CP XI Singularidad
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CP XI Singularidad
Singularidad
Estaba caminando por la calle y el día se le antojaba del todo vulgar, olvidable y, por sobre todas las cosas, mal invertido. Iba de camino a su casa a paso rápido, apurado, era imperioso llegar cuanto antes a hacer nada; porque cuando uno está disconforme simplemente se apura para estar disconforme en algún nuevo lugar, con esa vaga ilusión de que la conformidad venga desde afuera. La calle estaba por demás tumultuosa y le era fácil congeniar con el resto de sus compañeros de ciudad ya que todos apuraban el paso, igual de ansiosos e irritables, aunque uno nunca podía discernir si su marcha estaba justificada por las ganas de llegar a algún lugar donde realmente aguardara algo placentero. Recorría las mismas veredas de siempre, aquellos lugares tan versátiles que sabían a veces ser lo más acogedores que interminables; esas veredas, siempre iguales, y tan distintas, supieron ser testigos de sus mejores y sus peores días; esa curiosa osmosis que se da entre el estado de ánimo y el entorno. Hoy simplemente se le antojaban molestas, transitables, obstáculos infranqueables entre él y su casa. No atinaba la manera de distraerse, las cuadras duraban ese día lo más que les era permitido durar, su máxima extensión posible en ese regateo entre la realidad y el entretenimiento, y la garantía tan persuasible que es siempre el tiempo. Si alguien le hubiera podido preguntar a dónde es que iba tan apurado, sobre que valiosa porción de vida estaba invirtiendo su fatiga… Yo creo que nada él podría haber respondido; recorría la ciudad con la misma marcha frenética y dispar con la que uno recorre la vida cuando esta se halla en una meseta y el tiempo pasa. Eso era definitivamente lo peor. La ausencia de motivaciones era para él la cara más dura de la vida, y, definitivamente, la que requería de más sabiduría para digerirla; los malos momentos son al menos extremos, vívidos, resacas de tiempos mejores, pero esos días grises que se suceden y se suicidan para engrandecer aquellos que son distintos y se llevan la gloria y quedan inmortalizados en la memoria, me gustaría, y a él también, conocer a alguien que supiera sacar algo digno de ellos.
Al pasar por la plaza y ver aquella multitud amontonada salió del ensimismamiento. Aquella imagen de tanta gente reunida, inmóvil, esa horda de gente con sus trajes de momento valioso, sus posturas relajadas y humanas, su interés genuino y espontáneo por lo que sea que nos rodea. Esa imagen colapsó contra su empolvado traje de día olvidable y lo sacó violentamente de su ostracismo. La colisión fue brutal, algo en él litigó exageradamente ante el tribunal de su conducta y la hermosa ebullición de la motivación lo recorrió todo y lo condujo absorto y embelesado hacia la congregación.
Caminaba entre la gente como aturdido, como si descubriera por primera vez, o mejor dicho, después de tanto tiempo, el simple hecho de que la gente se une y hace cosas. No pudo deducir el motivo de esa convocatoria, probablemente no fuese ninguno. Lo único que podía comprobar era que la gente afluía como torrentes hacia allí para conjurar el hechizo del hecho en sí mismo; esa horda, esa retrotracción al origen uterino, operaba como una pandemia que se viralizaba y contagiaba a todos los transeúntes. Era la magia del hecho en sí mismo, la pura ausencia de motivo que demostraba el motivo primordial, la razón de toda reunión en la historia de la raza: la irresistible unión de las personas.
Todos allí desconocían el efecto desencadenante, la singularidad, el primero que sacó un ‘’nosotros’’ de la galera e instituyó ese monstro colectivo que imantaba a todos y los ponía ante el mismo problema y con unanimidad de solución. La transición invaluable que es el camino desde un yo hacia un nosotros.
Todo ahora se le presentaba hermoso, inescrutable, insondable, cada imagen que sus ojos podían capturar y retener le merecía interminables y deliciosas reflexiones, como cuando pasan muchas cosas juntas y uno siente que no atina a considerar el valor de cada una porque el tiempo no alcanza. La vida lo agarraba desprevenido ahora, le escupía en un segundo mucho más de lo que podía procesar y lo desorbitaba en esa increíble vorágine que lo hacía arrepentirse de haber cuestionado y subestimado lo maravilloso de las cosas. En el medio de tantas caras y tanta catarsis que se respiraba en el aire la vio ahí parada, tan frágil e indecisa y tan motivada, pero a la vez serena y con esa ingenuidad que era más sabia que todo lo que alguna vez había conocido. La miró tanto que sintió pudor cuando ella lo miró también pero la complicidad ya tenía la dinámica de una y mil vidas. Se miraron todo lo que quisieron, sabiendo a cada momento que estaba bien mirarse y que era gratis y era lo que querían ver los dos. Era una sensación que él no sabía siquiera que existía, era la evidencia de que todas esas historias no eran puros ideales ni estaban exageradas, que aquello existía. También supo al instante que aquello tampoco era frecuente, que era único y que era para siempre; pero la ansiedad no llegaba, contra todo pronóstico se contentó con mirar sin miedo un rato más. No sentía como otras veces la necesidad de poseerla, porque aquello ya era suyo y de ella y ya no había que caminar apurado ni había que precipitarse para terminar de atar a la fuerza la situación para conformarse y dejarla allí sin tocarla demasiado, sin romperla. Mirarla era hipnótico y estaba bien, y ella miraba también con su sonrisa ligeramente reposada en una de las comisuras, esa mueca de eterno compañerismo y de eterna compasión. El pelo que caía indeciso sobre los hombros, indeciso como toda ella. El flequillo que cercaba la cara en esos confines herméticos, en esa promesa de mirada suave. Los ojos tiernos y curiosos y rebeldes que miraban con inocencia pero con malicia, con picardía. El vestido que describía ese cuerpo tan querible y tan ligero, como la tela, esa necesidad de protegerla estúpidamente, no de ningún peligro sino de protegerla simplemente. Todo eso le pasaba enfrente de los ojos y esa inexplicable serenidad como quien puede mirar la comida un rato porque no se va a ir a ningún lado. No pudo más que permitirse el entusiasmo de ir a buscarla y morir con ella después de haber vivido todo lo que les quedaba y ella ya había acercado unos pasos, como hacen las mujeres, esa invitación sutil que compensa el eterno miedo del hombre y lo llama maternalmente a que se arriesgue porque vale la pena; esa hombría amortiguada que desnuda lo frágil y hermoso de la virilidad, esas ganas infantiles de mostrarse valiente siempre y cuando no haya peligro y uno pueda ser después el héroe de la anécdota.
Camino hacia ella y le agarró la mano y el contacto fue el sello del mejor día de su vida.
Estaba caminando por la calle y el día se le antojaba del todo vulgar, olvidable y, por sobre todas las cosas, mal invertido. Iba de camino a su casa a paso rápido, apurado, era imperioso llegar cuanto antes a hacer nada; porque cuando uno está disconforme simplemente se apura para estar disconforme en algún nuevo lugar, con esa vaga ilusión de que la conformidad venga desde afuera. La calle estaba por demás tumultuosa y le era fácil congeniar con el resto de sus compañeros de ciudad ya que todos apuraban el paso, igual de ansiosos e irritables, aunque uno nunca podía discernir si su marcha estaba justificada por las ganas de llegar a algún lugar donde realmente aguardara algo placentero. Recorría las mismas veredas de siempre, aquellos lugares tan versátiles que sabían a veces ser lo más acogedores que interminables; esas veredas, siempre iguales, y tan distintas, supieron ser testigos de sus mejores y sus peores días; esa curiosa osmosis que se da entre el estado de ánimo y el entorno. Hoy simplemente se le antojaban molestas, transitables, obstáculos infranqueables entre él y su casa. No atinaba la manera de distraerse, las cuadras duraban ese día lo más que les era permitido durar, su máxima extensión posible en ese regateo entre la realidad y el entretenimiento, y la garantía tan persuasible que es siempre el tiempo. Si alguien le hubiera podido preguntar a dónde es que iba tan apurado, sobre que valiosa porción de vida estaba invirtiendo su fatiga… Yo creo que nada él podría haber respondido; recorría la ciudad con la misma marcha frenética y dispar con la que uno recorre la vida cuando esta se halla en una meseta y el tiempo pasa. Eso era definitivamente lo peor. La ausencia de motivaciones era para él la cara más dura de la vida, y, definitivamente, la que requería de más sabiduría para digerirla; los malos momentos son al menos extremos, vívidos, resacas de tiempos mejores, pero esos días grises que se suceden y se suicidan para engrandecer aquellos que son distintos y se llevan la gloria y quedan inmortalizados en la memoria, me gustaría, y a él también, conocer a alguien que supiera sacar algo digno de ellos.
Al pasar por la plaza y ver aquella multitud amontonada salió del ensimismamiento. Aquella imagen de tanta gente reunida, inmóvil, esa horda de gente con sus trajes de momento valioso, sus posturas relajadas y humanas, su interés genuino y espontáneo por lo que sea que nos rodea. Esa imagen colapsó contra su empolvado traje de día olvidable y lo sacó violentamente de su ostracismo. La colisión fue brutal, algo en él litigó exageradamente ante el tribunal de su conducta y la hermosa ebullición de la motivación lo recorrió todo y lo condujo absorto y embelesado hacia la congregación.
Caminaba entre la gente como aturdido, como si descubriera por primera vez, o mejor dicho, después de tanto tiempo, el simple hecho de que la gente se une y hace cosas. No pudo deducir el motivo de esa convocatoria, probablemente no fuese ninguno. Lo único que podía comprobar era que la gente afluía como torrentes hacia allí para conjurar el hechizo del hecho en sí mismo; esa horda, esa retrotracción al origen uterino, operaba como una pandemia que se viralizaba y contagiaba a todos los transeúntes. Era la magia del hecho en sí mismo, la pura ausencia de motivo que demostraba el motivo primordial, la razón de toda reunión en la historia de la raza: la irresistible unión de las personas.
Todos allí desconocían el efecto desencadenante, la singularidad, el primero que sacó un ‘’nosotros’’ de la galera e instituyó ese monstro colectivo que imantaba a todos y los ponía ante el mismo problema y con unanimidad de solución. La transición invaluable que es el camino desde un yo hacia un nosotros.
Todo ahora se le presentaba hermoso, inescrutable, insondable, cada imagen que sus ojos podían capturar y retener le merecía interminables y deliciosas reflexiones, como cuando pasan muchas cosas juntas y uno siente que no atina a considerar el valor de cada una porque el tiempo no alcanza. La vida lo agarraba desprevenido ahora, le escupía en un segundo mucho más de lo que podía procesar y lo desorbitaba en esa increíble vorágine que lo hacía arrepentirse de haber cuestionado y subestimado lo maravilloso de las cosas. En el medio de tantas caras y tanta catarsis que se respiraba en el aire la vio ahí parada, tan frágil e indecisa y tan motivada, pero a la vez serena y con esa ingenuidad que era más sabia que todo lo que alguna vez había conocido. La miró tanto que sintió pudor cuando ella lo miró también pero la complicidad ya tenía la dinámica de una y mil vidas. Se miraron todo lo que quisieron, sabiendo a cada momento que estaba bien mirarse y que era gratis y era lo que querían ver los dos. Era una sensación que él no sabía siquiera que existía, era la evidencia de que todas esas historias no eran puros ideales ni estaban exageradas, que aquello existía. También supo al instante que aquello tampoco era frecuente, que era único y que era para siempre; pero la ansiedad no llegaba, contra todo pronóstico se contentó con mirar sin miedo un rato más. No sentía como otras veces la necesidad de poseerla, porque aquello ya era suyo y de ella y ya no había que caminar apurado ni había que precipitarse para terminar de atar a la fuerza la situación para conformarse y dejarla allí sin tocarla demasiado, sin romperla. Mirarla era hipnótico y estaba bien, y ella miraba también con su sonrisa ligeramente reposada en una de las comisuras, esa mueca de eterno compañerismo y de eterna compasión. El pelo que caía indeciso sobre los hombros, indeciso como toda ella. El flequillo que cercaba la cara en esos confines herméticos, en esa promesa de mirada suave. Los ojos tiernos y curiosos y rebeldes que miraban con inocencia pero con malicia, con picardía. El vestido que describía ese cuerpo tan querible y tan ligero, como la tela, esa necesidad de protegerla estúpidamente, no de ningún peligro sino de protegerla simplemente. Todo eso le pasaba enfrente de los ojos y esa inexplicable serenidad como quien puede mirar la comida un rato porque no se va a ir a ningún lado. No pudo más que permitirse el entusiasmo de ir a buscarla y morir con ella después de haber vivido todo lo que les quedaba y ella ya había acercado unos pasos, como hacen las mujeres, esa invitación sutil que compensa el eterno miedo del hombre y lo llama maternalmente a que se arriesgue porque vale la pena; esa hombría amortiguada que desnuda lo frágil y hermoso de la virilidad, esas ganas infantiles de mostrarse valiente siempre y cuando no haya peligro y uno pueda ser después el héroe de la anécdota.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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- MomoEnSilencio
- Lector
- Mensajes: 87
- Registrado: 27 Mar 2016 21:11
Re: CP XI Singularidad
A ver... sinceramente, me ha costado terminarlo. Hay frases que podrían estar bastante mejor construidas, no me ha quedado muy claro cuál era el argumento, los signos de puntuación deberían mejorar...
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- ACLIAMANTA
- No puedo vivir sin este foro
- Mensajes: 584
- Registrado: 29 Oct 2014 13:01
Re: CP XI Singularidad
No me llegó. A medida que iba leyendo me parecía estar escuchando un discurso a ratos incoherente.
Lo siento autor pero no me agradó.
Lo siento autor pero no me agradó.
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Re: CP XI Singularidad
Mmmm... ¿Una catarsis por ver un grupo de gente reunida? Lo siento, pero no es la introspección (la introspección me gusta), es lo absurdo de esa introspección. No me creo el discurso del protagonista. Y si no me lo creo, no disfruto leyendo. Por cierto, que repites la misma idea en la mitad del relato, por lo que este se vuelve denso y leeeento.
No hay nada que me atrape y me lleve de la mano hasta el final. Otra vez será.
No hay nada que me atrape y me lleve de la mano hasta el final. Otra vez será.
Siempre contra el viento
Re: CP XI Singularidad
Tengo debilidad por los escritos intimistas que tratan temas profundos. Puede que alguno se agote o se agobie entre tanta vuelta y vuelta a sensaciones y aspectos tan poco tangibles y subjetivos, pero a mí me encanta.
Para lo complicado que es llevar un texto en este tono, creo que sale bastante bien del paso, si bien hay momentos de repetición o tirabuzones estéticos que animan pero enredan la situación.
Me ha gustado el tema tratado de la desmotivación, los días grises, el tedio… Y creo que el autor se crece cuando describe el encuentro visual entre los personajes.
Me encanta que entre tanto hastío se contraponga el encuentro de la singularidad.
No es perfecto, pero tiene magia.
Para lo complicado que es llevar un texto en este tono, creo que sale bastante bien del paso, si bien hay momentos de repetición o tirabuzones estéticos que animan pero enredan la situación.
Me ha gustado el tema tratado de la desmotivación, los días grises, el tedio… Y creo que el autor se crece cuando describe el encuentro visual entre los personajes.
Me encanta que entre tanto hastío se contraponga el encuentro de la singularidad.
No es perfecto, pero tiene magia.
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- Dama Luna
- No tengo vida social
- Mensajes: 1375
- Registrado: 26 Ene 2016 21:18
- Ubicación: Atravesando la Montaña Negra
Re: CP XI Singularidad
Bien la recreación de lo que narra, tiene un halo poético. Pero el tono es un tanto (me vas a disculpar) pretencioso para lo que a fin de cuentas quiere transmitir.
Es una bella estampa a la que le falta algo de fondo detrás, un poco menos de traje y un poco más de alma.
Suerte!
Es una bella estampa a la que le falta algo de fondo detrás, un poco menos de traje y un poco más de alma.
Suerte!
Re: CP XI Singularidad
Pues tengo que decir que este relato, para mí, tiene dos partes. La primera, los pensamientos del protagonista mientras camina, aunque con mucha floritura me ha enganchado y sentía curiosidad por ver a donde nos querías llevar, pero una vez llegados al lugar y ver la resolución, se me ha ido todo abajo. Creo que no me esperaba algo así, pero por lo previsible. Me hubiese gustado una introspección algo más surrealista y no una historia de amor a primera vista...
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Re: CP XI Singularidad
Trajes de momento valioso, trajes de dia olvidable. Joder, que quieres que te diga, a mi me ha encantado. Parece que no pasa nada y lo que pasa es la vida.
Volveré a leerlo, que ahora ando con mucho sueño. Te leeré mañana tempranito, cuando se levanta el dia y con un café.
Volveré a leerlo, que ahora ando con mucho sueño. Te leeré mañana tempranito, cuando se levanta el dia y con un café.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CP XI Singularidad
Tiene un toque que deja entrever algo valioso. Pero en mi opinión hay muchas cosas que podrían mejorarse; parece como si faltara la consecuencia final de tanta reflexión introspectiva, más allá de un amor a primera vista, como alguien más notó.
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- Estrella de mar
- Vivo aquí
- Mensajes: 5094
- Registrado: 12 Jun 2008 23:21
- Ubicación: Aovillada en la Luna
Re: CP XI Singularidad
He leído con interés las divagaciones del muchacho. Lo que pasa es que en el final se me ha desinflado. Formalmente, nada que objetar.
Gracias por atreverte a saltar al abismo.
Gracias por atreverte a saltar al abismo.
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
- Frigg
- No puedo vivir sin este foro
- Mensajes: 644
- Registrado: 21 Mar 2016 12:45
- Ubicación: Más pallá que pa cá
Re: CP XI Singularidad
Después de ese camino introspectivo a la mente del protagonista, conociendo sus sentimientos con cada paso entre la multitud, no esperaba ese giro de amor tan recurrido.
Lo siento, autor/a. Creo que no sabías cómo acabar lo que empezaste y te ha salido un final atropellado.
Lo siento, autor/a. Creo que no sabías cómo acabar lo que empezaste y te ha salido un final atropellado.
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Re: CP XI Singularidad
¿Qué diferencia hay entre este relato y Ciclovía? Parecen similares ¿no? Parecen, efectivamente. Pero la diferencia es toda. Este relato es pedante, pretencioso, con errores de sintaxis y alguno gramatical. Probablemente persiga un objetivo similar al de Ciclovía pero no lo consigue ni de lejos.
Celebro que a otra gente le guste mucho, porque así me exonera del delito de decir que no me gusta.
Aspecto formal: mejorable.
Argumento: vale, tendemos a asociarnos y a veces encontramos a alguien que nos gusta. Yo ya lo sabía, más o menos.
Celebro que a otra gente le guste mucho, porque así me exonera del delito de decir que no me gusta.
Aspecto formal: mejorable.
Argumento: vale, tendemos a asociarnos y a veces encontramos a alguien que nos gusta. Yo ya lo sabía, más o menos.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
- Frigg
- No puedo vivir sin este foro
- Mensajes: 644
- Registrado: 21 Mar 2016 12:45
- Ubicación: Más pallá que pa cá
Re: CP XI Singularidad
No creo que se trate de comparar. Creo que cada uno aporta lo que tiene y debemos analizar los pros y contras de cada relato para que el autor intente aprender.
A mí no me ha llegado tampoco, pero no voy a ponerlo en el mismo nivel de aquellos que más me gustan porque no conozco el bagaje personal de cada autor.
A mí no me ha llegado tampoco, pero no voy a ponerlo en el mismo nivel de aquellos que más me gustan porque no conozco el bagaje personal de cada autor.
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Re: CP XI Singularidad
Hay otros textos mas pedantes y pretenciosos que este.
Tranquilo autor/a es cuestión de gustos.
Tranquilo autor/a es cuestión de gustos.
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