CPVIII El hombre de la camisa blanca - Estrella de mar

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPVIII El hombre de la camisa blanca - Estrella de mar

Mensaje por lucia »

El hombre de la camisa blanca

Abrió los ojos, comenzó a oler aromas marinos y a escuchar gemidos. Un frío fulminante le recorrió todo el cuerpo.
El sol, saliendo tímidamente, anunciaba con la luminosidad de sus rayos el fin de la tempestad. Contempló, estupefacto, cómo se teñía el cielo de cálidos tonos naranjas, amarillos y malvas.
Aún rugía el mar dando sus últimos coletazos de bravuconería, acechando a los siete náufragos que, calados de frío hasta los huesos y completamente exhaustos, luchaban por salvar su vida, aferrados a los restos del barco.
Habían sobrevivido a la novena ola, la más devastadora y terrible de las olas en una tormenta, según la leyenda marinera.
Se vio junto a ellos en esa improvisada balsa, creada y mecida por el destino. Su cuerpo no le respondía, aterido por el lacerante frío. Su mente, también congelada por la impresión, estaba en blanco por completo. Una sensación tremendamente inquietante se apoderó de él. Era un intruso, un intruso que no sabía cómo salir de allí.

Vio a uno de los náufragos, algo apartado del resto, con medio cuerpo dentro del agua y presa del cansancio, que gemía al verse a punto de ser tragado por el mar. Consiguió deshacerse del entumecimiento físico y mental que se había apoderado de él y asió al hombre con todas sus fuerzas, asegurándose de que se mantuviera sujeto a uno de los maderos. El resto de marineros no hubieran podido auxiliarlo, se encontraban completamente derrotados por el esfuerzo realizado durante el naufragio. Ni siquiera habían articulado palabra al verlo a él materializarse de repente, traumatizados como estaban por la catástrofe que acababan de sufrir. Lo único que hacían era agarrarse con sus pocas fuerzas a los maderos y mirarle con ojos desorbitados, sin poder creer lo que veían.

─¿Quién es este y cómo ha llegado hasta aquí? ─decían los gestos de sus caras.

Ni siquiera él lo sabía.
Cuando al fin volvió a la realidad vio que estaba tumbado en el suelo de su estudio. Sus ropas aún despedían olor a mar, los dientes le castañeteaban, su cuerpo temblaba de la cabeza a los pies. No podía creer lo que le acababa de pasar.
¡Acababa de salir del cuadro que estaba pintando!
Cesó el temblor y se incorporó para levantarse pero se tuvo que volver a acostar. El mareo era considerable. Lo último que recordaba antes de aparecer en el cuadro era estar pintando su versión de La novena ola.
Cuando se recuperó salió del estudio y no volvió hasta pasadas varias semanas.
Lo que había vivido le había asustado de verdad, sentía un temor atávico a que volviera a suceder. Pensó con estupor que tendría que dejar de pintar. Y eso lo llenó de pena.

Pero los lienzos le llamaban una y otra vez, eran testarudos y tercos como mulas. No pudo resistirse y retornó al estudio. Entró con reparos, como si lo habitasen presencias malignas dispuestas a hacerle perder el juicio. Se sentó en el sillón que solía utilizar para relajarse y conjurar a la inspiración. Cerró los ojos, respiró profundamente, se convenció de que una cosa así era imposible que le volviera a pasar. Y entonces, como un resorte, se levantó y se dispuso a dar las últimas pinceladas a un cuadro que tenía por terminar.

Aparece ante él un fulgor carmesí, sus oídos le retumban.
Un grito aterrador y lacerante le atraviesa de repente, transmisor de una angustia roja y amarilla que despide lenguas de fuego. Percibe también esa angustia reflejada en el cielo, que inflama y ciega sus ojos. Nubes flameantes corren a su encuentro.
Una vez sus ojos se acostumbran a ese fulgor, tímida y lentamente, logra acercarse a la fuente del salvaje aullido.

─Hola, disculpa que te moleste, ¿podrías dejar de gritar por unos minutos?
─No, es imposible.
─Es que, verás, vengo de muy lejos, no sé cómo volver a casa y tu grito no me deja concentrarme.
─Lo siento, no puedo evitarlo. Yo soy así. Vete a otro cuadro.
─Créeme, lo haría si pudiera.
─¿Tienes algo en contra de los que vivimos en cuadros como este?
─¿A qué te refieres?
─¿Eres un fanático talibán de lo abstracto como los otros?
─¿Qué otros? ¿Es que no soy el único que se ha perdido por aquí?
─No, no eres singular. Si has venido a llamarme monigote andante de la desesperación, ya se te han adelantado unos cuantos.
─No, descuida. Sólo quiero salir de aquí.
─Prueba con la puerta.
─¿Qué puerta?
─La que hay tras la barandilla, más allá del abismo azul.

Saltó, confiando en El Grito, y otra vez apareció en el suelo del estudio. Un hilillo de sangre resbalaba de su oído derecho.
Cuando se recuperó del todo y se sintió medianamente bien salió corriendo de allí. No volvió a pintar ni un solo trazo más en su vida.


─¿Cómo se te ha ocurrido esa absurda historia, muchacho?
─No es invención mía. Me la contó mi abuelo, maestro.
─Comprendo. El alzhéimer le hacía decir locuras.
─No fue el alzhéimer, maestro, me la contó antes de caer enfermo. Todo lo que le he contado le pasó a él. Y yo tengo pensado continuar con sus expediciones. Ya he hecho dos pequeñas incursiones.
─Sí, claro. Y a mí que no se me olvide desenterrar a Alejandro Magno. Encontré su tumba la semana pasada.
─Le hablo en serio, maestro. ¿Se acuerda de la reproducción que me recomendó que hiciera del café por la noche de Van Gogh?
─Sí, muchacho.
─Me introduje en él.
─¿Que te metiste en un cuadro de Van Gogh, dices?
─Sí. Bueno, me metí en mi copia. La clave está en los pinceles de mi abuelo. Lo he comprobado, maestro. El otro día los encontré en el desván, tracé unas pinceladas sin sentido, sólo para sostener los mismos pinceles con los que pintó él. Después me puse a pintar el último cuadro en el que estaba trabajando. Y una vez lo hube terminado, entonces ocurrió, de los pinceles empezaron a surgir chispas de todos los colores. ¡Percibí la inmersión en el lienzo, maestro! Noté como si mis miembros fueran introducidos en un pequeño cubículo, sentí cómo cada célula de mi cuerpo se unía a las pinceladas y cómo mi ADN se metamorfoseaba en miles de huellas pictóricas.
─¿De verdad esperas que me crea todo eso, chaval?
─No. Pero me gustaría contárselo igualmente, maestro.
─De acuerdo, hijo.

El fondo estrellado capturaba mi mirada, los colores de la terraza me llamaban con insistencia. Me acomodé en una de las sillas vacías, pedí al camarero un café solo. ¡Qué sabor! Jamás he probado un café igual. De pronto se me acerca un hombre. Viste con un traje negro y camina algo encorvado.
─Perdone, joven, esa silla es mía.
─¿Cómo dice?
─Lo sabe todo el mundo. Levántese, esa silla es mía ─repite con insistencia.
─Mire usted, este cuadro lo he pintado yo ─le digo, envalentonado─, así que me levantaré cuando quiera.
─¿Cómo ha dicho?
─Lo que oye. Este cuadro es mío.
─No sé a qué se refiere. Pero si sigue comportándose como un loco le advierto que llamaré a la gendarmería.
─¿Un loco, dice? No, se equivoca usted. Desgraciadamente, todavía no he alcanzado ese grado de maestría. Si quiere conocer a un loco de verdad, pregunte por Van Gogh.
─¿Por quién?
─Van Gogh, Vincent Van Gogh. Vive por aquí.
─No sé de quién me habla. Pero ya me está haciendo perder los estribos. Haga el favor de levantarse.
─No me da la real gana.

Entonces, maestro, se quita el sombrero y se sienta a mi lado.

─Está bien, no se altere ─me dice─. Hábleme de ese loco, Vincent.
─¿Está seguro? La historia puede parecerle rocambolesca.
─No se preocupe, sólo es una historia de un loco.
─Otra vez está usted muy equivocado. No es sólo una historia de un loco. Es más, no voy a andarme con rodeos. Le diré sin preámbulos que usted vive en un cuadro que es una burda copia comparado con el que él pintó.
─No diga estupideces, por favor. Es lo único que le voy a pedir. ¿Cómo me ha llamado? ─preguntó, reflexionando─. ¿Burda copia, ha dicho?
─En efecto, eso mismo.

El hombre del traje negro se levantó, me cogió de las solapas, y ya venía venir un buen derechazo cuando me desmaterialicé ante sus ojos. Había vuelto a la realidad.

─Me estás tomando el pelo, todo eso no es más que un sueño loco, muchacho.
─Le juro que no, maestro.
─¿Y el hombre del traje negro no era consciente de que vivía en un cuadro? Según lo que tu abuelo te contó sí que parecía que El Grito se diera cuenta de su realidad. Al parecer, sabía que estaba hecho de lienzo y que respiraba el aliento de los colores.
─¿Ve, maestro? Esa es una de las cosas que me tienen intrigado. Algunos saben dónde están pero otros se toman la vida en lienzo muy a pecho y se creen personas de verdad.
─Sí, muchacho, resulta curioso. Pero déjame decirte que fuiste un poco cruel con ese hombre, ¿no crees? ¿Cómo pudiste decirle así de sopetón que vive en un cuadro y que encima es una burda copia?
─Maestro, me puso nervioso, pero reconozco que no estuvo bien.
─Te voy a dar un consejo, muchacho. Deja de hacer esos experimentos con la pintura. Ten en cuenta que a tus diecinueve años aún no te ha dado tiempo de experimentar con la vida. ¡Por el amor de Dios!
─¿No forma la pintura parte de la vida, maestro? Usted me lo enseñó.
─Sí, sí, claro que sí, hijo. Pero esas expediciones podrían ser peligrosas.
─Puede ser, pero… ¿qué podría pasarme? ¿Quedarme enjaulado en un cuadro, atrapado en una bella imagen de por vida? Creo que lo prefiero a esta vida absurda, maestro.
─Tienes razón a medias, muchacho. La vida es absurda, pero que no se te olvide la belleza del halo de misterio que la envuelve. ¿No tienes miedo de dejar atrás esa belleza, muchacho? ¿No te da miedo postergar la vida de verdad?
─¿Y qué es la vida de verdad, maestro? Cuando estoy inmerso en un cuadro me siento vivo y disfruto con ese sentimiento. ¿No es eso verdadero?
─Sí, muchacho, es verdadero. Pero prométeme que en cuanto notes que te involucras más de la cuenta lo dejarás.
─Se lo prometo, maestro. Por el Azul Prusia. ¿Y usted me promete seguir escuchando las historias de mis expediciones mientras no me involucre demasiado?
─Claro, hijo. Te lo prometo por el Amarillo Nápoles.
─¿Quiere entonces que le cuente mi otra expedición?
─Adelante, chaval.
─Hice una reproducción de mi cuadro preferido y me adentré en él. ¿Se acuerda, maestro? ¿Se acuerda de cómo me quedaba ensimismado mirándolo desde aquella vez que lo vi en su estudio?
─Claro que me acuerdo, muchacho. Era una pequeña reproducción que hice de un cuadro de Dalí. Tendrías tú no más de cinco años y lo único que querías era agarrarlo con tus manitas para poder abrazar a la muchacha de la ventana. Millones de veces te oí hablar con ella. ¡Si hasta parecía que realmente estuvieras manteniendo una conversación con la muchacha!
─Y la tenía, maestro. Le juro que la tenía.
─Te creo, muchacho, te creo. Y dime, ¿qué ocurrió cuando entraste?
─Hablé con ella, estuve cara a cara con la que llenó de sueños mi infancia.

Ella estaba de espaldas, como se puede imaginar. Me acerqué lentamente, sintiendo un deseo irresistible de abrazarla con todas mis fuerzas. Con dificultad logré reprimirlo y me quedé parado donde estaba. No quería asustarla.

─Hola ─susurré.

Se giró, pausadamente, como si le costara un mundo realizar ese movimiento. Después de tanto tiempo pude contemplar su cara. Yo estaba conmocionado, aún no me había recuperado de la impresión que me había causado ver su rostro cuando su voz invadió la habitación, ingrávida y melódica.

─¿Quién eres tú?
─Un admirador ─le respondí un poco cohibido.
─¿Qué haces aquí? ─me soltó, arrugando el ceño.
─He venido a hacerte una visita.
─¿Acaso nos conocemos? Tengo muy mala memoria ─dijo, al tiempo que se le sonrosaban sus preciosas mejillas.
─Estamos unidos por el hilo de plata de una infancia coloreada con azul nostalgia ─le respondí. Ya había perdido la vergüenza.
─No recuerdo haberte visto nunca, en cambio tu voz me suena de algo ─reconoció un poco confusa.
─Eso es porque te hablaba mientras ibas surgiendo de la nada.
─¿Surgí de la nada?
─No, surgiste de una mente extravagante. Te creó un hombre con bigote enrollado hacia el cielo. Yo sólo te he reproducido ─acerté a responder, muy sorprendido por la pregunta.
─¿Eres tú mi Dios? ─me preguntó dejándome atónito.

Iba a contestarle pero no pude. Un silencio atronador me ensordeció, algo me expulsó del cuadro y volví a encontrarme de vuelta a mi gris realidad.

─¿Qué sería aquello que me expulsó, maestro?
─¿Cómo puedo yo saberlo, muchacho? Pero, hijo, hay una cosa que no entiendo. La muchacha que tú viste no podía ser la misma que yo pinté, por lo tanto no era la que compartió contigo tu infancia.
─Tiene razón, maestro, no era la misma. Intenté entrar en su cuadro pero no pude. Ya le he dicho que, al parecer, la magia está en los pinceles que encontré en el desván. La muchacha con la que mantuve esa conversación fue la que yo pinté utilizando los pinceles de mi abuelo. No había otra manera de entrar en el cuadro. Pero, ¿sabe lo más curioso de todo?
─Que también te enamoraste de ella.
─No. Bueno, sí. Pero eso no es lo más curioso.
─¿Y qué es, muchacho?
─Sospecho, maestro, que todos los cuadros que representan el mismo escenario están conectados.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque lo sentí, maestro, sentí que en el interior de aquella muchacha habitaba la que usted pintó. La copia que hice del cuadro tenía muchas deficiencias y no tenía ni la genialidad ni la maestría del suyo, pero cuando entré en él, no se lo creerá maestro, me vi en el cuadro tal y como lo pintó usted. Verá, lo que voy a contarle no se lo he mencionado antes. A medida que me iba acoplando al cuadro, antes de hablar con la muchacha, comencé a verlo como si fuera un caleidoscopio formado por miles de copias de la misma muchacha. Y al instante siguiente se difuminaron todas convirtiéndose en una imagen gigante que representaba el cuadro tal y como lo pintó Dalí.
─Hijo mío, ese cuadro te ha afectado mucho. Creo que lo mejor sería que lo regalaras.
─No puedo, maestro. Quiero volver a entrar en él, he de hablar con ella y contarle toda la verdad. Sé que necesita que continúe hablándole de su verdadero origen. Me echa de menos, maestro. Está muy sola, me lo dice desde el cuadro, la he oído llamarme entre lágrimas. Y yo estoy deseando acompañarla, contemplar ese velero junto a ella, desde la ventana.
─¿Pero no habías dicho que ya estabas pensando en introducirte en otro cuadro?
─Sí, esta noche pienso terminar mi reproducción de Goya. Sólo quiero sentir la luz y los colores. Cuando salga volveré a reunirme con la muchacha en la ventana.
─Chaval, ten cuidado. Recuerda lo que me has prometido. Y llámame después de haber salido de Goya. Quiero quedarme tranquilo.
─No se preocupe por mí, maestro. Es sólo vida pictórica, sólo una realidad de ficción pintada. ¿Qué podría pasarme?...


─Me está haciendo perder el tiempo, le advierto que no estoy para desvaríos de un viejo.
─Sólo quiero que lo busquen. Le digo que ha desaparecido, comisario.
─Mire, deduzco por toda esa inverosímil historia que me ha contado que el muchacho tan sólo es un joven artista bastante alocado. Habrá ido en busca de otras aventuras en algún que otro país. Es mayor de edad, ¿no es así?
─Sí, lo es.
─Pues no se preocupe, seguro que tarde o temprano tendrá noticias suyas. No se quede así tan cabizbajo, hombre, ya sabe cómo es la juventud.


Maestro… maestro… maestro… perdone que invada su sueño… pero necesitaba despedirme. No me busque, maestro, no estoy perdido. Estoy navegando por el paraíso de las pinturas. Se lo prometo por el Azul Prusia.
Maestro… me he tomado la licencia de invadir sus sueños porque quiero que sepa lo que me pasó. Le prometí que le llamaría cuando saliera y no pude hacerlo. Ahora, a través de sus sueños, intentaré rememorarlo todo para cumplir mi promesa.

Estoy entrando, introduciéndome en Goya. Lo primero que noto me hace sentir raro, no sé explicarlo con claridad, maestro. La inmersión es distinta a las otras veces, no me introduzco de la misma manera en los colores de la pintura, esta vez parece como si estos me estuvieran succionando.
Percibo la luz del farol, oigo una algarabía de voces, observo a las personas que hay a mi alrededor. A mi derecha, amontonados en funerario abrazo, yace el amasijo de muertos. Muertos que, segundos antes, eran hombres que respiraban y vivían.
¡Estaba ante el pelotón, maestro!
La hilera de fusiles nos encañonaba a mí y a los pobres desgraciados que me rodeaban. En un acto reflejo no pude evitar alzar los brazos, como la marioneta que carece de autonomía. Un ruido aturdidor de disparos perforó la noche y grité para mis adentros: ¡es el fin!
No noté las balas, maestro, no sufra. Sólo sentí un abismo Negro Marfil apoderándose de mí, poco a poco. Y su inmensa oscuridad, cual pozo, me fue tragando como se traga el tiempo a los colo…


Repentinamente, los ojos del maestro, semejantes a los de un búho, se abrieron de par en par.
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Ororo
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Ororo »

Empieza muy bien, con esa mezcla de realidad y “realidad pictórica”. La escena del mar me gustó mucho. Pero luego comienza a simplificar conceptos y frases y ha dejado de gustarme. Las conversaciones con los personajes de los cuadros, pese a no estar mal, me parecen poco para lo que se podría haber hecho. Un poco simple e incluso infantil. Incluso el maestro, que empieza a creerle ciegamente sin dudar casi. No me cuadra mucho.
Por otro lado, es fresco, espontáneo y el título relacionado con el texto, muy bien pensado.
Pero creo que de una idea así se podría haber sacado mucho más.
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Tanisfer
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Tanisfer »

Técnicamente el cuento presenta una gran cantidad de errores tanto de estructura como de forma. La narración es, por momentos, algo confusa y no contribuye demasiado el constante cambio de narrador; los diálogos, además, se me han antojado un poco irreales, y hay cosas que quedan sin explicar. Y sin embargo, y sin embargo… no sabría explicar bien el por qué, pero hay algo en este cuento que me ha enamorado por completo: quizás sean las constantes referencias artísticas, la prosa melancólica y poética, las bellas imágenes visuales, la historia de amor irresoluto o ese giro final tan sorpresivo; pero sea como sea lo cierto es que, por ahora, es mi relato favorito de todos cuantos he leído. Enhorabuena autor por haber escrito un relato tan bello y, si me permites un consejo personal, te recomendaría que una vez terminado el reto le dieras una buena revisión porque es casi un crimen que una historia de semejante nivel, originalidad y poesía tenga esos pequeños errores que ya te he señalado.

Puntuación 7,5/10
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Ismael González
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Ismael González »

Repleto de referencias pictóricas, pasión y surrealismo. Nunca he llegado a sentirme cómodo cuando aparece este último, pero el relato me ha gustado. Buen trabajo. :60:
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andres451
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por andres451 »

Me resultó interesante la idea de introducirse en los cuadros. Me mantuvo expectante esperando la explicación a aquello y creo que no terminé de entenderlo del todo. El final me dejó un poco mareado, ¿fue todo un sueño del maestro o realmente sucedió lo de su alumno?
El cuento me gustó, quisiera un par de explicaciones solamente.
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Yuyu
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Yuyu »

Me ha gustado. Me parece muy fluido y la historia muy buena. Le veo algo raro a los diálogos, no sé si están mal puntuados. También me pareció poco verosímil que el maestro lo creyera sin más pruebas que su palabra. Felicidades por la creación. :60: :hola:
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Desierto
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Desierto »

No esta mal, pero a mi entender, aparte del repaso de los cuadros, le falta algo más de guión original.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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elultimo
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por elultimo »

Me ha recordado mucho a La biblioteca, de Ciro, lo cual no es bueno ni malo, ojo. Es solo que ambos tienen muchas cosas en común.

En general, no me ha gustado, pero es porque no he entendido nada ¿un hombre que se mete en sus cuadros? :? Aparte, que el desarrollo se haga principalmente a través de diálogos tampoco ha ayudado mucho, y creo que, en conversaciones tan largas, una acotación de vez en cuando para saber quien habla no estaría de más. Me ha dado la impresión, incluso, de que el mismo personaje hablaba dos veces seguidas.

El título no sé si será así como lo ha pensado el autor, pero lo de la camisa blanca lo he visto como una metáfora de un lienzo virgen, y eso me ha gustado.
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Ismael González
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Ismael González »

elultimo escribió: El título no sé si será así como lo ha pensado el autor, pero lo de la camisa blanca lo he visto como una metáfora de un lienzo virgen, y eso me ha gustado.
También.
Yo lo he visto tal que así (último párrafo);

Los fusilamientos del tres de mayo: http://es.wikipedia.org/wiki/El_tres_de ... _en_Madrid
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por elultimo »

Ismael González escribió:
elultimo escribió: El título no sé si será así como lo ha pensado el autor, pero lo de la camisa blanca lo he visto como una metáfora de un lienzo virgen, y eso me ha gustado.
También.
Yo lo he visto tal que así (último párrafo);

Los fusilamientos del tres de mayo: http://es.wikipedia.org/wiki/El_tres_de ... _en_Madrid
Sí, esa es la imagen que te viene a la cabeza en cuanto lees el título, y más cuando sabes que el relato va de pintura...
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jilguero
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por jilguero »

La historia me ha parecido original y el desenlace me ha gustado mucho. Lo que no me convence es la forma elegida para contarnos la historia. La primera experiencia, la que vivimos a la vez que lo hace el protagonista, me ha encantado: también Jilguero se ha metido en el naufragio. Sin embargo, luego, cuando todo va ocurriendo a través de diálogos con al maestro, el tono del relato cambia totalmente. Es decir, al principio es una experiencia muy íntima y más creíble (viaje sicológico?), y luego se convierte casi en un cuento infantil. Pero ya te digo, la idea y el desenlace me han gustado mucho. ¡Enhorabuena, pues!
Por cierto, ¿a que se refiere el título? Imagino que hace alusión al personaje central del cuadro de Goya. ¿Es así? Ya me contarás... :60:
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¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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RAOUL
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por RAOUL »

Tiene un buen arranque y capta el interés. Aunque quizás sea más interesante el planteamiento opuesto: es decir, en vez de un hombre viajando a los cuadros, los personajes de los cuadros viniendo al mundo real. Hay una novela de Manuel Hidalgo, La infanta baila", que hace eso,

Bueno, el relato tras el naufragio decae y se torna confuso, muy confuso. Creo que a ello contribuye una puntuación poco adecuada. Es decir, cuando el protagonista narra un diálogo vivido deberían utilizarse comillas. Luego hay un cambio de tiempo verbal que también me ha dejado perplejo y meditabundo. :roll:

En fin, que el interés para mí ha ido menguando a medida que recorríamos cuadros. Lo siento, porque comenzaba bien.
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Gisso
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Gisso »

Una idea interesante, pero mi impresión es que flojea tanto en las descripciones de los cuadros al meterse en su interior, como en la historia y que en ocasiones se hace confusa. Al empezar a leer este relato, me ha venido a la mente a Súper Mario dando saltitos de cuadro en cuadro. No está mal, pero creo podía haber dado más de sí.

:60:

—¡Una estrella! A ver en el siguiente...
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Gavalia
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Gavalia »

:meparto:

Creo que lo has construido muy bien. Las referencias pictóricas y su relación con la historia como hilo argumental de la misma me han encantado. Muy bien redactado, usas un lenguaje bastante claro y el relato es de lo más original. Creo saber quién es el autor o mejor dicho autora :boese040: . Gracias, como siempre brillante
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
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Sinkim
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Re: CPVIII El hombre de la camisa blanca

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado bastante, la idea de poder meterse en los cuadros es muy buena y me ha recordado a lo que hace Thursday Next con los libros :D

El final y el juego con el título me ha gustado mucho :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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