CP IX - El escape - Lady Canterville
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CP IX - El escape - Lady Canterville
El escape
Era mi último día allí. Miraba atentamente esas casas llenas de colores y techos de teja, viejísimas, llenas de tiempo, de felicidad y de dolor. Esas casas que habían visto tantas cosas indecibles. Los carteles en esa lengua que si bien no era extraña para mí, no había podido aprender –como me lo había propuesto- durante mi estancia. Estaba enamorada, sabía que no podría ser del todo feliz nunca, porque ese lugar que contemplaba jamás sería mío. Supongo que podría volver dentro de mucho tiempo para morir acá –calculaba fríamente- cuando mi tendencia a despreciar a los pocos seres queridos que tengo termine de concretarse. Pero eso sería todo. Parece ser que el único lugar que me quiere es el lugar donde nací, pero yo no lo quiero a él. No lo quiero y además lo tomo como una tediosa obligación. Todo en mi vida siempre me lo tomé como una obligación: la familia, las parejas, los amigos, ¡hasta la felicidad! Aún en aquel entonces, siendo tan joven, sospechaba que hasta el último momento de mi vida estaría tratando de escaparme de esas obligaciones que eran absolutamente todo en mi vida. ¿Adelanto el final? Me voy a morir lejos de mi país, en esa hermosa ciudad costera del norte de España, como en algún momento llegué a sospecharlo.
Pero volvamos al principio. Esa tarde me volvía a Buenos Aires, sola como había llegado. No estaba del todo triste, porque extrañaba a mi familia y estaba ansiosa por volver a verlos. Cuando llegué a mi casa, encontré todo exactamente como lo había dejado antes de irme, eso me llenó de calor y al mismo tiempo de una amargura inexplicable. Papá y mamá estaban muy felices de volver a verme y yo de verlos a ellos, pero ya empezaba a extrañar mi callecita a pocas cuadras de la playa. Mamá se emocionó tanto que los ojos se le llenaron de brillo, yo la abrasé –cosa que no hacía nada a menudo- y me sentí llena de remordimientos por no sentir lo mismo que ella.
Como llegué durante las vacaciones, pasaba todo el día en mi cuarto leyendo. Las persianas bajas, solo el velador encendido. Leía libros de la tierra que sentía tan mía pero que no lo era realmente, porque cuando estoy triste –eso no ha cambiado aún en los días que escribo- me gusta contemplar mi sufrimiento, me gusta perderme en él, enamorarme de él, porque parece que después de todo, algo de porteña tengo. Entonces dejé a Borges y agarré a Cervantes.
Un argentino suele ser, generalmente, una persona dividida en muchos trozos, que solamente tienen en común entre sí estar ensamblados en Argentina: pómulos indios, orgullo español y charlatanería italiana –u otras combinaciones por el estilo-. Eso, es ser argentino. Y para el que no entiende del todo, explico que puede ser un problema de identidad muy grande.
Al año siguiente terminé la facultad, empecé a trabajar arduamente en una oficina gris para poder volver a vivir mi obsesión, para volver a mi paraíso. Y así lo hice, me tomé unas largas vacaciones en España. En esta oportunidad conocí a Diego: él era España. Gallego, voz profunda y soberbia, pelo ondulado y negro. Los ojos: grises como el cielo de Galicia. Lo conocí en el festival de cine de San Sebastián, estaba de vacaciones como yo. Nos gustamos rápido, nos sentimos atraídos por nuestros acentos, por nuestra distancia. Pasamos juntos esa noche y la siguiente, y después me tuve que ir. Él buscaba salir de la rutina, yo, volver al lugar que mis abuelos habían dejado sin quererlo. Diego representaba la llave de ese lugar que parecía cerrarse para mí.
Cuando volví a mi casa y a mi oficina gris, volví sintiéndome diferente de la vez anterior: volví con un hermoso secreto, una aventura, un aire orgulloso por creerme especial y distinta. No era especial ni distinta, ahora lo sé. Ese orgullo, ese sentimiento de superioridad es el de todo argentino que se siente especial y distinto, es esa característica que nos hace fingir hasta con nosotros mismos, lo que hace que no podamos conocernos, que vivamos el resto de nuestras vidas con una identidad falsa, imaginada, triste.
Volví a ver a Diego dos o tres veces más, y muchos años después, cuando me enfermé y decidí que ya nada me ataba a Buenos Aires, él seguía allí, impasible. Seguía igual, como si lo hubiese visto por última vez hacía unos días. O quizás era como yo quería verlo. Hablaba poco, me costaba entender lo que pensaba, pero deduje que estaba preocupado por mí, que si bien sólo era una conocida para él, le daba una terrible lástima verme ya resignada a la muerte. Adivinaba probablemente en mí su destino, o quizás le recordaba a alguien más, ¿quién podría saberlo? Yo nunca llegué a conocerlo. Él era para mí un pedacito de España, nada más, nada menos. Era parte del escape.
Todo a partir de ese entonces se dio muy paulatinamente, viví aún varios meses en San Sebastián. Me acostumbré a admirar el nuevo puerto enseguida, pero jamás me acostumbré al invierno. Todo ese tiempo me sirvió para pensar, leer, extrañar y lamentar. Pensaba en todo lo que había leído, viajado, conocido. A pesar de todo seguía sintiéndome una extraña. A pesar de todo estaba sola.
En realidad este relato es un tanto exagerado, tan exagerado que hasta se hace mentira. Porque hubo siempre momentos en mi vida en los que me sentí como en mi casa. Cuando me acuesto a mirar el techo, a esperar lo inevitable, me pongo a pensar en ello. Pienso en la primera vez que entré a la facultad, en las caminatas nocturnas por la calle Corrientes con olor a café y a libros a toda hora; pienso en España, el primer lugar en el que me sentí libre de hablar sin rodeos, libre de sentirme mal y libre de no tener que sonreír; también pienso en las pastas de mi abuela, pienso en que no existen pastas en el mundo que haya comido sin compararlas con aquellas, recuerdo los fideos colgando en palos de escoba por toda la casa, las palabras en un español distorsionado que se mezclaba con el italiano. Pienso que en todos los lugares donde estuve hay algo mío que no llega a completarse, siempre hay algo que se me escapa y nunca encuentro todas las piezas del rompecabezas. Pero de tanto pensar y de tanto amar, y de tanto odiar, y de tanto buscar, al final algo se aprende, aunque ya no sirva, aunque sea peor.
Resulta que últimamente, pensando y pensando en todos esos pequeños momentos de mi vida en los que no me sentí extraviada, se me ocurrió algo, una verdad que hubiese sido reconfortante si la hubiese descubierto antes. Ahora se vuelve incómoda y difícil de tragar.
Ahora que voy a morir, lejos del país donde nací, sé perfectamente quien soy: soy argentina y soy un soldado de Franco que se escapó de una guerra que no pudo entender, soy una campesina vasca que se escapó del hambre, soy un anarquista italiano que escapó de Mussolini, soy un gallego que no sabe leer ni escribir y logró escapar de la miseria, soy un judío que se escapó de los nazis, soy un nazi que escapó de la derrota, soy una india que se enamoró de un polaco y escapó de su familia, soy todo eso junto y más. Y quisiera ya no escapar más. Quisiera morir en mi país.
Era mi último día allí. Miraba atentamente esas casas llenas de colores y techos de teja, viejísimas, llenas de tiempo, de felicidad y de dolor. Esas casas que habían visto tantas cosas indecibles. Los carteles en esa lengua que si bien no era extraña para mí, no había podido aprender –como me lo había propuesto- durante mi estancia. Estaba enamorada, sabía que no podría ser del todo feliz nunca, porque ese lugar que contemplaba jamás sería mío. Supongo que podría volver dentro de mucho tiempo para morir acá –calculaba fríamente- cuando mi tendencia a despreciar a los pocos seres queridos que tengo termine de concretarse. Pero eso sería todo. Parece ser que el único lugar que me quiere es el lugar donde nací, pero yo no lo quiero a él. No lo quiero y además lo tomo como una tediosa obligación. Todo en mi vida siempre me lo tomé como una obligación: la familia, las parejas, los amigos, ¡hasta la felicidad! Aún en aquel entonces, siendo tan joven, sospechaba que hasta el último momento de mi vida estaría tratando de escaparme de esas obligaciones que eran absolutamente todo en mi vida. ¿Adelanto el final? Me voy a morir lejos de mi país, en esa hermosa ciudad costera del norte de España, como en algún momento llegué a sospecharlo.
Pero volvamos al principio. Esa tarde me volvía a Buenos Aires, sola como había llegado. No estaba del todo triste, porque extrañaba a mi familia y estaba ansiosa por volver a verlos. Cuando llegué a mi casa, encontré todo exactamente como lo había dejado antes de irme, eso me llenó de calor y al mismo tiempo de una amargura inexplicable. Papá y mamá estaban muy felices de volver a verme y yo de verlos a ellos, pero ya empezaba a extrañar mi callecita a pocas cuadras de la playa. Mamá se emocionó tanto que los ojos se le llenaron de brillo, yo la abrasé –cosa que no hacía nada a menudo- y me sentí llena de remordimientos por no sentir lo mismo que ella.
Como llegué durante las vacaciones, pasaba todo el día en mi cuarto leyendo. Las persianas bajas, solo el velador encendido. Leía libros de la tierra que sentía tan mía pero que no lo era realmente, porque cuando estoy triste –eso no ha cambiado aún en los días que escribo- me gusta contemplar mi sufrimiento, me gusta perderme en él, enamorarme de él, porque parece que después de todo, algo de porteña tengo. Entonces dejé a Borges y agarré a Cervantes.
Un argentino suele ser, generalmente, una persona dividida en muchos trozos, que solamente tienen en común entre sí estar ensamblados en Argentina: pómulos indios, orgullo español y charlatanería italiana –u otras combinaciones por el estilo-. Eso, es ser argentino. Y para el que no entiende del todo, explico que puede ser un problema de identidad muy grande.
Al año siguiente terminé la facultad, empecé a trabajar arduamente en una oficina gris para poder volver a vivir mi obsesión, para volver a mi paraíso. Y así lo hice, me tomé unas largas vacaciones en España. En esta oportunidad conocí a Diego: él era España. Gallego, voz profunda y soberbia, pelo ondulado y negro. Los ojos: grises como el cielo de Galicia. Lo conocí en el festival de cine de San Sebastián, estaba de vacaciones como yo. Nos gustamos rápido, nos sentimos atraídos por nuestros acentos, por nuestra distancia. Pasamos juntos esa noche y la siguiente, y después me tuve que ir. Él buscaba salir de la rutina, yo, volver al lugar que mis abuelos habían dejado sin quererlo. Diego representaba la llave de ese lugar que parecía cerrarse para mí.
Cuando volví a mi casa y a mi oficina gris, volví sintiéndome diferente de la vez anterior: volví con un hermoso secreto, una aventura, un aire orgulloso por creerme especial y distinta. No era especial ni distinta, ahora lo sé. Ese orgullo, ese sentimiento de superioridad es el de todo argentino que se siente especial y distinto, es esa característica que nos hace fingir hasta con nosotros mismos, lo que hace que no podamos conocernos, que vivamos el resto de nuestras vidas con una identidad falsa, imaginada, triste.
Volví a ver a Diego dos o tres veces más, y muchos años después, cuando me enfermé y decidí que ya nada me ataba a Buenos Aires, él seguía allí, impasible. Seguía igual, como si lo hubiese visto por última vez hacía unos días. O quizás era como yo quería verlo. Hablaba poco, me costaba entender lo que pensaba, pero deduje que estaba preocupado por mí, que si bien sólo era una conocida para él, le daba una terrible lástima verme ya resignada a la muerte. Adivinaba probablemente en mí su destino, o quizás le recordaba a alguien más, ¿quién podría saberlo? Yo nunca llegué a conocerlo. Él era para mí un pedacito de España, nada más, nada menos. Era parte del escape.
Todo a partir de ese entonces se dio muy paulatinamente, viví aún varios meses en San Sebastián. Me acostumbré a admirar el nuevo puerto enseguida, pero jamás me acostumbré al invierno. Todo ese tiempo me sirvió para pensar, leer, extrañar y lamentar. Pensaba en todo lo que había leído, viajado, conocido. A pesar de todo seguía sintiéndome una extraña. A pesar de todo estaba sola.
En realidad este relato es un tanto exagerado, tan exagerado que hasta se hace mentira. Porque hubo siempre momentos en mi vida en los que me sentí como en mi casa. Cuando me acuesto a mirar el techo, a esperar lo inevitable, me pongo a pensar en ello. Pienso en la primera vez que entré a la facultad, en las caminatas nocturnas por la calle Corrientes con olor a café y a libros a toda hora; pienso en España, el primer lugar en el que me sentí libre de hablar sin rodeos, libre de sentirme mal y libre de no tener que sonreír; también pienso en las pastas de mi abuela, pienso en que no existen pastas en el mundo que haya comido sin compararlas con aquellas, recuerdo los fideos colgando en palos de escoba por toda la casa, las palabras en un español distorsionado que se mezclaba con el italiano. Pienso que en todos los lugares donde estuve hay algo mío que no llega a completarse, siempre hay algo que se me escapa y nunca encuentro todas las piezas del rompecabezas. Pero de tanto pensar y de tanto amar, y de tanto odiar, y de tanto buscar, al final algo se aprende, aunque ya no sirva, aunque sea peor.
Resulta que últimamente, pensando y pensando en todos esos pequeños momentos de mi vida en los que no me sentí extraviada, se me ocurrió algo, una verdad que hubiese sido reconfortante si la hubiese descubierto antes. Ahora se vuelve incómoda y difícil de tragar.
Ahora que voy a morir, lejos del país donde nací, sé perfectamente quien soy: soy argentina y soy un soldado de Franco que se escapó de una guerra que no pudo entender, soy una campesina vasca que se escapó del hambre, soy un anarquista italiano que escapó de Mussolini, soy un gallego que no sabe leer ni escribir y logró escapar de la miseria, soy un judío que se escapó de los nazis, soy un nazi que escapó de la derrota, soy una india que se enamoró de un polaco y escapó de su familia, soy todo eso junto y más. Y quisiera ya no escapar más. Quisiera morir en mi país.
Re: CP IX - El escape
Lo que más me gusta es la parte final en la que se recuerda de dónde viene un argentino, y por extensión, de dónde venimos todos. Somos la suma de muchas historias: las de nuestros padres, las de nuestros abuelos y más allá.
Quizás esa parte final justifique todo el resto, que hasta ese punto me había parecido un compendio de reflexiones personales. Pero tanta reflexión no me convence para un relato. No le encuentro estructura ni orden y todo depende de lo intuitivo que es el autor para expresar sus meditaciones.
Quizás esa parte final justifique todo el resto, que hasta ese punto me había parecido un compendio de reflexiones personales. Pero tanta reflexión no me convence para un relato. No le encuentro estructura ni orden y todo depende de lo intuitivo que es el autor para expresar sus meditaciones.
- doctorkauffman
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Re: CP IX - El escape
es un escrito hermoso pero muy triste.
me apunto a la idea de Isma referente a la reflexión.
está muy bien escrito.
me apunto a la idea de Isma referente a la reflexión.
está muy bien escrito.
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- albatross
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Re: CP IX - El escape
Se me han adelantado en la reflexión. Estaba leyendo un relato convencido de que eran vivencias reales, muy simples, que la narradora ha vivido en verdad. Lo estaba leyendo con gusto, disfrutando de la humildad de la historia, y al final me encuentro con la pirueta, con el triple mortal que eleva el relato a otra categoría.
Enhorabuena. Me gustó.autor escribió: soy un soldado de Franco que se escapó de una guerra que no pudo entender, soy una campesina vasca que se escapó del hambre, soy un anarquista italiano que escapó de Mussolini, soy un gallego que no sabe leer ni escribir y logró escapar de la miseria, soy un judío que se escapó de los nazis, soy un nazi que escapó de la derrota, soy una india que se enamoró de un polaco y escapó de su familia, soy todo eso junto y más. Y quisiera ya no escapar más. Quisiera morir en mi país.
Re: CP IX - El escape
Coincido con los anteriores, es una reflexión muy interesante y muy bien escrita más que un cuento como tal Aún así felicidades por la forma que tienes de escribir, me ha gustado mucho como esta contado
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
- Fernando Vidal
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Re: CP IX - El escape
Como reflexión es interesante, sin embargo como relato no llegó a gustarme. Quizás esperaba menos monotonía. Aun así, por momentos llegué a ver nítidamente a la protagonista elucubrando en la soledad de su habitación.
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Re: CP IX - El escape
Estimado(a) autor(a)...debo confesarte que es uno de los relatos que más me han llenado...evidentemente es uno de mis favoritos
Me encanta la historia de la chica argentina...con ese dilemma que tenemos los que añoramos por una parte nuestra tierra pero por el otro lado preferimos estar lejos de ella en un lugar con mejores prespectivas. Ese ir y venir hace que al final nos vean como extranjeros en todos lados En mi caso...cuando estoy en España me dicen venezolano..cubano..colombiano o sud..y cuando estoy en Venezuela me dicen gallego .
Que la chica se haya enamorado de un gallego me parece fenomenal...y en una tierra tan guapa como San Sebastian más aun
Además...tu último párrafo es hermoso...de lo mejor que he leído...y es que así se ha llegado a formar la sociedad argentina...como también la venezolana y muchas otras de este otro lado del charco.
Pues eso...que me ha encantado
Pd: solo una notita negativa...quizás fue un simple descuido pero en uno de los primeros párrafos pusiste algo así como: "yo la abrasé "..y creo que lo lógico sería "yo la abracé" del verbo abrazar ..por que no creo que hayas querido reducirla a cenizas abrasándola
Re: CP IX - El escape
Recuerdos y reflexiones en los últimos momentos de una vida. Me ha venido a la cabeza esa película llamada "Volver a empezar". Triste recuerdos y pensamientos que te van acongojando el corazón hasta el sublime final, para mi, lo mejor del relato. No está nada mal y es un relato a tomar en cuenta.
Suerte
Enviado con el poder de mi mente desde el Más Acá
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Re: CP IX - El escape
PD: Prófugo, a lo mejor la protagonista es muy fogosa, por eso abrasa en vez de abrazar
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Re: CP IX - El escape
Gisso escribió:PD: Prófugo, a lo mejor la protagonista es muy fogosa, por eso abrasa en vez de abrazar
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Re: CP IX - El escape
Muy bonito, descendientes de exiliados que no se sienten de un sitio ni del otro. Bien tratado el tema de la emigración a base de reflexiones, algo monótono sí que resulta. Buen relato.
Ronda de noche. Mundodisco 29. Terry pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
Re: CP IX - El escape
He tenido que dejar reposar la historia unos minutos después de leerla para poder comentar. Eso quiere decir que me ha impresionado mucho.
Para mí, excepto la parte en la que cuenta que se va a morir, es una hisria real (o, como dicen en las películas: "Basada en hechos reales") no sé si del autor/a o de alguien muy cercano.
Me ha encantado cómo transmites la melancolía al país de origen, al mismo tiempo que de España sólo cuentas anécdotas bonitas. Ese contraste está muy bien logrado. Por otra parte, la reflexión final es otra de las cosas que me ha encantado.
Enhorabuena.
Para mí, excepto la parte en la que cuenta que se va a morir, es una hisria real (o, como dicen en las películas: "Basada en hechos reales") no sé si del autor/a o de alguien muy cercano.
Me ha encantado cómo transmites la melancolía al país de origen, al mismo tiempo que de España sólo cuentas anécdotas bonitas. Ese contraste está muy bien logrado. Por otra parte, la reflexión final es otra de las cosas que me ha encantado.
Enhorabuena.
Re: CP IX - El escape
Este relato-reflexión tiene alma, duele como una confesión. Me ha recordado a aquellos tiempos en los que también yo la tenía, creo que la voy perdiendo a medida que voy intentando escribir mejor. En el último párrafo se me ha encogido el estómago y me has recordado que yo siempre he querido escribir así: con alma.
Vale la pena leer el relato solo por esta estrofa. Enhorabuena....soy un soldado de Franco que se escapó de una guerra que no pudo entender, soy una campesina vasca que se escapó del hambre, soy un anarquista italiano que escapó de Mussolini, soy un gallego que no sabe leer ni escribir y logró escapar de la miseria, soy un judío que se escapó de los nazis, soy un nazi que escapó de la derrota, soy una india que se enamoró de un polaco y escapó de su familia, soy todo eso junto y más. Y quisiera ya no escapar más. Quisiera morir en mi país.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CP IX - El escape
El relato me ha gustado. He leído distintas opiniones y ha sentado bien el final, sin embargo, a mí me ha parecido un giro que no procede, creía, como Albatross, que era una historia real.
Ha sido un placer leerte. Mucha suerte.
Ha sido un placer leerte. Mucha suerte.
Re: CP IX - El escape
Este es, por ahora, el relato que más me cuesta comentar. Berlín ya ha usado el término relato-reflexión que es el que hubiera usado yo también. Me gusta mucho como inicia la reflexión de lo que es un argentino para acabar reflexionando sobre lo que es un ser humano. Ese pasar de la historia personal y anecdótica a la historia general cuando se acerca la muerte. El final, ya te lo han comentado pero yo también quiero decirlo, es brillante. La historia rezuma nostalgia y melancolía por todos los lados pero no es melodramática lo que ya es un logro en sí. En fin, autor/a, cuatro lecturas hacen que ya sepa el texto casi de memoria. Me ha impactado.
Gracias por compartir y suerte
Gracias por compartir y suerte
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