CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho... -David P.

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho... -David P.

Mensaje por lucia »

BÚHO SE CREE EL RATÓN HASTA QUE EL BÚHO LE MUESTRA SU ERROR

El dolor de cabeza parecía no querer remitir y no podía tomar más analgésicos sin asumir los riesgos que advertía el prospecto. También me dolía el pecho, un dolor punzante por debajo del pectoral izquierdo al hinchar los pulmones. Si no lo hubiesen descartado las radiografías habría apostado por alguna costilla rota. Me hubiera gustado atender al capitán Gonzales en otro momento, pero él llamó al timbre esa noche. Esperaba su visita, desde luego, pero tal vez en los días siguientes, no tan pronto. Ni tan tarde. Tuvo el mal gusto de presentarse pasadas las diez.
—Capitán Gonzales, ¿ocurre algo? —dije al abrir la puerta y escrutarle de arriba abajo frunciendo el ceño, extrañado por su indumentaria: pantalón y camiseta blanca, pañuelo rojo al cuello y sombrero amarillo.
—Buenas noches, don Ricardo. No, no pasa nada, puede estar tranquilo —contestó con su marcado acento mexicano—. Nomás que ahorita mismo salí de una fiesta aquí al lado y me pareció buena idea pasar a darle esto. —Extendió la mano y me entregó una cartera—. Pensé que podría necesitar la documentación.
—Sí, claro, muchas gracias —dije invitándolo a pasar con un movimiento del brazo—. ¿Y su coche? —pregunté mirando afuera extrañado.
—Vine caminando —contestó él—. Hace buena noche, ¿no le parece?
—La hace, pero ir andando por ahí a estas horas, así vestido, es una invitación a la violencia —dije guiándolo hacia el salón.
—No tema, señor Gómez, la noche da cobijo a los ratones, pero también a los búhos. —Señaló la cartera que me acababa de entregar y siguió hablando—. La encontramos junto a los restos del carro. Se llevaron el dinero, por supuesto —dijo encogiéndose de hombros—. El carro quedó completamente quemado, lo siento, se veía bien chido.
—No se preocupe, el seguro se hará cargo.
—Apuesto a que sí. —Hizo una pausa antes de continuar—. No se ven muchos carros como ese por aquí, ¿sabe? Seguro que tuvo que pagar buena lana por él.
—Créame, el coche lo valía. Por favor, póngase cómodo —dije señalando un sillón.
—Tampoco se ven muchas casas como ésta —exclamó el Capitán escudriñando la casa a conciencia—. Es usted un hombre con recursos, don Ricardo. No me tome por metiche, pero, ¿a qué se dedica?, si no es indiscreción.
—¿A qué me dedico?
—Eso dije. He oído en la comisaría que usted mencionó, no en su declaración, sino en modo coloquial, que allá en España era policía, ¿puede ser? —Yo asentí con la cabeza—. ¿Qué pasó, don Ricardo? ¿Qué tiene que ocurrir en la vida de un hombre para pasar de ser policía en España a terminar acá, en México, rodeado de todo este lujo —sentenció señalando a su alrededor con ambas manos.
—¿De verdad quiere oír mi historia? —pregunté acercándome a la mesa de licores
—Bueno, no tengo prisa.
—De acuerdo —dije preparándome un Martini— ¿Le apetece una copa? ¿Tequila?
—No me estereotipe, don Ricardo. Tomaré whisky. Sin hielo, por favor. Luego se queda todo aguado.
—Aquí tiene. —Puse su copa en un posavasos en la mesa y me senté enfrente de él. Lo miré fijamente unos instantes mientras saboreaba mi Martini.
—¿Y bien? —dijo él al cabo de un rato. Yo dejé el Martini en la mesa, me acomodé en el sillón y empecé a hablar.
—Pues estaba investigando un caso de desaparición —empecé—. Una adolescente de 16 años, Silvia Marín. Buenas relaciones sociales, buen comportamiento en clase, según sus profesores; buenas notas... Al parecer era todo un cerebrito en el campo de la informática. La madre era ultracatólica y autoritaria, y el padre un cero a la izquierda dentro de casa y un borracho fuera de ella. No descarté el abuso por parte del padre. Probablemente se habría escapado. Un caso sencillo. Sólo tenía que vigilar a sus amigos y tarde o temprano daría con ella. Una mañana seguía al que supuse que era su novio. Iba en moto, con una mochila a la espalda, y en un momento dado condujo campo a través. Mi coche no podía meterse por allí, así que esperé. Un par de horas después estaba de vuelta con la mochila vacía, seguramente habría llevado comida a la chica. El lugar era de difícil acceso y bastante extenso como para aventurarse a buscar el escondite a pie, así que decidí regresar a la comisaría y buscar unos prismáticos en el cajón de Guzmán, un tipo peculiar. Normalmente siempre había un compañero o dos haciendo papeleos, pero ese día no había nadie. El Capitán salió de su despacho y me señaló con el dedo: «Al Museo Reina Sofía. ¡Ya!», dijo excitado. Por lo visto, alguien se había encerrado allí con varios rehenes.
»Era muy extraño, ¿sabe? Estuvo encerrado nueve días y las únicas exigencias que hizo en todo ese tiempo fueron: colchones y mantas para todos los rehenes, tres televisores de sesenta y cinco pulgadas y uno de treinta y dos, comida tres veces al día y algunos libros y revistas. Sólo eso. No pidió dinero, no reivindicó la liberación de presos, no exigió un trabajo. Se me ocurren muchos motivos que llevarían a alguien desesperado a esa situación, pero ese tipo parecía no tener objetivos. Pensamos que se trataba de un demente y concentramos todos nuestros esfuerzos en la negociación para evitar situaciones comprometidas. Además, un asalto al interior estaba descartado, ya que las obras de arte podían resultar dañadas, así que tampoco nos quedaban muchas opciones.
»Parecía que estábamos en un punto muerto, que no avanzábamos, cuando el décimo día empezaron a salir los rehenes por la puerta principal. Cuando todos estuvieron fuera y a salvo entramos con un equipo de operaciones especiales a buscar a ese tipo. No lo encontramos. Pasamos dos días rastreando el museo, pero nada, allí no había nadie, lo que significaba que el ladrón estaba entre los rehenes.
—¿El ladrón? —preguntó el capitán Gonzales.
—¡Oh, sí! El Guernica había desaparecido. —El Capitán torció los labios y se encogió de hombros—. Es un cuadro de Picasso —expliqué—. ¿No lo conoce?
—Bueno, no soy un experto en arte, pero ¿quién no conoce a Picasso? Seguro que el cuadro era caro, ¿sí?
—Pues la verdad es que no se ha valorado económicamente, y yo tampoco soy un experto en arte, pero con los conocimientos que adquirí a lo largo de la investigación diría que en una subasta podría alcanzar varios cientos de millones de euros. Incluso si llegase al millar no encontraría usted atisbo de sorpresa en mi rostro.
—Esos son muchos pesos —dijo el Capitán con asombro.
—Lo son. Pero tomemos su obra más cotizada hasta la fecha como punto de partida —continué—. Se trata de Muchacho con pipa, y se pagaron ciento cuatro millones de dólares por ella en Nueva York. Al cambio, en ese momento, eran unos setenta y cinco millones de euros. Supongamos que ese es el precio del Guernica. Si el ladrón se daba por satisfecho con la mitad, más que suficiente para desaparecer y empezar una nueva vida rodeado de lujo, tendría casi cuarenta millones de euros para invertir en el golpe. Eso suponía buena tecnología y cómplices comprometidos y silenciosos. Todo parecía indicar que no iba a ser fácil recuperar el cuadro.
—Pero ustedes ya sabían dónde estaba el ladrón, nomás tenían que preguntarle.
—Eso es cierto, si teníamos al ladrón, teníamos el cuadro, así que el paso más lógico era identificarle entre los rehenes, que desde los primeros interrogatorios empezaron a señalar a un tipo con una camiseta amarillo chillón y unos bermudas floreados. Un atuendo difícil de olvidar, que nadie recordaba.
—Ahí lo tiene —dijo el Capitán.
—No se crea, la indumentaria era tan torpe que algunos pensamos que se trataba de un señuelo. Y por supuesto, señuelo o no, el tipo no sabía nada, lo que nos obligó a explorar otra vías. ¿Cómo y cuando había salido el cuadro del museo?
—Tal vez lo enrolló y lo escondió tras un retrete —sugirió el capitán Gonzales—. Yo vi eso en una película. Lo de enrollar los cuadros.
—De acuerdo, Capitán, deje que le de un par de datos sobre el Guernica. Mide tres metros y medio por algo más de siete y medio. Eso hace complicado que lo esconda detrás de un retrete, ¿no cree?
—Desde luego. No sabía de su tamaño. Pero pudo esconderlo en otro sitio, ¿sí?
—Me temo que se equivoca de nuevo. Resulta que en 1957, el MOMA de Nueva York le hizo una restauración con una técnica que consiste en aplicar una capa de cera. Ese tratamiento hace que la tela quede totalmente rígida, por tanto, no se puede enrollar. Hay que manipularlo tal cual, y para ello se necesita ayuda y la logística adecuada, lo que nos llevó a investigar todos los transportes que habían entrado y salido del museo esos días: los de catering, los de libros y revistas, el de los televisores y el de los colchones. Éste último llamó nuestra atención de inmediato, y con razón. El camión era lo suficientemente grande, pero además, el empleado que lo conducía ese día había sido contratado dos semanas antes y se encontraba en paradero desconocido. También estaba desaparecido el policía que acompañó al camión y supervisó la descarga de los colchones y las mantas. Según su hermana, llamó por teléfono para decir que lo habían destinado fuera del país e iba a estar fuera algún tiempo. No hubo rastro alguno de él desde entonces.
—Un callejón sin salida, ¿eh? —lamentó el Capitán.
—Eso pretendía el ladrón, y he de decir que lo consiguió.
—¿Quiere decir que era otro señuelo?
—Lo era, pero nadie se dio cuenta —dije.
—Bueno, usted se dio cuenta, don Ricardo. —Yo asentí—. ¿Qué vio usted que los demás pasaron por alto?
—Muy sencillo —le expliqué—. Antes de cerrar el caso agotamos todas las posibilidades y visitamos a cada uno de los rehenes en sus casas. Teníamos la esperanza de conseguir una descripción del conductor del camión que nos llevase a algún lado. Desgraciadamente fue infructuoso. El caso se cerró y el cuadro se dio por perdido. —El Capitán frunció el ceño y se dispuso a hablar. Le detuve con un gesto de la mano y continué—. No obstante, hubo un detalle en algunas de las casas de los rehenes que me llamó la atención: el color de las paredes era el mismo que había visto en algunas de las salas del Museo Reina Sofía. Pero antes de decir nada a nadie quise hacer unas comprobaciones... y tiré de ese hilo. Adivine adónde me llevó.
—¿Al cuadro, don Ricardo?
—Al mismísimo cuadro, Capitán, pero no creerá usted dónde estaba.
—Por favor, no me tenga en ascuas —imploró impaciente.
—Le prometo que llegaré al final —dije con sorna—. Relájese, hombre. ¿Otra copa?
—¿Por qué no? Su whisky es muy bueno —dijo apurando el vaso.
—Me acerqué al museo a investigarlo y resultó que estaba de reformas —continué—. Sólo pintura, nada importante. Aprovechaban las noches para realizar los trabajos, así no interferían en el desarrollo de su actividad normal. Llevaban un par de meses con ello, pero al parecer, a las dos semanas de empezar, la empresa que llevaba a cabo los trabajos se quedó sin pintura, un color salmón muy concreto y con unas características de secado bastante especiales. Por alguna extraña razón había desaparecido del mercado y sólo una empresa disponía de ella, una empresa que había creado un tal Eduardo Tomero unos meses antes. Cuando quisieron comprarle la pintura, el señor Tomero puso una condición: sería su empresa la que haría los trabajos en el museo, aduciendo que eso le reportaría reputación y la haría crecer. El Reina Sofía se vio obligado a aceptar las condiciones, ya que empezar de nuevo con otro color resultaría más costoso y perderían dos semanas que no se podían permitir por futuros compromisos. Adivine dónde se encontraba el señor Tomero los días de autos.
—No me lo diga, en el museo, entre los rehenes.
—Pues no se lo diré, pero no se equivoca —dije—. Pregunté por él y me dijeron que no había faltado a trabajar ni un sólo día, así que esa noche lo visité. Quería verlo, hablar con él, conocerlo. Y lo conocí. A la mañana siguiente, no muy temprano, he de reconocer, volví al museo y solicité el plan de trabajo de las reformas. Me proporcionaron un plano donde marcaron las salas pintadas y el recorrido que seguiría el señor Tomero para pintar el resto. También me facilitaron los partes que éste entregaba al finalizar cada jornada. Me lo llevé y estudié todos esos datos a conciencia. Cuatro días después regresé, esta vez temprano, el señor Tomero aún no había salido. Cuando lo hizo, seguí su camión hasta un lugar que me pareció discreto y le di el alto. Lo hice bajar, abrió el cajón y ahí estaba.
—El cuadro —sentenció el Capitán. Yo hice un gesto de confirmación—. No, me niego a creer que todo ese tiempo estuviese en el camión. Dígame la verdad, don Ricardo, ¿dónde estuvo escondido? ¿Y cómo lo supo usted? ¿Cómo relacionó el color de las paredes de los rehenes con el ladrón? ¿Acaso les pintó la casa porque eran todos cómplices? Seguro que sí, por eso no lo delataron, ¿no es cierto?
—No, el cuadro no estuvo en el camión todo ese tiempo. Y no, los rehenes no eran cómplices. Le explicaré cómo sucedió todo —dije sirviéndome otro Martini— ¿Le sirvo otro whisky? —pregunté.
—Sí, por favor —contestó el Capitán.
—Aquí tiene —dije llenando su vaso de nuevo. Luego volví a tomar asiento—. Supongo que imaginará que la contratación del señor Tomero por parte del museo fue fruto de la casualidad, y que planeó el golpe desde dentro. —El Capitán frunció el ceño y se encogió de hombros—. La verdad es que empezó a gestarse mucho antes. En el instante en que el museo decide cambiar el color de sus paredes y el señor Tomero se hace con una copia del proyecto. En ese momento crea su empresa de reformas. Los meses siguientes, hasta que las reformas del museo dan comienzo, los pasa seleccionando meticulosamente a las personas que luego contrata para desabastecer el mercado de la pintura escogida por el Reina Sofía, bastante especial, como recordará. Dichas reformas dan comienzo sin que el señor Tomero haga nada y dos semanas más tarde se quedan sin pintura y, bueno, ya sabe, lo contratan. Pero lo mejor no es eso, lo mejor, Capitán, es que las personas que el señor Tomero contrata para desabastecer el mercado de pintura, son allegados a los rehenes: cónyuges, hermanos, padres o madres, hijos o hijas; y sus servicios no se limitaban a hacer acopio de pintura en sus garajes, además debían garantizar la presencia de sus allegados, en cada caso el que correspondiese, en el Reina Sofía el día elegido sin que éstos supieran nada del trato. Podía haber contratado a esas mismas personas para que ellos fueran al museo, desde luego, pero necesitaba que su experiencia fuera real, de esa manera su testimonio también lo sería.
—No le veo el sentido, don Ricardo. ¿Por qué complicarse la vida? Seguro que había gente en el museo.
—Me temo, Capitán, que usted no hubiera conseguido robar el cuadro.
—Bueno, él tampoco lo consiguió, ¿no es cierto?
—Escogió a los rehenes porque sabía que iba a estar varios días allí dentro. No quería histéricos, ni enfermos, ni héroes, sólo gente dócil que no causase problemas.
—Entiendo —dijo el capitán Gonzales pensativo—. ¿Y qué me dice de los días de autos? ¿Cómo se las apañó para pasar por uno de ellos? ¿Y el cuadro?
—Le contaré lo que pasó dentro del museo: El señor Tomero, cubierto con una máscara, obligó a los rehenes a ponerse un collar que, supuestamente, explotaría con una llamada de teléfono. Hizo una demostración con un maniquí para impresionarles.
—¿Supuestamente? —interrumpió el Capitán extrañado.
—Resultó que sólo uno era de verdad.
—El de la demostración.
—Así es, pero eso los rehenes no lo sabían —continué—. Aparte de eso, le proporcionó un teléfono móvil a cada uno y los separó en tres grupos. Luego los llevó a tres salas separadas, que había dispuesto con cámaras para poder vigilarles a distancia con su propio teléfono, y se comunicó con ellos a través de mensajes de texto. Pero hubo uno al que no puso con el resto. Lo mantuvo apartado en un almacén para que nadie pudiera reconocerlo después.
—El de la camiseta llamativa —reflexionó el Capitán.
—El mismo. Y para que pudieran reconocerlo a él como a uno más, hacía que el servicio de catering dispusiera la comida en una sala común para los tres grupos. Cuando se marchaban, se cambiaba de ropa, se ponía un collar al cuello y enviaba un mensaje a todos los rehenes. Se mezclaba con ellos y comía. En realidad nadie lo conocía, pero todos imaginaban que estaría en otra sala.
»El resto del tiempo lo pasó construyendo un muro —dije con aire triunfal. El Capitán estaba desconcertado—. Un muro que tapó el Guernica —expliqué. El Capitán sonrió y movió la cabeza con cierta satisfacción—. Llevaba todo el material escondido en sus botes de pintura, y la sala del Guernica ya se había pintado, así que hizo el muro exactamente igual al original y dejó el cuadro allí atrapado.
—Conozco la respuesta, pero la duda me corroería si no le pregunto: ¿No había cámaras en el museo? ¿Cómo hizo el muro sin que lo vieran?
—Si no hubiera desconectado las cámaras, Capitán, no estaría contándole esta historia, porque no habría historia que contar —dije encogiéndome de hombros.
—Descuide, nomás me lo estaba imaginando. Por favor, prosiga.
—Cuando después del suceso todo volvió a la normalidad —continué—, el señor Tomero siguió con su labor en el Reina Sofía, pintando las salas de color salmón, siguiendo la ruta que le habían establecido y con una puntualidad impresionante. El cuarto día, después de que yo lo visitara y charlase con él, llegó a la sala posterior al Guernica, con la que compartía pared, como calculé. He de decir que para pintar las salas, desmontaban las cámaras de seguridad. No había obras de arte que vigilar, así que no hubo inconveniente.
—Gracias por la aclaración —dijo el Capitán divertido.
—Como le decía, cuando llegó a la sala posterior del Guernica, se aseguró de estar sólo y tiró la pared original, en la que colgaba el cuadro. Se ayudó de un exoesqueleto y unas poleas para manipularlo, lo subió al camión y lo dejó allí hasta que terminó el turno. Cuando llegó la hora de irse, escribió una dirección en la pared, en la que encontrarían al policía que supervisó la descarga de los colchones y las mantas, junto al conductor del camión, ambos encadenados e incomunicados, y unos vídeos en los que se veía al hombre de la camiseta llamativa encerrado en el almacén, aislado del resto de los rehenes. Luego subió a su camión y se marchó con el Guernica.
—Y entonces se encontró con usted —dijo el Capitán emocionado—. Ahora comprendo, seguro que le reportó reconocimiento en forma de ascenso, ¿me equivoco? —No contesté, pero él siguió hablando—. Y fama, habrá contado esta historia en todos los platós de televisión, ¿sí? Apuesto a que también ha escrito un libro. Si no es así, hágalo, best seller seguro. A mí me fascinó. —Hizo una pausa—. Lo que no entendí es por qué vino usted aquí —dijo extendiendo los brazos.
—¿Y usted, Capitán? —pregunté—. ¿A qué a venido usted aquí? A traerme la cartera, no —dije mostrándola en alto—, para eso habría mandado a alguno de sus hombres, o me habría llamado por teléfono para que pasase a recogerla. Tampoco ha venido a escuchar mi historia. ¿Qué es, Capitán?
—Órale pues, Guey —dijo encogiéndose de hombros—. Acá, don Ricardo, a la gente con recursos, como usted, le damos la chance de evitar cierto tipo de situaciones, ¿sí? Nomás tienen que hacer donaciones periódicas a un fondo común para las familias de los policías víctimas de la lucha contra el cártel. A cambio le ofrecemos atención especial. Vigilaremos su casa y a su familia, si la tiene. Si desea salir, sea la hora que sea, nomás tiene que llamarnos y lo escoltaremos adonde vaya. Si alguien lo molesta, nomás señálelo y nosotros nos ocupamos. Si el pájaro que vive en el árbol de su jardín le cagonea el carro todas las mañanas, sólo dígalo, y apostaremos un francotirador al otro lado de la calle.
—Entiendo. ¿Y a cuanto asciende la mordida?
—No lo llame así, don Ricardo, me ofende.
—¿De verdad? ¿Le ofendo? Dígame una cosa, ¿qué pasará cuando reciban la llamada de un vecino que ha oído las voces de un hombre y los gritos de socorro de una mujer en un callejón, y ustedes estén demasiado ocupados comiendo nachos con chile mientras miran la fachada de mi casa, o me escoltan para que yo pueda llegar a tiempo a jugar mi partido de golf?
—Debería usted mostrar más agradecimiento, ¿no le parece? Aquí los asaltos con violencia son habituales, lo ha comprobado de primera mano. ¿Es que quiere que eso se repita? Nomás le ofrezco evitar situaciones similares en el futuro. Piénselo.
—Puede dejar de fingir, Capitán, sé que lo hicieron sus hombres. Es su modus operandi, primero provocan el dolor de cabeza y luego venden las aspirinas. También sé que esa cuenta está a su nombre. No hay ningún fondo común.
—¿Qué puedo decir? —dijo encogiéndose de hombros—. Es usted muy listo, don Ricardo, no me extraña que enchironase a ese ladrón de cuadros.
—Yo no he dicho tal cosa, Capitán —sentencié.
—No le entiendo, ¿qué quiere decir? —preguntó confuso.
—Verá, ni ascenso, ni programas de televisión, ni libro. Nada. Cuando el señor Tomero abrió el cajón y vi el Guernica, no pude evitar pensar en ese reconocimiento del que usted hablaba. Probablemente un ascenso, sí, y ¿por qué? ¿Por coger a alguien que había robado un trozo de tela pintada? ¿Y qué pasaba con los políticos que hacen las leyes y luego no las cumplen? ¿Qué pasaba con los bancos, que con una mano cogen nuestro dinero para evitar la quiebra y con la otra nos echan de nuestras casas? ¿Qué pasaba con los empresarios que defraudan millones de euros y la Hacienda Pública dedica sus recursos a perseguir a los que defraudan algunos cientos? ¿Qué pasaba con los jueces a los que se juzga por perseguir el delito?
»Me vino a la cabeza el caso de una mujer que encontró una tarjeta de crédito y la usó para comprar doscientos euros de comida para sus hijos. La condenaron a dos años de cárcel.
»Cuando me hice policía —continué—, tenía el convencimiento de que iba a representar la justicia. Con el tiempo me di cuenta de que lo que representaba sólo era la ley. Miré mi placa y vi los hilos de una marioneta. Miré el cuadro y vi un trozo de tela, cuyo valor era comparable al valor sentimental que un anillo de madera pueda tener para mí. Si en un momento dado lo perdiera, no sería relevante en la vida de nadie. Ni siquiera en la mía. Sin embargo, muchos estarían dispuestos a pagar cientos de millones por poseer el Guernica. Cientos de millones, ¿entiende?
»Mi país no necesitaba cuadros, mi país necesitaba justicia. El mundo necesitaba justicia. Y ese cuadro podía proporcionarla. Tiré la placa allí mismo, cerré el cajón y me subí al asiento del copiloto.
»¿Quiere saber qué me ha traído aquí? —pregunté. El Capitán se mostró incómodo de repente y se retorció en el sillón—. Usted —sentencié sin esperar respuesta. Un hombre y una mujer bajaron del piso superior y se situaron uno a cada lado de mi sillón. La mujer se sentó en el brazo—. Le presento a Eduardo Tomero —dije señalando al hombre—. Le voy pedir que vaya a su casa y traiga su coche. Se enfadará, ¿sabe? Opina que no aprovecho su talento. Sin embargo, lo hará. Y se encargará del accidente que tendrá usted de vuelta a casa. Y nadie sospechará nada, ¿sabe por qué? Porque yo opino que sí aprovecho su talento. No debería conducir después de haber bebido, Capitán.
»Ella es Silvia Marín —dije señalando a la mujer—. Le he hablado de ella, ¿la recuerda? La chica desaparecida. —El Capitán frunció el ceño— Su habilidad con los ordenadores es impresionante. Hackeará sus cuentas y transferirá todo su dinero a un fondo común para las familias de policías víctimas de la lucha contra el cártel. Uno de verdad que creará ella. Será una donación anónima, su nombre no figurará.
—¡Usted no sabe con quién está tratando, pendejo! —ladró el Capitán levantándose de un salto.
—¡Oh!, ya lo creo que lo sé, Capitán. Pero esta noche… —Hice una pausa para mirarle fijamente a los ojos—. Esta noche es usted ratón.
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Juanfran
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Juanfran »

Yo también ambienté una escena de delincuentes en el Reina Sofía en mi relato del año pasado :mrgreen:

Eso de los collares en el cuello que explotan es muy Battle Royale, ¿eh? :mrgreen:

Me ha gustado mucho. Ya lo creo. Enhorabuena :D
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Gavalia
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Gavalia »

Es que además de bien escrito tiene un gran ritmo. En cuanto a la trama creo que está bien estructurada pero deberé revisarla porque hay algo que no me cuadra, y no sé decir que es exactamente, pero es algo relacionado con la credibilidad de la maniobra orquestada ya que creo que son demasiados los que intervienen en la operación. Tenndré que darle alguna vuelta más antes de decidir. En cuanto a la forma, redacción, etc...nada que decir porque se lee bien y nada me asaltó los ojos de forma llamativa. Buen trabajo
En paz descanses, amigo.
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Topito »

Entetenida historia. Aunque lo del muro construido para tapar el Gernika, no llegó a creermelo del todo. Bastante complicado de hacer y que nadie, nadie, vea algo raro en la sala.

En cuanto a la redacción bien, no problem. Y los personajes enganchan.

Pero... no sé, el plan lo veo muy complicado para que saliera bien. Muchos factores. Mucho incompetente en el museo y en la policía. Pero esto ya es subjetivo, claro está.

Buen trabajo y mucha suerte. Ladrón, que eres un ladrón. :cunao:
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por doctorkauffman »

efectivamente, está bien escrito y tiene ritmo. además, bien cerrada la trama con Silvia.
pero durante toda la trama me estuve preguntando ¿y las cámaras? quizás se mencione y a mí me haya pasado desapercibido.
no pude evitar recordar la trama de "Plan Oculto", incluso coincide con la construcción del muro.
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jilguero
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por jilguero »

:164nyu: :vb_570:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

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Sinkim
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado la historia, está muy bien escrita y se lee con facilidad aunque me ha quedado la duda de porqué han elegido a esa persona en concreto, me hubiera gustado que alguna de las personas que salen al final tuvieran alguna relación directa con el Capitán :D :D
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Yuyu
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Yuyu »

Muy bueno, me absorbió por completo, me encantó la historia del guernica y el final. Muy entretenido. Que igual es poco creíble el robo?, puede ser, pero como te lo curraste :wink: . Muy buen relato. :60: :hola:
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por albatross »

Buena historia muy de serie televisiva o de cine, tipo Ocean's eleven a la española. No obstante, cuando se escribe una historia de ese tipo, los detalles técnicos son primordiales, por ejemplo: todo el mundo sabe que cualquier tienda de pinturas te fabrica el color que quieras a la carta. Se han mencionado otros. Tonterías así le restan credibilidad. De todas maneras, es un detalle menor porque el relato, que tiene más vocación de "serie B" que de alta literatura, engancha bastante.

No me he aburrido ni un minuto. Buen sabor de boca.
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Emisario
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Emisario »

¡Qué grata sorpresa! Muy bien hilado, la prosa fluye y está muy "chido".
Algunos detalles tiquis miqui en la forma, como no poner punto al final de alguna frase (—pregunté acercándome a la mesa de licores ) Repetir algunas palabras en cortos trayectos (empecé), alguna tilde no puesta, como en este "cuanto" (¿Y a cuanto asciende la mordida?) y cosas así, que son más un despiste que un error.

En cuanto al relato en sí mismo, me ha gustado mucho. Qué bien estructurado, tiene algún punto débil, como lo de contratar a gente y sus familias, es curioso que nadie hablara, en los interrogatorios, o lo de la pintura específica, pero, mira, no se puede decir que está mal, todo lo contrario, reto a cualquiera a organizar una trama policial mejor que la tuya, o sin puntos débiles. ¡Te felicito! ¡Cuánto trabajo, jo mío!

Enhorabuena, espero que te alces en los premios, lo mereces.
:hola:
Emisario

Edito y borro algún consejo ortográfico dado que me aportó dudas acerca de su veracidad.
Última edición por Emisario el 22 Abr 2014 17:37, editado 1 vez en total.
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prófugo
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por prófugo »

:hola:

Apreciado(a) autor(a):

Me ha gustado mucho tu relato...ha logrado captar mi interés de principio a fin y el final me ha parecido inmejorable :wink:

Sí, lo de levantar un muro es una idea bien rebuscada...y que nadie se de cuenta es casi insólito...pero es un relato...es una história que nace de tu intelecto e imaginación...todo vale!. Además, en este mundo de locos....ya pocas cosas sorprenden :mrgreen:

Enhorabuena..escribes de maravilla y ha sido un lujo leerte

:60:
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David P. González
Pesadilla
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por David P. González »

No voy a decir nada que no te hayan dicho.
Está bien escrito y tiene buen ritmo.
La historia engancha y entretiene, muy palomitera.
Me ha gustado bastante :60:
Emisario escribió:Iniciar una secuencia de narración con mayúscula tras el guión y creo que ese punto, después del "tiene", tampoco va (—Aquí tiene.Puse su copa en...)
Esto, Emisario, está bien escrito. Si el comentario o aclaración del narrador no va introducido por un verbo de habla, se tiene que cerrar con punto antes de la raya y empezar con mayúscula después de ésta. Después de la acotación hay que volver a cerrar con punto después de la raya.
En el hilo Recopilatorios: correcciones y temas adicionales salió esta duda y la estuvimos debatiendo. Te pongo el enlace a donde comienza el debate: enlace
Yo he visto un error mucho más gordo que nadie ha mencionado, pero se lo diré después al autor, si quiere, porque no he encontrado otros fallos y no quiero ensombrecer el gran trabajo que ha hecho al respecto. Aparte de que el hecho de que nadie lo haya mencionado me hace dudar de si estoy equivocado y no hay tal error :cunao:
Gisso
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Gisso »

Si lo llego a saber antes de comenzar su lectura me preparo unas palomitas y una cerveza, me pongo en el sillón y dejo que empiece la película. Todo muy hollywoodiense hasta decir basta, y por esa razón, muy poco creíble. Me rechina de principio a fin (podría poner una buena lista, pero bueno...) y utilizas en ciertas partes el guión de "Plan oculto". Pero no es lo mismo un muro para una persona que para un cuadro enorme en una sala principal, y todo por una persona solo...

Pero una vez que sabes a lo que te expones, reconozco que me has tenido entretenido. Puede que le falte un poco de agilidad en la narración para disfrutarlo por completo. El final, buen giro, y aunque ya nos predispones a algo parecido desde el principio, no esperaba la aparición de los dos personajes.

Lo dicho, un relato totalmente palomitero, sin más que añadir. Bueno, sí, y esto es un gusto personal, no me gusta nada el título que le has puesto. Se merecía algo más explosivo, hollywoodiense...

Suerte
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Tolomew Dewhust
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Muy ameno. Casi me lo estaba imaginando como una representación teatral, más que un relato.

Enhorabuena porque es un magnífico trabajo (aunque a mí este tipo de historias no me terminen de llenar, pero eso ya es problema mío :roll: ).

PD: no es por llevarle la contraria a Gisso, pero el título es genial.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
Gisso
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Re: CP IX - Búho se cree el ratón hasta que el búho le muest

Mensaje por Gisso »

Tolomew Dewhust escribió:PD: no es por llevarle la contraria a Gisso, pero el título es genial.
Sí, me llevas la contraria porque piensas lo contrario que yo :lengua: . Por mi parte debe ser algo personal, desde el principio ha sido un título que se me ha atragantado... Michael Bay le pondría toneladas de TNT y lo haría saltar por los aires :lol: . Pero tendría material para una película... :batman:
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