CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos...- Ciro

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos...- Ciro

Mensaje por lucia »

PORQUE NO HAY QUE FIARSE NUNCA DE LOS CHINOS O EL INVENTOR DE LA MALA FORTUNA (Escrito por un amigo de susodicho)
 
 
Entre los grandes inventores de la historia de la humanidad, refiriéndonos al mundo moderno, no cabe duda de que Fermín Sotobosque tiene un lugar destacado. Muchos creerán que es exagerada mi afirmación, pero juzguen ustedes, por los datos que les voy a proporcionar, si existe un ápice de favoritismo por mi lado.
Bien es cierto que Fermín Sotobosque no tuvo una infancia destacada. Quienes le conocieron de niño afirman que, incluso, podría calificársele de “borderline” o cuasitonto, con una dosis de envidia que no pueden ocultar. Compañeros de clase afirman que cuando perdía una pluma iba a buscarla al gallinero más cercano, haciendo estragos entre los plumíferos habitantes de tan egregio sitio, pues iba buscando una con tinta incorporada y no paraba hasta desplumar a la pobre gallina. Pero otros, más afines, afirman que una vez respondió correctamente a su maestro cuando le dijo, que no sabía donde estaba África, y juró y perjuró que por su casa no había pasado. Y que no sólo había respondido bien, sino muy verídicamente, pues ellos daban fe de que la tal África no había dejado ningún rastro en el domicilio paterno de Fermín.
Hay que reconocer que su padre tampoco le daba el valor que más tarde demostraría. Solía decir entre sus amigotes del bar que a su hijo sólo le faltaba rabo para asno y lindeces semejantes. Aunque también tuvo que reconocer su mérito cuando, gracias a él, la familia salvó cada una de sus vidas. Fue cuando Fermín se empeño en que la mejor forma de cazar a los jabalíes que rondaban la finca y se comían todo lo plantado en la huerta, era acorralarlos en el baño de la casa y hacerlos morir del mal olor. Pensó nuestro ingenioso muchacho que al no lavarse dichos animales y encontrarse en un lugar de por sí infecto, acabarían muriendo. Era tal el olor que producían los animales, atraídos allí por unas trufas que Damiana le había dado a Fermín asegurándole que así atraparía a los cochinos, que su propia familia comía en el exterior de la casa y se libró del incendio que uno de los jabalíes produjo al tirar una vela del baño sobre una de las toallas. La casa se quemó por completo y, como la familia de nuestro inventor era muy agradecida, no se puso a pensar en quién había provocado el fuego, y sí en que todos estaban sanos y salvos gracias a Fermín.
Desde ese momento, yo creo que fue mirado con otros ojos por sus familiares, excepto por su madre, doña Sofia, quien haciendo más caso a su condición femenina que a su nombre, desconfió siempre de su inteligencia, aún tras el terrible incendio. Doña Sofía siempre le miraba mal, dicen que desde que le rechazó la leche de teta, como venganza por su desapego. El hecho es que el muchacho pronto trabajó en sus inventos hasta tarde y luego caía rendido cuando tocaba la hora de acudir a las clases del colegio y su madre, inmisericorde, lo hacía levantarse a su hora, como si no fuera un gran inventor y lavarse, y peinarse, y desayunar, y vestirse, y no sé cuántas cosas inútiles. Y claro, un día se lavaba la cara con lejía, otro se peinaba con lejía, otro desayunaba lejía, pero nunca intentó vestirse con la lejía. De resultas de lo cual le quedó una piel de la cara áspera y quebradiza, un pelo escaso y fino y un estómago débil, que no admitía cualquier comida.
Así fueron pasando los años y Fermín no sacaba nada en claro ni de sus inventos ni de su formación escolar. Fue entonces, creo yo que por recomendaciones de la malvada madre, que se decidió que lo mejor que se podía hacer con el muchacho era llevarlo a aprender con el carnicero del pueblo, ya que le gustaban los animales, pero era un peligro que los tuviera vivos.
Fernando el carnicero era un buenazo. Aceptó las características del chico sin una protesta. Le enseñó a despiezar animales, lo cual le sirvió luego mucho en la composición de los inventos, a meter la mala pieza por la buena a las clientas miopes y a tirar piropos a las jovenzuelas del pueblo. Todo fue relativamente bien hasta que le soltó a la remilgada de la hija del boticario:
-- ¡Tienes un culo más grande que una polla de agua!, exclamación que el chaval consideraba un piropo de los mejores que se le habían ocurrido. Ésta le fue con el cuento a su padre y, para más escándalo, se lo contó al monaguillo que estaba por ella. Vamos que la falta de tolerancia y la envidia hicieron el resto y a Fermín a punto estuvieron de colgarlo en la plaza del pueblo. Por supuesto, Fernando el carnicero tuvo que despedirlo de tal establecimiento y con una modesta indemnización, nuestro muchacho se refugió, comiendo de enlatado, en una de las propiedades no habitadas de su padre. Juró no salir de la chabola, pues de eso se trataba, hasta ser reconocido por sus ingeniosos inventos y a ello se puso.
El primer invento notable fue una escoba voladora. Tratábase de un palo de avellano al que se le añadían plumas de ganso en forma redondeada que era activado por una cuerda que se movía a pedales. La prueba fue en el cerro de San Vicente, con nutrido público y el resultado fue un fémur y tres costillas rotos.
Sin desanimarse Fermín creyó descubrir un instrumento que aumentaba el volumen de los objetos, pero al ir a registrarlo le dijeron que era una lupa de toda la vida y además de poca calidad, pues desviaba los rayos lumínicos de mala manera.
Fue entonces cuando por experiencia propia y gran observación descubrió que era necesario e imprescindible el invento que le haría famoso en el mundo. Y es que Fermín Sotobosque inventó el refuerzo “uñas de águila” en los calcetines. Todos sabemos que los calcetines acaban formando “tomates” en la zona del dedo gordo del pie, bien por tener las uñas mal cortadas, bien por propio desgaste del calcetín. Esta observación maravillosa y su remedio dieron a nuestro inventor la idea genial de los calcetines “uñas de águila”, que consistían en unos calcetines al uso con un refuerzo de cuero en el dedo grueso. Tan magnífica invención llevó 5 años de perfeccionamiento al protagonista de esta historia.
Ya con el invento perfeccionado fue al registro de propiedad de las creaciones y curiosamente encontró al mismo que le había recibido para patentar la lupa.
-- ¡Hombre, si es nuestro genial inventor! ¿Qué nos trae hoy: el azulejo, la papelera o quizá algo más complicado como una batidora?
-- Nada de eso botarate. Le traigo la invención del siglo.
-- Ya, ya. Muéstreme esos planos, alma de cántaro. Pero, ¿qué es ésto?¿No sabe usted que los calcetines hace tiempo que están inventados? ¡Otra vez haciéndome perder el tiempo, don Fermín!
-- ¡Ahhh, qué ingenuo y mal observador es usted!. No ve que llevan un refuerzo “uñas de águila”.
-- Perdón.¿Y que es el refuerzo ése del pico del águila?
-- ¡Uñas de águila!. Se trata de un refuerzo de cuero en el dedo gordo del pie, para evitar el zurcido o desechado de los calcetines.
-- Ah, ah. De veras creo que ahora soy yo el sorprendido. Sí que parece una buena idea.
-- Ve usted, regístremelo sin falta.
Y en ese instante quedaron registrados para la eternidad los calcetines “uñas de águila”, uno de los hitos de la humanidad. El que nuestro joven inventor nunca obtuviera beneficio alguno fue una desgracia que le aconteció por culpa de los chinos.
Esta rotunda afirmación, un poco racista dirán algunos, merece una explicación más detallada.
Tras lograr su invento y registrar su patente, Fermín pretendió expandir su logro por todos los continentes. Se dirigió a la marca Ferry’s, gran mayorista en la fabricación de calcetines, pero tal empresa rechazó el invento por considerarlo una forma de agotar sus futuras ventas. Tras acercarse a otras dos marcas internacionales de calcetines y recibir similares respuestas, empezaron a llegarle amenazas de muerte de las Asociaciones de Amas de Casa, que veían como su trabajo de zurcido y arreglo de calcetines se vería menospreciado si el invento se plasmaba en algo concreto. Una noche Fermín fue apaleado con fregonas de doble cabezal y no tuvo la menor duda de que la venganza de las amas de casa se había perpetrado. Una fisura temporal y conmoción cerebral fueron las consecuencias de la vil venganza, además de un mes condolido y postrado en la cama.
Pero no cejó Fermín de seguir adelante con su idea y puesto que nadie llevaba a la práctica su invento, a pesar de que muchos de los que lo veían pensaban que sería utilísimo, y así se lo expresaban al propio inventor, decidió hacer un prototipo propio.
Cogió sus calcetines con tomates en ambos dedos gordos del pie y pensó en un cuero de la más alta calidad. Observando las vacas de su pueblo fue a fijar los ojos en lo que le colgaba entre las piernas al toro y pensó que nada tan suave y a la vez resistente que el cuero que cubría esas partes. El resultado fue una cornada de tres trayectorias en el muslo y un ingreso hospitalario de dos meses largos, a punto de desangrarse si no hubiera sido por Ceferino que lo sacó de los mismos cuernos del animal, gracias a que había sido banderillero en su juventud.
Tras estar malamente recuperado, alguien le dijo que la piel de topo era suave y resistente, por lo que anduvo cavando toperas entre las lechugas del cura a ver si pillaba uno al menos, pero solo consiguió fastidiarle el sembrado a don Servando. Dicen las malas lenguas que el enfadado cura llegó a pedir a Roma la excomunión del gran inventor, pero que el Papa ni le contestó. No le hubiera venido mal en que en su currículo figurase la excomunión pues tan grandes personajes la tuvieron en su vida como Enrique VIII de Inglaterra o Carlos V de Alemania. Pero sabemos que es potestad y, a veces, acierto de los Papas no contestar a todos los requerimientos que reciben.
Consiguió por fin nuestro personaje el refuerzo necesario acudiendo a su antiguo empleador Fernando el carnicero, que no le guardaba grandes rencores, pues desde entonces apreciaban más sus piropos las mozuelas del pueblo y le proporcionó la piel de un cordero lechón.
Había solventado su problema Fermín y acudió orgulloso a la Feria Internacional de Invenciones de Madrid de aquel año. Mostraba orgulloso sus calcetines “uñas de águila” en el pabellón de España, junto con el inventor de una enceradora automática, cuando vio volar globos del recinto de al lado. Atraído por la novedad se fijó que era el pabellón de China y que un risueño y mocoso chino de unos dieciséis años mostraba varios pares de los que él anunciaba como “calsetines una de tigle” , que no eran más que una vil copia de los calcetines reforzados de Fermín.
El mundo se le hundió a sus pies, se peleó con el muchacho chino, salieron varios chinos más del recinto y le propinaron una paliza que llevó de nuevo a nuestro inventor al hospital, para, esta vez, nunca más recuperarse. En sus delirios hablaba de demandas, abogados, invadir China, quemar pabellones y otras alucinaciones que lo llevaron a un estado delirante continuo, que acabó con su vida.
Esta es la triste historia de Fermín Sotobosque, al que deberán juzgar ustedes en todos sus méritos y malas fortunas que acompañaron su vida, pues Dios ya lo tiene entre los grandes, a su vera.
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Nínive
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Nínive »

Sinpático, si más. A mi es que no me van demasiado los relatos humorísticos, autor. Ya siento que te hayas topado con mis prejuicios al respecto, pero es lo que hay.
Seguro que encuentras otros lectores a los que les resulte gracioso.
Por otra parte, el final me parece un tanto precipitado, ya que te has explayado mucho en la infancia y familia del protagonista. El resto de las andanzas no están mal. :60: :60:
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Ismael González
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Ismael González »

Siento decir que no me ha hecho demasiada gracia, quizás por no coincidir con el sentido del humor del Autor (al menos con el humor escrito).
La historia en sí es correcta, pero le falta sustancia, en mi opinión. :?
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Yuyu
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Yuyu »

No me ha gustado mucho, se queda en nada y es muy absurdo para mi gusto. El robo del invento, pensé "pero si lo ha registrado que los denuncie y a cobrar", bah, tonterías para justificar que no me gustó :mrgreen: . Felicidades por la creación!! :60: :hola:
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Gisso »

Una historia de humor absurdo y situaciones un poco inverosímiles, donde la mala pata del personaje (un poquito mal de la cabeza) está a la orden del día. Hacer un relato con gracia y que le guste a todo el mundo es harto difícil y en esta ocasión, quitando de algún momentillo puntual, conmigo no lo ha conseguido. Tampoco me ha llamado mucho la atención la historia en sí y eso que una de mis pelis favoritas es Top Secret. No la he podido disfrutar, tal vez sea por la forma de narrarlo.

:60:

—Ha sido un placer leerte, pero ya me marcho. Adié
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doctorkauffman
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por doctorkauffman »

ummm, no me gustó.
algunas situaciones muy rebuscadas (como la de los jabalíes) y otras muy simples (como la de la escoba)
Sin ningún ánimo de ofender, me parecía que lo estuviera contando Fernando Esteso en sus mejores años.
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Desierto
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Desierto »

Pues eso, ni fú ni fá. Escrito con corrección pero ni te mueres de risa ni te emocionas en ningún momento. Alguna incorrección como "cordero lechón".
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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xabeltrán
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por xabeltrán »

Pues a mí me ha parecido simpático, original y moderadamente divertido. :D Una revisión le iría genial para corregir errores tontos de puntuación y sintaxis, pero en general la narración es bastante aceptable.

Se agradece encontrar relatos con sentido del humor. Una lectura agradable y amena que me ha dejado buen sabor de boca. Felicidades. :60:
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moskita
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por moskita »

Divertido a ratos y un poco absurdo. Lo he disfrutado, aunque no es de mis favoritos. Enhorabuena al escritor :wink:
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Gavalia
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por Gavalia »

Demasiado absurdo. No se puede ser así de tonto o retrasado. Quizá en otro contexto. En fin, por momentos divertido e interesante, pero cuando parece que vaya a mejorar, otra estupidez elemental lo vuelve a tirar. Bien escrito. Gracias soci2
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
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RAOUL
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por RAOUL »

Bueno, el humor e muy difícil y a fin de cuentas Jardiel escribió cosas peores que ésta. Y era Jardiel.

Este relato no está mal pero es una criatura desproporcionada. La cabeza es muy grande y la cola -donde entran los chinos y se explica el título- demasiado corta. Alterna aciertos con cosas menos logradas. El resultado es digno, pero discreto
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ciro
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por ciro »

Desierto escribió: Alguna incorrección como "cordero lechón".
Será una mezcla entre cordero y cerdo. :mrgreen:
Divertido. Yo siempre los agradezco en este tono. No creo que tenga muchas pretensiones de alta literatura y es posible que ciertas exageraciones sean buscadas, quizá quien lo compara con las pelis de Esteso (doctorkauffman) esté en todo lo cierto. Pero bien, las pelis de Esteso no querían ganar el Oscar. Estoy bastante de acuerdo con RAOUL. Parece que no quisiera opinar, pero es que coincido mucho con lo ya dicho, lo siento por el autor.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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albatross
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por albatross »

Pues yo creo que atreverse con el humor, ya en sí, tiene mucho mérito; en cualquier caso, hacerlo en un concurso como este es de valientes, porque es muy probable que se salga trasquilado. Es uno de los género más difíciles y, por muy bien que se haga, el resultado no puede agradar a todo el mundo; nada hay más variopinto que los diferentes sentidos del humor entre las personas.
A mí el relato me ha resultado simpático y digno.
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trenZ
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por trenZ »

En contra de muchos de los comentarios anteriores.
Me ha gustado mucho, viva el surrealismo!! (ahora me lapidarán diciendo que este relato no es surrealista).
No entiendo a los que decís "demasiado absurdo". ¿Quién dice cuando algo es suficiente o insuficientemente absurdo? algo absurdo es algo que no tiene sentido, y por tanto no se le pueden poder límites.
Si es está planteando un relato surrealista o en el que los límites reales no se tienen en cuenta, no se puede criticar por el exceso de irrealidad.
Enhorabuena autor, me ha gustado mucho y el tono me ha encantado. La escritura muy correcta.
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jilguero
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Re: CPVIII Porque no hay que fiarse nunca de los chinos o el

Mensaje por jilguero »

Un relato sencillo, que se deja leer bien y que te hace sonreír con las ocurrencias del protagonista. Personalmente, lo encuentro bastante bien escrito y la principal pega, pensando en que estamos en un concurso, es que la historia acaba siendo un escaparate de los desatinos de Fermín y poco más. Pero la verdad, autor, es que conforme voy escribiendo este comentario me estoy dando cuenta de que hay otros muchos relatos en el concurso que adolecen de lo mismo. Quizás sus autores le han puesto una prosa que los empaqueta un poco mejor (la tuya tampoco está nada mal) y, gracias a lo cual, se están llevando bastantes elogios. Mirándolo así, tengo que decirte que tu relato no desmerece en absoluto :60:
Eso sí, a la hora de votar, si Jilguero encuentra relatos con historias más contundentes (de momento más bien pocos), te quedarás sin su voto.
Por cierto, el invento de los calcetines “uñas de águila” no es ninguna tontería: el del chupachú se forró. :wink:


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El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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