasta una mesita baja al lado del sofá donde me había acomodado.
Volví a mirar con detenimiento las pinturas. No porque él me lo hubiese sugerido, sino porque tenían una especie de magnetismo macabro, una suerte de atracción malsana.
De repente, lo vi. Como si fuera la primera vez, y algo así como un espantoso presentimiento comenzó a levantarse en mis intestinos. Allí estaban. Aquellas posturas… aquellas marcas… la misma arcada alzándose desde mis entrañas.
Una parte de mi mente me gritaba que estaba definitivamente loco, que mis celos y mi paranoia habían terminado por nublar mi mente de una vez por todas, pero otra gritaba que no apartase la mirada de aquellos cuadros, de aquellos escenarios de pesadilla donde, poco a poco, iba reconociendo aquello que más miedo me daba.
–¿Dónde están el resto de los invitados? –un miedo frío empezaba a subir por mi espina dorsal. No me atrevía a desentrañar su origen, era demasiado horrible incluso para la paranoia de un detective borracho.. Aproveché un momento en que Frank se daba la vuelta para arrojar el contenido de la copa en una maceta. Por una lado me sentía estúpido y ridículo; por el otro… no podía correr el riesgo
–¿Do… dónde está Dani?
–¡Oh! ¡Ya lo sabes, Alex, querido…!
Me miró. Directamente a los ojos. Tenía una mirada gris y fría que iba más allá de la locura que antes hubiese tenido oportunidad de contemplar.
–Tú y yo somos ángeles, Alex. Los dos hemos visto lo que hay más allá de esta pared de luz y no nos asusta. Sabes que ahí está la verdad, te guste o no.
–¿Dónde está Dani? –grité en un quejido que empezaba a reflejar la angustia ante lo que sabía que se avecinaba.
–Hace ya muchos años que devoré el corazón de mi madre. Aquello fue lo que me convirtió, Alex, aquello fue lo que me hizo crecer hasta lo que ahora soy. Tú puedes ser aún más grande que yo. Dentro de ti crece el latido del elegido, la fuente de toda verdad que debe ser mostrada a los ojos de los hombres, Alex… ¿qué tal está la copa?
Ahora veía; todo encajaba. Las piezas de aquella locura tomaban su forma, siniestra y terrible. Ahora veía la verdadera locura frente a mí, y, no como algún día hubiese supuesto, en mi interior, sino en los ojos de aquel demonio que se erguía con aquella sonrisa prepotente y desafiante ante mí. Allí estaba la arcada. El horror que latía en mi estómago ante la compresión de lo que acababa de devorar. Sin duda habría puesto alguna droga en la copa, nadie podría ser tan estúpido como para confesar así sin más, curare o ketamina… No moví ni un gesto de la cara. No me fue difícil, el espanto que sentía me había paralizado de forma más eficiente que cualquiera de esas sustancias.
–No te preocupes, Alex, muy pronto tú también serás capaz de verlo todo con la misma claridad que ahora yo lo hago. No voy a dejar que te pase nada, cielo… eres demasiado valioso.
En esta ocasión supe muy bien qué tipo de interruptor había apretado. Era el peor de todos, era el botón que activaba lo peor que había en mí, el impulso de atacar al monstruo con la misma tiniebla que había en mi interior.
Él se sentía protegido. Me creía paralizado por alguna química más allá del horror que sentía. Ni siquiera tuvo tiempo de alzar las cejas por la sorpresa cuando desenfundé mi Smith & Wesson de 9 mm y vacié el cargador sobre él. Los impactos le destrozaron la cara y borraron su sonrisa, dejando sus cuadros, al otro lado del cuarto, cubiertos por una mezcla de sangre, sesos y piezas dentales. Seguro que a ese monstruo le habría gustado cómo quedaron.
Después, muy despacio, abrí la ventana del salón. El calor del cañón me quemó los labios y la lengua, borrando el espantoso regusto que aún persistía en mi paladar. No me importó. Sabía que aún me quedaba una bala en la recámara.
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Sunrise
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Sunrise »

Otro relato que me ha gustado muchísimo. Al comparar al pintor con Bacon, queda claro que está medio zumbado y que algo nada bueno va a ocurrir con él. La parte en que el prota se encuentra con él es la que más me ha gustado, sobre todo el efecto-miedo que se produce en él cuando lo ve venir, eso hace el relato más convincente. Sólo me quedó una pequeña duda: la carne que el imitador de Bacon le invita a comer podría ser....Espero que el autor/a me saque de la duda. La frase con la que acaba me ha parecido genial.
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ciro
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por ciro »

Previsible y poco original para mi gusto. Yo creo que si, que lo que se come es el corazon de Dani.
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Ángel_caído
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Ángel_caído »

Es cierto que es previsible, cuando la mujer empieza a hablar del tal Frank ya te hueles que va a ser el asesino, pero aún así creo que es GENIAL!! Me ha encantado...enhorabuena!! Me he emocionado y he sentido miedo, la descripción del primer cadaver, de su mirada... es tremenda. Me encanta como está escrito, a mi me ha atrapado desde el principio... Quizá no termino de entender los motivos del asesino, cuando dice que Alex es el elegido, pero bueno, me encanta :402:
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Ororo
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Ororo »

Me ha gustado bastante este relato, pese a ser algo predecible y tener toques televisivos.
Lo que más me ha gustado, el protagonista y su mundo interno.
Y en cuanto lees la palabra "carne" hacia el final.... :noooo:
Ángel_caído escribió:Quizá no termino de entender los motivos del asesino, cuando dice que Alex es el elegido
Puede que sea por la parte "oscura" de Alex, su adicción, su violencia... tiene un fondo un tanto oscuro y el devorador lo ve.
Por suerte, le quedaba una bala en la recámara, porque vaya tela la situación... :roll:
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Escorpion
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Escorpion »

A mi también me ha gustado. Enhorabuena al autor
:wink:
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Felicity
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Felicity »

Me ha gustado bastante.
Es una historia interesante, intrigante y con buen final

Como pero. Diré que cuando la leía (sobretodo al final) me ha recordado a una mezcla de un par de novelas de pendergast :)

Pero esta, la tendré en cuenta como posible elección :D
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artemisia
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por artemisia »

me ha gustado, interesante y me ha convencido.
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kharonte
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por kharonte »

De los más curiosos. El principio, con ese tono de antihéroe propio del género, se desvía hacia la trama "oscura" y aunque la respuesta parece obvia uno sigue leyendo para confirmarlo.

Los pocos "peros" que le pongo son algún fallo gramatical y un cambio de tiempo verbal, que supongo que se debe a alguna reescritura. Recomendable para estómagos recios.
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Desierto
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Desierto »

Me ha gustado.
Es cierto que puede resultar presivisible, teniendo sólo tres personajes y además con el título que tiene... parece que la intención del relato no es esconder quién es el "malo". En cambio, la atmósfera está bien conseguida, con una buena descripción de la oscuridad que va llenando el alma del protagonista.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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SHardin
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por SHardin »

Saludos. Delicioso :mrgreen: . Se intuye algo sobre Frank nada más presentárnoslo pero no lo bastante para que me sorprenda el desenlace. Me encanta la manera en que está escrito, la atmósfera y sobretodo el método de contar toda una historia en tan poco espacio, una historia bien contada y con personajes bien definidos.

Una de mis preferidas.
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Cronopio77
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Cronopio77 »

Creo que el argumento (la idea) es bueno, pero que la trama (cómo se desarrolla la idea) flojea. Por un lado, el relato resulta un poco previsible, aunque también es cierto que eso es lo de menos; me da la impresión que el autor estaba más interesado en la ambientación que en el relato de los hechos (lo cual, dicho sea de paso, me parece muy bien, pues creo que es más interesante la recreación de un buen ambiente y una buena atmósfera que el relato minucioso y detallado de unos hechos).

Peor es que pienso que el protagonista es poco creíble. Al principio da la impresión de ser una persona desarraigada, ahogada por el alcohol y por una vida oscura, monótona, sin motivaciones. La atmósfera resulta, quizá un poco tópica, pero está bien lograda. Sin embargo, unos párrafos después, nos encontramos con un personaje felizmente casado (o arrejuntado: da igual), que adora a su mujer con un amor perfectamente consumado. En mi opinión, una tal contradicción es grave, porque destruye la atmósfera y dificulta la credibilidad de todo lo que sucede después.
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Arwen_77
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea

Mensaje por Arwen_77 »

Me ha gustado, a pesar de que, desde que nombran al pintor satánico, ya es bastante previsible que resulte ser el asesino. Realmente terrorífico y sobrecogedor, al más puro estilo Aníbal Lecter .
:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

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ciro
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea (3º Popular)

Mensaje por ciro »

Bueno, no era de mis favoritos, como ya dejé dicho en el comentario, pero enhorabuena por el premio.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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Ororo
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Re: I Negra: El devorador de Chelsea (3º Popular)

Mensaje por Ororo »

Enhorabuena también al 3er finalista popular!!!!!
A mí me gustó mucho lo oscuro y autodestructivo del protagonista :D
¿De quién es?
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