CK2- Camino a Ruesta - Isma (2º)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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prófugo
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CK2- Camino a Ruesta - Isma (2º)

Mensaje por prófugo »

La autora avisa: Este relato supera por un pelo la extensión permitida (apenas siete páginas) y por tanto se autodescarta para el concurso. Queda, sin embargo, publicado como regalo para sus protagonistas.

Camino a Ruesta

Las piernas pesaban, y mucho, mientras subían por la ladera empinada hacia Ruesta. Alfredo no lo quería admitir, pero aguantaba menos que las dos jabatas que avanzaban delante de él.
—¡Yolanda! —Las dos mujeres se volvieron hacia él, irritadas al darse cuenta, tarde, del engaño—. ¿Cuánto queda?
—Ya llegamos, xicón. Pesado —gruñó Yoli. Su homónima, Yolanda, se abstuvo de responder, y eso dio fuerzas a Alfredo. «Quizás está tan cansada como yo», pensó con una esperanza mezquina. La luz del sol se ocultaba detrás de la colina y las dos mujeres apretaron el paso. Alfredo suspiró. Había que llegar a Ruesta antes de que se hiciera de noche o lo pasarían mal a mitad de camino.
La idea original había sido parar en Artieda. Cuando llegaron allí, ya entrada la tarde, el hospitalero les informó muy amablemente de que el albergue estaba lleno. El hombre les había propuesto alternativas: la vieja iglesia y también un pequeño recinto deportivo. Pero Alfredo había sacado su vetusta guía del Camino y había señalado un pequeño punto, Ruesta, a diez kilómetros de allí. El hospitalero, mirando aquel tomo de páginas amarillentas, había ladeado la cabeza extrañado. «Allí no hay nada, mozos», había dicho. Pero Alfredo había insistido: la guía decía que Ruesta fue abandonado cuando se inundó el embalse de Yesa y ahora estaba siendo repoblado. Sí, sí, seguro que había quien les alojara allí, además, menudas vistas al pantano.
Y ahora, subiendo aquella cuesta, Alfredo dudaba. «Si no hay nada en Ruesta, estas dos me despellejan». Para reforzar esa impresión, Yolanda se volvió a mirarle con los ojos inyectados en sangre. «O algo peor».
Yoli también estaba agotada, pero jamás lo admitiría delante de ellos. Sentía curiosidad por aquel enclave. En la guía de Alfredo el lugar tenía cierto encanto, con aquellas viejas torres derruidas y casas en escombros. El problema era que la guía tenía por lo menos veinte años: todo un incunable. Ahora lamentaba haberse dejado llevar por la pasión del chico. Alfredo era mono, pero un cabeza loca. Ella tendría que haber sido la voz de la cordura.
Entre ellos dos, Yolanda. No dejaba de martillear en su cabeza el hecho de que era culpa suya que se encontraran en aquella situación, a punto de quedarse sin luz de camino a un pueblo casi con toda seguridad abandonado. Si se hubiera levantado antes por la mañana… Pero la noche anterior se habían dejado llevar por la emoción del Camino, usando como catalizador el excelente pacharán aragonés. Yolanda no toleraba bien el alcohol. «Que te sirva de lección, guapa». Por fortuna, el ejercicio le había hecho exudar cualquier resto etílico. Ahora rezaba en silencio porque su destino tuviera, al menos, agua para la ducha.
El estrecho camino entre los matorrales se abrió justo en el momento en que el aire se enrarecía con esa cualidad sombría que dan los momentos anteriores al ocaso. Los tres compañeros rodearon un inmenso pedrusco amarillento y se encontraron de lleno en la entrada del pueblo.
Las calles sin pavimentar bullían de actividad. Había allí muchísima gente. Las antorchas iluminaban la calle principal y bajo su luz caprichosa se desarrollaba la actividad incesante de una feria. Cuadrillas paseaban cogidas del hombro, cantando a voz en grito. Un saltimbanqui de vistosos colores lanzaba al aire pelotas de trapo, o quizás hámsteres. Diversos carromatos ofrecían frutas confitadas, palos de regaliz y otras viandas de aspecto exótico. Sonaba una música de laúd en alguna parte. Aquello no era, en modo alguno, lo que habían esperado encontrar.

.

Tras unos instantes de atónita fascinación, Alfredo miró a sus dos amigas y se internó en el bullicio. Los cuerpos alegres le rozaban al pasar, ebrios de diversión. La música era embriagadora. Asaltó a sus sentidos un olor delicioso a comida y sin dudarlo se internó en las callejuelas en busca de la fuente de ese aroma. Tras la larga etapa sentía un hambre lobuna. Por fin lo encontró: era un tenderete desatendido con un viejo trébedes sobre el que se apoyaba una olla de metal negro. Alfredo se asomó al humeante caldero y encontró allí, en conmovedora fraternidad, chorizo, panceta y torreznos. Volvió a mirar a su alrededor, ansioso, pero en apariencia no había nadie sirviendo. Así que dejó su mochila en el suelo y alargó el brazo para coger uno de aquellos apetitosos choricillos.
Entonces una mano se apoyó leve en su hombro izquierdo y otra se deslizó por su costado, debajo de su brazo extendido. Sintió en la espalda los pechos tibios de un cuerpo de mujer y una voz le susurró al oído.
—Espera… Coge ese torrezno de ahí. Está especialmente crujiente.
Alfredo contuvo el aliento mientras aquel brazo larguísimo se retiraba. Tomó el torrezno señalado y se dio la vuelta para encontrarse frente a unos ojos cautivadores, pícaros, abisales. La propietaria era una joven de largos cabellos plateados, sólida y etérea, frágil e intimidante. En definitiva, preciosa.

..

Tras entrar en el pueblo, Yoli había seguido a Alfredo unos metros, pero era imposible mantener el contacto visual en el ambiente festivo. Los albergues suelen ser fáciles de encontrar, así que Yoli se dejó llevar por entre los danzantes y los malabaristas. Después de la soledad de la ascensión y de la monotonía del paisaje campestre, la vitalidad de aquel pueblo refulgía con extrema nitidez. Las antorchas irradiaban una luz penetrante y las voces cantarinas taladraban los tímpanos. Le resultaba difícil avanzar, cansada como estaba, e incluso los aromas eran excesivos en su variedad. Yoli se sintió un poco mareada. Se separó del gentío, deteniéndose junto a una vieja casa. Sobre el portal colgaba un letrero de madera con tipografía medieval que rezaba «El golem». De la puerta entreabierta ascendía un frescor húmedo que erizó y alivió el calor de su piel. Sin saber muy bien por qué, se internó en el umbral oscuro.

...

Yolanda era feliz. ¡Sí! El plan había funcionado, vaya si había funcionado. ¡Ruesta era genial! Ay, aquello prometía muchísimo. Tanto esfuerzo y tanto caminar, tantas ampollas y tanto sudor merecían por fin la pena. Sus dos compañeros ya avanzaban por la calle abarrotada y Yolanda les siguió. En el primer puesto ambulante que encontró se detuvo.
—Buenas tardes. ¿Sabría decirme cómo llegar al albergue, por favor?
El tendero le señaló calle arriba y con una sonrisa le regaló una manzana confitada. «¡Por favor! ¡Pero si son lindísimos!». Contenta y feliz, Yolanda avanzó, deteniéndose aquí y allá para admirar a un malabarista o para reírse con los gestos de un mimo. Desde luego el pueblo era espléndido. El albergue estaba casi al final de la calle, asomado sobre la oscuridad del pantano. Ruesta se amontonaba en lo alto de una colina que dominaba la enorme extensión de agua. Sintiendo un escalofrío, Yolanda entró en el albergue, y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba sola.

....

—Me llamo Pedro. ¿Y tú? —La chica de ojos pícaros se había presentado así mientras él daba cuenta de la carne churruscada del caldero.
—Pedro es un nombre extraño para una dama, pero me gusta. Yo soy Alfredo.
Por toda respuesta, la joven le había sonreído. Ahora se balanceaba sobre la punta de sus pies, taladrándole en silencio con una mirada juguetona mientras comía. Cuando cogió el último trozo, ella le cogió de la mano y sin tiempo para más le arrastró hacia la fiesta. Se dejó llevar, sintiendo que ocasiones como aquella solo ocurren en nuestros sueños.
Pasearon por las calles desconocidas de Ruesta. Pedro le llevó a puestos donde lanzaron dardos contra unas dianas: se llevaron un premio, aunque Alfredo olvidó lo que había sido, pues no pensaba más que en aquellos brazos desnudos y en el roce con esa piel fresca y tersa. Se sentaron en el suelo de piedra frente a un anciano músico que arrancaba de una flauta melodías que desgarraban el corazón. Bailaron al son de unas guitarras que tocaban unos harapientos y que giraban en torno suyo una y otra vez, una y otra vez. Perdió el aliento varias veces y al final ella lo arrastró lejos de la muchedumbre, entre los cuerpos jubilosos, lo empujó junto a una tapia blanquecina y hundió la lengua entre sus labios.

.....

Tras el umbral había unas escaleras. Yoli descendió unos metros y encontró una rampa ascendente. El corredor giraba, más escaleras, subir y bajar, y al fin el laberíntico pasaje se abrió a una estancia amplia e iluminada con lámparas de quinqué: una especie de biblioteca antigua, silenciosa y calma. Junto a las estanterías había numerosas vitrinas. El suelo de madera crujía.
—Bienvenida, ojos azules. Te esperaba.
Un hombre pequeño y moreno le saludó desde el fondo de la estancia. Llevaba un gorro de Fez y vestía una túnica colorida. El hombre no le ofreció un beso, sino que extendió la mano, que ella tomó.
—Disculpe… he entrado sin saber dónde estaba.
—Oh, no es necesario que te disculpes. En absoluto. Hace tiempo que te espero.
Ella se apartó un poco.
—Oiga, ¿cómo puede esperarme, si no le conozco?
Había algo raro en el ambiente: era demasiado silencioso para estar tan cerca de la fiesta, era fresco y húmedo, era también un poco frío. Había un siseo constante que parecía provenir de los libros en las estanterías, como si estuvieran hablando y susurrando entre ellos. Aquel lugar le desubicaba y sintió un poco de miedo.
El hombre rio con suavidad, y su risa fue creciendo hasta tornar en una carcajada amistosa.
—Tienes razón. Empecemos como se debe. Me llamo Miguel Ángel y no tienes nada que temer de mí.
El hombre se fue y trajo un vasito de cristal. Después volvió con una tetera y le sirvió. El té sabía dulce y amargo y era agradable en la garganta reseca. Yoli estaba algo confundida, pero una voz en su interior le aseguraba que el hombre decía la verdad. Decidió escuchar mientras el pequeño hombrecillo le señalaba una de las vitrinas. Dentro danzaba una esfera multicolor que giraba sobre sí misma en un pedestal de ónice.
—Un alquimista recreó una vez en esta esfera la Tierra conocida. En aquella época se sostenía que más allá de los océanos existía un reino llamado Hiperbórea, el lugar donde la primera civilización floreció: la verdadera cuna del hombre. La esfera muestra su ubicación exacta.
»En esta otra vitrina puedes ver un libro que se escribió comenzando en la última página y terminando en la primera. Su autor fue un huérfano de cinco años que echaba de menos a su madre y empezó la historia describiendo el encuentro final con ella, que nunca se produjo.
»Más allá hay un meteorito que cayó del cielo después de estar vagando incontables eones por el espacio. Nunca brilla, salvo cuando lo toca un ser vivo. Entonces empieza a destellar más y más hasta que la luz se hace tan fuerte que se debe apartar la mano.
Yoli escuchaba con una sensación extraña. Sabía que nada de todo eso podía ser real, pero también intuía que Miguel Ángel estaba diciendo la verdad. Él captó su mirada y volvió a sonreír.
—Ya veo. No estás interesada en baratijas. Muy bien: te llevaré al lugar donde podrás confrontar tus miedos.

:....

El albergue estaba abarrotado de personas comiendo, charlando y bebiendo en una gran sala comunal. Yolanda se internó hacia la barra y pidió una cervezita. Después, maniobró a través de las mesas y encontró un lugar fantástico cerca de una esquina, tranquilo y cómodo, pero no apartado. Desde allí podía descansar a la vez que participaba del buen ambiente. «Supongo que Alfredo y Yoli no tardarán en venir». Pidió un plato de estofado y se relamió contemplando el trasero del apuesto camarero. Pese a la multitud, en la sala no había mucho ruido. Quizás la vieja madera ennegrecida por el uso amortiguara los sonidos, o quizás estos se disiparan por las escaleras abiertas que subían al piso superior. Era un lugar agradable.
Una cucharilla tintineó y las voces se mitigaron. Yolanda escuchó una voz que se alzaba en la sala, aunque no pudo determinar su procedencia.
—¡Amigos todos! Quiero aprovechar que estamos aquí reunidos para contar una historia.
Aplausos y un silbido. Alguien pidió que la locutora se levantara y Yolanda escuchó el gruñido de respuesta; al parecer ya estaba de pie, pero ella seguía sin verla. El silencio volvió a imperar sobre las voces y la mujer desconocida continuó.
—Si vais alguna vez camino de Ruesta, os pediré que busquéis a mi amor verdadero. No tiene pérdida. Es casto y puro como un niño de pecho. No os riais, es cierto. Quiero que le digáis que yo, Ángela, le estoy buscando.
—Y si es tan casto y puro, ¿cómo le encontraremos? —replicó uno, entre risas—. Aquí somos todos virginales.
—Pues siendo así, os lo describiré. Mi amor tiene musgo en el pelo y raíces en el pecho. Vuela como un águila y respira como un pez. Sueña durante el día y enloquece durante la noche. Y viene del lugar hacia donde todo el mundo está yendo.
Asentimientos y murmullos. Yolanda no daba crédito. «¡Contadores de historias!». Metió la mano en su mochila y extrajo un cuadernillo, en el que empezó a escribir frenéticamente. Una sonrisa iluminó su cara. Porque aquello tenía la impresión de ir a más. Y así fue.
—Yo quiero hablaros de mi madre —dijo otra voz. Esta vez se veía al narrador: un hombre joven, moreno, con acento del Sur—. La que me vio partir de su vera. Viajé por todo el mundo con mi guitarra y, cuando sus cuerdas se hubieron roto, volví de rodillas a suplicar su cariño. Pero había enloquecido y sus geranios estaban anegados por el agua. Cuando me vio, no supo quién era.
«Hombre: un poco raritas sí que son estas historias», pensó Yolanda. Pero siguió apuntando, diligente. Allí había material para un buen relato. El ambiente en el comedor había cambiado y ahora flotaba en el aire el anticipo de nuevas voces, que no tardaron en elevarse. La siguiente fue la de una muchacha joven de largo pelo plateado.
—Mi amor fue un hombre extranjero, un caminante. Lo llevé danzando por entre las calles en una noche de feria. Comimos y reímos, y después nos besamos. Subimos a las torres del castillo que se yerguen sobre las aguas para contemplar desde allí a las estrellas. Y entre los dientes mellados de sus murallas le devoré.

::...

La mano de Pedro sujetaba la suya mientras subían por las empinadas cuestas hacia el castillo. Alfredo estaba en una nube. Aquel beso había sido rampante. Sentía aún el tacto de su espalda bajo la ropa. Había temblado al darse cuenta de que no llevaba nada debajo de la blusa.
Las ruinas del castillo se alzaban fantasmagóricas sobre Ruesta, y más allá, rodeando el pueblo casi por completo, las aguas negras del pantano de Yesa. El lugar estaba en silencio, pero las luces de la fiesta iluminaban lo suficiente para que él pudiera ver las caderas de Pedro, su pelo plateado y el brillo en los ojos cuando se volvía para mirarle. Penetraron en el espacio vacío del patio de armas. La torre del homenaje no era más que un montón de escombros y por la muralla comenzaba a filtrarse la luz de una luna llena inmensa y grandiosa. En aquel lugar Pedro le soltó la mano y bailó por unos instantes, haciendo girar el vuelo de la falda. Era preciosa.
Pedro señaló al cielo. Estaba plagado de estrellas.
—¿Qué piensas que encontrarán los hombres cuando lleguen allí?
—Espero que un lugar como este y un día como el de hoy—respondió Alfredo.
Ella se volvió y le sonrió con las fauces abiertas. Alfredo parpadeó: la sonrisa de la chica seguía siendo encantadora. Se maravilló de esos labios carnosos, que hace tan poco se habían unido a los suyos. Sentía un gusto extraño en la boca, algo así como el metal, caliente e intenso. Pedro abrió los brazos para abrazar la brisa de la noche y él creyó ver la sombra de un par de alas enormes contra el muro del castillo. «Juegos de la luz en la oscuridad», pensó. La luz de la luna dibujaba formas caprichosas.
—Escucha, Pedro. En este lugar quiero compartir algo contigo.
—Lo que quieras —respondió ella, y el resoplido le zarandeó la ropa como si fuera un pequeño vendaval.
—Tengo delante de mí algunas decisiones y estoy preocupado. Voy a empezar un nuevo trabajo en una ciudad extranjera y… no sé si saldrá bien. Dejarlo todo, comenzar de nuevo. Los amigos, el idioma. Tengo miedo.
Ella permaneció en la oscuridad durante unos instantes, observándole. Después se acercó hasta situarse frente a él, con aquellos ojos grandes donde giraban las estrellas de una nebulosa. Extendió una mano y acarició su mejilla. Alfredo sintió el roce de las grandes escamas contra su cara y la joven le sonrió con dulzura.
—Tu especie siempre me sorprende. Veré a los hombres pisar otros mundos, y sin embargo algunas cosas seguirán despertando mi ternura.
»Deja que el temor pase. Te atravesará como un cuchillo y cuando se haya ido solo quedarás tú. El viaje te hará más fuerte y encontrarás otros amigos, otros caminos, otras formas. Te harás más viejo y más sabio y, al final, volverás limpio y renovado, recién nacido como una cría humana.
El suelo tembló cuando ella se apartó de él. Alfredo quería abrazarla, y a la vez, no quería hacerlo. Pedro alzó el cuello acorazado hacia las estrellas.
—Vete ahora, antes de que vuelva el hambre. Tan solo te pido esto —El cuerpo femenino se alejaba y una garra grande como un árbol se alzó para señalar hacia lo alto—. Cuando lleguéis allí, llevadnos con vosotros.

:::..

Habían salido de la casa por una puerta lateral y frente a ellos se encontraba la extensión desierta del pantano, oscuro y ominoso. «He aquí la razón de la humedad y del frío», pensó Yoli. Miguel Ángel se había alejado de la entrada y estaba medio inmerso en el barrizal previo a la orilla. La luz de la luna, recién asomada por el horizonte de colinas boscosas, iluminaba la escena. La túnica colorida había tomado un color oscuro allí donde el fango la había tocado.
—Será mejor que te quites la ropa.
—De ninguna manera —Yoli lanzó una mirada asesina al hombrecillo.
—Las mujeres no son mi tipo —replicó Miguel Ángel—. Escucha. Debes hacer esto.
«¿Quitarme la ropa aquí, de noche, con este tío? Ni loca». Y sin embargo se descalzó las botas, se quitó el pantalón —quedando solo con unas braguitas que rezó estuvieran limpias— y la camiseta. «Estoy loca». Después, con mucho tiento, comenzó a acercarse al agua. Para su sorpresa, el barro estaba cálido, y aunque al principio le provocó algo de repulsión, pronto lo encontró agradable. Calada hasta las rodillas se encontró con Miguel Ángel, que la esperaba.
—Estamos entre el agua del pantano y la tierra de Ruesta, entre el aire del cielo y el fuego del subsuelo. Coge una bola de barro con las dos manos. Eso es —El cieno resbalaba de las manos de Yoli por las muñecas y hacia los antebrazos—. Y ahora: en este papel de aquí está escrito el nombre de Dios. No el de los cristianos, ni el de los judíos, budistas o musulmanes. El verdadero nombre de Dios, el tuyo y el mío. El de todos nosotros.
Miguel Ángel elevó el papel con reverencia y ella pudo observarlo por un instante, recortado contra la luz de la luna. Las letras parecían brillar en la oscuridad, pero no pudo reconocer ninguna. Entonces el hombrecillo introdujo el papelito dentro de la bola de fango que Yoli sostenía con ambas manos.
—Ahora esculpe una nueva vida.
Yoli se estremeció. «¿Así que es esto?», se sorprendió. Se sintió engañada, irritada contra aquel hombrecillo estúpido que le pedía… ¿qué? ¿Esculpir una nueva vida? «Pero, ¿qué se ha creído?». A punto estuvo de tirarle la bola de barro a la cara y salir de aquel cenagal, pero las manos de él se posaron sobre sus brazos, y ella pudo mirarle a los ojos. Lo que vio allí, fuera lo que fuera, le tranquilizó.
—Yo te ayudaré.
—Bueno —rezongó—. Visto así, parece un juego. Hagámoslo.
Cogió un poco más de barro y lo unió al bloque inicial, que estaba empezando a endurecerse. Después añadió otros. Amasó, moldeó, dio forma: inclinó la figurilla a uno y otro lado con cuidado primero, después con cariño. «No está tan mal esto de esculpir medio desnuda a orillas de un pantano bajo la luz de la luna», reflexionó. Resbaló sobre el lodazal un par de veces, se rio y se concentró todo lo que pudo en dar unas formas concretas a aquella masa informe de tierra, agua, calidez y espuma.
Y cuando hubo terminado, lo sostuvo entre sus manos, embadurnada de fango de la cabeza a los pies; y la figura de barro que había creado era sólida y compacta, frágil y vulnerable; y parecía respirar por sí sola bajo la juguetona luz de la luna.
—Es solo un golem —dijo Miguel Ángel.
—Es… —Miró el cuerpecillo que palpitaba entre sus manos y no encontró las palabras—, es hermoso.

::::.

En el comedor del albergue nadie dio muestras de sorpresa ante la grotesca afirmación y de nuevo hubo asentimientos y cabeceos. La joven del pelo plateado se sentó en su banco y Yolanda se quedó maravillada. «¿Es una especie de juego? A ver si lo pillo. Quizás pueda participar…». El pensamiento le hizo estremecerse; le encantaban las actividades creativas. Entonces otra mujer se levantó y comenzó a hablar.
—Echo de menos a mis hermanas. Somos muchas y no estamos muy unidas, pero juntas podemos hacer cualquier cosa. Somos navegantes y somos esperanza, observamos y somos observadas. He vagado mucho tiempo en su búsqueda y he llegado incluso hasta lo más profundo del océano. Pero es en Ruesta donde puedo verlas siempre que quiero. A cientos, a miles.
«Una estrella, ¡y sus hermanas se reflejan en el pantano!», pensó Yolanda con una sonrisa. Pero se abstuvo de decirlo en voz alta. Tenía una intuición acerca del juego y quería estar segura antes de meter la pata. Se le daba bien encontrar pistas ocultas en las historias. De momento, le quedaba claro que estaban representando algún tipo de papel fantástico. Seguramente se habían puesto de acuerdo para una actuación teatral en vivo.
Un hombre anciano se levantó a continuación
—Amo a mis hijos. Son fruto del trabajo de mis manos y ahora yacen, olvidados y dormidos, por obra del hombre. Un mal día se los llevaron de mi lado y me vi forzado a marchar más allá de nuestras fronteras. Desde entonces nada crece en sus huertos anegados. Siempre termino volviendo a su lado, aunque ya no pueda tocarles.
—Mi burro era el animal más terco sobre la faz de la Tierra. Le grité y le amenacé, pero no cambió de opinión. Era mi mejor amigo, y de todas maneras, yo tampoco quería irme. Esperé hasta el final. Y cuando llegó el día no quiso moverse. El agua…
Yolanda estaba pensando a toda velocidad. Todas aquellas historias tenían un denominador común. El hombre que respiraba como un pez; los geranios inundados; las torres que sobreviven al agua. «¡Está clarísimo, por favor!».
—¡El pantano! —Se le escapó sin poder remediarlo. Estaba exultante. «¡Todas las historias se refieren al abandono del pueblo por la inundación del pantano!».
El último narrador, un hombre de piel blanca y pelo húmedo y apelmazado, volvió la mirada hacia ella. Los ojos eran los de un ciego, blancos y lechosos. El hombre asintió.
—El pantano…
En el gran comedor se hizo el silencio. Las voces se acallaron, e incluso la música que había estado sonando afuera se tornó silente. Los ojos de todos se volvieron hacia ella; los narradores, los niños y hasta el camarero. Nadie dijo una palabra. Yolanda interpretó que, al haber llamado la atención sobre ella, ahora esperaban que participara. Empezó a ponerse muy nerviosa.
—Yo… perdonadme… yo no tengo historia que contar…
—Entonces recuérdanos —dijo el hombre de los ojos lechosos.
—Recuérdanos —dijo una mujer joven.
—Recuérdanos —dijo un niño.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Yolanda cogió su mochila y salió corriendo por entre las mesas de personas inmóviles que la seguían con la mirada. «Recuérdanos». Tropezó y cayó a los pies de alguien. «Recuérdanos». Se levantó como pudo y corrió hacia la puerta.
Al atravesar el umbral se encontró con que el pueblo estaba completamente a oscuras. No había ni rastro de los bailarines, ni de la música, ni de los puestos de chucherías y golosinas, ni de antorchas. Solo ruinas y más ruinas. Miró atrás, y por las ventanas sin cristales del albergue de donde había salido vio escombros, rocas, un lugar yermo y vacío. Chilló como no había hecho desde que fuera una niña, y corrió calle abajo tan rápido como se lo permitían sus doloridas piernas.

:::::

Yoli y Alfredo, en la entrada del pueblo junto al gran pedrusco amarillento, vieron venir a Yolanda y la serenaron como pudieron. No les llevó mucho tiempo. Al poco, Yolanda entró en un estado reflexivo. Había sido protagonista en una historia de terror, de esas que tanto le gustaban. Ruesta se extendía yermo y abandonado, las casas derruidas muchos años atrás, con la sombra del castillo dominando la vieja urbe y el gran pantano. Alfredo miraba a las estrellas en silencio, tocándose los labios con los dedos. Por su lado, Yoli observaba a ambos con serenidad, y no se podía deducir lo que pasaba tras aquellos ojos calmos. Se había limpiado algo de barro, pero aun así seguía pareciendo un comando boina verde. Fue ella quien habló.
—Ruesta es solo una etapa. Tenemos que continuar.
Los tres amigos se ayudaron a ponerse las mochilas, y con una última mirada atrás, se perdieron por el camino.

Son Servera, Febrero 2016
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Yuyu
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Yuyu »

Me ha gustado mucho, quiero seguir leyendo mássssssss.
Gracias por la "cervezita" :twisted:
:60: :hola:
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Shigella
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Shigella »

Oh, qué gran relato de terror y sucesos paranormales. Pocos kekos pero muy bien aprovechados.
1, 2... 1, 2... probando...
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Sinkim
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Sinkim »

¡Me ha encantado, me ha parecido una historia genial, muy, muy buena! :D

Me encanta mi participación aunque ahora sea una mujer, pero bueno, un dragón con tanta magia se puede convertir en lo que quiera :cunao:

Me ha gustado que al final le haya perdonado la vida a Alfredo, ya comeré cualquier otra cosa :cunao:

La parte del albergue me ha recordado a la posada El Fin de los Mundos de Sandman :lol:

Imagen

Clic para ver en grande :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Nínive
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Nínive »

Una prosa muy cuidada y una ambientación estupenda. El pasaje que me más me ha gustado es el del albergue, que sí que da un cierto repelús con esos "recuérdanos".
La historia del golem no la acabo de pillar, la verdad...
Creo que el autor escribe muy bien, que se lo ha pasado muy bien también en ese pueblo abandonado, pero se me ha quedado un poco corto de kekos. No consigo ver la relación entre las tres historias (hablando ya así más en serio del relato como tal), pero igual es cosa mía.
Y una cosilla, una bobada... No me termina de convencer el que figuren los nombres reales de los personajes. Pero en general, en todas las historias, no solo en la tuya. Prefiero kekos puros. :wink:

Muy agradable de leer y una muy buena historia. :60:
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Gavalia
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Gavalia »

Kass, estás que te sales muñeca. Parece que ten quieren por aquí, bueno por aquí y por donde vayas guapetona.
Excelente trabajo, pero tratándose de kekos me hubiera gystado ver alguno más. Lo dicho, gran trabajo.
En paz descanses, amigo.
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Lifen
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Lifen »

Pues si que ha sido un buen trabajo. Y bien aprovechado, que han dicho por ahí.

No me quedan claras algunas cosas, es como si te hubieras dado cuenta de la largura del relato y hubieras decidido no terminar algunas partes y tirar rápidamente hacia el final de todo :D

A estas alturas de la película seguro que todos sabemos quiénes son los protagonistas pero el hecho de usar los nombres reales hace que este relato sea más privado de alguna manera ¿no crees? Si ya con los nicks de los kekos puede ser difícil para alguien, con esto ya...
:101: La hora de los hipócritas, Petros Markaris


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jilguero
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por jilguero »

Jilguero que es muy amante de vuestros avatares y por ello no sabe cómo os llamáis casi ninguno, no tiene muy claro quién es quién, salvo Kassio que es inconfudible y me da que una de las niñas mimadas de este concurso.
Ganado a pulso te lo tienes :60:

La calidad de la prosa, en cambio, me habla de su autora :wink: y hace, además, que lo haya leído con mucho gusto.
¡Qué bien que te hayas animado! :wink:
Volveré, que ahora ando solo picoteando.


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Ratpenat
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Ratpenat »

No empecemos con lo de la temática, hombre :colleja:

Redéu, Shige, has conseguido emocionarme. No es fácil meter tantas y tantas referencias a foreros y a sus relatos. El trabajo que te has debido dar es encomiable. Además las tres historias son magníficas, por otro lado, la de Alfredo que consigue conmover a su cazadora, la de Yoli que se enfrenta a su inseguridad y lo disfruta, la de Yolanda que vive una aventura de terror.

Toda la ambientación está hecha maravillosamente, te imaginas el jolgorio y la fiesta, la gente danzando, contando historias, comiendo y riendo. El ritmo de lo que pasa y de lo que se describe es fantástico, se ve todo, en parte se intuye, pero siguen pasando cosas porque las descripciones no abruman jamás. Parece que lo hayan escrito para mí :D Estoy en la gloria.

Muy fan del Alfredo este, creo que se refiere a Gavalia, puesto que se liga a la guapa y encima ni se inmuta con eso de que se llame Pedro (yo habría levantado una ceja cuanto menos). El pelo largo plateado es muy sexi.

Yolanda la furiosa me recuerda a alguien que me encanta y su momento de terror me dio un escalofrío justo antes de leer eso del escalofrío. No miento, fue así.

Y de Yoli, todos sabemos quién es y cuánto la queremos. ¿A quién no le ha gustado leer lo bien que lo pasó con Miguel Angel?

Magnífico. Gracias.

Nota final: arrós al forn.
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Isma
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Isma »

Un relato muy mono, aunque un poco largo. ¿No eran cuatro folios? Qué pluma fácil tienen algunas...

Hay pocos personajes, pero la autora se despacha a gusto con ellos. El trío de protagonistas es Ratpenat, Kassiopea y Ororo: la autora distinguirá sobre estas dos últimas, aunque yo aventuro que Kassiopea es Yolanda, que sufre en sus propias carnes los terrores que hace pasar a los personajes de sus relatos. También andan por ahí Sinkim la dragona y Topito el alquimista como secundarios de lujo. Hay cameos a otros foreros: Berlín, Tolomeo, Estrella... Seguro que hay más.

Creo que la autora ha usado nombres propios porque no tenía más remedio. Esta historia no hubiera encajado con nombres de teleñecos. ¡Ojalá que los aludidos no hagan un Berlín de ello y se lo tomen con humor!

En definitiva, mono, aunque he visto por ahí alguna tilde y eso.
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IrisCornegie
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por IrisCornegie »

Me ha gustado pero opino lo mismo que los demás respecto a los nombres. Yo solo reconozco a Rat. La verdad es que así se le quita parte de la gracia.
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Shigella
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Shigella »

Te quejarás, Rat, que Kassio y tú habéis sido mis musas en varios de los 12 relatos que he enviado. Ya me invitaréis a mariscada y esas cosas. 8)
1, 2... 1, 2... probando...
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Ratpenat
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Ratpenat »

No me quejo, no :D
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Estrella de mar
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por Estrella de mar »

Se me ha hecho corto. :o Me he quedado con ganas de más con esa pedazo ambientación.
He soltado una carcajada con el momento de Kassio: "pero si está clarísimo". :meparto: Los contadores de historias han quedado genial. Y lo del golem también tiene su miga. :lol: Mu grande. :chino:
Rat, te han clavao. :lol:

Gracias por kekunear, valiente. :boese040:
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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noramu
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Re: CK2- Camino a Ruesta

Mensaje por noramu »

Primero que leo y me ha encantado. Ruesta y su ambientación lúdico-terrorífica, el albergue con los contadores de historias el castillo en ruinas, ... Y los personajes geniales. Ese Sinkim, hermosa seductora; Kass, la interpretadora de sueños; Rat, el viajero intrépido; Topito y su alquimia; Estrellita y sus miles de hermanas; Ororo, un poco más desdibujada, la fugaz aparición del culo prieto etc.. Al que no identifico es al hombre anciano que echa de menos a sus hijos :?
Muchísimas referencias tanto a los relatos como a los personajes reales y algún toque de humor que me ha sacado unas risas.
El lenguaje quizá demasiado alambicado te lo perdono porque no me ha impedido pasármelo genial leyendo.
Lo de los nombres reales puede llevar a confusión a algunos lectores foreros a la hora de identificar a los kekos pero entiendo que el autor/a lo ha querido así para hacer el relato más universal.
Enhorabuena por tu creación :60:

Edito: acabo de leer que se autodescarta para el concurso por su extensión :no: No estoy de acuerdo. Creo que habría que hacer una encuesta :cunao:
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