CN2 - Solo una advertencia - Kharonte
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CN2 - Solo una advertencia - Kharonte
SOLO UNA ADVERTENCIA
Mamámamámamámamámamámamámamámamá
Alex no calló hasta que su madre acabó de arropar a su hermana pequeña y se volvió hacia él.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele algo, Alex?
—Mario dice que si los duendes de Santa Claus te descubren intentando verle te cosen los ojos y se llevan tu lengua.
Su madre frunció el ceño un momento y luego se giró hacia la litera donde estaba acostado el primo Mario. Le habían dejado la de arriba, porque era el mayor de todos, mientras que su hermana y la prima Alicia se apretujaban en la de abajo. Expulsado de su cama habitual, Alex había tenido que conformarse con el incómodo sillón-cama del salón. Todos miraban muy atentos desde debajo de las sábanas, esperando la respuesta.
—Tú sabes que los duendes son buenos y no le hacen daño a los niños, ¿verdad?
Alex asintió, mirando de reojo hacia la litera donde su primo estaba medio asomado y se reía. Se reía de él.
Otra vez.
Ella le puso entonces una mano bajo la barbilla y tiró suavemente para que levantara la cabeza, hasta que se miraron frente a frente. Entre la maraña de mechones cobrizos, los ojos grises parecían fatigados.
—Lo único que harán los duendes de Santa Claus si intentáis verle es llevarse vuestros regalos —replicó ella, pasándole el dedo por la mejilla—. Y si Mario vuelve a asustaros, entonces me enfadaré y se lo contaré a sus padres.
Aquello sonaba muy serio. Alex pudo ver que la expresión divertida desaparecía del rostro de su primo y, reconfortado, se abrazó a ella.
—Ahora, más os vale a todos dormiros enseguida —les advirtió, mientras él cerraba los ojos y se sumergía en el olor a mandarina que desprendía.
Cuando volvió a abrir los ojos, su madre se había ido y la habitación estaba en completa oscuridad salvo por unos tenues rayos de luz que se filtraban por debajo de la puerta, dibujando borrosas líneas rojizas en el suelo. Girándose un poco alcanzó a ver el reloj que tenía junto a la cabecera: un ratón en pijama muy sonriente estaba pintado dentro de la esfera.
Eran las cinco de la mañana.
¿Habría pasado ya Santa Claus por su casa?
El tiempo fue pasando mientras daba vueltas inquieto. A pesar de todo, seguía pensando en la terrible historia que había contado Mario. En cómo los duendes ataban a los niños, les cosían los párpados con anzuelos de pesca y luego usaban unas tijeras enormes para cortarles la lengua.
Entonces, las bisagras crujieron un poco y la puerta se entreabrió.
Pero su madre siempre cerraba la habitación la noche de Navidad.
Impulsado por la curiosidad, Alex sacó los pies de debajo de las sábanas con mucho cuidado; pero no acertó a meterlos en las zapatillas y un escalofrío le subió por la espalda al pisar el azulejo helado. A la segunda lo consiguió y, entonces sí, se fue hacia la puerta; tiró muy despacio del pomo y se escurrió de puntillas para que no le oyera nadie, con el corazón latiéndole a toda velocidad.
Después de recorrer quedamente el pasillo, para no despertar a sus padres o a los tíos, bajó con similar precaución por las escaleras y se asomó al salón; a esa hora estaba en silencio, salvo por el suave crepitar que resonaba a veces desde la chimenea, y la escasa luz de las llamas iluminaba con un tono dorado los muebles y los adornos navideños que había colocado junto a su familia: guirnaldas de espumillón, piñas pintadas de plata y oro, las bolas colgadas en el árbol...
En ese momento escuchó un ruido proveniente del fondo del salón, donde un montón de paquetes rodeaban el abeto y se aupaban al sofá.
—Santa Claus aún está aquí —fue su primer pensamiento. Pero, al recordar de nuevo la historia de Mario, cerró los ojos al instante y se encogió en un rincón. Así escondido aguardó durante un rato a que algo ocurriera, hasta que no pudo más y se atrevió a otear de nuevo.
Y allí, justo entre la masa de bultos de todos los tamaños y formas posibles, reconoció una figura que se revolvía furiosa.
—¿Mario?
Por toda respuesta su primo se volvió hacia él con una expresión ceñuda, que hizo detenerse a Alex en seco, y luego siguió rebuscando a gatas. Daba vueltas a los paquetes ansioso, leía la nota que tenían sujeta con un lazo y después de lanzar un bufido los echaba a un lado.
—¿Qué pasa? —susurró Alex.
—No encuentro mis regalos —masculló, apartando un bulto con el nombre de su hermana— . Le pedí a Santa Claus unos patines nuevos y no aparecen por ningún lado.
Alex se apartó un poco e intentó mantenerse lejos de la furia de su primo mientras él mismo revisaba los paquetes repartidos por el suelo. Hasta que descubrió uno marcado con su nombre y se fue directo a por él.
En cuanto arrancó el primer pedazo de papel y vio el dibujo de un piloto de carreras, el corazón le dio un vuelco. ¡Santa Claus le había traído un coche por control remoto! El bruto de Mario le había roto el que tenía durante las vacaciones de verano, y llevaba todo el tiempo deseando otro con el que poder jugar; así que siguió desenvolviéndolo tan aprisa como pudo.
Absorto como estaba en esa tarea, su primo le pilló por sorpresa cuando se acercó de pronto y le arrebató el paquete de un tirón. Perplejo, Alex observó que en la otra mano sujetaba un saco de tela del que asomaban trozos de carbón. Y, al ver la forma en que Mario fruncía el ceño y torcía los labios, supo que no estaba tramando nada bueno.
—¿A mi me deja esto y a ti te regala un coche?
Antes de que pudiera rogarle que se la devolviera, la caja voló por encima del sofá y rebotó contra la pared con un sonido de piezas rotas. Alex echó a correr hacia allá, ahogado por las lágrimas que empezaban a correr por sus mejillas, mientras Mario seguía descargando su furia. Golpeó el saco contra el suelo repetidas veces y finalmente lo arrojó en dirección a la chimenea.
—Pues si yo no tengo regalos, nadie va a tener regalos.
Y se volvió hacia el resto de paquetes, haciendo ademán de pisarlos.
Justo entonces, el fuego pareció querer escaparse de su encierro y una figura surgió de en medio de la llamarada: un siniestro ser vestido de verde, con una enmarañada melena negra, orejas puntiagudas y redes colgando del cinturón, que dejó un reguero de hollín en el salón. Alex sabía que los monstruos sólo existían en los cuentos y las películas de terror. Que los niños de ocho años no debían tenerles miedo, porque en realidad eran marionetas o señores disfrazados. Pero en ese instante, escondido tras el sofá, quiso huir nada más verlo.
Ajeno a todo ello el duende se rascó la barriga, cogió uno de los pedazos de carbón del suelo y se encaró con Mario.
—Muy bien, amiguito, ya veo que el saco del año pasado no fue suficiente aviso —le recriminó, en un tono entre burlón y amenazador—. A lo mejor dejas de portarte mal cuando estés encadenado al banco de carpintero y te pases todo el día fabricando juguetes para otros...
El duende apretó el pedazo de carbón entre los dedos, provocando una especie de crujido chirriante que le puso los pelos de punta a Alex, y a continuación una enorme nube de hollín salió disparada.
Al principio, no vio nada. Pero luego distinguió algo parecido a un bulto que se agitaba bajo la polvareda. Una sombra que se arrastró desde aquella oscuridad hacia donde estaba él y permaneció quieta unos instantes, antes de incorporarse como una marioneta de humo negro. Sólo que esa figura tambaleante no era vaporosa, si no bien sólida. Los destellos rojizos del fuego brillaban sobre su superficie con reflejos aceitosos mientras trastabillaba, y Alex sintió que algo caliente le resbalaba por las piernas al ver la cara que le miraba con gesto suplicante.
El rostro de Mario acabó de cubrirse del color del tizne ante sus ojos, de modo que el negro hizo desaparecer las pecas, las pupilas verdosas y el cabello castaño. Entonces los labios azabache se abrieron con un crujido, y el rostro cuarteado quedó paralizado en una mueca horrenda antes de que esa cosa con la forma de su primo emitiera un chirrido ahogado.
—Seguro que tu familia ni te echa de menos mientras aprendes buenos modales —aseveró el duende. Al instante desenrolló una de las redes, cubrió con ella a Mario y se lo cargó a la espalda como si fuera un simple fardo.
Justo entonces, mientras sacaba un papel de la ennegrecida chaqueta, reparó en la presencia de Alex.
—Tú no deberías ver esto, pequeñín. Sólo estás en la lista de revoltosos del jefe —y, sacando un lápiz de algún lugar dentro de su melena, hizo una marca en la hoja de papel antes de guardarla de nuevo—. Será mejor que vuelvas a la cama y te olvides de todo.
En cuanto el dedo tiznado de hollín le rozó la frente, los párpados comenzaron a pesarle y se le aflojaron las piernas. Ni siquiera notó que le cambiaban la caja rota por otra envuelta en papel de colores.
—Excepto el carbón —susurró una voz profunda desde la chimenea—. Nunca olvides la advertencia que te deja Santa con el carbón, o tendré que venir a darte un escarmiento de verdad.
Mamámamámamámamámamámamámamámamá
Alex no calló hasta que su madre acabó de arropar a su hermana pequeña y se volvió hacia él.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele algo, Alex?
—Mario dice que si los duendes de Santa Claus te descubren intentando verle te cosen los ojos y se llevan tu lengua.
Su madre frunció el ceño un momento y luego se giró hacia la litera donde estaba acostado el primo Mario. Le habían dejado la de arriba, porque era el mayor de todos, mientras que su hermana y la prima Alicia se apretujaban en la de abajo. Expulsado de su cama habitual, Alex había tenido que conformarse con el incómodo sillón-cama del salón. Todos miraban muy atentos desde debajo de las sábanas, esperando la respuesta.
—Tú sabes que los duendes son buenos y no le hacen daño a los niños, ¿verdad?
Alex asintió, mirando de reojo hacia la litera donde su primo estaba medio asomado y se reía. Se reía de él.
Otra vez.
Ella le puso entonces una mano bajo la barbilla y tiró suavemente para que levantara la cabeza, hasta que se miraron frente a frente. Entre la maraña de mechones cobrizos, los ojos grises parecían fatigados.
—Lo único que harán los duendes de Santa Claus si intentáis verle es llevarse vuestros regalos —replicó ella, pasándole el dedo por la mejilla—. Y si Mario vuelve a asustaros, entonces me enfadaré y se lo contaré a sus padres.
Aquello sonaba muy serio. Alex pudo ver que la expresión divertida desaparecía del rostro de su primo y, reconfortado, se abrazó a ella.
—Ahora, más os vale a todos dormiros enseguida —les advirtió, mientras él cerraba los ojos y se sumergía en el olor a mandarina que desprendía.
Cuando volvió a abrir los ojos, su madre se había ido y la habitación estaba en completa oscuridad salvo por unos tenues rayos de luz que se filtraban por debajo de la puerta, dibujando borrosas líneas rojizas en el suelo. Girándose un poco alcanzó a ver el reloj que tenía junto a la cabecera: un ratón en pijama muy sonriente estaba pintado dentro de la esfera.
Eran las cinco de la mañana.
¿Habría pasado ya Santa Claus por su casa?
El tiempo fue pasando mientras daba vueltas inquieto. A pesar de todo, seguía pensando en la terrible historia que había contado Mario. En cómo los duendes ataban a los niños, les cosían los párpados con anzuelos de pesca y luego usaban unas tijeras enormes para cortarles la lengua.
Entonces, las bisagras crujieron un poco y la puerta se entreabrió.
Pero su madre siempre cerraba la habitación la noche de Navidad.
Impulsado por la curiosidad, Alex sacó los pies de debajo de las sábanas con mucho cuidado; pero no acertó a meterlos en las zapatillas y un escalofrío le subió por la espalda al pisar el azulejo helado. A la segunda lo consiguió y, entonces sí, se fue hacia la puerta; tiró muy despacio del pomo y se escurrió de puntillas para que no le oyera nadie, con el corazón latiéndole a toda velocidad.
Después de recorrer quedamente el pasillo, para no despertar a sus padres o a los tíos, bajó con similar precaución por las escaleras y se asomó al salón; a esa hora estaba en silencio, salvo por el suave crepitar que resonaba a veces desde la chimenea, y la escasa luz de las llamas iluminaba con un tono dorado los muebles y los adornos navideños que había colocado junto a su familia: guirnaldas de espumillón, piñas pintadas de plata y oro, las bolas colgadas en el árbol...
En ese momento escuchó un ruido proveniente del fondo del salón, donde un montón de paquetes rodeaban el abeto y se aupaban al sofá.
—Santa Claus aún está aquí —fue su primer pensamiento. Pero, al recordar de nuevo la historia de Mario, cerró los ojos al instante y se encogió en un rincón. Así escondido aguardó durante un rato a que algo ocurriera, hasta que no pudo más y se atrevió a otear de nuevo.
Y allí, justo entre la masa de bultos de todos los tamaños y formas posibles, reconoció una figura que se revolvía furiosa.
—¿Mario?
Por toda respuesta su primo se volvió hacia él con una expresión ceñuda, que hizo detenerse a Alex en seco, y luego siguió rebuscando a gatas. Daba vueltas a los paquetes ansioso, leía la nota que tenían sujeta con un lazo y después de lanzar un bufido los echaba a un lado.
—¿Qué pasa? —susurró Alex.
—No encuentro mis regalos —masculló, apartando un bulto con el nombre de su hermana— . Le pedí a Santa Claus unos patines nuevos y no aparecen por ningún lado.
Alex se apartó un poco e intentó mantenerse lejos de la furia de su primo mientras él mismo revisaba los paquetes repartidos por el suelo. Hasta que descubrió uno marcado con su nombre y se fue directo a por él.
En cuanto arrancó el primer pedazo de papel y vio el dibujo de un piloto de carreras, el corazón le dio un vuelco. ¡Santa Claus le había traído un coche por control remoto! El bruto de Mario le había roto el que tenía durante las vacaciones de verano, y llevaba todo el tiempo deseando otro con el que poder jugar; así que siguió desenvolviéndolo tan aprisa como pudo.
Absorto como estaba en esa tarea, su primo le pilló por sorpresa cuando se acercó de pronto y le arrebató el paquete de un tirón. Perplejo, Alex observó que en la otra mano sujetaba un saco de tela del que asomaban trozos de carbón. Y, al ver la forma en que Mario fruncía el ceño y torcía los labios, supo que no estaba tramando nada bueno.
—¿A mi me deja esto y a ti te regala un coche?
Antes de que pudiera rogarle que se la devolviera, la caja voló por encima del sofá y rebotó contra la pared con un sonido de piezas rotas. Alex echó a correr hacia allá, ahogado por las lágrimas que empezaban a correr por sus mejillas, mientras Mario seguía descargando su furia. Golpeó el saco contra el suelo repetidas veces y finalmente lo arrojó en dirección a la chimenea.
—Pues si yo no tengo regalos, nadie va a tener regalos.
Y se volvió hacia el resto de paquetes, haciendo ademán de pisarlos.
Justo entonces, el fuego pareció querer escaparse de su encierro y una figura surgió de en medio de la llamarada: un siniestro ser vestido de verde, con una enmarañada melena negra, orejas puntiagudas y redes colgando del cinturón, que dejó un reguero de hollín en el salón. Alex sabía que los monstruos sólo existían en los cuentos y las películas de terror. Que los niños de ocho años no debían tenerles miedo, porque en realidad eran marionetas o señores disfrazados. Pero en ese instante, escondido tras el sofá, quiso huir nada más verlo.
Ajeno a todo ello el duende se rascó la barriga, cogió uno de los pedazos de carbón del suelo y se encaró con Mario.
—Muy bien, amiguito, ya veo que el saco del año pasado no fue suficiente aviso —le recriminó, en un tono entre burlón y amenazador—. A lo mejor dejas de portarte mal cuando estés encadenado al banco de carpintero y te pases todo el día fabricando juguetes para otros...
El duende apretó el pedazo de carbón entre los dedos, provocando una especie de crujido chirriante que le puso los pelos de punta a Alex, y a continuación una enorme nube de hollín salió disparada.
Al principio, no vio nada. Pero luego distinguió algo parecido a un bulto que se agitaba bajo la polvareda. Una sombra que se arrastró desde aquella oscuridad hacia donde estaba él y permaneció quieta unos instantes, antes de incorporarse como una marioneta de humo negro. Sólo que esa figura tambaleante no era vaporosa, si no bien sólida. Los destellos rojizos del fuego brillaban sobre su superficie con reflejos aceitosos mientras trastabillaba, y Alex sintió que algo caliente le resbalaba por las piernas al ver la cara que le miraba con gesto suplicante.
El rostro de Mario acabó de cubrirse del color del tizne ante sus ojos, de modo que el negro hizo desaparecer las pecas, las pupilas verdosas y el cabello castaño. Entonces los labios azabache se abrieron con un crujido, y el rostro cuarteado quedó paralizado en una mueca horrenda antes de que esa cosa con la forma de su primo emitiera un chirrido ahogado.
—Seguro que tu familia ni te echa de menos mientras aprendes buenos modales —aseveró el duende. Al instante desenrolló una de las redes, cubrió con ella a Mario y se lo cargó a la espalda como si fuera un simple fardo.
Justo entonces, mientras sacaba un papel de la ennegrecida chaqueta, reparó en la presencia de Alex.
—Tú no deberías ver esto, pequeñín. Sólo estás en la lista de revoltosos del jefe —y, sacando un lápiz de algún lugar dentro de su melena, hizo una marca en la hoja de papel antes de guardarla de nuevo—. Será mejor que vuelvas a la cama y te olvides de todo.
En cuanto el dedo tiznado de hollín le rozó la frente, los párpados comenzaron a pesarle y se le aflojaron las piernas. Ni siquiera notó que le cambiaban la caja rota por otra envuelta en papel de colores.
—Excepto el carbón —susurró una voz profunda desde la chimenea—. Nunca olvides la advertencia que te deja Santa con el carbón, o tendré que venir a darte un escarmiento de verdad.
Re: CN2 - Solo una advertencia
Me ha gustado, una historia sencilla con un final muy adecuado para Mario Lo que no sabía es que
Papá Noel utilizara mano de obra esclava, con razón sus juguetes le salen tan baratos |
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CN2 - Solo una advertencia
SOY BUENA SOY BUENA SOY BUENA!!!!
Re: CN2 - Solo una advertencia
Historia sencillota con sabor a cuento infantil. Cumple con los requisitos aunque no será mi favorito. No obstante me ha gustado, y que se joda el primo por cabrito, ea!
Buen trabajo
Buen trabajo
En paz descanses, amigo.
- Tadeus Nim
- No tengo vida social
- Mensajes: 1314
- Registrado: 13 Nov 2012 13:55
- Ubicación: Eso ¿Donde estoy?
Re: CN2 - Solo una advertencia
Me ha gustado. Poco original el argumento. Huele a venganza del autor sobre su primo mamón a través de los años.
Buen trabajo, autor.
Buen trabajo, autor.
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Re: CN2 - Solo una advertencia
Lo siento, ranita, me parece que no cuela
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CN2 - Solo una advertencia
Calla, que a mi un año me trajeron carbón!Sinkim escribió:Lo siento, ranita, me parece que no cuela
Re: CN2 - Solo una advertencia
Pues ten cuidado que ya tienes la 1ª advertencia
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CN2 - Solo una advertencia
Si a todos los niños cabroncetes les pasarara eso ya se habría extinguido la especie
Entretenido y navideño.
Entretenido y navideño.
1, 2... 1, 2... probando...
Re: CN2 - Solo una advertencia
Relato sencillo, navideño, no demasiado original pero entretenido.
Pero no me ha gustado nada que el capu....del primo se llamara Mario
Pero no me ha gustado nada que el capu....del primo se llamara Mario
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Re: CN2 - Solo una advertencia
El carbón lo traen lo reyes magos, no papá noel... sólo por ese error te mereces la desclasificación instantánea .
Puede que no sea original, pero me ha gustado la sencillez y que sea típicamente navideño. Una historia simpática (para nosotros, que no para Mario ), bien escrita y muy amena. Enhorabuena.
Puede que no sea original, pero me ha gustado la sencillez y que sea típicamente navideño. Una historia simpática (para nosotros, que no para Mario ), bien escrita y muy amena. Enhorabuena.
Re: CN2 - Solo una advertencia
Un cuento de Navidad con todas las letras; las de cuento y las de Navidad. Pierde un poco de su lógica cuando Alex baja al salón a pesar de tener miedo de la historia de Mario. Pero así son los cuentos, ilógicos a veces, como las películas de miedo en las que los protagonistas van haciendo todo lo que nosotros no hubiéramos hecho.
A los niños seguro que les encanta, aunque yo pienso que a los de hoy en día les gustaría incluso más un desarrollo en profundidad sobre las torturas de los duendes.
A los niños seguro que les encanta, aunque yo pienso que a los de hoy en día les gustaría incluso más un desarrollo en profundidad sobre las torturas de los duendes.
- ukiahaprasim
- Robotillo
- Mensajes: 37965
- Registrado: 15 May 2007 19:23
- Contactar:
Re: CN2 - Solo una advertencia
Está chulo, este Habría estado bueno que el duende sacara una sierra mecánica y ejem... digo. Si tiene moraleja y todo: pórtate bien o vendrá el hombre del saco
- albatross
- No puedo vivir sin este foro
- Mensajes: 818
- Registrado: 04 Dic 2012 19:56
- Ubicación: La mayor de las islas Gimnesias
Re: CN2 - Solo una advertencia
Leído. Al acabarlo me dio la sensación de haber leído un cuento para niños y tal vez por haberme cogido desprevenido me ha sabido a poco (soy de los que buscan que un cuento le remueva las tripas). En cualquier caso ha sido una lectura agradable.