CPVIII La deuda - Moskita
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CPVIII La deuda - Moskita
LA DEUDA
Abre la puerta y un viento gélido abofetea sus pálidas mejillas, que pronto tendrán un tinte escarlata. Se ciñe su blanca capa de piel, en su rostro se refleja la indecisión por un instante. Finalmente se decide a salir, y al cruzar la puerta extiende la mano derecha. Finos copos de nieve comienzan a acumularse sobre sus guantes. Mira al cielo, y sabe que no tiene mucho tiempo antes de que estalle la tormenta.
Comienza a andar, sus pasos tímidos toman ritmo a medida que el frío hace mella en sus huesos, dejando atrás la casita de madera de cedro y el cálido crepitar del hogar. De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar. Cualquier persona que la hubiera visto caminar sobre el gélido manto de nieve que separaba la casa del bosque habría pensado que parecía un mismísimo ángel caído del cielo, toda ella luz, blancura, y el negro resaltar de sus ojos y sus cabellos. Pero al adentrarse en el bosque parecía un espectro sombrío y marchito, y la creciente oscuridad provocada por los negros nubarrones aumentaba la sensación de fatalidad de su figura.
Al tiempo que sus presurosos pasos se adentran más y más en el espeso bosque de cedros y enebros, la nevada se hace más intensa. El murmullo sordo de las criaturas que rondan los árboles le provoca un escalofrío, y vuelve a ceñirse la capa una vez más, ajustando la capucha para aliviar las heladas orejas. El olor a madera mojada impregna sus fosas nasales y respira profundamente. Vuelve a sentirse inquieta, nerviosa. Pero sus pasos no se detienen; sigue caminando, un pie tras otro, sobre la nieve recién caída que a su paso se emborrona de barro y hielo. Continúa su camino hasta llegar a la laguna, donde una fina capa de escarcha comienza a cubrir la superficie del agua, y piensa que dentro de poco podrá sacar del trastero sus viejos patines. Incluso tal vez podría encargar unos nuevos y enseñar a patinar a Wendy. Mas sus fantasías se desmoronan al comprender que la decisión que ha tomado será un obstáculo, y la incertidumbre del futuro le atrapa la garganta en una oleada de pánico. Por un instante desea dar media vuelta y salir huyendo del bosque para encerrarse en la seguridad y la calidez del hogar. Pero en su interior sabe que esa seguridad ya no existe, no existirá, si no termina su cometido. Tiene que hacerlo, por Wendy.
Deja atrás la laguna escarchada, sus pasos vuelven a hacerse lentos. La tormenta ha arreciado y un viento gélido e intenso hace ondear sus rizos negros. La capucha abandonada sobre los hombros protesta contra su espalda tras cada embate del viento. La nieve rodea su rostro, su cuerpo, sus manos. Sigue su camino más por familiaridad que por orientación, pues la visibilidad cada vez es menor. Vislumbra a lo lejos la casita abandonada y ruinosa, ahora refugio de las aves y alimañas del bosque. Las viejas piedras protestan por la ventisca y las copas de los árboles danzan al son de la balada del viento. Sabe que pronto llegará a su destino, y ahora los nervios son reemplazados por el miedo; el miedo a lo que le aguarda y el miedo a continuar al azar del viento. Gana el último y comienza a correr, hundiendo sus botas en la cada vez más espesa nieve, buscando con la poca vista de que dispone la enorme cabaña del viejo Jack.
Perdida entre la blancura invernal, casi se da de bruces con la gran puerta de madera. Una enorme aldaba con forma de dragón dorado pende sobre el centro de la puerta. La toma entre sus manos, como si quemara. Permanece con el dragón entre sus gélidas manos un segundo, dos, tres; finalmente lo deja caer, y la intensidad del sonido la sorprende, alejándola de su turbulenta conciencia.
La puerta se abre violentamente, y el viejo Jack abre los ojos primero con sorpresa, luego con lascivia, en su boca una mueca mezcla de deseo y desdén. Hace un gesto exageradamente teatral invitándola a entrar y ella inmediatamente toma asiento junto al fuego para calentarse al tiempo que se deshace de su empapado abrigo. Tiritando, mira fijamente las llamas del hogar, sin querer desprender los ojos de las brasas, sin querer mirar a la cara a ese hombre que no soporta al que tendrá que aprender a soportar. Tienes que hacerlo, se repetía una y otra vez. Por Wendy, tienes que hacerlo, por ella y por padre.
El viejo Jack la mira desde su lugar junto a la puerta, de pie, evaluando la situación. El viejo y astuto Jack. En realidad Jack tendría unos cuarenta años, pero era el hombre de más edad de la aldea, por lo que todos los chiquillos se acostumbraron a llamarlo “el viejo Jack”. El de más edad, y también el de más dinero. Sus tierras eran las más extensas, y al vivir solo siempre tenía la cantidad suficiente de excedentes para aumentar notablemente los ahorros que guardaba debajo del colchón cada temporada de cosecha. Los años de vacas flacas se aprovechaba de los humildes campesinos de familia numerosa que apenas podían sobrevivir de su trocito de tierra poniendo precios desorbitantes a los alimentos que vendía. Y así se había conseguido una importante red de deudores de los que sacar provecho en cualquier momento. Como en el caso de Tom, que tuvo que faenar en las tierras del viejo Jack durante tres años para poder saldar su deuda con él, y durante esos tres años sus hijos tuvieron que cultivar su propia tierra para poder sobrevivir, cuando el mayor de ellos no llegaba ni a los ocho años. O como el invierno pasado, cuando la recién enviudada Juliet heredó la deuda de su difunto marido y tuvo que cocinar para el viejo Jack durante todo el año, y a saber qué más, pues un año después de la muerte de su marido dio a luz a una criatura de ojos grisáceos y nariz aguileña, tan parecido al viejo Jack que su familia la repudió y tuvo que abandonar la aldea recién dada a luz, con el bebé en sus flacuchos brazos y en pleno invierno. Y ahora ella se ponía en manos de ese cruel y asqueroso hombre. Por Wendy. Porque si no lo hacía perderían sus tierras y su vida quedaría reducida a la mendicidad, a vagar por el campo sin rumbo, sin dinero, bajo la nieve y el frío. No sobrevivirían al primer invierno, de eso no quedaba duda alguna.
El viejo Jack se acerca al fuego, sus dedos acarician los sedosos rizos negros de su cabello. Ella pega un brinco en su asiento y alza la mirada. Jack aprovecha ese momento para trasladar su mano al mentón de la chica. El brillo perverso de sus ojos ahumados se clava en las pupilas de ella, y por un instante sus ojos se llenan de lágrimas. Sin embargo, las palabras de Jack encienden en su interior el fuego del odio y la impotencia.
― Vaya, vaya, vaya. Parece que la pequeña Lilly ha cambiado de opinión.
Sonríe, con una sonrisa lobuna, y se pasa la lengua por los labios en un gesto lascivo que ella aborrece. Él continúa sujetando el mentón de Lilly, pero sus manos pasan a acariciar sus labios rojos, que comienzan a temblar.
― Parece que la pequeña Lilly ha pasado de escupirme literalmente en la cara a acudir a mi puerta como un corderito hambriento pidiendo clemencia. Qué curioso. Dejaste bien claro que no cederías al chantaje de un viejo canalla y asqueroso como yo. ¿Qué ha cambiado, Lilly?
Lilly continúa temblando, siente la imperiosa necesidad de apartar de un manotazo la mano grasienta de aquel tipo. Pero intenta controlarse, pues sabe que la rebeldía no conducirá a nada, y tiene que soportarlo, por Wendy. Y sabe que el contacto de la mano del viejo Jack en su cuerpo se repetirá, y tendrá que aprender a vivir con ello si no quiere ver cómo su hermana pequeña se muere de hambre y frío en medio de la nada. Los ojos vuelven a inundársele de lágrimas, lágrimas amargas de miedo e impotencia, de furia reprimida y desprecio de sí misma. Pero se las traga y responde.
― Lo siento, Jack. Espero que puedas perdonar mi arranque de mal genio. Espero que puedas darme otra oportunidad.
La estridente carcajada del hombre sorprende a Lilly. Una carcajada del más puro desprecio. Se siente desconcertada, indefensa y arrinconada, como un pajarillo recién cazado al que encierran en una jaula de marfil. El viejo Jack sigue riendo y riendo, lágrimas de risa corren por sus mejillas y la mano que antes acariciaba a la chica sujeta su abdomen al tiempo que ríe. Finalmente, el viejo Jack pasa de la risa a la sonrisa, y luego a la antigua mueca de desdén y lascivia. Sus ojos recorren de arriba abajo el hermoso cuerpo de Lilly, deteniéndose en su pecho. Vuelve a pasar la lengua por sus labios y posa su mano en el hombro de la chica mientras se sienta en el sofá junto a ella.
― Lilly, ahora el trato ha cambiado. Sigues siendo preciosa, no cabe duda. Pero ya no estoy interesado en ti. Bueno, al menos no durante todo el invierno.
Lilly abre los ojos desmesuradamente. Una pequeña esperanza nace en su pecho, la esperanza de que quizá la situación no sea tan desastrosa como imaginaba. Casi sonríe, pero el amago de sonrisa muere en sus labios ante las siguientes palabras del viejo Jack.
― Te diré lo que vamos a hacer. Hace mucho frío ahí fuera, y posiblemente la tormenta dure toda la noche. Así que tendrás que pasar la noche aquí. Y mañana por la mañana volverás a casa. Y traerás a Wendy.
Su rostro empalidece, y ahora más que nunca Lilly parece un fantasma descolorido y marchito. La culpabilidad azota su mente, y el dolor interno es mucho más intenso que el físico. No, por Dios, Wendy no, Wendy es una niña, es tan pequeña. No, por favor, por favor, esto no puede estar pasando. La culpa es mía, tendría que haber aceptado el acuerdo en cuanto me lo propuso, la culpa es mía, Dios, no, ¡NO!
El grito involuntario de Lilly toma por sorpresa al viejo Jack. La ve levantarse de un salto del sofá, con el fuego en los ojos y en las mejillas, sus abundantes pechos respirando agitadamente y los rojos labios fruncidos. La deseó en ese instante más que nunca, el deseo era tan fuerte, tan intenso,… Dios, era preciosa, la chica más bonita que había conocido. Por un momento pensó que se conformaría con ella, el trato era más que justo, o incluso podría sacar un poco más de tiempo, todo un año posiblemente. Solo había que negociar. Pero Lilly interrumpe sus pensamientos con una fuerte bofetada, con sus ojos negros encendidos por el odio.
― ¡Eres escoria! ¡Eres un canalla repugnante y asqueroso! ¡Wendy no es más que una niña! ¡No permitiré que te aproveches de una niña!
Fue entonces cuando el viejo Jack deseó realmente hacerle daño a esa muchachita rebelde y descarada. Se aseguraría de darle una lección que no pudiera olvidar en su vida. Y Jack se levanta de su asiento en el sofá, y toma a Lilly por los cabellos, retorciendo su mano derecha a través de los rizos y haciendo que inclinara la cabeza hacia su rostro.
― Harás lo que te he dicho, o mañana mismo os echaré de mis tierras. Si no pagáis la deuda vuestras tierras serán mías y os quedaréis en la calle, y me aseguraré de que nadie de la aldea os de cobijo ni alimento alguno. Y ahora voy a darte una lección, muchachita indisciplinada.
Posa sus labios sobre los de Lilly, mientras con la mano izquierda acaricia sus pechos. Lilly se retuerce intentando escapar de sus brazos, el pánico apoderándose de ella a medida que las caricias del hombre se hacen más exigentes y a la vez más repugnantes. Tiene la mente nublada por el miedo, siente que apenas puede respirar. Hasta que finalmente recuerda el cuchillo que guarda en la bota derecha, el que guardó en un arranque de insensata lucidez por si algo se torcía. Y mientras el hombre continúa intentando tocar su cuerpo, ella se inclina y saca el cuchillo.
El viejo Jack, con la adrenalina corriendo por sus venas, apenas se da cuenta de lo que pasa. Sólo un par de segundos después, cuando comienza a sentir un tremendo dolor en su estómago, suelta a Lilly y mira hacia abajo, al cuchillo hundido en su carne, a la sangre que corre por su entrepierna, por sus muslos, hasta encharcarse en el suelo. Y mira a esa jodida zorra de mierda, cómo ha sido capaz la muy puta, en cuanto me saque esta mierda de ahí la voy a matar, la muy zorra… Y tira del cuchillo, y la sangre comienza a correr mucho más rápidamente, y el pánico comienza a aturdir al viejo Jack, que se mira la herida y piensa que hay demasiada sangre, demasiada, mientras se derrumba en el suelo.
Lilly tardó varios segundos en ser consciente de lo que estaba haciendo. Al principio una niebla roja había envuelto su mente, toda pánico y confusión, adrenalina e instinto de supervivencia. Pero cuando vio a Jack mirarse toda esa sangre antes de caer al suelo, cuando vio el cuchillo en su abdomen, el mango ensangrentado, ¡sus manos ensangrentadas!, se sintió desfallecer.
Cuando volvió en sí, desde ese estado mental comatoso y confuso donde reina la desesperación y la culpabilidad, ya casi había amanecido. Las primeras luces del alba iluminaban el claro del bosque donde se emplazaba la cabaña. La tormenta había cesado dejando a su paso un extenso manto de nieve y algunos solitarios copos mecidos por el viento.
Cuando volvió en sí, Lilly fue completamente consciente de sus actos. El cuerpo frío del viejo Jack seguía en su lugar en el suelo, entre la chimenea y el sofá, y un extenso charco de sangre coagulada se acumulaba en las tablas de madera de la estancia. Las brasas se habían apagado dejando un reguero de frías cenizas y la habitación estaba helada. Lilly fue consciente de que solo tenía dos alternativas: confesar su culpabilidad en el crimen o intentar ocultarla.
Lo primero que hizo fue preparar una hoguera. Lo segundo, coger el cuchillo ensangrentado del lugar a donde Jack lo había arrojado y borrar todo rastro de sangre. Por último, cogió una botella de whisky del aparador de la cocina y la roció por el sofá, donde unas pocas horas antes se había sentado a hablar con el viejo Jack. Lo último que hizo fue quitarse el vestido, lleno de salpicaduras de sangre. Se envolvió en su blanco abrigo de piel y abandonó la casa, justo después de envolver la botella en el vestido y arrojarla al fuego.
Pocas horas después se desató el infierno. Las llamaradas envolvían las ventanas de la casa y el fuego rugía ensordecedor, levantando efímeras llamaradas que volvían a hundirse en la madera para luego volverse a levantar. El fuego duró horas y horas, hasta el anochecer, cuando empezó nuevamente a nevar y los árboles del bosque adyacente pudieron respirar tranquilos. Durante semanas los aldeanos estuvieron comentando la horrible tragedia en la que el viejo Jack había perdido la vida, aunque para ser sinceros, muchos de ellos se vieron aliviados al no tener que pagar sus deudas con él. Pero el tiempo pasó y al final, como todos los sucesos imprevistos, la tragedia del bosque acabó olvidándose, a excepción de algunos comentarios ocasionales en las fiestas de la cosecha y en algunos funerales. Todos borraron de su mente al viejo y solitario Jack, todos excepto una sombría muchachita de ojos negros y labios rojos como la sangre que vagaba por las noches por el bosque, vestida de blanco, cual espectro marchito y descolorido, llorando en silencio por el secreto que guardaba su alma.
Abre la puerta y un viento gélido abofetea sus pálidas mejillas, que pronto tendrán un tinte escarlata. Se ciñe su blanca capa de piel, en su rostro se refleja la indecisión por un instante. Finalmente se decide a salir, y al cruzar la puerta extiende la mano derecha. Finos copos de nieve comienzan a acumularse sobre sus guantes. Mira al cielo, y sabe que no tiene mucho tiempo antes de que estalle la tormenta.
Comienza a andar, sus pasos tímidos toman ritmo a medida que el frío hace mella en sus huesos, dejando atrás la casita de madera de cedro y el cálido crepitar del hogar. De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar. Cualquier persona que la hubiera visto caminar sobre el gélido manto de nieve que separaba la casa del bosque habría pensado que parecía un mismísimo ángel caído del cielo, toda ella luz, blancura, y el negro resaltar de sus ojos y sus cabellos. Pero al adentrarse en el bosque parecía un espectro sombrío y marchito, y la creciente oscuridad provocada por los negros nubarrones aumentaba la sensación de fatalidad de su figura.
Al tiempo que sus presurosos pasos se adentran más y más en el espeso bosque de cedros y enebros, la nevada se hace más intensa. El murmullo sordo de las criaturas que rondan los árboles le provoca un escalofrío, y vuelve a ceñirse la capa una vez más, ajustando la capucha para aliviar las heladas orejas. El olor a madera mojada impregna sus fosas nasales y respira profundamente. Vuelve a sentirse inquieta, nerviosa. Pero sus pasos no se detienen; sigue caminando, un pie tras otro, sobre la nieve recién caída que a su paso se emborrona de barro y hielo. Continúa su camino hasta llegar a la laguna, donde una fina capa de escarcha comienza a cubrir la superficie del agua, y piensa que dentro de poco podrá sacar del trastero sus viejos patines. Incluso tal vez podría encargar unos nuevos y enseñar a patinar a Wendy. Mas sus fantasías se desmoronan al comprender que la decisión que ha tomado será un obstáculo, y la incertidumbre del futuro le atrapa la garganta en una oleada de pánico. Por un instante desea dar media vuelta y salir huyendo del bosque para encerrarse en la seguridad y la calidez del hogar. Pero en su interior sabe que esa seguridad ya no existe, no existirá, si no termina su cometido. Tiene que hacerlo, por Wendy.
Deja atrás la laguna escarchada, sus pasos vuelven a hacerse lentos. La tormenta ha arreciado y un viento gélido e intenso hace ondear sus rizos negros. La capucha abandonada sobre los hombros protesta contra su espalda tras cada embate del viento. La nieve rodea su rostro, su cuerpo, sus manos. Sigue su camino más por familiaridad que por orientación, pues la visibilidad cada vez es menor. Vislumbra a lo lejos la casita abandonada y ruinosa, ahora refugio de las aves y alimañas del bosque. Las viejas piedras protestan por la ventisca y las copas de los árboles danzan al son de la balada del viento. Sabe que pronto llegará a su destino, y ahora los nervios son reemplazados por el miedo; el miedo a lo que le aguarda y el miedo a continuar al azar del viento. Gana el último y comienza a correr, hundiendo sus botas en la cada vez más espesa nieve, buscando con la poca vista de que dispone la enorme cabaña del viejo Jack.
Perdida entre la blancura invernal, casi se da de bruces con la gran puerta de madera. Una enorme aldaba con forma de dragón dorado pende sobre el centro de la puerta. La toma entre sus manos, como si quemara. Permanece con el dragón entre sus gélidas manos un segundo, dos, tres; finalmente lo deja caer, y la intensidad del sonido la sorprende, alejándola de su turbulenta conciencia.
La puerta se abre violentamente, y el viejo Jack abre los ojos primero con sorpresa, luego con lascivia, en su boca una mueca mezcla de deseo y desdén. Hace un gesto exageradamente teatral invitándola a entrar y ella inmediatamente toma asiento junto al fuego para calentarse al tiempo que se deshace de su empapado abrigo. Tiritando, mira fijamente las llamas del hogar, sin querer desprender los ojos de las brasas, sin querer mirar a la cara a ese hombre que no soporta al que tendrá que aprender a soportar. Tienes que hacerlo, se repetía una y otra vez. Por Wendy, tienes que hacerlo, por ella y por padre.
El viejo Jack la mira desde su lugar junto a la puerta, de pie, evaluando la situación. El viejo y astuto Jack. En realidad Jack tendría unos cuarenta años, pero era el hombre de más edad de la aldea, por lo que todos los chiquillos se acostumbraron a llamarlo “el viejo Jack”. El de más edad, y también el de más dinero. Sus tierras eran las más extensas, y al vivir solo siempre tenía la cantidad suficiente de excedentes para aumentar notablemente los ahorros que guardaba debajo del colchón cada temporada de cosecha. Los años de vacas flacas se aprovechaba de los humildes campesinos de familia numerosa que apenas podían sobrevivir de su trocito de tierra poniendo precios desorbitantes a los alimentos que vendía. Y así se había conseguido una importante red de deudores de los que sacar provecho en cualquier momento. Como en el caso de Tom, que tuvo que faenar en las tierras del viejo Jack durante tres años para poder saldar su deuda con él, y durante esos tres años sus hijos tuvieron que cultivar su propia tierra para poder sobrevivir, cuando el mayor de ellos no llegaba ni a los ocho años. O como el invierno pasado, cuando la recién enviudada Juliet heredó la deuda de su difunto marido y tuvo que cocinar para el viejo Jack durante todo el año, y a saber qué más, pues un año después de la muerte de su marido dio a luz a una criatura de ojos grisáceos y nariz aguileña, tan parecido al viejo Jack que su familia la repudió y tuvo que abandonar la aldea recién dada a luz, con el bebé en sus flacuchos brazos y en pleno invierno. Y ahora ella se ponía en manos de ese cruel y asqueroso hombre. Por Wendy. Porque si no lo hacía perderían sus tierras y su vida quedaría reducida a la mendicidad, a vagar por el campo sin rumbo, sin dinero, bajo la nieve y el frío. No sobrevivirían al primer invierno, de eso no quedaba duda alguna.
El viejo Jack se acerca al fuego, sus dedos acarician los sedosos rizos negros de su cabello. Ella pega un brinco en su asiento y alza la mirada. Jack aprovecha ese momento para trasladar su mano al mentón de la chica. El brillo perverso de sus ojos ahumados se clava en las pupilas de ella, y por un instante sus ojos se llenan de lágrimas. Sin embargo, las palabras de Jack encienden en su interior el fuego del odio y la impotencia.
― Vaya, vaya, vaya. Parece que la pequeña Lilly ha cambiado de opinión.
Sonríe, con una sonrisa lobuna, y se pasa la lengua por los labios en un gesto lascivo que ella aborrece. Él continúa sujetando el mentón de Lilly, pero sus manos pasan a acariciar sus labios rojos, que comienzan a temblar.
― Parece que la pequeña Lilly ha pasado de escupirme literalmente en la cara a acudir a mi puerta como un corderito hambriento pidiendo clemencia. Qué curioso. Dejaste bien claro que no cederías al chantaje de un viejo canalla y asqueroso como yo. ¿Qué ha cambiado, Lilly?
Lilly continúa temblando, siente la imperiosa necesidad de apartar de un manotazo la mano grasienta de aquel tipo. Pero intenta controlarse, pues sabe que la rebeldía no conducirá a nada, y tiene que soportarlo, por Wendy. Y sabe que el contacto de la mano del viejo Jack en su cuerpo se repetirá, y tendrá que aprender a vivir con ello si no quiere ver cómo su hermana pequeña se muere de hambre y frío en medio de la nada. Los ojos vuelven a inundársele de lágrimas, lágrimas amargas de miedo e impotencia, de furia reprimida y desprecio de sí misma. Pero se las traga y responde.
― Lo siento, Jack. Espero que puedas perdonar mi arranque de mal genio. Espero que puedas darme otra oportunidad.
La estridente carcajada del hombre sorprende a Lilly. Una carcajada del más puro desprecio. Se siente desconcertada, indefensa y arrinconada, como un pajarillo recién cazado al que encierran en una jaula de marfil. El viejo Jack sigue riendo y riendo, lágrimas de risa corren por sus mejillas y la mano que antes acariciaba a la chica sujeta su abdomen al tiempo que ríe. Finalmente, el viejo Jack pasa de la risa a la sonrisa, y luego a la antigua mueca de desdén y lascivia. Sus ojos recorren de arriba abajo el hermoso cuerpo de Lilly, deteniéndose en su pecho. Vuelve a pasar la lengua por sus labios y posa su mano en el hombro de la chica mientras se sienta en el sofá junto a ella.
― Lilly, ahora el trato ha cambiado. Sigues siendo preciosa, no cabe duda. Pero ya no estoy interesado en ti. Bueno, al menos no durante todo el invierno.
Lilly abre los ojos desmesuradamente. Una pequeña esperanza nace en su pecho, la esperanza de que quizá la situación no sea tan desastrosa como imaginaba. Casi sonríe, pero el amago de sonrisa muere en sus labios ante las siguientes palabras del viejo Jack.
― Te diré lo que vamos a hacer. Hace mucho frío ahí fuera, y posiblemente la tormenta dure toda la noche. Así que tendrás que pasar la noche aquí. Y mañana por la mañana volverás a casa. Y traerás a Wendy.
Su rostro empalidece, y ahora más que nunca Lilly parece un fantasma descolorido y marchito. La culpabilidad azota su mente, y el dolor interno es mucho más intenso que el físico. No, por Dios, Wendy no, Wendy es una niña, es tan pequeña. No, por favor, por favor, esto no puede estar pasando. La culpa es mía, tendría que haber aceptado el acuerdo en cuanto me lo propuso, la culpa es mía, Dios, no, ¡NO!
El grito involuntario de Lilly toma por sorpresa al viejo Jack. La ve levantarse de un salto del sofá, con el fuego en los ojos y en las mejillas, sus abundantes pechos respirando agitadamente y los rojos labios fruncidos. La deseó en ese instante más que nunca, el deseo era tan fuerte, tan intenso,… Dios, era preciosa, la chica más bonita que había conocido. Por un momento pensó que se conformaría con ella, el trato era más que justo, o incluso podría sacar un poco más de tiempo, todo un año posiblemente. Solo había que negociar. Pero Lilly interrumpe sus pensamientos con una fuerte bofetada, con sus ojos negros encendidos por el odio.
― ¡Eres escoria! ¡Eres un canalla repugnante y asqueroso! ¡Wendy no es más que una niña! ¡No permitiré que te aproveches de una niña!
Fue entonces cuando el viejo Jack deseó realmente hacerle daño a esa muchachita rebelde y descarada. Se aseguraría de darle una lección que no pudiera olvidar en su vida. Y Jack se levanta de su asiento en el sofá, y toma a Lilly por los cabellos, retorciendo su mano derecha a través de los rizos y haciendo que inclinara la cabeza hacia su rostro.
― Harás lo que te he dicho, o mañana mismo os echaré de mis tierras. Si no pagáis la deuda vuestras tierras serán mías y os quedaréis en la calle, y me aseguraré de que nadie de la aldea os de cobijo ni alimento alguno. Y ahora voy a darte una lección, muchachita indisciplinada.
Posa sus labios sobre los de Lilly, mientras con la mano izquierda acaricia sus pechos. Lilly se retuerce intentando escapar de sus brazos, el pánico apoderándose de ella a medida que las caricias del hombre se hacen más exigentes y a la vez más repugnantes. Tiene la mente nublada por el miedo, siente que apenas puede respirar. Hasta que finalmente recuerda el cuchillo que guarda en la bota derecha, el que guardó en un arranque de insensata lucidez por si algo se torcía. Y mientras el hombre continúa intentando tocar su cuerpo, ella se inclina y saca el cuchillo.
El viejo Jack, con la adrenalina corriendo por sus venas, apenas se da cuenta de lo que pasa. Sólo un par de segundos después, cuando comienza a sentir un tremendo dolor en su estómago, suelta a Lilly y mira hacia abajo, al cuchillo hundido en su carne, a la sangre que corre por su entrepierna, por sus muslos, hasta encharcarse en el suelo. Y mira a esa jodida zorra de mierda, cómo ha sido capaz la muy puta, en cuanto me saque esta mierda de ahí la voy a matar, la muy zorra… Y tira del cuchillo, y la sangre comienza a correr mucho más rápidamente, y el pánico comienza a aturdir al viejo Jack, que se mira la herida y piensa que hay demasiada sangre, demasiada, mientras se derrumba en el suelo.
Lilly tardó varios segundos en ser consciente de lo que estaba haciendo. Al principio una niebla roja había envuelto su mente, toda pánico y confusión, adrenalina e instinto de supervivencia. Pero cuando vio a Jack mirarse toda esa sangre antes de caer al suelo, cuando vio el cuchillo en su abdomen, el mango ensangrentado, ¡sus manos ensangrentadas!, se sintió desfallecer.
Cuando volvió en sí, desde ese estado mental comatoso y confuso donde reina la desesperación y la culpabilidad, ya casi había amanecido. Las primeras luces del alba iluminaban el claro del bosque donde se emplazaba la cabaña. La tormenta había cesado dejando a su paso un extenso manto de nieve y algunos solitarios copos mecidos por el viento.
Cuando volvió en sí, Lilly fue completamente consciente de sus actos. El cuerpo frío del viejo Jack seguía en su lugar en el suelo, entre la chimenea y el sofá, y un extenso charco de sangre coagulada se acumulaba en las tablas de madera de la estancia. Las brasas se habían apagado dejando un reguero de frías cenizas y la habitación estaba helada. Lilly fue consciente de que solo tenía dos alternativas: confesar su culpabilidad en el crimen o intentar ocultarla.
Lo primero que hizo fue preparar una hoguera. Lo segundo, coger el cuchillo ensangrentado del lugar a donde Jack lo había arrojado y borrar todo rastro de sangre. Por último, cogió una botella de whisky del aparador de la cocina y la roció por el sofá, donde unas pocas horas antes se había sentado a hablar con el viejo Jack. Lo último que hizo fue quitarse el vestido, lleno de salpicaduras de sangre. Se envolvió en su blanco abrigo de piel y abandonó la casa, justo después de envolver la botella en el vestido y arrojarla al fuego.
Pocas horas después se desató el infierno. Las llamaradas envolvían las ventanas de la casa y el fuego rugía ensordecedor, levantando efímeras llamaradas que volvían a hundirse en la madera para luego volverse a levantar. El fuego duró horas y horas, hasta el anochecer, cuando empezó nuevamente a nevar y los árboles del bosque adyacente pudieron respirar tranquilos. Durante semanas los aldeanos estuvieron comentando la horrible tragedia en la que el viejo Jack había perdido la vida, aunque para ser sinceros, muchos de ellos se vieron aliviados al no tener que pagar sus deudas con él. Pero el tiempo pasó y al final, como todos los sucesos imprevistos, la tragedia del bosque acabó olvidándose, a excepción de algunos comentarios ocasionales en las fiestas de la cosecha y en algunos funerales. Todos borraron de su mente al viejo y solitario Jack, todos excepto una sombría muchachita de ojos negros y labios rojos como la sangre que vagaba por las noches por el bosque, vestida de blanco, cual espectro marchito y descolorido, llorando en silencio por el secreto que guardaba su alma.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
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Re: CPVIII La deuda
A lo mejor esto es cosa mía, pero me ha dado la impresión de que abusas de la "Y". Dicho esto la historia del tirano y la chica no me parece especialmente original.
Ahora bien, el relato es ameno y me ha llegado a poner en tensión, lo cual lo valoro. También me han gustado las descripciones muy gráficas como:
Continúa su camino hasta llegar a la laguna, donde una fina capa de escarcha comienza a cubrir la superficie del agua
o
De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar
Ahora bien, el relato es ameno y me ha llegado a poner en tensión, lo cual lo valoro. También me han gustado las descripciones muy gráficas como:
Continúa su camino hasta llegar a la laguna, donde una fina capa de escarcha comienza a cubrir la superficie del agua
o
De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar
- andres451
- No tengo vida social
- Mensajes: 1022
- Registrado: 31 Oct 2010 19:12
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Re: CPVIII La deuda
No es de mis favoritos, no quiere decir que sea malo. Me veía venir un poco el final del Viejo Jack, aún así me entretuvo.
1
- Tadeus Nim
- No tengo vida social
- Mensajes: 1314
- Registrado: 13 Nov 2012 13:55
- Ubicación: Eso ¿Donde estoy?
Re: CPVIII La deuda
Sin duda uno de los mejores que he leído hasta la fecha. Que bien escribes leñe!! Cualquier análisis que yo haga del presente texto dará un resultado más que satisfactorio. Por cierto todos deseábamos que apuñalara al cabronazo del viejo Jack.
Que sepas que algo me rechinó de esta frase, no sé si lo pones así a conciencia o es un error.
Gracias
Que sepas que algo me rechinó de esta frase, no sé si lo pones así a conciencia o es un error.
“parecía un mismísimo ángel caído del cielo” yo le quitaría el mismísimo |
Gracias
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
- Ismael González
- Lector voraz
- Mensajes: 178
- Registrado: 12 Ago 2012 17:32
- Contactar:
Re: CPVIII La deuda
Creo que la historia podría haber dado más de sí. La escena de la violación no me ha transmitido lo que la protagonista tendría que estar sintiendo ni la dureza general de la misma. No se nos muestra a la hermana pequeña y esto me parece importante; sabemos que Lilly quiere a su hermana, pero no logro ponerme en su piel. ¿No debería de ser el lector quien simpatice con la pequeña para así preocuparse por lo que pueda hacerle el viejo?
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Re: CPVIII La deuda
Me ha gustado. Está bien escrito pero la idea no es nada original. Hay dos cosas que me chirriaron, la primera porque describes el día de frío y que se pone la capa y una entiende que se pone la capucha, pero luego describes los pelos y se entiende que no . La segunda, la forma de prender fuego a la cabaña porque dices que lanza la botella al fuego y yo entiendo que lo lanza a la chimenea o donde tuviera este hombre el fuego encendido, y puedo entender la explosión pero raro que se expanda el fuego si está en un sitio controlado. Nada, tonterías mías que igual entendí hasta mal. Felicidades por la creación!!
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El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
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El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
Re: CPVIII La deuda
Con este relato tengo sensaciones encontradas. Por un lado, la historia, a pesar de no ser original, es emocionante, mantiene la tensión y anima a seguir leyendo. Pero creo que en el formato hay un par de cuestiones, que sin ser errores, a mí me han desmerecido bastante la historia. El primero de ellos es ele cambio de narrador. al principio, centrado en Lilly, el cuento fluía de maravilla, pero luego has pasado a Jack y la subjetividad forzada y el abandonar al personaje con el que uno podía estabelcer empatía me ha sacado de la ensoñación de un plumazo.
Otro fallo, aunque este es más personal, es la utilización de palabras contextualmente inadecuadas con la idea de aumentar de forma forzada la belleza de las frases. Ejemplos serían hablar de un reguero de brasasal describir los rescoldos de la chimenea o de llamas efímeras cuando se está desatando un incendio colosal. Sé que las acepciones de ambos términos, si nos ponemos puristas, podrían ser correctas, pero creo que la elección de esos términos son inadecuadas y distraen la atención del lector.
Otro fallo, aunque este es más personal, es la utilización de palabras contextualmente inadecuadas con la idea de aumentar de forma forzada la belleza de las frases. Ejemplos serían hablar de un reguero de brasasal describir los rescoldos de la chimenea o de llamas efímeras cuando se está desatando un incendio colosal. Sé que las acepciones de ambos términos, si nos ponemos puristas, podrían ser correctas, pero creo que la elección de esos términos son inadecuadas y distraen la atención del lector.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
Re: CPVIII La deuda
Spbre puntuación:
Mezclas dos tiempos verbales en el mismo párrafo, por lo que me resulta algo confuso de leer. "De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar. Cualquier persona que la hubiera visto caminar sobre el gélido manto de nieve que separaba la casa del bosque habría pensado que parecía un mismísimo ángel caído del cielo, toda ella luz, blancura, y el negro resaltar de sus ojos y sus cabellos. Pero al adentrarse en el bosque parecía un espectro sombrío y marchito, y la creciente oscuridad provocada por los negros nubarrones aumentaba la sensación de fatalidad de su figura.
Sobre la historia:
Pues no sé por qué tiene que llorar por haber cometido ese crimen, la verdad. Un final sin la dama doliente me hubiera convencido más. Si embargo, quitando algunos fallitos, me gusta cómo está contada la historia, aunque el final es, también, algo predecible.
Me parece un buen trabajo y lo dejo para relectura porque estoy así así con él.
Mezclas dos tiempos verbales en el mismo párrafo, por lo que me resulta algo confuso de leer. "De sus labios, rojos como la sangre, escapa una nube de vapor al respirar. Cualquier persona que la hubiera visto caminar sobre el gélido manto de nieve que separaba la casa del bosque habría pensado que parecía un mismísimo ángel caído del cielo, toda ella luz, blancura, y el negro resaltar de sus ojos y sus cabellos. Pero al adentrarse en el bosque parecía un espectro sombrío y marchito, y la creciente oscuridad provocada por los negros nubarrones aumentaba la sensación de fatalidad de su figura.
Sobre la historia:
Pues no sé por qué tiene que llorar por haber cometido ese crimen, la verdad. Un final sin la dama doliente me hubiera convencido más. Si embargo, quitando algunos fallitos, me gusta cómo está contada la historia, aunque el final es, también, algo predecible.
Me parece un buen trabajo y lo dejo para relectura porque estoy así así con él.
Siempre contra el viento
- jilguero
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Re: CPVIII La deuda
En general, bastante bien escrita, si bien con una forma más bien candorosa de referir los sucesos. La pega principal, pues que me ha recordado mucho a los cuentos que de pequeños nos contaban los mayores y, por ello, me ha resultado demasiado previsible. Con todo, es una bonita historia y me alegro de haberla leído.
¿Qué me está pasando? Las cavilaciones de Juan Mute
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
Re: CPVIII La deuda
Debo de ser un sádico o un psicópata, porque se supone que tengo que sentir empatía por la protagonista... pero nada de nada. Lo bueno es que es una historia que me ha gustado mucho cómo está contada (aunque hubiera preferido que se narrara todo desde el punto de vista de ella) y ha sido muy agradable de leer y, aunque el final es muy previsible, eso no le quita ningún mérito al desarrollo. Como apunte personal, quizás deberías haber descrito a Jack más como un monstruo en lugar de explicar por qué lo llaman "viejo", que tampoco viene muy a cuento.
Re: CPVIII La deuda
Una historia oscura y cruel, pero no me ha convencido. Hay que destacar la maldad del viejo Jack, pero todo lo demás es demasiado previsible, no hay opción para la sorpresa.
Una cosa que he visto, después del guión largo no hay que dejar espacio al comenzar el diálogo.
—Ven con el viejo Jack, pequeña...
Una cosa que he visto, después del guión largo no hay que dejar espacio al comenzar el diálogo.
—Ven con el viejo Jack, pequeña...
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Re: CPVIII La deuda
Me ha recordado a los cuentos clásicos tipo Caperucita roja, me ha gustado mucho tanto la ambientación como la forma en que está escrito
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
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Re: CPVIII La deuda
Los cuentos de hadas suelen tener un trasfondo oscuro, pero éste lo ha agarrado por el cuello y se lo ha puesto de abrigo. Me gustan los tintes sombríos y los cuentos de hadas vueltos del revés, dos características que tiene este relato. Está bien escrito, aunque creo que abusa de los adjetivos para crear las sensaciones buscadas. Por ejemplo, he encontrado "gélido" dos veces casi seguidas cuando, para transmitir la frialdad del momento, no era necesario reiterarlo. Son cosas que pasan. También es previsible. La mayor parte de los cuentos de hadas lo son. Tiene algunos elementos estereotípicos. Los cuentos de hadas se basan en arquetipos. No es perfecto, vale, pero me ha entretenido y he disfrutado con ese final tan tétrico. La gran pega, para mí, es un excesivo sentimentalismo apoyado en la figura ausente de Wendy, que se remarca para dar énfasis al sacrificio de Lilly.
Me lo dejo cerca.
Me lo dejo cerca.
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- Topito
- GANADOR del V Concurso de relatos
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- Registrado: 13 Abr 2009 20:43
- Ubicación: Los Madriles
Re: CPVIII La deuda
Una muy buena fábula al estilo de los hermanos Grimm, sin edulcorante tipo Disney.
Bien escrito, y se lee bien. No mucho más que decir.
buen trabajo. No entrará entre mis votos porque otros me han tocado la fibra. sorry.
Bien escrito, y se lee bien. No mucho más que decir.
buen trabajo. No entrará entre mis votos porque otros me han tocado la fibra. sorry.
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