CN3 - Justicia - Gavalia

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Ratpenat
Murciélago
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CN3 - Justicia - Gavalia

Mensaje por Ratpenat »

Justicia

—Ana levanta, que pronto cantará el gallo y tu padre está a punto de regresar del campo. ¡Vamos, chiquilla, que no te encuentre en la cama cuando llegue! —Josefa apresuró a su pequeña para que despertara sin demora.
—Pero mama... solo un poco más... —ruega Anita medio dormida.
—Niña no tienes remedio ¿No recuerdas qué pasó la última vez que te pilló entre las sábanas? No hagas sufrir a tu madre y levántate que es tarde. Te lo ruego.

Ana se incorporó de súbito cuando su madre le recordó aquello que tanto miedo le daba: la violencia de su padre, una extraña persona que debió extraviar el corazón en algún momento de su vida. El padre de Anita se llamaba Manuel y estaba dispuesto a medrar en la sociedad a costa de lo que fuese necesario. Había perdido un brazo en la guerra, y quizá esa extremidad mermada desde el codo le habría servido más de ayuda que de pena si las cosas hubieran sido de otra forma, pero no fue así, pues el desgraciado disparo que dio lugar a la amputación procedía del bando que más tarde vencería en la contienda dejándole como herencia el sobrenombre de «el Manco» y la amargura por compañera.

Aquel hecho endureció el carácter de Manuel agriándole el ánimo hasta el punto de convertirse en una persona fría, lejana y dura como el acero. Los perdedores eran eso, perdedores, y como tales eran tratados; no había más vuelta de hoja. Si las cosas estaban mal para todos, aun estaban peor para «el Manco», y, por ende, para aquellos que dependían de él.

Un buen día, Manuel oyó decir por casualidad a Don Juan Carrasco, notario de la pequeña villa donde nos encontramos, que se hablaba de hambruna en la capital dada la falta de reservas de alimentos básicos, como el trigo, el arroz, la cebada, y que estos productos estaban siendo objeto de especulación en los mercados para desgracia de la población. No pocos harían fortuna con el desastre que se avecinaba.

—El precio del grano se está disparando y no tiene visos de frenarse de momento. –—comentó don Juan Carrasco mientras disfrutaba de un chato de vino en una tasca de la plaza junto a su secretario.

Esta noticia alertó a «el Manco» y pensó que había llegado el momento de poner en marcha su plan, la ocasión la pintaban calva, y no la desaprovecharía. Sabía de una partida de grano abandonada en el almacén comunal de un pequeño pueblo arrasado por las bombas. Nadie sobrevivió en aquel ataque de la aviación excepto «el Manco». Allí fue donde perdió su brazo, y paradójicamente, también fue allí donde encontró cierta esperanza de ver mejorar sus condiciones de vida.

Guardó celosamente su secreto y comenzó a fraguar su plan. Lo primero que debía obtener era el apoyo de algunas de las personas más influyentes de la villa, pues sabía que sin ayuda, nunca podría dar salida a semejante cantidad de grano de forma legal. No estaba dispuesto a compartir con nadie los beneficios, excepto claro está con quien colaborara con él en el negocio. Nada le importaba el hambre que pudieran pasar sus convecinos en tiempos tan duros como los que acontecían en aquella navidad. Al manco le habían quitado todo y el no iba a regalar nada a nadie.

Comenzó a acudir de forma regular a los servicios religiosos de la parroquia, eso le daría la oportunidad de acercarse a los poderosos, pues los prohombres del pueblo eran los más fervientes cristianos del régimen. No tardaría mucho en hacerse con el favor de algunos de los más relevantes representantes del poder establecido, entre ellos, se encontraba el padre Florián, que tras comprobar domingo tras domingo el buen comportamiento de Manuel, nunca dudó en ser su valedor cuando así hizo falta.

Juan Carrasco abrió la puerta de su despacho con la intención de salir a estirar las piernas un rato y, de paso, escuchar en el casino de la plaza las nuevas que pudieran haber llegado desde la capital. El hambre acechaba a las puertas de cada hogar, y si no se ponía remedio, más pronto que tarde tanto ricos como pobres, irían cayendo como moscas. Solo un milagro podría salvarlos.

La mañana era fría, pues el mes de diciembre, vestido de blanco, había entrado con fuerza cubriendo con un manto de nieve toda la comarca. La Navidad estaba cerca.

—Dios proveerá, alcalde —argumentó don Florián—. El asunto del hambre no es nada nuevo en estos lares, y siempre hemos salido adelante con la ayuda del altísimo. Sin embargo, me temo que este frío hará todavía más difícil superar el invierno a los más desfavorecidos.
—La fe alimenta el espíritu pero no la panza páter –respondió el alcalde muy circunspecto— y aunque es cierto que siempre hemos sabido salir adelante, me temo, señores, que ni aun reuniendo todo el grano que pueda quedar en la zona con el fin de distribuirlo entre nuestros paisanos de una forma racional será suficiente para que podamos resistir toda la estación sin demasiadas pérdidas humanas, sobre todo de niños, enfermos y ancianos.
—Será una dura y triste navidad la que nos espera este año. —comentó ensimismado don Eduardo, secretario del ayuntamiento.

Todos meditaron sobre esas pocas palabras por un momento cuando «el Manco» entró por la puerta del casino con aire taciturno.

—¡Lo que nos faltaba! -espetó el alcalde con displicencia mientras observaba al recién llegado.
—No sea tan duro Alcalde. —rogo el párroco en voz baja.
—¿Duro yo páter? Realista don Florián, realista, nada bueno se puede esperar de alguien que luchó en contra de nuestro caudillo.
—Pero, alcalde… «el Manco» no entiende de política. Las circunstancias urdieron su desgracia. Sabe usted de sobra que la guerra le pilló en zona roja cuando fue a visitar a su hermano, nunca combatió, y aun así la guerra se le llevó un brazo. No ha dejado de dar muestras de ser una persona tan cabal como honesta desde que lo liberaron a pesar de las dificultades por las que atraviesan él y los suyos.
—Disculpen, señores, no es mi intención alterar su ánimo. Solo quiero tomar un chato tranquilo y, de paso, charlar una miaja con usted, señor Carrasco, si no tiene inconveniente. —«el Manco» era una persona pragmática que siempre iban al grano.

El notario se puso tenso por un momento ante la mirada de reprobación a la que fue sometido por el resto de prohombres allí reunidos. Por todos excepto por el cura, cosa que «el Manco» agradeció.

Por fin, Ana se levantó y, mientras desayunaba unas aceitunas y un trozo de pan rancio, Josefa, su madre, la apremiaba para que saliera cuanto antes en dirección al río con un gran cesto de ropa para lavar. La mañana de domingo era muy fría y Ana se rebullía dentro de su ajado abrigo camino del río. Jilgueros, gorriones y verderones la saludaron con su canto de bienvenida. Las nubes se abrieron para dar paso a unos tímidos rayos de sol que Anita agradeció con entusiasmo; le parece lo más similar a una caricia, algo vetado entre su gente. La jovencita se alegró al ver a una pareja de nutrias que jugaban distraídas en el agua persiguiendo a una enorme rana.

Ese día parecía más contenta, aunque también algo preocupada, su madre le había dicho que para estas próximas fiestas le confeccionaría un precioso vestido que podría lucir en el baile de Nochevieja. Sabía que sus amigas, —o, mejor dicho, las amigas que su padre quería que tuviese, todas ellas pertenecientes a buenas familias con gran influencia en la villa— vestirían sus mejores galas para la ocasión. No obstante, también sabía que la arpillera nunca había sido tejido de alta costura por mucho que su madre lo quisiera. Menos aun para rivalizar en vestuario con las hijas preferidas de la villa.

—Pero, ¿cómo pretende que alterne con lo más granado del pueblo si no tengo tiempo más que para obligaciones? —pensaba Anita mientras golpeaba con fuerza una sábana contra una gran piedra plana del río haciendo hervir su rabia con cada golpe que daba. Todas las adolescentes del pueblo se estarían acicalando en ese preciso momento con el fin de lucir guapas en la misa de la mañana, para más tarde volver a pavonearse en la plaza, y ella aun tenía que terminar la colada, tenderla y ayudar en la granja.

Su padre no entendía de tales asuntos, ni quería, ni le daba la gana. Sus órdenes debían cumplirse a rajatabla y Anita lloraba ríos de lágrimas por la impotencia que sentía.

Después de tender la ropa al sol sobre unas grandes piedras a orillas del río, retornó a casa sin tardanza para ocuparse en las labores domésticas antes de cumplir con la orden de su padre. Primero atendería a los animales, y después, le tocaría al huerto, tareas que solían ocuparle la mayor parte de su tiempo.

Anita abrió la puerta de su casa, esperando encontrarse con su madre pendiente de su llegada. Lo primero que percibió al entrar fue la presencia de su padre en la cocina.

—Buenos días, padre…, ¿qui… qui… quiere… quiere que le prepare algo de comer? Traigo la leche recién ordeñada, tal y como a usted le gusta. —Ana temblaba de arriba abajo a la vez que tartamudeaba por el miedo que la atenazaba.
—Déjate de monsergas Anita, y aclárame por qué no estás en la plaza tal y como te dije. Sabes que es muy importante que te relaciones con quien te he indicado estos días, pero veo que no obedeces… —espetó «el Manco» con la amenaza latente en su mirada.
—Pero padre, tuve que ir al río de buena mañana y acabo de regresar, además de… —su exposición se vio detenida con brusquedad cuando sintió una tremenda bofetada que la lanzó contra la mesa de la cocina.
—Eso son cuentos Anita, haz lo que te digo, solo tienes que obedecerme pequeña, ¿Es eso tan difícil de entender? —la naturalidad con la que «el Manco» mantenía la sonrisa dibujada en su rostro cuando hablaba después de aplicar un castigo era lo que más asustaba a la joven Anita, que no entendía nada. ¿Dónde estaba el padre que conoció antaño? ¿Por qué la trataba así?
—¿Me estás escuchando? Tengo la sensación de que no te aplicas lo suficiente niña.
—No Padre, se lo ruego, yo solo… —Anita duda por un momento, lo suficiente para que la bota de su padre la golpease en la espalda haciéndola caer de bruces sobre las ascuas del brasero. Con el rostro marcado por las quemaduras, se levantó apoyándose en el extremo de la mesa, y asintió sumisa con un grito confinado en su garganta.

«El manco» abandonó la casa con una última advertencia en sus labios….

—Recuerda que te quiero ver en la plaza con esas niñatas. No dejes de ayudar a tu madre y de ocuparte de todas las labores que te tocan. No se te ocurra faltar a tus obligaciones, Anita, y más te vale que cumplas con lo que te digo, muchacha.

Anita se puso en marcha decidida a evitar más golpes y, cuando consideró que estaba preparada, cogió su viejo manto y se dirigió al pueblo, donde debía cumplir con lo que su padre le había ordenado. Su madre, sabedora de que «el Manco» nunca amenazaba en balde, animó a su hija para que fuera sin tardanza. Ella se encargaría de todas las faenas pendientes con tal de que hubiera paz en la casa. Dirigió sus pasos hacia la villa. El suelo estaba embarrado, y sus viejos zapatos chapoteaban entre los charcos. Los bajos de su vestido acabarían embarrados, tanto como lo estaba su espíritu, pensaba para si misma mientras caminaba por la vereda dirección al pueblo.

—¿Qué será esa música que se escucha de fondo? –se preguntó al identificar las notas emitidas por una guitarra en la lejanía.

A lo lejos, un grupo de muchachos —vestidos todos ellos de negro y adornados con cintas de colores— parecían ser los causantes de la tonada. Anita se acercó poco a poco y, cuando llegó a la altura de los jóvenes, confirmó sus sospechas. Se trataba de la tuna universitaria, que solía actuar para los vecinos del pueblo durante los festejos navideños.

Uno de los muchachos se aproximó a ella y, solícito, le pidió ayuda para sujetar una de sus coloridas cintas, que, al parecer, se había soltado de su capa. Era alto y más bien delgado a criterio de Anita. Tenía una mirada que enamoraba, y el tono de su voz le pareció propio de los mismos ángeles.

Ana se ofreció gustosa a repararle el atuendo, pero debería volver a casa para poder hacerlo, pues los apaños para tal tarea estaban en su costurero. Le dijo al muchacho que la esperara en la plaza, pues no tardaría demasiado en deshacer el camino y volver a tiempo. Sabría cómo evitar a su padre a pesar del miedo.

Don Juan mientras tanto hacía un aparte con «el Manco» en el casino ante la reprobadora mirada de los presentes.

—Y bien Manuel, ¿qué es eso que querías contarme?
—Pues usted verá Don Juan, resulta que el otro día le oí comentar el asunto de la falta de reservas de grano y lo difícil que será sobrevivir a este invierno.
—Si Manuel la verdad es que si no se produce un milagro, vamos a pasarlas canutas todos, pues el hambre no entiende de clases como bien sabes.

Manuel le expuso con detalle el asunto al notario, sin facilitar —claro está— los datos para localizar la partida de grano; ese era su seguro de momento, solo lo sabían él y su hija Anita, a la que tuvo que hacer partícipe de su secreto por si a él le pasara algo. ¿Quién podría sospechar de una niña?.

El notario quedó impresionado con la información, y pactó con Manuel un acuerdo basado en un apretón de manos como todos los tratos que se hacían en el pueblo desde tiempos inmemoriales. Don Juan tenía los contactos necesarios para dar salida al negocio, y Manuel sabía que desde ese momento el notario le tendría en sus manos.

Anita apareció en la plaza portando su costurero con la intención de arreglar la cinta del universitario. El guapo mozo se encontraba rodeado por las muchachas más emperifolladas de la villa. Todas quieren ser de ayuda y todas pretenden llamar la atención del jovencito. Las engreídas mocitas le indican al chico que Anita era una zarrapastrosa que no tenía donde caerse muerta, y que no debería alternar con ella, y menos aun, convertirla en su costurera.

Anita se acercó con su mejor sonrisa hacia el grupo de jóvenes reunidos en la plaza. Anita supone que el muchacho la está esperando, y su corazón empieza a acelerarse sin remedio ni control. Pero cuando Anita reclama la atención del mozo, el grupo al completo se da la vuelta y dirige sus pasos hacia la iglesia entre murmullos y risas. Ana se queda congelada en mitad de la plaza, las lágrimas acudieron a su rostro mientras observaba desesperada como se alejaban sin repara un solo instante en su presencia.

Don Juan, mientras tanto, había visitado al alcalde para ponerle al corriente de las intenciones de «el Manco». El alcalde, que no apreciaba en absoluto a Manuel, ordenó a la Guardia Civil que lo detuvieran y diese cuenta del paradero del grano. Anita, que permanecía en la plaza, fue testigo del movimiento de la pareja de guardias a las órdenes del alcalde y escuchó claramente que iban a detener a su padre. Salió corriendo como alma que llevara el diablo para avisar a su madre de lo que se avecinaba. Cuando llegó a casa, manchada de barro de los pies a la cabeza, encontró a Josefa desmayada en el suelo. Su padre también estaba presente, y Anita reparó en el cayado que este llevaba en las manos. Un charco escarlata iba creciendo poco a poco tras la cabeza de su madre, que permanecía postrada en el suelo.

—¿Qué haces aquí muchacha? ¿No te dije que fueras al pueblo esta mañana? Solo entendéis a base de palos. ¡Entra y cierra la puerta condenada!

Anita temblaba como un cachorrito muerto de frío. Reparó de nuevo en su madre y miró a su padre. Sin dudarlo, se dio media vuelta y salió corriendo y gritando hasta desaparecer en la espesura del bosque cercano.

La Guardia Civil se presentó en casa de Anita y detuvo a Manuel. En un principio, cumpliendo las órdenes del alcalde tras la charla que mantuvo con don Juan; en segundo lugar, por la paliza que propinó a su esposa y que provocó la muerte de esta. Josefa sufría de continuos maltratos por parte de Manuel. Anita era testigo de lo malvado que podía llegar a ser. Era justo que pagara por ello de una vez por todas.

Era veinticinco de diciembre y Anita había pedido visitar a su padre, que se encontraba detenido en el cuartelillo de la benemérita en espera de su traslado a la capital para ser juzgado. Por lo visto aun era posible que saliera con vida de esta, si facilitaba la información que le pedían las autoridades, pero Anita, no estaba dispuesta a permitirlo. Ella haría justicia, se lo había jurado a sí misma y a la memoria de su madre. Antes de ir a ver a su padre, había estado buscando en el bosque unos cuantos ingredientes, incluyendo un poco de belladona. Había ordeñado a las vacas y preparado un rico almuerzo para su padre como a él le gustaba: con leche recién ordeñada y sin hervir.

El recibimiento de Manuel fue el habitual: frío y lejano, sin una sola muestra de cariño o estima hacia su pequeña.

—¿Por qué padre? Ella siempre fue buena. Nunca le faltó en nada. Ha pasado su vida trabajando para sacar adelante esta familia y es la única persona que me ha querido un poco, ¿Por qué padre, por qué?
—Déjate de gaitas y abre esa bolsa que tengo hambre niña. No tengo ganas ni quiero darte explicaciones. Soy tu padre y con eso debe bastarte ¿Cuántas veces habré de decírtelo?
—Si padre tiene usted razón, como siempre…. Beba padre beba, después se sentirá mucho mejor.

Ana salió de la celda dejando a Manuel devorando el rico almuerzo de navidad que le ha preparado.

—Muy bueno Anita y no dejes de venir pues necesitaré que hagas un par de cosas por mí y pronto. Por cierto niña, si te pregunta alguien por nuestro secreto, ni una palabra a nadie, ¿entiendes? Si quieren trigo que lo paguen, o de lo contrario que se pudra. ¿Has oído niña?. Pues eso, si no quieres que…
—Si claro padre, ¿Si no quiero qué, padre? ¿Acaso atravesará esos barrotes y me dará una paliza como hizo con madre? No se preocupe por el grano que estamos en navidad, y el padre Florián dice, que si tienes fe, los milagros existen…y yo le he prometido uno. ¡Un gran milagro de navidad para todo el pueblo!

Una extraña mueca que parece simular una sonrisa enmarcaba el rostro de Anita cuando miró por última vez a su padre antes de marcharse. Mientras tanto, «el Manco» la observa con cara sorprendida. Reparó en la siniestra sonrisa de Anita, y supuso que debía ser herencia, ¿Y a qué vendrá eso de los milagros? —se pregunta curioso a sí mismo— Esto está muy bueno, jodía mojigata…


FIN
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Shigella
Bacteria
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Shigella »

¡Ay, qué dramático! Yo estaba pensando en otro final: Anita sabe dónde está el grano. Podría cambiarlo de sitio (con superfuerza o muuucha paciencia) y cuando el padre cantara, el trigo no estaría ahí, lo tomarían por mentiroso y lo ejecutarían sin peligro de que pillaran a Ana como asesina. Después, Ana vendería el grano y se haría rica y montaría fiestas con tunos. :lol:
Movidas que me monto en la cabeza...

El final tuyo también está bien, la sonrisa de Ana haciendo justicia me ha recordado un poco a Malditos bastardos :cunao:
1, 2... 1, 2... probando...
iliada
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por iliada »

Pobre Ana, Anita, tocaya, qué vida más dura llevaba y pobre también su madre.
En cuanto al relato me ha parecido correcto, ya el nombre hace pensar desde el principio en la suerte del padre.
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Tolomew Dewhust
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Tolomew Dewhust »

:164nyu:

¿Navidades peculiares?
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Gavalia
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Gavalia »

Que navidades más tristes son las que nos traes autor. Este es un trabajo que me parece complicado de redactar porque el mismo se desarrolla en diferentes escenarios y todos ellos parecen estar perfectamente concatenados para dar continuidad, y cierta veracidad a la historia que nos propones. Veo mucho curro y mira por donde no aparecen duendes, ni magia, ni villancicos, pero reúne los ingredientes necesarios de una navidad real y cruda. Para mi es un buen trabajo que podrá gustar más o menos, pero que sin duda, desarrolla bien la trama y aunque el final es previsible, pues así lo anuncia ya el título, y no por ello es menos interesante. Lo he leído del tirón sin tropezarme en ningún momento salvo quizá algún cambio de tiempo verbal no del todo acertado, pero que tampoco me chirría demasiado, por tanto entiendo que está bien escrito. Es mi opinión y puedo estar equivocado pero es lo que me ha transmitido tu cuento. Enhorabuena por el esfuerzo y suerte en el concurso.
989
:alegria:
Última edición por Gavalia el 03 Ene 2015 20:51, editado 2 veces en total.
En paz descanses, amigo.
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Sinkim
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Sinkim »

Un relato triste y en el que se puede sentir el frío y la soledad de las protagonistas :D Me ha parecido muy bien escrito y muy trabajado :D

El final con la protagonista tomándose la justicia por su mano me ha gustado mucho :lol: Aunque yo pensaba que antes de irse iba a decirle a su padre que le había envenenado aunque solo fuera para ver su cara de terror al saberse muerto :twisted:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Wintermute
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Wintermute »

A mi este no me ha dicho mucho. La ambientación está conseguida, el personaje del padre está muy bien dibujado y la prosa es impecable y muy de mi gusto. Sin embargo, a pesar de que hay drama, enfrentamiento y otros recursos argumentales me falta que pase algo más para engancharme a la historia... algún giro, quizá la trama del tuno un poco más elaborada...
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Topito
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Topito »

Lo mejor: el final del relato.
Es impecable la redacción, aunque noto titubeo al principio. Después, fluye.

No obstante, no me ha enganchado desde el principio. Sentía que la redacción era más propia de una novela que de un relato. Me explico: existe buena ambientación, una explicación del motivo por el cual el padre es manco, etc. Sin embargo, al saber que es un relato, se me hacía tedioso leer tanta información que no veía tan necesaria. Existe puntos en esas explicaciones que se pueden omitir, pues la información que necesito ya me la das, sin necesidad de ellas. Se pueden acortar y agilizar la lectura. En una novela, no me llamaría tanto la atención, pero en un relato... sí.

Es una opinión y, como tal, puedes omitirla.

Gracias por tu relato.
Última edición por Topito el 04 Ene 2015 14:05, editado 1 vez en total.
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Miss Darcy
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Miss Darcy »

Uff, cuanta tristeza y desesperación... Me has hecho sentir frío mientras leía la escena en la que Ana va camino del río... Y que ganas de matar a ese hombre. No podías ponerle título mejor.
Considero que el relato está muy bien, pero algo menos duro y triste me hubiese gustado más. La Navidad sin un puntito de esperanza es... atroz :cry:

¡Un abrazo! :60:
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joserc
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por joserc »

Se me ha hecho un poco largo. Es un trabajo importante lo que hay en este escrito y muchas cosas plasmadas y aún así se me ha hecho un poco simple, por decirlo de alguna manera. No te ofendas, autor, es que las cosas tan tristes en navidad me cuesta asimilarlas. Solo me llegan algunas pocas.

La redacción es muy buena.

Gracias por compartir.
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Berlín
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Berlín »

La historia está muy bien y tú nos has conducido con sabiduría para que todos tuviésemos muchas ganas de linchar a ese energúmeno en la plaza pública. Hemos sentido pena por Ana, que cual cenicienta, debía terminar todas sus duras labores para acudir a la fiesta del pueblo. Y hemos sentido en nuestras carnes todo ese maltrato. El final creo que nos ha satisfecho a todos, porque se ha hecho justicia.

Pero esto lo has enviado sin repasar ni un poquillo ¿eh? porque el texto adolece de comas, y algunos tiempos verbales me da que no los has colocado muy bien.

En conjunto bastante bien. Yo me la he bebido de un trago. Pero Navidad poca ¿eh?
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Orr
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Orr »

Es un buen relato, aunque no es muy navideño, como ya han dicho. No soy muy de este tipo de relatos, y me ha costado un poco el principio, pero al final me ha ido gustando. Me ha dado pena por Anita y su madre, y me ha fastidiado que al manco no le dieran su merecido. Ese final no me ha gustado mucho, aunque supongo que es adecuado para la historia.
Saludos.
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Sinkim
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por Sinkim »

¿Por qué dices eso? Al Manco lo envena su hija con belladona, ese es su merecido :twisted:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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barrikada
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por barrikada »

Voy a discrepar un poco.... Para mí el relato va de más a menos. A mí con la ambientación en tiempos de posguerra ya me has ganado, además está muy muy bien. Hay detalles que se nota que se nota que el autor lo ha vivido de cerca o que está muy bien documentado: como el tema del desayuno de olivas y pan duro, las disputas entre el alcalde, cura, secretario y notario (ahí por ejemplo me ha recordado un poco a Las Veus del Pamano/Las Voces Del Pamano, un libro del que se hizo una adaptación en miniserie de dos capítulos muy recomendable, que sobre todo ha tenido mucho éxito en Catalunya, para dar más datos), los matices derivados de la guerra civil (que si al Manco le pillo en el bando de allá por eso el alcalde se lo quiere cargar), el estraperlo de la época... Creo que por ese lado está muy bien. Ya digo yo que éste no lo he escrito yo (pero bueno, quién sabe, pudiera haberlo hecho quizá...) Me ha sorprendido eso de que la niña le llevase la comida al padre aún estando entre rejas, no sé yo si eso era así, me parece muy muy extraño, y más aún teniendo en cuenta el odio del alcalde.

Por otro lado creo que está escrito con mucho gusto. Me llama la atención las descripciones (tarea pendiente mía) que creo que le dan todavía más fuerza al relato, así como la construcción de los personajes, que quizá puedan ser más o menos las figuras que suelen salir en estas obras. En cualquier caso, hay que darle un repaso hay mal acentuados la tira de aun y aún, tiempos verbales incorrectos, puntuaciones....

Eso sí, me parece que tiene ese deje clásico que tienen este tipo de obras y es esa especie de maniqueísmo (unos son los buenos y otros son los malos), que si bien está subsanado al poner al "rojo" como ogro, creo que la presentación de los otros del otro bando ya te da una imagen no muy positiva. Pero bueno, si lo comparas con películas como Libertarias o Las Trece Rosas, no hay nada que achacar.

Sobre el final, es tu decisión, yo la hubiera planteado de otra forma algo más sutil. Imaginaba a Anita repartiendo el grano entre todos los del pueblo. Pero bueno, teniendo en cuenta aquello de "de tal palo, tal astilla" casa muy bien eso de que le envenene y más cuando nadie sabría por qué había muerto.

Una última cosa, creo que el relato se lee muy muy bien, pero quizá algo acelerado. Has metido muchas tramas e ideas que al final te han quedado muy condesadas, yo hubiera optado por alargarlo o bien simplificar. En ese aspecto, has sido bastante ambicioso... Pero bueno, no hay bar que por bien no venga (o mal...), con menos tramas se han hecho grandes best-sellers, así que aquí tienes a un futuro lector y comprador que te alabará hasta el fin de los tiempos si te decides a dar el paso... Juegatela un poco, valiente.

Lo dicho, un placer. ¡Un gran trabajo!

Un placer, perdona por el rollo... Quizá yo también he pecado de exceso de información y no saber ser conciso... :roll:
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joserc
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Re: CN3 - Justicia

Mensaje por joserc »

Perdona que me meta, Barrikada, pero no he podido resistirlo. Creo que el error con todo lo que trata sobre esta época es precisamente considerar igual a los dos bandos. Solo hay que mirar un poco bajo la superficie para ver lo que defendía cada uno.

Perdona la intromisión, autor. No es este sitio para este tipo de discusiones.
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