CH 1 Aquitania - Raoul (3º Jur) (2º Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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CH 1 Aquitania - Raoul (3º Jur) (2º Pop)

Mensaje por julia »

Todas las tardes, a horas semejantes, el pintor Santiago Rusiñol se vestía de punta en blanco, se perfumaba la barba, ajustaba su corbata al cuello, se mesaba el pelo encanecido y, con artística gravedad y una capa carmesí doblada sobre el antebrazo izquierdo, emergía desde las alquimias de su camarote a la cubierta superior del “Aquitania”. Allí ya le estaban aguardando dos camareros. Un amerindio, con una bandeja que contenía una botellita de cava y una copita de cristal, y un hindú esquelético que cargaba a sus espaldas una gran butaca de terciopelo rojo y respaldo alto. Empezaba así la procesión. El catalán, majestuoso en su porte, parecía un sacerdote de religión antigua en dirección al altar propiciatorio; Joselito haciendo el paseíllo en Granada. El amerindio y el hindú, detrás, parecían otras cosas bien distintas: un apache enfadado y un thug no muy contento.
Pero el desfile cumplía su recorrido, inexorable. Después de curiosas peripecias, el butacón quedaba instalado en la parte de proa, mirando a poniente. Sentado en ese trono, Rusiñol repartía su atención entre una copa espumosa y un reloj de bolsillo. El amerindio y el hindú, frente a él y a dos metros de distancia, desplegaban el carmesí al alimón y un poco también al desgaire. El pintor lanzaba de repente una señal. Y el modesto telón, libre de dedos indígenas, falto de los lazos que le unían a las Grandes Llanuras y al Punjab, se desmayaba y caía como una mariposa herida o, si no, atontada.
Un cataclismo de colores era desvelado. Amarillos líricos, añiles delirantes, rosas furiosos, naranjas trágicos… Todavía el disco solar levitaba sobre el horizonte, pero ya se notaba que comenzaba su mutis por el foro del mar. Todo el cielo se convertía en su dosel, su túmulo y su epitafio. Titilaban las primeras estrellas, la luna aparecía en segundo término y un hilo, tibio y elegíaco, se proyectaba en el agua hacia la roda de la nave. Rusiñol extendía la mano e imaginaba que recogía ese cordel de plata para anudarlo a su muñeca y que, con la rotación de su muñeca hecha manubrio, conseguía acelerar o retardar la desaparición del Sol, el movimiento sinfónico de las olas, la invasión del ocaso, la formación del decorado del siguiente acto de la obra. Enfervorizado, con los ojos húmedos, rompía a aplaudir.
─ ¡Bravo! ¡Bravo!
Se ponía en pie, empezaba a saltar, brindaba, corría hacia la barandilla haciendo mil y una zapatetas, gritando a pleno pulmón.
─ ¡Autor! ¡Autor! ¡Que surti l`autor! ¡Que surti l`autor!
Desde su posición, recostado muellemente en una hamaca, lord Puff contemplaba la escena con una mueca de desdén.
─ ¡Estos españoles! ¡Siempre figurando y dando la nota! ¡Son unos extravagantes!
Y tras decir esto y dar un nuevo bocado a su sándwich de alcachofas y plátano, volvió a enfrascarse en la lectura de cierto telegrama que había recibido semanas atrás.
“Penalidades terribles. Polvo. Calor. Alacranes. Mosquitos. Fieras. Enfermedades. Peligrosísimo venir. Ni pensarlo. El trabajo bien. Avanzo. Ayer casi descubro una tumba. Ni caso Carter. Cantamañanas Carter. Valle Reyes exprimidísimo. Tutankamon allí que risa. Filfa ese Carter. Oye, Reggie, necesito más dinero para proseguir las excavaciones, con 4.000 libras yo creo que me apaño hasta el otoño. En Egipto la vida está muy cara, tú no sabes. Me acabo de dar cuenta de que te tengo que mandar esto a cobro revertido porque me he dejado la cartera en el hotel. Por las serpientes, ya imaginas. Hay serpientes de tres metros por todas partes y atacan al hombre europeo, sobre todo si huelen dinero. Las sociedades de asesinos las adiestran así. Y hay 221 censadas. Sociedades, me refiero. Serpientes hay millones. Las serpientes tienen un olfato finísimo. De verdad, yo que tú hacía ese crucero por el hemisferio sur y me quedaba un año o dos allá. El Nuevo Mundo mucho mejor que el Viejo, dónde va a parar. Hay en Buenos Aires unas cocottes francesas espectaculares. Y los canguros en Australia son una cosa graciosísima. Aprovecha, no seas tonto. ¡Quien fuera libre como tú, pero la arqueología es una esposa muy tirana, muy esclavizante! Cuídate, que en Navidad en Londres estabas con muy mala cara. Tú esto no lo aguantas. Pierde cuidado, que ya te aviso cuando se produzcan novedades. Por cierto, ¿qué hay de verdad en eso de que Jenkinstown ganó el Grand National? Aquí es que no damos crédito. Yo aposté todo a Jerry M. ¿Y tú? Bueno, Reggie, adiós. No te olvides del dinero. 5.000 si no pueden ser 6.000. Gastamos mucho en palas. Estoy a punto del bombazo. Me lo dice la nariz. Un abrazo, primito. Besos a Cleo.”
Presa de un acrisolado y justo ataque de ira normanda, lord Puff estrujó en su puño el papel y soltó al viento del ocaso su lúgubre lamento. “¡Maldito Williams! ¡Diez años! ¡Diez años y el tío no ha sido capaz de descubrir ni una piedra! Que en este tiempo, con la fortuna que le dado y con la tierra que se supone ha removido, podría haber inaugurado el metro entre Alejandría y El Cairo. ¡Ah, canalla! ¡Ah, inútil! ¡Y encima cada vez que le veo está más gordo!”. Se incorporó y arrojó el telegrama por la borda en un ademán que hubiera quedado muy feo en un monje tibetano pero que en un caballero inglés de su abolengo y su cardigan hacía un efecto preciosísimo. “Se cree que me chupo el dedo ─prosiguió─, ¡pero se va a enterar! Ahora lo pillo por sorpresa y me justifica sobre el terreno y de pe a pa lo que ha estado haciendo, ¡ya lo creo que sí!”.
Recompuso el gesto y se dirigió pensativo hacia la cubierta inferior. Poco a poco en sus rasgos se fue dibujando la decepcíón. “No he estado bien, no he estado bien. No me ha salido el soliloquio. Debo practicar más. He arrancado correctamente, la referencia al metro ha sido brillante, reveladora de ingenio y de conocimiento geográfico. Pero luego, ¿qué expresión es esa de chuparse el dedo? Eso lo puede decir un tabernero de Bristol, ¡pero un lord cuyos ancestros se remontan a los tiempos de Guillermo el Conquistador! ¡Debí decir no me resigno a la estulticia que me adjudica, o algo así! ¿Y lo de de pe a pa? ¡Pero si eso es propio de la esposa de un carbonero! ¿De dónde he sacado yo eso de de pe a pa? ¡Qué vergüenza! Ahí ya me he venido abajo”. Lord Puff se detuvo dolorido y contempló con rabia a su esposa que, a lo lejos, entre un grupo de damas, presumía de un nuevo sombrero. “La culpa la tiene esta mujer, zafia y vulgar. ¡Lo de de pe a pa seguro que me lo ha contagiado ella! Ah, ¿para qué me casé? Si yo tenía pensado dedicarme a coleccionar sellos”.
Una nube de luces y de edificios altos empezaba a perfilarse por la amura de babor. El “Aquitania” se acercaba a puerto. Traía la noche consigo una vibración extática, tintineante, babilónica. Mónaco. Montecarlo. ¡El gran Casino! El cerebro de lord Puff se llenaba de imágenes de hormiguitas suicidas, de pequeños seres secretamente desesperados, de personajes propios de un cuento de Chejov.
─ ¡La vida es una ruleta sin números, un parchís sin fichas, un backgammon lleno de caries!– exclamó con una expresión que, de haberla visto Munch veinte años antes, hubiera cambiado la historia del arte.
Cerca de allí, el capitán Gualterio Guadalajara se afanaba en dirigir las operaciones de atraque.
─A ver, ustedes, los del gorro… ¡Cojan esas cosas blancas y llévenselas a la parte de la derecha del barco! Y cuando digo la parte de la derecha del barco, no nos confundamos, me estoy refiriendo a la derecha de ustedes ahora mismo como están puestos, o sea, a la derecha mirando hacia el culo de la nave, como si dijéramos. Es decir, la parte opuesta a esa donde la nave hace pico. ¡No se confundan, repito! ¡Y estén atentos por si asoma una isla griega!... ¡Ah, lord Puff, precisamente lo andaba buscando.
El capitán se le aproximó sin parar de hacer aspavientos. Era Nelson ordenando el tráfico en un zoco árabe.
─Una estupenda noticia. Una gran noticia, diría yo. Una noticia que acrecienta la excelencia del “Aquitania”, lord Puff. Ya no podrá quejarse de la falta de categoría del pasaje. En Mónaco embarca una pareja de la más rancia nobleza europea. ¡Los condes de Vioilo, ni más ni menos, que vienen en luna de miel! Españoles, sí, pero limpios, riquísimos y pacíficos. Ella, cantante célebre que ha renunciado a una meteórica carrera por amor. Él, castellano con antepasados que lucharon en las Cruzadas y, sin embargo, muy moderno, con su prurito científico y todo.
No pudo evitar lord Puff un mohín escéptico, mas como Guadalajara insistiera algo y su esposa mucho, dos horas más tarde se encontró asistiendo en primera fila a la llegada de los nuevos viajeros, preguntándose qué aspecto tendrían aquellos sorprendentes Vioilo, cuya historia, según afirmación de Guadalajara, dejaba a la de la dama de las camelias a la altura de la de un cardo borriquero. Pronto se despejaron sus dudas. Tras un interminable ejército de porteadores de maletas, baúles, arbustos, bicicletas y todo tipo de objetos singulares, apareció en lo alto de la pasarela una rubia jovencísima, delgada, pálida, enjoyada, rutilante, con unos ojos imperiales y unos tobillos que eran un llamamiento al delito, al pecado y al holocausto. Llevaba a su lado ─y no le iba muy a juego─ a un joven alto y desgarbado que sostenía entre sus brazos un gato gris y feo.
─Leopoldo, sujeta bien a “Rigoletto” que es la primera vez que sube a un barco y, si ya en coche se marea, seguro que aquí se marea mucho más. ¡Si a ese estúpido de doctor Freud le hubiese dado la gana de hipnotizarlo, como le dije!
─Lo intentó de veras, Angelina, lo intentó de veras. Doy fe. Pero “Rigo” se asustaba de su barba y se escondía por todo el hotel. Por eso el señor Freud se metió aquella noche en el armario de tu habitación, ya te lo he dicho. Iba buscándolo. De un hombre tan sabio no hay que pensar mal.
─ ¡De un hombre que no es capaz de afeitarse para complacer a una mujer sólo puede pensarse lo peor!
Con tiento, aparato y un carraspeo se adelantó Gualterio Guadalajara a ofrecer su bienvenida a los recién llegados. El conde Leopoldo le escuchó con cara estupefacta. La condesa, por su parte, no le hizo el menor caso; su excelsa mirada aleteaba de un lado a otro sin terminar de posarse en nada. Pero lord Puff todavía sintió unas garritas clavándose en su pecho cuando ese pájaro itinerante quiso por fin detenerse en él, en el momento en que el capitán hacía las presentaciones.
─Ah, así que es usted un lord… ¡Qué interesante! Me han hablado muy bien de los lores. ¿Cuántos castillos tiene usted, lord Puff?
─Pues…pues yo tengo uno, señora condesa.
─Ah, comprendo... Está claro que no puede fiarse una de todo lo que le dicen.
Mientras tanto, Leopoldo, con “Rigoletto” en ristre, conversaba con lady Puff.
─ ¡Oh, el cardenalito! No hay fringílido más rubororo, más tierno, más simpático, más bello. Es un arpegio de la primavera, una felicidad trinante, el mejor rubí de América. ¡Y nunca para quieto!
Con la suma de una mueca de hastío y una sonrisa boba, la pareja se despidió y fue en busca de sus camarotes, cada uno por su lado. “Menudo peligro de criatura”, pensó lord Puff con el punto de mira puesto en las bíblicas pantorrillas que se alejaban. Desconcertada, lady Puff se volvió a su marido.
─Reggie, ese chico es muy raro. No he entendido nada de lo que me ha dicho, pero es que parecía… ¡parecía que le hablaba a mi sombrero! ─poco a poco, la lechosa faz de lady Puff se fue encendiendo por efecto de un rojo indignado─ ¡Y además me ha tomado por una americana! ¡A mí! ¡Por una americana! Espero que hagas algo al respecto, Reggie.
Lord Puff suspiró. Su mente corrió a refugiarse en la filatelia, lo único que conseguía calmarle los nervios. Sabía que el Mediterráneo es grande, que la travesía aún era larga y que debía proveerse de oasis de paciencia si quería arribar con los ojos avisados y los oídos sanos al palacio de su sátrapa en Egipto. No se equivocaba. Esa misma noche aún hubo de engalanarse, dejar que su esposa se le colgara del brazo −iba lady Puff encopetadísima, con un diadema en la que flameaba una enorme pluma de avestruz, todo para dejar en su sitio a esa “bárbara española, que se cree tanto y sólo es una cantante de pacotilla”─ y acudir a la cena a la que había sido invitado por el capitán. Allí ya estaban los condes: Angelina propiamente venusina, con un escote en forma de uve adolescente que se rebelaba a ser una uve adulta y acabada; Leopoldo con el cuello girante como un periscopio y con aspecto de niño perdido que buscara a su nodriza. La mesa la completaban un millonario filipino que nunca hablaba por quedar más exótico, una familia húngara que antes de que se sirviera plato alguno ya estaba comiéndose las flores del centro y el pintor Santiago Rusiñol, que nada más llegar agarró una salsera y se la echó por encima de la camisa.
─Yo es que así ya me despreocupo de si me mancho o no me mancho –explicó.
Sentado al lado de Angelina, el capitán Gualterio Guadalajara le hablaba de las islas griegas mientras, con menos disimulo del preciso, buscaba el vértice remoto de la uve sin hallarlo. Era proverbial la preocupación de Guadalajara por las islas griegas: “Son incontables, sigilosas y peligrosísimas. Están por todo el Mediterráneo y surgen cuando menos te lo esperas. No te puedes confiar nunca”. Angelina le escuchaba con aire extrañado. ¿No sabía el capitán ubicar su posición en el mar? Y el capitán se reía de la inocencia de la niña. ¡Ah, ubicarse en el mar! ¡Pues no era nada eso! “El mar no es como la ciudad. En el mar no hay calles, el mar es un páramo urbanístico, en el mar todo es proceloso e inseguro”. Y al decir esto, su noble rostro limeño se contraía con infinita tristeza. Porque a él lo que de verdad le gustaba era el transporte terrestre; por el mar, con su fraseología inaprensible, con sus conceptos tan abstrusos, no sentía vocación. “Yo iba para conductor de tranvía pero me quedé en esto”, solía repetir a sus íntimos.
─Sin embargo, mover un barco así de grande exigirá muchos remeros –aventuró al azar Angelina.
─Pues no se lo puedo decir, francamente ─respondió Gualterio Guadalajara, sorprendido por la idea─Yo es que a los sótanos bajo poco, ¿sabe? Es muy fácil perderse allí. Hace una semana lo hice y encontré en un cuchitril a esta prototípica familia húngara que nos acompaña. Los siete aterradísimos, a oscuras, unos sobre otros, como si se escondieran. Tuve que echar muchas broncas. ¿Qué formas eran esas de alojar a los pasajeros? ¿Hasta dónde puede alcanzar la negligencia? En desagravio les he instalado en primera clase y les invito a cenar todas las noches. Ya van recuperando el color aunque es cierto que tragan como leones.
Frente a ambos, lord Puff captaba retazos de esta conversación y de otras más. Pensaba en sellos y sellos. Por el oído izquierdo, le retumbaba la voz del conde Leopoldo: “Yo afirmo que no esconde la cabeza, lady Puff, ¡no la esconde! ¡Se lo juro! ¡Solamente la baja un poquito! ¡Es intolerable motejar de cobarde a esta intachable estrutioniforme cuyo único delito, si acaso, es parecerse a un camello!”; por el derecho le danzaba la voz de Santiago Rusiñol: “Anímese, amigo Faigao, anímese. Al camarero lo mismo le da cargar una butaca que dos. La lluvia de estrellas que se anuncia promete ser algo inolvidable. No debe perdérsela”. Sellos y más sellos. Montañas de sellos. En ese estado de semiinconsciencia postal notó de pronto un picotazo en el corazón.
─Lord Puff, me informa el capitán de que va usted a Egipto a desvendar momias ─y la media sonrisa de Angelina era una ironía a lomos de un delfín─ ¿No le parece una actividad poco seria? ¿No le resultaría más productivo dedicar el tiempo a… no sé, hacerse otro castillo, por ejemplo? Le recuerdo que sólo tiene uno.
─Yo me limito a patrocinar excavaciones, señora. Usted y el señor conde supongo que irán a remontar el Nilo, como César y Cleopatra. Para eso están en plena luna de miel.
─Se equivoca ─y la curva de los labios de Angelina se transformó en una recta sobre la que podía patinarse─. Nosotros vamos a Egipto por negocios de mi marido. Exclusivamente.
─Sí ─intervino Leopoldo con una tosecilla─ Es que yo quiero cazar allí al ave fénix. La ilusión de mi vida.
─Disculpe, ¿ha dicho usted que quiere cazar… el ave fénix?
─Eso es. El ave fénix.
─Pero, ¿cómo el ave fénix? No se referirá al animal mitológico.
─Bueno, mitológico, mitológico… Hay mucho mito en eso de que es mitológico.
Lord Puff notó que empezaba a darle vueltas la cabeza.
─¿Y cómo… piensa… usted… cazar…el… ave… fénix?
─Con un reclamo y un cenicero ─contestó Leopoldo con mucha naturalidad.
─Con un reclamo… y un cenicero ─repitió lord Puff, sopesando cada palabra.
─Sí, señor, con un reclamo de perdiz y un cenicero que no esté roto ─quiso concretar Leopoldo─. Bueno, con un reclamo de perdiz, un cenicero que no esté roto y una pirámide. Aunque no hace falta que sea grande. La pirámide, digo. Lo importante es que esté muy oscura. Por dentro. Muy oscura por dentro. “San Jorge y toda la corte celestial me asistan… ¡Si no reacciono pronto voy a llegar turulato ante el mastuerzo de Williams! ¡Yo no abandono ya el camarote más que para lo imprescindible!”, se dijo lord Puff. Y, en efecto, esa noche se metió en la cama con un voluminoso tratado sobre la historia del servicio de correos en África, dispuesto a convertirse en el primer eremita de un trasatlántico. Así, no vino a inmutarse lo más mínimo cuando una mañana su esposa, profiriendo chillidos de gaviota, le anunció que habían robado todas las plumas de sus sombreros. Se limitó a remitirla al capitán. Y el capitán Guadalajara, sin apenas pensarlo, sentenció: “Esto más bien pertenece al área de competencias de Spengler”.
Spengler era el detective del barco. Recibió el encargo del caso con decepción. Él se consideraba un profesional ambicioso y sabía que el esclarecimiento de un hurto plumífero no le haría pasar precisamente a los anales de la detectivesca moderna. Así que le dijo a lady Puff que, como rezaba la canción, las plumas se las habría llevado el viento y que además la cosa no importaba mucho porque, total, ya hacía demasiado calor para ponerse sombrero. Lady Puff fue a quejarse al capitán de la desatención de que era objeto por parte de las fuerzas policiales de a bordo. El capitán, muy atareado entonces en vigilar la irrupción de alguna isla griega ─hecho que presumía inminente─, ordenó a Spengler abrir otras líneas de investigación. Spengler obedeció de mala gana. Le preguntó a lady Puff si sospechaba de alguien. La dama no dudó un instante: el conde español. El conde español la miraba mucho desde el primer momento, sobre todo la cúspide de la cabeza, y siempre con expresión libidinosa; ¡ahora comprendía que lo que miraba y codiciaba eran las plumas de sus sombreros! Spengler no ocultó una sonrisa indulgente. ¿El conde español? Eso era imposible. Milady pensaba eso porque milady desconocía la ciencia criminalística, pero él tenía una carrera y había estudiado con mucha atención a Lombroso. El conde Leopoldo no podía ser jamás un delincuente, no había más que verle los arcos superciliares. Lady Puff insistió: Spengler debía practicar un registro. El detective se negó en redondo. Lo que pretendía la señora, aseguró, era un despropósito y una ridiculez. Tras larga discusión, terminó mandando a la inglesa a bailar con los osos de Groelandia. Indignada, lady Puff volvió a requerir la intervención de la máxima autoridad del barco. La máxima autoridad del barco, muy nerviosa en ese momento porque creía haber visto a la isla de Mikonos escondiéndose detrás de una ballena, advirtió a Spengler que, como la aristocracia británica le presentara una sola queja más, lo único que iba a poder investigar a partir de entonces sería el aparato digestivo de las ranas. El detective se mordió la lengua y se hizo daño. Refunfuñando, de muy mal talante y acompañado de lady Puff llamó a la puerta de Leopoldo, quien abrió con cara interrogativa.
─Buenos días. Queríamos que nos mostrara su habitación, si no hay demasiado inconveniente.
─No faltaba más. Con mucho gusto.
Y Leopoldo les enseñó su camarote. Aquello parecía una visita guiada por los Museos Vaticanos.
─Muchas gracias ─dijo Spengler al acabar─ Ha sido usted muy amable. Debo felicitarle. Lo tiene todo estupendamente ordenado. Da gusto. Se nota que posee una mente racional y metódica, como la mía.
─ ¿Pero qué broma es ésta? ─clamó lady Puff─ ¡Si no ha mirado en armarios ni cajones ni nada!
─ No es necesario, señora. Yo ya veo cómo son las cosas. ¡Es la experiencia de muchos años!
─ ¡Es intolerable! ¡Se inhibe! ¡Estamos en la guarida de un desplumador, de un sombrericida y se inhibe!
─ ¡Señora, si usted viera la estructura craneoencefálica de este hombre con los ojos de mi conocimiento se avergonzaría de sus palabras!
─ Al menos mire debajo del colchón de la cama. ¡Es un escondite propicio!
─ ¡Debajo del colchón! ─rió Spengler─ ¡Qué tontería! ¡Me parece que lee usted muchas novelas!
Pero resuelto a no dejar pasar la ocasión de humillar a aquella histérica, el detective se apresuró a levantar el mencionado colchón con el entusiasmo y la eficacia de un halterófilo noruego. Lady Puff emitió un grito de victoria. Spengler ahogó una maldición. Leopoldo se ruborizó hasta las raíces. Cuarenta y siete plumas de variado surtido habían quedado a la vista.
─ ¡Bueno, no saquemos conclusiones precipitadas! ─advirtió Spengler, tras unos segundos de silencio, resistiéndose a la derrota mientras su cerebro trabajaba a máxima velocidad─ ¡Hay una explicación lógica para esto! Este hallazgo constituye a todas luces parte del disfraz que el señor conde piensa llevar en el baile de máscaras que se celebra esta noche. Sin duda planea ir vestido de salvaje norteamericano. Y ha colocado aquí las plumas de su penacho de salvaje norteamericano para que queden convenientemente lucidas, desarrugadas y enhiestas. Confiese sin miedo, señor conde. ¿A que estoy en lo cierto?
─ Sí, señor, lo con… confieso ─tartamudeó Leopoldo─ Voy a ir disfrazado de… de…
─ ¿Nube Roja? ¿Caballo Loco? ¿Jerónimo, tal vez?
─ Eso. Jerónimo.
Y así fue como se propagó un incendio en los ojos de Angelina cuando, ataviada ella con un precioso vestido de dama francesa del siglo XVIII, vio venir a un atribulado Leopoldo en taparrabos, con la cara pintada de cualquier manera y un montón de plumas sobre la cabeza combinadas sin ningún sentido estético.
─ ¿Pero qué haces así? ¿Dónde está el traje de sir Percy Blakeney que te compré en Mónaco?
─ Es que…
─ ¡Me pones en ridículo! ¿Cómo vamos a presentarnos de esta manera? ¡Fuera de mi vista!
Furiosa como una euménide, Angelina abandonó el salón y salió a cubierta. Una noche serena y limpia la recibió. Sobre el temblor de los hermosos labios de la joven, sus lágrimas de rabia se perdían en la brisa. Al cabo de un minuto, intuyó una sombra cerca de ella.
─Lord Puff… ─murmuró. En efecto, era lord Puff en forma de Simeón el Estilita.
─Disculpe, señora condesa. Me pareció oírla llorar.
─ ¿Llorar? ¿Y cómo no he de llorar? ¡Claro que lloraba! El corazón de una huérfana debe llorar siempre. Debe buscar la soledad y proclamar en ella toda la verdad de su desdicha aunque sólo la escuche el viento.
─ ¡Ah! ─exclamó lord Puff con acento sorprendido. Se puso al lado de Angelina y la contempló con interés─ ¿He de entender que es usted aficionada a los soliloquios?
─ Usted conoce a mi marido. ¿Le parece que con un marido como el mío puedo hacer otra cosa que no sean soliloquios? ─Angelina secó sus mejillas y observó de reojo a lord Puff. “Está apuesto con esa melena”, pensó─ ¿Me permite que le haga una pregunta? Llevo cuatro días aquí y he comprobado que es usted el único hombre de este barco que no me mira. Hay quienes me miran descaradamente, quienes me miran con disimulo, quienes me miran donde deben, quienes me miran donde no deben, quienes me miran cuando creen que no me doy cuenta, quienes me miran para que me dé cuenta, quienes me buscan para mirarme, quienes me miran para buscarme... Pero todos me miran. Únicamente usted no. Usted, con la única excepción de este momento, rehuye mirarme. ¿Por qué?
─ Con todos mis respetos y espero que no se ofenda... Yo es que a usted la tengo muy vista.
Angelina rió abiertamente. Su blanca dentadura sintonizaba con los tirabuzones de su peluca.
─ ¿Tan amargado está? Bien, probemos una cosa. Voy a mirarle yo a usted ahora, lord Puff. Le voy a mirar por primera vez. Voy a mirarle de verdad. Usted sólo gire la cabeza y deje hacer a mis ojos. Procure no pensar mientras suceda. Únicamente concéntrese en las imágenes.
El Universo contuvo el pulso. Empezaron a llover ─Que meravella, amic Feigao. ¡Aixó no li veurá a Manila! ─, sí, empezaron a llover estrellas. La orquesta del “Aquitania” atacó un vals. Una isla griega asomó a estribor. Algo muy lejano sobrevoló el cielo de Alejandría.
La columna apenas hizo ruido al caer al mar.
─Sí, a pesar de todo la vida es bella, lord Puff ─los ojos de Angelina brillaban en la oscuridad─. Como voy a demostrarle a continuación.

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Sinkim
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Sinkim »

Una muy buena historia con toques de humor y momentos muy simpáticos, me ha gustado bastante :D Además la ambientación en el barco me ha gustado y me parece un acierto :lol:

Se me hizo raro oir hablar al protagonista sobre el metro porque me había hecho a la idea de que la historia sucedía en una época bastante anterior pero cuando nombras a Freud pude comprobar que para esa fecha ya existía el metro en varios paises :lol:
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Verditia
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Verditia »

El inicio de esta historia me ha parecido muy liosa, el salto de Rusiñol viendo la puesta de sol al punto de vista de Lord Puff me ha perdido... pero ha sido más porque estaba descentrada que porque no estuviese bien escrito. Mea culpa.

Sonrisas varias me ha sacado, la verdad, era como imaginar algo parecido a Benny Hill.

Lo que más me ha gustado: Humor delirante, rebuscado, aunque bien encontrado. El personaje de Santiago Rusiñol, un puntazo.

El "pero": Quizá demasiado largo para mi gusto, demasiadas acciones, muchas escenas.

¡Suerte!
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Nínive
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Nínive »

¿Telegrama? ¿Qué telegrama? Si lo que nos cuentas a continuación es un folletín, autor... :lol:
Una narración muy trabajada. Aquí hay tablas.... tablas que se quedan sin espacio. Porque eso es lo que le falta a esta historia, algo más de pausa, pequeñas enredaderas que hilen unas situaciones con otras.
Y a mí... la verdad, el personaje de Rusiñol me sobra en esta historia. Se alarga demasiado en el principio sin entrar en la materia que luego nos cuentas. En otro tipo de formato, me parecería genial. Una presentación de personajes rocambolescos, pero es un relato corto y con ese personaje desaprovechas poner un poco más de orden en el resto de escenas. Me parece autor, que no es la primera vez que te pasa esto de crear una historia más grande que tienes que meter con calzador en seis páginas.
El guiño a Leopoldo y Angelina, muy bueno.
Y poco más. ¿Me ha gustado? Sí y no. Me hubiera gustado leerlo en quince páginas y seguro que hubiera disfrutado más.
:60: :60:
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Berlín »

Bajo mi punto de vista, humildísimo, creo que este relato y el de Ensayo sobre las ovejas son los mejores del concurso.
Ojo, que me quedan algunos por leer, pero de momento esto es lo que opino.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Larús
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Larús »

Al principio me ha costado situarme, pero me ha durado seis líneas. Los personajes bien elaborados, y el texto muy trabajado, aunque en algunos momentos los párrafos se hacen largos y pasan, para mi gusto, muchas cosas en muy pocas frases. Me han encantado los toques de humor. Gracias y felicidades :60:
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Gavalia
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Gavalia »

Lo dicho, Gavalia no debería comentar ningún relato. No me ha gustado nada de nada tu trabajo. Reconozco el esfuerzo por hacerlo bien, y nada que decir al respecto de tu redacción que me parece cojonuda. Lo que me fastidia es que no alcanzo a ver lo que parece tan evidente para otros. Pero que sé yo de criticar a nadie si no soy objetivo tan siquiera conmigo mismo. Como envidio la capacidad de algunos para ver detrás de un texto lo que otros no vemos ni con lentes de aumento, al menos yo.

Ánimo porque el que no lo hace bien soy yo, que no tú.
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Tolomew Dewhust
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Ay, Nínive, que Gava se me ha puesto celoso... y lo peor es que no sé si es porque yo te adule y él lo pretende sin conseguirlo, o porque no le adulo a él. En fin.

Mira, el relato este tuyo que pretendes enviar al concurso no me convence en absoluto. Seguro que en tu cabeza tienes claro el esquema y el guión, pero te juro que tras leerlo (una sola vez) yo soy incapaz de decirte qué me has querido contar.

Y te confieso que al principio me entusiasmé imaginando otros derroteros, cuando arrancas con Carter y los no descubrimientos en Egipto, y me dije, ojo que esto promete. Después se me evaporó el relato como el sándwich ese de alcachofas y plátano.

Intuyo una sucesión de situaciones variopintas con personajes estrafalarios pero que para nada han quedado en mi hipotálamo. No diré nada de la extensión...

Lo siento, hija, que no me ha llegado a la patata.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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jilguero
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por jilguero »

Berlín escribió:Bajo mi punto de vista, humildísimo, creo que este relato y el de Ensayo sobre las ovejas son los mejores del concurso.
A falta de la relectura, uno mi modesto punto de vista al tuyo, en ambos casos, si bien en este muy especialmente.
¡Madre mía, qué prosa! Y encima hay un montón de situaciones que me han parecido divertidísimas.
Vamos, que acabo de hacer una travesía la mar de entretenida. :alegria:
Imagino que es de mi liebre favorita: esa que nunca lograré alcanzar.
Y si no fuera el caso, entonces ya son dos las liebres inalcanzables. :60:
Como diría la tunicada, aovillada a tus pies me tienes. :marie_bow: :marie_bow:
Y por aquello de que no se te suba a la cabeza, la escena final es un pelín más floja. Hubiera preferido que cortaras con la isla griega asomando a estribor y algo muy lejano sobrevolando Alejandría.
¡Qué gustazo es leerte! :60:
Última edición por jilguero el 21 Oct 2014 12:32, editado 1 vez en total.


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Wintermute
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Wintermute »

Me han gustado las puyas a catalanes e ingleses- siendo lo primero y amante de lo segundo me han parecido acertadas y graciosas. También hay unos cuantos momentos graciosos.

PERO. ¡Qué inacabable relato! Me ha parecido que ni la historia tuviese propósito para que ligase tantas palabras de inicio a fin, ni los momentos graciosos me han parecido tan bien dispuestos como para justificar el infinito torrente de prosa. A parte, si bien uno podría justificar la elaborada expresión de los personajes, la densa narración se suma a lo primero para aplastar al más pintado- cuestión de gustos pero en general no me sienta bien tal densidad de frases repletas de palabras. Me acabé Moby Dick en VO por puro orgullo, porque se trata de un referente universal... y este porque no me parece justo votar sin léermelos todos.

Por suerte para gustos colores y a otros les ha encantado- espero que recompensen las virtudes que indudablemente tiene tu relato, pero que no se llevan bien con mis gustos.
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Shigella
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Shigella »

Wintermute escribió:Me han gustado las puyas a catalanes e ingleses- siendo lo primero y amante de lo segundo me han parecido acertadas y graciosas.
¿¿¿Cómo??? Que no me entere yo... :colleja:
1, 2... 1, 2... probando...
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Wintermute
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Wintermute »

GLUPS
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Sinkim
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Sinkim »

:meparto: :meparto: Espero que tengas un sofá cómodo, Winter :meparto: :meparto:
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:101:
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prófugo
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por prófugo »

:oops: :oops: :oops: :oops: :oops:

Pues va a ser que soy yo :cry:

Sinceramente creo que no estoy muy centrado que digamos por que no he entendido nada...en especial, en los primeros compases de esta obra.

El autor escribe yo diria que excesivamente bien. Como dije en comentarios de concursos anteriores...esto es caviar del bueno..y quizás yo estoy acostumbrado solo a comer cocido gallego...y si hay fiesta..hasta un arroz a la marinera...pero lo que es caviar no lo se apreciar...cosas de la ignorancia y del estilo más de pueblo 8)

Envidio sanamente al autor de este relato..ya que aunque no supe apreciarlo como es debido...ya quisiera yo escribir la cuarta parte de bien y tener la décima parte de tablas y conocimientos que éste posee.

Lo siento...de verdad espero que sepas perdonar a este aprendiz de obrero :oops:
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Shigella
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Re: CH 1 Aquitania

Mensaje por Shigella »

La historia de este no me ha matado. En general se me ha hecho un poco larga y el aparente cambio de protagonista al principio me ha descolocado. ¿Para qué empezar hablando del pintor si no tiene ningún peso en la historia y luego cambiar de personaje de golpe? Mi primera impresión después de los primeros párrafos fue que era un barco en el que se llevaban a locos millonarios de vacaciones, algo así como un manicomio de lujo con salidas en yate en vez de en bus.

La parte buena: es de los que me han parecido mejor escritos. La manera de utilizar el lenguaje es muy ingeniosa y me ha hecho sonreír más de una vez. El diálogo de la señora con el detective me ha parecido el punto fuerte del relato. El escritor me parece muy bueno, pero para mí flojea la historia.
1, 2... 1, 2... probando...
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