CP IX - Una mala elección - Fernando Vidal

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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CP IX - Una mala elección - Fernando Vidal

Mensaje por julia »

Una mala elección

La tarde fría, la neblina gris, las aceras humedecidas por la fina garúa. Los visitantes del Centro Cívico evitan los espacios descubiertos, prefieren caminar por las galerías interiores. El restaurante Provence convoca a los curiosos que merodean en la entrada, atraídos por su calidez, su iluminación ámbar, sus asientos presumiblemente cómodos. Algunos se animan a entrar y piden una mesa, otros continúan caminando esperanzados en encontrar ofertas mejores.
Una pareja ocupa una de las mesas periféricas, contigua a una de las paredes. Esperan la llegada de los platos. Dan escuetas miradas a los alrededores, intercambian palabras, sonríen. Ella luce completamente relajada, sus gestos revelan que disfruta del encuentro. Él, aunque se esfuerza por demostrar la satisfacción que le provoca su compañía, evidencia de cuando en cuando indicios de preocupación.

En esos momentos Gabriel se reprochaba su decisión. Cuando eligió comer en Provence con Erika no había podido sospechar que una mirada insidiosa caería sobre él una y otra vez. Tampoco era su culpa, o al menos así lo creía. Había pasado ya casi un año desde la última vez que disfrutó de una cena en ese mismo local al lado de Rebeca. La situación había sido muy similar a la de ese momento: intercambio de anécdotas, sonrisas sinceras, buena comida y propuestas sugerentes para después. ¿Y cómo no hacer propuestas similares si Erika, con ese cabello, con esos ojos, y con ese vestido lucía casi como una copia de Rebeca? Gabriel ahora se daba cuenta de que ese parecido físico no solo lo había notado él sino también alguien más, una persona ajena que revelaba en sus gestos actitudes de burla y reproche. La extraña se acercó nuevamente con una botella de vino que colocó en medio de la mesa. Gabriel ya no tenía dudas, era la misma mesera.
¿Cómo no la había reconocido desde el primer momento? La persona que se había encargado de conducirlos hasta esa mesa y tomar sus pedidos era la misma mesera que le había atendido a él y a Rebeca un año antes. Aquella vez se había mostrado servicial, dispuesta a satisfacer hasta el más mínimo detalle apenas detectó el acento extranjero de Rebeca, seguramente por esa creencia que tienen muchos empleados peruanos de que a los extranjeros hay que atenderlos con mayor consideración para que se lleven una buena imagen del país y, por qué no, para hacerse merecedores también de una sustanciosa propina.
—Espero que el vino sea de su agrado —dijo la mesera mientras servía las copas—. En breve traeré los platos.
Gabriel alzó la mirada y escarbó en el fondo de ese rostro amable hasta encontrar los indicios de un gesto de burla. Sí, era seguro que la mesera le estaba dando a entender que sabía quién era él y qué hacía en ese restaurante. Intentó abrir la boca, decir algo a modo de justificación o simplemente reclamar que no lo molestara, pero no le dio tiempo. La mesera dio media vuelta y se alejó como si no ocurriera nada, como si no hubiese reconocido a Gabriel acompañado de la extraña imitación de Rebeca que constituía Erika.
Porque para su desgracia, Gabriel tenía que admitir que las encubiertas burlas de la mesera tenían asidero. Erika se parecía a Rebeca. El mismo color castaño claro de los cabellos, los mismos ojos verdes, y hasta los mismos gestos al sonreír o al hacer una mueca de simulado reproche. Pero mientras el color del cabello y los ojos en Rebeca eran naturales, en Erika eran falsos. Lentes de contacto ocultaban sus ojos oscuros y el tinte de la peluquería transformaba esa cabeza, también oscura, en una más clara que combinaba mejor con el atuendo que traía puesto.
Erika era pues una copia burda de Rebeca y la mesera y él lo sabían.
Por un instante Gabriel se imaginó pidiéndole a Erika que se retiraran inmediatamente del restaurante, imaginó la aceptación de Erika y la pronta huída a otro local cercano, quizá parecido pero alejado de las miradas escrutadores de una entrometida que no sabía respetar la privacidad de los demás. Pero no hizo nada; enseguida supuso que todo intento de huída resultaría grotesco porque ya habían hecho el pedido e inevitablemente tenían que pagarlo, y para pagarlo o bien tenían que llamar a la mesera, opción que la llenaría de regocijo al comprobar que sus burlas habían surtido efecto, o bien tenían que acercarse a la caja, lo cual despertaría suspicacias en el resto del personal.
No tenía otra opción. Debía demostrar su fortaleza y mantener su posición en la mesa con Erika hasta el final, debía demostrar que podía salir ileso de los asaltos del enemigo.
Volvió a centrar su atención en Erika y nuevamente le dedicó una cálida sonrisa.
—¿Qué te parece este restaurante? —preguntó procurando serenidad.
—Es bonito. Me gustan esos carteles franceses —contestó ella con voz melodiosa.
—A mí también, no me canso de mirarlos.
—¿Cómo elegiste este sitio? ¿Ya habías venido antes?
Gabriel improvisó una mentira.
—¿Aquí? No. Me lo recomendó un amigo. Me dijo que era un lugar agradable y veo que no se equivocó.
—No me importaría regresar otro día —dijo Erika con sinceridad—. Claro, depende de la comida. Si es buena de todas maneras querré regresar.
Gabriel estuvo a punto de sobresaltarse. No había previsto que Erika deseara regresar a ese local. Dadas la situación, sería imposible; sin embargo no la contradijo:
—Sí. Todo depende de la comida. Ya veremos.
La mesera apareció con los platos. Ravioles de espinaca para ella y un lomo saltado para él.
—Servido. Espero que sea de su agrado —repitió la fórmula de cortesía.
Gabriel no le dirigió la mirada. Se limitó a asentir aparentando concentrar su atención en el plato recién servido. Pero Erika sí se dirigió a la mesera:
—Muchas gracias, eres muy amable —dijo con ese tono condescendiente que se suele emplear con los subordinados.
—Estoy para servirles —contestó la mesera y rápidamente emprendió la retirada.
Qué idiota, pensaba Gabriel mientras tocaba con el tenedor los trozos de carne sin animarse todavía a llevárselos a la boca. Qué idiota era Erika para pensar que la mesera estaba siendo amable. Seguramente en ese mismo instante estaría riéndose de ellos en la cocina, quizá hasta estaría compartiendo el chisme con los otros meseros y con los cocineros. “Atención, el cliente de la mesa cinco tiene nueva novia, muy parecida a la anterior, pero peruana”. Gabriel imaginó una fiesta de risas mordaces y despiadadas en esa cocina y sintió rabia. Aguzó el oído para detectar algún sonido revelador pero la música de fondo, aunque relativamente suave, anulaba toda pretensión de oír lo que ocurría más allá de los límites de las mesas.
—Esa maldita —se encontró murmurando.
—¿Qué has dicho? —preguntó Erika mientras enrollaba los espaguetis en su tenedor.
—No, nada. Estaba pensando en el trabajo.
—Pues olvídate de eso por hoy. Estás conmigo. ¿Qué esperas para comer tu lomo saltado?
—Tienes razón. Vamos a probarlo.
El ruido de los cubiertos se abrió paso en la mesa. De cuando en cuando la pareja se detenía para intercambiar miradas y brindarse una enésima sonrisa. Lamentablemente para Gabriel, la ingesta del vino no supuso una mejora en su ánimo para soportar mejor el tormento de la indeseada cercanía de la mesera, pues cada vez que intentaba olvidarse de su existencia, ella volvía a pasar por su lado atendiendo o pretextando atender otras mesas.
—A ti te sucede algo —dijo Erika examinándolo.
Gabriel tomó la botella de vino y volvió a llenar su copa. La vació en su garganta.
—No lo creo. Son tus ideas.
—Parece que te está gustando el vino.
—Es agradable, ¿no te parece?
Erika elevó sus ojitos al techo y sonrió.
—Sí, es agradable, apetecible, no lo puedo negar.
Y lentamente deslizó dejó caer su mano derecha bajo la mesa. Gabriel sintió que unos dedos le rozaban la rodilla.
—Pero más apetecible eres tú —continuó ella.
Por un instante el rostro de Gabriel se iluminó y pareció olvidar su preocupación. Su cerebro, como de costumbre, se puso rápidamente a pensar una frase, un piropo adecuado.
—Tú te ves exquisita, como un postre irresistible.
Erika soltó una ligera risilla complaciente.
—¿Eso quiere decir que deseas probarme?
—Por supuesto que deseo probarte.
Iba a continuar, decir que desde hace unos días se moría por volver a rozar sus labios, su cuello, su piel, y olvidar así la agobiante semana que había tenido en el trabajo; iba a decir que no veía las horas de estar completamente a solas con ella, en la tranquilidad de su habitación, iluminados únicamente por la luz mortecina de una lámpara, hacer el amor hasta la extenuación, y luego tomar un baño, un delicioso baño juntos, todo eso era lo que deseaba.
Pero la mesera volvió a irrumpir, pasó rauda, muy cerca de Gabriel, casi rozándolo, con una jarra de limonada en las manos y brindándole una sonrisa abierta hasta perderse en las mesas del fondo. Gabriel se turbó.
—¿Qué te pasa, tontito? Te quedaste mudo en la mejor parte.
—Ah, sí. Disculpa, se me fueron las palabras.
—Se te van las palabras conmigo, supongo que debido a mi encanto. Qué bien —Erika volvió a sonreír, la mirada iluminada.
Gabriel tomó la mano de Erika y se esforzó por continuar con la conversación.
—Por supuesto que eres encantadora.
Pero lo dijo sin convicción, casi atragantándose con las palabras. Sabía que la mesera volvería a pasar cerca en cualquier momento, observándolo, sonriéndole. Abandonó el halago.
—Te volviste a quedar mudo, tontito.
—Creo que deberíamos irnos de aquí —se animó a sugerir al fin.
—Pero todavía no hemos terminado. Mira, tú todavía vas por la mitad del plato.
Las mejillas de Gabriel volvieron a ponerse pálidas. El efecto del vino parecía haberse esfumado.
—De todas maneras, creo que deberíamos irnos.
—¿Pasa algo?
Estuvo tentado a explicarle todo: que la mesera se había dado cuenta de que había llevado a ese restaurante a una burda copia de una antigua novia y que esa copia era ella, que la mesera no había dejado de observarlos desde que habían cruzado el umbral de la puerta del restaurante, que seguramente había esparcido el chisme en la cocina y ahora todos los empleados, desde los cocineros hasta el administrador se estaban burlando de ellos.
—No me siento bien. Necesito volver a casa.
Se sintió estúpido por haber usado una excusa tan torpe, pero no tenía tiempo para pensar en algo mejor. La mesera pasó una vez más por su lado. Gabriel la observó hasta que hubo ingresado en la cocina, entonces se puso de pie. Era ahora o nunca.
—Vamos —dijo con súbita impaciencia.
Erika la miró desconcertada.
—Vamos, por favor —insistió pero con voz débil—. Es nuestra oportunidad. Tenemos poco tiempo.
Abandonó la mesa y se dirigió a la salida con pasos largos. Erika, boquiabierta, se levantó y le dio el alcance.
—La cuenta, Gabriel. No te olvides de la cuenta…
Gabriel se apresuró a rebuscarse los bolsillos en busca de su billetera. Sacó un fajo de billetes y venciendo el ligero temblor que en esos momentos atacaba sus manos, dejó caer cien soles en la mesa de la caja. El empleado que atendía pretendió decir unas palabras pero Gabriel se adelantó.
—Con esto es suficiente. Quédese con el cambio.
Y salió por fin del restaurante seguido de cerca por Erika con el rostro visiblemente preocupado.
—¡Qué pasa, Gabriel! ¡Camina más despacio, por Dios!
Pero Gabriel no obedeció. Debía seguir, debía caminar sin detenerse por lo menos hasta llegar al paradero de taxis. Solo entonces se sentiría libre de la pérfida mirada de la mesera.

La tarde aún más fría, la neblina aún más gris, la garúa continúa cayendo sobre las resbaladizas aceras. Desde las galerías interiores del Centro Cívico algunas parejas jóvenes se abrazan y contemplan el espectáculo invernal. Las cálidas luces del restaurante Provence siguen atrayendo clientes que son guiados por atentas meseras que les ubican un lugar y les toman sus pedidos. Una de ellas sale de la cocina y esboza un gesto de sorpresa al ver una mesa abandonada, los platos a medio comer, la botella de vino por la mitad. El cajero se le acerca y le dice algo. Ella asiente y se alza de hombros. El cajero camina de regreso a su puesto pero de pronto se detiene y regresa con la mesera, le pregunta:
—¿Habías visto alguna vez a ese cliente?
Ella eleva la mirada, parece escarbar en su memoria. Contesta:
—No, no lo he visto nunca. No que yo recuerde. Creo que es la primera vez que viene al restaurante.
Una sonrisa sarcástica se dibuja en sus labios.
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doctorkauffman
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por doctorkauffman »

Me lo he pasado muy bien con esa obsesión de Gabriel con la mesera :D
la frase final me descolocó. hubiera preferido que la mesera no hubiera visto nunca a Gabriel. en mi opinión, tiene más efecto así e incluso acentúa la inseguridad de Gabriel respecto a sus parejas. pero esa sonrisa sarcástica me lo echó abajo.
aún así, relato muy agradable de leer.
felicidades.
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elultimo
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por elultimo »

Este relato no me ha gustado. Lo he visto desordenado e impreciso. Además, mezclas un lenguaje cotidiano con otro más culto y eso me ha parecido un poco incoherente. Me falta fluidez en la narración y un argumento que me diga algo.
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Tolomew Dewhust
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Tolomew Dewhust »

A lo mejor un poco largo para lo que creo pretendes mostrarnos.

Me chocó un poco eso de que los ojos de Erika eran falsos... me dije: ¿a ver sí va a resultar un robot o es que la otra novia murió y estamos ante un nuevo doctor Frankestein que la ha resucitado. Jajaja. Idas de olla mías.

Mucha suerte en el concurso.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Berlín
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Berlín »

¿Y yo porque todo el rato he estado viendo a James Stewart y a Kim Novac?

No sé qué decirte, es que no entiendo mucho que Gabriel le de tanta importancia a la opinión de una mesera. ¿Y qué importancia tiene que ella le reconozca y vea que su nuevo ligue se parece a la otra?

No le veo yo...

La narración es fluida y está muy bien escrito pero la historia me deja bastante fría. Le doy la razón a alguien que ha comentado por detrás que hubiese sido un buen cierre el que ella no lo conociese de nada y todo estuviese en la cabeza de Gabriel, porque esto me haría pensar que el tipo tiene algún problema serio.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Sinkim
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Sinkim »

Berlín, por lo que yo he entendido el problema de que la camarera reconozca que Gabriel está con una sustituta de su exnovia es el hecho de que le hace reconocer que, en realidad, no está con ella por ser quien es sino porque ha hecho todo lo posible para que se parezca a su ex, lentillas, pelo teñido... y no deja de ser algo denigrante para él mismo saber que no puede estar con la original y que tiene que conformarse con una mala copia :lol:

Me parece que te sobra un verbo, seguramente por alguna correción y cambio, en la frase "Y lentamente deslizó dejó caer su mano derecha bajo la mesa" :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Yuyu
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Yuyu »

A mí me ha gustado, eso sí, te hubiera quedado bordado sin la última frase, era mejor que todo fuera una paranoia, acentuarías más la imagen de inseguro que nos has dado de él durante todo el relato. Me absorbió todo el rato, es un acierto que esté contada desde el punto de vista del paranoico. Buen relato. :60: :hola:
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jilguero
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por jilguero »

:164nyu: :desierto:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Berlín
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Berlín »

Cuando digo que mientras leía el relato he visto a James Stewart y a Kim Novac no he aclarado que los he visto en una peli titulada Vértigo, creo que quien haya visto esa película sabrá a qué me refiero.

Bah, ni caso, son historias mías... :60:
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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elultimo
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por elultimo »

Berlín escribió:Cuando digo que mientras leía el relato he visto a James Stewart y a Kim Novac no he aclarado que los he visto en una peli titulada Vértigo, creo que quien haya visto esa película sabrá a qué me refiero.

Bah, ni caso, son historias mías... :60:
¡Enorme película! Así que, quien no la haya visto, ya puede estar buscándola.
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prófugo
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por prófugo »

:hola:

Estimado(a) autor(a):

Ameno tu relato...el pobre chico creo que no tuvo una feliz cena ...espero que después de irse en el taxi con Erika las cosas hayan mejorado bastante :twisted: :cunao:

Me ha gustado...es relativamente sencillo y ha logrado captar mi atención e interés de principio a fín :wink:

Enhorabuena y suerte en las votaciones :60:
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Nínive
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Nínive »

doctorkauffman escribió:Me lo he pasado muy bien con esa obsesión de Gabriel con la mesera :D
la frase final me descolocó. hubiera preferido que la mesera no hubiera visto nunca a Gabriel. en mi opinión, tiene más efecto así e incluso acentúa la inseguridad de Gabriel respecto a sus parejas. pero esa sonrisa sarcástica me lo echó abajo.
aún así, relato muy agradable de leer.
felicidades.
Cito a Doc porque es exactamente lo que he pensado al leer el final. Me hubiera gustado que la paranoia se quedara solo en la mente del protagonista, que solo fuera cosa suya.
Por lo demás, relato original y entretenido. Lo que no me ha gustado mucho es esa mezcla de tiempos verbales, empiezas en presente, continuas en pasado desde el punto de vista de Gabriel y luego en tercera persona para cerrar en presente.
De todos modos, me parece un buen trabajo. :60:
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albatross
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por albatross »

Aparte de compartir la opinión anterior, quiero añadir que soy consciente de la dificultad que entraña hacer un relato donde en principio hay tan poco de donde tirar: la obsesión de un señor por lo que pensará de él una camarera a la que ha visto un año atrás. No me negarás que es bien poco, como retrato psicológico queda algo simple. No pasa nada más y aun así has conseguido llegar hasta el final sin que se haga pesado. Sobre ese final, suscribo lo anteriormente dicho por otros. Esa sonrisa sarcástica de la camarera ¿realmente aporta algo o resta? Relato correcto y agradable que para mí se sitúa en el segmento medio de los leídos hasta ahora.
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ciro
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por ciro »

Estoy con los que piensan que hubiera quedado mucho mejor sin la última frase. De todas maneras entiendo mal todo el relato. No sé porque se pone tan paranoico el tio. Vale que ha llevado una mala copia de la anterior ¿y qué? Aquí en España lo hubieran visto como un ligón y listo. No creo que nadie se hubiera reído de él. Lo que sí que es un pecado es no comerse el lomo saltado. :mrgreen:
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Emisario
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Re: CP IX - Una mala elección

Mensaje por Emisario »

Buen relato, bien llevada la paranoia del protagonista, que crece en cada momento hasta sacarle disparado del restaurante. El final, lo habría dejado sin esa sonrisa.

Enhorabuena, :hola:

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