La niña de madera (Relato)

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Tolomew Dewhust
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La niña de madera (Relato)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

En deuda con kassio por sus desvelos en mi Rosa, rosae, pensé en demostrarle mi cariño de la única forma que sé, escribiendo una tontería.

La idea del relato se la comenté a Iris en noviembre, por eso no he podido participar en el popular (y sé que ella hubiera votado o no votado al relato como si no supiera que era mío, por supuesto, pero sabéis que me tomo muy en serio los concursos y no lo consideré adecuado).

Se titulaba "Yolanda", y la prota era Yolanda. Por motivos totalmente ajenos a mi voluntad, cuatro días antes me vi en la tesitura de no enviarlo o cambiarle el título y el nombre a la prota. Pero es ella.



La niña de madera

Su madre se apoyó en el tronco de una acacia y la parió.

Luego le diagnosticarían escoliosis, pero lo cierto es que esa cría era un arco sin flechas: su columna vertebral profundamente combada y el vientre plano dibujaban la caja de resonancia de un arpa mediana.

La primera vez que consiguió poner un pie delante del otro sin titubear fue a los cuatro años y medio. Nunca aprendió a saltar y tampoco conseguiría jamás averiguar para qué servía tal cosa.

Su primer día de colegio, ya con siete primaveras, lo pasó recostada en el suelo con las mochilas de tres compañeras sobrepuestas a la suya haciendo las veces de almohada. Esa tarde su padre le construyó un balancín utilizando una sábana recia de grandes dimensiones cuyas esquinas ancló al techo del aula a través de una argolla de acero, para que la cría pudiera asistir a Matemáticas y Lengua sin lastimarse la espalda.

Al tener noticia de aquello, los alumnos de las clases colindantes comenzaron a frecuentar las ventanas del aula que ocupaba la niña alabeada, con el propósito de contemplarla, aunque fuera solo un instante, columpiándose sobre el invento que se asemejaba a una hamaca y que, según ella jalara de uno u otro nudo, la reclinaba en mayor o menor medida para satisfacer sus necesidades. Tres chicos quedaron prendados súbitamente de ella la primera vez que la vieron balanceándose como lo haría un acróbata bien instruido bajo la carpa de un circo, con una mano trabada a la sábana y la otra subrayando con un lápiz de madera color azul genciana las palabras agudas de la primera página de su cuadernillo de anillas, que descansaba sobre sus piernas entrecruzadas.

Otro chiquillo no soportó el hecho de no compartir aula con aquella rara avis y pidió a sus padres que lo matricularan en Religión, para así al menos coincidir con ella una hora los martes y otra los viernes de cada semana.

También el profesor de Inglés comentaría en cierta ocasión a la Jefa de Estudios que no tenía veinticuatro alumnos en clase sino veintitrés, y un periquito sobre un trapecio. Cuando esta se interesó menos por la criatura zarabandista y más por los avances que esos niños estaban experimentando en el idioma de Virginia Woolf, él le confesó que llevaban un trimestre entero sin pronunciar una sola palabra anglosajona; tampoco en castellano, le dijo para su tranquilidad. Lo que ocurría durante los cincuenta y cinco minutos que duraba la materia que él impartía es que se limitaba, como el resto de escolares, a formar corrillo alrededor de la niña del columpio mientras ella se balanceaba, deleitándose en su contemplación.

Suspendieron al profesor una semana de empleo y sueldo y colocaron en todas las aulas un pequeño cartel donde rezaba la prohibición explícita de balancearse en horario lectivo. En todas las aulas menos en la de la niña del columpio, por mor de un olvido cuasi involuntario del conserje, víctima también del mismo embelesamiento que el resto.

El primer San Valentín que se celebró en el centro educativo siendo esa niña alumna, todos los chicos de su clase acudieron vestidos con un suéter de color rojo. Dos de ellos, además, coincidieron en la feliz ocurrencia de obsequiar a la cría con sendos almohadones rellenos de plumón, uno de oca y otro de ganso, para que ella pudiera recostarse cuando se apeara del balancín, circunstancia que tenía lugar entre asignatura y asignatura, algunas veces, y a la hora del recreo, siempre.

Al día siguiente de dicha efeméride la niña se encontró rodeada de un número indeterminado de almohadones, todos de incuestionable calidad, de diferentes tamaños y estilos. Su nombre con letras bordadas en hilo de plata decoraba la esquina superior derecha del cojín más grande. Había otro en el que destacaban las mismas grafías, pero en tonos violáceos sobre un fondo encarnado. Una de las almohadas suponía un enorme crucigrama de letras escogidas al azar en cuya diagonal, de izquierda a derecha y en sentido ascendente se adivinaba el nombre de la beneficiaria.

Uno de los alumnos cuyo almohadón no estaba bordado y al que de manera inconsciente la chica había relegado a un segundo plano, cogió un rotulador verde ópalo de punta fina para escribir a mano alzada en su funda el nombre de Valentina. Ella le observó en silencio y más tarde le sonrió. El niño estaría luego en cama los cuatro días inmediatamente posteriores al suceso padeciendo una fiebre de causas inespecíficas.

Porque Valentina tenía el cabello rizado y largo, muy rubio. De tez blanca, como la espuma resultante del episodio violento en el que se citan una ola solitaria y la escollera, y dos enormes ojos con la forma de dos nueces asimétricas y achatadas. El iris derecho era del color de la arcilla húmeda; el del ojo izquierdo algo más claro y anaranjado, como una zanahoria recién desenterrada y sin lavar.

No sabía caminar en línea recta y, aunque aprendiera, dada la curvatura que silueteaba su tronco y la posición contranatural en que debía mantener siempre caderas y hombros, le hubiera resultado del todo imposible llevarlo a cabo. Bien pudiera pensar quien no la conociera que en lugar de dirigirse a un destino concreto lo que hacía la niña era emular los movimientos de un ofidio. Como si practicara la danza del vientre mientras paseaba. Y siempre sobre la misma baldosa, sin apenas avanzar, porque lo hacía de manera parsimoniosa, aunque con no poco encanto.

Y en seguida comenzó a sacudirse otoños de encima creciendo menos de lo que hubiera deseado, sin conseguir distanciarse del todo de su columpio de trapo ni de esa inmerecida reputación que se había ganado a pulso entre sus compañeros de escuela, de adorable rompecorazones, primero, y aviesa lolita, después.

No podía querer a nadie porque no se quería a sí misma. En su cabeza se reproducían de manera constante multitud de operaciones matemáticas que terminaban siempre con un saldo negativo en su debe. Rebeca, por ejemplo, la chica del cabello lacio color óxido por cuyos favores el mejor amigo de Valentina había manifestado la intención de inscribirse en un curso de iniciación a la interpretación, para tratar luego de ser elegido protagonista en la obra de teatro «La importancia de llamarse Ernesto» en la que la referida Rebeca daba vida a la Señorita Cardew, constituía el minuendo. Siendo el cuerpo torcido e imperfecto de Valentina la cantidad a restar en dicho algoritmo, la diferencia era siempre un reguero de lágrimas cuando nadie la observaba.

Tenía Valentina una herida sin cerrar que trascendía de su minusvalía física, como si algo intangible le estuviera arrebatando, a cucharadas, retales de su alma. Escombros de una persona incompleta se sentía.

Compaginó sus estudios de Literatura General y Comparada con varios empleos temporales de los que tuvo siempre que despedirse antes incluso de finalizar el período de pruebas, debido a la incomodidad que le suponía estar más de dos horas seguidas sin reclinarse ni, por consiguiente, relajar los músculos del abdomen, espalda y tórax.

A sus veintiún años decidió entonces abrir su propio negocio: un pequeño local de treinta y cinco metros cuadrados en cuyo interior, sobre una tabla de paja de arroz compactada y una alfombra gris basalto, colocó un sencillo futón. Distintas representaciones de la diosa Higía decoraban las paredes. Sus padres le regalaron un óleo partido, un juego de dos lienzos concatenados para situar en una pared y su contigua aprovechando el ángulo de noventa grados que formaban entre ambos, y en los que se podía contemplar, en mitad de la verde selva, una descomunal catarata de la que manaba un torrente de agua color mostaza.

Era La media silueta un lugar para el descanso. El cliente convenía con Valentina la duración y el coste del servicio y, después, ambos se reclinaban sobre el futón y cerraban los ojos. La joven detrás, rodeando con sus brazos el contorno del cliente, aprovechando la cualidad ergonómica de su tan singular anatomía que se adaptaba a la perfección al cuerpo de su acompañante, siempre que este adoptara la posición fetal.

Era La media silueta, también, un lugar idóneo para el desapropiamiento. Una tienda de siestas en la que dejarse llevar a ninguna parte. Evadirse de cargas y preocupaciones. Olvidarse, sobre todo, del yo. La oportunidad de renacer tras un tiempo indeterminado acompañado de la niña con el cuerpo de madera. Una joven incapaz de valerse por sí misma para multitud de tareas cotidianas y que, sin embargo, supo inventarse un rinconcito en el planeta donde sentirse útil y realizada: aquel pequeño habitáculo de treinta y cinco metros cuadrados en el que hacía feliz a quien la visitaba.

Tenía clientes asiduos y otros cuya primera vez nunca resultaba ser la última.

Cierto día la visitó un rostro familiar que sin embargo no conseguía ubicar en modo alguno. Acordaron la duración del servicio y se tendieron sobre el futón. Consumidos ya cuarenta minutos sin cruzar palabra, el chico la sorprendió soltándole sin más: «Fui yo quien te dejó aquel comedero frente al columpio la tarde que regresaste del aula de música».

Valentina se quebró por lo inesperado de la revelación y rompió a llorar, recordando entonces que aquella dichosa tarde su infancia había comenzado a marchitarse dentro de su destartalado cuerpo de tiritas y paracetamol. Era jueves. La traían dos compañeras en volandas desde la clase de música hasta la suya cuando se toparon, frente al columpio de sábanas, con una pequeña cajita de plástico transparente repleta de alpiste para aves. Eso, y un improvisado bebedero de manufactura casera fabricado con el cartón de un rollo de papel de cocina cerrado en el pie con una cartulina negra, que se demostró incapaz de retener líquido alguno.

Después del asombro y la llorera generalizada, superado el shock colectivo de sentirse todos y cada uno de los niños de su clase agredidos por lo que consideraron una cruel falta de respeto a la joven más querida del colegio, después de aquello llegó la hora de la revancha. Revancha en forma de carcajadas y dedos acusadores de los críos que, pese a sus desvelos, nunca recibieron muestra alguna de cariño de Valentina. Revancha también de sus amigas y del resto de chicas de la escuela, cansadas todas ellas de oír hablar una y otra vez de la muñequita de madera que no sabía caminar. Un telón de mentira había caído por siempre de los ojos de esos chicos, que de la conmiseración y el afecto pasaron al insulto y la mofa convirtiendo las mañanas de esa niña en una continua pesadilla.

Recompuesta, cerró los labios de aquel hombre con una caricia y le invitó a seguir descansando. Él se zafó de aquel bozal delicado porque necesitaba decirle que lo hizo porque entonces pensó que era la única manera de llamar su atención, que la necesitaba cerca… que aún hoy la seguía necesitando.

Se convirtió en otro incondicional más de ese particular «local de siestas en compañía». Sin embargo, que Valentina no le hubiera reprochado su actitud pueril y desconsiderada que tanto daño le había causado en su día, que no le retirase la palabra y prohibido la entrada en La media silueta… en definitiva, que actuara con él como con cualquier otro desconocido, al joven le partió el corazón.

Se sucedieron las estaciones y terminó Valentina su grado en Humanidades. También profesionalmente prosperaría, hasta el punto de cubrir sus necesidades trabajando solo a demanda, para los más asiduos clientes. Fue el día de su vigésimo sexto cumpleaños cuando, debajo del futón, apareció un diario de viajes. Pasaron los días y nadie lo reclamó, así que optó por ojearlo superficialmente.

Desde la primera hasta la última página el cuaderno estaba colmado de anotaciones que hacían referencia a los «Viajes extraordinarios» de Julio Verne. La caligrafía era artística, los trazos sutiles pero seguros, los caracteres bien formados… Lo más curioso es que el propietario había utilizado un rotulador verde ópalo de punta fina para dar vida al diario.

Un capítulo lo ocupaba la biografía ficticia de William Emery, uno de los tres astrónomos británicos a los que se les encomendó la medición del arco meridiano en la zona del desierto del Khalari. Otro versaba sobre la inutilidad de la mayoría de los artefactos de Orphanik, aquel inventor al servicio del Barón de Gortz del que el escritor francés daba cuenta en «El castillo de los Cárpatos». Otro, sobre la construcción del Avante en los astilleros vascos… Así hasta el último de todos, titulado «Por ti volverán las aves», que Valentina no consiguió asociar a ninguno de los textos del galo. En él se narraba la experiencia vital de un namibio natural de Kolmannskuppe, ciudad minera a la que el desierto acabó por engullir, a quien la naturaleza había dotado con unos brazos extraordinariamente desarrollados.

La última línea del cuadernillo eran unas coordenadas. Después, la representación de un precioso comedero para aves junto a una enorme catarata que escupía miel en mitad de la verde selva.

Era jueves. Acudió temblorosa. Un namibio de brazos enormes ofrecía su función junto a una desvencijada caravana, a las afueras de la ciudad. Valentina había pasado mil veces por allí, sobre todo en su época de estudiante, cuando se dirigía a la universidad, y, sin embargo, nunca reparó en el singular recinto separado del mundo por una pequeña tapia de madera pintada de blanco.

Un terraplén servía de aparcamiento para los que iban llegando. Tres personas aguardaban turno, Valentina era la cuarta. Cuando le tocó cruzar la valla se santiguó. Una gruesa colcha extendida sobre grava y sablón hacía las veces de camastro. El africano esperaba recostado con el torso desnudo a que ella se le acercase. «Es tu turno», le dijo. No sabía qué hacer ni qué se esperaba que hiciera. Había sido una equivocación acudir allí, quiso disculparse y dar media vuelta. Se sintió empequeñecer, encorvándose aún más hasta casi parecer el ovillo con el que juguetean los gatos. «Tan solo acércate».

Magia.

Unos brazos enormes la asieron de la cintura y la elevaron a metro y medio de altura. Cerró los ojos, oyó una nana. Era su padre. Ella tenía tres años y lloraba. Lloraba pidiéndole a gritos que la aupara, que la abrazara, que la lanzara al cielo; quería atrapar una nube. Su padre nunca fue capaz de coger en brazos a su niña, creía que, si lo hacía, Valentina se rompería, se quebraría, desaparecería… Pasaron noches de guerra y llanto, y demasiados días de brazos cruzados y ceño fruncido. Cumplía años, quería a su padre, pero ansiaba que él la abrazara fuerte, lo necesitaba. Quería ser un avión de papel en sus manos.

Sonrió. Aquel hombre era como ella, diferente. También había hecho de su deformidad un don. Oleadas de personas acudían a que los zarandearan en el aire, a dejarse mecer. Todos necesitaban sentirse de nuevo niños y ese hombre era capaz de hacerles recuperar aquella sensación.

La pieza díscola del puzle encajó por fin en el cuerpo estropeado de Valentina. Había consumido media vida lamentándose de su minusvalía; no la física, la otra, la importante: siempre entre algodones, siempre buenas palabras, siempre una mano tendida ofreciéndole ayuda… Su padre no le compró un cojín para acomodarse en el pupitre sino que prefirió fabricarle un columpio de tela. Nunca fue una más en clase; era el periquito, la mascota, un adorno, el trofeo. Incapaz de amarse y respetarse a sí misma sintiéndose menos que una persona, creyéndose incompleta, inacabada, rota. Incapaz por tanto de amar a nadie.

En un pequeño terraplén, junto a una desvencijada caravana, sobre una colcha en la grava y a metro y medio del suelo, anclada a los brazos de un namibio y sintiéndose ave que migra… allí murió la niña de madera. En los brazos de un africano del que había tenido noticia gracias a la agenda de viajes de un joven febril y enamoradizo, con quien coincidiera casi veinte años atrás y tan solo durante las dos horas de Religión que tenían en clase a la semana, que dejó a propósito olvidada debajo del futón en el que ella compartía siestas con un sinfín de desconocidos… allí pereció la mujer quebrada.

En aquel rinconcito del mundo que antes alguien supo inventarse, allí renació Valentina.

:beso:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Landra
Me estoy empezando a viciar
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Landra »

Lo primero, gracias por compartir el relato.

Lo segundo que viene a cuento con todo el tema del concurso a cerca de si se leen o no los relatos, los que saben y los que no sabemos comentar etc... Este relato he sido capaz de leerlo del tirón. Ha habido un par de veces que he desconectado unos segundos y he tenido que releer para no perder el hilo, pero no me ha costado ningún esfuerzo. Al contrario que en otros relatos.

No voy a darte elogios porque estoy seguro que muchos lo harán y hablarán de tu maravillosa pluma bla bla bla. Solo decirte que de haber estado en el popular seguramente tendrías un punto mío. Y fijate, que yo no soy nadie y soy de aquellos que intentaron leerse tres veces "semblanza..." y no fuí capaz de digerirlo en condiciones, pero ello no quita mérito a ningún autor.

Ahora veo un cambio en mis ganadores elegidos por el jurado.

Suerte!!!
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ACLIAMANTA
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por ACLIAMANTA »

Me gusta tu relato Tolo (bueno, como casi todo lo que he leído de ti)

Me encanta la ternura que desprende desde el título y que va in crescendo con la lectura. Al terminar pensé: ¡es un relato muy Tolo! :)

Sin embargo y que conste que puede ser flojera mía, en algún punto (tal vez en el desarrollo de la vida escolar) sentí ganas de saltarme uno o dos párrafos (que es lo que hago cuando tengo la sensación de que se está alargando demasiado) pero en resumen me gustó y de haber participado en el popular de seguro te hubieras llevado un gran número de puntos.
Otra cosa (y esto que quede entre nosotros dos, por favor :oops: ) es que no me gustan los relatos-homenaje, porque siempre quedo con la sensación de que me pierdo algo, que hay algo ahí, debajo, que yo nunca, por más que me esfuerce, descubriré.
Ah! y edito para decirte que como comentarista te he extrañado y bastante! :(
Última edición por ACLIAMANTA el 06 May 2016 12:52, editado 1 vez en total.
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Isma
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Isma »

Por el tono general del relato, por los símiles y comparaciones, se deduce que es muy dulce y se expresa mucho cariño. La lectura es fácil, más fácil que con otros relatos tuyos. Se puede seguir el hilo y eso permite una lectura fluida y la hace más agradable, a mi modo de ver. Además de que manejas muy bien el vocabulario y eso a mí me cautiva. Para eso están todas esas preciosas palabras en el lenguaje, para usarlas.

En lo relativo al tema, me lleva una sospecha que ya he tenido con otros relatos tuyos. ¿Hasta qué punto tienes clara la historia en tu cabeza antes de ponerte a escribir? Lo digo porque el núcleo central de la historia, la ordalía de Valentina y su renacimiento, parece fraguarse a medida que discurre el texto. Como si no supieras a dónde va a parar el relato cuando empiezas a escribirlo y lo fueras decidiendo a medida que avanzas. Como si. Es una impresión mía. Por ejemplo, esa falta de amor hacia sí misma que tiene Valentina no aparece hasta mediados el relato, en este párrafo:
No podía querer a nadie porque no se quería a sí misma. En su cabeza se reproducían de manera constante multitud de operaciones matemáticas que terminaban siempre con un saldo negativo en su debe. Rebeca, por ejemplo, la chica del cabello lacio color óxido por cuyos favores el mejor amigo de Valentina había manifestado la intención de inscribirse en un curso de iniciación a la interpretación, para tratar luego de ser elegido protagonista en la obra de teatro «La importancia de llamarse Ernesto» en la que la referida Rebeca daba vida a la Señorita Cardew, constituía el minuendo. Siendo el cuerpo torcido e imperfecto de Valentina la cantidad a restar en dicho algoritmo, la diferencia era siempre un reguero de lágrimas cuando nadie la observaba.
Párrafo que, por cierto, es el más trabado del relato.

A esa impresión de que concibes la historia a medida que la vas escribiendo se suma, por ejemplo, el énfasis que haces en los años iniciales de escuela, que cobran mucha importancia en el cómputo global de la vida de Valentina: no hay padres, no hay "Valentina" sino la escuela, los alumnos y las atenciones que recibe o deja de recibir. El lector se siente dirigido a pensar que la historia tiene su centro en el colegio, cuando no es ese el núcleo que quieres transmitir. Esa es la clave: ¿qué quieres transmitir? No todo el texto lleva esa huella.

Me gusta la tienda de siesta y abrazos y me encanta el namibio que la acuna con sus brazos larguísimos. El circo de los monstruos, que suelen ser siempre más humanos que muchos otros. Me gusta la imagen del balancín de sábanas y los cojines bordados. Me gustan las imágenes sueltas, pero el foco central se me queda algo más vacío, falto quizás de la huella que comentaba antes que le hubiera impreso una personalidad más marcada.

Me alegro por Kassiopea. Estoy seguro de que se sentirá muy contenta con tu cariño. Ya lo puede haber escrito Jesulín de Ubrique o Gunter Grass, el tiempo dedicado y el calor de la intención tienen un valor único.

En fin. Un abrazo
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lucia
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por lucia »

Mira, me ha gustado mucho, pero no he descubierto el pero que tenía hasta que no he leído a Isma y su comentario sobre el cambio brutal a mitad para ir del dejarse llevar a llegar a un objetivo determinado.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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ACLIAMANTA
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por ACLIAMANTA »

Felicidades Tolo :eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap:
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Isma
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Isma »

En justa lid y solo queda felicitarte... Pero no sé por qué está este relato en LFE y no en el de relatos de concurso. Así no lo van a encontrar el resto de participantes.
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Berlín
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Berlín »

Isma escribió:En justa lid y solo queda felicitarte... Pero no sé por qué está este relato en LFE y no en el de relatos de concurso. Así no lo van a encontrar el resto de participantes.
Porque lo colgó Tolo, antes de irse, Isma.
Yo vengo a felicitarte también, poeta amigo, y a decirte lo mismo que te dije por privado: cómo me joden estas cosas.

Tu relato me encantó, que lo sepas.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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MomoEnSilencio
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por MomoEnSilencio »

Si hubieras concursado, te habría dado bastantes puntos. Me gusta la magia y la sensibilidad que contiene, el estilo, la forma del relato. Me he zambullido sin esfuerzo en las imágenes, que me han llevado de una manera onírica al "circo del sol".

No se ha hecho pesado ni lacrimógeno. Solamente lo he visto como un alma ansiosa por volar. Y me ha encantado cuando has dicho algo como "no la invalidez física, sino la otra, la importante".

Bravo
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Ororo
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Ororo »

Enhorabuena por el premio :D :D

No he leído todavía el relato, así que no sé si merecido :twisted:
En cualquier caso, cuando lo lea -que no podré evitarlo-, no comentaré nada. Me lo guardaré todo dentro. Venga, va, a ver si soy capaz :cunao:
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kassiopea
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por kassiopea »

Antes que nada, enhorabuena por el segundo premio del jurado!! :ola:
En deuda con kassio por sus desvelos en mi Rosa, rosae, pensé en demostrarle mi cariño de la única forma que sé, escribiendo una tontería.
Jajaja, me acuerdo que escribí el comentario de tu "Rosa, rosae" una noche que estaba insomne, pero no porque tu relato me desvelara, no, ya lo estaba de antes y decidí aprovechar para comentar algún relatillo más. Sí que es cierto que tu relato lo leí varias veces y me obcequé en encontrarle alguna interpretación; por cierto, que al final encontré la mía (que no tenía por qué coincidir con la del autor) y me sentí satisfecha. Pero también he de decir que eso lo hago siempre con todos los relatos que se presentan a los concursos: intento llegar a the meollo porque, pienso, que no merecen menos todos los valientes que se animan a participar.

Muchas gracias por dedicarme esta historia, Tolo :chino: Está escrita con muchísima sensibilidad y cariño, se nota, pero... ¿sabes qué me ha pasado? El saber que yo misma soy el personaje de Valentina me ha impedido conectar y disfrutar del todo con la historia. No sé, tal vez pueda parecer extraño, contradictorio incluso, pero me siento muy lejos de Valentina y eso hace que no me crea todo el conjunto y "viva" la historia... no sé si me explico :roll:

El balancín que le prepara su padre en la escuela me recuerda mi avatar habitual: esa joven que se columpia aovillada sobre la media luna. Creo que te inspiraste en la imagen, o tal vez no... Me encanta cómo describes el color de los lapiceros: azul genciana para el que usa la niña de madera y verde ópalo para ese compañero que quiere llamar la atención. Creo que eres tú, porque luego ese mismo chico es quien "olvida" el diario bajo el futón y gracias a eso la niña de madera llega a conocer al namibio de brazos mágicos... Tú, el mismo autor, es quien le muestra el camino... O no, pero eso me ha parecido entrever :meditando:

En el texto hay muchas frases largas y a mí no suelen gustarme, pero son parte de tu estilo, "marca de la casa", y la verdad es que te las ingenias para que suenen muy bien; creo que la poesía tiene algo que ver, claro.

Para terminar te dejo unas gencianas azules, me encantan:

Imagen

Espero que por lo menos leas esto "desde las sombras". Leer este relato tras lo sucedido me deja con una sensación agridulce que, probablemente, también me ha impedido disfrutar del mismo como, sin duda, lo merece. Un beso.
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kassiopea
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por kassiopea »

Isma escribió:En justa lid y solo queda felicitarte... Pero no sé por qué está este relato en LFE y no en el de relatos de concurso. Así no lo van a encontrar el resto de participantes.
Te recuerdo que este relato se presentó solo para el jurado, Ismita, y, por consiguiente, no está publicado junto con los que participaron en el popular. Y tampoco tendría que estar aquí, por cierto, pero Tolo quiso publicarlo antes de marcharse :wink:
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Lifen
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Lifen »

Yo no se si Tolo lee desde las sombras que dice Kass, pero me temo que no. No sabría decir por qué. Es igual, casi mejor si no lo lee :mrgreen:

¿Y no podría ser, Kass, que tu no fueras la protagonista? O sea que no se inspirara en ti para el personaje, sino simplemente que escribiera un relato dedicado a ti solo para que disfrutaras con él. O sea, como los autores que dedican los libros, para tal o para cual, sin que necesariamente sean las protagonistas.

Es una tontería, claro, que no tiene mayor importancia pero yo, que leí el relato en su momento cuando me tocó actuar como jurado, al leer el primer post me quedé muy sorprendida porque para nada te identifico con la protagonista, lo que hizo que el relato se me antojara extraño de repente. Así que me monté esa explicación y me quedé tan conforme conmigo misma :D

Y, por si el autor lee esto, ojala que volvieras otra vez. O, al menos, que me dejaras disfrutar tus relatos de alguna manera.
:101: Eclipse, Jo Nesbo

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kassiopea
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por kassiopea »

Pero dice que soy yo, que incluso la prota se llamaba Yolanda y luego no sé por qué lo cambió por Valentina:
Se titulaba "Yolanda", y la prota era Yolanda. Por motivos totalmente ajenos a mi voluntad, cuatro días antes me vi en la tesitura de no enviarlo o cambiarle el título y el nombre a la prota. Pero es ella.
La historia es preciosa, pero el saber que soy yo justo me ha impedido conectar más con la protagonista. Me siento muy lejos de ella. Es la sensación que he tenido las dos veces que lo he leído, ya lo siento.
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Isma
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Re: La niña de madera (relato)

Mensaje por Isma »

Hombre, Kassio tiene un airecillo, un no sé qué de madera... :cunao:
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