CPVIII Fumar mata - Tadeus Nim (Ganador popular)
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CPVIII Fumar mata - Tadeus Nim (Ganador popular)
Fumar mata
Conrad Melbroke coleccionaba cajetillas de cigarrillos vacías. Solo la suyas. De las que sacaba, y fumaba, cigarrillo tras cigarrillo hasta vaciarlas por completo. Si cumplía, una vez vacía, con los requisitos, pasaba a formar parte de las cajetillas aspirantes a su colección. Debía conservar la parte inferior del papel celofán que la envolvía intacta. El corte con la cintilla, cuando la abría, entre el celofán superior e inferior, debía ser perfecto y la parte superior salir arrastrada junto a ésta. De una pieza. Una vez abierta, el papel plateado, que conserva la humedad del tabaco en un grado óptimo, también debía salir de un solo tirón y sin arrastrar restos de la parte que permanecía envolviendo los cigarrillos.
Cuando sacaba el último cigarrillo de la cajetilla, Conrad Melbroke la examinaba atentamente. Mientras, se llevaba el cigarrillo a la comisura de los labios y le daba candela con un macizo encendedor de oro. La desconcertante digresión entre el volumen en su mano y el peso del encendedor le transmitía contundencia en el gesto. Era un encendido denso. Completo. Era la última prueba.
Si encendía el cigarrillo, sin una mirada, de manera perfecta, mientras la examinaba, la cajetilla pasaba a ser aspirante a su colección.
El siguiente paso era buscar a una chica y asesinarla.
Si estaba en su casa salía a la calle. Entraba en el suburbano. Y se bajaba en una parada céntrica. Lo mismo le daba una zona que otra, una parada de que otra. Siempre que fuera la que había elegido. Consideraba que una aleatoriedad tutelada era lo correcto.
Miraba la hora. Sumaba las cifras simples de las horas, minutos y segundos que en ese momento le ofrecía, en el sistema horario de veinticuatro horas, su reloj digital. Cuando la cifra resultante era superior a diez, volvía a sumar los números sencillos que componían la cifra. Hasta tener un número simple. Del uno al nueve.
Si era un día par giraba a la derecha en el siguiente cruce de calles. Si no, a la izquierda. Y seguía esa calle cruzando tantas calles transversales como el número obtenido. Una vez cruzada la última, paraba en la esquina. Miraba el reloj de nuevo. Esperaba tantos minutos como calles había cruzado, como la cifra que había obtenido. Paciente.
Una vez culminada la espera, miraba hacia la izquierda. Si era un día impar.
Y contaba las chicas que pasaban cruzándose en su caminar con él. Hasta que llegaba a la cifra. Y ésa, esa era la que necesitaba.
Conrad Melbroke no era cruel. Coleccionaba cajetillas de tabaco. Vacías. De cigarrillos.
Una vez el destino le había dicho quién debía ser sacrificada, esperaba unos segundos. Se volvía y la seguía. Era paciente. Esperaría el momento oportuno. La llegaría a conocer. Mucho. Todo.
Alguna vez perdió su objetivo. Un autobús, en el momento justo, al que se subía mientras él no estaba en disposición de tomarlo o se subía a un coche y se perdía entre el tráfico. Esto descartaba la cajetilla.
Pero si no era así, antes o después, llegaba a su domicilio o su lugar de trabajo. Ya no se escapaba. Siempre, aunque la perdiera, antes o después, la volvería a encontrar entrando o saliendo. No tenía prisa. A veces pasaban meses desde que una cajetilla se convertía en aspirante y, por fin, pasaba a formar parte de su colección, con todo derecho. Completa.
Conrad Melbroke esperaba el momento óptimo en el que actuar. Confirmaba, revolviendo en la basura, que la colaboradora no menstruase. Era importante. Llevaba un calendario del ciclo de la elegida que iba confirmando por los restos encontrados y con él hacía una estimación del proceso.
Esos días era cuando podía culminar con ese requisito. En pleno proceso de ovulación.
Se presentaba en el domicilio cuando estaba sola. Llamaba a su puerta identificándose como repartidor de una agencia de transporte. Vestía como tal. Llevaba una caja de cartón lo suficientemente grande como para contener el material que necesitaba y que la obligara a abrir la puerta.
La descarga de un aturdidor eléctrico hacía innecesaria toda violencia. Siempre caían hacia dentro cuando, en el desfallecimiento espasmódico, las ayudaba empujando con la caja. Entraba y cerraba la puerta.
Les aplicaba otra descarga una vez dentro. Había cambiado los condensadores del aturdidor por otros más potentes. No dejaba nada al azar.
Abría la caja de cartón, que había forrado interiormente de plástico, y sacaba guantes de goma gruesos, un mono de plástico con capucha, gafas de bricolaje y unas bolsas de plástico para los pies que cerraría con cinta adhesiva y se lo ponía todo. También una lámina de plástico grueso que extendía en el suelo. Ponía a la chica encima. Comprobaba sus constantes vitales. Si después de las dos descargas el corazón seguía latiendo, continuaba usando el aturdidor hasta que entraba en parada.
Conrad Melbroke no se consideraba un asesino. Tan solo un coleccionista. De cajetillas de cigarrillos perfectas.
Sacaba una cuchilla de bricolaje y procedía a abrirle el abdomen por debajo del ombligo. Por encima del pubis. Con la ropa puesta. Un corte pequeño. Lo justo para que cupiera una mano. Siempre sangraban. Por eso la lámina de plástico grueso. No mucho, puesto que el corazón ya no latía y esquivaba las arterias importantes. Eso era fácil por donde hacia el corte. De todas maneras debía ser rápido.
Introducía la mano en el abdomen y buscaba un ovario. El derecho, si era día par. Lo sujeta entre el pulgar y el índice y estira. Lo arranca desde dentro, saca el ovario con la mano y lo introduce en una bolsita de plástico.
Envolvía el cuerpo con la lámina. Se quitaba las gafas, el mono y las bolsas de los pies y con mucho cuidado los metía en la caja. La cuchilla también. Los guantes no. Se ponía unos de trabajo encima. Se cercioraba de que no hubiera nadie en el rellano y salía con la caja, previa última inspección del escenario. Y se iba a su casa.
Cuando llegaba a su casa arrojaba a una estufa de leña el contenido de la caja. Luego la misma caja. Y sacaba la bolsa que contenía el órgano de la chica. Envolvía este en papel de cocina para quitarle toda la humedad superficial y lo enterraba en sal. En una cajita. Dos semanas.
Tan solo entonces, una vez limpio, lo introducía dentro de la cajetilla aspirante. La cerraba y metía, la cajetilla, en una bolsa con cierre de sellado.
Y ya formaba parte, una cajetilla más, de su colección de cajetillas perfectas.
Conrad Melbroke es un coleccionista meticuloso.
*******
Ahora mismo observa su colección. Cuarenta y siete cajetillas perfectas. Está orgulloso. Saca la cajetilla de cigarrillos en uso. La abre. Saca un cigarrillo. ¡El último! Coge su encendedor de oro y saca la chispa que prende la llama. Y lleva su mano, mientras mira la cajetilla, al cigarrillo. “Fumar mata”, lee la advertencia sanitaria mientras escucha como el cigarrillo acoge la llama del mechero y la hace suya. Sonríe y coge su abrigo.
*******
En ese momento una chica cualquiera está dilucidando si queda o no con unos amigos para dentro de un rato. Mañana trabaja. Qué más da. Queda con ellos. Otra suspira con impaciencia mirando el reloj, apremiando al minutero tirano que estira su jornada laboral. Escaparse dos minutos antes no le puede perjudicar. Entre que se levanta, coge el abrigo y sale, casi han pasado. Otra más entra en una tienda a preguntar por un jersey que le gusta del escaparate que ha visto al pasar. Así, hasta diez. Todas se cruzarán con Conrad Melbroke. Una de ellas, dependiendo de la cantidad de segundos que marcara el reloj de Conrad Melbroke, estará citada con su destino. Con Conrad Melbroke. Que fuma. Y mata. Es un coleccionista. Meticuloso.
Conrad Melbroke coleccionaba cajetillas de cigarrillos vacías. Solo la suyas. De las que sacaba, y fumaba, cigarrillo tras cigarrillo hasta vaciarlas por completo. Si cumplía, una vez vacía, con los requisitos, pasaba a formar parte de las cajetillas aspirantes a su colección. Debía conservar la parte inferior del papel celofán que la envolvía intacta. El corte con la cintilla, cuando la abría, entre el celofán superior e inferior, debía ser perfecto y la parte superior salir arrastrada junto a ésta. De una pieza. Una vez abierta, el papel plateado, que conserva la humedad del tabaco en un grado óptimo, también debía salir de un solo tirón y sin arrastrar restos de la parte que permanecía envolviendo los cigarrillos.
Cuando sacaba el último cigarrillo de la cajetilla, Conrad Melbroke la examinaba atentamente. Mientras, se llevaba el cigarrillo a la comisura de los labios y le daba candela con un macizo encendedor de oro. La desconcertante digresión entre el volumen en su mano y el peso del encendedor le transmitía contundencia en el gesto. Era un encendido denso. Completo. Era la última prueba.
Si encendía el cigarrillo, sin una mirada, de manera perfecta, mientras la examinaba, la cajetilla pasaba a ser aspirante a su colección.
El siguiente paso era buscar a una chica y asesinarla.
Si estaba en su casa salía a la calle. Entraba en el suburbano. Y se bajaba en una parada céntrica. Lo mismo le daba una zona que otra, una parada de que otra. Siempre que fuera la que había elegido. Consideraba que una aleatoriedad tutelada era lo correcto.
Miraba la hora. Sumaba las cifras simples de las horas, minutos y segundos que en ese momento le ofrecía, en el sistema horario de veinticuatro horas, su reloj digital. Cuando la cifra resultante era superior a diez, volvía a sumar los números sencillos que componían la cifra. Hasta tener un número simple. Del uno al nueve.
Si era un día par giraba a la derecha en el siguiente cruce de calles. Si no, a la izquierda. Y seguía esa calle cruzando tantas calles transversales como el número obtenido. Una vez cruzada la última, paraba en la esquina. Miraba el reloj de nuevo. Esperaba tantos minutos como calles había cruzado, como la cifra que había obtenido. Paciente.
Una vez culminada la espera, miraba hacia la izquierda. Si era un día impar.
Y contaba las chicas que pasaban cruzándose en su caminar con él. Hasta que llegaba a la cifra. Y ésa, esa era la que necesitaba.
Conrad Melbroke no era cruel. Coleccionaba cajetillas de tabaco. Vacías. De cigarrillos.
Una vez el destino le había dicho quién debía ser sacrificada, esperaba unos segundos. Se volvía y la seguía. Era paciente. Esperaría el momento oportuno. La llegaría a conocer. Mucho. Todo.
Alguna vez perdió su objetivo. Un autobús, en el momento justo, al que se subía mientras él no estaba en disposición de tomarlo o se subía a un coche y se perdía entre el tráfico. Esto descartaba la cajetilla.
Pero si no era así, antes o después, llegaba a su domicilio o su lugar de trabajo. Ya no se escapaba. Siempre, aunque la perdiera, antes o después, la volvería a encontrar entrando o saliendo. No tenía prisa. A veces pasaban meses desde que una cajetilla se convertía en aspirante y, por fin, pasaba a formar parte de su colección, con todo derecho. Completa.
Conrad Melbroke esperaba el momento óptimo en el que actuar. Confirmaba, revolviendo en la basura, que la colaboradora no menstruase. Era importante. Llevaba un calendario del ciclo de la elegida que iba confirmando por los restos encontrados y con él hacía una estimación del proceso.
Esos días era cuando podía culminar con ese requisito. En pleno proceso de ovulación.
Se presentaba en el domicilio cuando estaba sola. Llamaba a su puerta identificándose como repartidor de una agencia de transporte. Vestía como tal. Llevaba una caja de cartón lo suficientemente grande como para contener el material que necesitaba y que la obligara a abrir la puerta.
La descarga de un aturdidor eléctrico hacía innecesaria toda violencia. Siempre caían hacia dentro cuando, en el desfallecimiento espasmódico, las ayudaba empujando con la caja. Entraba y cerraba la puerta.
Les aplicaba otra descarga una vez dentro. Había cambiado los condensadores del aturdidor por otros más potentes. No dejaba nada al azar.
Abría la caja de cartón, que había forrado interiormente de plástico, y sacaba guantes de goma gruesos, un mono de plástico con capucha, gafas de bricolaje y unas bolsas de plástico para los pies que cerraría con cinta adhesiva y se lo ponía todo. También una lámina de plástico grueso que extendía en el suelo. Ponía a la chica encima. Comprobaba sus constantes vitales. Si después de las dos descargas el corazón seguía latiendo, continuaba usando el aturdidor hasta que entraba en parada.
Conrad Melbroke no se consideraba un asesino. Tan solo un coleccionista. De cajetillas de cigarrillos perfectas.
Sacaba una cuchilla de bricolaje y procedía a abrirle el abdomen por debajo del ombligo. Por encima del pubis. Con la ropa puesta. Un corte pequeño. Lo justo para que cupiera una mano. Siempre sangraban. Por eso la lámina de plástico grueso. No mucho, puesto que el corazón ya no latía y esquivaba las arterias importantes. Eso era fácil por donde hacia el corte. De todas maneras debía ser rápido.
Introducía la mano en el abdomen y buscaba un ovario. El derecho, si era día par. Lo sujeta entre el pulgar y el índice y estira. Lo arranca desde dentro, saca el ovario con la mano y lo introduce en una bolsita de plástico.
Envolvía el cuerpo con la lámina. Se quitaba las gafas, el mono y las bolsas de los pies y con mucho cuidado los metía en la caja. La cuchilla también. Los guantes no. Se ponía unos de trabajo encima. Se cercioraba de que no hubiera nadie en el rellano y salía con la caja, previa última inspección del escenario. Y se iba a su casa.
Cuando llegaba a su casa arrojaba a una estufa de leña el contenido de la caja. Luego la misma caja. Y sacaba la bolsa que contenía el órgano de la chica. Envolvía este en papel de cocina para quitarle toda la humedad superficial y lo enterraba en sal. En una cajita. Dos semanas.
Tan solo entonces, una vez limpio, lo introducía dentro de la cajetilla aspirante. La cerraba y metía, la cajetilla, en una bolsa con cierre de sellado.
Y ya formaba parte, una cajetilla más, de su colección de cajetillas perfectas.
Conrad Melbroke es un coleccionista meticuloso.
*******
Ahora mismo observa su colección. Cuarenta y siete cajetillas perfectas. Está orgulloso. Saca la cajetilla de cigarrillos en uso. La abre. Saca un cigarrillo. ¡El último! Coge su encendedor de oro y saca la chispa que prende la llama. Y lleva su mano, mientras mira la cajetilla, al cigarrillo. “Fumar mata”, lee la advertencia sanitaria mientras escucha como el cigarrillo acoge la llama del mechero y la hace suya. Sonríe y coge su abrigo.
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En ese momento una chica cualquiera está dilucidando si queda o no con unos amigos para dentro de un rato. Mañana trabaja. Qué más da. Queda con ellos. Otra suspira con impaciencia mirando el reloj, apremiando al minutero tirano que estira su jornada laboral. Escaparse dos minutos antes no le puede perjudicar. Entre que se levanta, coge el abrigo y sale, casi han pasado. Otra más entra en una tienda a preguntar por un jersey que le gusta del escaparate que ha visto al pasar. Así, hasta diez. Todas se cruzarán con Conrad Melbroke. Una de ellas, dependiendo de la cantidad de segundos que marcara el reloj de Conrad Melbroke, estará citada con su destino. Con Conrad Melbroke. Que fuma. Y mata. Es un coleccionista. Meticuloso.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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- Ismael González
- Lector voraz
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- Registrado: 12 Ago 2012 17:32
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Re: CPVIII Fumar mata
Muy bueno, y me encanta ese tal Conrad Melbroke.
Pero a pesar del interesante personaje, no me gustan esas frases tan cortas; a veces solo una palabra entre dos puntos.
Me recuerda mucho a la escritura de los novelistas estadounidenses. No sé, no sé… Mmm...
Pero a pesar del interesante personaje, no me gustan esas frases tan cortas; a veces solo una palabra entre dos puntos.
Me recuerda mucho a la escritura de los novelistas estadounidenses. No sé, no sé… Mmm...
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Re: CPVIII Fumar mata
Uff, ha sido duro por momentos, no esperaba leer nada gore.
La primera mitad me ha pareceido muy buena. Me ha enganchado por completo, me gustaba cómo estaba escrita y fluia muy bien. Cuando hemos llegado a la parte desagradable (a mí me lo parece) la cosa se ha frenado un poco, con un par de frases en presente, de repente (no revisado?). Luego ha vuelto a fluir hasta el final. Lo malo es que el final no escondían ningún misterio o giro inesperado, simplemente se acababa donde había empezado. Eso no me ha gustado mucho, pero es eso: cuestión de gustos.
La primera mitad me ha pareceido muy buena. Me ha enganchado por completo, me gustaba cómo estaba escrita y fluia muy bien. Cuando hemos llegado a la parte desagradable (a mí me lo parece) la cosa se ha frenado un poco, con un par de frases en presente, de repente (no revisado?). Luego ha vuelto a fluir hasta el final. Lo malo es que el final no escondían ningún misterio o giro inesperado, simplemente se acababa donde había empezado. Eso no me ha gustado mucho, pero es eso: cuestión de gustos.
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Re: CPVIII Fumar mata
Me ha encantado el personaje, lo bien descrito que está su trastorno obsesivo y su método psicótico. Un puntazo a favor también el jugar con la ironía del título y de las cajetillas. No me ha parecido desagradable, es la crónica de un asesino psicópota bastante original.
Ahora, desde el punto de vista forma, sin presentar grandes faltas de ortografía, tiene ciertos errores que lo descartan de mi lista de candidatos (un dequeísmo, esos presentes que se han colado sin avisar, tildes, comas desconcertantes...) posiblemente por lapsus debidos a falta de revisión.
La cuestión de la puntuación con frases tan cortas es algo controvertido. Es cierto que descolocan bastante, pero me debato entre el amor y el odio. No sé, no sé...
Ahora, desde el punto de vista forma, sin presentar grandes faltas de ortografía, tiene ciertos errores que lo descartan de mi lista de candidatos (un dequeísmo, esos presentes que se han colado sin avisar, tildes, comas desconcertantes...) posiblemente por lapsus debidos a falta de revisión.
La cuestión de la puntuación con frases tan cortas es algo controvertido. Es cierto que descolocan bastante, pero me debato entre el amor y el odio. No sé, no sé...
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
- doctorkauffman
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Re: CPVIII Fumar mata
solo una cosa, si le hubieras puesto al protagonista un nombre español, hubiera sido más cercano y, por lo tanto, más angustiante.
Felicidades, una gran creación.
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- albatross
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- Registrado: 04 Dic 2012 19:56
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Re: CPVIII Fumar mata
A mí esta temática de asesinatos psicóticos, la verdad, no me produce emoción ninguna. Ni me excita ni me provoca rechazo. Digamos que no es mi estilo. Intento releer sin ese prejuicio, intentando juzgar el texto por sus méritos literarios y me deja igual de frio. Es verdad que no hay estridencias, ni errores evidentes, se ve que el autor no es ningún principiante, pero reconozco que no soy la persona idónea para alabar este tipo de relatos.
- DarkLady Juliet
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- Registrado: 06 Sep 2010 00:25
- Ubicación: En Darkilandia, en los libros y en Madrid también.
Re: CPVIII Fumar mata
Desierto, coincido bastante contigo, a mí también me ha encantado el personaje, su cuidadosa elección de las cajetillas... todo tan metódico y, de repente:Desierto escribió:Me ha encantado el personaje, lo bien descrito que está su trastorno obsesivo y su método psicótico. Un puntazo a favor también el jugar con la ironía del título y de las cajetillas. No me ha parecido desagradable, es la crónica de un asesino psicópota bastante original.
Ahora, desde el punto de vista forma, sin presentar grandes faltas de ortografía, tiene ciertos errores que lo descartan de mi lista de candidatos (un dequeísmo, esos presentes que se han colado sin avisar, tildes, comas desconcertantes...) posiblemente por lapsus debidos a falta de revisión.
La cuestión de la puntuación con frases tan cortas es algo controvertido. Es cierto que descolocan bastante, pero me debato entre el amor y el odio. No sé, no sé...
Impactante. Qué cambio de tema. ¿Gore? ¿porqué, porque dice "menstruación"... ¿porque mete la mano para sacar el ovario? He de reconocer que a mí como mujer me ha resultado un pelín durillo leerlo, pero los asesinos en serie son como son... asesinos, con lo que el método da un poco igual.El siguiente paso era buscar a una chica y asesinarla.
Lo de los presentes en medio de la frase escrita con imperfectos también me chocó, luego pensé que podría estar hecho a propósito, un cambio de estado mental del protagonista ¿pasando de cómo es la descripción de su método a la inmersión en el proceso?...
Me ha gustado bastante, estilo rápido, relato breve, acertada descripción del coleccionista y esa ironía... fumar mata. Ya te digo si mata.
Recuento 2024, agenda lectora y estantería Goodreads
Todo empezó con un libro Traductores: puentes entre mundos
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Re: CPVIII Fumar mata
¿Gore porque le abre el abdomen y le saca un ovario? mmm sí.
Llámame sensible si quieres, pero el hecho de que en el cine y la tv estemos hartos de ver burradas cada vez mayores no significa que uno esté inmunizado. A mi ese momento me ha parecido duro y muy desagradable. Es cuestión de percepciones, nada más.
Llámame sensible si quieres, pero el hecho de que en el cine y la tv estemos hartos de ver burradas cada vez mayores no significa que uno esté inmunizado. A mi ese momento me ha parecido duro y muy desagradable. Es cuestión de percepciones, nada más.
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- DarkLady Juliet
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Re: CPVIII Fumar mata
Ya te digo, a mí nombrar "menstruación" ya me hace daño. Y lo de rebuscar en la basura... puagg... Sin embargo, me ha parecido adecuado e inquietante... Afortunadamente el señor se llama Conrad Melbroke, si se llega a llamar Paco Gómez, no duermo.
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Re: CPVIII Fumar mata
Joder, espeluznante relato sobre un meticuloso y maniático asesino en serie. Me ha gustado de principio a fin, quedándome a cuadros una vez que la cajetilla pasa a ser aspirante y nos muestras de que va el asunto. Reconozco que me he quedado con las ganas de que me saciaras la curiosidad de porqué mataba de esa forma (me gustaría ahondar en el trauma que le ha llevado hasta tal punto, si es que existe), pero bueno, esto es cosa mía y creo que así es un muy buen relato. Por lo menos, a mí me ha encantado. En cuanto a si es gore o no, soy el menos indicado para decidirlo. A mí me ha parecido light .
—Me parece que esta cajetilla es perfecta para ampliar mi colección, ¿no creéis?
—Me parece que esta cajetilla es perfecta para ampliar mi colección, ¿no creéis?
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- shirabonita
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- Registrado: 23 Ago 2009 20:47
- Ubicación: un pueblo surfero de guipuzcoa
Re: CPVIII Fumar mata
Empiezo comentando un aspecto del relato que no me parece creíble: No es normal que las compresas y tampax de una mujer permanezcan en la basura tanto tiempo. ¿acaso no circula el camión de la basura en esa cuidad?
También me ha llamado la atención que pases a narrar en presente cuando explicas la extirpación del ovario, cuando , hasta entonces, estabas narrando en pasado...
Me parece asombroso el método de este asesino para escoger a su víctima. Conrad es minucioso hasta el último detalle. La idea de conservar ovarios secados en salazón, en cajetillas de tabaco, es tan delirante que tengo que reconocer la gran originalidad del autor/a. Conrad hace una interpretación muy especial de esa frase, "fumar , mata".
Para mí es un relato asombroso, estremecedor, y extraño. ME ha gustado, y sobre todo qué buena es la descripción de la locura obsesiva y psicópata de Conrad. Buen trabajo.
También me ha llamado la atención que pases a narrar en presente cuando explicas la extirpación del ovario, cuando , hasta entonces, estabas narrando en pasado...
Me parece asombroso el método de este asesino para escoger a su víctima. Conrad es minucioso hasta el último detalle. La idea de conservar ovarios secados en salazón, en cajetillas de tabaco, es tan delirante que tengo que reconocer la gran originalidad del autor/a. Conrad hace una interpretación muy especial de esa frase, "fumar , mata".
Para mí es un relato asombroso, estremecedor, y extraño. ME ha gustado, y sobre todo qué buena es la descripción de la locura obsesiva y psicópata de Conrad. Buen trabajo.
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Re: CPVIII Fumar mata
Este relato me ha gustado mucho. El prota es un coleccionista, dice él que de cajetillas de tabaco, pero en realidad lo que colecciona es el placer que le proporciona el poder.
Como todos los asesinos perturbados tiene sus manías, sus obsesiones, sus patrones. Es un relato complejo, muy bien escrito. Perdona autor que no me extienda más, prometo seguir comentando. Vaya por delante que me ha encantado.
rarita que es una ...
Como todos los asesinos perturbados tiene sus manías, sus obsesiones, sus patrones. Es un relato complejo, muy bien escrito. Perdona autor que no me extienda más, prometo seguir comentando. Vaya por delante que me ha encantado.
rarita que es una ...
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CPVIII Fumar mata
Bufff, es que yo soy super psicópata irrealmente hablando, me encantan el género policiaco y cuantas más muertes mejor. Supongo que la poli no lo pilla porque no hay unión entre las víctimas. Lo del ovario me ha matado, bufff, se me ha hecho super asquerosillo.
Pero como es mi género favorito, de momento (con 5 leidos) es mi favorita, y creo que por el título, la de Tadeus también!
Pero como es mi género favorito, de momento (con 5 leidos) es mi favorita, y creo que por el título, la de Tadeus también!
- Tadeus Nim
- No tengo vida social
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- Ubicación: Eso ¿Donde estoy?
Re: CPVIII Fumar mata
Hay que jod... fastidiarse con el acoso que sufrimos los pobres fumadores. Ya hasta nos van a identificar con los psicópatas. Autor ¿No podría coleccionar cajas de croquetas congeladas? Siejjjjjjqueeeeee...
Bueno pongámonos serios...
Me gusta mucho. Los bofetones que va soltando cuando coges algo de aire después del anterior, después del primero... Parece que no, si, bueno, vale, y zas en todos los morros, como el que unta mantequilla, venga vamos a matar a una chica.
Y ese es el primer sopapo.
Luego ya uno se va haciendo, flipando con su metodología, sorprendiendo con la "aleatoriedad tutelada", con un par. Las selecciona haciendo números. Ahí no hay ni aleatoriedad tutelada ni leches, puro azar. Para despistar y romper conexiones. Que mamón.
Y a por ella. Va a por lo íntimo.
Esta uno tan tranquilo como viendo (leyendo) un programa de la tele, te están contando como lo hacia y de repente, otro zas, te cambia el tiempo verbal y de estar siendo un espectador pasivo de lo que sucedió te mete en directo en la escena en presente brusco en toda mi cara. Por dios que asco. con el pulgar y el indice... puaggg. Y te saca volviendo al tiempo verbal que te distancia, menos mal, de la escena y de Conrad.
Y ya esta, llega a su casa y lo mete en sal como si fuera un jamón...
Y uno medio respira por que lo gordo ya ha pasado. Mentira podrida. Nos tiene preparados un par de guantazos mas de regalo y remate. Vuelve al presente y te vuelve a meter detrás de los ojos de Conrad y te dice que no lleva tres o cuatro que bueno, vale, ni una docenita que ya esta bien, no no no, 47. Si señor. Lo he puesto en numero que en letra es muy largo y todo
Y siguiendo a disgusto dentro del "joputa" este, se saca un cigarrito, lo enciende que es ultimo, se pitorrea con la advertencia y hale a por la 48. Será cabrón el tío.
Y de remate... Se lo pase a mi mujer a ver que le parecía (es que me ha gustado mucho ) y casi me pone la maleta en la puerta. "Que yo mañana tengo que ir a trabajar y voy a estar dándole vueltas a si hago o no algo"
Pues eso, que que hijo puta mas bien contado es el Conrad Melbroke.
Bueno pongámonos serios...
Me gusta mucho. Los bofetones que va soltando cuando coges algo de aire después del anterior, después del primero... Parece que no, si, bueno, vale, y zas en todos los morros, como el que unta mantequilla, venga vamos a matar a una chica.
Y ese es el primer sopapo.
Luego ya uno se va haciendo, flipando con su metodología, sorprendiendo con la "aleatoriedad tutelada", con un par. Las selecciona haciendo números. Ahí no hay ni aleatoriedad tutelada ni leches, puro azar. Para despistar y romper conexiones. Que mamón.
Y a por ella. Va a por lo íntimo.
A mi no me ha dado esa sensación, si esta acechando solo con verla sacar la bolsa de basura, la recupera y la examina.shirabonita escribió: Empiezo comentando un aspecto del relato que no me parece creíble: No es normal que las compresas y tampax de una mujer permanezcan en la basura tanto tiempo. ¿acaso no circula el camión de la basura en esa cuidad?
Esta uno tan tranquilo como viendo (leyendo) un programa de la tele, te están contando como lo hacia y de repente, otro zas, te cambia el tiempo verbal y de estar siendo un espectador pasivo de lo que sucedió te mete en directo en la escena en presente brusco en toda mi cara. Por dios que asco. con el pulgar y el indice... puaggg. Y te saca volviendo al tiempo verbal que te distancia, menos mal, de la escena y de Conrad.
Y ya esta, llega a su casa y lo mete en sal como si fuera un jamón...
Y uno medio respira por que lo gordo ya ha pasado. Mentira podrida. Nos tiene preparados un par de guantazos mas de regalo y remate. Vuelve al presente y te vuelve a meter detrás de los ojos de Conrad y te dice que no lleva tres o cuatro que bueno, vale, ni una docenita que ya esta bien, no no no, 47. Si señor. Lo he puesto en numero que en letra es muy largo y todo
Y siguiendo a disgusto dentro del "joputa" este, se saca un cigarrito, lo enciende que es ultimo, se pitorrea con la advertencia y hale a por la 48. Será cabrón el tío.
Y de remate... Se lo pase a mi mujer a ver que le parecía (es que me ha gustado mucho ) y casi me pone la maleta en la puerta. "Que yo mañana tengo que ir a trabajar y voy a estar dándole vueltas a si hago o no algo"
Pues eso, que que hijo puta mas bien contado es el Conrad Melbroke.
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Re: CPVIII Fumar mata
Muy muy bueno. Me dio un vuelco el corazón cuando comienza a explicar cómo una cajetilla aspirante se puede convertir en algo más. Enhorabuena al autor.
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