La cabeza cortada de Gavalia descansaba sobre la paja de la jaula. Los restos de comida y las gotas de sangre formaban un precioso mosaico de colores sobre el amarillo de la paja que junto con la cabeza con la lengua colgando daba a la escena un aire de macabra postal infantil.
Sogad, el gran tigre verde, disfrutaba de la tranquilidad de su carromato devorando el cuerpo del perro con voracidad, ajeno, por completo a la mirada de los humanos que, estupefactos, observaban la escena.
Ukiah, el chispas, no podía creérselo. Gavalia, su adorado perro, ganador de varios certámenes de belleza, estaba muerto. Aunque su expresión no cambió, tenía que mantener su fama de hombre frío y calculador, su corazón estaba destrozado. Alguien iba a pagar muy caro el asesinato de Gavalia. Ukiah era el encargado de toda la electricidad y electrónica del circo, y siempre estaba desbordado de trabajo.
Estaba claro que, durante la actuación, alguien había soltado al chucho y lo había metido en la jaula y el culpable tenía que encontrarse ahí mismo. La muerte no se había descubierto hasta que la actuación había terminado y el público había abandonado el recinto.
Los integrantes del circo Abretelibro rodeaban la jaula mirando hipnotizados los afilados dientes de Sogad que desgarraban la, desde hace unos cuantos años, no tan tierna carne del adorado Gavalia.
Kassiopea, la domadora, era la principal sospechosa. Era una de las pocas personas del circo que no temía acercarse al tigre verde. De hecho, durante su espectáculo, Sogad se mostraba más como un gatito casero que como el peligroso felino que era. Eran muy pocas las veces que Kass había tenido que utilizar a Manolo, su fiel látigo, para poner orden entre las fieras y nunca lo había usado con el gran tigre verde. Su función era la primera de todas y siempre dejaba al público en tensión y con el miedo en el cuerpo.
Su amor por las bestias era bien conocido por todos. Antiguamente, una anomalía como el famoso tigre verde estaría en la carpa de las rarezas, junto a la dinosauria enana, el topo que puede ver, el dragón alado, el murciélago que come paella con cuchillo y tenedor, las pelirrojas siamesas Iris y Cornegie y el gigante calamar verde. Sin embargo, Kassiopea se había encariñado con él desde el principio y no tardó en incluirlo en su espectáculo.
Nínive, la cazadora, observaba todo con la frialdad de la que está acostumbrado a la muerte mientras acariciaba, distraída, la cabeza del cárabo que descansaba sobre su hombro. Su número era uno de los más peligrosos y al salir tras los tigres de Kass mantenía al público con los nervios a flor de piel. La majestuosa lechuza de Nínive volaba entre dos postes llevando colgando, a unos quince centímetros de su pico, un disco de cerámica que la arquera siempre rompía con la primera flecha. En realidad, donde más peligro corría el pobre cárabo era cuando Gavalia se escapaba de Ukiah y se dedicaba a perseguirlo por todo el circo.
Tolomew, el poeta loco, también tenía sus motivos, su actuación en el anterior pueblo fue interrumpida por los ladridos de Gavalia que rompieron toda la magia de su interpretación. Los poemas que recitaba llegaban al corazón del público y emocionaban incluso a aquellos que no eran capaces de comprenderlos en su totalidad. Tolomew declamaba sus poesías acompañado de un precioso jilguero azul que, volando a su alrededor, ponía la nota musical con sus dulces trinos. A veces, cuando se encontraba especialmente inspirado, el poeta sacaba su trompeta y su música elevaba el espíritu de los asistentes y los relajaba de la emoción de los anteriores espectáculos.
Las lágrimas habían hecho que se corriera la pintura en los ojos de los payasos: Kharonte, Ulti y Barrikada. La eterna sonrisa del payaso había abandonado sus caras y el dolor convertía sus rostros en una tétrica máscara que daba auténtico pavor. Nunca hay que olvidar que la sonrisa también puede ser una máscara tras la que se esconde el mayor mal. Durante una temporada habían intentado introducir a Gavalia en su espectáculo pero el perro no llevaba bien los tartazos ni el agua a presión y tuvieron que desistir de la idea cuando en un arrebato mordió a Ulti.
Incluso Isma, el forzudo con su traje de piel de tigre y pesas de gomaespuma, derramaba alguna lágrima. Aunque para ocultar el tierno corazón que ocultaba su hercúleo cuerpo le echara la culpa a un viento inexistente. Todo el mundo sabía que Isma y Ukiah habían tenido una agría discusión que casi llegó a las manos. Aunque nadie conocía el verdadero motivo todos sospechaban que había alguna mujer por medio.
Iliria y Acliamanta no estaban demasiado afectadas, llevaban poco tiempo en el circo y aún no habían establecido fuertes vínculos con el resto de los artistas. Aunque hay que reconocer que su actuación musical, “Maripili en el país de las hadas”, encandilaba a todo el mundo. Acliamanta era Maripili, una linda niña con trenzas, con su vestidito azul y su canesú, que entra sin querer en el mundo de las hadas. Allí se encuentra a Iliria, un hada buena que, acompañada de su parlanchina Estrella de mar, enseña a Maripili divertidos juegos que hacen las delicias del público más pequeño. Además Iliria realiza varias veces su famoso truco del cambio de pelo, pasando con un simple estornudo de morena a rubia platino, para asombro del respetable.
Elisel, la sirena, casi no había tenido tiempo de quitarse su cola de sirena con la que hacía increibles acrobacias en un tanque de agua. Afortunadamente para los hombres, aunque se había puesto una camisa por encima el sugerente biquini que llevaba continuaba mojado haciendo que la camisa se pegara a su pecho de una forma aún más sugerente que si no llevara nada. Ella adoraba a los perros, e incluso un chucho como Gavalia era merecedor de sus caricias y atenciones.
Ororo, Shigella, Berlín y Larousse se abrazaban entre ellas mientras intentaban no mirar. Las contorsionistas todavía llevaban las ajustadas y brillantes mallas de colores que tanto atraían las miradas del público masculino. Sus esculturales cuerpos quedaban perfectamente definidos por la tela que las cubría como una segunda piel. Suyo era el último número ya que siempre dejaba a los hombres con ganas de volver. Aunque solo fuera por ver otra vez como semejantes diosas enredaban sus cuerpos entre sí de tal forma que no era posible distinguir donde empezaba una y donde acababa la otra. Ellas no eran sospechosas porque todas adoraban a Gavalia, aunque alguna de ellas era más de gatos, otra era aficionada a los experimentos químicos, otra…, bueno, no es importante, semejantes bellezas nunca podrían ser culpables.
Ciro, el médico y veterinario del circo, dio su experta opinión:
— Está muerto, el blanco de los ojos y la posición de las orejas no deja lugar a dudas. La causa de la muerte ha sido la decapitación. Se puede decir que ha perdido la cabeza —sentenció mientras se giraba, se ponía sus gafas de sol y abandonaba la escena.
La bruja Pulp había abandonado su carromato en la zona más alejada del circo y se había acercado a confirmar lo que ya sabía. Permanecía de pie, ausente de todo, con la mirada perdida en los ojos sin vida de la cabeza, viendo algo que solo ella podía ver. No cesaba de toquetear el saquito lleno de huesos, que llevaba colgando al cuello, mientras se la oía murmurar:
— Las cartas me lo habían advertido. ¿Por qué no les hice caso? La Torre nunca es una buena señal, sabía que se avecinaba una gran catástrofe y no hice nada. Es mi culpa. Y aún queda lo peor, el Loco no augura nada bueno para el futuro… —entre sollozos la voz de Pulp se fue apagando dejando a los que la habían oído con una sensación de inevitable fatalidad.
Alejado de todos, Melón, el técnico en mantenimiento sanitario y clasificación de residuos, antiguamente conocido como barrendero, disfrutaba viendo el cadáver del chucho pulgoso. Ya tenía bastante trabajo con los elefantes y demás animales como para encima tener que estar siguiendo los rastros que Gavalia iba dejando por todo el circo para marcarlo como suyo. Nadie conocía su pasado, aunque todos daban por hecho que era un prófugo de la justicia y que había llegado al circo escondiéndose de algo o de alguien.
Escondida tras la carpa Lifen tomaba notas en su libreta, sus informes a Lochness, la dueña del circo, siempre eran precisos y exhaustivos. Había recogido las expresiones y reacciones de todos los presentes y su asombroso intelecto le había descubierto al verdadero asesino.
¿Podrás tú hacer lo mismo?
SOLUCIÓN:
La solución era obvia, el asesino había sido Mr. Sogad, el gran tigre verde había devorado a Gavaliar, ergo había sido su asesino. Ahora bien, ¿cómo había llegado el chucho a la jaula? La respuesta también la tiene el bueno de Sogad, hace tiempo que, a base de observar a Kass, había aprendido como abrir la jaula y ya se había hartado de que el chucho marcara su caravana y dejara su apestoso olor en ella. Así que cuando acabó su función y Kass lo dejó encerrado en su carromato aprovechó que todos estaban distraídos, salió de la jaula y cazó a un desprevenido Gavalia. Kass fue la primera en descubrir lo sucedido al volver antes de lo acostumbrado para ver cómo se encontraba Sogad. Lo había notado raro durante la función y estaba preocupada. Solo le llevó un momento comprender lo que había pasado y, lo que era más importante, el destino que le esperaba a Sogad cuando se descubriera que había sido capaz de salir de su jaula y que había matado. Así que, sin pensar en las consecuencias, limpió la sangre del lugar donde Sogad había atrapado a Gavalia y borró, como mejor pudo, todo rastro de lo que había acontecido. Confiaba en que cuando se descubriera lo sucedido todos correrían hacia la jaula y las pisadas de la gente acabarían de eliminar lo que pudiera quedar. |