Concierto para Nancy (II relatos)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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Concierto para Nancy (II relatos)

Mensaje por julia »

Tuve que decirles que “Te amo...” ¿Cómo podrías pensar que no lo diría, que acaso escondería mis sentimientos tras un muro de silencio involuntario o bajo una hipócrita mampara de mentiras, por el temor de ser llamado loco o en el peor de los casos, pues se sabe que los locos comprenden bien al amor, abrazarme a la idea de ser confundido; yo, un débil, un tonto sentimental. Sé que no era esto lo que esperabas. Te he querido y lo sabes, desde el primer momento cuando te vi por primera vez, aquella noche, casi a oscuras, envuelto en la pesadumbre, tristeza total de haber tenido un mal día con Clara. Tú estabas tranquila, eras un esplendor bajo las pocas luces que iluminaban el portal donde me detuve para contemplarte. No deseaba marcharme por miedo de no volverte a ver. Tu silueta perfilada, cándida perfección que yo no había encontrado nunca en ninguna otra. Eras un hada, me despertabas pasiones ocultas, delicada y diáfana; al mismo tiempo, endemoniada, imponente, octava maravilla de un mundo en pleno motor de desarrollo. Eras... ¿cómo decirlo?... perfecta, pues solo la perfección pudo hacer que esa noche apenas durmiese pensando en que las horas eran largas y podrías ser solo un bellísimo sueño, pero que como todo sueño en el momento mejor debía terminarse.
Algo adormecido he vuelto a verte otra vez, agua y arena, pura y luminosa; me espabilé del todo, bien despierto he seguido quemándome en los brazos de un grato infierno que me mantenía pensando en ti, pues ya no deseaba otra cosa que solo tenerte.
Sabía que tenías nombre, todos tenemos uno, sin embargo yo he deseado darte uno especial que recordara las estrellas con las que debieron modelarte para obtener tanta excelencia y primor de una sola vez. Y pensando en ello por largos minutos, aquel nombre fue soplado a mi oído como por arte de magia y mis labios lo silabearon apenas en un murmullo como si lo hubieras dicho tú: NANCY. Te llamaría Nancy, como aquella famosa actriz de cine que fue la inspiración de muchos hombres, pero que solo tuvo amor para entregar a uno solo. Era así como yo deseaba que fueras, solo para mí; mía, mía.
La ocasión de volverte a ver se presentó a la mañana siguiente. He vuelto a recorrer las mismas calles, he regresado hasta aquel lugar, los portales, las oficinas donde pocos se atrevían a entrar por plena consciencia que, no hay licencia para pasar si no tienes nada que llevar. No puse objeción en sobornar a un joven del oficio que te conocía tan detenidamente como para relatarme cosas muy íntimas de ti. No me ha disgustado, al contrario, insistí con ansiedad para que me hablara incluso de tus defectos si es que una diosa puede tenerlos. Luego respiré hondo y entré en otro departamento para verte al fin, frente a frente. Podía tocarte con la mano, pero tuve miedo Nancy, mientras concluía que a través del reflejo de las luces de la mañana eras más hermosa. Luego tuve la impresión de sentirme vivo, como nunca; y todo a causa tuya, de tu divino encanto. Yo era un hombre, ya te digo: vivo. Era un verdadero hombre. Tú, capaz de hacerme enamorar de aquella forma como para jurarme que te tendría a toda costa. Y fue así.
Pocos meses después finalmente juntos te comenté sobre el nombre con el cual te prefería y me lo agradeciste con un empujoncito que me hizo reír de felicidad. No te lo dije y tú no imaginaste nunca la satisfacción que yo probaba al ver como los transeúntes: hombres y mujeres se volvían para admirar tu espléndida belleza. ¿Ves?, no era solo yo el enfermo de amor. En esa época comencé a odiar a mis amigos, iba rechazándolos poco a poco hasta que me deshice de ellos. No te respetaban, reían a altas voces y comentaban ante tu presencia las cochinadas que hacían con ciertas mujeres. Figúrate qué podrían decirte en mi ausencia. Tú sin una queja, la incondicional, estuviste de acuerdo cuando te propuse girar la Ámerica de norte a sur, de este a oeste; solos tú y yo, nadie más, sin prisas, sin desesperos. Nunca te quejaste por las millas recorridas bajo el calor, el viento, la lluvia, las tormentas, y las noches que nos tocó dormir en recónditos rincones apenas tocados por pie de hombre alguno, bajo la imperfecta luz de una luna que cambiaba de forma y posición según le era necesario. Por ti tatué tu nombre en mi hombro y me aprendí todo el repertorio de amor de los Beatles. Era fantástico compartir tantas experiencias siempre juntos, como algunos divinos conciertos, manifestaciones y desobediencias juveniles, hasta que los periódicos no hablaban de otra cosa que de nosotros dos. Éramos todo un mundo y el mundo entero era nuestro. Tú, salías en las primeras páginas de las crónicas, ¿te acuerdas? Pero nunca te disgustó si la gente se volvía loca por mi autógrafo. Sin embargo, yo me volvía loco por ti, hasta que vi a Rosa. Eran los tiempos de la moda yuppie, pantalones vaqueros y camisas de mangas largas muy anchas, el amor al aire libre. Tomaba un paseo matutino en el centro cuando la vi, y quise conocerla y te he dicho que éramos solo amigos. Te mentí y fue justo que aclararas que nunca te han gustado los triángulos amorosos. Y yo que nunca he sido un promiscuo tuve que dejarla recordándote que fue culpa tuya lo del accidente, aquella mala pasada en la que me hiciste discutir por esas cosas, perdí el control del volante y casi perdemos la vida, ella, tú y yo. Te lo he perdonado también, no te preocupes, aunque si lo recuerdo. Mi cabeza chocó contra algo duro, perdí el conocimiento. Cuando volví a recuperar la visión vi caras preocupadas y uniformes blancos que me hicieron comprender que estaba al interior de un hospital, pero nada de esto me importó, solo la preocupación de saber de ti. Por eso no me di cuenta que aquello de “No se preocupe, han sido solo rasguños”, se referían a Rosa. A la mañana siguiente entre la inquietud y el desespero de ella un escalofrío me calaba los miembros y por las náuseas supe que no deseaba volver a verla. No volví a tener a otras, ni a engañarte. Tú eras todo, la única, testigo de mis tristezas, llantos y de mis manoseos sexuales. Has mirado, divertida de lo lindo al saber que cuando me lo hacía ha sido siempre pensando en ti, pues solo a ti deseaba, hasta ese punto, ¿recuerdas? Y al llegar exhausto al cúlmine de dicha emoción mi corazón registraba palpitaciones insospechadas, de gozo, eterno regocijo alcanzado. Nunca me he sentido insatisfecho aún sabiendo que no has participado directamente.
Aún en esos momentos en los que sabes bien que solo hablé tonterías me has regalado fuertes emociones llenándolas con melodías de Julio Iglesias y Roberto Carlos.
Yo también te he dado espacio Nancy y esto debes reconocerlo. Cuando te he dejado confiado en casa no lo hacía para librarme de ti, sino porque pensaba que merecías un poco de descanso, y sabes los mil y un trabajos que he pasado sin tu compañía. Pensé incluso que nos iríamos juntos de este mundo. Debes vanagloriarte porque lo he dicho. Pero ya ves, a veces prometemos cosas que no podemos cumplir. Tus achaques, enfermedades relacionadas con la vejez han ido agrietándote poco a poco hasta cansarte y hacerme comprender que morirías antes que yo. Fue duro reconocerlo, pero es así como andan las cosas, amor. ¿Amor? Cómo no decirlo si... te amaré siempre. Es un sentimiento más fuerte que yo, ya sabes, me siento como si un gran vacío fuese a llenar mi vida a partir de ahora, mas un día u otro, sería cosa de tiempo, de este maldito e injusto tiempo que no da tregua ni otro espacio te irías, y entonces Nancy, Nancy, chiquilla mía... terminaría todo el encanto que nos ha unido en estos cuarenta y cinco años y que me han hecho sentir el hombre más feliz del planeta, aunque últimamente te avergonzabas por haber perdido el poético embrujo y encanto de la juventud. Déjame contemplarte una vez más. Tu historia la has escrito conmigo, pasado, presente. Perdona que haya querido narrarla a ellos antes que descubras el futuro. Tenía que hacerlo. Era un placer necesario. Deseaba que supieran lo que eres para mí y lo que seguirás siendo, dependiente de ti como he estado desde el primer momento en que tuve aquella rara y profunda sensación de felicidad enloquecedora. Debo repetirlo, antes que todo tu ser desaparezca ante mis ojos, bajo esa detestable máquina infernal que transformará tu cuerpo en hojalata y reducirá tu esqueleto en chatarra, y ya no quedará nada de ti que estos recuerdos, un par de diarios viejos y un álbum con viejas fotos de épocas. Tú, querida, has sido irresistiblemente maravillosa, la única Mercedes-Benz charol que pude comprarme a mis dieciochos años, ¡pero qué carajo!, ya es hora que deje esta perorata, que bote tus llaves y te cambie por el último modelo descapotable que ha salido éste año.

fin.
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SLAVE
No tengo vida social
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Mensaje por SLAVE »

Jajajajaja que punto
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

Vamos a darle otra vuelta a esto
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Protos
Foroadicto
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Mensaje por Protos »

Esto.... esto es brillante! Qué manera de desdibujar en la mente del lector el retrato hecho a lo largo de toda la narración.
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