CPVII: El dulce canto del mar - Eleanis
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CPVII: El dulce canto del mar - Eleanis
El dulce canto del mar
Sus ojos volaban de los acerados tiburones a las mantarayas, de las medusas gelatinosas a los caballitos marinos, se detenían fugazmente en la tortuga de carey, cuya cara le recordaba siempre a una vieja desdentada, y después descendían al fondo de arena clara, donde los cangrejos ermitaños arrastraban sus moradas temporales. Y así, saltaban de un lugar a otro, hasta que, finalmente, reposaban en los fosforescentes corales donde anidaban las anémonas, entre cuyos tentáculos se escondían los peces payaso, sus favoritos. De esta forma, domingo tras domingo, el universo marino se desplegaba ante sus ojos extasiados, en el acuario municipal de la ciudad.
Durante la semana, Esteban atendía su trabajo en el ayuntamiento, entre las voces acaloradas de los contribuyentes que protestaban por el alza de los impuestos, los estampidos de los sellos de goma y los zumbidos de las impresoras, los ruidos de la calle y la aburrida música ambiental. Pero todo —las voces, los sellos y las impresoras, la música y los ruidos de la calle— permanecía en la frontera del mundo terrestre, mientras sus pensamientos y sus visiones erraban por el azul profundo del mar de cristal del oceanario.
Ese domingo, a las cuatro de la tarde, apenas abiertas las puertas del museo, como era su costumbre entró y se dirigió a la sala principal. Se detuvo frente al enorme cristal que lo separaba del mundo de sus ilusiones, y a la vez le permitía contemplarlo. Miró, aquí y allá, los destellos de plata de los bancos de peces, los repliegues de la superficie del agua, que reflejaban la luz en ondas azules y blancas, los caracoles que se arrastraban por el fondo como collares de cuentas multicolores, hasta que su mirada buscó las anémonas y los peces payaso. Sus peces payaso. Fue entonces cuando algo imposible llamó su atención. Entre las oscuras rocas, unos ojos lo observaban. Unos ojos grandes, verdes y luminosos, como de mujer. Cambió ligeramente de posición para verlos mejor, y entonces vio la cara. Excitado, sin poder dar crédito a la visión, la señaló con la mano, al tiempo que gritaba:
—¡Miren! ¡Una mujer entre las rocas! ¡Allí atrás!
—¿Adónde? —le respondió a coro una pareja—. ¡Adónde!
—¡Allí! ¡Está mirándonos! —volvió a gritar, cada vez más excitado.
—¡No hay nada allí!
—¡Detras de la roca más grande! ¡Cómo no la ven! —insistió, con los brazos extendidos, las manos abiertas…
—Lo siento, amigo, pero no hay nada ahí. Creo que necesita una visita al oculista —dijo el hombre. Y tomó a su mujer por el brazo y se la llevó.
Se quedó solo, frente al cristal, fascinado por esos ojos verdes que lo miraban desde el fondo marino. Y recién salió de su turbación al escuchar un susurro, como de copas de cristal tintineando. Acercó un oído al vidrio y ya no tuvo dudas. Sonaba como el canto de una vieja araña de caireles en la brisa de otoño, y venía del hueco entre las rocas.
—¡Vengan! ¡Acérquense y escuchen! ¡Hay alguien allí dentro! —vociferó y gesticuló incitando a los visitantes a que se acercaran al cristal.
La gente se arremolinó a su alrededor.
—Yo no escucho nada, ¿y tú, Jaime? —preguntó una mujer a su esposo.
—¡Por supuesto que no! ¿Cómo piensas que alguien puede estar dentro del agua? Este hombre está loco. Vayámonos de aquí —respondió enfadado el esposo.
—¡Papá, papá! ¡Sí! ¡Escucha las campanitas que vienen de allá, detrás de los corales! ¡Escucha! ¡Escucha! —dijo un niño pequeño, tratando de arrastrar a su padre hacia la pared del acuario.
—Vamos, hijo. Ya hemos hablado mucho de tus fantasías —le contestó el padre, llevándoselo del brazo.
Y otra vez lo dejaron solo, sumido en un desconcertante silencio interior, como si su mente se hubiera apagado de golpe y fuera incapaz de crear un solo pensamiento. Permaneció un rato atrapado en los dibujos ondulantes de las baldosas del piso. Después buscó la libertad en la ventana que daba al parque, en las doradas hojas del otoño y el álamo acunado por el viento, pero el agua de la fuente lo trajo de regreso a la realidad.
—¿Estoy volviéndome loco? ¿Alucino? —pensó—. Pero yo vi esos ojos y escuché ese canto… Sí, yo sólo; los demás nada vieron ni escucharon — y concluyó—: Estrés, demasiado trabajo, pediré mis vacaciones anticipadas…
Lentamente, como si llevara un peso enorme en la espalda, encaminó sus pasos hacia la puerta, pero a mitad de camino volvió su mirada hacia el cristal. Tuvo la sensación, entonces, de que estaba despidiéndose de algo muy amado y, sin darse cuenta, su atención se trasladó a las rocas. Y la vio, asomándose otra vez. La mujer del mar estaba ahí. Y su cara era hermosa y perfecta, como una muñeca de porcelana antigua; sus cabellos, blancos como la tiza, ondeaban en largos rizos con el movimiento del agua; la boca era como una rosa cerrada, y la piel del cuello y los hombros parecía de alabastro.
Entonces se dio vuelta para ocultarse entre las rocas.
Y él vio su cola…
—¡Pero si no existen! —pensó—. ¡Todos sabemos que no existen!
Sin embargo, estaba ahí, ante sus ojos que la veían y su mente que no creía. Hablar con alguien…, contarle a alguien su descubrimiento… Tal vez al encargado del acuario… Sería infructuoso, ya lo sabía. Decidió guardar para sí su maravillosa revelación, pero fue incapaz de esperar hasta el domingo siguiente. Y esa noche, con algunas herramientas en el bolso, regresó al museo.
Como funcionario municipal que era, unos meses antes lo habían destinado a reemplazar temporariamente a un empleado del museo que estaba de licencia por enfermedad. Esto le había permitido disfrutar a diario del acuario, pero también conocer todas las salas y sus recovecos. No le resultó difícil, en consecuencia, forzar la pequeña ventana de un cuarto de baño que daba a uno de los lados del parque. Sabía, por lo demás, que la alarma no funcionaba desde hacía años y esperaba que no la hubieran reparado. En caso contrario, huiría rápidamente por la misma ventana.
Una vez en la estancia principal, observó el gran cristal delante del universo de sus sueños. No se asombró de que las luces estuvieran encendidas, pues había escuchado que la luz era necesaria para el metabolismo de las algas y los corales. Pero, ¿cómo entrar? Recordó que en uno de los extremos de la sala había una puerta que nunca había abierto. Estaba sin cerrojo, entró y a través de una escalera de madera accedió a la parte superior del acuario. La pequeña sala se hallaba ocupada casi por completo por los sistemas de filtración, oxigenación del agua e iluminación. El ruido que producían estos aparatos era ensordecedor, aunque sus oídos no podían escucharlo pues su mente estaba ya en el agua. Rápidamente se desnudó, guardó las ropas en el bolso, que escondió tras un armario, se puso las aletas, la máscara y el esnórquel, y se sumergió en el acuario.
La temperatura del agua le resultó agradable, pero la corriente era muy fuerte, sobre todo en la superficie, donde los filtros descargaban su caudal, por lo que nadó ágilmente hacia el fondo, hacia las rocas oscuras. Nada más llegar, vio los cabellos blancos y ondeantes, y la mirada verde que lo invitaba a acercarse. Se quedó estupefacto observándola, pensando en que no podía ser cierto. Se extasió ante su rostro sensual, su cuello largo y esbelto, los pechos pequeños que terminaban en rosados pezones, la piel tersa, sus bien formadas curvas… Pero, entonces, desde la boca de fresa de ella, los caireles volvieron a tintinear, y los ojos verdes lo atraparon, como una serpiente a un pájaro. Y ya no recordó más…
Despertó, horas después, al lado de ella, sin su equipo de buceo, respirando el agua…, con un cuerpo y aletas de sirena… Ahora era un tritón.
La turbación en que se hallaba no le impidió, sin embargo, montar en cólera al encontrarse con los ojos de ella, que lo miraban con ternura.
—¡Por qué me has hecho esto! —gritó, y las palabras huyeron a la superficie como burbujas, extinguiéndose poco a poco. Y gritó aun más—: ¡Yo tengo mi vida, y quiero visitarte sólo cuando me plazca! ¡No vivir acá adentro!
Pero, en un instante, la ira se transformó en tristeza y el estupor en una nostalgia profunda.
«¿Por qué me has hecho esto? Yo sólo quiero amarte, pero…
—Ven a mí… —le interrumpió ella, dulcemente—. Ven a mí…
Y lo abrazó.
Él se dejó hacer, y después correspondió a sus caricias. Y ella lo amó como nadie lo había amado antes. Nadie lo había amado antes…
Nadaron tomados de las manos, entre las sepias cobrizas y los calamares resplandecientes, los pulpos musculosos y la tortuga con cara de vieja. Se asombró de lo fácil que le resultaba evitar los afilados corales y los tentáculos de las medusas venenosas, nadar velozmente, aun contra la corriente, y por encima de todo, asimilar que ya no era un hombre.
Con gráciles movimientos, se acercaban a la superficie, jugaban entre los pliegues del agua y regresaban al fondo, subían y bajaban, subían y bajaban una y otra vez. Y, así, nadando y amándose, pasaron la noche.
Al alba, ella lo condujo al escondrijo entre las rocas, donde deberían permanecer a salvo de miradas indiscretas durante el día. Sin embargo, la recóndita morada nupcial, su oculto nido de amor entre las rocas oscuras, el lugar donde podría —y debería— pasar de aquí en más las horas de vigilia de los humanos en compañía de su amada, no era la íntima residencia de los dos amantes del mar… ¡Sino de muchos!
Otros siete tritones galanteaban a su adorada princesa. Y poco tardó en darse cuenta de que todos eran sus amantes. Y que la noche que había pasado a solas con ella, era sólo eso, su primera noche, pues, a estas alturas, ella estaba amándose con todos a la vez.
Acongojado, la llevó aparte y le habló:
—No está bien lo que haces. Me diste tu amor y reclamaste el mío. Yo soy tuyo, tú eres mía…
—Te equivocas, mi amado amante —respondió ella, mirándolo dulcemente, como una madre a su hijo—. El amor es libertad. ¿Existe algo más natural que compartir el amor? ¿Acaso, en el mundo del que vienes, aunque estén viviendo en parejas, las mujeres y los hombres no codician a otras personas en su corazón? ¿Y no es por convenciones morales y religiosas que desisten de entregarse al amor con ellas? ¿No es eso una negación de los ritmos de la naturaleza en favor de una imposición cultural?
—Pero tus parientes, los delfines, son monógamos… ¿O no lo sabías? —le recriminó duramente Esteban.
—¿Monógamos? No sabes nada de ellos, no has vivido entre ellos. No sólo no son monógamos, sino que también disfrutan de las relaciones sexuales con individuos de su mismo sexo a fin de establecer y mantener vínculos afectivos dentro del grupo.
—Pero, entonces…
Pacientemente, la sirena continuó explicándole:
—Te han contado muchas cosas que no son ciertas, como gran parte de la cultura que ustedes han construido sobre cimientos endebles…
—Como fuere, ¡no quiero esto! ¡No me gusta! —la interrumpió Esteban bruscamente, enfadado.
—Pero sólo tienes una opción —dijo ella, con suavidad, eligiendo cuidadosamente las palabras para serenarlo—: Abrir tu corazón y abandonar los condicionamientos culturales, y así ganarás tu libertad.
Esteban enmudeció por unos instantes, y después, con voz segura, respondió:
—No, tengo otra… —Tomó entre sus manos un gran trozo de coral blanco, filoso como una navaja. Y gritó—: ¡Si no puedes ser sólo mía, no lo serás de nadie! —Y se abalanzó sobre ella, como una fiera desatada.
Entonces, los demás tritones lo rodearon y se lo llevaron aparte …
A la mañana, el encargado del acuario municipal no pudo refrenar un grito de espanto, cuando el gran tiburón blanco vomitó, entre las anémonas y los peces payaso, una cabeza humana.
Sus ojos volaban de los acerados tiburones a las mantarayas, de las medusas gelatinosas a los caballitos marinos, se detenían fugazmente en la tortuga de carey, cuya cara le recordaba siempre a una vieja desdentada, y después descendían al fondo de arena clara, donde los cangrejos ermitaños arrastraban sus moradas temporales. Y así, saltaban de un lugar a otro, hasta que, finalmente, reposaban en los fosforescentes corales donde anidaban las anémonas, entre cuyos tentáculos se escondían los peces payaso, sus favoritos. De esta forma, domingo tras domingo, el universo marino se desplegaba ante sus ojos extasiados, en el acuario municipal de la ciudad.
Durante la semana, Esteban atendía su trabajo en el ayuntamiento, entre las voces acaloradas de los contribuyentes que protestaban por el alza de los impuestos, los estampidos de los sellos de goma y los zumbidos de las impresoras, los ruidos de la calle y la aburrida música ambiental. Pero todo —las voces, los sellos y las impresoras, la música y los ruidos de la calle— permanecía en la frontera del mundo terrestre, mientras sus pensamientos y sus visiones erraban por el azul profundo del mar de cristal del oceanario.
Ese domingo, a las cuatro de la tarde, apenas abiertas las puertas del museo, como era su costumbre entró y se dirigió a la sala principal. Se detuvo frente al enorme cristal que lo separaba del mundo de sus ilusiones, y a la vez le permitía contemplarlo. Miró, aquí y allá, los destellos de plata de los bancos de peces, los repliegues de la superficie del agua, que reflejaban la luz en ondas azules y blancas, los caracoles que se arrastraban por el fondo como collares de cuentas multicolores, hasta que su mirada buscó las anémonas y los peces payaso. Sus peces payaso. Fue entonces cuando algo imposible llamó su atención. Entre las oscuras rocas, unos ojos lo observaban. Unos ojos grandes, verdes y luminosos, como de mujer. Cambió ligeramente de posición para verlos mejor, y entonces vio la cara. Excitado, sin poder dar crédito a la visión, la señaló con la mano, al tiempo que gritaba:
—¡Miren! ¡Una mujer entre las rocas! ¡Allí atrás!
—¿Adónde? —le respondió a coro una pareja—. ¡Adónde!
—¡Allí! ¡Está mirándonos! —volvió a gritar, cada vez más excitado.
—¡No hay nada allí!
—¡Detras de la roca más grande! ¡Cómo no la ven! —insistió, con los brazos extendidos, las manos abiertas…
—Lo siento, amigo, pero no hay nada ahí. Creo que necesita una visita al oculista —dijo el hombre. Y tomó a su mujer por el brazo y se la llevó.
Se quedó solo, frente al cristal, fascinado por esos ojos verdes que lo miraban desde el fondo marino. Y recién salió de su turbación al escuchar un susurro, como de copas de cristal tintineando. Acercó un oído al vidrio y ya no tuvo dudas. Sonaba como el canto de una vieja araña de caireles en la brisa de otoño, y venía del hueco entre las rocas.
—¡Vengan! ¡Acérquense y escuchen! ¡Hay alguien allí dentro! —vociferó y gesticuló incitando a los visitantes a que se acercaran al cristal.
La gente se arremolinó a su alrededor.
—Yo no escucho nada, ¿y tú, Jaime? —preguntó una mujer a su esposo.
—¡Por supuesto que no! ¿Cómo piensas que alguien puede estar dentro del agua? Este hombre está loco. Vayámonos de aquí —respondió enfadado el esposo.
—¡Papá, papá! ¡Sí! ¡Escucha las campanitas que vienen de allá, detrás de los corales! ¡Escucha! ¡Escucha! —dijo un niño pequeño, tratando de arrastrar a su padre hacia la pared del acuario.
—Vamos, hijo. Ya hemos hablado mucho de tus fantasías —le contestó el padre, llevándoselo del brazo.
Y otra vez lo dejaron solo, sumido en un desconcertante silencio interior, como si su mente se hubiera apagado de golpe y fuera incapaz de crear un solo pensamiento. Permaneció un rato atrapado en los dibujos ondulantes de las baldosas del piso. Después buscó la libertad en la ventana que daba al parque, en las doradas hojas del otoño y el álamo acunado por el viento, pero el agua de la fuente lo trajo de regreso a la realidad.
—¿Estoy volviéndome loco? ¿Alucino? —pensó—. Pero yo vi esos ojos y escuché ese canto… Sí, yo sólo; los demás nada vieron ni escucharon — y concluyó—: Estrés, demasiado trabajo, pediré mis vacaciones anticipadas…
Lentamente, como si llevara un peso enorme en la espalda, encaminó sus pasos hacia la puerta, pero a mitad de camino volvió su mirada hacia el cristal. Tuvo la sensación, entonces, de que estaba despidiéndose de algo muy amado y, sin darse cuenta, su atención se trasladó a las rocas. Y la vio, asomándose otra vez. La mujer del mar estaba ahí. Y su cara era hermosa y perfecta, como una muñeca de porcelana antigua; sus cabellos, blancos como la tiza, ondeaban en largos rizos con el movimiento del agua; la boca era como una rosa cerrada, y la piel del cuello y los hombros parecía de alabastro.
Entonces se dio vuelta para ocultarse entre las rocas.
Y él vio su cola…
—¡Pero si no existen! —pensó—. ¡Todos sabemos que no existen!
Sin embargo, estaba ahí, ante sus ojos que la veían y su mente que no creía. Hablar con alguien…, contarle a alguien su descubrimiento… Tal vez al encargado del acuario… Sería infructuoso, ya lo sabía. Decidió guardar para sí su maravillosa revelación, pero fue incapaz de esperar hasta el domingo siguiente. Y esa noche, con algunas herramientas en el bolso, regresó al museo.
Como funcionario municipal que era, unos meses antes lo habían destinado a reemplazar temporariamente a un empleado del museo que estaba de licencia por enfermedad. Esto le había permitido disfrutar a diario del acuario, pero también conocer todas las salas y sus recovecos. No le resultó difícil, en consecuencia, forzar la pequeña ventana de un cuarto de baño que daba a uno de los lados del parque. Sabía, por lo demás, que la alarma no funcionaba desde hacía años y esperaba que no la hubieran reparado. En caso contrario, huiría rápidamente por la misma ventana.
Una vez en la estancia principal, observó el gran cristal delante del universo de sus sueños. No se asombró de que las luces estuvieran encendidas, pues había escuchado que la luz era necesaria para el metabolismo de las algas y los corales. Pero, ¿cómo entrar? Recordó que en uno de los extremos de la sala había una puerta que nunca había abierto. Estaba sin cerrojo, entró y a través de una escalera de madera accedió a la parte superior del acuario. La pequeña sala se hallaba ocupada casi por completo por los sistemas de filtración, oxigenación del agua e iluminación. El ruido que producían estos aparatos era ensordecedor, aunque sus oídos no podían escucharlo pues su mente estaba ya en el agua. Rápidamente se desnudó, guardó las ropas en el bolso, que escondió tras un armario, se puso las aletas, la máscara y el esnórquel, y se sumergió en el acuario.
La temperatura del agua le resultó agradable, pero la corriente era muy fuerte, sobre todo en la superficie, donde los filtros descargaban su caudal, por lo que nadó ágilmente hacia el fondo, hacia las rocas oscuras. Nada más llegar, vio los cabellos blancos y ondeantes, y la mirada verde que lo invitaba a acercarse. Se quedó estupefacto observándola, pensando en que no podía ser cierto. Se extasió ante su rostro sensual, su cuello largo y esbelto, los pechos pequeños que terminaban en rosados pezones, la piel tersa, sus bien formadas curvas… Pero, entonces, desde la boca de fresa de ella, los caireles volvieron a tintinear, y los ojos verdes lo atraparon, como una serpiente a un pájaro. Y ya no recordó más…
Despertó, horas después, al lado de ella, sin su equipo de buceo, respirando el agua…, con un cuerpo y aletas de sirena… Ahora era un tritón.
La turbación en que se hallaba no le impidió, sin embargo, montar en cólera al encontrarse con los ojos de ella, que lo miraban con ternura.
—¡Por qué me has hecho esto! —gritó, y las palabras huyeron a la superficie como burbujas, extinguiéndose poco a poco. Y gritó aun más—: ¡Yo tengo mi vida, y quiero visitarte sólo cuando me plazca! ¡No vivir acá adentro!
Pero, en un instante, la ira se transformó en tristeza y el estupor en una nostalgia profunda.
«¿Por qué me has hecho esto? Yo sólo quiero amarte, pero…
—Ven a mí… —le interrumpió ella, dulcemente—. Ven a mí…
Y lo abrazó.
Él se dejó hacer, y después correspondió a sus caricias. Y ella lo amó como nadie lo había amado antes. Nadie lo había amado antes…
Nadaron tomados de las manos, entre las sepias cobrizas y los calamares resplandecientes, los pulpos musculosos y la tortuga con cara de vieja. Se asombró de lo fácil que le resultaba evitar los afilados corales y los tentáculos de las medusas venenosas, nadar velozmente, aun contra la corriente, y por encima de todo, asimilar que ya no era un hombre.
Con gráciles movimientos, se acercaban a la superficie, jugaban entre los pliegues del agua y regresaban al fondo, subían y bajaban, subían y bajaban una y otra vez. Y, así, nadando y amándose, pasaron la noche.
Al alba, ella lo condujo al escondrijo entre las rocas, donde deberían permanecer a salvo de miradas indiscretas durante el día. Sin embargo, la recóndita morada nupcial, su oculto nido de amor entre las rocas oscuras, el lugar donde podría —y debería— pasar de aquí en más las horas de vigilia de los humanos en compañía de su amada, no era la íntima residencia de los dos amantes del mar… ¡Sino de muchos!
Otros siete tritones galanteaban a su adorada princesa. Y poco tardó en darse cuenta de que todos eran sus amantes. Y que la noche que había pasado a solas con ella, era sólo eso, su primera noche, pues, a estas alturas, ella estaba amándose con todos a la vez.
Acongojado, la llevó aparte y le habló:
—No está bien lo que haces. Me diste tu amor y reclamaste el mío. Yo soy tuyo, tú eres mía…
—Te equivocas, mi amado amante —respondió ella, mirándolo dulcemente, como una madre a su hijo—. El amor es libertad. ¿Existe algo más natural que compartir el amor? ¿Acaso, en el mundo del que vienes, aunque estén viviendo en parejas, las mujeres y los hombres no codician a otras personas en su corazón? ¿Y no es por convenciones morales y religiosas que desisten de entregarse al amor con ellas? ¿No es eso una negación de los ritmos de la naturaleza en favor de una imposición cultural?
—Pero tus parientes, los delfines, son monógamos… ¿O no lo sabías? —le recriminó duramente Esteban.
—¿Monógamos? No sabes nada de ellos, no has vivido entre ellos. No sólo no son monógamos, sino que también disfrutan de las relaciones sexuales con individuos de su mismo sexo a fin de establecer y mantener vínculos afectivos dentro del grupo.
—Pero, entonces…
Pacientemente, la sirena continuó explicándole:
—Te han contado muchas cosas que no son ciertas, como gran parte de la cultura que ustedes han construido sobre cimientos endebles…
—Como fuere, ¡no quiero esto! ¡No me gusta! —la interrumpió Esteban bruscamente, enfadado.
—Pero sólo tienes una opción —dijo ella, con suavidad, eligiendo cuidadosamente las palabras para serenarlo—: Abrir tu corazón y abandonar los condicionamientos culturales, y así ganarás tu libertad.
Esteban enmudeció por unos instantes, y después, con voz segura, respondió:
—No, tengo otra… —Tomó entre sus manos un gran trozo de coral blanco, filoso como una navaja. Y gritó—: ¡Si no puedes ser sólo mía, no lo serás de nadie! —Y se abalanzó sobre ella, como una fiera desatada.
Entonces, los demás tritones lo rodearon y se lo llevaron aparte …
A la mañana, el encargado del acuario municipal no pudo refrenar un grito de espanto, cuando el gran tiburón blanco vomitó, entre las anémonas y los peces payaso, una cabeza humana.
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
El dulce canto del mar
Muy original, inteligente cambio de estilo.
Felicitaciones al autor. Dedicatoria musical:
Enlace
Muy original, inteligente cambio de estilo.
Felicitaciones al autor. Dedicatoria musical:
Enlace
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
Un relato muy hermoso, que me ha llevado de la mano por las profundidades del mar, bueno del mar no, de un acuario que intuyo descomunalmente grande.
Con una sonrisa he visto esos corales, esos peces de colores, los pulpos musculosos. La historia de los celos se repite una vez más, y una vez más uno de los amantes muere.
Quizás me hubiese gustado más que la historia se desarrollase en el mar, bajo un cielo estrellado, y con el rumor de los barcos al pasar, pero eso ya es un gusto personal.Lo que quizás mas importa es el debate entre los amantes, sus diferentes formas de entender el amor.
Una gran historia. A mi me ha gustado mucho.
Un placer leerla.
Con una sonrisa he visto esos corales, esos peces de colores, los pulpos musculosos. La historia de los celos se repite una vez más, y una vez más uno de los amantes muere.
Quizás me hubiese gustado más que la historia se desarrollase en el mar, bajo un cielo estrellado, y con el rumor de los barcos al pasar, pero eso ya es un gusto personal.Lo que quizás mas importa es el debate entre los amantes, sus diferentes formas de entender el amor.
Una gran historia. A mi me ha gustado mucho.
Un placer leerla.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CPVII: El dulce canto del mar
El dulce canto del mar: Al comienzo la historia se sentía intrigante y mágica... pero luego a partir de la transformación de Esteban y su reacción -algo infantil-, el relato pierde un poco. La discusión entre ambos. y el final me parecieron un poco surrealistas, hasta el punto de que aun terminando como lo hace, se me escapó una sonrisa.
Sí me gustó tu forma de escribir.
Sí me gustó tu forma de escribir.
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- andres451
- No tengo vida social
- Mensajes: 1022
- Registrado: 31 Oct 2010 19:12
- Ubicación: Argentina
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
Muy bueno. La narración es perfecta, las comparaciones, todos los recursos literarios que usás. Y la trama también me encantó. Ese toque de fantasía en el acuario, un hombre que se niega al cambio, a la readaptación; y por eso termina como termina.
Buena historia.
Buena historia.
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
Me estaba encantando el relato, hasta que cambia de ritmo con la transformación forzada. Entonces se perdió toda la magia y el resto, la conversación con la sirena, la reacción de Esteban y el final, lo siento, no me ha gustado. (opinión subjetiva mía)
Aunque está muy bien escrito y se nota que el escritor tiene mucho que ofrecer.
Buen trabajo
Aunque está muy bien escrito y se nota que el escritor tiene mucho que ofrecer.
Buen trabajo
Siempre contra el viento
Re: CPVII: El dulce canto del mar
No es un tema muy original el de sirenas y tritones, pero me ha gustado el estilo de la narración y esa mezcla moral que ha hecho el autor/a sobre la libertad del amor y el egoísmo humano. Está además muy bien escrito, y me ha gustado la descripción de la protagonista.
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
EL DULCE CANTO DEL MAR: las explicaciones de la sirenita me parecen pelín interesadas por las circunstancias más que nada, porque sentirse libre dentro de un acuario, no sé, resignación y echar mano a todo aquello que pase, que con que pase , ya es nuevo dentro de una vida sin muchas expectativas. Está bien escrito y se lee fácil. Gracias compañer@
En paz descanses, amigo.
- joserc
- GANADOR del IV Concurso de relatos
- Mensajes: 1493
- Registrado: 17 Ago 2006 13:52
- Ubicación: Madrid
Re: CPVII: El dulce canto del mar
Me ha gustado mucho hasta que ha empezado el discurso sobre la moralidad. Muy bien redactado, yo diría que este autor ha escrito bastante antes de ahora, ni mucho menos es su primer relato. Quizá me equivoque pero se nota el saber hacer. Quítale la última parte y para mí es perfecto.
Felicidades.
Felicidades.
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- sergiocossa
- Me estoy empezando a viciar
- Mensajes: 372
- Registrado: 22 Jul 2011 21:25
- Ubicación: El Volcán - San Luis - Argentina
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
La idea de encontrar una sirena en un acuario es muy interesante, pero no me convence el cuento en general. Cómo pasa, de una oración a otra, de ser humano a tritón…
Los diálogos con la sirena son poco creíbles y tienden más a enviar una idea al lector, que a llevar adelante los acontecimientos.
En general está bien narrado y presentado, aunque se encuentran repeticiones y descripciones innecesarias.
Un saludo.
Los diálogos con la sirena son poco creíbles y tienden más a enviar una idea al lector, que a llevar adelante los acontecimientos.
En general está bien narrado y presentado, aunque se encuentran repeticiones y descripciones innecesarias.
Un saludo.
Re: CPVII: El dulce canto del mar
Felicidades autor!!!!!
Me ha gustado mucho, aunque todos cambiáramos algo pero bueno, es tu relato no el mío y me ha gustado mucho.
Qué poético!
Me lo apunto entre mis favoritos.
Gracias otra vez!
Me ha gustado mucho, aunque todos cambiáramos algo pero bueno, es tu relato no el mío y me ha gustado mucho.
Qué poético!
Me lo apunto entre mis favoritos.
Gracias otra vez!
- shirabonita
- Vivo aquí
- Mensajes: 8995
- Registrado: 23 Ago 2009 20:47
- Ubicación: un pueblo surfero de guipuzcoa
Re: CPVII: El dulce canto del mar
Relato maravillosamente fantástico, con unas descripciones de la vida en el gran acuarium,
que casi "sumergen" al lector bajo sus aguas.Me ha fascinado la aparición de la sirena, la intrusión nocturna de Esteban en el acuarium,y más aún
Tiene una delicada moraleja, en mi opinión, que podría resumirse en que nosotros mismos nos negamos la felicidad por seguir los convencionalismos sociales y el excesivo apego a una única persona. Me encanta, me parece un trabajo bellísimo y es uno de mis cinco favoritos.
que casi "sumergen" al lector bajo sus aguas.Me ha fascinado la aparición de la sirena, la intrusión nocturna de Esteban en el acuarium,y más aún
el hecho de que terminara convertido en tritón. |
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Re: CPVII: El dulce canto del mar
¡Parténope!
Hay que ver qué casquivana te me has vuelto , nada más y nada menos que siete tritones, y no son suficientes. Veo la reflexión sobre la libertad en el centro del relato y me parece que la historia de la sirena y del funcionario-tritón giran a su alrededor como si de un remolino se tratara. Lo que más me ha gustado es lo original del planteamiento –una sirena en un acuario, toma ya– y el funcionario, que podía oír el mar en una caracola pintada en purpurina.
Es un buen relato de humor inesperado. Me he entretenido mucho leyéndolo. Gracias
Hay que ver qué casquivana te me has vuelto , nada más y nada menos que siete tritones, y no son suficientes. Veo la reflexión sobre la libertad en el centro del relato y me parece que la historia de la sirena y del funcionario-tritón giran a su alrededor como si de un remolino se tratara. Lo que más me ha gustado es lo original del planteamiento –una sirena en un acuario, toma ya– y el funcionario, que podía oír el mar en una caracola pintada en purpurina.
Es un buen relato de humor inesperado. Me he entretenido mucho leyéndolo. Gracias
Re: CPVII: El dulce canto del mar
No me convence. Lo siento. No veo como los cuidadores de un acuario pueden pasar por alto a siete tritones y una sirena. Hay palabras mal utilizadas, si luego te apetece te las señalo. Luego, algo magico o fantástico lo conviertes casi en moralina, celos y terror. Esa mezcla me chirría.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
Re: CPVII: El dulce canto del mar
No puedo más que pensar de este relato que a Esteban se le ha ido la cabeza por el estrés y se ha imaginado todo lo ocurrido en su locura, sino, no la encuentro muy coherente. El relato no está mal escrito, pero la historia no me ha llegado, todo basado al final en las relaciones y celos de pareja, amantes y poligamia. Aunque que rápido se enamora en tan solo un día, ¿tal vez sea un reflejo de lo que le ocurría en la realidad? ¿Tenía una mujer con amantes? Gracias por el relato
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