Las piedras del camino - Takeo (II relatos)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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Las piedras del camino - Takeo (II relatos)

Mensaje por lucia »

De: “Pedro” <pedromd@cotail.com>
Para: <estherhb@tumail.com>
Enviado: domingo 10 de octubre de 2004 18.22.19
Asunto: Viaje…

Hola, Esther: Al fin mañana nos vamos de vacaciones. ¡Praga y Budapest nos esperan! Rosa está con muchas ganas de que hagamos los cuatro este viaje. Ya sé que Luís también y, aunque es nuestro primer viaje juntos, seguro que todo irá de maravilla.
Mañana nos vemos en la Terminal a las 08.30, con tiempo (ya sabes como es Rosa para esto: puntualidad absoluta), así que espabila a Luís que es todo lo contrario.

De: “Pedro” <pedromd@cotail.com>
Para: <estherhb@tumail.com>
Enviado: jueves 21 de octubre de 2004 20.51.39
Asunto: Espero que bien.

¡Qué envidia nos habéis dado con vuestro viaje a Praga y Budapest! Y las fotos nos mueven a que nos animemos a ir nosotros en un futuro cercano. Ocasión perdida, pero así son las cosas. Por suerte, Rosa os pudo localizar por teléfono después de que me ingresaran esa noche por el cólico nefrítico. Los dos días siguientes tuve otro par de cólicos pero ya se ha pasado (¿hasta cuando?) y ahora estamos preparando nuestro viaje, más tranquilamente, a Londres.
Nos veremos para que nos comentéis en directo.



De: “Pedro” <pedromd@cotail.com>
Para: <estherhb@tumail.com>
Enviado: viernes, 19 de noviembre de 2004 19.15
Asunto: … y así son las cosas.

Pues sí, Esther, así son las cosas. Como sabes (sabéis) el día 7 martes, salimos hacía Londres. El primer día, como es lógico en estos viajes, llegamos al hotel de noche y no pudimos aprovechar nada. El segundo día bien, no te cuento nada porque ya conocéis Londres pero, a eso de las diez de la noche al salir del restaurante de cenar, mientras dábamos un paseo hacia el hotel para bajar la cena, empezó otro cólico. A las siete de la mañana del día 9 me recogió una ambulancia en el hotel y me llevó a un hospital. ¡Cómo me acordé de ti!
Siempre intenté comprender lo que pasaste en (como diría Urdaci) e-e-u-u pero ahora, si cabe, aún lo entiendo mejor. Es increíble estar hospitalizado en un país cuando no entiendes el idioma (que era mi caso y el de Rosa). Por suerte, se había llevado un pequeño diccionario de bolsillo y nos fuimos arreglando hasta que aparecieron un médico, un enfermo y una auxiliar que hablaban castellano. No siempre estaban, pero cuando estaban era maravilloso.
Estuve 18 horas de cólico, no entendía lo que me decían pero logramos entresacar que tenía tres piedras (Stones, ¡ah, los Rolling! siempre presentes en nuestras vidas ¿eh?), que me estaban obstruyendo el riñón y que podía perderlo. Durante algún tiempo parece ser que estuve alucinando o algo así (no sé si por la medicación que me endilgaron) pues según me comentó Rosa, continuamente le decía: “Pasa la página” y ella me preguntaba: “¿Qué página?”. Creo que me imaginaba leyendo un libro y no podía continuar porque ella no me pasaba la página.
Por la noche, Rosa se volvía sola al Hotel y regresaba por la mañana. Por suerte, un autobús que pasaba cerca la dejada junto al Hotel.
La noche del viernes, que me encontraba bien y ya me habían quitado el suero, le pedimos a la médico que me diera el alta pues viajar a Madrid apenas son dos horas y media y no creíamos que pudiera pasar algo demasiado grave en ese tiempo. Que si llegaba mal a Madrid, una ambulancia me llevaría en seguida al hospital. Dijo que no, que de ninguna manera podía darme el alta por el peligro que corría. Estuvimos un rato, con la auxiliar peruana, intercambiando opiniones y no hubo manera. Me asusté un poco porque el plan era que el lunes (ya sabes que los fines de semana no se hace nada) me harían una litotricia (en mi vida me han hecho ya cinco y no me han servido de nada) y si no salían las piedras, habría que operar. Me quedé un poco mal y, además, estaba preocupado porque desde mi ingreso no me habían dado ningún protector para el estómago y no había manera de convencerles de que lo necesitaba. Lo más que me decían era que la comida ya me protegía.
Esa noche trabajaba Ian, que habla nuestro idioma porque su novia es gallega. Cuando abría los ojos y lo veía pasar no podía dejar de sonreírle sólo de verle y le saludaba con la mano. Entonces me preguntaba qué tal y yo le decía: ‘bien’ y seguía su ronda. Una de las veces se sentó en la silla que había junto a mi cama, cruzó las piernas y nos pusimos a hablar. ¿Cómo contarte lo que sentí en ese instante? Era como si estuviera con mi mejor amigo en una terraza, en una playa maravillosa con una gran puesta de sol y hablando de fútbol, política y mujeres. ¡Y estábamos hablando de mi riñón y de mi necesidad de un protector de estómago! Pero la charla era tan tranquila, con alguien que me entendía, que fue un rato maravilloso. Nunca podré agradecérselo tanto.
Mientras tanto, nuestra reserva de Hotel había terminado y los billetes de avión habían prescrito. Fue cuando Rosa tuvo que llamarte por teléfono para que convencieras al del Hotel para que le diera habitación, a lo que colaboró que le enseñara la VISA, además de tu manejo del idioma explicándole la situación (para algo tenía que servir tu estancia en e-e-u-u ¿no?).
El sábado 11 por la mañana entró un enfermero negro, grande, fuerte, para tomarnos la tensión a los cuatro que, en ese momento, estábamos ingresados en la habitación de siete camas. Había pasado más de media hora y aún no había conseguido tomarme la tensión a mí, que era el último. El enfermo que estaba a mi izquierda, del que solo nos separaba una cortina, no dejaba de llamarle: ¡nurse! ¡nurse!. Cuando al fin parecía que ya podría tomarme la tensión, le vuelve a llamar. Su gesto fue significativo: ¡le estrangularía de buena gana! Pasó a verle detrás de la cortina y se marchó a por un cagadero de silla de ruedas. Lo sentó y, cuando empezó a cagar, imagínate: ruidos, pedos, olores etc.
Me levanté como alma que lleva el diablo y me fui al otro extremo de la habitación a mirar por la ventana cómo descendían los aviones en fila de tres hacia las pistas de aterrizaje del aeropuerto cercano. Me llamó el enfermero para tomarme la tensión y cuando me acerqué, olía a gloria divina. Le hice gestos de que no soportaba ese olor y atravesó la cortina. El tío guarro no había bajado la tapa al terminar su faena de aliño. El enfermero la cerró a mala leche, de golpe, y se llevó la silla. Yo había vuelto a la ventana a contar aviones. Cuando regresó el enfermero y me llamó, volví a acercarme pero era imposible soportar el olor que se había quedado allí, impregnándolo todo. ¡Tenías que haberle visto la cara!, regresé a mi ventana preferida y el enfermero se marchó a buscar un ambientador que roció por todo alrededor de la cama de mi vecino, y no sé si por encima de él también.
Entonces me volvió a llamar y me dijo que me sentara en otra silla, lejos de mi cama, pero que me tomaba la tensión por encima de todo. Nuestra comunicación era por señas, porque yo no le entendía, aunque era muy fácil de entender todo lo que estaba pasando. Cuando acabó, me levanté para acercarme a mi mesilla a coger el libro y sentarme a leer y, entonces, me dijo en tono enérgico: ¡television room! ¡television room! Indicándome con el brazo extendido y el dedo amenazador hacia donde debía dirigirme, que me fuera de allí y me alejara de aquellos pesados. Así lo hice pero, al rato, cuando llegó Rosa y entró en la habitación, no me vio en la cama que, además, estaba recién hecha. Se llevó un susto de muerte pensando, tras lo grave que parecía ser la cosa la noche anterior, que me habían llevado a quirófano con urgencia y no había tenido tiempo ni de llamarla. Cuando la vio el enfermero, extendiendo el brazo repitió su fórmula mágica: ¡television room!
Cuando la vi entrar se me soltó la lágrima fácil porque era mucha la tensión acumulada. En ese mismo momento entró ‘el equipo médico habitual’ y el que hablaba nuestro maravilloso idioma, viendo mi llorera, me preguntó qué me pasaba. Le dije que estaba cansado. Entonces me dijo que me podía ir de alta. No entendía nada. En unas horas la situación pasaba de ser peligrosa a no haber ningún problema, sin radiografías, ecografías ni litotricias. Dijo que en vez de tres piedras sólo había una y que no había peligro de obstrucción. Estuvimos discutiendo un rato pero al fin me cogí el alta.
Al final sí tenía tres piedras (he echado una nada más llegar a Madrid, tengo otra a punto y la tercera aún está creciendo en el riñón)
Como ves, vuestro viaje fue mucho mejor, y supongo que tendremos que volver a Londres. Quiero ver a Ian, sentarme con él en una terraza, cruzar las piernas y mirar cómo transcurre el día.

P.S.: Ian es ian, pero la i mayúscula parece una L minúscula
Última edición por lucia el 24 Abr 2007 16:39, editado 1 vez en total.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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takeo
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Re: Las piedras del camino

Mensaje por takeo »

Está muy bien
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Re: Las piedras del camino

Mensaje por takeo »

Vamos a darle otra vuelta a esto
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Protos
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Mensaje por Protos »

Triste e inevitable manera de desperdiciar unas vacaciones.

Me ha gustado especialmente cómo el narrador trasmite la seguridad y alegría que le da al protagonista el charlar con alguien que comprende el idioma. Una pequeña isla en el mar de penalidades que está padeciendo.
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

Este es el mio, y espero que os haya hecho pasar un rato entretenido.
Protos, ¡como te lo has currado! Gracias por tus palabras. Un abrazo
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Escorpion
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Mensaje por Escorpion »

Pues si, me ha gustado, me ha mantenido en vilo hasta el fianl y sobre todo me ha parecido muy original. Enhorabuena
Un saludo
:wink:
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

Gracias, Scorpy, un placer tenerte por lector.
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Roky
Lector ocasional
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Registrado: 12 Abr 2007 17:58

Mensaje por Roky »

acabo de leer tu relato ¡qué realismo!
cualquiera diría que lo has sufrido en tus propias carnes :calabera:
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