CPVIII El tazón - Topito

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPVIII El tazón - Topito

Mensaje por lucia »

El tazón

Los objetos de Enrico continúan en la casa tal y como los dejó pocos días antes de su muerte. Por un lado, sus posesiones más íntimas, que se disponen limpias y ordenadas en el interior de los cajones. Por otro, sus pertenencias más banales, que continúan visibles sobre mesas y estantes. Objetos despojados de su uso doméstico, posesiones convertidas en idolatradas reliquias, pertenencias relegadas al sustento de peculiares costumbres. Un conjunto de enseres, en definitiva, evocados al recuerdo de una vida pasada más feliz y acompañada. Y a su vez, desde el entierro de Enrico, se fue adaptando el día a día de Suso de una forma tan rutinaria a cada una de las costumbres establecidas que cualquier alteración en ellas causaría un cambio en su vida, un hecho que precisamente esta mañana ha sucedido al quedarse dormido.

Justamente ahora se está levantado de la cama para ir raudo al cuarto de baño, el único lugar de la casa donde la quietud acampa a sus anchas, ocasionalmente interrumpida por el claxon de los impacientes conductores que transitan por la cuesta de Santo Domingo, o en su defecto, por el parloteo de las vecinas asomadas a las ventanas del patio de luces. No obstante, hoy se respira tal serenidad en el ambiente que Suso tiene esperanzas de poder rezar sin interrupciones.

Abre el armario del baño y se arrodilla ante él, sintiendo cómo su cuerpo se estremece ante el frío suelo. En su interior se disponen dos juegos de toallas junto a numerosas cremas y jabones. Todo ordenado y bien dispuesto. Todo en simétrica posición. Levanta la mano y acaricia la inicial de Enrico, aquella bordada en una de las toallas. Entonces, cierra los ojos y musita una oración mientras evoca una vida pasada más feliz y acompañada. Habitualmente prolongaría su rezo hasta sentir la fuerza suficiente para iniciar otro día sin Enrico, sin embargo, ora con urgencia; esta mañana el tiempo apremia y apenas queda una hora para que el alumno de canto llame a su puerta.

Tras diez minutos, a pesar de que aún no se siente con fuerzas, cierra la puerta del armario con cuidado, encerrando en su interior los recuerdos. A continuación se apresura en ducharse, en secarse, en aplicarse la crema hidrante, para finalizar con la exfoliante, justo antes de afeitarse. Una escasa media hora ha tardado en su aseo personal, y les puedo asegurar que esta rapidez es inusitada en él. Cuando vivían en Praga, allá por la década de los setenta, se demoraba hasta dos horas para desquicie de Enrico. Imagínense.

El tiempo avanza y solo queda media hora para que el alumno de canto llame a su puerta, por lo que no es extraño ver a Suso preparar el desayuno con premura.

Primero se afana en la buena disposición de la mesa, situando las dos servilletas de hilo simétricamente a las dos cucharas de plata, y a su vez, sus dos únicos tazones de porcelana a sus dos platos para las tostadas. Luego, tostando las cuatro rebanadas de pan hasta dejarlas como le gustaban a Enrico, ligeramente doradas. Y por último, mientras calienta la leche y el café, depositando dos petunias negras entre la mantequilla y la mermelada, un sutil detalle que siempre aprecio Enrico: dos flores de pétalos tan negros como el oscuro timbre de sus voces. Voces de tenores, por cierto.

Si me lo permiten, ya que ha salido a relucir sus voces, les diré que ambos cosecharon triunfos sobre los escenarios. No obstante, Suso siempre obtuvo más ovaciones que Enrico, cautivando sin remedio al público, forjándose un buena fama dentro del mundillo operístico. Aunque, con el tiempo, llegó a atormentarle sus numerosas ovaciones en comparación con las escasas de Enrico. Por esta razón, dos años atrás, se entusiasmó tanto con el triunfal recital de Enrico en el Auditorio Nacional. Yo estuve allí, por supuesto, y les puedo asegurar que su voz cautivó de tal manera al auditorio que obtuvo la mayor ovación de toda su carrera. Sin embargo, en aquella apacible noche de verano nadie sospecho que el destino quisiera arrebatar a Suso su vida junto a Enrico, provocando aquel trágico accidente de tráfico. No obstante, así es la vida. Y la vida no siempre es justa, como nos diría Enrico.

Suso aspira el aroma afrutado del café que se disemina por la mesa, un aroma que le traslada cada mañana hasta el café Slava de Praga, evocándole el día que conoció a Enrico, su primer cruce de miradas, y las posteriores, esas mismas miradas tan tímidas que le echaba mientras escuchaba con atención sus embravecidos discursos sobre óperas y operetas en aquellas animadas tertulias entre barítonos, contraltos, tenores y sopranos. También sus primeros desayunos, y sus largos almuerzos, sin olvidar, claro está, sus últimas cenas antes de retornar a España, cenas de despedida a aquel café que les presentó, les enamoró y les unió hasta la muerte. Evocaciones que a lo largo del día se extienden por su mente como la mantequilla lo hace sobre la tostada, o la mermelada sobre la mantequilla. Y, mientras evoca su vida y saborea su café, Suso relata el sueño acaecido aquella madrugada, proyectando su voz hacia la vacía y solitaria silla que se encuentra frente a él.

Dos veces suena el timbre de la puerta:el alumno de canto ha llegado.

Suso comienza a recoger apurado la mesa de la cocina, llevando la mermelada y la mantequilla a la nevera y la jarra de leche a la encimera. Y precisamente en el momento que va a dejar sus dos tazones de porcelana sobre la pila de la cocina… un único timbre, uno sólo, vuelve a sonar en la residencia. Se sobresalta. Los dos tazones se le caen de las manos y se estrellan contra el suelo, estallando en cientos de fragmentos. Por un instante piensa en recogerlos... pero no, no hay tiempo para ello: la clase de canto debe comenzar. Así que sale de la cocina y deja tras de sí los cientos de cerámicos fragmentos esparcidos por el suelo.

Una hora ha pasado y la clase de canto ha finalizado.

El alumno recoge sus partituras y, mientras Suso le acompaña al recibidor, como lo hace siempre, se despide hasta el día siguiente. Cuando cierra la puerta, mira el reloj; si no se apresura llegará tarde para impartir su primera clase en el Conservatorio Nacional. Así que aferra su chaqueta y se marcha raudo a la calle, olvidando que aún continúan en la cocina los cientos de cerámicos fragmentos esparcidos por el suelo.

Mucho más tarde, una vez finalizada en el conservatorio su jornada laboral, pasea lánguidamente por la calle Prado camino al restaurante para almorzar. Sin ningún motivo aparente se detiene frente a una tienda de amplia cristalera con marcos de madera. Tras el limpio cristal, sobre una cómoda estilo provenzal y custodiado por dos candelabros de estilo Imperio Italiano, se sitúa un tazón de porcelana de ribetes dorados. En ese preciso momento, recuerda la rotura de sus dos tazones de porcelana y, sin pensarlo dos veces, abre la puerta de la tienda y entra en su interior.

Suso aún no lo sabe, pero ha entrado en Antigüedades Rolle Sánchez.

—¡Buenos días, caballero! —saluda con gentileza la anticuaria.

—¡Buenos días, joven! —responde Suso, mientras recorre la vista por los diversos muebles diseminados por la tienda.

—¿Le puedo ayudar en algo, señor…

—Negrín. Joven —indica Suso, al tiempo que alza la vista hacia el techo.

—Busca algún objeto en concreto, ¿señor Negrín?

Suso, de pie, inmóvil, no contesta. Su mirada se pierde observando las numerosas lámparas colgadas del techo, entre vigas de madera y labradas zapatas.

—lámparas de la Granja de Carlos IV —dice la anticuaria. Y, como Suso continua con la cabeza elevada, quieto y en silencio, añade —: Si posee un comedor con techo elevado le aportará un toque elegante.

Suso baja la mirada y la mira sonriendo. Después, eleva de nuevo la vista hacia el techo.

Pasado unos minutos, la anticuaria comienza a inquietarse mientras él permanece tranquilo, a pesar del incómodo silencio.

—Y si realiza una cena —comienza a decir la anticuaria para romper el mutismo entre ellos —, estoy segura que los comensales la admirarán mientras cenan.

Suso dirige la mira hacía ella y la responde:

—Con total seguridad, joven.

Aunque no lo hace por deferencia hacia ella, sino porque ya se ha cansado de admirar las lámparas que cuelgan entre las vigas y las zapatas.

La anticuaria se sosiega al comprobar que el posible comprador comienza a dialogar con ella.

Suso empieza a deambular entre el mobiliario en venta de la tienda, mientras la anticuaria le sigue a distancia. Una distancia adecuada para no molestar, pero al mismo tiempo apropiada para no demorar la atención si fuera requerida.

En su recorrido, mientras admira dos jarrones iguales, dos juegos de lámparas de mesa, dos espejos similares… Suso comienza a sentir que algo le molesta: la disposición asimétrica entre aquellas piezas.

Y cuando pasa ante la cómoda donde reposa el tazón de porcelana de ribetes dorados, se detiene bruscamente. Entonces, permaneciendo sus piernas quietas, tan rectas como si fueran columnas de piedra, tuerce el tronco acercando la cabeza al tazón.

La anticuaria, que se encuentra justo detrás, a un escaso metro de él, dice:

—Una de mis mejores piezas del siglo XVIII. —Y realizando una pequeña pausa, añade —: Una pieza única de porcelana del Buen Retiro, señor Negrín.

—Ya veo, joven. Un hermoso tazón. No obstante, me estaba preguntando el por qué no se encuentra junto a él su gemelo.

Suso eleva su mirada y comienza a otear la estancia en busca de la pieza que falta, como quién busca tierra firme en medio de un mar encrespado mientras permanece resguardado en el interior un bote de salvamento.

—¿Su gemelo?

—Sí, joven. Es obvio: siempre existe más de un tazón en las vajillas.

—Es cierto, señor Negrín. Sin embargo…

—Ve, ya se lo indicaba yo ¿Sería tan amable de enseñarme su gemelo?

Y sin dar margen a la anticuaria para responder, Suso inicia su camino entre los muebles a la venta, escudriñando las piezas expuestas sobre ellas, buscando el tazón gemelo que anhela, por lo que provoca de nuevo una incipiente inquietud en la anticuaria.

—Señor Negrín —comienza a decir, dando tres largos pasos para colocarse justo tras su espalda—, ya le he comentado que es una pieza única. No existe otra igual.

Cuando Suso escucha aquella última frase, se detiene. Lo hace tan repentinamente que casi provoca que la anticuaria se tope contra él.

—No puede ser, joven. Necesito dos. No uno —y la mira del mismo modo que si fuera un objeto más de la tienda—. Necesito otro igual para mí.

La anticuaria abre los labios y frunce las cejas. No sabe muy bien cómo responder.

—Disculpe, señor Negrín —dice, mientras Suso la mira expectante—. El tazón perteneció a una vajilla que adquirió el embajador Bernardo de Rocaberti. El destino quiso que la totalidad de las piezas quedaran dañadas tras el terremoto de Lisboa. No obstante, hace unas décadas, apareció intacto este tazón. Así que debe comprender que es una pieza única, y que los demás tazones se perdieron.

Suso suspira, e inicia de nuevo su andar entre el mobiliario a la venta.

—No puede ser, joven. Yo necesito comprar su pareja. ¿Cómo voy a comprar uno solo? Siempre he comprado dos.

La anticuaria se desespera al comprobar que, mientras Suso la habla, empieza a gesticular de tal manera que ve peligrar las valiosas piezas expuestas en la tienda.

—Señor Negrín, por favor, no gesticule tan bruscamente.

—¿Qué no gesticule, joven? —contesta, elevando bruscamente el brazo—. ¡Esto es indignante! En mi vida no he encontrado tanta insolencia.

—No es mi caso ofenderle, señor Negrín. —dice dócilmente la anticuaria, intentando apaciguar el ambiente—. Aunque… no llego a entender los motivos por los que se está comenzando a alterar.

—Seguro que tiene uno más en la trastienda —responde Suso, subiendo aún más el tono de voz—, pero no me lo quiere vender.

—Ya le he dicho que sólo existe un tazón. Además, es imposible que aquí, o en otro lado, pueda encontrar otro igual. —E intentando controlar la situación, añade —: No obstante, si continua persistiendo en esta actitud, me veré obligada a solicitarle, amablemente, que abandone mi establecimiento.

Cuando Suso vio el tazón tras el cristal no pudo dejar de imaginárselo sobre la mesa de la cocina, frente a la petunia negra de Enrico. No obstante, debía comprar otro idéntico para guardar la simetría sobre la mesa. Así pues, para tener más tiempo, mientras sopesa si adquirirlo o no, y antes de que la anticuaria le indique amablemente dónde está la salida, respira profundamente, calmando su naciente ansiedad.

Entonces comienza a gesticular tan suavemente como si fuera una de las bailarinas del Bolshó.

—Excúseme, señorita —dice Suso, reposando delicadamente sus brazos sobre el escritorio de época isabelina que se encuentra frente a él—. Creo que me he exasperado un poco sin motivos. Lo cierto es que si deseo adquirir el tazón.

—No se preocupe, señor Negrín.

—Mire, joven. Yo siempre he adquirido juegos y nunca únicas piezas. Y en cierto modo, me siento algo perturbado ante la posibilidad de comprar este tazón sabiendo que es una pieza única. ¿Me Comprende?

—Le comprendo —miente la anticuaria.

—Usted… ¿Qué piensa sobre esta pieza?

—Señor Negrín, le puedo asegurar que es una muy buena pieza, y una muy buena adquisición. La pieza se realizó en la fábrica del Buen Retiro, e imagino que no le tengo que dar mayor información que ésta. Además, tiene el valor añadido de no existir una pieza idéntica en todo el mundo. Y en su hogar, será admirada por entendidos en porcelana como por los que no lo son por la belleza de su acabado.

—No estoy seguro, joven.

—Solo piense un momento en qué reacción o sentimiento ha tenido cuando lo ha visto. Esa reacción, o ese sentimiento, es lo más importante a la hora de comprar una pieza cómo ésta.

—Cierto es que este tazón tiene algo especial. Si le soy sincero, he accedido a su tienda al verlo tras el cristal por este mismo motivo.

Suso, mientras habla, continúa sopesando su adquisición, aunque aquellas últimas frases de la anticuaria le hacen reflexionar. Aquel tazón le provocó el impulso de acceder a la tienda, le hizo imaginárselo sobre la mesa, frente a la petunia negra. Y a pesar de que sea una pieza única, aún continúa imaginando que disfrutaría tomando su café en aquel tazón. Realmente le gustaba, y aunque mañana por la mañana no tendría un tazón idéntico frente a la petunia negra de Enrico, frente a la silla vacía de Enrico, quería comprar ese tazón.

—¡Qué diablos, joven! Me lo llevo.

Al cabo de un rato, Suso sale a la calle con aquella única pieza de porcelana, arropada cuidadosamente con papel acolchado de burbujas de plástico y reposando, como si estuviera dormida, en el interior de la bolsa de tela.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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trenZ
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por trenZ »

Siento abrir el hilo de comentarios diciendo que no me ha gustado :(

No entiendo el tipo de narrador. Es un personaje cercano al protagonista, pero a la vez es omnisciente, habla del pasado del protagonista pero narra la acción en presente (tiempo que siempre me ha costado mucho) como si estuviera allí junto a él. No lo entiendo.

Hay muchos recursos repetidos y muy cercanos unos de otros, llaman demasiado la atención y afean la escritura. Creo que para contar que alguien tiene obsesión por el orden se puede hacer de muchas formas distintas y no insistiendo tanto en el concepto de "simetría".

El enfado del prota en la tienda es muy forzado desde el principio. Los diálogos no fluyen, es como que dan vueltas sobre sí mismos y el final se hace pesado y no lleva a ningún lado.

Espero que el autor me perdone si resulto muy duro, pero creo que este relato ha sido enviado en crudo, da la sensación de que no se haya revisado.
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Ismael González
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Ismael González »

No sé muy bien qué decir de "El tazón", y es que tengo sentimientos encontrados...
Por una parte me llama la atención el tema, el dejar atrás el pasado y superar los recuerdos, el sobreponerse.
Pero a pesar de lo anterior no me ha llegado, lo siento. Creo que me ha faltado algo más de emoción, sobre todo en la primera parte del relato.
No te enfades, Autor. :roll: :roll:
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Gisso
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Gisso »

Relato sobre la pérdida de un ser (muy) querido y de no querer pasar página e intentar sentir su presencia por los objetos cotidianos que lo rodean. Aun así, no me ha tocado la fibra sensible, ese drama que nos quieres mostrar no es del todo palpable. Hasta cierto punto puedo entender la reacción del protagonista, pero sí que es verdad que la veo forzada. Igual que el cambio drástico al final del relato de querer llevarse solo una taza. No está mal, pero no me ha llegado.

He encontrado un “aprecio” que le falta la tilde en la o y un “—lámparas” que debería estar en mayúscula :wink: .

:60:

—¿Uno? Mejor con dos...

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Desierto
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Desierto »

Las apelaciones continuas al lector me distraen (Imagínense, les puedo asegurar...) tendrían sentido si el narrador fuera uno de los personajes del relato, pero parece que no es así.

Esas dichosas tildes...

Por más que se entiende la tragedia del protagonista y su sensación de soledad en los primeros pasajes, las reacciones en la tienda no resultan coherentes.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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moskita
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por moskita »

Me gusta lo que transmite el relato, pero se me hace un poco repetitivo y no sé por qué no termina de llegarme. También hay algunos fallos gramaticales de esos que me rechinan como una tiza en una pizarra, y puede que también influyan.
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Nínive
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Nínive »

Me ha parecido un poco absurdo el comportamiento del protagonista y la trama se diluye sin llegar a emocionar.
Al principio del relato enumeras demasiados detalles que hace que la narración sea lenta y (a mí) me ha resultado un tanto aburrida.
También necesita un repaso ortográfico.
Lo siento, autor, no me ha llegado demasiado. Pero estoy segura de que tienes potencial para trabajar otra historia y hacernos sentir lo que tú deseas. :60: :60:
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Yuyu
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Yuyu »

Faltan tildes y hay laismos. No me gusta mucho la composición de las frases, les veo algo raro. También el narrador del principio que desaparece al final, no sé, raro. La idea y el mensaje de superación personal sí me han gustado y los diálogos creo que están bien. Gracias por la creación!! :60: :hola:
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Sinkim
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Sinkim »

Me ha parecido una historia curiosa y emotiva pero la escena de la tienda con esa discusión me ha parecido muy exagerada y es una pena porque me estaba gustando bastante :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Berlín
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Berlín »

Autor, entiendo esa nostalgia, esa pena ante las pertenencias del ser amado, del amor perdido. Entiendo que una manera de esquivar la dolorosa realidad sea colocar esas tazas, una frente a la otra, en las mañanas, como si el amor aún estuviese sentado enfrente.
Y creo que también entiendo que al romperse esa taza para siempre, porque también la muerte es para siempre , el protagonista haya salido a buscar una taza nueva, una taza diferente, una nueva taza: un nuevo amor.

Igual se me ha ido la olla, pero es lo que me apetece pensar.
El mensaje me gusta, pero tal vez no tanto la manera de hilarlo, creo que la escena de la tienda la deberías haber desarrollado de otra forma.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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kassiopea
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por kassiopea »

Llama la atención de este relato el tipo de narrador, que nos cuenta en presente las desventuras del pobre Suso, pero sin presentarse. No puedes evitar preguntarte quién será ese narrador (¿un amigo de la pareja, un antiguo amante?), el cual nos asegura que un día presenció un magnífico recital de Enrico, día que aquel cosechó su mayor éxito. Esa incógnita sobre el narrador distrae un poco la atención del lector, al menos a mí me ha ocurrido :wink: Al principio se explican muchos detalles sobre la vida rutinaria del protagonista, pero aún así no se me ha hecho lento: al contrario, me he sentido interesada por el peculiar personaje. Incluso me ha dado penita, el pobre, con sus rezos ante la toalla bordada con la inicial del nombre de su compañero perdido :cry: :cry:

Peeeero luego, en la tienda, el relato se me ha empezado a hacer largo... y eso no es bueno. Creo que esa parte se tendría que haber resuelto de forma más rápida, sin ahondar tanto en el peculiar comportamiento de Suso :roll: El desenlace me ha encantado, es un final muy esperanzador, un canto a la vida: ¡por fin el hombre se da cuenta de que merece seguir viviendo por sí mismo, sin más rituales que lo aten al compañero desaparecido! Menos mal que solo había un tazón :D :D

Aunque la historia no ha llegado a entusiasmarme, la he leído con interés hasta el final. Un abrazo :hola:
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jilguero
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por jilguero »

Un relato que me he leído esperando otra cosa. No le pongo grandes objeciones pero si pequeñas pegas: por ejemplo, das muchos detalles de cosas que resultan ser intranscendentes, como cuando se está preparando el desayuno o ese mirar la lámpara en la tienda sin hablar; y tiene un cambio de comportamiento muy extraño: primero imaginamos a alguien romántico y apenado, y de repente se pone como una fiera porque no hay dos tazones iguales. Pero, sobre todo, la mayor pega es que al final he tenido la sensación de haber leído un relato más. No digo que sea un mal relato, sino que no has logrado dotarlo de ese algo que le haga ser especial. Pero esto es lo que opina Jilguero, que tampoco es experto en nada... :oops:


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Miss Darcy
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Miss Darcy »

Puedo asegurarte que tu relato está muy bien escrito, lo he leído de un tirón y me ha trasmitido tristeza y melancolía. Mi enhorabuena para el autor.
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Isma
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Isma »

Me ha encantado. Es uno de mis preferidos hasta ahora, un relato escrito con sencillez y con tacto, tanteando el tema de la soledad y la ausencia. Hay muchos detalles bien narrados y que transmiten mucho al lector. Me he sentido a gusto leyéndolo. El detalle de la taza que se rompe es la clave; el protagonista está roto, y como dice Berlín, sale a buscar una nueva taza, una nueva vida, un nuevo amor. La anticuaria es como la vida, y el protagonista se rebela, protesta, se frustra, hasta que entra en razón y comprende que hay que seguir adelante. Es el final lo que más apresurado me parece y más abrupto. Hubiera esperado una transición más suave.

Mi enhorabuena, autor.
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Vientoo
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Re: CPVIII El tazón

Mensaje por Vientoo »

Lo he leído, pero la historia no llega a engancharmes. Gracias por comprartir
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