CP IX - París, je t'aime - Topito

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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CP IX - París, je t'aime - Topito

Mensaje por julia »

París, je t'aime

Para esa persona que leyó El pacifista —aún pendiente entre mis lecturas—, y que esperó mi regreso en soledad desde aquella trinchera forjada por culpa de mis errores.
Este texto es tan mío como tuyo.


Cuando se encontró frente a aquel joven se le aceleró el corazón, pues, desde el inicio de la contienda, nunca fue buen augurio encontrar un militar ante tu puerta.
En otro tiempo, en una época de paz, se hubiera fijado en su buen porte, en su atlética figura o en la belleza de sus facciones, pero estaban en guerra y sólo prestó atención al sobre que portaba entre sus manos. Los bordes se encontraban ennegrecidos y el resto, que alguna vez fue de un blanco impoluto, presentaba una tonalidad biliosa, como si todo el ejército del Káiser hubiera evacuado sobre ella. Era una carta traída desde el frente, no cabía duda, por lo que intento comprobar a quién iba dirigida; sin embargo, cuando lo intento, los largos dedos del soldado, dedos de pianista —supuso—, ocultaban el nombre. El soldado carraspeó y un leve temblor sacudió su cuerpo. Luego, mientras apretaba levemente la carta entre sus manos, abrió la boca y exhaló un nervioso parloteo a tal velocidad que apenas duro unos minutos. Por último extendió la mano, ofreciéndole aquel pre-sente que no deseaba recibir. En realidad, no le había escuchado, pues el temor había paralizado sus sentidos, de tal manera que aún desconocía el remitente y a quién iba dirigida. El sudor comenzó a humedecer su piel cuando elevó la mano izquierda y aceptó la carta. No le quedaba más remedio. Justo entonces, uno de esos escasos rayos de luz que penetran a través de las perennes nubes del cielo parisino, la alumbró, y pudo observar las desteñidas y secas lágrimas de tinta sobre su superfi-cie. Prestó más atención a la caligrafía, comprobando que todas aquellas letras le resultaban familia-res: la redondez de las bocales, la leve inclinación de las eles, la curvatura de las uves y de las úes...
Entonces cerró los ojos y recordó.
Recordó la multitud de ocasiones que vio esa misma caligrafía en la diminuta libreta que siempre llevaba junto a él, donde anotaba las breves ideas de las que manaba sus relatos, o aquellos otros pensamientos que iban poco a poco avivando la novela que tanto deseaba escribir.
No le cupo la duda: era su letra.
Sí. La letra de Jean-Michel Moreau. Y dos amargas lágrimas recorrieron sus mejillas.


Ya había trascurrido tres años desde que le vio partir hacia el frente occidental. Sin embargo, noche tras noche, cuando el sueño le vencía, regresaba a aquel andén de la Gare du Nord abarrotado de jóvenes soldados, donde andaba de forma apresurada entre el gentío y latiéndole con fuerza el corazón, pues el tren partiría en breve y no encontraba a Jean-Michel.
Paso tras paso, mientras percibía el perfume de las parisinas y el aroma a tabaco de sus hombres, observaba con detenimiento los rostros de los soldados que permanecían sentados sobre sus petacas, charlando de forma distendida como si estuvieran en la terraza del Café du Dôme, y no aguardando su inmediato traslado al frente. Sentía ganas de llorar, ya que Jean-Michel no era nin-guno de ellos, pero lo reprimía. El silbato sonó y todas las madres abrazaron a sus hijos. Acto se-guido los soldados comenzaron a subir al tren mientras sus padres les miraban con orgullo. El tiempo se le acababa e inició una carrera tan veloz como las que hacía en las calles de París cuando anunciaban las sirenas un inminente bombardeo. No creyó conseguir su propósito, pero entonces, por un instante, como el que ve una estrella fugaz, contempló la espalda uniformada de Jean-Michel a lo lejos.
Sí.
Era él.
Y marchó sin demora a su encuentro.
Le vio subir al primer vagón junto a otros soldados. Sonó el segundo silbato y el tren co-menzó a traquetear. Corrió como alma que lleva el diablo y, cuando estuvo frente a la ventanilla, chilló su nombre. Jean-Michel asomó la cabeza, sin embargo, en el preciso instante que iban a cruzar sus miradas, la locomotora expulsó un denso chorro de vapor que nubló el andén, velándoles la visión.
Nunca supo si le vio.


Serge Charretier miró de nuevo las manos de aquel soldado.
—¿Pianista? —preguntó.
—Sí, Monsieur. Lo fui.
Elevó la mirada y contempló el vacío de sus ojos, tan semejante a los de un hombre cautivo. Luego repitió sus últimas palabras —: Lo fuiste.
—Sí, Monsieur. En un café de Montmartre.
—En Montmartre —repitió.
Ambos se quedaron en silencio, mirándose.
Serge comenzó a pensar en todos aquellos jóvenes artistas que hubieran mostrado sus obras al mundo si no fuera por esta maldita guerra. Sabía muy bien que ilustres novelas, grandes obras pictóricas, magníficas sinfonías e imponentes esculturas eran abatidas, despedazas, acalladas en el frente occidental. De tal manera que la posibilidad de ser publicadas, exhibidas, escuchadas o erigi-das en el salón de París, en la Ópera Garnier, en las plazas de Lyon o en los bellos bulevares de París, se desvanecía tras el humo de la artillería.
Sí, día tras día, gran parte del arte moría en las trincheras.
Serge bajo de nuevo la mirada hacia las manos del soldado, y entonces deseo con toda su alma que algún día pudiera ver aquellos largos dedos volar libres sobre las teclas de un piano, pues eso supondría que, al menos, parte de aquel arte, habría sobrevivido a este insensato conflicto.
El joven, incómodo por la situación, cortésmente comenzó su despedida.
—Bien, Monsieur. Aún me queda cartas por entregar y debo marchar.
—Sí. Claro. Soldado.
—Deseo que no sean malas noticias.
—Gracias por...
El joven giró su cuerpo antes de que Serge pudiera finalizar la frase, y orientó sus pasos hacia la escalera. Durante todo ese tiempo, no apartó la mirada de la espalda uniformada del soldado.
De espaldas —se dijo—, todos los militares son iguales. Como un ejército de soldados de plomo.
Una vez se quedó solo en el rellano, miró la carta y acarició su superficie. Después giró su cuerpo y entró en el apartamento, cerrando la puerta tras de sí. Mientras iba en busca de la niñera, guardo el sobre en el bolsillo del chaleco, pues bien sabía que su hogar no era el lugar idóneo para leerla, ya que era el suyo, pero no el de ambos.
Cuando entró en el cuarto de juegos, ando hasta su hijo y le besó la frente. Y, sin apenas mi-rar a la niñera, la dijo:
—Volveré en un par de horas.


Bajó del vagón en la estación de la Rue d'Aubervilliers y caminó hasta la salida, descen-diendo por la escalinata situada bajo la estructura de hierro que sustentaba las vías del metro. Apenas pasó el tranvía a vapor y un par de vehículos a motor, cruzó la calle. Desde allí, contempló la estación, esa obra de ingeniería que siempre admiró Jean-Michel.
A Jean-Michel siempre le fascinó todas las obras de la ingeniería moderna. Sobre todo aquellas que utilizaban estructuras de hierro, como la torre construida por Eiffel, que se erguía so-berbia por encima de los tejados parisinos. Ésta, en concreto, la consideraba majestuosa y digna de París. Sin embargo, Serge no compartía esa visión, sino la de muchos otros ciudadanos que la de-nostaban, al considerar que aquella estructura afeaba la ciudad que amaban. Sí, el amor siempre embelesó los polos opuestos, y no iba a ser diferente con ellos.
Mientras sacaba la carta de su chaleco, aferrándola con fuerza entre sus manos, olió el aroma de las baguettes recién hechas procedente del café de la esquina, e inició su camino hacia el canal Saint-Martin con la autóctona y vespertina fragancia de París en sus pulmones.
Serge Charretier llevaba años paseando por su ribera cada vez que debía reflexionar sobre las decisiones más importantes de su vida. Sin embargo, esta vez sus motivaciones eran muy diferentes. Desde que le conoció, el canal se había convertido en parte del hogar que crearon entre los dos; y por ello, debía leer la carta junto a sus aguas.
Su caminar era sobrio, como si estuviera pisando tierra sagrada, y su semblante circunspecto, como el que va a recibir la comunión. Una barcaza se encontraba en la primera esclusa y el ruido era ensordecedor, pero apenas reparó en ella. Siguió andando mientras escuchaba el rítmico percutir de sus pasos sobre el suelo adoquinado. Cuando pasó la écluse des Morts, y mientras acariciaba la carta entre sus manos, se detuvo, pues, desde el momento que supo quién era el remitente, había pensado leerla allí, sentado sobre el muelle. No obstante, justo cuando iba a sentarse, reparó que a varios metros de él estaba la pasarela Bichat, el lugar exacto donde hacía ya muchos años sintió que aquel lugar dejaba de pertenecerle. Así pues, camino hasta pasarela y, sobre ella, inició la lectura de la carta.


Somme, 30 de Junio de 1916

Mi querido y estimado Serge,

No sé muy bien cómo comenzar, pues sólo me salen palabras amargas. Y aunque en nume-rosas ocasiones te hice reír, algo que siempre me llenó de orgullo, con esta carta no creo que pueda conseguirlo, por lo que me disculpo de antemano.
Justo antes de partir, contemplé la palabra orgullo reflejada en los rostros de mis compañeros. Y ahora, tras tres años de guerra, ese mismo orgullo ha sido acribillado en las trincheras, permitiendo que el miedo ocupe su lugar. Sin embargo, no veas en ello un acto de cobardía, ya que no tememos a la muerte. En realidad, ese miedo del que te hablo, ese temor, es a perder el orgullo de nuestras familias, a no volver a verlas, a ser olvidados por las personas que amamos. Lo cierto es que siento tal pavor a regresar a casa y comenzar una nueva vida sin ti, que ya no me importa la posibilidad de vivir o morir.
Pero sé que debo hacerlo.
Mi hermana, hace ya tiempo, me escribió en una de sus cartas que, pase lo que pase, debe-mos continuar nuestras vidas, aceptando lo que nos ofrece el futuro sin deleitarnos en lo que nos dio el pasado. Lo comprendo. Aunque puedo asegurarte que no es fácil conseguirlo en un lugar como éste, pues... los recuerdos, nuestra vida pasada, me permiten afrontar el día a día en las trincheras.
Permíteme que continúe hablando de mis sentimientos y mis recuerdos aunque pueda entris-tecerte, pero te prometo que esta será la última vez que oigas de ellos.
Tras el callar de las ametralladoras, cuando todo queda en silencio, no puedo evitar observar el paraje que nos rodea. Y mientras oteo con amargura los cuerpos inertes sobre la tierra yerma, u ovillados en los alambres de espino, junto a árboles quemados y arbustos calcinados, no puedo dejar de pensar si algún día volverá a ser como antes: un paisaje digno de ser pintado por el mismísimo Monet. Entonces me invade la desazón, por culpa de mi cavilación con la posibilidad de morir en un paisaje tan dantesco. Sin embargo, y a pesar de lo que puedas pensar, insisto, no es temor a la muerte, sino a ser olvidado en un sitio como éste.
En verdad, puedo soportar los interminables bombardeos, el encierro entre estas paredes de barro, el frío, el hambre o la muerte, pero lo que nunca he soportado en estos tres años son las eternas noches esperando la muerte mientras oigo el silencioso llanto de mis compañeros recordando una vida mejor.
Y sí.
Yo también lloro.
No puedo negarlo.
Lloro en silencio como nunca antes había llorado por nuestro pasado. Es un llanto estéril, sin vida, que penetra en tu cuerpo hasta desgarrarte el corazón. Y siento tener que escribirlo de esta manera. Sé que no te gustan las frases ostentosas, pero es un sentimiento tan visceral que no encuentro otras palabras para expresarlo. Perdóname.
Cada noche, una y otra vez, como si fuera un sueño recurrente, evoco aquel primer paseo en el cual me enamoré de ti. Nunca te lo dije. Es cierto. Y tampoco te pregunté si sentías lo mismo por mí. No quise ponerte en esa tesitura a pesar de que siempre anhelé una respuesta. Sabía de las car-gas familiares que tenías y que sería difícil luchar contra ellas. Cierto es que me conociste siendo un joven impetuoso y viviendo la vida para el disfrute, sin comprender que los hombres de tu talla se deben a las familias a las que pertenecen. No es un reproche. Te lo puedo asegurar. Más bien es la sinceridad que todo soldado tiene en el frente. La sinceridad de todos los jóvenes que nos con-vertimos en hombres en estas trincheras. Sí, ya soy un hombre y entiendo tú deber. Aunque sigo pensando que el amor debiera ser más fuerte que la obligación. Por ello, aún continúo dando gra-cias a Dios, si alguna vez existió, de nacer en el seno de una familia pobre sin ataduras sociales o monetarias.
Cierto es que acabo de llamarte mon petit bourgeois, de nuevo; ya no sé cuántas veces van desde que te conocí. Pero, en el Maurice, fue justo eso lo que me llamó la atención de ti.
¿Recuerdas el día que nos conocimos?
Si no ve inconveniente, Monsieur, me encantaría acompañarle —me dijiste.
Me cautivó tu marcado acento burgués y, sobre todo, me sorprendió tu osadía. Pero no por-que nunca antes nadie me las hubiera dicho, sino porque nunca pensé que alguien tan altivo como tú tuviera el valor suficiente de pronunciar tales palabras. Es innegable que me interesaste desde el primer momento, pero no pude resistir a demorar mi respuesta. Te pusiste nervioso, hasta vi tus mejillas sonrojadas como las de una mujer antes de que pronunciara «en absoluto». Sí, lo reconozco, fui un proletario arrogante. Sin embargo, creo que te causé muy buena impresión.
¿O no fue así?
Cuando salimos del Maurice, paseamos sin un rumbo fijo y, sin saber cómo, llegamos a la trasera del Sacré-Coeur. Bueno, estábamos en Montmatre, no era tan difícil. Allí me sorprendiste por segunda vez: te subiste a la farola de la rue du Mont Cenis y, aferrándote con una mano, comenzaste a girar sobre ella como si fueras un acróbata del circo. ¡Me reí tanto...! Luego, una vez bajaste de aquel improvisado tiovivo, me miraste fijamente.
Te voy a llevar a un lugar muy especial —me dijiste—.
Yo pensé mal. Algo muy propio en mí.
Siendo sincero, creí que aquella frase se la decías a todos tus amantes para llevarlos a algún cuarto alquilado en Montparnasse; no obstante, te seguí.
Faltaba poco más de una hora para el amanecer, y caminamos en silencio, pausadamente, disfrutando de nuestra mutua compañía. Aunque, una vez llegamos al boulevard de la Chapelle, dejé de prestarte esa atención para dársela a esa magnífica obra de ingeniería que es el metro de París. Lo siento, pero ya sabes que estas obras de ingeniería siempre me embelesan. No dejé de admirar la gran estructura de hierro y los pilares que la sustenta hasta llegar a nuestro destino. Aún hoy me sorprendo al pensar que por esa estructura pasan cada día locomotoras, vagones y ciento de personas.
Lo cierto es que fue una bella época la nuestra. El amor, el arte, la arquitectura, la inge-niería... ¡Todo era bello! No como la época que vivimos ahora.
Cuando llegamos a nuestro destino, el canal Saint-Martin, aún no lo sentía, pero luego, una vez nos besamos con temor sobre la pasarela Bichat, un temor a ser descubiertos, a ser apaleados o detenidos, pues ellos no entienden de amor, supe que aquel canal también me pertenecía. Sí, no me lo dijiste con palabras, pero supe que era tuyo, como también supe al instante que me permitías formar parte de él. Que dejaba de ser tuyo, para ser de ambos.
Entonces comprendí que me había enamorado de ti.
Y aún continúo estándolo.
Sé que debías casarte, sé que nuestro amor era imposible, y sé que los aires de nuestra época deberían de cambiar para permitir que el amor no necesite del renuncio.
Supe de tu casamiento semanas antes de mi marcha al frente, por eso no te dije nada ¿Para qué? Tú ya habías renunciado, aunque yo me negara a creerlo, pues… si habías renunciado a mí y en tu boca ya solo estaba el nombre de ella, ¿por qué viniste a la Gare du Nord? ¿Por qué gritaste mi nombre desde el andén?
Te escribí, y aunque nunca te dije nada, siempre anhelé tu respuesta.
Sin embargo…, ya no importa, ya es tarde para pensar en ello, pues ahora me toca a mí dar el paso. Debó renunciar, pero no al amor, sino a la vida junto a ti. Por ello, puedo asegurarte que nunca olvidaré el pasado que nos unió, a pesar de que ahora deba caminar en soledad hacia mi futuro.
Guardaré mis recuerdos, sí.
Y continuaré usando las palabras para gritar al mundo que la obligación debe sucumbir frente al amor.
Por último, decirte que ya nunca más te podré decir «luego te veo», pues cuando esta insen-satez finalice y regresé a casa, no iré en tu busca.
Tú renunciaste a mi amor por tu deber. Yo lo hago ahora por mi honor.
Adieu, mon petit bourgeois.
Adieu.

Jean-Michel Moreau



Cuando finalizó la lectura, finas gotas de agua cayeron sobre la carta. El viento comenzó a soplar y sacudió las hojas de los árboles y onduló las mansas aguas del canal. Un trueno sonó, como suena el primer disparo en el campo de batalla justo antes de una ofensiva, y la lluvia inició su in-tensa abatida sobre París.
Serge Charretier comenzó a romper lentamente la carta. Primero en dos mitades. Luego en cuatro. Después en ocho. La despedazó de tal manera que la convirtió en un puñado de copos de papel sobre sus manos. Acto seguido las elevó como si hiciera una ofrenda a algún dios pagano, y los copos de papel emprendieron el vuelo sobre las aguas del canal.
Tardó horas en moverse de allí, pensando en la derrota del amor, la caída del arte y el termi-nar de la época más bella de su vida. No obstante, debía regresar a casa para no preocupar a su fa-milia. De tal manera que encaminó sus pasos hacia el metro para retornar a su hogar.
Una vez estuvo en el rellano, apoyó la mano sobre la puerta y suspiró. Después entró en el apartamento.
Cuando andaba por el pasillo vio al otro extremo a su hijo.
—¡Papá! —le gritó.
—¡Oh, Mon Dieu! —dijo la niñera de seguido—. Por fin ha regresado.
La miró, pero lo hizo como si fuera parte del mobiliario de aquel corredor. Como si fuera otro cuadro más, otra silla, otro aparador.
—Desde hace horas, el pequeño se escapaba y salía corriendo por el pasillo, llamándole. Ya no sabía qué hacer con él.
Serge Charretier se acuclillo, abrió los brazos y su hijo corrió a su encuentro.
Y, mientras le abrazaba, le susurró al oído:
—Tranquilo, Jean-Michel, ya estoy en casa.
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doctorkauffman
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por doctorkauffman »

Es un cuento muy hermoso.
falta una revisión ortográfica.
lo que no entendí es por qué separabas determinadas palabras con guiones. ni idea.
tres años (creo que era ese tiempo, ¿no?)en una trinchera son demasiados incluso para el ejército francés. ese soldado debía de tener un buen santo protector, porque sobrevivir a tres años en esa guerra ya es un milagro, y además existían los reemplazos.
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ciro
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por ciro »

Efectivamente, y como dice el título parece más un París, te amo, que una historia de amor ambientada en París. Siento que la protagonista es París y como acabo de leer el París de Rutherfurd, me parece una historia más del libro. Cierto es que no desmerecería de lo escrito por Rutherfurd, pero también es cierto que la novela no me convenció mucho.
En cuanto a la historia en sí mi sensación es que la mezcla de la historia amorosa, la historia bélica y la "arquitectura" parisina, no está bien cuajada. Las tres por separado podrían haber funcionado, pero la amalgama ha quedado espesa. De todas formas te auguro una buena acogida por público y jurado. Al público le encanta lo francés y las ambientaciones parisinas en particular y el jurado sospecho que estará receptivo a una historia sobre la IGM.
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elultimo
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por elultimo »

Me ha gustado bastante. La historia no es que sea muy original, pero eso no me ha importado. Está escrito de forma muy pausada, se nota que has pensado cada frase, que has rescrito hasta que te ha convencido del todo y ese esfuerzo se nota en el resultado final. Es una historia de amor, pero me ha gustado que la relaciones con otros temas como la guerra o París. Lo malo es que me ha dado la sensación de que es demasiado largo para lo que nos cuenta y eso puede hacer que aburra un poco, que no digo que se me haya hecho pesado.

En cuanto a lo formal, alguna b que debería ser v, algún le que debería ser lo y algún hubiera que debería se habría, pero nada que me haya impedido leerlo cómodamente (lo de la separación de las palabras entiendo que es porque en tu editor de texto lo tienes configurado para que separe las palabras con guiones al final de una línea).
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Emisario
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Emisario »

Me ha gustado bastante tu manera de narrar, cierto que hay varios fallos ortográficos (cosas simples, principalmente tildes, que por alguna razón, pasado la mitad del relato, mejoraron mucho) y algún tiempo verbal, y palabras que van en plural en vez de singular "para mi gusto, claro. Sin asegurar que está mal, a mí me lo parece" como en la parte donde pones (ya había transcurrido tres años), para mí sería ("ya habían transcurrido tres años"), o donde pones que (intento leer el nombre en la carta) para mí es ("intentó") con tilde y en esa misma frase, pones que los dedos del soldado (ocultaban el nombre) y yo habría puesto ("ocultaron el nombre"). En fin, nada que no se pueda subsanar, y mejorar. Pero lo que no se puede arreglar, o mejor dicho, lo que no se puede tener, ni prestado ni comprado, ni con tiempo ni con estudio, es el talento, y me parece que tu lo tienes. A mí me ha gustado cómo nos has contado la historia. Además, describes Paris como si vivieras allí. O tienes muy buena memoria o te has pegado un tremendo trabajo de investigación.

Gracias por compartirlo, :hola:

Emisario

Edito: al releerlo, la carta adquiere unas tonalidades bastante intensas, me gusta, es el fuerte del relato.
Enhorabuena. :hola:
Última edición por Emisario el 20 Abr 2014 17:35, editado 1 vez en total.
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Sinkim
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Sinkim »

Una bonita historia de amor y además en genero epistolar que tiene más merito y contando una relación homosexual, felicidades autor, te has arriesgado con la historia y me parece que sales muy airoso :D Me ha gustado el detalle final del nombre del niño :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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prófugo
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por prófugo »

:hola:
Estimado(a) autor(a):

Bellísimo relato, en especial, una carta sublime..escrita deliciosamente.

Posees realmente un conocimiento enorme de París, como mencionan en un comentario anterior, tienes una prosa envidiable. Lo único malo son los errores ortográficos...me imagino que el tiempo se te montó encima y no te dió tiempo de hacerle un buen repaso....pero de verdad, no empaña para nada este hermoso relato.

Enhorabuena...a tu criatura la tendré muy en cuenta a la hora de votar :60:
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prófugo
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por prófugo »

Sinkim escribió: Me ha gustado el detalle final del nombre del niño :D
´
Totalmente de acuerdo :D
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Yuyu
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Yuyu »

No podía faltar la historia de amor imposible :60: . La redacción me parece muy buena y la carta es un acierto. Lo demás ya te lo han dicho todo. Buen relato. :60: :hola:
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por elultimo »

prófugo escribió:
Sinkim escribió: Me ha gustado el detalle final del nombre del niño :D
´
Totalmente de acuerdo :D
Es que eso es, para mí, lo que le da más sentido a la historia.
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jilguero
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por jilguero »

:164nyu: :101:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

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Tolomew Dewhust
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Bueno, nunca llueve a gusto de todos: a mí no me ha convencido la última frase. Claro que denota su amor al prota de la carta pero me ha parecido el típico recurso previsible que utilizamos en los micro relatos de cien palabras, el giro final que da sentido a todo lo demás.

El relato está genial. Ha sido un placer leerlo. Esta temática, el amor, el desamor... nunca cansa.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Topito
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Topito »

Un bello relato. Me ha gustado, y aunque tengas algunos fallos, que entiendo por las prisas de entregar el texto, no me ha entorpecido la lectura
Ya te han dicho mucho, así que poco puedo aportar. Me he fijado en un detalle que me ha gustado. En el texto pones “bella época” que en francés sería belle époque, y así siempre se ha llamado a los años anteriores a la primera guerra mundial. Imagino que es un guiño o algo así a la época previa a la guerra.
A mí, el final me gusta mucho. Da sentido a cada palabra del texto. Sin ese final no entendería al protagonista.
Lo tendré en cuenta en mis votaciones.
Muchas gracias por tu relato, y mucha suerte en el concurso.
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albatross
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por albatross »

De los últimos que me quedaban por leer y por comentar.
Poco puedo decir que no se haya dicho ya y no quiero repetir nada, así que solo añadiré que he leído la carta final con bastante congoja porque, a pesar de los fallos formales, tu historia ha conseguido engancharme.
Es lo que tienen las historias de resignación ante amores imposibles, que dan mucha penita.
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Ratpenat
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Re: CP IX - París, je t'aime

Mensaje por Ratpenat »

Hola, autor :hola:

Me ha parecido muy buen relato el tuyo, aunque tienes bastantes problemas en la redacción. Lo de los guiones, entiendo que los pusiste en el procesador de textos y al pasarlo al formato de foro, se te ha quedado así. Mala pata. Si es el caso (que a lo mejor me equivoco), mira de escribirte un mensaje a ti mismo para ver cómo queda, así no te volverá a pasar.
De tildes y laísmos también se podría hablar, pero bueno, son cosas que se pueden repasar.
La historia es larga pero interesante y engancha. Y aunque no es mi estilo preferido, reconozco el buen hacer. Enhorabuena, porque escribes genial :60:
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