Ta-ta-ra-rí…
(El pitido del clarín)
-¡Mondongo!... ¡Arrope calabazate!...
Chillaba a grito pelado aquel hombretón con trazas de carnicero en las tardes nubosas
del estío otoñal, hiriendo a trechos el aire con la estridencia de un cornetín corvo y
corto, requiriendo a las mujeres del barrio, a las amas de casa, que presurosas acudían
con zafas, calderos, ollas, o cualesquiera otro cachumbo en el que depositar los despojos
del pellejo dell mondongo y las mondas manos del cordero, que el señor mondonguero,
con manazas prestas y seguras, aptas para un género tan escurridizo, les despachaba con
celeridad puntual. Se arremolinan a su alrededor las señoras, vestidas con bastas batas
de estar o burdas ropas de andar por casa en las faenas diarias, con el pelo sin peinar o
cubierto de rulos de plástico ruborizándose ante los piropos zafios del mercader
ambulante, técnica de marketing sin duda.
-¡Arrope calabazate!... ¡Mondongo!...
Y nuevos alaridos del cornetín.
Parece haber acaecido uno de los grandes sucesos esperados en la monotonía del
arrabal: la muerte del anciano Tío Porricas, que ya tiene más de noventa años –la
porra de edad- y todavía se le ve cada día con su brazado de leña menuda a la combada
espalda, que ha recogido por cualesquiera bancales, desecho de la poda; el nacimiento
que aguarda la muchacha que vive junto al cornijal de la acequia, que ya se tarda lo
suyo en llegar, y que no tiene padre reconocido por el momento, ni trazas de que se
vaya a saber, pues tal vez a causa de su deficiencia síquica y también a su natural
promiscuidad ella misma no sepa quién fue; el retorno al hogar de Manolo, emigrante
que marchó hace un porrón de años a Alemania, al que espera su novia Catalina, guapa
y fiel que no veas, ya doce años a pesar de las malas lenguas que afirman ladinamente
que ¡buena vida se estará dando ése con esas extranjeras tan liberales, y ya veremos si
vuelve alguna vez!, a las que ella no hace caso; o que por fin se casa la modista, que
¡Dios sabe cuánto tiempo tiene ya de noviazgo y sin casarme, ni dar señales de hacerlo!,
eso sí, siempre con el mismo novio noche tras noche a la puerta de su casa…
Pero solamente se trata del mondonguero.
A pesar de que forman las damas una masa confusa al acoso del vendedor ambulante,
se conserva un riguroso turno de llegada ¡Dios sabe cómo! Inviolable. Si alguna trata
de colarse, se ganará la reprimenda y los improperios silenciosos de todo el mujerío
presente; basta con que una, la más inmediatamente perjudicada lleve la voz cantante.
-¡Eh, tú…, que no te toca! ¡Mira ésta…! ¡Hábrase visto!... ¡Pues estaría bonico…!
¿Qué se habrá creído?..., ¿Qué aquí nos chupamos el dedo?
A veces, estas situaciones degeneran en breves contiendas, cuando la quitasitios se
resiste a ceder el lugar conquistado. Entre revuelos de faldas, golpes de cacerola o cazo,
arañazos y tirones de pelo se dilucida quién tenía la razón; curiosamente casi siempre
vence quien la tenía de su parte, aunque recibiera en la reyerta la peor parte, la más
holgada, en el reparto. Pero no era algo usual que se resolvieran tales minucias por el
empleo de la fuerza bruta. Eran cosas aisladas que ocurrían con la venida del vendedor
de mondongo al barrio.
Mientras despacha a las clientes, deja sentir de vez en cuando la agudeza de su
cornetín dorado, última llamada para las rezagadas. El eco lo ponen los graznidos de los
grajos del campanario de la iglesia de la Virgen de la Soledad.
-¡Mondongo!... ¡Arrope calabazate!...
Las mujeres vienen y van entre una chilleriza inevitable. El goteo de las calles
afluyentes a la replaceta es incesante; las últimas que lleguen se llevarán lo peor del
lote, con lo cual consiguen comprar más barato en el regateo; alguna vendrá tarde a cosa
hecha, de propósito, para renegar altivamente de la baja calidad del producto y no
comprar nada, ya que su precaria economía del momento no se lo permitie, obteniendo
así una honrosa salida.
Luego, todo comienza a retomar su aspecto habitual: las señoras desfilan hacia sus
cubiles, el mondonguero monta en su Bultaco y se aleja por la Cañadica adelante,
dejando una estela de polvo, ruido y humo tras de sí… y los niños volvemos a nuestro
reino, usurpado durante una hora a algo así a continuar con nuestros juegos interruptos
a nuestro pesar.
A la noche probaremos el mondongo.
fin
El mondongo (II relatos)
Moderadores: kassiopea, noramu