NH1 El demonio alado - JavierYuste

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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NH1 El demonio alado - JavierYuste

Mensaje por lucia »

El demonio alado

Pietro Feretti temblaba.
Su cuerpo temblaba en la oscuridad. Temblaba y temblaba de frío, pero ya no le importaba. Incluso se alegraba de hasta dejar de sentir el dolor en sus muñecas. La cuerda con la que le habían maniatado, cubierta de costras de sangre seca, dejaba de ser un obstáculo.
El hombre rió en mitad de la nada, o creyó reír.
El aliento parecía congelársele.
Sentado en una silla de madera que solo parecía ser el fruto de su imaginación, llevaba horas, días, semanas... No lo sabía.
Abrió los ojos todo lo que pudo, mas no vio otra cosa que diminutas estrellas fugaces destellando en sus cansados ojos. Estrellitas que solo él podía admirar.
En alguna parte de su cerebro una voz le decía que el alba estaba a punto de llegar y que, cuando era de día, la luz se filtraba a través de los agujeros de bala que atravesaban la bóveda de aquel hangar por innumerables puntos.
Pero no le importaba.
Hora, día, semana, mes... Días. ¿Tres?
Tan solo rogaba en silencio para que aquellos hombres no regresaran, para que no volvieran a abrir aquella puerta...
En una ocasión lloró pidiendo que simplemente lo dejaran morir de hambre, como a una rata atrapada y que dejaran de torturarle.
Sería lo más misericordioso.
Pero... El silencio. Sí. Hacía tiempo o eso creía, que no se escuchaba el retumbar de las bombas. Tan solo se escuchaba el goteo del agua filtrándose por las rendijas de aquel hangar en el que lo metieron cuando lo atraparon. Porque era un hangar, ¿no? Cualquier otro hombre habría guardado ese detalle en su cerebro. Hasta se habría grabado a fuego la fecha... Pero todo bailaba delante de su desidia y en medio de la impuesta tiniebla.
Sabía lo necesario: que estaba atrapado y a merced de sus torturadores, en un país demente que se desangraba o que se desangró. Era posible que la guerra civil hubiera terminado ya y él no lo supiera.
En aquellos momentos la única luz de la que disfrutaba era la que procedía de sus propios recuerdos. Estos, por desgracia, se iban difuminando. Los rostros ya no eran tan nítidos. Las sonrisas desaparecían. Los ojos eran de colores extraños. Incluso comenzaba a olvidar cómo eran sus seres queridos y sus voces eran lejanos susurros.
Estaba irritado.
Su madre y su padre se habían despedido tras ocultarse en la lejanía. Sus compañeros de armas entonando obscenidades de camino a la pista de aterrizaje ya no estaban... Se desvanecían como fantasmas de humo. Hasta comenzaba a perder aquellos trofeos que tanto le habían satisfecho: los rostros aterrorizados de aquellas mujeres que estrangulaba con un hilo de acero, como broche final a otra noche de lujuria y pasión que no olvidarían jamás. ¡Qué suerte tenían ellas! Ya no era su amo y señor. Todo se confundía en la oscuridad. Sus cabellos, la tersura de sus pieles, sus agitados pechos desnudos, sus sexos donde él se desparramaba a modo de última sacudida dentro de sus amadas víctimas. Chicas atraídas por un reluciente uniforme en el mejor de los casos, o por un pedazo de pan para su familia en el peor de ellos.
La vida en esa España de 1937 era fantástica para el suboficial mecánico Pietro Feretti, del Escuadrón La Cucaracha de la Regia Aeronáutica, la Aviación legionaria.
Volvió a reír en medio de la oscuridad. Se forzaba por recuperar aquellas hazañas.
Trató de articular algunas palabras para que resonara de nuevo aquel hipnótico acento italiano suyo entre las paredes cóncavas de su celda. Aquella voz perfecta… que se había convertido en graznido en una garganta seca.
Ya no reía.
De repente, el silencio se rompió.
Incontables botas martilleaban un suelo de asfalto. Se acercaban a Pietro como caballos a galope en una última carrera mortal.
El preso se tensó en la silla y el dolor regresó con intensidad sobre todo a sus extremidades pero también al resto del cuerpo. Sus sollozos se confundían con el ruido proveniente del exterior y los que estaban fuera gozaban ante la perspectiva de que su “invitado” ya se hubiera orinado encima.
La puerta se abrió de par en par. La noche estrellada golpeó al Pietro como si le hubieran puesto sus amoratados ojos contra el sol.
Le rodearon como cuervos.
-¡Acabad conmigo de una puta vez! –aquel grito desesperado fue más que un graznido. Gimió y comenzó la retahíla de siempre-. Pietro F-feretti, subof...
Aún creía que era un prisionero de guerra.
-No te enteras, ¿verdad? –esa voz, de castellano rudo, era la de su principal torturador. Del único que le hablaba.
Pietro no era un prisionero de guerra porque no había sido capturado por los rojos, sino que lo custodiaban y torturaban hombres del Ejército rebelde. Aquellos mismos camaradas junto a los que había luchado con su inmaculada camisa negra, para liberar a España de la lacra comunista. Fascistas o algo parecido.
El último hombre que entró en la celda nunca había estado allí hasta aquella madrugada. Tanteó el suelo hasta llegar a la invisible, para Pietro, mesa que siempre estuvo a la derecha del preso. Aquel nuevo espectador o torturador tropezó con una lata de aceite vacía y el ruido que provocó le hizo sentir a Pietro que le sangraban los oídos.
Uno de los habituales ayudó al recién llegado a sentarse en la silla y a dejar su portafolios sobre la mesa y un tosco maletín de madera en el suelo. Alguien prendió un fósforo y encendió una vela que se dejó en un simple candelabro en medio de la superficie de madera.
El fuego danzó gracias a las frías corrientes de aire que recorrían la celda, iluminando el rostro del torpe extraño.
-Vaya... Le envidio, Pietro. Le envidio de verdad por su acogedora estancia. Obviamente no por las razones que le han llevado a ella ni por el trato que le habrán dispensado el particular servicio de habitaciones... Le envidio por el silencio. No sé si lo apreciará Vd. tanto como yo. Aquí no se oye nada. Ni una puñetera bomba. Odio las bombas. Son ruidosas y asquerosas. Hasta sueño con ellas. Todo el día dentro de mi cabeza... ¡Bum! ¡Bum!
El recién llegado se quitó los guantes y los dejó sobre la mesa, sobre el portafolios.
-¿Cuánto tiempo lleváis trabajándole? –susurró aquel hombre tras acercar unos segundos el candelabro al rostro de Pietro, el cual dio un respingo y apretó los ojos con desagrado. La pregunta contenía cierto cariz de enojo al comprobar la entidad de las heridas de Pietro.
-Unos cuantos días, mi teniente –informó el rudo castellano-. Había que tenerlo entretenido mientras Vd. nos diera el gusto de deleitarnos con su presencia para interrogarlo.
El extraño oficial resopló un tanto indignado.
-¿Estarás de broma, Manolo?
El silencio volvió a instalarse en el hangar.
El torturador titubeó.
-No se merece otro trato la cucaracha.
-Eso lo decidiré yo.
Las facciones del desconocido no mostraron sus verdaderos sentimientos ni intenciones a la temblorosa llama.
-Pietro Feretti, suboficial … -comenzó de nuevo a recitar como un autómata estropeado, como un disco rayado.
-¡Eso ya lo sabemos, coño! –explotó Manolo.
-Haz el favor de tranquilizarte –la mirada de reprobación del teniente fue bastante para que el torturador se retirase un metro de su superior.
-¿S-sabes por qué está aquí, Pietro?
La pregunta que aquel teniente de rostro marcado por el juego de luces y sombras de la vela trató de ser amable hasta cierto punto. El nerviosismo de aquel tipo que se las quería dar de profesional casi provocó una carcajada general.
-No...
-Me cuesta creerlo.
-¿Quién es Vd.?
Antes de que Manolo, el torturador mayor del reino, volviera a explotar, el recién llegado se presentó.
-Me llamo Cosme Schmitt y soy teniente auditor de la Marina de guerra.
-¿Un abogado militar? ¿Para qué quiero yo a un maldito abogado?
El asco resbalaba por las sílabas que conseguía articular el preso.
-Aquí la cuestión no es lo que tú quieras –replicó Schmitt algo intranquilo y cruzó las piernas en falso gesto de estar controlando la situación.
<<Los tiempos actuales han obligado a que mis habituales funciones pasen a ser las de juez instructor.
Pietro estuvo tentado de dedicar al teniente una burlona reverencia, pero el creciente dolor se lo impidió.
-¿Sabes por qué estás aquí? –repitió Schmitt mientras su aliento se convertía en vaho.
-¡Soy prisionero de guerra de los asquerosos rojos!
Manolo, el rudo castellano, se abalanzó sobre Pietro y le abofeteó con fuerza suficiente para tumbar a un toro.
En un delirio mental, Schmitt creyó escuchar el eco de la bofetada rebotando bajo la bóveda del hangar, pero en esta ocasión no censuró a su violento subordinado.
-¡No nos insultes, cucaracha!
-Gracias. No es necesario ya tanto brío en tus métodos y vuelve a tu sitio.
El teniente Scmitt se levantó de la silla y ordenó que pusieran la pequeña mesa con el candelabro delante de Pietro. Si hubiera habido más luz, todos habrían advertido que al oficial le temblaban las piernas como juncos.
-¿Rojo? ¿Acaso ya no distingue las insignias ni los colores?
Pietro no estaba como para hacer heráldica militar en aquellos momentos, tampoco como para identificar al yugo y las flechas que adornaban el pecho de Schmitt.
La luz de aquella maldita vela le parecía tan intensa y molesta que se volvió a revolver en el asiento tanto como pudo.
El teniente se sentó delante de Pietro, únicamente separados por la mesa y la vela.
-Le pido el favor de que no saque conclusiones precipitadas por mi nerviosismo. No soy nuevo en esto, pero… -sonrió y se encogió de hombros-. Vaya, que Vd. es mi bautismo de fuego. En esta ocasión voy a puerta fría, como dicen los comerciantes.
Dejó la gorra de plato en una esquina de la mesa y abrió el portafolios.
-Esto es lo que sucede cuando has estado demasiado tiempo tras las faldas de mamá. En mi caso, de las de mi capitán.
Jugó un poco con los folios de su carpeta hasta que encontró lo que quería.
-No creo que le hubiera gustado conocerle. Resulta un tanto antipático, yo espero causarle una mejor impresión.
Volvió a sonreír nervioso.
-Por lo que me ha dado a entender, Pietro, hasta el presente momento Vd. cree que es un prisionero de guerra sobre el que se han cometido una serie de tropelías en contra de los tratados internacionales. Sí que tiene que tener Vd. mal ojo. Menos mal que es mecánico y no piloto con los chicos de La Cucaracha –Schmitt chasqueó la lengua-. No. Y mi cometido de instructor nada tiene que ver con prisioneros de guerra. Me dedico… Nos dedicamos, mejor dicho, a investigar crímenes cometidos por elementos de nuestras fuerzas armadas.
Pietro levantó uno de sus ojos morados hacia Schmitt.
-Bien, creo que he pulsado un resorte. Ya se ha enterado de qué va todo esto y, claro –el teniente acercó sus frías manos a la vela-, pedirá, exigirá… que le lleve ante un oficial italiano, que le entregue a los suyos para que se ocupen de Vd. por lo que sea que haya hecho. ¿Cierto?
Pietro no contestó.
-Pero aún más claro está que Vd. negará la comisión de crimen alguno –Schmitt volvió a sonreír. Comenzaba a sentirse cómodo a pesar de que aún temblaba de cintura para abajo sin control.
De la carpeta abierta apartó un folio bajo el cual había una serie de pequeñas fotografías. Como si las escogiera al azar, a pesar de que no era así, le acercó un primer rectángulo en blanco y negro a Pietro. Un chica muy bonita, con mirada al horizonte, sonreía como si fuera el día más feliz de su vida.
-Preciosa, ¿no?
El preso se tensó. Los recuerdos de la primera española a la que asesinó con el alambre de acero antes de eyacular dentro de ella llegaron con la fuerza de una inundación, de una presa que reventara. Fue un trabajo chapucero pero embriagador.
-¿Le suena?
-No – Pietro fue rápido.
-Se llamaba Francisca Molina. Tan solo tenía 16 años. Era la alegría de sus padres y, sin duda, ellos hubieran preferido que muriera bajo las bombas. Hubiera sido mejor encontrar su cuerpo despedazado y no violado en el cobertizo familiar. Fue el 19 de septiembre de corriente.
-¿Q-qué a… año es?
-¿Perdón?
-¿Año?
-1937.
Schmitt escrutó el rostro de Pietro y continuó a los pocos segundos.
-Creemos que cuando la encontraron acababan de asesinarla, estrangulándola con un alambre de acero alrededor del cuello. Una marca inconfundible.
Pietro se volvió a remover en la silla tratando de ocultar su creciente erección con una falsa incomodidad.
-No sabe quien es.
El teniente auditor no esperó a la posible respuesta.
-Siguiente –otra fotografía cayó sobre la de Francisca Molina-. Ana Ortiz. 19 años. Viuda. Se la encontró colgada de un árbol el 1 de octubre de... 1937 –la teatralidad de Schmitt sobraba, pero no se pudo resistir-. Fue un mal truco de su asesino. Nadie se creyó que Ana se hubiera suicidado, al menos los que sabemos de esto y, gracias a nuestra insistencia, su cuerpo reposa ahora en un camposanto. Se veía a leguas que alguien la había vestido tras quitarle la vida y, sobre todo, teníamos la inconfundible marca del alambre de acero. El cáñamo de la cuerda con la que pendía de la rama, por supuesto, no causaría un corte como el que ofrecía su delicado cuello.
Pietro Feretti ya no escuchaba. Tan solo quería rememorar el aroma de aquella viudita joven que lo metió bajo las sábanas de su alcoba por unas cuantas “perras.”
Schmitt dio un puñetazo a la mesa y la vela se cayó del candelabro sobre un folio, prendiéndolo inmediatamente.
-Escúcheme cuando le hablo.
El rostro magullado de Feretti se acercó al de su interrogador.
-Yo no sé nada.
Schmitt torció la boca, tiró el folio ardiendo al suelo, donde se consumió, y repuso la vela en el candelabro.
-Disculpe mi enojo –dijo tras aclararse la voz. Junto las yemas de los dedos de ambas manos y prosiguió-. Lo que no entiendo de este segundo crimen es por qué los perros de la finca de la señora Ortiz aparecieron también ahorcados. Tampoco había signos de lucha en la casa y tanto yo como mi capitán...
-¿Por qué no va a chupársela a su capitán? –escupió Pietro.
-Porque prefiero darle por culo a Vd., payaso.
Si antes la mesa se llevó el puñetazo de Schmitt, ahora quien lo recibió fue el propio Pietro. Fue un golpe tal que casi lo tira al suelo. No tenía nada que envidiar al derechazo de Manolo.
-Creo que es bien difícil de olvidar la posición en la que se encuentra, así que no me vuelva a faltar al respeto.
Feretti sintió disminuir un poco su erección.
-Y creo –Schmitt volvió a su exposición-, que el asesino entró libremente y hasta se hizo amigo de los pobres chuchos. Quería repetir la jugada de septiembre y en muy poco tiempo, sin duda. Un evidente caso de anormalidad de la personalidad.
Para el teniente era evidente que el preso disimulaba desinterés. Los rápidos movimientos de ojos posándose por unos instantes en las dos fotografías, así como la leve sonrisa de placer que se dibujaba en sus labios, confirmaban su extraña debilidad.
“Es él también en estos crímenes, sin duda alguna.” Aquel pensamiento ensombreció el ánimo del teniente auditor. En su corta carrera como instructor ya había pasado de ser un abogado a ser un simple juez y, de ahí, a ser un ejecutor. Por esta razón prefirió acortar la recapitulación de los cinco crímenes que se atribuían a Pietro Feretti y separó la fotografía de una mujer de 23 años, rubia y de ojos claros. Si hubiera tenido aquella chica la suerte de haber nacido en otro lugar cualquiera, quizá habría sido actriz de cine, tal y como se le materializaba a Schmitt en aquellos sueños que todas las noches acababan en pesadillas.
Adelantó la imagen de Luisa de la Fuente.
-Ésta es mi favorita –mintió Schmitt. Aquellas palabras dejaron un extraño sabor en su boca-. Luisa de la Fuente, 23 años, casada y con un niño de menos de un año... – una náusea subió hasta su garganta mas pudo dominarla-. Un individuo asaltó la casa la noche del 3 de diciembre. Maniató al marido, Avelino Jodar, en una silla del dormitorio, tal y como está Vd. ahora, y le “permitió” ser espectador de primera fila de las repetidas violaciones que sufrió Luisa. Luego, aquel individuo le arrancó los ojos a Avelino, no sin antes haber estrangulado con el alambre de acero a Luisa –Schmitt trató de hacerse el fuerte con un gesto que trataba de hacer entender que había visto cosas peores-. Lo mejor vino después, cuando arrojó a la chica con su hijo, vivo, a los cerdos de la porqueriza. El único superviviente está ciego y no podría identificarle, Pietro. O eso creerá Vd.
Feretti trató de protestar.
-Pero ésta no fue su última fechoría, ¿verdad? Hubo otra antes. Pobre Clara –la yema del dedo índice del teniente acarició el cartón gris de una chica morena mientras sentía el estómago lleno de trapos sucios en agua revuelta.
-Si quiere un culpable, búsquelo… Yo no he sido. Nunca me he acercado a estas mujeres. Y si quiero follar, el Duce ya nos manda buenas putas italianas que saben lo que es chupar pollas.
-Es que lo tuyo el algo más que follar.
-¡Yo no he hecho nada!
-¿Te crees que somos tan inútiles como para calzar esto al primer “macarroni” con el que nos crucemos? ¿Te crees que nos vale con un mierda extranjero cualquiera, torturarlo y dejar al verdadero monstruo libre? ¿Acaso no recuerdas cómo te encontramos?
Schmitt tenía ganas de vomitar, calló unos segundos para ver la reacción de Feretti ante aquella última pregunta. Sin duda aquel cerebro macarroni había olvidado muchas cosas.
-¿Por qué dejaste vivo a Avelino Jodar? Nos dio una descripción muy interesante. Le dejaste mirar y escuchar. Seguramente estabas convencido de que Avelino fallecería a las pocas horas, justo aquella misma noche. Hiciste otro trabajo chapucero y asqueroso y él nos dijo muchas cosas de ti. Detalles que te hacen muy identificable. ¿Te has visto alguna vez la espalda desnuda? Tienes marcas. Marcas que vio Avelino. Se las aprendió de memoria.
El teniente se levantó de la silla y rodeó la mesa para plantarse tras Feretti. El oficial sacó su Astra de la pistolera y la posó sobre la sucia y sudorosa espalda del preso, tan solo cubierta por una andrajosa camisa. Schmitt se la arrancó.
Un hombre de los que se ocultaban en la oscuridad se acercó a Schmitt y Feretti y cogió el candelabro para iluminar los hombros y omóplatos del italiano.
-Unas marcas muy interesantes las tuyas, Pietro –Schmitt fue deslizando el frío cañón de su pistola por las oscuras formas dibujadas en la piel de su interrogado-. ¿Qué son? ¿Eh? ¿Marcas de nacimiento? Durante toda tu miserable vida no las habrás prestado la más mínima atención y, ahora, te condenan.
Pietro comenzó a sudar copiosamente.
-Pero aún no recuerdas cómo llegaste hasta este pequeño hangar, ¿verdad? Bien –Schmitt volvió a ponerse frente a Feretti, pero ya no se sentó para dejar bien a la vista su pistola-.Fue justo después de tu último acto. Y te lo contaré antes de que bajemos el telón.
Schmitt cogió la última fotografía de la carpeta. Había sido arrancada de una ficha escolar y conservaba aún la grapa.
-Claudia Pérez. Una niña de 7 años a la que la metiste la polla por todos los agujeros practicables o no de su anatomía. Una niña a la que la dejaste desangrarse lentamente mientras, aún sabiendo lo que tenía delante, un monstruo, te pedía auxilio.
El prisionero emitió un gemido al haber eyaculado en aquel preciso momento en sus raídos pantalones, recordando la noche de su vida en el que estuvo más excitado. No quería estrangularla. Verla ir perdiendo la vida le parecía una delicia mayor. Era el éxtasis.
-Ese día no utilizaste el alambre de acero a pesar de que lo portabas. ¿Se te olvidó como se te olvidó huir de la escena?
El teniente dejó caer la fotografía sobre la mesa y se acercó al rostro del prisionero lo suficiente como para que le pudiera oler perfectamente el aliento.
-Un trabajo digno de una novela de terror –sonrió Pietro.
Schmitt se dejó caer pesadamente sobre la silla. El cañón de la pistola Astra seguía con la trayectoria fija al pecho de Feretti.
-Es el momento de decidir tu destino en una España en la que, como en toda guerra, la Justicia campa a sus anchas. Podría dejarte a merced de los padres de las víctimas...
-No tienes nada. No entiendes nada, verdugo de pacotilla...
El interrogador se encogió de hombros.
-Eso no es problema… como ya te he comentado... Vaya, llevo ya un rato tuteándote. Creo que no te importa –aseguró Schmitt sobreactuando un poco mientras buscaba en sus bolsillos un paquete de tabaco que no llegó a encontrar, mas no pidió un cigarrillo a ninguno de sus secuaces-. Como ya te dije, este es mi primer caso en solitario. Estoy nervioso, pero me lo has dejado a huevo. ¿Defensa? ¿Qué defensa vas a tener? Dímelo. Si estabas junto al cuerpo aún caliente de Claudia. Su sangre corría por tu picha... Podría dejarte en manos del padre de la niña. Hace tan solo tres días que le arrebataste a su ángel. Sí, tres. Pero no sería justo. Sé que ese hombre te daría una muerte rápida. No es que te fuera a hacer sufrir poco, pero él sigue siendo humano.
-¡Tengo mis derechos! –vociferó Pietro fuera de sí, tratando de lanzarse sobre Cosme Schmitt.
-Tú no tienes nada. También la Constitución de 1812 prohibió la tortura y aquí estás. Al menos deberías saber que estoy en contra de los métodos de Manolo. Obligan al hombre a decir la verdad y a mentir a partes iguales con tal de no sufrir durante un mísero segundo. Estamos en pleno siglo XX y ya deberíamos saber que no sirven para los cometidos de investigación criminal, pero en tu caso ha sido una simple diversión.
El auditor aspiró un poco el aire viciado y lo expulsó con lentitud mientras recogía las fotografías y las dejaba dentro de la carpeta de cuero sin perder de vista a Pietro y sin dejarle de apuntar.
-Podría dejarte libre en estos montes para que fueses cazado. Sería divertido, pero solo te mercedes el olvido, Pietro, solo eso. Sé que el te vean colgado de un árbol o tu cuello partido por el garrote vil no va a cambiar nada para esas personas que se toparon por desgracia con tu trabajo. Creerán que es un alivio, pero esa imagen tuya no les creará más que pesadillas en una vida rebosante de pesadillas gracias a esta mierda de guerra.
El teniente cerró la carpeta y miró a los ojos de Feretti mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Ya no había ni pizca de nerviosismo en su voz.
-Sé que, al final –recalcó ese “final”-, me lo agradecerás, Pietro. Es lo más justo para ti, para todos. Haz disfrutado de mi interrogatorio, de que te mostrara de nuevo los rostros de las muchachas a las que mataste. Lo he visto. Hasta has disfrutado de una celda sin ratas. Es curioso, porque a ellas les pirran este tipo de lugares.
Uno de los hombres que los rodeaban fue hasta la esquina donde estuvo en un principio la mesa y cogió del suelo la extraña caja con asa que trajo Schmitt cuando llegó.
-Aunque no te lo creas, Pietro, esta caja –la señaló cuando su esbirro la dejó sobre la mesa, al lado del candelabro-, está hasta arriba de ratas dormidas. Un par de pastillas mágicas y se quedan como angelitos. Si pegas la oreja a la tapa, las escucharás hasta roncar.
Pietro comenzó a gritar. Sus ojos parecían salirse de las cuencas. Se arrancaba más piel donde rozaban las ataduras. Aquel rostro desencajado, enmarcado por la débil llama de la vela, horrorizó al hombre que guardaba la puerta, sintiendo la náusea trepar por su garganta.
-Levantadlo de la silla –ordenó el teniente Schmitt. Dos hombres cumplieron, pero se quedaron petrificados al percibir chillidos provenientes de la caja-. Vaya, se han despertado justo en el momento oportuno y con ganas de desayunar.
La luz de la mañana comenzaba a filtrarse a través de los agujeros de bala del techo del hangar.
Schmitt abrió fuego con su pistola. La detonación fue desagradable para todos, incluso para el teniente.
Pietro sufrió una convulsión y comenzó a brotar la sangre con violencia de su estómago. Las salpicaduras ensuciaron la gorra de plato y la carpeta de cuero del interrogador.
Los dos hombres dejaron caer al helado suelo a Pietro, suboficial mecánico de La Cucaracha, cual última visión fue la de una legión de somnolientas y hambrientas ratas corriendo hacia la herida de su vientre.
Los gritos del italiano se escucharon fuera del hangar durante horas.
A ese espectáculo sonoro no se quedó el teniente auditor Cosme Schmitt, el cual se subió a un viejo Citroën aparcado en lo alto de la colina y desapareció para no volvérselo a ver jamás por aquellos parajes.
Aún hoy las gentes del lugar señalan a una extraña y gigantesca formación de tierra que se alza junto a la pista forestal como la tumba del “Demonio alado”, que era como se le conocía a aquel violador y asesino que aterró la comarca durante los últimos meses de 1937. Dicen que es un pequeño hangar de la guerra civil enterrado. Y los más fantasiosos aseguran que si uno permanece junto al túmulo tras una noche fría, al amanecer escuchará decenas de pequeñas patitas de rata acercándose.
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ciro
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por ciro »

Tiene poco de histórico para mi gusto. Luego hay algún fallito. Que un italiano no sepa lo que son fascistas chirría un poco. No es de mis favoritos, lo siento.
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Isma
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Isma »

Un relato muy crudo. Bien escrito y narrado, con oficio. Apelando a las emociones, que hacia el final del relato se agolpan, haciéndonos a nosotros también torturadores y ejecutores. La sección inicial, describiendo las sensaciones del preso, está muy lograda. Supongo que cuenta una historia real de la guerra civil, o un fragmento de algo mayor; el inspector Cosme Schmitt me parece el protagonista, quizás, de una novela negra ambientada en esa época.

Le va a resultar difícil ganarse el aplauso del público por lo crudo de la narración, pero yo creo que es una historia bien hilvanada y presentada. Felicidades.
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andres451
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por andres451 »

A mi me gustó mucho. El contexto histórico está claro, aunque no sé si es un relato histórico, valga la redundancia. Parece más un policial negro o algo así.
De todas formas lo disfruté mucho pese a su crudeza y crueldad. Hasta podrías hacer una novela con esta trama.
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Emisario
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Emisario »

Tienes calidad, con algunos despistes menores: me pareció extrañar un "que" y mucha mayúscula tras los suspensivos y guiones de diálogos sucesivos a pesar de ser el mismo personaje el que continúa hablando. Aunque... eso no es del todo importante. La historia en sí a mi no me gusta, pero eso no quiere decir que esté mal contada, todo lo contrario. Lo considero un buen trabajo.
Suerte,

Emisario
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por albatross »

Es uno de los relatos que mejor ha conseguido que me meta en la historia. No me molesta el lenguaje crudo y directo, la escena lo pide. La prosa fluye con facilidad consiguiendo que uno entre en aquel hangar de tortura. Y lo más importante, aunque el fascista torturador no sea simpático a nadie por principios, consigues que se justifique su crueldad por ser aplicada a alguien aún peor que él. Enhorabuena.
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por jilguero »

Bien escrito, bien ambientado y crudo, muy crudo. Entiendo que la historia requería la crudeza y por ello me he esforzado en seguir hasta el final. Pero ha habido momentos, cuando describe el placer que le producía al preso ver las fotos, en que la indignación me ha quitado el placer de la lectura. Lo cual quiere decir que trasmites muy bien lo que entiendo querías transmitir (por su crudeza y su buena prosa, me ha hecho acordarme del relato de Tadeus que Jilguero no fue capaz de terminar y tuvo muy buena acogida entre el resto de foreros).
En lo literario, no le veo ninguna pega reseñable. La historia, en sí, está bien contada. No sé si es muy histórico o no (en mi opinión, no demasiado), pero es un buen trabajo :60: , aunque demasiado crudo para el pacato paladar de jilguero :oops: .


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Miss Darcy »

Afú... Impactante, eso para empezar. Consigues que odie -a unos más y a otros menos- a todos los personajes, cosa que nunca me había pasado y que he disfrutado muuucho. Además de que tu relato está muy bien escrito, y con un lenguaje acorde a la escena que relata. Quizás me hubiese gustado un poco más de ambientación histórica, porque realmente cambiando dos cosillas puedes situar el relato en otro momento histórico... Es lo que más flojea de tu relato, por lo demás muy bueno.

Pero a mí no me ha gustado :cry: Realmente siento decirte esto, pero no puedo con las torturas ni violaciones
y menos si hay menores de por medio
, ni temas de ese tipo. Soy así de débil, que le vamos a hacer... Me ponen de mala leche, así que... :dragon: Claro que esto es algo puramente subjetivo mío y no quiere decir que no sea un buen relato. Consigues lo que te propones, así que...

Enhorabuena autor :60:
1
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Ratpenat
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Ratpenat »

Este es posiblemente el relato que más me gusta. Crudo y fuerte. Me encantan los relatos así.

Pero...

Te has saltado una de las reglas a la torera "100 años". Aunque lo hayas hecho bien, yo renuncié a enviar mi primer relato porque se decidió que había que remontarse cien años. Si a mí me toca aguantarme, el resto también debería.
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Isma
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Isma »

Ratpenat escribió:Te has saltado una de las reglas a la torera "100 años". Aunque lo hayas hecho bien, yo renuncié a enviar mi primer relato porque se decidió que había que remontarse cien años. Si a mí me toca aguantarme, el resto también debería.
:eusa_naughty:

Al final se marcó como límite temporal la Segunda Guerra Mundial...
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Ratpenat
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Ratpenat »

Es verdad. Lo siento, entonces... :oops: Si que se te puede votar, y con razón, porque me gustó, ya te he dicho, autor.
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elearah
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por elearah »

Wow. Fuerte. Bien escrito. Con algunos errores menores.

Si está basado en una historia real, si ese hombre existió, entonces es interesante recordarlo en esta época donde hay guerra, pero los verdugos parece que estuvieran jugando videojuegos.

La guerra envilece, y no le hace bien a nadie. Es imperativo recordarlo.

Me ha gustado como obra, aunque es un área que no leo, porque soy demasiado sensible para ello.

Felicitaciones. :60:
1
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Sinkim
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Sinkim »

Una historia genial, me ha parecido Tarantino total, solo le ha faltado la lata de gasolina, aunque ese final a lo 1984 tampoco está nada mal :twisted: :twisted:

Las descripciones están muy bien y como han dicho acabas detestando a todos los personajes y deseando que dejen a Pietro al cuidado de los padres de sus victimas :twisted: :lol:

Igual que algún otro no tiene demasiados puntos históricos aunque en este caso al no salir de un hangar es dificil mostrar nada :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Dori25
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Dori25 »

Bufff, he empezado sintiendome fatal por el pobre secuestrado y torturado, a mitad quería matarlo yo y al final quería despellejarlo con mis propias manos.
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Berlín
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Re: NH1 El demonio alado

Mensaje por Berlín »

Ya sé que es una chorrada pero ¿esta frase está bien?

"Su madre y su padre se habían despedido tras ocultarse en la lejanía"

¿Si estaban ocultos tras la lejanía como sabía él que se habían despedido, si no podía verlos? Ya, es una pavada, pero me ha tenido un rato dándole vueltas.

El relato está bien, pero... ¿me perdonaras autor si te digo que parece un relato adaptado al tema histórico? Sucede en plena guerra civil, pero podría haber sucedido en cualquier cuartucho sucio en cualquier otro lugar y momento, porque el tema central es ese ajuste de cuentas y vengar a esas crías. Darle su merecido a ese asesino cabrón.

Entonces ¿qué pasa? pues que lo he leído sumamente interesada y me ha gustado, en serio, pero no deja de ser para mi un tipejo atado a una silla que recibe un castigo por su crueldad extrema.

Si, a mi también me ha recordado a Tarantino, y menos mal que no le han arrancado la oreja.

Conclusión: que me gusta pero no me entusiasma.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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