CPVIII La concubina del señor de Sipán - Jilguero

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lucia
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CPVIII La concubina del señor de Sipán - Jilguero

Mensaje por lucia »

La concubina del señor de Sipán

1
En la primavera de 1988, la prensa peruana se hizo eco por primera vez del valioso hallazgo de Walter Alva, arqueólogo responsable de la excavación del yacimiento de Huaca Rajada. Acababa de descubrir la tumba intacta de un gran mandatario mochica del siglo III d.C., enterrado en compañía de un amplio séquito funerario y un vistoso ajuar. La importancia del descubrimiento era tal que los entendidos lo comparaban con el hallazgo, en 1922, de la tumba del faraón egipcio Tutankamón a las afueras de El Cairo. Pasados unos años de silencio y aparente olvido, en noviembre de 2002, Alejandro Toledo, presidente de la república peruana, acudió a Lambayeque para inaugurar el Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipán, con lo que el tesoro funerario de Huaca Rajada volvió a estar de actualidad.
El día de la apertura del museo al público, los Zeña Cumpa se enteraron de la noticia durante la cena. Hombre afable y bonachón, Edgar Zeña tenía la fea costumbre de leer el periódico mientras cenaba y aquella velada no fue la excepción. Resignada ama de casa, Mariela Cumpa solía ocuparse entretanto de pensar en lo que comerían al día siguiente; y Griselda, la hija de ambos, que era una adolescente avispada y soñadora, aprovechaba el momento para dar rienda suelta a su imaginación. Por ello, pese a estar todos sentados alrededor de una misma mesa, las cenas de los Zeña Cumpa transcurrían habitualmente con silencio sepulcral, solo quebrado de vez en cuando por el tintineo de los cubiertos y los platos. Y sin embargo, quién sabe si por puro azar o por una extraña astucia del destino, cuando aquella noche llegó a la página de las noticias culturales, Edgar Zeña comenzó a leer el periódico en voz alta. Tras la sorpresa inicial, Mariela Cumpa continuó enfrascada en la difícil decisión de si al día siguiente el cabrito debía ser acompañado con yuca sancochada o con frijoles y no demostró ningún interés por la apertura en la ciudad de un nuevo museo. Aun más, después de que Edgar mencionara que, entre los valiosos hallazgos de Walter Alva, se encontraban los restos de dos jóvenes concubinas sin pies y una llama decapitada, optó por dejar de escucharlo. Por el contrario, la voz paterna hizo que Griselda aguzara el oído y volviera a interesarse por lo que ocurría en este planeta. Y de haber existido una cámara oculta apuntando hacia ella, cuando Edgar describió la tumba del chibolo, el perro y la serpiente, su objetivo habría grabado la formación de la primera arruga en el hasta entonces terso entrecejo de Griselda.
A partir de aquel gesto, en apariencia trivial, Griselda comenzó a mostrar un gran interés por lo antiguos moradores de la región lambayecana, formulando en clase preguntas extemporáneas que pusieron a Gregoria Esquives, profesora de primaria, en más de un brete. Afortunadamente, el fin de curso estaba en puertas y, antes de que la situación fuera insostenible, tuvo lugar la entrega de notas. Con sumo alivio de su parte —el próximo curso ya no sería maestra de Griselda—, Gregoria Esquives entregó al matrimonio Zeña Cumpa las excelentes calificaciones de su hija. Gracias a ellas, además de completar el ciclo con éxito, Griselda se hacía merecedora de la distinción de alumna más aventajada de la etapa. Al ser interrogada sobre lo que deseaba recibir como recompensa, en lugar de pedir alguna prenda de moda o zapatos de marca —cual cabría esperar en una niña de doce años—, Griselda sorprendió a sus padres con la petición de visitar el nuevo museo de Lambayeque y el yacimiento de Huaca Rajada.
Cuando Mariela Cumpa escuchó la petición, se acordó del macabro detalle del séquito funerario y se le revolvió el estómago: acudir a una exposición a contemplar cuerpos mutilados no le parecía de buen gusto; ni tampoco el premio adecuado a una distinción de colegiala ejemplar. Pero la pasión de Griselda por sus ancestros había ya prendido hondo y, tozuda, se reafirmó en que deseaba, como regalo, una visita a las tumbas moches. De natural complaciente y poco dado a polémicas, Edgar Zeña tomó una decisión salomónica. Hablaría con la directora del colegio de Griselda y le pediría el favor de que alguna docente se encargara de acompañarla, liberando así a su esposa de algún que otro estrago estomacal. Los Zeña Cumpa era una familia acomodada e influyente, que vivía en uno de los mejores barrios de Lambayeque, por lo que la directora no osó poner pegas a la singular solicitud de Edgar. Y por esas extrañas jugarretas que a veces gasta el destino, Gregoria Esquives fue la elegida para hacer de improvisada cicerone de Griselda.
Tras una semana de exhaustivo estudio de la cultura Moche —sabía que la sed de conocimiento de Griselda no se saciaba con cualquier respuesta—, Gregoria Esquives comunicó a los Zeña Cumpa que se hallaba a su entera disposición. Llegó por fin el día esperado y, con gran alborozo de su parte, Griselda vio uno de sus sueños cumplidos. Pasaron gran parte de la mañana en el museo, recorriendo una y otra vez las distintas salas. Y en cada pasada, Griselda apoyaba la frente en las vitrinas y, con ojos ávidos y mejillas arreboladas, contemplaba su contenido con una minuciosidad impropia de su edad. Por otro lado, aquel entusiasmo resultó ser muy contagioso y, después de la primera ronda, la propia cicerone acabó escudriñando la cerámica moche con reverencial mirada. Además, como la alumna sabía ya tanto como la maestra sobre la cultura mochica, sus preguntas fueron escasas, produciéndose en su lugar un interesante intercambio de apreciaciones. De ahí que al término de la visita Gregoria Esquives, a quien le dolían los pies una barbaridad, caminara con la cabeza bien alta: Griselda había sido su pupila varios años y en algo habría contribuido ella a aquella loable ansia de conocimiento.
Como resultado de tan satisfactoria visita, Gregoria Esquives afrontó con mejor ánimo la expedición a Sipán, que tuvo lugar a la semana siguiente. Curiosamente, una vez en el lugar, Griselda mostró más interés por el árido paisaje del enclave que por la propia excavación. Por ello, deambularon largamente por aquel desolado escenario hasta la hora del almuerzo, en que se encaramaron hasta lo más alto de una loma: una antigua huaca convertida en un queso gruyere por los huaqueros. Desde allí pudieron apreciar mejor la desolación que les rodeaba: una planicie casi desértica, llena de médanos de arena, algarrobos y sapotes, con algunos campos de cultivo irrigados por canales. Y en medio de aquel árido escenario, dejándose llevar por su celo profesional, Gregoria Esquives aprovechó la ocasión para explicarle a Griselda que, mientras en aquel valle moría el señor de Sipán, en los alrededores de Verona lo hacía el emperador romano Filipo a manos del ejército insurrecto de Decio; y al igual que allende los mares había luchas de gladiadores y para los vencidos una muerte atroz entre las garras de los leones, en Sipán los guerreros moches peleaban con enormes mazas y los perdedores morían en sacrificios rituales en honor de Ai Apaec, el gran decapitador.
Por suerte, no todo fue violencia entre los mochicas y, en medio de aquel calor sofocante, Gregoria y Griselda se pudieron refrescar evocando el verdor de los arrozales y de los campos de frijoles, yuca y camote que crecieron antaño en aquel valle. Y luego, al caer de la tarde, entrecerraron los ojos para distinguir en el horizonte a los pescadores mochicas, arrodillados en sus caballitos de totora y con las alforjas llenas de pescado y caracolas marinas, regresando de aquel mundo primigenio con alimentos para la vida presente y talismanes para la futura vida de ultratumba. Desde la cima de la huaca, ambas se sintieron, así, partícipes de la algarabía que su llegada a la playa debía de ocasionar otrora. Pero se hacía tarde y, muy a su pesar, Gregoria Esquives y Griselda Zeña hubieron de abandonar aquellas solitarias ensoñaciones para unirse al resto del grupo. Con todo, en el camino de vuelta a Lambayeque, desde la ventanilla del autobús volvieron a divisar en lontananza un enjambre de embarcaciones y, al ver entre dos luces aquellos otros caballitos de totora reales, sintieron de súbito el vértigo de saberse mortales y, al mismo tiempo, parte de una raza inmortal. Por todo ello, aquella noche regresaron a la ciudad cansadas, quemadas por el sol y perdidas en el laberinto interminable de la historia, mas también orgullosas de ser descendientes del arcano pueblo moche.
El resto del verano pasó trepidante y a primeros de marzo Griselda regresó al colegio. Nada parecía haber cambiado y, sin embargo, la nueva alumna de secundaria no era ya la misma. Continuaba siendo una joven inteligente y avispada, capaz de razonar con la misma soltura y rapidez con las que lo había hecho antaño, pero que ahora se pasaba la mayor parte de la clase con la mirada ausente y bostezando. Y para alivio de la nueva tutora, las extemporáneas preguntas del curso anterior se convirtieron en mero pasado. Como lógico fruto de aquella inesperada indolencia, las destacadas calificaciones de antes pasaron a ser aprobados por los pelos y, de alumna aventajada, Griselda se transformó en una más de la clase.
A los Zeña Cumpa, cuyas cenas continuaban transcurriendo con el mismo silencio sepulcral de siempre —solo interrumpido por el tintineo de los platos y los cubiertos y, de un tiempo acá, también por los bostezos de Griselda—, aquellos resultados mediocres les cogieron por sorpresa, si bien no les inquietaron en exceso. A fin de cuentas, como hija única, Griselda acabaría siendo la heredera universal del nada despreciable patrimonio de los Zeña Cumpa y, por ello, su escolarización tenía como principal objetivo darle tiempo a que alcanzara la edad de merecer. De hecho, en los últimos tiempos Griselda había dado un gran estirón, a consecuencia del cual su figura se había estilizado y su rostro empalidecido lo suficiente como para pasar por una joven criolla. Llena de buena intención, Mariela Cumpa asistía al florecimiento de su hija con el natural regocijo: en breve sería una jovencita casadera y, cuanto mejor porte tuviera, más y mejores pretendientes tendría. Por su parte, de natural bonachón y poco dado a las preocupaciones, Edgar Zeña presenciaba los cambios de su hija con irresponsable indiferencia, y ni siquiera su reciente empeño por tener en el jardín una pareja huerequeques le había preocupado lo más mínimo. A Gregoria Esquives, en cambio, la creciente languidez de Griselda sí le inquietaba. Desde la aventura compartida en el verano, sentía una debilidad especial por su ex pupila y, cada vez que se cruzaban en un pasillo, se detenía a intercambiar con ella algunas palabras. Y pese a ser Griselda muy reacia a las confidencias, en uno de esos breves encuentros acabó hablándole de lo que le ocurría: desde la visita de ambas al yacimiento de Huaca Rajada, había noches en las que ella regresaba en sueños a aquel valle para caminar entre los médanos de arena y los campos de cultivo. No se paseaba, sin embargo, por el semidesierto que ambas habían visto desde la huaca, sino por un valle mucho más fértil, surcado por la intrincada red de canalizaciones que los antiguos campesinos moches usaban para irrigar sus vastos campos de arroz, frijoles, yuca y camote: ¡el antiguo señorío de Sipán!
Y por motivos que ni siquiera la propia Gregoria Esquives tenía claros, al día siguiente de que le hiciera esta confesión, le regaló a Griselda un cuaderno para que fuera anotando en él sus andanzas en sueños. Y quién sabe si por puro azar o por una nueva astucia del destino, el único cuaderno que quedaba en la tienda del tamaño deseado tenía las pastas de un rojo muy vivo, que la exaltada imaginación de Griselda asoció de inmediato con el color púrpura del polvo de cinabrio que, antes de cada sacrificio ritual en honor de Ai Apaec, los sacerdotes mochicas esparcían por el suelo. Y posiblemente esto contribuyó a que, siguiendo el consejo de la maestra, Griselda comenzara a anotar en el cuaderno sus vivencias nocturnas.
2
Después de dos años de escasas lluvias, los vecinos de Lambayeque andaban muy preocupados por la sequía. De ahí que, desde unas semanas atrás, la falta de agua en la región se hubiera convertido en noticia de portada de los periódicos locales y en tema central de la mayoría de las conversaciones. Por culpa de El Niño, en Piura la hambruna estaba ya diezmando al ganado y convirtiendo en baldíos los campos de cultivo. Y aunque en Lambayeque la situación no era todavía tan desesperada, las autoridades se estaban planteando la necesidad de hacer pozos para extraer agua del subsuelo. En medio de tal debacle climatológica, la noticia del fallecimiento de la joven Griselda Zeña Cumpa, por culpa de la picadura de una sancarranca, pasó casi desapercibida y solo los más allegados acudieron a su velatorio.
Nada más enterarse del suceso, Gregoria Esquives se presentó en el domicilio de los Zeña Cumpa. Los anfitriones se hallaban demasiado aturdidos y fue la hermana menor de Mariela quien condujo a Gregoria hasta el dormitorio de Griselda. En su centro, rodeado de velas encendidas y racimos de flores, se hallaba el ataúd. Tenía la tapa ya cerrada, detalle que Gregoria agradeció profundamente. La tía de Griselda murmuró una disculpa y la dejó a solas con el cuerpo de su ex pupila. Entretanto derramaba unas sentidas lágrimas y musitaba unas plegarias por Griselda, Gregoria miró hipnóticamente la tapa de la caja. Luego, en cambio, cayó en la cuenta de que aquella era su última oportunidad de conocer el mundo más íntimo de Griselda y, movida a partes iguales por el aprecio y la curiosidad, empezó a inspeccionar la estancia con la mirada.
En lugar de las fotos de artistas de moda que cabía esperar en la habitación de una adolescente, las paredes del dormitorio de Griselda estaban llenas de reproducciones alusivas a la cultura moche, incluidas varias fotografías de la tumba del señor de Sipán. Había también algunas instantáneas de Griselda a distintas edades. En casi todas se hallaba sola y mirando a la cámara de frente, con esa viveza en los ojos que tan bien conocía Gregoria. Le llamó especialmente la atención una foto muy reciente tomada en el jardín de la casa. Griselda aparecía en ella con el rostro pintado de rojo al estilo moche y en compañía de una pareja de huerequeques. Se la veía feliz, muy feliz. Verla tan sonriente hizo que Gregoria sintiera nostalgia de las horas que habían pasado juntas en el antiguo señorío de Sipán. Y por asociación de ideas, se acordó de los sueños de Griselda y del cuaderno que le había regalado unos meses atrás. En la habitación apenas si había libros y rápidamente lo localizó. Sintió entonces una repentina tentación y sucumbió. Así pues, se aseguró de que continuaba estando sola, se aproximó al escritorio de Griselda y, con el rostro encendido por el bochorno —en su vida había hecho una cosa semejante—, metió el cuaderno en el interior del bolso.
Al día siguiente tuvo lugar el funeral y, a su término, Gregoria Esquives regresó a su casa muy conmocionada. Al entrar en el salón, vio sobre la mesa el diario de Griselda y, a falta de otra cosa mejor a la que abrazarse, se abrazó a él. La víspera lo había hojeado y las pocas frases leídas le habían provocado una gran confusión. Era un testimonio muy íntimo y, sin embargo, quizás porque ella había sido artífice de la idea, se sentía con derecho a leerlo. En sus anotaciones, Griselda hablaba de los moches con insólita naturalidad, como si en sueños hubiera logrado viajar hacia atrás en el tiempo. Y deseosa de conocer mejor aquella sorprendente experiencia, Gregoria acercó la mecedora a la ventana, se sentó en ella y, con la respiración contenida, abrió el cuaderno.

“… desde la cima de este médano puedo ver al chibolo. Ahora está en la playa recogiendo conchas en compañía de su perro. En Huaca Rajada le llaman Neiznana porque bajó de las montañas en un amanecer de hace siete años. Eran muchos y venían de tierras adentro con la única intención de conocer el mar. Los mercaderes de llamas les habían hablado de una vasta llanura de agua salada, de la que los habitantes de la costa sacaban extraños animales con escamas y enormes caracolas. Al escucharlos, habían sentido un deseo irreprimible de conocer aquel lago gigantesco. Por eso dejaron el altiplano y se pusieron en camino. Pero, cuando los habitantes del señorío los vieron aproximarse siguiendo el cauce del Chanqay, recelaron de sus intenciones y, nada más pisar los primeros médanos de arena, los acorralaron. Y sin que hubiera lugar a explicaciones, los mataron a todos. Solo Neiznana se salvó por voluntad del señor de Sipán, de quien ahora es su más fiel servidor…”
“… hoy Neiznana me ha contado que al principio se sentía aterrado y perdido en medio de tanta gente extraña. Pero en cuanto le regalaron a Neis la soledad y el miedo desaparecieron. Era un juguetón cachorrillo, de corto pelaje negro, que muy pronto se convirtió en su sombra. Ahora sigue siendo negro como una noche sin luna e inseparable de su dueño, pero ya ha crecido y le ayuda a cuidar de los huerequeques. Aunque los alcaravanes ya están domesticados, de día se siguen agachando entre la maleza para dormitar, pero en cuanto oscurece se espabilan y corretean sin descanso…”
“… yo soy Si por la noche y Ni durante el día: Si en recuerdo de la luna llena de la noche en que mis padres me trajeron a Sipán como ofrenda; Ni por el mar inmenso y tranquilo que había a la mañana siguiente. Nací en Chongoyape, aguas arribas del Reque. Por culpa de la sequía, las cosechas se perdieron y, no teniendo otra cosa con la que pagar al señor, los míos me trajeron para que me convirtiera en su concubina…”
“… cuando mis padres regresaron al pueblo, yo me quedé muy sola. Pero mi señor le pidió a Neiznana dos pollos de huerequeques y me los regaló para que me hicieran compañía. Han crecido muy deprisa y ahora, por la noche, en cuanto sienten pasos desconocidos, meten tanta bulla que se han convertido en los mejores guardianes de esta casa. Meses atrás, fueron los primeros en detectar la presencia de Fur. En aquella ocasión, cantaron despavoridos hasta que él se marchó; pero ahora, como ya conocen el sordo trepidar de la tierra con el golpeteo de su pesada cola, se limitan a estirar la cabeza y ladearla para escuchar mejor sus lentos pasos. No es ya ningún secreto que la gran iguana se acerca cada día un poco más a esta huaca porque mi señor está muy enfermo. Tanto que los preparativos del gran viaje ya han comenzado…”
“… mi señor dice que estoy siendo la alegría de su vejez y que, por eso, seré también su compañera en la otra vida. Charcü, su otra concubina, es bella como una perla, pero demasiado orgullosa y altiva. Por eso yo, Si de noche, Ni por el día, soy su favorita…”
“… los campesinos del señorío andan preocupados con la sequía y, pese a su grave enfermedad, mi señor ya ha ordenado que afilen los tumis y lo dispongan todo para el gran combate en honor del gran decapitador. Ayer trajeron la primera remesa de prisioneros y en el ambiente ya se respira la tragedia. A Neiznana le desagradan los preparativos de la pelea tanto como a sus huerequeques, que ya no dejan de meter bulla ni de día ni de noche. Me ha contado que, al poco de su llegada, después de un tiempo de extrema sequía, hubo lluvias torrenciales que asolaron los cultivos. Para aplacar a la divinidad, se celebraron luchas de mazas entre los esclavos y fue testigo de cómo decapitaron a los perdedores. Neiznana sabe que también él es un esclavo y que, cuando muera su benefactor, correrá la misma suerte...”
“… esta mañana Ni ha estado en la playa recogiendo conchas con Neiznana y Neis. Mi señor le ha concedido su deseo: el chibolo y su perro también formaran parte del séquito. Por eso hoy estábamos tan felices y, mientras recogíamos caracolas para el lecho de nuestro señor, hemos mirado al mar llenos de esperanza. Sabemos que bajo el agua nos aguarda ya el gran pez sin escamas que nos ha de transportar al nuevo señorío. Por eso, cuando esta tarde hemos visto entre dos luces un enorme chorro de vapor en lontananza, nos hemos preguntado si no sería el de nuestro cetáceo...”
“… antes de encerrarnos en la cámara mortuoria, Charcü y Li gozaran del privilegio de ser dormidas. Neiznana y Neis, en cambio, habrán de afrontar despiertos el viaje. Son muy valientes, no tienen miedo. En cambio yo no dejo de preguntarme qué pasará si, en la mañana, se despierta Ni mutilada y recluida en su ataúd de caña. Pero Neiznana me ha tranquilizado: tiene un plan. Ha construido una petaca de totora y en ella piensa encerrar una macanche venenosa. Y si Ni se despertara antes de tiempo, él me ha prometido que se encargará de dormirla de nuevo…”
“… ayer comenzaron los sacrificios rituales. El aire de Sipán huele ya a sangre. Por fortuna, mi señor acaba de morir y, en breve, ¡iniciaremos el gran viaje!”


Gregoria Esquives cerró el cuaderno y se abrazó de nuevo a él. Se recostó en la butaca y miró por la ventana. Atardecía y, envuelta en penumbra, hizo memoria de las horas compartidas con Griselda en el museo de Lambayeque y en el yacimiento de Huaca Rajada. Volvió a entrever a los pescadores moches regresando a la playa sobre sus caballitos de totora y sintió de nuevo el vértigo de pertenecer a una raza imperecedera. Inmortalidad que se hallaba, sin duda, en la raíz de aquellas alucinaciones. Un cúmulo de casualidades que la exaltada imaginación de Griselda había pretendido convertir en su pasado. Gregoria sabía que era una simple fabulación y, sin embargo, también ella tenía la tentación de dejarse arrastrar por la creencia de los moches: después de esta vida, habría otras muchas. Vidas imprevisibles, desconocidas, pero en las que, con un poco de suerte, ella se reencontraría con Griselda… Un repentino relámpago rompió el encanto del momento. Pero Gregoria comenzó a escuchar el refrescante tintineo de la lluvia en los cristales y no pudo evitar sentir cierto alivio: ¡por fin se había acabado la sequía!
El inicio de la tormenta sorprendió al portero del museo haciendo la última ronda de la jornada. Antes de apagar las luces, a Elías le gustaba pasar por las salas para asegurarse de que el resto de los empleados lo habían dejado todo en orden. Máxime después de haber estado ausente unos días por vacaciones. Se sabía de memoria el contenido de todos los expositores y, con un rápido vistazo, era capaz de comprobar si las cosas estaban en su sitio. De hecho, el estallido de la tormenta le cogió inspeccionando el enterramiento del señor de Sipán, en el que sus ojos detectaron de inmediato una sarta de huesecillos fuera de lugar. Una travesura de alguno de los numerosos estudiantes que, con motivo del comienzo del curso, habían visitado aquel día el museo. Algo propio de la edad, pensó con indulgencia, mientras dirigía su irritación hacia el vigilante de la sala que no se había dado cuenta a tiempo de impedirlo. Elías se inclinó sobre el ataúd de caña de una de las concubinas y, valiéndose de una cartulina, retiró con cuidado aquel frágil esqueleto mal ubicado. La lluvia empezaba crepitar en las luciérnagas y, entretanto se congratulaba del fin de la sequía, se aproximó a la tumba del chibolo y el perro y, con extrema delicadeza, volvió a colocar en su sitio los huesos de la sancarranca.
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Ismael González
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Ismael González »

Muy rico en vocabulario, aunque quizás demasiado formal.
La voz del narrador, eso sí, es exactamente la misma que la que nos muestra el personaje de Griselda en su diario, lo que veo como un pequeño fallo.
Pese al atractivo de la historia, no ha llegado a engancharme. :oops: :oops:
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Nínive
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Nínive »

Veo el relato un poco farragoso, y se me ha hecho largo. Además he tenido que releer varias veces las anotaciones del diario para entender que la niña es Ni y Si. Además a veces se identifica con las dos y habla por las dos, y otras veces habla de Ni como una identidad distinta, por lo que me lleva a la duda.
Puede que historia necesite otro ritmo, más de novela o de relato más largo, imponiendo más descansos en ciertas partes, describiendo más en otras, que lo da de sí un relato de esta extensión. Porque los que no somos del otro lado del charco necesitamos más ambientación para ponermos en el lugar de aquella concubina que vivió sus últimos días a través de las noches de Griselda.
Por otro lado es un relato muy cuidado y trabajado, y eso se nota. Por lo que te llevas mis felicitaciones, autor. :60: :60:
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Desierto
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Desierto »

Este relato parte de una idea muy atractiva y se nota que está muy trabajado desde el piunto de vista de redacción. El autor se ha tomado su tiempo para contarnos su historia. Ahora, independientemente de los fragmetnos algo confusos de las notas de la niña, tiene varios fallos importantes. Por un lado, la documetnación histórica: especialmente en un relato de tintes históricos hay que ser muy cuidadoso. No se puede hablar de la tumbra de Tutankamon encontrada a las afueras de El Cairo cuando el Valle de los Reyes está en Luxor, más de 600 kilómetros al sur. Por otro lado, se hace referencias repetidamente a los cultivos de arroz de los moches cuando el arroz no es introducido en América del Sur hasta el S. XVIII. Estos detalles dan mucha rabia precisamente porque se nota lo detallista que ha sido el autor con la documentación correspondiente a la tumba del señor de Sipán en sí. Por otro lado, los "saltos" emocionales-temporales de la protagonista llegan a despistar incluso al mismo autor que describe como "casadera" a una niña de 12-13 años, que vive en el seno de una familia bien del Perú del S.XXI... ¿un poco anacrónico, no?

Pero bueno, para no finalizar dando caña, reconozco que me ha gustado mucho la estructura circular que le ha dado el autor y que lo he leído con ganas.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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Yuyu
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Yuyu »

Me ha encantado, me parece una buena historia. Se me hizo un poco espeso por todo el vocabulario que no conozco. Felicidades por la creación!! :60: :hola:
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por jilguero »

¡Qué buen rato me has hecho pasar, autor, mostrándome la costa peruana y su flora y su fauna!: con lo que le gustan a Jilguero esas cosas... :D
Bien escrito (alguna letra de más o de menos he visto, pero eso tiene fácil arreglo), me da que te lo has currado mucho y los personajes que describen se me han hecho entrañables. Quizás me habría gustado un mayor equilibrio en el tiempo dedicado a la vida real y a la “otra” vida, pero bueno, eso es cuestión de gustos. :wink: Y Jilguero se ha quedado con algunas dudas que espero tú le resolverás cuando se descubran las autorías (por ejemplo, ¿tiene que ver la muerte de Griselda con el fin de la sequía o es una simple casualidad?). De los relatos leídos hasta ahora (23), la historia de este es una de las que más me ha gustado. Así, pues, pasa a engrosar la lista de los relatos que debo releer. :60:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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trenZ
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por trenZ »

Enhorabuena por el relato. Me ha sorprendido al principio porque, precisamente mi nueva novela, empieza también en un yacimiento arqueológico y eso ya me ha enganchado.
Está muy bien escrito, tiene frases y expresiones que me ha alegrado encontrar. Tiene momento un poco pesados, la verdad es que no sabría decir por qué. Hay momentos en los que la atención ha disminuido, puede que sea por su extensión, yo soy fan de los relatos cortos.
Como ya te han dicho, se nota que el trabajo está bien hecho y revisado, a pesar de que se puedan escapar ciertos errores, tu labro salta a la vista.
Mucha suerte!
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Sinkim
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Sinkim »

Aunque se aprecia el trabajo que se ha tomado el autor por preparar la historia y está bien escrita, a mí no ha llegado a engancharme, se me ha hecho pesada en algunos momentos y con un ritmo algo lento :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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aradia.ms
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por aradia.ms »

Una idea llena de posibilidades y un trabajo muy cuidadoso, pero me ha resultado demasiado denso para un relato de esta extensión. En mi opinión :wink: requeriría algo más de agilidad y algo más de empatía con los personajes, o más bien con las personalidades de Griselda. Es mi impresión.
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Gisso
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Gisso »

Me he llevado una sorpresa cuando he descubierto que la tumba de Sipán es real (gracias Wikipedia). Impresionante relato con trasfondo histórico, que aunque no entienda nada sobre el tema, ha debido tener un gran trabajo detrás. He leído embelesado mientras me sentía transportado a los lugares que nos describes. He tenido que echar mano de la wiki en más de una ocasión para saber que era una sancarranca, tumis, etc, etc... y reconozco que es una cosa que me gusta. Pero debo decir que se me escapa algún detalle del final para su total comprensión, el final y los huesos de la sancarranca me han dejado un poco perdido.

:60:

—Bienvenida, Griselda. Te invito a unas fantas, juapa

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moskita
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por moskita »

Otro que me deja indecisa. Ha habido partes en las que no podía parar de leer, y otras que no me decían nada. Lo apuntaré para una relectura.
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ciro
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por ciro »

A mi en general me ha gustado. Hay cosas que se ven venir y la historia solo tiene de original la ambientacion, pero podría haber sido mas que suficiente, si no hubiera sido por lo que acertadamente te señala Desierto. Yo he estado en los sitios que describes, lo cual me trae añoranzas, pero también dudas (yo creo que los pies cortados eran de los guardianes de la tumba para que no pudieran escapar, no recuerdo que a las concubinas se les cortaran los pies, aunque puede ser un recuerdo erroneo mio). De todas formas buen relato.
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Dori25
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Dori25 »

Pues a mi me ha encantado, que quereis que os diga, tiene todo lo que me gusta; ese aire de misterio, viajes al pasado, el costumbrimos familiar.
Vamos, que vas derechito al primer lugar de mi votos, cuando llego a la mitad de los relatos leidos.
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Tadeus Nim
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Tadeus Nim »

Lo siento, es cosa mía, no he podido con él. Perdona autor. :60:
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Miss Darcy
Me estoy empezando a viciar
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Re: CPVIII La concubina del señor de Sipán

Mensaje por Miss Darcy »

Bravísimo, un relato impresionante con un trabajo grandísimo de investigación detrás. Uno de mis favoritos, pero quizás en algunos momentos el relato se vuelve un poco farragoso y no se sabe de quién está hablando (Ni y Si me ha costado ubicarlas...).
Mi enhorabuena para el autor. :60:
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