CP IX - Quasimodo - Emisario

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP IX - Quasimodo - Emisario

Mensaje por lucia »

QUASIMODO

Las ventanas ya se habían comenzado a teñir de amarillo, cuando Don Quasimodo, señor absoluto de su modesto entendimiento, cristiano por bautismo, oportunista por hábito y enamoradizo por convicción, abría una boca de hipopótamo para bostezar. Sus párpados, arados por los pliegues del tiempo, se despegaron con lentitud. Y mientras la vigilia derrotaba al último rezago de sueño, la realidad le alcanzó, lo sobresaltó y un profundo suspiro fue la antesala de una sonrisa: hoy se casaba. Por tercera vez.
Se congratuló en silencio y decidió darle largas a las pantuflas. A sus años, los recuerdos eran casi tan importantes como las circunstancias del presente y, si algo tenía de sobra, era precisamente eso, recuerdos. Se arrebujó entonces entre mantas de colores raídos y recordó a Doña Aurelia, su primera consorte.
¡Qué mujer!, pensó mientras recorría su pasado. La conoció cuando tenía diecinueve años, y la desposó a los diecinueve y unos días, en la iglesia de aquel pueblo con nombre de juego, enriscado en la sierra de Málaga. Por aquel entonces, Aurelia no cabía en sí de felicidad y, no siendo mujer de esperar, pronto convenció a Don Quasimodo, entre amorosos batimientos de pestañas largas, de partir hacia el nuevo mundo en cuanto se hubieran casado.
Fue así que, después del último “sí, acepto”, ante el espanto de la suegra y sin tiempo de haber consumado nada, se embarcaron en busca de las prístinas costas de América. Una vez a bordo, probablemente debido a lo poco que se conocían, andaba medio nervioso el inexperto novio, y huidiza Doña Aurelia. Sin embargo, como a todo perro le llega su hora, finalmente, en medio de un extraño fenómeno atmosférico, que combinó una prolongada tormenta eléctrica con el Atlántico en calma chicha, Quasimodo conoció el amor. Y aunque en realidad no tenía punto de comparación, se sorprendió con lo intuitivamente versada que parecía ser Doña Aurelia en la materia. Si no lo hubiera vivido, jamás habría imaginado lo completa y deliciosa que podía ser la intimidad. No cabía duda alguna, se había casado con la más dulce, fogosa y excitante flor de toda España.
Por la mañana del segundo día, todo parecía ir bien, hasta que Doña Aurelia, viendo a tan buen marido reposando exhausto a su vera, más contento que cachorro con juguete nuevo, sintió la más acérrima necesidad de sincerarse y, víctima de aquella urgencia moral que a toda mujer de buena familia le llega en los momentos más inoportunos de la vida, decidió confesar, con mejillas húmedas, lo que el pánfilo de Quasimodo jamás habría podido sospechar por cuenta propia.
—Quasimodo, cariño, has de saber que eres el único hombre al que de verdad he amado en toda mi vida…
Quasimodo abrió los ojos y sonrió con expresión ingenua, casi estúpida. La miraba embelesado mientras escuchaba.
>>y que, aunque yo sé que no lo parece, hace mucho más de dos noches… que ya no soy doncella.
Quasimodo, sin saber cómo reaccionar, apretó los ojos hasta que sintió que le estallarían y ella, lloró todavía más. Cuánto lo pensó él, y cuánto se lamentó ella sin siquiera sospechar que, era tanto lo que Quasimodo había disfrutado de sus pericias, y tantas habían sido las alabanzas que le había proferido a su desempeño —y que ahora, por lógica, él sabía que eran comparativas—, que aunque le hubiese confesado que era el mismo diablo envuelto en sábanas, la habría perdonado y aceptado; tal y cual era. Fue así que, después de un buen tiempo con los ojos apretados, y no ocurriéndosele nada mejor, Quasimodo discurseó en contra del destino y a favor de las buenas costumbres, para luego internarse en una burda y prolongada actuación de dolor contenido.
—¡Quasi, querido, perdóname, o caeré fulminada por la pena!
El engañado, y no tan infeliz novio, con palabras entrecortadas por los suspiros, la envió a buscar una agüita de tila: “para calmar los nervios” había dicho, y que regresara pronto, que ya vería él qué penitencia habría de cumplir para intentar calmarle el espíritu y compensar la afrenta.
Salió del camarote Doña Aurelia con la mirada triste y el espíritu gacho. Confundida, y medio arrepentida, caminó por el pasillo exterior en dirección a la cocina. Estaba indecisa, sin saber qué era mejor, si el infinito placer entregado a su marido, o ser casta, pura e inexperta. Alzó entonces la vista hacia los tormentosos cielos en busca de iluminación, y de ser posible, perdón. Este último no llegó, pero sí la iluminación, y lo hizo a la velocidad del rayo: cayó fulminada de inmediato, dando así fin al primer matrimonio de Don Quasimodo.
¡Oh… Aurelia!, ¡lo nuestro no duró demasiado!, ¡pero qué intenso fue!, concluyó y pateó las colchas para luego sentarse en la cama. Su cuerpo enjuto, de espalda curva, rodillas prominentes y abdomen en sandía, se apoyó en unos nudillos huesudos hasta conseguir hacer pie. Frente a él, un espejo. Se quitó el pijama y se observó con detenimiento: la única parte de su cuerpo sin arrugas era el abdomen.
Absorto, estudiando cómo el tiempo se había divertido a su costa, y él durante su paso, no escuchó el crujir de la puerta que anunciaba la llegada de Philippe, su valet.
—Pero… ¡Qué barbaridad! ¿Todavía en cueros, y a estas horas? No querrá llegar tarde a su mariage, ¿verdad?
Quasimodo le miró de soslayo y, antes de poder contestar, Philippe agregó:
>>¡No, no, no! Nada de excusas, Monsieur, vamos a podarle algunas ramas secas a ese viejo árbol, y a estirar un poco esos hollejos. A ver… —lo miró con el índice cruzado sobre sus labios, con cara de diseñador de Milán, extraña mueca que a los ojos de Quasimodo, más bien parecía un severo rictus diarreico—, sí, el traje gris, con la camisa blanca y el corbatín plateado. ¡Allez, allez!, ¡que no nos hacemos más jóvenes! ¡Oh, Mon Dieu! Pero antes, vamos a enderezar un poco esas espantosas curvas —aseguró con una ceja en alto mientras Quasimodo le devolvía una mirada igual a la que Sancho Panza le obsequió a su señor, cuando este le enseñó el yelmo de Mambrino. Pero Philippe, acostumbrado a que su trabajo no fuera comprendido con la sensibilidad necesaria, no se dejó intimidar y le ajustó una faja abdominal que le aplanó la sandía y, en la espalda, tensó unas correas alrededor de los hombros para que, dentro de lo posible, le enderezaran la corcova. Para cuando terminó con él, parecía un joven de setenta y cinco.
Un poco más tarde, ya en el coche, al tlac-tloc de los cascos contra los adoquines, se agregó el tañido de las campanas de aquel templo que “era tan grande, que los que lo vieron terminado pensaron que los constructores eran unos locos”.
Las lejanas campanadas de la catedral, el ruido del trote de los caballos, y la ocasión, lo transportó directo a los brazos del pasado. Entonces, el recuerdo de Mariela, su segunda mujer, se alzó por encima de todo lo demás cuando, en su mente, volvía a decir que aceptaba.
¡Las citadinas son cosa seria!, pensó. Y algo de razón tenía. Doña Mariela era una mujer de alta alcurnia, gran ambición y gigantesca determinación. Y aunque a simple vista no llamaba mucho la atención, en la intimidad de la alcoba, su belleza y su sensualidad innata, habían probado ser dignas de Rubens.
Aquella primera noche de bodas, de su segundo matrimonio, Quasimodo, armado de la experiencia de la primera, deslumbró a Doña Mariela hasta que esta cayó rendida sobre un sillón, al pie de la cama. Tan intensa fue la cosa, y el recuerdo, que incluso ahora le pareció poder escucharla exclamando:
—¡Quasi… ya basta, que me matas! ¡O me dejas loca!
Y así ocurrió…
La mujer se volvió orate en menos tiempo de lo que las velas de la iglesia tardaron en consumirse. Poco tiempo después, los padres, al verla en tal estado, con edicto papal en mano, declararon nulo el casorio bajo la cláusula “non consumato con delicatezza” y la internaron en el convento, lejos del pérfido ex marido.
Pedro, el cochero, insistió con otro par de golpecitos suaves en el hombro de Don Quasimodo hasta que consiguió su atención.
—¿Qué ocurre, Pedro?
—Es su sobrino, Don Matías, que ha insistido en que lo pase a buscar a toda costa.
—¿Pero, es que no sabe que me caso?
—Sí, tengo entendido que es por eso que…
—Es por eso que tenemos que hablar, tío —interrumpió Matías, mientras se hacía un lugar en el coche.
—¡Válgame Dios! ¡Pasa, acomódate, faltaría más! ¿Es que un hombre no puede ni acudir ante el nombrado sin que la familia se interponga?
—¡Sí, si puede, tío! Pero… ¿por tercera vez?, ¿y a sus años?
—¿Es la fortuna lo que te preocupa? Habla claro, y directo, sobrino. Que si es por eso, has de saber que te tengo a buen recaudo.
—No, no es eso, aunque agradezco su protectorado.
—¿Y entonces?
—Es que… bueno, lo diré sin rodeos: creo que usted no debiera casarse. Nunca más.
—¿Qué dices?
—¡Piénselo, tío! Yo sé que es algo precipitado, y que debí haberlo hablado antes, pero, ¿ha pensado en lo que le hará a la pobre de Doña Francisca? ¡La volverá loca, o amnésica, o algo peor! Y luego, su familia la apartará de usted, y volverá a quedar solo; ocurrirá de aquí a unos días.
Tieso con tanto artilugio que el obsesivo francés le había instalado, Don Quasimodo sintió que una mano le apretaba las tripas.
—¡Rufián, pareces un agorero, contertulio del mal! ¿Qué te ha hecho este, tu tío, para que me digas tales sandeces?
—¡No es lo que me haya o no hecho, tío! No se trata de eso, y lo sabe. ¡Escúcheme, no hay otra solución! ¡Se tiene que divorciar, incluso antes de casarse!
El coche se detuvo. Una vez más, la hora de caminar hasta el altar había llegado. El caballero de la elástica armadura bajó con dificultad y, tras agradecer la mano con la que el cochero le auxilió, viendo ya al bribón de su sobrino con otros ojos, y ateniéndose a sus razones, preguntó:
—¿Y la novia, alguien sabe si ha llegado ya?
—Oh, sí, Don Quasimodo. Me han dicho que Doña Francisca ha pasado aquí la noche —contestó solícito el cochero, quien no perdía detalle, tanto por gusto propio como el de su mujer, que le había prometido hacer “tabula temblorosa” después de la cena si las comidillas del casorio eran lo suficientemente jugosas.
—¿Cómo? ¿Toda la noche?
Pedro se encogió de hombros sin saber qué contestar.
—¿Lo ve, lo ve, tío? ¡Aún no se casa y ya la tiene medio trastornada! Lista para hacerle la gracia. No, esto no puede continuar. Hágalo por ella, si es que no por ambos.
Don Quasimodo extrajo de su bolsillo una tarjeta personal y, apoyado en la espalda de Pedro, escribió una nota que luego entregó a Matías.
—Entrégasela, Matías, sobrino mío. Ve allí adentro, y dile que la espero en la sacristía —Matías obedeció aliviado y, unos minutos más tarde, entre túnicas y ornamentos de misa, Doña Francisca, con porte de reina y ojos de bruja, ingresaba a la sacristía. Llegó con tales bríos, que Quasimodo tuvo que echarse un traguito de vino de comunión para no perder la compostura.
—¿Qué ocurre, Quasimodo, amor mío? —preguntó con cautela, encendiendo el cerillo a sus espaldas, lista para incendiar Roma—. ¿Qué es eso de que no te puedes casar conmigo?
—Es menester que charlemos, y ha de ser ahora, antes de que me des tu venia frente a Dios, y que posteriormente caigas fulminada, o pierdas la memoria, o me odies, o quién sabe qué otra cosa te ocurra, y tus padres te arrebaten de mi lado y termines en un convento.
—¡¿De qué hablas?! —gritó con los ojos tan abiertos, que dio la impresión de que sus párpados, presa del pánico, se habían fugado.
—Hablo de la vida, y de sus infortunios, mi querida Francisca. Aunque debo reconocer que todavía no sé cuál de ellos, estoy seguro de que alguno llegará. Es por eso que hoy, pleno de dolor y frustración, te digo que no me puedo casar; y que conste que lo hago por amor.
—¡¿Pero, te has vuelto loco?! —esta vez gritó con voz tan ronca, y potente, que de no haber estado sobre suelo santo, cualquiera hubiera creído que se trataba de una posesión demoníaca. Quasimodo se sobresaltó y dio un paso atrás dando por hecho que, o bien el corsé, o sus tripas, habían terminado por aflojar. Entonces, haciendo acopio de valor, sintiéndose un David que ve por primera vez a Goliat, se acercó con cautela, le besó la mano, dio media vuelta y se alejó esperando lo mejor.
Ahora viene el pie, el que lo inicia todo, pensó, resignado ante el omnímodo poder del destino. Y estaba en lo cierto…
—¿Adónde vas? ¡Mírame! ¡Estoy vestida de novia, en la iglesia, lista para desposarte! ¿De qué infortunio hablas, desgraciado? —y fue entonces que, con gran elocuencia, las palabras fueron dichas—: ¡Oh, trágame, tierra! ¡A ver si así consigo no verte nunca más, maldito!
De Doña Francisca, no se supo más, y a pesar de que Quasimodo envió, en más de una oportunidad, a su fiel cochero a averiguar en qué había quedado todo el asunto, nunca pudo recabar dato alguno de su cuasi tercera mujer. En cuanto al lugar de los acontecimientos, solo se encontró un agujero, de fondo infinito, en el lugar donde antes funcionaba la sacristía de la catedral.
¡No es obra del diablo! Había declarado el Obispo, al explicar que se trataba de un antiguo pozo, de antes de la toma de Sevilla, de cuando el templo todavía era mezquita—. La losa cedió, de seguro se trata de algo fortuito. Solo espero que nadie haya caído en él al momento del desplome —concluyó el clérigo.
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ciro
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por ciro »

Gracioso y bien escrito. Es un relato que está bien, aunque tiene ciertas resonancias a ya leído y algún anacronismo que no me convence mucho, es simplemente por buscarle algún defectillo.
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doctorkauffman
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por doctorkauffman »

Bien escrito. me ha divertido. felicidades.

sí es verdad que da la sensación, más por el estilo que por el fondo, de familiaridad con algún otro autor, como de realismo mágico.
el nombre no me ha convencido. mira que había donde elegir nombre y pones a Quasimodo. me ha distraído del relato cada vez que lo leía.
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Topito
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Topito »

Entretenido. Aunque no me ha llamado poderosamente la atención. Lo cierto es que creo que se le podía haber sacado más partido.

Muchas gracias por tu relato. Y suerte en el concurso.
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Yuyu
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Yuyu »

Divertido, me gustó la historia y el lenguaje. Rizando un poco el rizo y teniendo en cuenta el perfil de viudo negro que nos presentas, me molesta que decida no casarse con la última para salvarla y que no lo haga igualmente. Deberías haberla salvado :cunao: :cunao: . Buen relato. :60: :hola:
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Emisario
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Emisario »

Divertido y curioso. Algunas partes me hicieron reír. El nombre del protagonista me llamó la atención, al igual que a Doctorkaufmann.
Por mi tierra, hay una ceremonia religiosa autóctona llamada Cuasimodo, con "C" pero no tiene nada que ver con la historia de Disney, ni con este relato. Así que me fui a buscar Quasimodo en la web y resulta que en algunas partes lo definen como "Casi Hecho", no sé si es por esto que lo usaste o por lo de la joroba, fealdad y continua asistencia a catedrales del personaje.
En cuanto al relato, algún fallo de gramática, como donde pones que el ruido de los caballos, las campanadas y la situación lo (transportó), yo habría puesto (lo transportaron), pues son varias las cosas que lo pusieron en ese estado, y no solo una. Por otra parte, has repetido la palabra "cautela" en un muy corto trayecto. Otra cosa que no me gusta es el doble signo: de exclamación e interrogación, yo sé que está permitido, pero al menos yo, intento evitarlo, y creo que nunca lo he usado. Pero eso ya es algo personal, pues no se considera un error.

Gracias por compartirlo, :hola:

Emisario
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jilguero
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por jilguero »

:164nyu: :-D


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Sinkim
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado mucho, me ha hecho gracia que al final la 3ª "esposa" también la palmara, aunque da un poco de penita el pobre Quasimodo con tan mala suerte siguiéndole simpre :lol: Por cierto que menuda arpía parecía Francisca :cunao: :cunao: Yo pensaba que el sobrino, Matías, quería impedir la boda porque estaba enamorada de ella pero visto lo visto mejor que no :cunao: :cunao:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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albatross
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por albatross »

A mí me ha resultado de una lectura muy agradable y entretenida. Es una prosa muy clásica y elaborada que hace que la lectura fluya. El nombre Quasimodo, como ya han señalado, tiene tantas connotaciones que es imposible no pensar en el personaje de Víctor Hugo.
Sí, amigos, no es de Disney
Yo habría elegido otro nombre.
Por lo demás repito que una lectura muy grata y amena. Enhorabuena.
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Juanfran
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Juanfran »

Coincido con el resto de comentarios en que es una lectura cómica y entretenida. Lo que no quiere decir que me haya provocado grandes carcajadas. Hay muchos tipos de humores. Se ve que el mío en otro :mrgreen:

Enhorabuena. Mucha suerte.
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prófugo
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por prófugo »

:hola:

:cunao: :cunao: :cunao: :cunao: :cunao:

Estimado(a) autor(a): Muchas gracias por regalarnos esta criatura tan divertida y alocada. Has logrado que haya pasado diez minutos riéndome y eso siempre se agradece :mrgreen:

Hay muchos pasajes graciosos...pero justo ese donde Quasimodo va a hacerle el amor a su segunda mujer y recalcas...que la ha dejado loca gracias a las experiencias amorosas de su primer matrimónio ( vaya experiencia tan extensa y cultivante :cunao: ) pues me he reído a más no poder. Y bueno, al final la desaparición de Francisca fue de escándalo :lol: :lol:

Escribes muy bien, posees muy buen léxico, un sentido del humor encantador y un vocablo abundante...snceramente te felicito

:60:
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Berlín
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Berlín »

Que te bauticen con el nombre de Quasimodo y que luego el destino te coloque una joroba debe ser jodido jaja. Bueno pues a mi me ha encantado, me lo he pasado muy bien y supongo que eso es todo lo que necesita saber el autor.

Gracias por el soplo de aire fresco.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Tolomew Dewhust
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Tolomew Dewhust »

En el hilo del concurso se planteó varias semanas atrás cuál era el uso correcto de algunos signos, y si mi memoria cuasi fotográfica no me falla, la más interesada en << ... >> era... :twisted:

Bueno, al lío. Muy ameno aunque soy de los que al parecer menos se han reído, tampoco creo que fuera esa tu intención, ya nos dirás. En algunos momentos he desconectado, como cuando muere la primera esposa (hasta ahí me tenías absorto en la historia) y pasas al pequeño affair del momento de vestirse, que se me ha hecho tedioso.

Después otra vez engancho aunque mis propias limitaciones no me dejaron claro hasta el final si se trataba de un asesino, si las mataba a golpe de placer o si era el infortunio, como finalmente resultó.

Enhorabuena porque ha sido un placer leerte.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Desierto
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por Desierto »

Bueno, pues siento discrepar, pero a mí no me ha gustado mucho, y creo que precisamente por aquello que otros sí que han apreciado: la prosa. El lenguaje arcaico me resulta demasiado artificial en el narrador, creo que el autor tendría que haberlo reservado para la voz de Quasimodo, así hubiera supuesto un contraste que reforzara la caricatura, pero al estar el relato escrito en ese tono a mí ha terminado por cansarme y he perdido la atención.
Quizá algo más de verosimilitud no le hubiera venido mal, tampoco. No me refiero al hecho de que sus mujeres sufran todas una desgracia, que es la bade del cuento, sino al hecho de que él desista de su tercer matrimonio de buenas a primeras. ¿No había reflexionado previamente? ¿Apenas una conversación con su sobrino basta? Tendría qué haberse buscado un descubrimiento, una razón oculta..., algo.
Pero bueno, supongo que es sólo una cuestión de gustos. No me tengas muy en cuenta, autor@.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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David P. González
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Re: CP IX - Quasimodo

Mensaje por David P. González »

Entretenido y muy bien escrito, como casi todos en esta edición. Menudo nivel :lista:
Me ha gustado bastante, aunque coincido en que al no casarse con la tercera deberías haberla dejado vivir, porque así le quitas sentido a lo de viudo negro :cunao:

En el apartado formal voy a mencionar el uso de las comillas angulares en los diálogos, no por menospreciar el relato, que no me parece un error a destacar, sino para que pueda ser corregido y gane en calidad :60:
—Quasimodo, cariño, has de saber que eres el único hombre al que de verdad he amado en toda mi vida…
Quasimodo abrió los ojos y sonrió con expresión ingenua, casi estúpida. La miraba embelesado mientras escuchaba.
>>y que, aunque yo sé que no lo parece, hace mucho más de dos noches… que ya no soy doncella.
Esas comillas angulares (que no lo son, pero porque el autor no habrá sido capaz de encontrar la forma de ponerlas :cunao: ), se usan cuando en un diálogo haces un punto y aparte sin cambiar de personaje, es decir, que un personaje está hablando y en su discurso hay un punto y aparte. Se utilizan las comillas angulares (la de cerrar, concretamente), para indicar que éste continúa hablando, si no, se entendería que ha dejado de hacerlo y dicho párrafo pertenece al narrador.
En este caso, hay narrador de por medio, por lo tanto, habría que abrir de nuevo con raya la segunda intervención, aunque sea del mismo personaje. También se puede acotar la intervención del narrador entre rayas, que es lo que yo habría hecho. Así:
—Quasimodo, cariño, has de saber que eres el único hombre al que de verdad he amado en toda mi vida… —Quasimodo abrió los ojos y sonrió con expresión ingenua, casi estúpida. La miraba embelesado mientras escuchaba—. Y que, aunque yo sé que no lo parece, hace mucho más de dos noches… que ya no soy doncella.
—Pero… ¡Qué barbaridad! ¿Todavía en cueros, y a estas horas? No querrá llegar tarde a su mariage, ¿verdad?
Quasimodo le miró de soslayo y, antes de poder contestar, Philippe agregó:
>>¡No, no, no! Nada de excusas, Monsieur, vamos a podarle algunas ramas secas a ese viejo árbol, y a estirar un poco esos hollejos. A ver… —lo miró con el índice cruzado sobre sus labios, con cara de diseñador de Milán, extraña mueca que a los ojos de Quasimodo, más bien parecía un severo rictus diarreico—, sí, el traje gris, con la camisa blanca y el corbatín plateado.
En este caso sucede lo mismo y se puede solucionar de igual manera que la anterior, pero para acotar la intervención del narrador habría que modificarla y eliminar los dos puntos. Quizás quedaría mejor sin acotar.
Además, cuando las intervenciones acotadas del narrador no empiezan con un verbo del habla, se cierra la frase anterior con punto, se abre la raya y se empieza dicha acotación con mayúscula. Después de la raya se cierra de nuevo con punto y se reanuda la intervención del personaje con mayúscula otra vez. Así:
—Pero… ¡Qué barbaridad! ¿Todavía en cueros, y a estas horas? No querrá llegar tarde a su mariage, ¿verdad?
Quasimodo le miró de soslayo y, antes de poder contestar, Philippe agregó:
—¡No, no, no! Nada de excusas, Monsieur, vamos a podarle algunas ramas secas a ese viejo árbol, y a estirar un poco esos hollejos. A ver… —Lo miró con el índice cruzado sobre sus labios, con cara de diseñador de Milán, extraña mueca que a los ojos de Quasimodo, más bien parecía un severo rictus diarreico—. Sí, el traje gris, con la camisa blanca y el corbatín plateado.
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