NH1 Et lux in tenebris Lucet - Reb Copdo

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lucia
Cruela de vil
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NH1 Et lux in tenebris Lucet - Reb Copdo

Mensaje por lucia »

Et lux in tenebris Lucet


En la primavera del año 868, bajo el reinado de Carlos El Calvo, nieto del gran Carlomagno, en el condado de Poitiers, un grupo de hombres a caballo y a pie se acercaban a través del viejo camino romano al pueblo de Limoges, a orillas del río Vienne. 
El camino por donde transitaban lentamente, bordado de hayas y algunos robles, coronaba una cuesta en donde se detuvieron un instante para observar todo el valle que era su destino. 
El río corría suavemente hacia el oeste, oscuro su cauce por la sombra de los diferentes árboles que crecían a su margen. Detrás del río, a unos ochocientos metros, se levantaban dos edificaciones, una de ellas sobre una loma redondeada y suave, la otra más alejada hacia el este sobre una escarpada pared de rocas. La primera era la casa señorial de Beauvais, terrateniente del lugar. La segunda era la abadía benedictina de Beaune-les-Mines. 
Entre el río y la cuesta donde ahora se encontraban podía distinguirse el poblado al cual se dirigían. Sin embargo, la vista no era lo que esperaban, ya que del pueblo de Limoges solo quedaban ruinas incendiadas, de donde aún brotaban pequeñas y delgadas columnas de humo.
El grupo era dirigido por Jean d’Auleon, caballero a la orden del Rey, enviado desde la corte con sus hombres a pedido del señor de Beauvais para investigar la muerte de varios pobladores del lugar, entre ellos su propio hijo, Claude Beauvais. Pensaban detenerse en el poblado para comenzar a averiguar los hechos que habían acontecido, pero eso era antes de encontrar la destrucción total de Limoges. Con una seña el caballero llamó a su ayudante, Jacques Maingre.
—¿Qué opinas Jacques? —le preguntó una vez estuvo a su lado.
—No entiendo que ha pasado, mi señor —respondió su subalterno—. El enviado del señor de Beauvais nos contó de las muertes producidas por la bestia, pero no dijo nada del poblado destruido.
—Él no podía saber de esta destrucción, —intervino un tercer hombre acercándose al caballero aunque no había sido llamado— ambos podéis ver que estas ruinas son recientes, aún humean. Llegó a la corte hace ya diez días, más otros cinco o seis desde que salió del señorío, jamás pudo haber estado aquí cuando el pueblo fue atacado.
Jean d’Auleon miró al recién llegado, su hábito oscuro, su rostro afeitado y su tonsura le hacían resaltar entre el resto de hombres armados y vestidos con los colores del rey. Pareció meditar las palabras del monje antes de responder:
—Bien decís, hermano Lucas, tu inteligencia puede ver más que nuestros ojos. De todas maneras debemos averiguar que ha ocurrido, por lo que propongo decidamos donde establecernos ahora que no podemos hacerlo en el poblado.
—Vayamos a la casa del señor de Beauvais —dijo Jaques— de todos modos fue el quién nos llamó.
El caballero se volvió hacia monje.
—Y vos propondréis seguramente ir a la abadía, —le dijo— se tratan, si no me equivoco, de vuestros hermanos.
Los ojos del monje relampaguearon brevemente antes de responder.
—Todos somos hermanos ante Dios, inclusive vos mi señor. Sin embargo creo que para poder averiguar mejor lo ocurrido nos convendría un territorio neutral.
—Bien, hermano Lucas, seguiremos tu consejo. Jacques, consigue un lugar donde armar las tiendas.
—Si, mi señor —respondió el aludido. 
—No te detengas tú en ese menester —continuó Jean—. Una vez elegido el lugar coloca una guardia y ve con algunos de los hombres a revisar lo que queda del poblado. A ver que puedes encontrar.
—Al instante, mi señor.
—Hermano Lucas —le dijo a éste— ven conmigo. Iremos a ver a la gente poderosa del lugar. Primero al señor de Beauvais y luego al abad. ¿Estáis de acuerdo?
—No podría haberlo dicho mejor yo, mi señor —respondió el monje mirando en forma triste hacia el valle—. Gente poderosa —murmuró. 
Jean d’Auleon, como caballero que era, había participado en muchas batallas y estaba acostumbrado a la muerte y a la destrucción. Sin embargo, la misión que le había dado su rey era de otra índole. No podía detenerse en el poblado, por lo que cortando campo por el oeste del mismo se dirigió a la casa del señor de Beauvais. Cerca del río se reencontró con el camino y cruzó junto con el hermano Lucas a través de un viejo puente de piedras construido por los romanos. Menos de una hora después llegaban al castillo de Beauvais. El camino trepa la suave cuesta y al llegar al portón flanqueado por dos torres se encontraron con soldados que, armados con alabardas, le impedían el paso. La oscura mole de piedra del castillo se cernía sobre ellos y el rostro grave de los soldados no ayudaba a la sensación de peligro.
—¡Deteneos! —gritó uno de los soldados esgrimiendo la alabarda—. ¿Qué buscáis ante el castillo de Beauvais?
—A vuestro señor —respondió el caballero— soy Jean d’Auleon, enviado de su majestad el rey Carlos. 
Al instante los soldados bajaron sus armas. Habían reconocido no solo el nombre del enviado sino también los colores del Rey.
—Disculpad caballero, —dijo el mayor de ellos— os acompaño a ver a nuestro señor. Desmontad y dejad vuestros caballos a cuidado de Pierre. 
Al oír su nombre un joven salió de las sombras de una de las torres y se les acercó. Jean y Lucas desmontaron y dejando en sus manos las riendas de los caballos siguieron al soldado al interior del castillo. Cruzaron el patio en donde se podía ver a varios soldados practicando con sus espadas y pesadas hachas de guerra y a los sirvientes atareados en sus labores. Pese a las actividades de tantas personas, el silencio pesaba sobre ellos. Llegaron a la entrada de la sala principal en donde otros dos soldados hacían guardia, armados solo con espadas. 
—Enviados del rey —dijo el soldado que los acompañaba desde el portón—. Avisad al señor.
La puerta se abrió en ese momento y en el umbral apareció un alto hombre vestido totalmente de negro.
—El señor ya sabe de su llegada —expresó con voz clara y fuerte—. Soy David Beauvais, bienvenidos a mi castillo. Seguidme caballeros, el tema que debemos tratar no permite demoras.
Jean d’Auleon y el monje siguieron a su anfitrión al interior del salón hasta llegar junto al fuego del hogar. El señor se dejó caer en un sillón e hizo señas a sus invitados que hicieran lo mismo en sendas sillas. Un sirviente apareció detrás de ellos con una bandeja cargada de copas.
—Veo que mi enviado ha cumplido su tarea —dijo Beauvais una vez cada uno hubo tomado un trago de vino—. Conozco vuestra reputación mi señor D’Auleon, decidme cómo puedo ayudaros.
—Mi señor Beauvais —dijo el caballero— mal puedo cumplir mi misión sino sé que ha ocurrido. Por favor relatadme todo lo que sabéis de la bestia que originó vuestra llamada, así como explicadme si podéis como fue destruido Limoges.
El rostro del noble se oscureció. Parecía que la ira pugnaba por brotar pero controlándose dijo:
—Son dos hechos distintos, mi señor d’Auleon. Los asesinatos de mi hijo, su esposa y otros habitantes de la zona no tienen nada que ver con la destrucción del poblado por un ataque de vikingos.
—¿Vikingos? —preguntó incrédulo Jean d’Auleon—. Hace mucho que no hay incursiones vikingas en esta zona. ¿Estáis seguro?
—Si, lo estoy. —Respondió Beauvais—. Hace dos noches, antes de laudes, los guardias que se encuentra en las torres que protegen la entrada vieron antorchas que de golpe se encendieron alrededor de Limoges. Fueron a despertarme y cuando llegué a una de las torres pude ver que el poblado estaba en llamas. A la luz de las mismas pude ver un bajel drakkar fondeado junto al pueblo y muchos de esos demonios vikingos corriendo en el poblado agitando sus armas. Parecían más de doscientos, por lo que ordené inmediatamente trabar las puertas y los soldados se prepararon para la defensa. Los bárbaros, sin embargo, parecieron satisfechos con la destrucción causada, porque mientras el poblado ardía subieron nuevamente a su bajel y partieron.
—¿Río arriba o río abajo?— Preguntó con voz suave el monje. David Beauvais lo observó extrañado.
—Disculpadme mi señor —intervino d’Auleon—olvidé realizar las presentaciones de rigor. El hermano Lucas es mi acompañante por orden del rey. Me ayuda observando cosas que se me escapan.
—Está bien —asintió Beauvais —pero no entiendo el sentido de la pregunta. ¿Que importa si iban río arriba o río abajo? ¡Limoges quedó destruido!
—Mi señor —dijo el hermano Lucas— si iban río arriba deberán volver a pasar por aquí mismo. Tal vez debamos estar atentos a ello.
Beauvais parecía perturbado.
—Tenéis razón —dijo finalmente—. No había pensado en ello. Puedo preguntar a mi gente, pero creo que fueron río abajo. Río arriba no quedan poblados que atacar.
—Si queréis puedo interrogar yo a los guardias… —empezó Lucas.
—No— exclamó Beauvais— no hace falta que perdáis vuestro tiempo con esto. Los vikingos fueron río abajo y no hay nada que podamos ya hacer con ellos. Lo importante es que sepamos quienes mataron a mi hijo.
—¿No pudieron ser los mismos vikingos? – preguntó d’Auleon.
—Imposible —respondió David Beauvais—. El asesinato de mi hijo fue quince días antes. Mi hijo debía ir a la corte, tenía un encargo allí… Una promesa que cumplir junto con su joven esposa. Habían ido a Limoges a preparar el viaje y cuando volvía, siendo ya de noche, fueron atacados y asesinados. Como tardaban en llegar envié un grupo de hombres a buscarlos y ellos encontraron sus cuerpos mutilados. Envié partidas a recorrer el bosque y los campos más allá de Limoges, pero nada encontramos.
—¿Ni siquiera huellas? —preguntó d’Auleon—. ¿Alguna señal de quienes los habían atacado?
—Ninguna huella —respondió Beauvais—. Ninguna señal. 
—Perdonadme, mi señor —intervino el hermano Lucas—. Sé que el tema es doloroso para vos, ¿pero dijisteis que los cuerpos estaban mutilados?
—Así es, mi hijo y su esposa habían sido muertos con heridas extrañas, como si hubiesen sido desgarradas sus gargantas. Pero además a mi hijo le habían amputado las manos.
Un largo y pesado silencio se hizo tras tan extraña información. Jean d’Auleon no sabía que podía hacer, los posibles rastros habrían desaparecido después de dos semanas del hecho. Sin embargo el señor de Beauvais todavía tenía cosas para contar.
—Al día siguiente al de la muerte de mi hijo, mejor dicho, la noche siguiente, una joven del poblado fue encontrada también muerta cerca del puente de San Marcial, por donde vosotros cruzasteis camino a este castillo. También tenía la garganta desgarrada. Luego los cuerpos fueron dos más. Seguí enviando partidas de soldados para buscar al o a los causantes, pero nada encontramos; solo rumores de una bestia maligna, pero cada noche aparecía uno o dos cuerpos de gente del poblado. Fue por ello que envié un pedido de auxilio al rey.
—Y entonces se detuvieron los ataques, ¿no es así? —preguntó el hermano Lucas.
El señor de Beauvais lo miró con asombro.
—¿Como lo sabéis? —preguntó con voz ronca.
—El hermano Lucas ve donde nadie más lo hace —intervino Jean d’Auleon—. Pero no siempre puede explicar como lo hace. ¿No es así hermano Lucas?
El monje agachó la cabeza antes de responder:
—Así es, mi señor.
El caballero se puso de pie indicando al monje que hiciera lo mismo. 
—Creo que por ahora tenemos suficiente información para comenzar a trabajar —dijo al dueño del castillo—. Hemos levantado campamento del otro lado del río, esperamos volver a hablar con vos cuando tengamos algo que mostraos.
—Mi castillo se encuentra abierto a vosotros —respondió Beauvais—. Cualquier cosa que necesitéis venid a hablar conmigo.
—Gracias, mi señor —replicó a su vez el caballero— no dudéis que así lo haremos. Hasta pronto
El monje siguió a D’Auleon en silencio hasta fuera del castillo. Una vez montados en sus caballos Jean le preguntó:
—¿Algo que deba saber hermano Lucas?
—Aún no, mi señor —respondió éste— todavía me falta conocer más sobre los hechos.
—Entonces no tenemos más remedio que ir a visitar al abad. Al galope hermano Lucas —dijo D’Auleon—. Necesito una buena cabalgata para despegar mi alma de la oscuridad del mal que parece envolvernos.
Al acercarse a la abadía escucharon las campanas llamando a vísperas. El sol se estaba poniendo y apuraron el paso para ingresar antes que la oscuridad cayese del todo. Al franquear la puerta vieron a numerosos monjes vestidos de negro caminar a paso rápido hacia la iglesia. Había pocos sirvientes atendiendo los diferentes quehaceres de una abadía, pero uno presuroso salió a recibirlos, por lo que, dejando los caballos a su cuidado, se dirigieron a la iglesia, pasando junto al cementerio que mostraba dos tumbas recién cubiertas. Al llegar a la puerta de la iglesia se les acercó un joven novicio.
—Buenas tardes, mis señores —les dijo—. Está por comenzar el servicio de vísperas, ¿queréis participar?
Antes que el caballero pudiese objetar algo, el hermano Lucas respondió
—Gracias hermano, venimos viajando hace varios días y será muy provechoso para nuestras almas hacerlo. Luego del servicio le diréis al abad que el caballero d’Auleon, enviado del rey, desea hablar con él
—Así lo haré hermano.
—Venir mi señor —dijo Lucas—. Dejemos que la oración complete lo que la cabalgata inició.
Y guió a D’Auleon al interior de la iglesia, iluminada levemente por los cirios y por los últimos rayos del sol que atravesaban los cristales de las altas ventanas opacados por años de existencia. 
Luego del servicio, el mismo novicio los acompañó al despacho del abad. Éste ya los esperaba, sentado en la oscuridad rota apenas por una vela que mal iluminaba su rostro taciturno.
—Mi señor abad —dijo el hermano Lucas— permitidme presentarle a…
—Sé quien es vuestro acompañante, hijo mío —interrumpió el abad mirando en forma penetrante al monje—. Y sé también quien eres tú, y quien has olvidado ser…
—Mi señor abad —interrumpió Jean d’Auleon— el hermano Lucas sirve ahora al rey, por lo que no me importa que vos seas abad y él monje. Ambos somos enviados del monarca para descubrir que ha pasado…
—Aquí el demonio se ha adueñado del lugar —exclamó el abad—. Non ambulemus in lumine Dei.
El caballero miró al hermano Lucas.
—No caminamos a la luz de Dios —tradujo este.
—¿A qué os referís? —preguntó el caballero— ¿A los vikingos?
—No sé nada de los vikingos —dijo el abad— solo vi a la bestia.
—¿Qué bestia? —preguntó de nuevo D’Auleon—. Mi señor abad, por favor, aclarad de que bestia habláis.
—La bestia que mató al hijo del señor de Beauvais —dijo el Abad—. La bestia del Apocalipsis. 
»El mal se encontraba ya a sus anchas en este lugar, nada podía hacer contra él la fuerza espiritual de estos muros. El señor de Beauvais parecía más dispuesto a creer en el poder del dinero y del comercio que en el poder de Dios y de nuestra orden. El maligno se apoderó de él y la bestia del anticristo empezó a merodear de noche, asesinando y mutilando sin mirar si eran justos o pecadores, buenas almas o esclavos del mal.
—Mi señor abad —volvió a interrumpir Jean D’Auleon— no creo que pueda intentar explicar al señor de Beauvais, y muchos menos al rey, que el Anticristo mató y mutiló a algunas personas del lugar para luego desaparecer en forma abrupta y sin causa que lo justifique.
—¿Quién puede conocer los designios del maligo? —dijo el abad. 
—¿Y el ataque al poblado? —insistió el caballero—. ¿Qué pasó en el poblado?
—Ya os he dicho, no sé nada de eso —respondió el abad con voz cansada—. No estuvimos allí cuando fue el ataque, y solo nos enteramos por los restos incendiados. La mayoría de nuestros sirvientes vivían ahí y allí murieron. La abadía no podrá mantenerse sin ellos. Sólo eso sé. 
Poniéndose de pie el abad dio por finalizada la conversación. Sin embargo el hermano Lucas, mirando de frente a su superior le preguntó:
—Mi señor abad, sé que en esta importante abadía existen numerosas reliquias, ¿No pudisteis con ellas frenar el mal?
—No hay poder tan grande en las reliquias de esta abadía —respondió el abad con semblante más adusto aún.
—¿Ni siquiera con el fragmento de la Santa Cruz que recibisteis hace poco de un viajero de ultramar?
El rostro de abad se volvió rojo de ira y parecía a punto de explotar. Sin embargo logró contenerse y responder con voz sorda.
—No tenemos dicha reliquia aquí, nunca nada tan sacro llegó a nuestras manos. Y ahora basta, no quiero hablar más de este asunto. Usted, mi señor D’Auleon, deberá descubrir y matar a la verdadera bestia que se oculta en este valle.
El caballero hizo una breve reverencia frente al abad y se retiró seguido del hermano Lucas. Detrás de ellos los siguió el abad, como queriendo asegurarse que se fueran de la abadía. Al pasar junto al cementerio el hermano Lucas se volvió y le dijo al abad.
—Veo que dos hermanos nuestros han muerto recientemente… 
Ante la pregunta casual el abad no tuvo más remedio que responder:
—Así es, Dios ha querido llamarlos de manera abrupta.
—¿Eran ancianos mi señor abad? – preguntó nuevamente Lucas.
—No, hijo mío, eran jóvenes como vos.
—Un accidente entonces —intervino Jean d’Auleon.
—Así es —respondió el abad—. Se cayeron cuando estaban limpiando los cristales de la iglesia. Dios así lo quiso. Mors ultima linea rerum est
Y con estas palabras dio media vuelta y se alejó de ellos. Jean d’Auleon y el hermano Lucas buscaron sus caballos y en la oscuridad se dirigieron hacia el puente de San Marcial para cruzar el río y buscar su campamento.

Ya era tarde cuando, luego de comer un bocado de las pocas provisiones que traían, Jean d’Auleon pudo sentarse al calor de una fogata a escuchar lo que su ayudante Jacques Maingre tenía para contarle. A su lado, como siempre, se encontraba el hermano Lucas.
—Bien Jacques —empezó el caballero— cuéntame lo que observaste en el poblado.
—Mi señor, parece haber sido un ataque vikingo. Encontramos numerosos cadáveres que mostraban heridas de hacha y de espadas anchas. No vimos casi flechas, lo cual es normal entre los vikingos, pero si signos de crueldad inusitada. Hombres, mujeres y criaturas destrozadas, y en algunos cuerpos y descubrimos el águila de sangre.
El monje al escuchar esto pareció reaccionar. Sin embargo solo murmuró:
— Homo homini lupus.
Jean d’Auleon lo miró y le dijo:
—Deja el latín y di lo que tengas que decir de frente, en buen romance. No hagas como tu abad.
—Disculpadme, mi señor —respondió Lucas—Es una frase de Plauto: “El hombre es el lobo del hombre”
—Creo, hermano Lucas —dijo Jean d’Auleon— que los vikingos son más salvajes que los propios lobos.
—¿Eso creéis mi señor? —preguntó el monje— ¿Realmente creéis que los vikingos hicieron esto?
—¡Por Dios Lucas! —explotó D’Auleon— acabáis de escuchar a Jacques…
—Perdón mi señor —interrumpió Jacques— dije que parecía un ataque vikingo, sin embargo tengo algunas dudas…
—¿Dudas? —inquirió sorprendido d’Auleon— ¿Qué tipo de dudas?
—Hay ciertas cosas que no parecen acordes a un ataque vikingo —respondió en su lugar Lucas—. Creo que te refieres a eso ¿verdad Jacques?
—Así es, hermano Lucas. No es normal que los vikingos ataquen una aldea si no es para robar. Y si buscaban robar ¿Qué esperaban encontrar en esta aldea? Por otro lado dije que había pocas flechas, pero no parecían vikingas, tenían más el aspecto de flechas francas. Y el águila de sangre…
—Esa es una típica tortura vikinga —intervino Jean d’Auleon.
—Si mi señor —aceptó Jacques—. Sin embargo solo lo utilizan como forma de ajusticiar a enemigos importantes. ¿Por qué hacerlo a campesinos de un remoto poblado franco?
—Y yo agrego algo más —dijo el hermano Lucas—. Puedo entender que no atacasen la casa señorial de Beauvais ya que la imaginaban defendida, pero ¿Por que no atacaron la abadía, que siempre posee tesoros de oro y plata?
—Pero tuvieron que ser los vikingos —dijo entonces Jean d’Auleon— Beauvais vio el drakkar y a los bárbaros atacar el poblado. Tal vez fue una avanzada de ellos que cometieron los primeros asesinatos que iniciaron todo esto.
—¿Y sabemos qué fue lo que inició todo esto mi señor? —preguntó el hermano Lucas— ¿Cual de todos los crímenes fue primero?
—No entiendo, hermano Lucas —dijo Jean d’Auleon— ¿Por qué preguntáis cual de todos los crímenes?
—Porque. mi señor —respondió el monje— hubo aquí en este valle demasiados crímenes, y el primero de ellos, del cual nada sabemos, fue un crimen contra la iglesia y contra su poder, y es el que trajo el resto de los crímenes como consecuencia directa, encadenándose unos con otros.
»Permitidme mi señor que enumere los hechos extraños que esconden este crimen del que nada sabemos. Primero en los asesinatos producidos por una bestia apocalíptica: las personas son degolladas como si hubiese sido en verdad una bestia, pero a Claude Beauvais a la vez le cortan las manos, el cual es el típico castigo por robar. Por otro lado el hijo del señor de Beauvais fue asesinado cuando estaba por viajar a la corte con un encargo, y el abad acusa a Beauvais de elegir el dinero y el comercio por sobre Dios. Por si esto fuera poco, dichos ataques se acaban cuando el rey es requerido para hacer justicia.
»Vayamos ahora al ataque de los vikingos. Desde el castillo pueden verlo, pero no desde la abadía que se encuentra en un terreno más alto. Eso resulta extraño. Además, el señor de Beauvais no está muy seguro hacia donde se dirigieron los vikingos, hasta que de golpe recuerda que fue río abajo, y no quiere que hablemos con su gente. En el ataque vikingo un hombre de armas como Jaques descubre elementos de batalla que no tienen relación con dichos guerreros
»Y por último, en la abadía hay dos hechos extraños. Uno es la existencia de una reliquia del cual sabíamos en la corte que iba a ser entregada a esta abadía, como cumplimiento de la promesa que un comerciante genovés había hecho para pedir la salvación de su pequeño hijo enfermo; pero el abad negó totalmente tenerla, aunque parecía saber de ella. Y como segundo hecho extraño, mueren en ese lugar, recientemente, dos hombres jóvenes, limpiando unos cristales que llevan años sin tocar. Si no murieron así, ¿Cómo fue en realidad que perecieron?
—Fueron atacados por la bestia, quizás —arriesgó Jean d’Auleon extrañado.
El hermano Lucas sacudió la cabeza con tristeza.
—No, mi señor —respondió con voz cansada— no fueron muertos por la bestia. Ellos eran la bestia. Pero una bestia racional, que cumplía las órdenes de quién buscaba recuperar lo que creía que le pertenecía. Alguien tan despreciable que por ese objeto no dudo de matar, ignorando la santidad del mismo objeto.
—La reliquia de la Santa Cruz —dijo estupefacto el caballero.
—Así es mi señor, la reliquia que el viajero traía para la abadía y que el señor de Beauvais le compró cuando alojó en su castillo al viajero. La reliquia que pensaba vender en la corte seguramente por mucho más de lo que había pagado al ingenuo viajero.
—Por eso el viaje del hijo de Beauvais a la corte —propuso Jean d’Auleon.
—Sí, mi señor, el abad se horrorizó cuando supo que el señor de Beauvais se había apropiado de su reliquia. Lo consideró un crimen, y por eso, poniendo a Dios y a la Iglesia por encima de todo, no dudó en mandar a dos de sus monjes a que recuperaran la reliquia, matando a quienes consideraba impíos, marcándolo con la señal justiciera como ladrones.
—Pero eso lo puedo entender hacia el hijo de Beauvais, pero ¿Por qué su esposa? ¿Y quien mató al resto de las personas? —Volvió a preguntar el caballero, cada vez más horrorizado.
—La esposa de Claude Beauvais tuvo la mala suerte de estar con el muchacho el momento en que fue atacado. El resto de los campesinos, en cambio, fueron asesinados de manera semejante para alimentar la leyenda de una bestia asesina, salida del maligno, que no diferenciaba buenos o malos.
—Culpables o inocentes —murmuró Jean d’Auleon.
—Así es, mi señor. Por eso los ataques pararon antes que pudiéramos llegar nosotros a investigar. Y por la misma razón, esto es, esconder los asesinatos, el abad mató a sus dos monjes, seguramente utilizando un veneno.
El caballero quedó en silencio unos minutos, abrumado por las revelaciones del hermano Lucas. Suficientemente conocía su inteligencia para dudar del relato que había deducido. Mientras tanto, Jacques Maingre trataba de asimilar todo lo que el monje había dicho, pero había sin embargo un tema que aun no lograba dilucidar.
—Hermano Lucas, ¿Qué pasó entonces con el poblado?
—Más horror Jacques —respondió el monje—. Un nuevo crimen, como consecuencia del anterior, un crimen de venganza. El señor de Beauvais supo, seguramente por la mutilación de su hijo, que el abad estaba detrás de los ataques. Como no podía vengarse en forma directa, ordenó a sus tropas que atacaran el poblado y simularan una incursión vikinga para que nadie pudiese culparlo a él. 
»Vos habéis visto que las flechas no eran vikingas, que no tenía sentido marcar a campesinos con águilas de sangre. Yo he visto en el patio de armas del castillo a los soldados practicar con hachas de guerra, el arma con la que simularon el ataque vikingo. Por eso no quedó nadie vivo, nadie podía decir que el bajel drakkar jamás había existido
—Pero ¿Por qué atacar el poblado? —preguntó Jean d’Auleon—. Si querían vengarse del abad ¿Por qué no asaltar directamente a la abadía?
—Porque jamás conseguiría que sus hombres ataquen a monjes, sin embargo, al destruir el poblado, en forma indirecta destruyeron también la abadía, los monjes dependen de sus sirvientes, y del diezmo de éstos para subsistir. 
El caballero Jean d’Auleon, con el rostro todavía horrorizado, se puso de pie. Su voz rezumaba odio e indignación.
—¿Cómo podemos castigarlos por todo el dolor que trajeron?
—No podemos, mi señor –respondió el monje con tristeza y un semblante de dolorosa resignación—. No hay nada que demuestre lo que acabo de decir. El rey no se enemistará con el señor de Beauvais ni con la Iglesia por un grupo de campesinos, especialmente cuando no se puede probar fehacientemente que no existió un ataque vikingo y que jamás hubo una bestia feroz que asesinara a ciertas personas. No tenemos nada más que nuestras suposiciones.
El caballero se dejó caer nuevamente en su asiento abatido. Entendía lo que el hermano Lucas explicaba y, aun en contra de su voluntad, se vio obligado a aceptar que ya nada podían hacer.
—¿Y la reliquia? –preguntó finalmente.
—Es difícil saber quien la tiene ahora —respondió el monje—. Tal vez los hombres del abad la recuperaron cuando mataron a Claude Beauvais, en cuyo caso debe estar escondida en la abadía. O quizás todavía la tenga el padre de Claude, y se halle escondida en el castillo. Creo que nunca podremos saber realmente donde quedó. Esta reliquia de la santa cruz se perdió para siempre. De todas formas da igual, aún quedan muchos fragmentos de la cruz repartidos por el mundo.
Jacques Maingre, como buen hombre de armas, todavía no aceptaba que no había nada que se pudiese hacer.
—Mi señor –dijo— debemos castigarlos, semejante aberración no puede quedar inmunes.
—Nada podemos hacer mi buen Jacques —respondió Jean d’Auleon con dolor y rabia en su mirada—. Tal vez solo perdonarlos por su locura, aunque me siento poco favorable a perdonar semejante obra demoníaca.
—Est humanun errare, divinum ignoscere —dijo el monje—. Es propio de hombre errar, pero perdonar es de Dios.
—Basta de latines —exclamó enojado Jean d’Auleon—. Mañana volvemos a la corte, no quiero saber más nada con asesinatos, bestias, vikingos y frases en latín. Vamos a descansar, Jacques, que los hombres estén listos partir temprano. Estoy harto de este lugar.
—Si, mi señor —respondió el aludido.
El caballero les dio la espalda para dirigirse a su tienda, mas antes de llegar se volvió y dijo:
—Hermano Lucas, ya que estamos hablando de latines, ¿recuerdas que antes de que nos retiráramos de la abadía el abad dijo una frase?
—Mors ultima linea rerum est — respondió el monje—. La muerte es el límite final de todas las cosas.
El caballero lo miró fijamente.
—Así es mi señor —confirmó el hermano, como respuesta a la muda expresión de Jean d’Auleon—. Creo que el abad sabe, en el fondo de su corazón, que ha pecado y está esperando que el ángel del señor lo destruya.
—Ojala lo haga pronto —concluyó el caballero del rey—. Rezaré para que así sea, y vos también lo debéis hacer.
El monje se limitó a asentir mientras miraba fijamente el fuego. Para su adentros pensó: Et lux in tenebris Lucet1

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ciro
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por ciro »

Es muy meritorio conseguir hacer una historia detectivesca en tan poco margen como el que te da un relato de un máximo de 6 páginas y lo consigue, lo cual merece ya de por sí un mérito extra. La historia, en general, es muy entretenida y está bien ambientada. Suena a ya leída y por eso a mí personalmente no me encandila, pero creo que es más una cuestión de género y gusto personal.
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albatross
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por albatross »

¿Por qué será que cuando leo "hermano Lucas" visualizo a Sean Connery?
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David P. González
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por David P. González »

Este me ha gustado, está muy bien, aunque es cierto que necesita un buen repaso.
Se me viene a la cabeza un inmune que debería ser impune, por ejemplo.
El abad trata de tu y de vos a Lucas, al mismo tiempo; y cosas así.
La trama es interesante pero algo floja, sencillita diría yo.
La ambientación es buena, convence y te mete en la historia.
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jilguero
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por jilguero »

Una historia bien escrita, que nos cuenta unos hechos (supongo que más imaginados que otra cosa, lo veré en la red) con intriga a lo Eco y la presencia de un detective sabio (el hermano Lucas se podría echar un pulso con Poirot e igual le ganaba :D ). Usa los latines sin abusar y resulta agradable escucharlos en boca de los monjes. Muy buena ambientación y, en conjunto, un buen trabajo :60: . La única pega que le veo es que me ha resultado muy convencional, recordándome a otras historias anteriormente leídas. Pese a ello, autor, te doy mi enhorabuena porque la verdad es que me he leído el relato con una tremenda facilidad y con ganas de saber lo que realmente había pasado.


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Sinkim
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Sinkim »

Este relato me ha encantado, la historia me ha parecido muy buena y el misterio muy interesante y si hubieras podido alargarlo un par de páginas más con un poco de investigación sobre el terreno hubiera sido redondo del todo :D
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Isma
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Isma »

Llevo un rato pensando cómo escribir la crítica y no doy con las palabras.

El relato es correcto. Creo que, además de la imaginación que se ha puesto para ingeniar el crimen, hay una documentación detrás interesante. La que encaja fechas, lugares y hechos y hace posible jugar con la posibilidad de un ataque vikingo, por ejemplo. Pero lo que más me ha gustado es la representación de la farsa del poder, que por un lado juega el clero y por otro la nobleza. Efectivamente, las abadías eran igual que los castillos, con sus terrenos y poblados dependientes. La misma ansia de poder nublaba el entiendimiento de unos y otros, en parte gracias al misticismo y la ignorancia.

Me gustan las expresiones intercaladas en latín y la ambientación es aceptable. Las historias de intriga no me llaman mucho así que todo este despliegue araña un poco la corteza de mi interés sin llegar a impactarme. Lo siento, es cosa de gustos. Pero te felicito por un buen relato.
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RAOUL
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por RAOUL »

Merece un aplauso el autor por el trabajo tomado y por urdir una intriga que toca diversos aspectos o temas del momento histórico constreñida en unas pocas páginas. Hay cosas a corregir y mejorar, claro, pero pienso que estará entre los favoritos por su amenidad. En su contra juega, como ya se ha dicho, una escasa originalidad.
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Miss Darcy
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Miss Darcy »

Me encarnan este tipo de obras, así que por ese lado me has ganado. He disfrutado mucho de tu relato autor y me ha parecido dificilísimo meter una investigación en tan poco espacio y que encima resultara coherente. Además, conforme leía no podía dejar de imaginar a Sean Conery vestido de monje :cunao:

Enhorabuena :60:
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elultimo
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por elultimo »

Me ha gustado mucho. Por fin alguien en este concurso que se atreve a darle una vuelta de tuerca al relato histórico. La mezcla de Historia, con aventuras e intriga medieval le da un punto muy bueno y hace que lo que cuentas sea muy ameno. Vale que recuerda a Eco ¿y qué?
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Nínive
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Nínive »

¡Hola compañero! :hola:
Leí ayer por la noche tu relato y me tuvo muy entretenida. La verdad es que la historia engancha y los personajes me parecen bien definidos.
La prosa es sencilla pero efectiva. Lo único que creo que juega en tu contra es el espacio. Esta historia da para más. Desarrollando más la parte detectivesca, con más tensión de por medio, quizá también con algún atentado hacia el grupo de los inverigadores... (son ideas así a vuela pluma), el relato quedaría más redondo.
Porque el desenlace me parece que aparece demasiado rápido. Los cabos se atan muy facilmente.
Pero, vaya, que está entretenido y eso es más de lo que le suelo pedir a un relato profesional. 8)
Un abrazo. :60:
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por imation »

Bueno, creo que la ambientación es bastante buena, con esa rivalidad soterrada de iglesia y nobles de la zona. No tanto en la localización. Y la historia está bien, es entretenida pero no destaca nada en concreto. Quizás el formato no es el ideal por lo breve, le falta desarrollo.
Leyendo: Ensayos, George Orwell.


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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Gavalia »

Me ha gustado bastante. Quizá un poco precipitado por la falta de espacio y ese condicionamiento le quita fuerza al resultado. Creo que esta bien redactado y es fácil de leer. Suerte hermano
En paz descanses, amigo.
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Ororo
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por Ororo »

Este relato no está mal, pero la historia no me ha llamado mucho la atención.
El desarrollo de la trama me parece poco original. Es algo muy visto el modo de resolución del misterio en compañía del "avispado" que se da cuenta de todo.
Me ha recordado a El nombre de la rosa, pero eso sí, el ambiente de la abadía, la iglesia, el poblado, etc. me lo he creído. No tengo pegas gordísimas, pero la redacción creo que podría mejorarse y también la naturalidad de los diálogos. Las tildes diacríticas no son lo tuyo :wink: y los personajes carecen de expresividad.
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ukiahaprasim
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Re: NH1 Et lux in tenebris Lucet

Mensaje por ukiahaprasim »

ciertamente tiene merito incorporar tantos factores diferentes a un mismo relato de corta extensión...
Y además de mérito tiene su precio..

El precio en este caso ha sido no poder abarcar en su totalidad los elementos con los que juegas..

Así, la ambientación está más apuntada que definida, aunque hay que decir que para, utilizar tan pocos recursos, el resultado es bastante satisfactorio.

Por otro lado, la trama detectivesca es posiblemente la que más se resiente: mucho que explicar al principio, y mucho que explicar en la resolución, apenas dejan espacio para una labor detectivesca que permita al lector meterse en faena... Dos entrevistas, y el avispado del relato ya tiene la respuesta para una trama complicada y con ramificaciones...

Queda un poco "monje ex machina"...

Eso, junto con un indefinido aire de historia conocida hace que el relato pierda algun punto..

Pero desde luego, es un relato que no desentona en un concurso que está teniendo un buen nivel medio...


Ukiah
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