CPVIII Martes - Peloponesa (Ganador popular)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPVIII Martes - Peloponesa (Ganador popular)

Mensaje por lucia »

Martes

Herminia vuelca el recogedor sobre la papelera, que al punto se colma con la cascada de tirabuzones esponjosos. Después, chasquea la lengua y echa un nuevo vistazo al calendario que cuelga de la pared:
—Pues no —masculla —. No me he equivocado: hoy es martes.
Nota la mirada de reojo que le dirige Trini, su ayudante, pero no le dice nada. Las manecillas del reloj sobre la puerta marcan las seis y media, lo que certifica que se trata del primer martes de su vida profesional en el que sus manos sostienen una escoba en lugar de los rizos de doña Encarna.
Por encima del ruido del secador, Trini retumba como el eco de sus pensamientos:
—Jefa, es muy raro que todavía no haya llegado la Encarna, ¿no?
Herminia asiente sin despegar la vista de la puerta de la peluquería. Es muy extraño, desde luego. En los más de veinte años transcurridos desde que inauguró su establecimiento en la esquina de las calles Violeta y Clavelina, su clienta más fiel no le había fallado ni un sólo martes.

Vecina del barrio de las Flores desde su nacimiento y poco amiga de los cambios, doña Encarna cruzó por primera vez el umbral de la recién estrenada peluquería envuelta en el mismo aroma a lavanda que la anunciaría durante las dos décadas siguientes. Sentada en la butaca giratoria, explicó a la paciente Herminia todo lo que su cabello requeriría desde ese mismo momento a cambio de la fidelidad absoluta: todos los martes saldría de allí con el cogote cardado y bien sujeto con laca, el flequillo hacia la izquierda y pelo restante dispuesto en ordenados bucles; un martes al mes le repasarían con tinte las raíces y cada tres meses, siempre un martes, necesitaría una permanente suave con un pequeño corte para recuperar la forma. Sus costumbres en materia de cabello se convirtieron en un ritual semanal sagrado en el pequeño salón de belleza, forjándose entre peluquera y clienta una complicidad irrompible tejida a golpe de cepillo y bigudí.
Por ese motivo, Herminia se revuelve nerviosa en su taburete de piel gastada. De todas las rutinas del barrio, de esa respiración casi invisible que le permite predecir quién y cuándo pasará por delante de su puerta, el de doña Encarna es el compás más fiable, el único que nunca varía.
Hasta este martes.
La mañana había transcurrido con la normalidad de siempre. El café amargo le dio los buenos días como todos los despertares desde su juventud. No importaba cuántas cucharadas de azúcar le pusiera, ni la marca o el agua utilizada para prepararlo, jamás conseguía endulzar una taza de su propio café. Por eso se había hecho peluquera, truncada su vocación de secretaria de dirección el día en el que su madre agarró una taza de su aguachirle humeante y le preguntó: “¿Y le piensas a servir a tu jefe esta birria de café?” Aquella misma tarde colgó sus estudios de secretariado detrás de la puerta de la peluquería del barrio para ponerse la bata de aprendiz de manicura.
Tras el desayuno, a las nueve en punto, la reja de la peluquería la saludó con el quejido herrumbroso de siempre. Justo antes, había intercambiado los agasajos de los martes con don Paco y su perro en la calle de la Violeta, lo que liberó una vez más las mariposas de su estómago. Estas siguieron revoloteando descontroladas hasta mucho después de que descorriera el cierre de la puerta, encendiera las luces y sintonizara el programa mañanero de la radio que Trini y ella solían escuchar.
Don Paco era el médico jubilado del barrio. Un viudo de extraordinaria planta, pelo gris cortado a cepillo, afeitado impecable y patillas milimetradas, que acudía al veterinario de la calle de la Violeta todos los martes a las nueve en punto para tratar a su caniche de una enfermedad crónica. Herminia y él siempre se saludaban entonando la misma cantinela:
—Muy buenos días, don Paco.
—Ningún día es tan hermoso como aquel que comienza con su saludo, Herminia.
Aquel martes ella le respondió con el mismo rubor que los anteriores, agradeciendo que él jamás pudiera escuchar el tamborileo loco de su corazón al verle. Don Paco la volvía colegiala por unos minutos cada semana, haciendo que las seis mañanas restantes su ánimo oscile entre el recuerdo del encuentro consumado y la anticipación del siguiente.
A las nueve y media, ya recuperada y esperando clientela, oyó marcharse el autobús escolar, como todas las mañanas desde septiembre hasta junio. Justo después, apareció Trini, su ayudante, maquillando el retraso con su excusa de todos los martes:
—Jefa, se me ha roto el despertador.
—Pues ya van tres este mes. A este paso te va a salir más a cuenta irte a trabajar a la relojería.
Fingiéndose sorda, Trini se ahuecó las mechas bicolores con los dedos antes de ponerse la bata floreada y entonar el canturreo ritual al que recurría para ponerse en marcha cada mañana.
Poco después entró la primera clienta: la anciana señora Valentina. Aunque habitual de los lunes, últimamente le costaba ubicar el orden exacto de los días en el calendario. Un lavado de su cabello plateado, recompuesto después con un par de chorros de laca y el soplido del secador, sería suficiente para que pasara peinada otra semana de misas y visitas al cementerio, donde compartían descanso todos los hombres de su vida.
Don Enrique y su bigote, recuerdo de su gloriosa juventud como alférez del ejército, ocupaban la siguiente media hora de peine y tijerita de precisión. Más tarde sería el turno de la joven Yolanda, que buscaba trabajo y llegaba cada martes con el pelo recién lavado y todavía húmedo, para que el alisado semanal que persuadiera a las empresas de su aptitud y profesionalidad fuera a la vez conveniente para su bolsillo. Y después, para completar la mañana, el cardado diario de doña Manuela, empeñada en esconderles a sus compañeras de mus los claros que se le asomaban a la coronilla; algún teñido de canas que revelaban edades incómodas; despachar a los comerciales con la excusa de que nadie compraba sus productos y los veinte minutos de rigurosa cháchara con Julia, la mujer que limpiaba el portal de al lado de la peluquería una vez por semana.
La comida del segundo día de la semana olía a vinagre y a laurel, a pescado y a su madre. Los boquerones en escabeche constituían el almuerzo oficial de los martes. Los saboreó con placer, sin prestar oídos al soniquete televisivo de fondo. El plato le trajo a la memoria a su hermana: cada martes la recordaba saliendo de casa con la maleta medio hecha, la cola de caballo a medio deshacer y la promesa de no regresar jamás al hogar materno. Estudiaba enfermería y se había enredado con un médico casado, motivo por el cual su madre la había echado sin contemplaciones. Nunca había vuelto a hablar con ella, aunque recibía un par de cartas suyas al año en las que le enviaba fotos de su médico —ya marido —junto a varios hijos comunes que lucían la misma sonrisa de su padre. Las guardaba en un cajón de la cocina sin leerlas, a la espera de juntar un buen montón para lanzarlo a la basura. Siempre tan perfecta, tan guapa y tan lista, sólo había una cosa que se le daba peor a su hermana que a ella: preparar los boquerones al gusto de su madre.
Por eso, la comida de los martes le dejaba un saborcillo luminoso a triunfo, aunque el vinagre la obligara a tragarse después un vaso entero de bicarbonato para evitar una tarde ácida en la peluquería.
Cuando ella regresaba de su pausa para comer, Trini salía para almorzar con su marido y sus niños y volvía, como siempre, veinte minutos más tarde de lo pactado en su primer día de trabajo. Herminia soltaba un bufido al verla entrar, pero jamás le decía nada. Como cada martes, tras el suspiro se miró al espejo para recolocarse los mechones desencajados y calibrar la proporción de cabellos blanquecinos frente a los todavía oscuros.
—Trini, prepárame un tinte del siete, que me toca retoque de raíces.
La primera hora de la tarde de los martes solía estar vacía de clientes, por lo que tanto Herminia como Trini la aprovechaban para remendarse los peinados. Su ayudante le lavó el pelo, le puso el tinte, los rulos y la acicaló sin que una sola persona asomara por la puerta en el intervalo.
Minuto a minuto, el reloj desenroscó la tarde hasta que las noticias de las seis detuvieron con sus pitidos el programa musical de la radio. Sentada tras el mostrador, Herminia esperó con paciencia a que apareciera doña Encarna mientras Trini se ocupaba de los clientes ocasionales.
Las seis y diez.
Y cuarto.
Las seis y veinticinco, y doña Encarna que no aparecía. Cogió la escoba y el recogedor para despejar el suelo de los matorrales de pelos cortados y su mente de la molestia porque las cosas no marcharan como de costumbre.

La baldosa se ve reluciente y doña Encarna que sigue sin llegar. A las siete y media, Trini vuelve a mirarla de reojo mientras limpia la pileta y recoloca una vez más los botes de champú.
—Habrá que cerrar, ¿no, jefa?
No le contesta. La tarde atípica la ha dejado muda y confusa, como una niña que se hubiera extraviado de sus padres. A esas alturas está ya convencida de que a Encarna le ha pasado algo grave. Quizás esté peor del corazón, o la hayan atracado en su casa. Vive sola y muy cerca de la peluquería, aunque de pronto cae en la cuenta de que jamás le ha dicho dónde.
Con el alma en un puño y pensando cómo podría explicarle el caso a la policía sin parecer una lunática, cierra la puerta con llave y baja la pesada reja con el acostumbrado lamento de hierro.
La sorprenden unos ladridos inusuales que suben por la cuesta de la calle Clavelina. El perro de don Paco la saluda brincándole los pies, ajeno a que aquello tampoco entra dentro del orden de los martes. Herminia busca con mirada ansiosa al dueño del pequeño can, pero cuesta abajo sólo se ve subir a una pareja acaramelada. Ella, con su melena rubia centelleando al recibir los últimos rayos de sol, viene precedida por un aroma dulzón a perfume caro. Él, alto y con las canas cortadas a cepillo, se hace doloroso y familiar a medida que se acerca.
El corazón le baja hasta los pies al contemplar la eterna viudez de don Paco interrumpida por una rubia de carne y mechas. Trata de acomodar el gesto en una sonrisa casual al calcular que el encuentro será inevitable en unos segundos, pero entonces ella comienza a resultarle conocida también. El peinado y maquillaje llevan la firma de otra peluquería, pero es un gesto culpable de sus ojos bajo las cejas depiladas lo que la delata. Doña Encarna se ha quitado, por lo menos, diez años de encima sólo con renunciar a sus perpetuas costumbres estéticas, y cuelga del brazo de don Paco con aires de novia juvenil.
—Buenas tardes, Herminia.
El saludo brota al unísono de la pareja, pero ninguno de los dos la mira al pasar. Doña Encarna por vergüenza, y él porque sólo tiene ojos para comérsela a bocados. Al girar la esquina para subir por la calle de la Violeta hacia casa de don Paco, dejan a Herminia plantada, con las llaves de la peluquería todavía colgadas de la reja, las ilusiones desparramadas por la acera y veinte años de rulos y confidencias caídos como una losa sobre sus hombros.

Después de cerrar suele tomarse un café en el bar de al lado, pero ese martes un caminar descompasado la conduce directamente a casa, donde se prepara una cafetera de su brebaje habitual. Mientras el agua y la rabia burbujean al compás, decide que es el día perfecto para tirar a la basura las cartas de la imbécil de su hermana.
El adhesivo frágil que unía los bordes de uno de los sobres se ha evaporado con el tiempo y una fotografía de su hermana, con su cola de caballo y su familia en perfecta pose junto al mar, revolotea para caer del revés sobre el suelo de la cocina.
“Málaga, 2005”, reza el reverso de la imagen. Así que allí era donde ella había ido a parar al escaparse de la vida que compartían, junto al mismo mar que ninguna de las dos vio de niña más que en fotos. Herminia estudia a los chicos, altos y delgados, que la flanquean a ella y a su marido. Sus sobrinos. De repente, piensa que aquellos muchachos nunca han probado los boquerones en vinagre como le gustan a su madre y a su abuela. El secreto familiar se irá a la tumba con ella si nadie más descubre lo deliciosos que pueden llegar a ser esos pececillos.
El café ya ha subido. Retira la cafetera pensando que podría ir a Málaga a preparar boquerones y olvidarse la peluquería, de don Paco y de los martes durante un par de meses, o incluso años. Arranca un par de sorbos al líquido humeante mientras contempla las caras sonrientes de sus sobrinos, que podrían saborear muy pronto el escabeche familiar.

Otro sorbo más. Entonces, con un respingo que casi le hace derramar su contenido, Herminia se aparta de la taza para mirarla con incredulidad: sin saber cómo lo ha hecho, por primera vez en su vida, el café le ha salido dulce y espeso.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Tadeus Nim
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Tadeus Nim »

Otro de los buenos buenos. Me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa :bailar: :bailar: :bailar:
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Gabi
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Gabi »

Muy bueno, me encantó :D
Entretenido, fácil de leer y muy bien escrito.
Y lo mejor el final :eusa_clap: :eusa_clap:
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Ismael González
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Ismael González »

Muy bueno y muy de barrio. Y al final, solo queda sobreponerse.
Me gusta. :60:
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moskita
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por moskita »

Una historia simple, sencilla, rutinaria y, al mismo tiempo, especial. Me encanta la forma en qué está escrito. Es uno de mis favoritos. Enhorabuena y gracias al autor/a :D
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Yuyu
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Yuyu »

Me ha gustado. La clienta de los martes es el detonante que hace ver a la peluquera su propia soledad y vida rutinaria. El juego con el café es muy bueno, al final consigue que salga dulce. Deja buen sabor de boca. Felicidades por la creación!! :60: :hola:
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Desierto
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Desierto »

Impecable. Redondo. Perfecto. Me gustaría poder hacer un mejor análisis de sus virtudes pero no puedo decir más que es el relato que a mí me hubiese gustado escribir.

Ya a mi lista de favoritos.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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RAOUL
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por RAOUL »

Nada que decir. Sencillamente magnífico y lleno de talento. Creo adivinar a la autora, apartada quizás de su habitual exuberancia.
Enhorabuena. De sobresaliente.
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jilguero
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por jilguero »

Dios mío, ¡qué bien escriben algunos! :60: Creo que a Raoul le están ya haciendo una fuerte competencia... :wink:
La historia es sencilla, costumbrista, pero con un toque ingenioso, muy bien escogido, al final. No quiero con esto decir que la historia no me parezca buena, que lo es, sino que sin esa prosa tan ajustada y precisa, en otra pluma menos diestra, no tendría el mismo resplandor y hasta podría pasar por ser una historia más. Pero uniendo lo uno con lo otro pasa, por supuesto, a la lista de los mejores relatos. Lo malo es que llevo solo la mitad y ya tengo tres o cuatro en la lista...
(Ororo, te veo por todos lados...)


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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albatross
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por albatross »

Coincido con los que califican este relato de fuera de lo común. Está narrado con gracia y con oficio, sacando un gran surtido de sabores y matices. Uno puede visualizar la peluquería de barrio y a cada uno de los personajes que por allí pasan.

La relación durante décadas de la peluquera-clienta (y solo eso, no se me escandalicen) me recordó un viejo relato llamado "Setecientos cortes de pelo" que circuló por algunos foros.

Es de los primeros que leo y el primero que comento. Si todos son así, ¡Vaya nivel!

Enhorabuena.
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xabeltrán
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por xabeltrán »

Pues a mí me ha dejado frío. Es un relato agradable, que se lee bien, pero no he encontrado los ingredientes que tanto os han entusiasmado a vosotros. Está muy bien escrito, eso sí, pero lo he encontrado falto de emoción y sentimiento, lo siento. :60:
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Topito
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Topito »

Me ha gustado por lo costumbrista que es. La forma de narrarlo. Pocas cosas negativas o ninguna se puede decir de él.

Lo que me pasa que no me ha impactado en su lectura y otros si lo han hecho, por esta razón puede que no se lleve mi voto al final.

Es una historia que he leído con mucho gusto, pero no me ha dejado ese regusto de "vaya" que otros si lo han hecho,
Por esta razón no entrara entre mis votos finales. Pero entre los 10 mejores si.
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Berlín
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Berlín »

Pues nada, aquí otra que ha disfrutado de lo lindo con este relato. Si que es cierto que, como ha mencionado Albatross, se parece poderosamente a Setecientos cortes de pelo, un relato éste que circuló hace muy poquito por LFE (la casa de los kekos jeje), pero bien pudiera tratarse de un asunto casual; la bella Caliope habrá soplado dos historias parecidas sin pretenderlo.
Una historia de gente sencilla, costumbrista, de vecinos de barrio, de rutinas; todo el mundo sabe los horarios y las costumbres de todo el mundo.
Me ha llegado el aroma a mar de esos boquerones, me ha producido un estornudo el fuerte olor de la laca, y le he sujetando la escoba a Herminia, mientras amonestaba a la buena de Trini. Don Paco no sabe lo que se pierde, y esa mala bruja de doña Encarna....

Eso que me lo he pasado muy bien. Un abrazo.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Sinkim
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Sinkim »

Me ha parecido un gran relato, una historia sencilla pero muy bien contada y con un final que le da un punto optimista a la historia :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Estrella de mar
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Re: CPVIII Martes

Mensaje por Estrella de mar »

Siento no compartir la opinión general, pero a mí no me ha dicho nada. Reconozco que está bien escrito pero no he logrado engancharme a él. Será que no me van este tipo de historias. :wink:

Cálamo compañero: gracias por regalar palabras.
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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