CPVIII Los comediantes de RENFE - Juanfran
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CPVIII Los comediantes de RENFE - Juanfran
Los comediantes de RENFE
La vida es una interpretación continua. Una actuación ante un observante que no deja ser visto. Espectador y limitador del tiempo; semana a semana fraccionador de nuestra existencia. Una ida, una rutina, una venida. Otra ida, otra rutina (quizá la misma), otra venida.
Subo al tren con la intención de coger el mismo asiento que había ocupado en el viaje anterior. Esta vez se ha apoderado de él la obesa mujer oriental que el viernes estaba en la fila de atrás. Ni qué decir que la butaca que ella ocupó en su día también tiene dueño para este trayecto.
En el coche-restaurante gente. No mucha, pero gente. Veo sentada en uno de esos extraños taburetes de barra a una chica solitaria. No tiene más de veinte años. Tal vez veintiuno, veintidós,… Es de mirada atenta, fisionomía agradable, morena, delgada y vestimenta acorde con un verano caluroso que aún no ha llegado. Algo me llama a hacerlo, no sé el qué, pero lo hago. Le saludo. Además lo hago de manera familiar. Como si la conociese. Como si no fuese una desconocida. De hecho, ya dado el saludo, dudo de si lo es.
– Hola. – me responde con la misma afinidad. Como si también me hubiese tratado antes.
No cabe duda. De algo me debe conocer. Me es inevitable continuar una conversación que tan bien ha comenzado.
– Eres de La Roda, ¿verdad?
No me responde. Me sigue mirando atentamente con esos ojos negros, o casi negros, no sé. Me sonríe. Muestra una dentadura blanca perfecta, pero no responde. Confundido, le devuelvo la sonrisa. Intento que se parezca a la suya. No lo consigo. Debo parecer idiota.
Desorientado, sin haber probado bocado en el restaurante, llego al último vagón y cojo sitio. Los últimos coches nunca traicionan. Son asiduos de ellos la gente más estrafalaria y desequilibrada que uno puede imaginar, pero siempre suele haber un lugar para alguien como yo.
No paso mucho tiempo aferrado a ese asiento como si de un bien escaso se tratase, cuando uno de los ocupantes del vagón sale al centro del pasillo, y a modo de “Club de la comedia”, comienza un particular monólogo a base de chistes cuyo objetivo de las mofas soy yo.
– No le respondas – me dice una voz baja desde la butaca de atrás. – Es frecuente que monte estos espectáculos. Siempre la toma con alguien que tiene cerca aún sin conocerle. Cuenta cuatro chistes, se cansa, se vuelve a sentar, y sanseacabó hasta el próximo domingo.
Era ella. La misma chica del coche-restaurante que ahora si se digna a hablarme. Mientras, soy yo el que queda sin palabras. No sé cómo ha llegado ahí. No la he visto entrar. Me giro y le choco la mano en agradecimiento a sus palabras. De mi garganta no sale sonido. A ella no le basta chocarla. No la suelta. Con ella sujeta se levanta y camina hasta el asiento que hay enfrente de mí. Lo ocupa para pasar todo el viaje mirándome. Y yo, devolviéndole la mirada.
Salimos de la estación y continuamos caminando Ronda de Atocha adelante sin decirnos palabra. Las manos unidas. No sé donde irá.
Ambulancias y coches patrulla con las luces de emergencia encendidas, y sin el ruido de las sirenas, progresan hacia nosotros por el centro de la calzada en dirección prohibida.
– ¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Todo el mundo abajo! – pide un policía a la multitud que avanza por el acerado.
– ¡Cruzad por delante del museo agachados! – exige otro guardia a quienes se arriesgan a seguir caminando.
Quedo por un instante de pie, paralizado. Ella me suelta la mano y se agacha. Yo voy directo al suelo, tumbado completamente. La veo con su flaca figura alejarse a toda prisa con el cuerpo inclinado hacia delante y se pierde entre quienes, como ella, han decidido desfilar ante el peligro.
Levanto la cabeza desde el suelo y lo veo todo. En la entrada del Reina Sofía un hombre de sudadera blanca y cara psicótica empuña tenso un arma mirando amenazante al cordón policial. Otro vestido de oscuro a escasos metros de él, en la misma explanada, aparentemente desarmado, parece su cómplice. Me levanto aterrado del suelo y huyo a toda prisa hacia el Paseo del Prado.
Al girar la esquina me encuentro con un joven vestido de traje de gala de algún cuerpo de defensa del Estado. Está con un moderno teléfono móvil, qué ya me gustaría a mí tener, comentando con alguien burlonamente el panorama de la calle adyacente.
Asqueado del lamentable espectáculo de tan deprimente asalariado público, regreso corriendo a Ronda de Atocha. Una vez allí no consigo controlar ni mi ira ni mis actos. Me detengo en seco en medio del despliegue policial obligado por mis emociones. Convierto la inercia de la carrera en un sonoro grito que tan sólo consigue llamar la atención de dos agentes; testigos habituales de delirios ciudadanos.
– ¡Paula! ¡Paula! ¡Paula! – grito sin saber por qué.
No sé cómo se llama. No sé quién es Paula. Sólo sé que la he perdido. Sólo sé que no la volveré a ver.
La vida es una interpretación continua. Una actuación ante un observante que no deja ser visto. Espectador y limitador del tiempo; semana a semana fraccionador de nuestra existencia. Una ida, una rutina, una venida. Otra ida, otra rutina (quizá la misma), otra venida.
Subo al tren con la intención de coger el mismo asiento que había ocupado en el viaje anterior. Esta vez se ha apoderado de él la obesa mujer oriental que el viernes estaba en la fila de atrás. Ni qué decir que la butaca que ella ocupó en su día también tiene dueño para este trayecto.
En el coche-restaurante gente. No mucha, pero gente. Veo sentada en uno de esos extraños taburetes de barra a una chica solitaria. No tiene más de veinte años. Tal vez veintiuno, veintidós,… Es de mirada atenta, fisionomía agradable, morena, delgada y vestimenta acorde con un verano caluroso que aún no ha llegado. Algo me llama a hacerlo, no sé el qué, pero lo hago. Le saludo. Además lo hago de manera familiar. Como si la conociese. Como si no fuese una desconocida. De hecho, ya dado el saludo, dudo de si lo es.
– Hola. – me responde con la misma afinidad. Como si también me hubiese tratado antes.
No cabe duda. De algo me debe conocer. Me es inevitable continuar una conversación que tan bien ha comenzado.
– Eres de La Roda, ¿verdad?
No me responde. Me sigue mirando atentamente con esos ojos negros, o casi negros, no sé. Me sonríe. Muestra una dentadura blanca perfecta, pero no responde. Confundido, le devuelvo la sonrisa. Intento que se parezca a la suya. No lo consigo. Debo parecer idiota.
Desorientado, sin haber probado bocado en el restaurante, llego al último vagón y cojo sitio. Los últimos coches nunca traicionan. Son asiduos de ellos la gente más estrafalaria y desequilibrada que uno puede imaginar, pero siempre suele haber un lugar para alguien como yo.
No paso mucho tiempo aferrado a ese asiento como si de un bien escaso se tratase, cuando uno de los ocupantes del vagón sale al centro del pasillo, y a modo de “Club de la comedia”, comienza un particular monólogo a base de chistes cuyo objetivo de las mofas soy yo.
– No le respondas – me dice una voz baja desde la butaca de atrás. – Es frecuente que monte estos espectáculos. Siempre la toma con alguien que tiene cerca aún sin conocerle. Cuenta cuatro chistes, se cansa, se vuelve a sentar, y sanseacabó hasta el próximo domingo.
Era ella. La misma chica del coche-restaurante que ahora si se digna a hablarme. Mientras, soy yo el que queda sin palabras. No sé cómo ha llegado ahí. No la he visto entrar. Me giro y le choco la mano en agradecimiento a sus palabras. De mi garganta no sale sonido. A ella no le basta chocarla. No la suelta. Con ella sujeta se levanta y camina hasta el asiento que hay enfrente de mí. Lo ocupa para pasar todo el viaje mirándome. Y yo, devolviéndole la mirada.
Salimos de la estación y continuamos caminando Ronda de Atocha adelante sin decirnos palabra. Las manos unidas. No sé donde irá.
Ambulancias y coches patrulla con las luces de emergencia encendidas, y sin el ruido de las sirenas, progresan hacia nosotros por el centro de la calzada en dirección prohibida.
– ¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Todo el mundo abajo! – pide un policía a la multitud que avanza por el acerado.
– ¡Cruzad por delante del museo agachados! – exige otro guardia a quienes se arriesgan a seguir caminando.
Quedo por un instante de pie, paralizado. Ella me suelta la mano y se agacha. Yo voy directo al suelo, tumbado completamente. La veo con su flaca figura alejarse a toda prisa con el cuerpo inclinado hacia delante y se pierde entre quienes, como ella, han decidido desfilar ante el peligro.
Levanto la cabeza desde el suelo y lo veo todo. En la entrada del Reina Sofía un hombre de sudadera blanca y cara psicótica empuña tenso un arma mirando amenazante al cordón policial. Otro vestido de oscuro a escasos metros de él, en la misma explanada, aparentemente desarmado, parece su cómplice. Me levanto aterrado del suelo y huyo a toda prisa hacia el Paseo del Prado.
Al girar la esquina me encuentro con un joven vestido de traje de gala de algún cuerpo de defensa del Estado. Está con un moderno teléfono móvil, qué ya me gustaría a mí tener, comentando con alguien burlonamente el panorama de la calle adyacente.
Asqueado del lamentable espectáculo de tan deprimente asalariado público, regreso corriendo a Ronda de Atocha. Una vez allí no consigo controlar ni mi ira ni mis actos. Me detengo en seco en medio del despliegue policial obligado por mis emociones. Convierto la inercia de la carrera en un sonoro grito que tan sólo consigue llamar la atención de dos agentes; testigos habituales de delirios ciudadanos.
– ¡Paula! ¡Paula! ¡Paula! – grito sin saber por qué.
No sé cómo se llama. No sé quién es Paula. Sólo sé que la he perdido. Sólo sé que no la volveré a ver.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Primer comentario pero me parece que va a ser negativo . No sé sí llegar a considerar esto un relato o simplemente una idea. Lo veo todo muy precipitado. Tampoco me llama mucho la atención la historia que nos ofreces. Lo siento, no me ha gustado mucho. Por cierto, échale un ojo a las reglas sobre diálogos, te vendrá bien.
—¿Ola k aseis, juapas? ¿Sois de la Roda?
—¿Ola k aseis, juapas? ¿Sois de la Roda?
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- Ismael González
- Lector voraz
- Mensajes: 178
- Registrado: 12 Ago 2012 17:32
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
No me ha convencido, la verdad.
Un fugaz encuentro en el que no logré entender alguna de las escenas que el Autor quería mostrarme.
Ha sido todo tan rápido, tan... no sé, visto y no visto.
Creo que sería una estupenda semilla para un escrito más largo, pero si me ciño al relato...
Lo siento, Autor.
Un fugaz encuentro en el que no logré entender alguna de las escenas que el Autor quería mostrarme.
Ha sido todo tan rápido, tan... no sé, visto y no visto.
Creo que sería una estupenda semilla para un escrito más largo, pero si me ciño al relato...
Lo siento, Autor.
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
No me ha terminado de llegar. Quizá no lo he entendido bien, sobre todo el final. Aunque creo que empecé a dejar de comprender la historia desde que entraron en escena los policías, los ladrones y la multitud. ¿El protagonista conocía a la chica pero no la recordaba, como si estuviera amnésico? ¿No sabe su nombre pero la llama Paula? ¿No volverá a verla más porque ha ocurrido algún accidente, o porque desaparece entre el gentío? Demasiadas dudas, no me termina de convencer.
Última edición por moskita el 21 Abr 2013 16:47, editado 1 vez en total.
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
No entiendo este relato. Bien escrito, con alguna falta tonta, pero muy apresurado en el ritmo. No creo que sea positivo que el lector quede confundido y desconcertado al terminar un cuento, y eso es lo que me ha pasado. Es demasiado breve, me parece, para dejar al aire tantos cabos sueltos.
Lo siento, pero no me ha acabado de gustar.
Lo siento, pero no me ha acabado de gustar.
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Hmm. Un relato incompleto. Se dejan muchas piezas en el aire. Muchísimas. Casi todas. El mismo protagonista hace prácticamente de todo sin saber porqué, ni cómo. El lector no se queda atrás.
No me gusta, lo siento.
No me gusta, lo siento.
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
No sé, me deja fuera de juego. No acabo de entenderlo del todo. Tampoco se me ocurre crítica alguna, ni buena ni mala. Gracias
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Pues yo vuelvo a ir en contra de la corriente en esta ocasión. Sé que normalmente me gusta ue los cabos queden bien atados, pero qué sé yo, tendré el día. A mi este relato me ha llegado precisamente por su ritmo trepidante y por la incógnita mantenida. ¿Una metáfora sobre la rutina y su ruptura? La imagen final es inquietante.
Pequeño tirón de orejas por la puntuación de los diálogos y por la falta del "de" en los deber de suposición.
Pequeño tirón de orejas por la puntuación de los diálogos y por la falta del "de" en los deber de suposición.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Me gusta el inicio:
La vida es una interpretación continua. Una actuación ante un observante que no deja ser visto.
Aunque habría separado las frases con una coma, puesto que te referías a una la vida en ambos casos. Pero bueno, es un inicio que tiene fuerza.
Sin embargo no está bien escrito el relato, creo que se podría haber hecho mejor. El relato no tiene una historia especialmente buena, aunque a veces lo mundano sea atractivo. Quizá con una redacción con algo más de trabajo habrías mejorado el relato sobremanera, autor.
En fin si no te sale hoy bien, mañana saldrá mejor Sigue así!
La vida es una interpretación continua. Una actuación ante un observante que no deja ser visto.
Aunque habría separado las frases con una coma, puesto que te referías a una la vida en ambos casos. Pero bueno, es un inicio que tiene fuerza.
Sin embargo no está bien escrito el relato, creo que se podría haber hecho mejor. El relato no tiene una historia especialmente buena, aunque a veces lo mundano sea atractivo. Quizá con una redacción con algo más de trabajo habrías mejorado el relato sobremanera, autor.
En fin si no te sale hoy bien, mañana saldrá mejor Sigue así!
- kassiopea
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- Ubicación: Aovillada en la Luna...
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
A mí me parece que el autor ha querido hacer una especie de crónica del absurdo basada, muy posiblemente, en sus propias vivencias, en su propia rutina. ¿Quién no ha viajado en tren, en metro o en autobús, y no ha fantaseado mirando a un chico/chica desconocid@ que nos ha llamado la atención? Luego, cómo no, nuestras fantasías terminan desvaneciéndose en el aire... como la tal Paula El inicio del relato es una auténtica declaración de intenciones del autor, ahí nos dice claramente de qué irá el asunto:
Si estoy en lo cierto y en realidad ésta era la idea que querías transmitir, me parece que podrías haberlo hecho un poco mejor. Tal vez esas frases del principio que he citado podrías haberlas incluido al final, para que el mensaje quedara más claro para el lector. Tal como está, induce a confusión
Un saludo, espero que nos sigamos encontrando por estos pasillos
La vida es a menudo rutinaria y absurda, nos cruzamos prácticamente con la misma gente al ir a trabajar, somos el conejillo de indias de algún gracioso/gilipollas que la toma con nosotros (como podría haberle tocado a algún otro)... Todo eso es lo que le sucede al sufrido protagonista. El nombre de la chica, a la que llama Paula pero en realidad no sabe cómo se llama, es otra prueba de ese absurdo que nos rodea: en su fuero interno él la llama Paula, y en esos momentos Paula es lo más importante, la ilusión que escapa entre sus manos como arena... cuando en realidad ni se llama así. Todo es un absurdo, una comedia, de ahí el nombre del relato (supongo); "los comediantes de Renfe".La vida es una interpretación continua. Una actuación ante un observante que no deja ser visto. Espectador y limitador del tiempo; semana a semana fraccionador de nuestra existencia. Una ida, una rutina, una venida. Otra ida, otra rutina (quizá la misma), otra venida.
Si estoy en lo cierto y en realidad ésta era la idea que querías transmitir, me parece que podrías haberlo hecho un poco mejor. Tal vez esas frases del principio que he citado podrías haberlas incluido al final, para que el mensaje quedara más claro para el lector. Tal como está, induce a confusión
Un saludo, espero que nos sigamos encontrando por estos pasillos
Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Yo no veo tanto como Kassio, lo siento. Lo veo escasito, irregular, poco comprensible. Vamos, no me gusta.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
- shirabonita
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- Registrado: 23 Ago 2009 20:47
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Bueno, empiezo por el tema ortográfico. Hay errores en los puntos asociados a los guiones de diálogo.
Para mí, este es un relato que empieza muy interesante, en el tren, y también cuando él y ella salen juntos en la estación de Atocha, (por la ronda de Atocha) cogidos de la mano.
Pero desde que comienza el asunto de los ...¿ladrones, atracadores? en el museo Reina Sofía, todo se vuelve inverosímil, más incluso con la aparición de ese policía vestido de gala. ¿Qué pinta allí en pleno despliegue de policías en acción, y con un posible tiroteo de por medio?
Otro relato con el final cortado a guillotina, a mi modo de ver. Quizá el protagonista conoce a la chica, y recuerda su nombre en el último momento...
La idea de partida es muy buena, pero luego el relato va perdiendo verosimilitud a medida que avanza. Creo que se le podría haber sacado mucho más jugo a la idea inicial.
(por ejemplo, que la chica estuviera compinchada con los atracadores...)
Pero gracias por compartir.
Para mí, este es un relato que empieza muy interesante, en el tren, y también cuando él y ella salen juntos en la estación de Atocha, (por la ronda de Atocha) cogidos de la mano.
Pero desde que comienza el asunto de los ...¿ladrones, atracadores? en el museo Reina Sofía, todo se vuelve inverosímil, más incluso con la aparición de ese policía vestido de gala. ¿Qué pinta allí en pleno despliegue de policías en acción, y con un posible tiroteo de por medio?
Otro relato con el final cortado a guillotina, a mi modo de ver. Quizá el protagonista conoce a la chica, y recuerda su nombre en el último momento...
La idea de partida es muy buena, pero luego el relato va perdiendo verosimilitud a medida que avanza. Creo que se le podría haber sacado mucho más jugo a la idea inicial.
(por ejemplo, que la chica estuviera compinchada con los atracadores...)
Pero gracias por compartir.
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
No le he pillado el punto a este relato. No me enteré de nada, la conocía o no? Se llamaba Paula? Que tiene que ver con todo la situación en el museo? Luego, el título me deja un poco así, porque apenas te detienes en el comediante... Lo siento, pero no sé qué querías contar. Felicidades por la creación igualmente, que tú trabajo te habrá llevado como a todos!!
Ronda de noche. Mundodisco 29. Terry pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Lo siento por el autor pero me uno a los que no les ha gustado el relato, los motivos ya los han dicho los anteriores foreros, así que no me voy a repetir
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
- Medianoche
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- Registrado: 29 Ene 2010 02:18
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Re: CPVIII Los comediantes de RENFE
Tiene muchos fallos, la verdad. Deberías haberlo corregido mejor, autor o autora. Dicho esto, contrariando a la mayoría, a mí me ha gustado bastante: ese encuentro casual, ese deambular en la cuerda del destino, ese absurdo cargado de ironía. Yo veo mucho en tan poco, aunque, sí es verdad, quizá necesite algo más de texto para redondear la historia.
Interesante.
Interesante.
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