CRI: Para siempre -Cronopio77

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CRI: Para siempre -Cronopio77

Mensaje por lucia »

PARA SIEMPRE


Aún los veo. Se interponen cuerpos, bolsos, papeles que se agitan, pero aún los veo. Mi padre permanece serio; su mano izquierda se mueve alrededor del bolsillo de la camisa, en busca de la cajetilla de tabaco. Mi madre avanza y me saluda con la mano; se estira y se agacha para no perderme. Entreveo su gesto nervioso antes de que, otra vez, me ciegue el caos de cuerpos y objetos. Trato de enfocar el único espacio diáfano, pero apenas puedo intuir el rostro de mi madre. La imagen no tarda en desaparecer. Sé que mi padre se mantendrá firme, la mano izquierda siempre rondando el bolsillo de la camisa. Mi madre seguirá esforzándose para atisbarme en la vorágine. Yo, los bolsillos ya vacíos y sin cinturón, avanzo con la esperanza de superar cuanto antes el trámite.
No resta mucho para embarcar. Los asientos están abarrotados. Camino sin rumbo pese a la mochila que cargo a la espalda. Me cruzo con una mujer de mirada triste, que arrastra una maleta. Se detiene frente a un monitor, los ojos al cielo, y luego retoma el camino. Un hombre y una mujer permanecen en silencio. Él, los auriculares en los oídos, mira a la nada; ella, un libro en la mano, vigila las maletas. No se miran, no se hablan.
Coloco la mochila en el maletero y me siento. Me vuelvo para mirar por la ventanilla. Tras el edificio de la terminal se erige el anacrónico campanario del pueblo absorbido por la ciudad. Atisbo el movimiento del tráfico y adivino el tránsito rutinario de los peatones; lo vislumbro como si caminara yo también por sus estrechas calles, como si anduviera con la libertad de elegir derecha o izquierda en cada esquina, como si no tuviera más restricción que enfilar tarde o temprano la avenida que lleva al barrio, más tribulación que observar cómo las sombras se alargaban y la tarde devenía en noche, ya bajo la luz de las farolas que se entremezclaba con el fulgor rojizo del cielo, disfrutando del paseo solitario que ya en la oscuridad de la noche constituía el preludio de una nueva búsqueda de claves y matices ocultos en su mirada.
—¿Sabes si eso es para reciclar? —me preguntó, frente al lavabo.
Durante el tiempo que tardé en responder, lo miré tratando de aprehender su imagen, el color de sus ojos, los matices de su piel, la expresión de su rostro: los detalles que ya se me escapaban.
—No creo —respondí al fin, emulando una normalidad ridícula e injustificada—. Supongo que lo vaciarán en la basura.
—Lo tiraré fuera, entonces.
En silencio contemplé el visaje que conformaban sus rasgos, como si con ese examen pudiese confirmar el signo secreto que tantas veces había pretendido inferir de la sutil apertura de sus labios, de esa mueca para mí tan sensual, tan insinuante. Rubén permaneció quieto, vuelto hacia mí, con el papel arrugado en la mano. No se me ocurrió más que agarrar unas pocas toallitas, el rostro medio vuelto para seguir observándole, para seguir aprehendiendo la curva salaz de su boca, como si eso bastara para que el tiempo se congelase y se perpetuaran el gesto cautivador y la mirada escrutadora a la espera de que al fin yo retomara la conversación
«Es mi último día ¿sabes? El domingo me marcho por dos años»
y ya no más papel arrugado, solo pasillo libre e inabarcable
«¿y tienes mucho que hacer?»
tus dedos tamborileando, tu mirada ansiosa, inquieta, insondable
en el bar rodeados de música, tus labios contorneados por la espuma blanca, la luz vespertina anaranjada, enrojecida, fundida en negro al otro lado de la ventana
tu boca salaz, tu boca voluptuosa, tu boca turgente
imbuidos en la penumbra tiznada por el fulgor rojizo y titilador de la vela, frente a frente, el sonido evanescente de tus palabras y el tintineo del metal y la cerámica
nada más que reflejos amarillos en el piso límpido y húmedo, tus manos y mis manos entrelazadas, tu risa lúbrica y contagiosa, mi juego taumatúrgico de adentrarme y recorrerte despacio
noche atemporal, perenne, eviterna
escalones caóticos, tu rostro sacudido por la risa, tropezar y caer el uno sobre el otro en la oscuridad súbita de la entreplanta
«ssssh, los vecinos»
mi dedo despacio en tu mejilla, tu mano rastreadora, ajenos los dos a la rutinaria irrealidad del otro lado de las puertas
entrando y corriendo y colchón y prendas y sábanas
descubriendo despacio tu silueta sensible al dibujo de mi dedo, puntillismo de vello lábil, alquimia de ofidio serpenteando y recorriéndote inerme
siempre juego nocturno de caricias y sábanas, siempre invulnerable al hábito y al desaliento, siempre tu cuerpo electrizado por mi tacto.
—¡Hola!
¿Rubén?
Se oyen los motores. Sobresaltado, abro los ojos. La azafata cierra los maleteros.
—Vamos a despegar. Solo quería comprobar que lleva el cinturón abrochado.
—¡Hola!
¿Rubén?
Los motores rugen. Compruebo el cinturón. La azafata corre por el pasillo.
—Pensaba que estabas dormido.
—¿Eh?... No...
—Igual sí que estabas dormido —se ríe Rubén—. ¡Qué casualidad! ¿Adónde vas?
El avión se mueve despacio por la pista. Noto los baches. El sol entra, oblicuo, por la ventanilla.
—A Århus —respondo, dubitativo. Rubén está vuelto hacia mí.
—¡Yo también! Tengo un congresillo. Estaré allí una semana.
Se acrecienta el bramido de los motores. La aceleración nos clava en los asientos.
—Yo viviré allí durante dos años.
—Ni mas ni menos...—Rubén medita durante unos segundos—-. ¿Y ya conoces la ciudad?
—Sí, no es mal sitio. Al menos de abril a septiembre.
—Entonces ¿sabes llegar desde Billund?
—Es fácil. Hay que coger un autobús... o una furgoneta, según la gente que haya. —-Rubén escucha atento mis instrucciones. Seguimos ascendiendo. La luz de los cinturones permanece encendida—. No te preocupes: no tienes más que seguirme.
Allí, solo, al final del autoservicio, mientras dudaba qué postre elegir, parecía necesitar que alguien le guiase hasta la mesa, se sentara con él, le acompañase y le librara de la triste comida solitaria, cercada por conversaciones ajenas. Miraba el mostrador, avanzaba la mano derecha y la volvía a retirar; de perfil, el flequillo rozándole los ojos, el gesto serio y entristecido de quien no espera ya que le rescaten, parecía tan desvalido, tan indefenso.
—¿Te han dejado solo? —le pregunté, cuando ya había escogido unas natillas.
Me miró y yo absorbí la energía de su gesto, como si así pudiera atraerlo. El pelo se le movió al volverse y quedó oscilando por encima de sus cejas, de sus párpados entreabiertos.
—Hola —respondió. Luego se volvió para mirar a su alrededor—. Sí... bueno, no del todo. Han bajado muy deprisa, mientras yo estaba en el baño. Querían huir de mí —concluyó, guiñándome un ojo, abriendo los labios, dejándome entrever su lengua, señalando con la cabeza una de las mesas del fondo.
Después agarró la bandeja y se alejó en dirección a sus compañeros, y yo no pude sino mirar cómo se alejaba, cómo su silueta se difuminaba en el bullicio de la sala y desaparecía imbuida en la maraña de platos y cubiertos tintineantes y palabras entrecortadas sin significado.
—¿Y sabes cómo ir desde la parada del bus hasta la universidad? Imprimí unos mapas, pero me oriento fatal. Me alojo en la residencia, en el mismo campus.
—Hay un paseo, pero es fácil. Te acompaño hasta allí. Mi apartamento queda bastante cerca.
—No hace falta —responde, un poco cohibido.
Le miro, primero, y luego enfoco al fondo. Dos hombres que viajan juntos andan por la cabina. El primero avanza a trompicones y se tambalea; el sobrepeso dificulta su recorrido. El segundo refunfuña; su rostro denota reproche. Se detienen junto a la puerta de los servicios. Permanecen en silencio, los brazos cruzados.
—No te preocupes —contesto, quitándole importancia—. No me cuesta ningún trabajo.
—Gracias —dice, y vuelve a vacilar—. ¿Estás en la universidad? —me pregunta. Su tono denota confianza.
—Sí. Mi edificio queda muy cerca de la residencia.
—¡Genial! —sonríe—. Así, si me aburro en el congreso, puedo secuestrarte para tomar café... Y es seguro que voy a aburrirme —concluye, riéndose.
Solía llegar un poco más tarde, cuando ya nos habíamos acodado en una de las barras. Le veía hablar con sus compañeros, gesticular, llevarse las manos a los bolsillos, encogerse como si estuviera saliendo a la calle y una ráfaga helada le estremeciera, escudriñar la cafetería en busca de un sitio en el que acomodarse. Le miraba y trataba de no desvincularme de la conversación, protegido por la taza de café, moviendo los ojos de derecha a izquierda para no perderme ni uno solo de sus gestos, como si de entre ellos pudiera emerger un guiño, una insinuación, un mensaje cifrado. A veces pensaba que no importaba que se percatara de que le contemplaba mientras se dirigía a la barra, mientras bregaba por atraer la atención de los camareros; pero siempre terminaba por desvanecerse ese pensamiento utópico, siempre regresaba yo a la taza de café y a la conversación intrascendente. También me tentaba señalarle el pequeño hueco que solía haber a nuestro lado, indicarle con un gesto sutil que ese era el mejor lugar de toda la cafetería, que no importaba que no pareciera suficiente, que podíamos acomodarnos en el extremo, el uno frente al otro, mientras los demás continuaban sus conversaciones insulsas, y que eso mismo podría repetirse todos los días, una y otra vez, tu mirada tímida explorando el espacio indómito a mi lado, contrayéndose comprendido al fin el código secreto
aislados entre parlamentos transmutados en cadencias sin sentido
solos tú y yo en el rincón invisible, ocultos tras el muro sonoro de tazas y vasos
juego de manos y dedos recorriendo el contorno húmedo de tu boca
tu risa maliciosa y suave y brillante, tus ojos azules y humedecidos, tu espasmo multiplicándose al contacto de mi mano cálida sobre tu piel
el jardín, la cocina, la calle, la huida hacia rincones inaccesibles a la realidad paralela de la media mañana
tu estremecimiento, tu convulsión, mi dedo otra vez dibujando tu boca, mi mano perfilando tu vientre
libertad eviterna, juego interminable de roces, caricias, exploraciones
siempre mi mano rastreando tu cintura palpitante
—No sé si me animaré a irme dos años —dice Rubén—. Es mucho tiempo.
El ruido de los motores continua siendo intenso. Una de las azafatas nos ofrece participar en un sorteo. En las pantallas, el símbolo del avión queda sobre Francia. Ha aumentado la temperatura de la cabina.
—Ya —reconozco—. A mí tampoco me apetece... pero es lo que hay.
—¿Vas a vivir solo?
—Sí.
—¿Tu novia?
—No uso de eso —respondo.
—Yo tampoco.
Al otro lado del pasillo, una mujer trata de entenderse con la azafata, sin conseguirlo. Sus gestos manifiestan desesperación. El hombre que la acompaña mira una revista, sin inmutarse.
—Y aunque estuviera con alguien, no creo que me atreviera a marcharme con él durante tanto tiempo.
—¿Por qué?
—No funcionaría. Yo me voy porque no me queda más remedio: me obligan a hacer la mili. Pero ¿para qué se vendría mi chico? ¿Qué haría, a parte de esperarme para dormir juntos?
—No sé... Podría encontrar un trabajo.
—Podría...
—Además, lo importante es estar con la persona que quieres ¿no? —me interrumpe Rubén. Atisbo un brillo húmedo en su mirada.
Unas filas más adelante, junto al pasillo, una mujer avejentada se vuelve hacia la ventanilla. Se inclina una y otra vez, tratando de escudriñar la oscuridad. Su acompañante, incorporada, le ciega el ángulo. Sin inmutarse, la vista concentrada en la tarea, continúa el crucigrama.
—No me parece suficiente. La vida es mucho más que estar con otra persona, a pesar de que eso parezca lo único importante al principio. No creo que una relación pueda sostenerse así... si es que es posible de alguna manera.
—¡Qué optimista!
Rubén sonríe y se estira en el asiento. Enseguida vuelve a mirarme, con gesto inquieto y aprensivo.
—No me hagas caso... Aunque lo cierto es que todo es mágico al principio, pero solo hasta que la novedad se desvanece y se convierte en una rutina en la que se discute hasta por quién baja por la izquierda y quién por la derecha las escaleras del portal —reflexiono en voz alta—. Debería ser al revés. No tiene sentido que los sentimientos estallen al principio y luego vayan muriendo poco a poco. Deberían ir creciendo hasta culminar en pleno clímax.
Rubén me mira. Le devuelvo la mirada, sin disimular. Me concentro en sus ojos azules, que siguen mis movimientos, parpadean, continúan escrutándome sin esconderse, como si pudieran así atravesar el paramento de mi rostro y confundirse con mi pensamiento. Infiero una impresión de preocupación, de desamparo, la búsqueda de un refugio cálido en el que cobijarse durante la noche invernal de Århus, la noche silenciosa, lánguida, noctívaga de Århus
las atemporales callejuelas empedradas, tu mano junto a la mía, tu calor y mi calor fluyendo de uno a otro
tu mano indicándome el vetusto edificio, las vigas cruzadas de madera, los ladrillos de colores, la tenue luz de los pequeños faroles
ucronía esotérica, solos tú y yo en el tiempo detenido y sin límites
los anaqueles, los tarros, la balanza metálica, las pequeñas pesas, el blusón y el amplio faldón de la dependienta, la fórmula magistral del trimalciato de ergomanina
tu risa y mi risa imbricadas, atemporales, eviternas, embebidas en la imagen atávica de la apoteca
el montoncito de nieve en los escalones, el embarcadero, el canal infinito
luces reflejadas más allá del horizonte, la superficie espejada y rizada por la suave brisa, una y otra vez repetidas entre líneas paralelas
tus dedos entrelazados con los míos, tu voz silente imbricada con la mía, tu cuerpo y mi cuerpo partícipes del estremecimiento sempiterno, tu mano y mi mano electrizadas
siempre caminando, siempre cabe el reflejo moteado de la superficie
—¿No crees que idealizas demasiado lo que debería ser una relación?
Suena el aviso de los cinturones. Compruebo que tengo el mío abrochado. Las azafatas continúan ofreciendo productos.
—No creo... ¿Por qué?
—El enamoramiento irracional es pasajero. Una relación real es otra cosa.
—Sí, eso es lo que dice la teoría. Pero por algo le damos tanta importancia a esa sensación presuntamente idealizada: por eso soñamos con ella y la expresamos de tantísimas formas. Quizá es porque la teoría falla y la realidad ni se parece a lo que nos gustaría que fuera.
—No entiendo adónde quieres llegar.
—Es fácil. Basta con que mires a tu alrededor.
La mujer que antes trataba de escudriñar la ventanilla rebusca en su monedero. Una pequeña turbulencia la desequilibra; varias monedas caen al suelo. Se agacha por entre los asientos para recuperarlas; murmulla y se contorsiona con gran dificultad. Se acompañante continúa concentrada en el crucigrama, sin prestarle atención.
—Creo que exageras. Nunca he estado lo bastante con alguien para comprobarlo, pero es evidente que hay otras cosas. —Infiero un matiz de ansiedad en la mirada de Rubén.
—¿Qué cosas? En los cuentos viven felices y comen perdices... pero nunca explican que alguien ha de bajar a comprar los ingredientes, pasarse un buen rato en la cocina, poner y quitar la mesa, fregar los platos... Y eso sin contar con que uno puede querer la perdiz en escabeche, y el otro, con chocolate.
—Cosas reales, no literatura romántica. Cosas que no pueden descubrirse si no se experimentan. —Su mano se ha desplazado hacia mi asiento.
—¿Y no crees que eso también es una idealización, tan o más grande que la mía?
Una turbulencia nos sacude. El hombre grueso que un rato antes se tambaleaba al caminar por el pasillo, rebusca en el maletero. Sostiene con gran esfuerzo una mochila mientras hurga en la otra. Otra turbulencia le zarandea. Apenas logra evitar que los bultos se le caigan al suelo. Suda y respira hondo. Un azafata acude en su ayuda. Su acompañante continúa leyendo.
—Pero la gente se empareja y vive feliz durante muchos años. —La voz de Rubén suena ansiosa, imploradora.
—Quizá solo los mantiene unidos el recuerdo de lo que fue. Como un juguete viejo y roto que se guarda como fetiche de un tiempo que ya nunca va a regresar.
—Los sentimientos cambian. —Percibo la mirada penetrante de Rubén. Su mano tiembla, inquieta, muy cerca de la mía—. Pasados unos años, una relación no es como al principio, eso es cierto. Pero eso no implica que ya no sea de ninguna manera. Igual basta con encontrar a la persona adecuada —termina inclinado hacia mí, esperando mi respuesta.
—Es bonito pensar así... pero lo cierto es que no estamos programados para permanecer emparejados tanto tiempo. Al principio todo es divertido, incluso limpiar juntos el cuarto de baño. Pero luego... Ni siquiera tiene sentido biológico que una pareja se mantenga unida toda la vida.
La mujer que antes trataba de entenderse con la azafata está pálida. En cada turbulencia se acerca a la boca una bolsa para el mareo. El hombre que viaja con ella continúa atento a su revista, sin inmutarse.
—Entonces ¿qué es lo que propones?
—¿Proponer? Nada...
Rubén está nervioso. Escruta lo que ocurre a su alrededor y me mira con los ojos muy abiertos, a la espera de mi respuesta. Mueve la cabeza agitadamente. Las turbulencias continúan. Se oyen un ruido seco y un grito. Una azafata recorre el pasillo a toda velocidad.
—Simplemente —continúo— acepto mi idealización. Asumo que el clímax inicial es lo mejor y que luego los sentimientos decaen, se desvanecen y se apagan. Y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
—¿Y no te parece una conclusión triste? —Continúa el brillo húmedo en la mirada de Rubén. Su mano casi roza la mía.
Las turbulencias son cada vez más intensas. Un fuerte golpe trastabilla a la azafata, que se estrella contra un asiento. Se oyen gritos. Cruje el fuselaje del avión.
—Puede... pero es lo que es.
—¡Abróchense los cinturones! ¡Sitúen los respaldos de sus asientos en posición vertical! ¡Plieguen las mesillas! ¡Desconecten completamente todos los aparatos electrónicos!
Otra fuerte sacudida nos zarandea. La luz titila. La puerta de uno de los maleteros oscila. Oigo gritos agudos. Alguien o algo pesado cae al piso.
—Sería mucho mejor que hubiese un modo de congelar lo que se siente al principio, para que nunca se desvanezca —pienso en voz alta.
—Pero eso no es posible —responde Rubén en susurros. Siento el suave contacto de sus dedos.
—No, no lo es.
Rubén mira a su alrededor y luego escruta mis ojos, parpadea, se retira un mechón del flequillo mientras su mirada húmeda se mantiene fija en mí, mientras sus dedos siguen rozando mi mano. Sus labios tiemblan y se entreabren; puedo ver sus dientes, su lengua.
—Simplemente —continúo— sería un perfecto final feliz. Los sentimientos se acrecientan, estallan en el clímax final y quedan congelados para siempre.
Los golpes continúan, el fuselaje cruje, sobreviene un silbido agudo que me taladra el oído, la cabina trepida, me ahoga un intenso olor a humo.
Siento entonces tu cuerpo junto al mío, tu gesto sobrecogido, tu calor, tu temblor, tu escalofrío
—¡Nos estrellamos!
mi mano en tu cuello, en tu hombro
crujimos, saltamos
tu cuerpo tenso y relajado cabe el mío
—¡Vamos a morir!
¡sí!, al fin te acaricio y me abrazas
taladrados por el pitido
¡sí!, circunnavego con mis dedos el contorno de tus labios
tiembla y trepida la oscuridad absoluta
el sabor de tus dientes, mis dientes, tu lengua, mi lengua
miles de fragmentos nos
tu calor, tu temblor
el aire huracanado
¡sí!, son ahora
estalla
¡sí!, para siempre uno
caemos
¡sí!, para siempre uno
caemoscaemoscaemoscaemos
para siempre.
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Emisario
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Emisario »

La idea me parece genial, sin embargo me he perdido en varias ocasiones en el cambio de escenas. A mi gusto le faltó desarrollo entre líneas. Felicito al autor/a.
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kharonte
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por kharonte »

Mira que me gusta hacer uso de las frases cortas y de los tonos entrecortados, pero aquí me he sentido más perdido de lo que creo necesario.

Sobre todo, no sé si esa combinación de tiempos y lugares me debe desorientar porque es la idea o porque se ha fallado en la redacción. Hay un cambio verbal repentino en mitad de un párrafo, a partir del cual todo se encadena de forma que roza lo atropellado. Y lo que debe (por el contexto final) ser un sueño, o un deseo imaginado, parece un recuerdo del pasado, añadiendo confusión.

En términos generales el relato me gusta, pero creo que le falta un punto de coherencia interna.
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ciro
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por ciro »

Creo que es un ejemplo perfecto de pedantería mal utilizada en el lenguaje. Empecemos. Rostro salaz. Salaz ¿qué? Salaz significa demasiado o bastante. Es decir el rostro puede ser salaz hermoso, salaz moreno,... pero no solo salaz. Sigamos: noche noctivaga. Noctivaga significa que anda vagando por la noche. Es decir que para el autor/a la noche anda vagando por la noche. Bueno, si el lo dice. Paramento de mi rostro, referido a ocultar sus pensamientos. Un paramento es un adorno que cubre, en este caso el rostro. Es decir se necesita el adorno, no puede ser el mismo rostro un paramento.
Libertad eviterna. Eviterna significa que tiene principio pero no tiene fin. ¿Quiere decir que su libertad tiene principio pero no tiene fin? No lo entiendo. Por cierto cuando hay turbulencias se avisa al principio de que se abrochen los cinturones, no esperan a que un obeso ande con la maleta trasteando, y nunca he oido que manden desconectar los moviles y he volado alguna vez, ¿es que influyen en las turbulencias?
La historia deslavazada y confusa. Por un lado la poesia, por otra la prosa.
Lo siento si soy demasiado duro, pero es que me parece la antítesis de como se debe escribir.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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Albabooks
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Albabooks »

No me ha gustado demasiado, esas descripciones cortaban mucho el argumento, además tal y como está contado queda un poco caótico y confuso... Pasaba de la realidad a la imaginación del protagonista, cambiaba el tiempo verbal de golpe... En alguna ocasión perdí el hilo y tuve que volver atrás para releer...

Lo siento muchísimo, en serio, odio decir cosas así :( :(
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Ororo
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Ororo »

Precioso. Ese final es explosivo. Pero vamos por partes.
Decís que el texto es muy confuso, que abusa de los cultimos y uno se pierde en varias ocasiones, y yo opino exactamente lo mismo. Desde el principio, no sabes dónde está ni dónde embarca, lo cual augura un relato al que hay que prestar mucha atención.
La diferencia, es que a mí me gusta esta forma de escribir, aunque se haya pasado con palabras nada cotidianas y cambios bruscos de escenario. Yo tampoco veía claro si los encuentros con Rubén eran recuerdos o qué. De todas formas, para mí lo importante es la belleza que destila cada párrafo, independientemente de la confusión.
También me ha parecido que el narrador y Rubén toman posiciones demasiado extremas en cuanto al tema que discuten. Pero es muy bueno ver a través del resto de pasajeros del avión cómo las parejas pasan las unas de las otras, cada uno a la suya, sin siquiera ayudarse. ¿Qué mejor ejemplo práctico de lo que el narrador opina?
Además, me parece muy romántico que en mitad del caos y el horror, ellos sigan dialogando mirándose, ajenos a todo lo que ocurre.
Y, como decía, un final extremo y precioso, prefiriendo mantener para siempre el buen recuerdo que seguir rutinariamente algo que acabará sin tener sentido.
A mí me ha emocionado, aunque si no fuera tan excesivo en confusión y lenguaje, sería perfecto.
Lo que está claro es que los labios de Rubén están para comérselos :P

Enhorabuena :D
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Elisel
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Elisel »

Lo siento, no me gusta. Los cambios son bruscos y las ensoñaciones del narrador rompen el ritmo. Me resulta tedioso que los protagonistas hablen y hagan reflexiones sobre la vida y el amor y en la trama principal solo haya dos personas sentadas en el asiento de un avión. Vamos, que no está pasando nada.

El principio es muy confuso. De hecho entre la confusión y el aire de tristeza con el que está escrito he pensado que el narrador estaba en el puerto a punto de coger un transatlántico para emigrar para siempre. No entiendo tanto desasosiego en un aeropuerto cuando solo va a pasar un par de años en la universidad y puede coger un avión y volver a casa cuando quiera. Parece que se vaya para no volver jamás.

Aun así, has tenido el acierto de narrar en presente. Hay gente que olvida que un narrador que hable en pasado está vivo. Los muertos no cuentan historias, a menos que el autor haga trampas, claro.
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Topito »

La pega que le veo es el caos. Existen autores que utilizan el caos en sus narraciones pero una vez comienzas ese caos se ordena en tu mente, imagino que autores con mucha experiencia saben cómo conseguirlo (a mí me resultaría muy difícil hacerlo, por no decir imposible).

Cuando un lector se pierde al principio pensando una cosa que luego es otra pero al avanzar en la lectura comienza a ver el relato con la misma visión que el autor, abandona el caos y comienza la comprensión del texto, no digo entenderlo que no hace falta sino disfrutar de la narración (ya he indicado esto en otro relato). Eso es lo que me ocurre con este relato. Lo comienzo, el caos me rodea, me pongo nervioso, pero este neviosismo sigue hasta el final, no desaparece, y, por tanto, me frustro.

Es complicado y me parece por parte del autor una gran valentía escribir un relato de éstas características. No es fácil manejarlo. En ese sentido mi enhorabuena por la valentia, por el esfuerzo que tiene la redacción de un texto cómo éste. No todo el mundo se atrevería. Y uno tiene que ser valiente a la hora de escribir.

Lo bueno, existen parráfos que me han gustado muchísimo. Las últimas líneas son geniales. A partir de:
—¡Nos estrellamos!
Me gusta muy mucho.
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por jilguero »

Me gusta mucho la cadencia del relato, la forma de entremezclar los pensamientos y los diálogos. Me gusta también la manera de criticar la realidad, con desesperanza y esperanza simultánea, una de cal y una de arena (al menos así me llega a mi). Y Jilguero, que es de la opinión de que en la mayoría de los casos los diálogos estropean los textos, piensa que los de este relato son interesantes y que no desmerecen del resto. Resumiendo, muy buen relato, escrito de forma peculiar. Quizás algunas comas y puntos adicionales facilitarían su lectura. El final, aunque muy romántico, no me ha convencido del todo. Posiblemente porque Jilguero sea una criatura tan apegada a la vida que le parece imposible vivir semejante exaltación amorosa mientras se estrella en un avión. Eso sí, si hay gente capaz de hacerlo, lo justo es que sean ellos a quienes el destino elija para estrellar su avión :evil: y que puedan disfrutar del “para siempre” al menos por unos segundos. :D
Última edición por jilguero el 03 Nov 2011 12:11, editado 2 veces en total.


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Conphoos
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Conphoos »

Es un relato que aunque no me ha llegado a calar, me parece bastante interesante. Tanto por la forma, cuando se describen los deseos, como por ese final, poco creíble, pero muy hermoso.

Debo reconocer que, sobre todo la parte del principio he tenido que volver a leerla.
Quizás el resultado no sea de lo mejor, pero el arriesgarse se valora.

Por cierto, ciro, a mí en el diccionaro si busco salaz me sale esto:
salaz.

(Del lat. salax, -ācis).

1. adj. Muy inclinado a la lujuria.
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por xabeltrán »

Un relato un tanto caótico. :? Me gusta la idea, y los protagonistas, pero no entiendo los saltos entre escena y escena y la necesidad de insertar esas frases como en un limbo narrativo. :?:

El autor sabe escribir muy bien pero coincido con Ciro: en el relato resulta un poco pedante. :( La historia de amor me parece algo difuminada. Podría haber tenido más importancia y haberse narrado de una manera más clara. Tal como está no me convence.

Creo que el autor ha dado más importancia al cómo -la narración- que al qué -la historia de amor-, y se nota. No me ha convencido, lo siento. :( :60:
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por ciro »

Conphoos escribió:Es un relato que aunque no me ha llegado a calar, me parece bastante interesante. Tanto por la forma, cuando se describen los deseos, como por ese final, poco creíble, pero muy hermoso.

Debo reconocer que, sobre todo la parte del principio he tenido que volver a leerla.
Quizás el resultado no sea de lo mejor, pero el arriesgarse se valora.

Por cierto, ciro, a mí en el diccionaro si busco salaz me sale esto:
salaz.

(Del lat. salax, -ācis).

1. adj. Muy inclinado a la lujuria.
Tienes toda la razón, en mi demencia senil lo confundí con asaz. De todas maneras "Un rostro muy inclinado a la lujuria" tampoco me cuadra mucho.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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imation
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por imation »

pues lo siento, pero no he podido con él, no lo he terminado
Leyendo: Ensayos, George Orwell.


"Se dispersa y se reúne, viene y va", Heráclito.
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Gavalia
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Gavalia »

Me ha parecido demasiado farragoso y confuso. Me gustan los ejemplos visuales para refutar la idea del pasotismo parejil. Me sobraron los palabros raros, pero bueno...por qué no? si....(después ciro me lo aclara y aprendo) así que gracias.
Reconozco que me costó mucho terminarlo, pero, que menos que eso, digo terminarlo :wink:
En paz descanses, amigo.
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Isma
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Re: CRI - Para siempre

Mensaje por Isma »

Me resulta confuso de leer y un poco pedante. Hay partes del texto que no entiendo, como lo del reciclaje del principio. Los párrafos intercalados entre la historia principal del avión me distraen. Me parece un mal recurso el insertarlos así, tal cual. ¿De dónde vienen? ¿Quién los narra, o quién los piensa? No encuentro respuesta. Algunas pistas ayudarían bastante a entenderlos -quizás, indicar que menganito o fulanito pensó tal o cual cosa- pero soltarlos así, de sopetón, me parece una solución rápida. El completarlos con un vocabulario rebuscado añade quizás pretensiones de una complejidad que no se alcanza.

En fin, es una crítica descarnada, lo sé. Espero que el autor pueda excusarme, porque lo que sí creo es que sabe y puede escribir con imaginación y profundidad, visto este relato. A mí, simplemente, esta historia en concreto no me ha llegado.
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