CN3 - ¿Jugamos? - Nínive

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Ratpenat
Murciélago
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CN3 - ¿Jugamos? - Nínive

Mensaje por Ratpenat »

¿Jugamos?

—¡Papá Noel es idiota! —Agitó con furia la cucharilla dentro de la taza llena de leche y la soltó después con un gesto brusco. Apoyó la cabeza en las manos mientras observaba cómo los grumos del cacao desaparecían en el torbellino.
Su madre cogió otro vaso para fregar y giró la cabeza hacia ella sin soltarlo. 
—¿Por qué dices eso, cariño? —preguntó frunciendo el ceño.
Clara miró hacia el techo y luego se centró en las líneas rojas que surcaban la piel de sus antebrazos. El rotulador se estaba difuminando, tendría que volver a pintarse las marcas antes de la visita. Dudó un momento si contarle todo lo que le había sucedido esa noche, pero decidió que no. Era algo que un adulto no podría comprender. Chasqueó la lengua. Había caído en la cuenta de que Papá Noel también era mayor, aunque lo disimulaba bien con ese traje absurdo y su «ho-ho-ho». Además tenía renos. ¿Quién tenía un reno de mascota? Sacudió la cabeza.Tendría que haberlo supuesto. Su misión estuvo abocada al fracaso desde el comienzo, pero la noche anterior aún no lo sabía.

Le dijo a sus padres que quería acostarse temprano. Pusieron cara de no entender nada y se miraron preocupados. Le tocaron la frente y la tripa. Luego se encogieron de hombros y accedieron. Clara pensó que en sus pupilas brillaba un puntito de alivio. Normal. Ella nunca quería irse a dormir.
El viaje sería largo y necesitaba todo el tiempo que pudiera arañar a la noche. Se lavó los dientes y encendió la pequeña lucecita azul junto a la puerta de su habitación. Parecía tenue y delicada, pero ahuyentaba a los monstruos de forma eficaz y no podía permitir intromisiones esa noche.
Abrió el cajón de la mesilla y rebuscó entre la ropa interior. Encontró el pequeño hámster de plástico en la esquina más alejada. Era lo que necesitaba. Recordó el momento en que sus destinos se unieron. «Clara, ¿seguro que quieres eso?» Ella afirmó con la cabeza. Desde el momento en que sus ojos se cruzaron con los del muñeco diminuto que reposaba en el mostrador de la tienda de aquel museo, supo que iba a llevárselo a casa. Nunca hubo mejor compañero de juegos. En su bolsillo, la acompañaba en las aventuras más disparatadas. Siempre los tres: Hámster, Laura y ella.
Se tumbó en la cama con el pequeño juguete apretado contra la palma de la mano y cerró los ojos con fuerza. Cuanto antes se deslizara entre los pliegues del sueño, antes podría comenzar su búsqueda.
Primero, la oscuridad lo cubrió todo. Tan solo podía ver el punto de luz azulada a lo lejos. Después, la niebla gris se enredó entre su piernas y la sujetó con fuerza para que no pudiera avanzar. Clara apretó el hámster con fuerza, inclinó el cuerpo hacia delante y concentró toda su energía en mover los pies. Había aprendido que adentrarse en el país de los sueños con un deseo no era tarea fácil. Cuando era más pequeña y los monstruos atraían la tormenta para atraparla en las pesadillas, su madre le había dicho que pensara en cosas bonitas para volver a dormirse. Pero Clara nunca podía. Forzaba imágenes de castillos luminosos o de bosques poblados de ninfas, e intentaba tomar el camino de la primavera. Pero la niebla siempre aparecía para desbaratar sus planes, impidiendo buscar otra ruta que no fuera la que esa noche habían elegido para ella. Si se despertaba de la pesadilla, empapada y temblando, no servía de nada querer otro sueño. Al volver a dormirse, se encontraba de nuevo en medio del páramo con los relámpagos rodeándola. Los caminos del país de los sueños eran caprichosos y no estaban marcados. Solo se mostraba lo que el país decidía, pero era vital que esa noche encontrara al hombre de la barba blanca. Había hecho una promesa y ella siempre las cumplía.
Clavó los talones y, poco a poco, deslizó los dedos arañando centímetros al suelo. Los jirones se deshicieron en pequeñas gotas que salpicaron los tobillos desnudos. Sintió cómo se liberaba al fin y el sueño se rendía, por una vez, a lo que ella necesitaba.
Despacio, formas y colores fueron apareciendo a su alrededor. El bosque, con los troncos apretados y una enramada ocultando el cielo, se abrió en destellos de verde y ocre. Sus pisadas comenzaron a crujir. Las hojas secas se partían bajo su peso. Estaba cruzando por la vereda del otoño.
Avanzó ligera vestida con su pijama azul de caramelos, saltando las zarzas que se retorcían a ras de suelo. El aullido de un lobo le llegó con una ráfaga de viento. Clara giró la cabeza hacia esa dirección y se estremeció. El invierno no podía quedar lejos y, en lo más profundo de las estación, encontraría la cabaña de Papá Noel.
La escarcha apareció como una alfombra de brillos delicados que aún desaparecía al contacto con la piel caliente. Tras ella surgió la nieve, cayendo en filigranas que se dibujaban en el aire. Sacó la lengua y un copo se derritió en su boca: en los sueños, los copos pueden saber a fresa o a melocotón, como era el caso.
La niña se detuvo un momento. Notaba cómo algo seguía sus movimientos a través del bosque; el cosquilleo de su nuca así se lo contaba. Intentó distinguir algún ruido tras el silencio invernal. Entonces, el gruñido del lobo la sorprendió por la derecha y le cortó la respiración. Estaba demasiado cerca. Sonó un chasquido y el tamborileo de unas patas contra el suelo helado.
No esperó a verlo aparecer y salió corriendo. Sus pies se hundían ahora en la nieve que cubría el suelo. Tropezó una vez con una raíz oculta en el espesor blanco y soltó un gemido. No podía caer. Si lo hacía, se despertaría y tendría que empezar de nuevo. El vaho de su respiración le impedía ver por dónde iba. Los latidos del corazón se confundían con los ruidos que la perseguían cada vez más rápido.
De pronto, una silueta surgió de la niebla y bramó con fuerza. El reno, con la cornamenta abierta hacia el cielo y su enorme cuerpo de pelaje castaño en medio del camino del invierno, se la quedó mirando con una chispa de furia en sus ojos oscuros.
Clara se parapetó tras él y esperó. Seguro que Papá Noel estaba cerca.
Observó cómo los colmillos del lobo relucían en la oscuridad como si no hubiera nada tras esa boca que gruñía. El reno bajó la cabeza y exhibió las palas de su cornamenta mientras bufaba una advertencia. Silencio. Clara contó diez respiraciones y escudriñó el bosque. El depredador se había ido.
Sintió un golpe en el hombro. El animal la empujaba con la cabeza hacia la derecha. Se frotó con la mano el lugar donde la había dado y calló una protesta; pensó que no hacía falta ser tan brusco para conseguir que tomara esa dirección.
Tras caminar un instante, una cabaña con la chimenea encendida apareció ante ellos. El reno volvió a empujarla hacia el camino empedrado y casi la tira al sueldo.
—¡Bruto! —exclamó con el tono de indignación que usaba con los niños de su clase. Sacudió los rizos claros y elevó la barbilla— Ya verás cuando se lo diga a...
—¿A quién, señorita? —La voz profunda la sobresaltó. Un hombre inmenso con el ceño fruncido la observaba con los brazos en jarras. Un jersey de cuello alto de un granate desvaído parecía a punto de romperse sobre la oronda barriga. Las cejas blancas y espesas oscurecían sus ojos. No pudo precisar de qué color eran los círculos que rodeaban las pupilas. La barba ocultaba la boca y hacía que los rasgos se perdieran entre los mechones desgreñados y sucios de restos de comida. Clara se quedó muda. El hombre continuó—: ¿No sabes que está prohibido buscarme? ¿Para qué crees que digo que me enviéis cartas?
La imagen de la suya, rota en mil pedazos en un rincón de su escritorio, la golpeó de repente. Solo había pedido una cosa. Lo había escrito en el centro de la hoja con letra clara y pulcra. Le había añadido besos de labios dibujados en rojo y un dibujo de Papá Noel en su trineo con una enorme sonrisa. Supuso que eso le gustaría. Luego se la enseñó a sus padres. Cruzaron esa mirada de «esto no está bien», se les oscurecieron los ojos y el labio superior de su madre comenzó a temblar cuando escogió las palabras. Palabras que no entendió y que seguía sin comprender: «Clara, cariño... Papá Noel no puede regalar... esto. ¿Sabes? Él... no...» «Pero mamá, ¿no es mágico?». Se acabaron las explicaciones y la niña corrió hacia su habitación con el papel arrugado entre sus dedos. Lo rompió en pedazos y se sentó en el suelo con la espalda apoyada contra la pizarra que estaba colgada en la pared. No iba a llorar, pero le escocían los ojos. Tenía que convencerle de que lo único que necesitaba era ese regalo. ¡Papá Noel era mágico! Eso no se lo habían negado. La magia habitaba en el país de los sueños. Le encontraría y le daría su posesión más querida, eso acabaría por convencerle. Seguro.
—Esto... esto es importante —titubeó la niña. Cogió aire y apretó el muñeco para notar los bordes contra la palma de la mano— ¡Quiero hacer un intercambio!
Papá Noel negó con la cabeza en silencio y le dio la espalda para entrar en la casa. Clara le adelantó en un par de saltos y se colocó delante. El reno bufó airado cuando les cortó el paso.
Abrió su manita y les enseñó el hámster. Los dedos le temblaban.
—Es mi amigo, pero ella también. Solo necesito...
—Yo no hago ese tipo de trabajos —cortó el hombre con voz seca y, acto seguido, se acercó y pellizcó con fuerza el brazo de la pequeña.
Clara se despertó sobresaltada con su propio grito. Los mechones de cabello se le habían pegado a la cara y el pecho, agitado, apenas lograba meter aire en sus pulmones. Tenía las sábanas enredadas entre las piernas, pero las mantas formaban un remolino en el suelo. El muñeco continuaba en la palma de su mano. Cerró el puño sobre él y dio un golpe a la almohada. No había conseguido nada.

Clara se bebió la leche de un trago e intentó deshacer el nudo que se había formado en su garganta al recordar su fracaso.
—Mamá... 
La mujer colocó el último plato húmedo en la encimera y se volvió hacia ella cruzando los brazos.
—¿Estás bien, cariño? —La volvía a mirar con el ceño fruncido. 
Clara se tapó las marcas de rotulador con las mangas del pijama todo lo que pudo. Sabía que a su madre no le gustaba que hiciera esas cosas, se ponía triste. Se colocó sobre el rostro el mejor mohín de inocencia y preguntó con voz dulce:
—¿Podrás llevarme mañana?
—Ay, cielo... ¿Otra vez? —Entornó los ojos y se formaron miles de arruguitas alrededor—. No quiero molestar a todos. Y no creo que sea bueno que tú estés allí. Ni para ella, ni para ti.
Clara parpadeó para dispersar una lágrima que humedeció las pestañas. Siguió mirando fijamente a su madre en silencio. Cuatro respiraciones, cinco, seis...
—¡Vale! Está bien. —La madre alzó los brazos a modo de rendición y esbozó una sonrisa—¡Tú ganas! Pero esta vez, negocias tú la entrada —le advirtió señalándola con el dedo.
Se levantó de un salto y corrió hacia su habitación. El azul de las paredes —como el mar de vacaciones, había pedido a sus padres cuando la pintaron— llenaba la habitación de una luz suave que difuminaba el blanco de los muebles.
Abrió el cajón del escritorio repleto de dibujos y papeles arrugados, y cogió el rotulador de tinta permanente. Una por una, repasó las marcas antiguas con cuidado. Mientras la punta resbalaba por su piel, una idea emergió como un puntito en su mente. Se quedó mirando al vacío del cristal de la ventana y la idea creció hasta convertirse en un mapa con sus pasos, senderos y una equis marcando lo que quería conseguir. Sacó un taco de cartulinas del armario de las manualidades y todas las pinturas, bolígrafos y marcadores que encontró. «Tengo que intentarlo», pensó con un dolorcillo en el centro de su pecho que jamás había sentido. 

Al día siguiente, se despertó con el reflejo de la nieve que atravesaba las rendijas de su ventana y le acariciaba el rostro. Aún adormilada, recordó que esa noche había intentado volver al sendero del invierno para encontrarse con Papá Noel. Su idea era decirle cuatro cosas que no tuvo oportunidad de dejar claras la noche anterior. Eso y darle una patada en la espinilla por cómo la había tratado. Pero parece que su deseo no fue lo demasiado fuerte, porque no pudo ir por donde quería. Se conformó pensando que los demás niños del mundo no se merecían un Papá Noel enfadado y cojo. Su mirada se posó sobre el hámster que descansaba sobre la mesilla. Lo había dejado a salvo en la realidad. Si no podía ofrecerlo como intercambio, no correría el riesgo de extraviarlo en algún sueño. 
Se desperezó y estiró los dedos de las manos todo lo que pudo. Aún le dolían un poco. Había trabajado mucho el día anterior y le quedaba lo más duro: convencer a su madre para colocar todos esos carteles. Le había costado un poco elegir el dibujo que ocupaba un tercio de cada cartulina. Al final, después de unos cuantos borradores, se decantó por una imagen de las dos. A Laura le había pintado el cabello por debajo de los hombros y a ella con el vestido naranja que le gustaba tanto. Agarradas de la mano. Un sol. Flores entre la hierba. Las letras las había tenido claras desde el principio. Rojas, enormes, redondas.
Desayunó en silencio. Luego se vistió y ordenó su cabello en dos pulcras coletas. Asomó la cabeza por la esquina del pasillo. Su madre estaba maquillándose frente al espejo del baño. De puntillas, fue hasta la cocina y revolvió en la pequeña despensa hasta encontrar una chocolatina que le sobró de un cumpleaños. Se la guardó en el bolsillo esperando que no se deshiciera en el trayecto y anunció que estaba lista.

El aparcamiento estaba imposible. Su madre también. Clara advirtió que se estaba arrepintiendo de ese viaje, que sus ojos se enrojecían cada vez más con cada cartel que colocaban. El primero, en la panadería de al lado de casa, le había hecho cerrar los párpados con fuerza para ahogar las lágrimas. Intentó que Clara no la viera, pero conocía bien a su madre. En cuanto se llevaba una mano al cuello y miraba al cielo, sabía que le estaban entrando ganas de llorar. El panadero no dijo nada, pero apretó los labios como para no dejar salir las palabras. Luego le había hecho detener el coche cada poco para colocar algún otro con el rollo de celo que se había guardado en el bolsillo, junto con la chocolatina. Y en la mirada de la mujer se iba acumulando una gota por cada parada. La niña esperaba que aguantara hasta llegar. La necesitaba serena.
La puerta se deslizó hacia un lado cuando se acercaron. La vaharada de calor les llegó en cuanto la cruzaron. Había adornos brillantes ribeteando el techo alto y un pequeño nacimiento en la esquina más alejada, junto a la entrada de la cafetería. Clara apretó la mano de su madre, nerviosa. Tiró un poco de ella para que se detuviera y colocó otro cartel en una de las paredes laterales. Otro más en una de las cristaleras de la cafetería. Algunas personas se acercaron con curiosidad y murmuraron entre ellos. Unos miraban hacia arriba, otros agachaban la cabeza. Clara sonrió, estaba consiguiendo lo que quería.
Avanzaron hasta el mostrador de formica blanca. La celadora se la quedó mirando con una mueca de sorpresa que le hizo arquear las cejas.
—¿Otra vez por aquí, enana?
La niña parpadeó y ladeó la cabeza con su expresión más angelical. Miró a su madre y vio que tenía la mano apoyada sobre la clavícula, allí donde nace el cuello. No iba a aguantar mucho más. Hizo un gesto a la celadora para se agachara a su altura y, cuando la tuvo cerca, le susurró:
—Tengo algo que podría interesarte.
—¿Y qué podría ofrecerme una personita como tú? —En la voz de la mujer bailaba la duda, pero el tono era como el de los caramelos de menta que solo pican al principio.
Clara sacó la chocolatina del bolsillo con disimulo y se la enseñó.
—Casi es mediodía... debes tener hambre —dijo con picardía.
—Y tú sabes que los niños menores de doce años no pueden pasar, ¿verdad?
—Pero tú tienes hambre... y yo tengo que ver a mi amiga. —Volvió a parpadear—. Venga... es Nochebuena.... Por favor, por favor. —Las últimas sílabas fueron casi como una caricia.
La celadora suspiró, asintió con la cabeza y cogió la chocolatina. Indicó con la barbilla que pasaran, volviendo el rostro como si no viera que se dirigían hacia el ascensor.

El ajetreo de la planta de hospitalización era intenso. Figuras con uniforme blanco salían y entraban de las habitaciones llevando medicamentos, sacando bandejas, acompañando a los niños que arrastraban los pijamas, enormes, por el suelo. Las paredes verdes —¡qué bien, estás en un mar de hierba! le había dicho Clara a su amiga la primera vez que consiguió visitarla— se adornaban con dibujos de garabatos que parecían médicos y enfermeras pintados por la mano de un niño pequeño. Había un arbolito adornado con bolas de un rojo brillante en una esquina y, en frente, un Belén con figuras de plastilina que habían hecho los niños ingresados. El angelito que colgaba bajo la estrella del portal lo había modelado Laura. Se le parecía, con esos rizos negros que le había puesto.
Justo al lado de la puerta con el número 540, Clara pegó el último cartel. Luego golpeó la madera dos veces y entró sin esperar respuesta. Su madre se quedó fuera. Pensó que se le habían acabado las fuerzas en ese preciso instante.
Laura gritó de alegría al verla y abrió los brazos temblorosos para que se acercara a la cama. Las gafas de oxígeno que ocupaban su nariz y se conectaban a la toma de la pared no le dejaban demasiada libertad de movimientos. Un suero de un blanco lechoso, que colgaba de un gancho fijado a un lateral de la cama, serpenteaba en forma de tubo hasta perderse en una aguja de alas verdes puesta por debajo de la clavícula y sujeta por una película transparente adherida a la piel.
La madre de Laura la abrazó, le dio un beso en la mejilla y salió para hablar con la otra mujer.
Las dos niñas acercaron las cabezas hasta que se tocaron la frente. Se mantuvieron así unos segundos, sonriéndose sin decir nada. Una, con los ojos cerrados, la otra con la respiración irregular y agitada. Luego, Clara se sentó junto a su amiga al borde de la cama.
—¡Te lo han puesto! —exclamó señalando el bultito en el que estaba puncionado el suero— Ya no te van a acribillar más los brazos con las agujas y yo... puedo quitarme ya las marcas del rotulador. —Se subió las mangas y puso el brazo junto al de la otra niña. Por cada cicatriz que la enferma tenía en la piel, una linea roja idéntica surcaba el brazo de Clara.
—¡Sí! Menos mal. Además me lo pusieron en el quirófano, así que no me enteré. Solo me dolió el líquido que me metieron para dormirme. Escocía.
—¿Y el pelo?
—Nada. Hasta que no acabe el tratamiento ya sabes que no hay manera —respondió pasándose la mano por el cráneo desnudo. Luego sonrió y le preguntó con la ansiedad temblando en cada sílaba—: Ya he escrito la carta. ¿Has enviado ya la tuya?
Clara apretó los labios y volvió la cabeza hacia la puerta abierta de la habitación. Fuera, su madre señalaba el cartel que había pegado a la pared y se deshacía en llanto junto a la madre de Laura. Sacudió las coletas en un gesto de estupefacción: no entendía cómo los adultos se entretenían en llorar con todas las cosas que había por hacer.
—No le he escrito. ¡Ay, Laura! No nos ayudará. Mis padres dijeron que no lo haría y... lo siento. Lo intenté. Fui a buscarle al país de los sueños, pero... el muy... no quiso hacer un trato. ¡Le ofrecí a Hámster! ¿Qué mas quiere? —Agarró la mano delgada de la enferma y la apretó con fuerza—. Pero no te preocupes, he puesto en marcha un plan para conseguir tu regalo de navidad. 
—¡Oh! Gracias, yo ahora no puedo soñar, nunca me acuerdo de nada. Solo que está oscuro... Pero ¿cómo vas a conseguirlo sin Papá Noel? —preguntó Laura sorprendida.
—He puesto carteles por todos los sitios. ¡Me han quedado chulísimos! Y no es por nada, pero te he dibujado muy guapa.
—Pero... ¿carteles para qué? —rió la niña con suavidad y terminó con un quejido que le hizo tumbarse de nuevo sobre la almohada.
—¡Para qué va a ser! Lo he escrito bien grande y con letras rojas, para que se vea bien: «MI AMIGA NECESITA QUE DONES TU MÉDULA. ¿QUIERES SER SU PAPÁ NOEL?» —explicó moviendo las manos para dar más énfasis a la frase—. Seguro que... Bueno, no te lo puedo asegurar, pero me han quedado preciosos. Ya los verás. —Volvió a mirar hacia la puerta. Las dos madres estaban abrazadas y los hombros no paraban de temblar.
—Bueno, esperaremos. —Laura sonrió y los ojos le brillaron—. Mientras tanto... ¿Jugamos a algo?
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Tolomew Dewhust
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Tolomew Dewhust »

:164nyu:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
iliada
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por iliada »

La parte del sueño, el bosque, el lobo y el reno con ojos de furia, me ha resultado algo difícil de seguir y de integrar en el resto de la historia, aunque la respuesta de Papa Noel ¿No sabes que está prohibido buscarme? ¿Para qué crees que digo que me enviéis cartas? me ha parecido oportuna y de lo más lógico, qué otra cosa podría decir Papa Noel?

El resto es un relato emotivo y precioso que me ha dejado el corazón aovillado.
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Shigella
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Shigella »

Pufff... ¿Cómo comento yo esto?
Una historia muy tierna, autor. Espíritu Navideño el de Clara, y lo demás son tonterías.
Ay... :cry:
1, 2... 1, 2... probando...
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Wintermute
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Wintermute »

Este tipo de historias no me suelen ir mucho, pero la parte del sueño me ha parecido que estaba muy bien traída y para mi lo ha elevado por encima de "historia sensiblera y simple" a "original e imaginativa". Me ha traído a la cabeza Camino (que sí me gustó mucho) y un poco al Laberinto del Fauno (algo tangencialmente), lo que supongo que es bueno.

Quizá me hubiera gustado un poco más si la sutileza que tiene durante la primera parte se hubiese mantenido en la segunda, pero vaya, tampoco mucho más que objetar.
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Ororo
Diosa de ébano
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Ororo »

Este relato lo comento en dos aspectos:

1- El argumento. Está claro que es una historia preciosa, puede que cercana al autor, que enternece y lleva casi al atragantamiento cada vez que esa madre se lleva la mano a la clavícula. Es una historia que duele, pero que tiene algo mágico con esa niña dulce y el sueño. Tiene detalles dignos de admiración, pese a que el sufrimiento del lector va in crescendo y esto no me gusta. Creo que se alarga innecesariamente al tratarse de un texto literario.

2- Cómo se ha llevado el argumento. En lo puramente literario, me ha parecido que la historia se desarrolla de manera bastante convencional. Para empezar, los primeros párrafos son la típica escena de la niña indignada (no sabemos todavía por qué) y la madre fregando los platos. A esto le sigue una secuencia de frases descriptivas de acciones que me ha parecido poco interesante. He llegado a pensar que se me estaba haciendo muy largo.

El hallazgo de Hámster me saca de ello y, por fin, me envuelve la magia del sueño. Muy buena idea, aunque la entrada en ese mundo de los sueños también me ha parecido larga.
El sueño muy bueno. La angustia de la niña, el lobo, el reno dando empujones y el papá noel gruñón. El intercambio, digno de alabanzas :D

Después de todo esto, he empezado a sufrir demasiado. Los signos están bastante bien trazados: las marcas en los brazos que se rotula, el cartel con el pelo largo por los hombros...

Con todo esto quiero decir que aunque la historia se va componiendo de esas migajitas que nos vas dejando para no hacer el caso tan obvio ni nombrar lo que se puede visualizar, peca de lineal. Y, fíjate, que al mismo tiempo veo la redacción falta de pasión. Pese a la fuerza de la niña de no rendirse como los adultos. Pero es una historia medida. Por favor, sin ánimo de ofender para nada y bajo mi parcial visión.
Parecerá una barbaridad, pero creo que sería bastante normal intentar plasmar con orden excesivo unos sentimientos que uno no quiere que se disparen :wink:

Y, como la literatura son sensaciones, eso he sentido yo.
Lo valoraría como bien con reparos.
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Topito
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Topito »

Uff... Estoy en el trabajo y he terminado de leerlo en mi descanso. ¡Y doy gracias por ello!

Desde que llevo en el foro, ya van para seis años, si no me equivoco, no ha habido ni un relato que me hiciera llorar. El tuyo, lo ha conseguido. Hacia el final, el nudo en la garganta se iba formando y, una vez he sabido el mensaje que había en los carteles, las lágrimas se han deslizado, tan suaves como las cuchillas de un trineo deslizándose por la nieve, por mis mejillas.

Una prosa bien cuidada y un lengua, metáforas, símiles muy adecuados para la narración.

Uno de estos relatos redondos que nos surgen de muy vez en cuando a los escritores.

Pd: no hagas caso a Ororo... :nana:
Última edición por Topito el 06 Ene 2015 22:41, editado 1 vez en total.
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barrikada
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por barrikada »

Impresionante historia. Creo que al llevarlo a un plasma más infantil puede ser algo menos crudo, pero mucho más emotivo y causar mayor empatía con el lector. Yo he llegado al final sin respiración, porque a pesar de que la historia va creciendo desde otros derroteros, desde que llegan al hospital se me encoge el corazón y mi respiración se dispara. Creo que está escrito de maravilla, aunque hay algún pasaje que le veo falta de claridad (sobre todo el del sueño), aunque le hace falta una pulida porque en la primera parte hay varias erratas (ni me he parado a apuntarlas porque estaba muy metido en la historia) Eso sí, objetivamente me resulta "algo forzado" eso de que una niña tan despierta y valiente forme la que forme creyendo en Papá Noel, y viceversa. Pero bueno, entiendo que si no fuese así, no merecería la pena contando y, además, el autor te lleva perfectamente al huerto como para que toda la trama sea más que creíble. Precioso, poderoso, emotivo, crudo y muy bien hilado, me aovillo a tus pies autor que has conseguido que tus copos de nieve se derritan en mí. Enhorabuena!

PD: Otro pero, no me gusta el título, porque al entrar al hospital ya imaginé cuál sería la última escena... Pero bueno, no es importante.
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Gavalia
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Gavalia »

Destaco la parte en la que describes el sueño de la pequeña. No he podido evitar recordar a Alicia en el país de las maravillas. El desenlace es muy emotivo, cómo no emocionarse cuando hay niños de por medio en esas condiciones. La redacción del conjunto por si misma es buena.
En cuanto a las pegas creo que se me hizo algo largo y, aunque no confuso, si que ha requerido de mi atención total para no perder el hilo y eso me da la sensación de que no es bueno. Creo que te los has currado y valoro el esfuerzo. Suerte en el concurso.
887
:mrgreen:
En paz descanses, amigo.
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por joserc »

En lo personal, autor, no me apetecía leer este tipo de relatos en estas fechas. Te lo digo de verdad. Y es que tocar esto ahora afecta y mucho. Todos tenemos una historia que se destapa en cuanto acabas de leer tu última línea. Es egoísta, lo sé, pero es que las navidades inevitablemente te recuerdan siempre a quien falta. También me dirás que eso es un tópico, pero qué le vamos a hacer.

Escribes muy bien y lo sabes. Montas muy bien la trama y le das esas pinceladitas perfectas (el hamster, las rayas de rotulador, etc.). Perfecta la forma. Yo no tengo nada que señalarte para mejorar.

El fondo es bueno y pega fuerte, pero no quiero leerlo, no ahora. Es personal.

Gracias por compartir.
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Ororo
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Ororo »

Topito escribió: Pd: no hagas caso a Ororo... :nana:
Como he dicho, es precioso, pero para estos trances prefiero un desarrollo más del estilo "Calafateando", "Se dan clases de guitarra" o "Quisera ser tan alta" :lengualarga: Bueno, y para lo que no son trances también :mrgreen:
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Topito
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Topito »

Ororo escribió:
Topito escribió: Pd: no hagas caso a Ororo... :nana:
Como he dicho, es precioso, pero para estos trances prefiero un desarrollo más del estilo "Calafateando", "Se dan clases de guitarra" o "Quisera ser tan alta" :lengualarga: Bueno, y para lo que no son trances también :mrgreen:
Hija... Has tardao en contestar a mi pd... y yo mirando el hilo todo el rato. Jajaja.
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Ororo »

Topito escribió:
Ororo escribió:
Topito escribió: Pd: no hagas caso a Ororo... :nana:
Como he dicho, es precioso, pero para estos trances prefiero un desarrollo más del estilo "Calafateando", "Se dan clases de guitarra" o "Quisera ser tan alta" :lengualarga: Bueno, y para lo que no son trances también :mrgreen:
Hija... Has tardao en contestar a mi pd... y yo mirando el hilo todo el rato. Jajaja.
Ya sé que pegar a Topito no está bien, pero... :colleja: :colleja:
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Sinkim
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por Sinkim »

Una historia preciosa, toda la parte del sueño me ha parecido genial, una pena que no haya habido escena del reno luchando con el lobo :D

Toda la parte del hospital es de las que encogen el estomago y el final es muy tierno :D

¡Felicidades, autor! :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

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ukiahaprasim
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Re: CN3 - ¿Jugamos?

Mensaje por ukiahaprasim »

la verdad es que es un relato dificil de comentar.. duele demasiado para ser capaz de fijarse en la literatura..

con todo, te dire que comparto con Clara su opinion y sus dudas sobre Papa Noel... ¿por que no, si es magico?....

y con ello quiero decirte que, a pesar de la belleza de la idea del viaje en el sueño, me descuadra un tanto esa mezcla de fantasia y realidad... ¿por que no, si la magia existe?...

yo, como Clara, no puedo entenderlo.

Ukiah.
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