CV4 - Fantasmas - Kassiopea (3º)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Lifen
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CV4 - Fantasmas - Kassiopea (3º)

Mensaje por Lifen »

Fantasmas


«Desde una perspectiva puramente literaria, esta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos».
Harold Bloom, 1995. Escritor, profesor y crítico literario.



Los sucesos más relevantes suelen tener lugar en el instante más absurdo e inesperado. Doy fe de que así ocurrió en mi caso. Todo mi mundo comenzó a derrumbarse cuando una súbita ráfaga de viento penetró entre las puertas entreabiertas del balcón.

Había pasado toda la tarde revisando expedientes ante la impasible vigilancia del viejo reloj de péndulo que presidía la estancia. El papeleo había ido conformando torres inexpugnables sobre el imponente escritorio de roble, el cual siempre fue motivo de orgullo para mi padre. Recuerdo que, con el monótono transcurrir del tiempo, y arropado por el «tic tac» y el hipnótico balanceo del péndulo de bronce, un irresistible sopor fue invadiéndome el cuerpo. Mis párpados se volvieron pesados y, al fin, cayeron como losas. Tal vez durante unos pocos segundos, tal vez durante una eternidad...

Y entonces llegó ella. Fría y descarnada, aquella ráfaga hizo aletear con furia las delicadas cortinas de hilo, barrió la superficie de la mesa y me azotó el rostro con violencia. Me incorporé de un salto, tan sorprendido como contrariado, y me apresuré con la intención de ir a cerrar las puertas del balcón. Sin embargo, el viento cesó tan súbitamente como había llegado. Los papeles dejaron de revolotear a mi alrededor y fueron cayendo como pétalos secos, cubriendo la alfombra, los sillones y gran parte del escritorio. «Qué extraño», pensé. Me asomé al exterior —creo que buscaba ahí afuera alguna respuesta que no lograba encontrar en mi interior— y sentí la caricia de la cálida brisa proveniente del río. Vislumbré la silueta de diversas parejas que paseaban entre los árboles y las luces de gas, sin duda atraídas por la llegada del buen tiempo.

Ni rastro de aquel viento frío que me había despertado.

Cerré las puertas, por si acaso, y fue justo entonces cuando llegó hasta mí un ruido como de arrastrar algo. En un primer momento me alarmé, pues era jueves y día libre del servicio, por lo que a esas horas tendría que haber estado solo en casa. Pero luego pensé: «¿Acaso habrá llegado alguien mientras me he adormecido?» Decidí salir al pasillo y aguzar el oído. Avancé hacia las dependencias de la cocina —esperando encontrarme con alguno de los criados— pero me giré en redondo, realmente perplejo, al escuchar unos murmullos tras mi espalda. Ahí no había nadie.

Enseguida volví a oír las voces, apenas unos susurros que culminaron en risitas sofocadas. Esta vez sí logré detectar dónde se escondían los bromistas: los murmullos procedían de la última habitación del pasillo, la biblioteca.

Precisamente aquella habitación me producía sentimientos encontrados. Durante mi infancia había sentido fascinación por todas esas estanterías y vitrinas repletas de «todo el saber humano y parte del inhumano», como solía decir mi padre con sarcasmo. Georg, mi hermano mayor, me enseñó a leer entre esas paredes y allí habíamos compartido multitud de lecturas y buenos ratos. De hecho, fue en aquel lugar donde pasamos nuestros mejores momentos. Aunque lamentablemente la tuberculosis se lo llevó demasiado pronto, recién cumplidos los catorce años. Yo tenía ocho. La última vez que le vi estaba dentro de un ataúd blanco, vestido con un traje oscuro que le venía grande, expuesto en el centro de la habitación y con un candelabro custodiando cada esquina del féretro. La parpadeante luz de las velas dibujaba sombras sobre su cara demacrada, despertando en mi mente infantil la impresión de que el difunto fuera a moverse; eso me llenó de horror e intenté huir de la estancia. Mi padre me lo impidió. Ante todos los presentes me agarró de la oreja y me arrastró hasta el ataúd. Luego me obligó a besar el rostro pétreo de mi hermano.

En ese instante odié por primera vez, y con todas mis fuerzas, a mi inflexible padre. Y maldije también, en mi fuero interno, a todos los que nos observaban; impasibles hipócritas. Pero a quien odié por encima de todo y de todos fue a mi propio hermano —sentimiento que nunca he llegado a perdonarme—. Por haberse ido. Por haberme dejado solo.

A raíz de aquel episodio toda la fascinación que una vez sentí por la biblioteca se transformó en desencanto. Sí que en ocasiones puntuales acudía en busca de algún libro, por supuesto, pero ya nunca volví a sentarme en uno de los sillones para disfrutar de la lectura durante horas. Entre esas cuatro paredes se rompió algo para siempre.

Agitando la cabeza con la intención de ahuyentar los fantasmas del pasado, abrí la puerta de la habitación. En un primer momento no vi nada; ahí dentro reinaba la oscuridad más absoluta. En cuanto mis ojos se hubieron habituado conseguí prender la llama del quinqué que había sobre nuestra vieja mesa de estudio. Lo alcé ante mí y las sombras retrocedieron un poco. Enseguida advertí que algunos de los sillones no estaban en el lugar habitual. Avancé, rodeando con cuidado la mesa central, y al poco vislumbré los butacones prófugos: se encontraban ante las vitrinas del fondo, las más antiguas y valiosas, dispuestos alrededor de la mesita de ajedrez. Había piezas dispuestas sobre el tablero, como si alguien hubiera dejado una partida a medias.

—Buenas noches, hijo. —La voz resonó muy cerca, inconfundible. Giré sobre mí mismo con el quinqué en lo alto, intentando localizar al dueño de aquella voz gangosa que conocía tan bien y no esperaba volver a ver. De repente empecé a distinguir, sentadas en sendos sillones, las siluetas desdibujadas de dos figuras que me observaban. En un principio sus cuerpos eran translúcidos, pero rápidamente fueron ganando en consistencia hasta parecer sólidos—. Ya iba siendo hora de reencontrarnos.
—No creo en fantasmas —me dije en voz alta.
—No se trata de creer, sino de ser —comentó mi padre, sin dejar de repeinarse el tupido bigote con la larga uña del dedo meñique, tal como solía hacer—. Me temo que es algo que nunca has llegado a comprender... Pero siéntate con nosotros, haz el favor —dijo, señalando un sillón vacío—. Georg iba a servir unas copas...

Mi hermano, que vestía el mismo traje oscuro y holgado con el que lo enterraron, me dedicó una tímida sonrisa y, a continuación, se acercó a la vitrina más cercana. Abrió la puerta de cristal tallado y extrajo una botella de brandy y tres vasos que depositó sobre el tablero de ajedrez. Dentro de aquella vitrina siempre habíamos atesorado los libros y documentos más valiosos, pero por algún motivo insondable no me extrañó en esta ocasión verla convertida en un mueble-bar. También me pareció perfectamente lógico que mi padre vistiera su uniforme militar de gala, con la casaca azul impoluta, diríase que recién estrenada, y los botones dorados relucientes. Le observé con atención mientras él se encargaba de llenar los vasos.

—¡Ah! ¡Cómo echaba de menos este brandy! —exclamó tras haber dado un largo trago. Luego estiró el brazo y dio unas palmaditas en la espalda de Georg, que había empezado a toser. Al verles juntos constaté una vez más que mi hermano, el primogénito, siempre había sido su preferido.
—¿Por qué estáis aquí? —pregunté, intentando comprender tan extraña situación.
—Hace mucho tiempo que estamos aquí, pero estabas demasiado ciego y sordo como para reparar en nosotros. Te hemos estado observando, y créeme cuando te dijo que ha sido una tarea muy aburrida. Aburrida y también decepcionante —aseguró, mirándome fijamente con sus ojos afilados.
—¡Tú también me decepcionaste, padre! —Prácticamente escupí esta frase, yo mismo fui el primer sorprendido. Enfadado, golpeé sobre el tablero de ajedrez con el vaso y este se rompió, incrustándose algún trozo en mi carne. Un alfil, varios peones y el rey rodaron sobre la mesa y cayeron al suelo. Fuera de mí, continué el discurso—: Nunca quise ser abogado, ¡lo sabías muy bien! ¡Y me obligaste! Todo para conservar tu sacrosanto despacho... Un humilde despacho de seguros que debería haber sido para Georg. Pero claro, ¡su inesperada enfermedad te alteró los planes!
—¡Bien! ¡Al fin un poco de carácter! Siempre has sido un pusilánime, hijo.
—¡Mejor eso que ser un tirano!
—Aunque no lo creas, siempre quise lo mejor para ti. Decías que querías ser médico, sí, ¡pero ni lo intentaste! Te has pasado la vida culpándome a mí cuando el responsable no ha sido otro que tú mismo... ¿Y qué me dices de esas cartas que guardas en el último cajón de la cómoda? —me preguntó, peinándose de nuevo el bigote con la uña larga y puntiaguda—. Esa mujer que conociste en el balneario, Greta, en verdad está interesada en ti. Una poetisa de cierto renombre, ¡quién lo habría dicho! Que esté casada no es un incoveniente tan grande. He visto cómo relees sus cartas, con qué cuidado las guardas anundando a su alrededor una cinta de satén. Pero ni siquiera te has atrevido a contestarle. ¿Y sabes? Incluso los criados conocen la existencia de esas cartas, algunos hasta las han leído. ¡Y se burlan y hacen apuestas a tu espalda!
—¡Mientes! —le espeté. Aparte de la rabia, empezó a embargarme una profunda angustia.
—Ojalá fuera así... En verdad te digo que me hubiera gustado verte tomando decisiones diferentes. Todo podría haber cambiado y ahora mismo podrías ser un hombre más feliz. Pero ya es demasiado tarde. —Y tras decir esto, durante un vertiginoso momento, percibí tristeza en su mirada. Me impactó mucho, porque es lo último que me esperaba.
—¡Ya vienen! —exclamó Georg. Y me observó con inquietud.
—Sí, ha llegado el momento. Lo que viene a continuación tendrás que afrontarlo solo, no hay más remedio. Adiós, hijo.

Y desaparecieron, sin más, dejándome solo con un montón de preguntas y al borde del abismo.

Escuché ruido. Alguien entraba por la puerta principal de la casa. ¿Quién podía ser? Nadie del personal se atrevería a utilizar esa puerta, ¿o sí? Ya no estaba seguro de nada... Oí voces, un hombre y una mujer. Sus pasos resonaban por el pasillo. Cuchicheaban, reían, parecían felices. Se acercaban.

Dentro de la biblioteca, surgida de la nada, reapareció la ráfaga de viento frío. Se enroscó alrededor de mis piernas y, como una serpiente helada, fue subiendo por mi cuerpo. Yo temblaba. Recorrió mi brazo derecho hasta llegar a la punta de los dedos y alcanzó el quinqué que aún sujetaba. La llama se apagó y las sombras me engulleron.

Ante el vano de la puerta de la biblioteca aparecieron ellos. Ajenos a mí, solo pendientes el uno del otro. Se abrazaron.

Incapaz de moverme, intenté gritar. Una náusea de desesperación subió por mi garganta y embarrancó en el velo del paladar. Tampoco podía gritar. «He desperdiciado mi vida, soy un fantasma», pensé. Y comprendí que lo único que podía seguir haciendo era observar. Contemplar una vez más a Greta —mi querida y prohibida Greta— entre los brazos de aquel otro.

Aquel otro que sujetaba un maletín de médico. Aquel otro que tenía mi mismo rostro. Aquel otro que podría haber sido yo.
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jilguero
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por jilguero »

:hola:


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noramu
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por noramu »

:alegria:
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Berlín
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Berlín »

Un buen homenaje a Poe.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Landra
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Landra »

Me deja a medias, me gusta la situación con la familia... Pero no tanto el final.

Aun así enhorabuena autor.
:desierto:
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barrikada
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por barrikada »

Creo que de los que llevo leídos éste es el que más me ha gustado. Creo que es un texto muy entretenido, escrito con mucho gusto (aunque has metido un te dijo en vez de te digo) y con una sutil aportación de humor en la conversación entre padre y hermano. El final me parece un gran colofón de fantasía que azota a la realidad.

Mi más sincera enhorabuena!!
Eso de pusilánime... ¿Sera de albatross?
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Gavalia
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Gavalia »

La historia está muy bien y se deja leer con facilidad ,aunque algún error de edición si que he observado, nada importante. La redacción es buena y en cuanto a la historia en plan "sexto sentido que no te enteras colega" decir que no por repetitiva pierde fuerza el relato. Alguna incongruencia en los diálogos en cuanto a los tiempos y poco más al respecto de la calidad de tu trabajo, que sin duda es buena. Hay partes como el final que me hacen dudar como si algo se me escapara con "ese rostro igual que el mío". Al final no se si está vivo, se ha desdoblado, o te has dejado llevar por lo que tu ves y yo ni papa que dirīa Landra :cunao:
Quizá te pese lo de la originalidad y que de kafkiano, excepto lo expresado, creo que tiene poco. Yo lo encuadraría en misterio, terror, o algo parecido. Buen trabajo y suerte autor.
En paz descanses, amigo.
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Mister_Sogad
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Mister_Sogad »

Me ha gustado la idea autor/a, el desarrollo no tanto. No ha habido sorpresa con los fantasmas, al menos a mí no me ha sorprendido, pero seguro que no pretendias hacerlo, así que por ese lado sin problemas. Sin embargo, mi pega es el final, no me convence, meter a Greta y al "otro con el mismo rostro que tu protagonista" me ha chirriado un poco, era una vuelta de tuerca que se me ha hecho algo forzada. No sé, me gustaba lo que habías ideado hasta ese final, sobre todo porque me ha agradado poder recrear las escenas en mi mente, esos fantasmas jugando al ajedrez, sentados en sendos sillones y sirviéndose brandy, y encima jugando con personalidades, que eso es complicado y lo has solventado bien.

Me tendrás de vuelta autor/a. :60:
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ACLIAMANTA
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por ACLIAMANTA »

Demasiado kafkiano, autor... :cunao:
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Topito »

Autor con oficio, sin ninguna duda. El ritmo, desde el principio al fin, es excelente. El personaje muy bien definido y el final... ¡Ese final! ¡Sublime!

Por ello, te doy cinco kafka on the beach y, además, te doy el comodín "cucaracha feliz" por ese final. A ver si en la segunda ronda, con este comodín, te colocas a la cabeza de todos los relatos.
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por noramu »

¿Ensayo general para otoño? Esa peguita a parte, me ha encantado tu relato. De los que más de este concurso. Me ha gustado mucho la escena de los tres frente al tablero de ajedrez con las copas de Brandy. ¡Qué tiempos aquellos en que nos podíamos tomar un buen Brandy después de comer!
La prosa es muy buena y cuidada. Sólo reprocharte una cosilla "...aquella voz gangosa que conocía tan bien y que no pensaba volver e ver" . Aunque quizá ese es el toque kafkiano, que el protagonista vea las voces :mrgreen:
Enhorabuena y suerte :60:
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Lifen »

La verdad es que de los que llevo leídos hasta ahora no ha habido ninguno que no me gustara. Este también lo ha hecho. La verdad es que estaba tan absorta en el mismo que no he detectado los fallitos que te han dicho ya. Eso es muy bueno :D

Otra cosa es que sea kafkiano o no, es un muy buen relato de terror, a mi me ha recordado a James y su vuelta de tuerca. Quizá a Los otros más que a El sexto sentido. El final, no se, le añade un toque de angustia para el protagonista, eso está claro.
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por jilguero »

¡Jo, que coraje ese final! :icon_no_tenteras:

La parte de diálogo entre padre e hijo me estaba recordando tanto al propio Kafka y a la mala relación, llena de reproches, que siempre tuvo con su padre, que pensé que ibas a terminar en cabeza de mi lista. ¡Qué bien ambientado está el relato! Imagino que conoces Carta al padre, que has sacado de ella las características del prota. Comenta Barrikada si ese "pusilánime" será de Albatross (de su Bernabé), pero me da que no, que el autor de este relato lo ha sacado del propio Kafka:

"No digo, naturalmente, que yo sea lo que soy solamente debido a tu influencia. Eso sería muy exagerado (y yo incluso tiendo a esa exageración). Es muy posible que, aunque me hubiese criado completamente fuera de tu influencia, no hubiera llegado a ser la persona que tú habrías deseado. Probablemente hubiera sido un ser débil, pusilánime, vacilante, inquieto..." (Carta al Padre de F. Kafka)

Por otro lado, me gusta como está escrito, aunque hay un párrafo por ahí en que me he visto reflejada. Lo digo por el exceso de adjetivos:
"Había pasado toda la tarde revisando expedientes ante la impasible vigilancia del viejo reloj de péndulo que presidía la estancia. El papeleo había ido conformando torres inexpugnables sobre el imponente escritorio de roble, el cual siempre fue motivo de orgullo para mi padre. Recuerdo que, con el monótono transcurrir del tiempo, y arropado por el «tic tac» y el hipnótico balanceo del péndulo de bronce, un irresistible sopor fue invadiéndome el cuerpo..."
Te entiendo perfectamente, soy de las tuyas, lo cual no quita que intentemos contenernos un poquito :wink:

Conclusión, autor, tu texto está estupendamente ambientado y es de los que más me han gustado del concurso. Y si bien no diría que es kafkiano como historia, los diálogos lo son porque parecen estar saliendo de la propia boca de Kafka, y ya con eso me hubiera conformado. Lo único ese final que que me rompe ese momento mágico previo de enfrentamiento entre padre e hijo.
Pero nada importante :60:




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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Berlín »

Mira, esto es puro Poe:
«Desde una perspectiva puramente literaria, esta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos».
Harold Bloom, 1995. Escritor, profesor y crítico literario.

Los sucesos más relevantes suelen tener lugar en el instante más absurdo e inesperado. Doy fe de que así ocurrió en mi caso. Todo mi mundo comenzó a derrumbarse cuando una súbita ráfaga de viento penetró entre las puertas entreabiertas del balcón.

Había pasado toda la tarde revisando expedientes ante la impasible vigilancia del viejo reloj de péndulo que presidía la estancia. El papeleo había ido conformando torres inexpugnables sobre el imponente escritorio de roble, el cual siempre fue motivo de orgullo para mi padre. Recuerdo que, con el monótono transcurrir del tiempo, y arropado por el «tic tac» y el hipnótico balanceo del péndulo de bronce, un irresistible sopor fue invadiéndome el cuerpo. Mis párpados se volvieron pesados y, al fin, cayeron como losas. Tal vez durante unos pocos segundos, tal vez durante una eternidad...

Y entonces llegó ella. Fría y descarnada, aquella ráfaga hizo aletear con furia las delicadas cortinas de hilo, barrió la superficie de la mesa y me azotó el rostro con violencia. Me incorporé de un salto, tan sorprendido como contrariado, y me apresuré con la intención de ir a cerrar las puertas del balcón. Sin embargo, el viento cesó tan súbitamente como había llegado. Los papeles dejaron de revolotear a mi alrededor y fueron cayendo como pétalos secos, cubriendo la alfombra, los sillones y gran parte del escritorio. «Qué extraño», pensé. Me asomé al exterior —creo que buscaba ahí afuera alguna respuesta que no lograba encontrar en mi interior— y sentí la caricia de la cálida brisa proveniente del río. Vislumbré la silueta de diversas parejas que paseaban entre los árboles y las luces de gas, sin duda atraídas por la llegada del buen tiempo.

Ni rastro de aquel viento frío que me había despertado.

Cerré las puertas, por si acaso, y fue justo entonces cuando llegó hasta mí un ruido como de arrastrar algo. En un primer momento me alarmé, pues era jueves y día libre del servicio, por lo que a esas horas tendría que haber estado solo en casa. Pero luego pensé: «¿Acaso habrá llegado alguien mientras me he adormecido?» Decidí salir al pasillo y aguzar el oído. Avancé hacia las dependencias de la cocina —esperando encontrarme con alguno de los criados— pero me giré en redondo, realmente perplejo, al escuchar unos murmullos tras mi espalda. Ahí no había nadie.
En serio, casi he esperado la entrada de ese cuervo del maestro y casi esperaba verlo posarse sobre un busto de marmol, o sobre el dintel de la puerta. Es de una belleza absoluta este párrafo. Luego a medida que he ido leyendo me he desinflado un poco. El hecho de que el protagnista sea un fantasma y no lo asuma me ha dejado un poco fría. Y llegando al final, pues no entiendo por qué ese hombre tiene su rostro y es mèdico, como deberia haber sido él.

Por lo demás algún fallito que ya te han comentado, pero el relato está muy bien. Creo, humildemente que el terror se te da de cojones, pero el final no me acaba de convencer.

Ahora te voy a decir una cosa: cuando se haga un homenaje a Poe no me escribas uno kafkiano o te arreo.En serio, felicidades, me parezca más o menos kafkiano está muy bien escrito.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Frigg
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Re: CV4 - Fantasmas

Mensaje por Frigg »

Hola autor/a:
Voy a empezar diciendo justo lo contrario que algunos... Ese final me encanta!!
Tu prota ha vivido como un fantasma, siempre bajo la sombra de la culpa y el odio. Su padre quiso reemplazar con él todo lo que perdió con la muerte del hermano, sin darse cuenta de que estaba perdiendo a los dos. El hombre que hubiera podido ser sin toda esa carga, acaba reemplazàndole en la vida real, condenándole a vivir como el resto de su familia; un fantasma más.
¿Cuántos fantasmas conocemos que deambulan un poco perdidos?
En cuanto al lenguaje, me gusta el sarcasmo del padre, aburrido de ver que alguien vivo no vive. Y tu primera frase también me atrapó.
He visto algún fallito, pero nada importante, me has ganado igualmente.
Un abrazo.
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