CP XIII - Capitán Veneno - Tolomew (1° Jur) (2° Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP XIII - Capitán Veneno - Tolomew (1° Jur) (2° Pop)

Mensaje por lucia »

Capitán Veneno

La puerta estaba cerrada. Giró el pomo y atravesó el umbral. Una habitación mayúscula le dio la bienvenida. Se acercó al cubilete de lápices de colores y cogió uno cualquiera. Garabateó en la pared un nuevo conjunto de coordenadas, dejó caer el lapicero al suelo y sus pasos se encaminaron al epicentro de su universo.

Pendía la aeronave de cuatro puntos de fijación anclados a las vigas maestras de la vivienda. De madera joven de cedro blanco era el fuselaje, algodón prensado tintado en negro recubría sus alas y remataba el invento una hélice de paso variable que hacía que el aparato sobrepasara con holgura los cinco metros de longitud. Se trataba de un aeroplano de reconocimiento como cualquiera de aquellos que otrora surcasen las ciudades de la Prusia Oriental durante la Gran Guerra.

Sirviéndose de una escalera de aluminio se acomodó en el asiento del piloto y acarició los instrumentos de vuelo. Tanteaba la palanca de mando mientras calculaba mentalmente el ángulo de ataque necesario para atravesar la pequeña ventana por la que pretendía desaparecer, e iniciaba justo la maniobra de despegue cuando una niña de siete años se coló en el dormitorio.

Traía el pelo desordenado y unas viejas gafas de aviador entre las manos. Su padre la regañó, recogió las gafas, la besó en la frente y sonrió viéndola marchar. Ella abandonó la estancia a cámara lenta, para mayor desesperación de su progenitor, deleitándose en la contemplación de los números que el piloto llevaba semanas escribiendo en la pared. Luego la chiquilla se acomodó tras la puerta sin llegar a cerrarla del todo, y desde allí lo observó.

El Capitán Veneno inspiró profundamente, echó un último vistazo a la pared que vomitaba latitudes en grados sexagesimales y despegó. Cuando miró atrás su niña no era más grande que el tapón que estanca el agua en una bañera de muñecas.

Comenzó a ganar altura, buscó una corriente de aire propicia y fijó el rumbo. Era mediodía. En el cielo se entretuvo partiendo en dos algunas nubes, y no le llevó demasiado tiempo alcanzar las coordenadas convenidas. Entonces apagó el motor de la avioneta y emprendió la caída.

Salpicaban el firme diminutas gotas de barro que pululaban de un lado a otro. Había gotas que caminaban juntas, cogidas de la mano, y gotitas corriendo con una botella de agua dentro de una mochila. Había gotas de barro que llevaban consigo otras gotas aún más pequeñas, en brazos o a horcajadas, y gotitas a las que se las veía solas, sentadas, leyendo un libro o llorando, pensando tal vez en otras gotas de barro que se habían marchado para siempre.

El capitán no deseaba hacerles daño, pero entendía que era un mal inevitable. Estrelló la avioneta en la dársena del puerto llevándose consigo la vida de los operarios que cargaban de hielo escamado uno de los contenedores frigoríficos.

En el corredor, medio escondida y a través de un pequeño resquicio, la niña no le quitaba ojo a su padre. Lo vio ajustarse las gafas de aviador, manipular diminutos interruptores de cobre y golpear con el índice unas esferas de cristal que encerraban todos los números que ella conocía. Lo vio gobernar el avión que se había mandado fabricar no hacía mucho, y en el que últimamente pasaba más tiempo del que a ella le gustaría.

Si no fuera porque estaba allí, en la cuarta planta de un edificio de reciente construcción observándolo en primera persona, si no fuera porque veía a su padre subido a un avión de mentira dentro de una de las habitaciones de su casa, hubiera jurado que lo que estaba contemplando era un auténtico vuelo en cielo abierto.

Porque el capitán imitaba a la perfección el sonido que un aeroplano de tal envergadura debiera producir —al menos eso pensaba ella. Lo hacía soltando aire ininterrumpidamente por la boca con los labios muy apretados, y balanceaba su cuerpo hacia uno u otro lado según virara el aparato en un sentido o en otro. En un momento determinado incluso lo creyó ver atravesando nubes, por la manera en la que él estiraba sus brazos, tal y como haría ella si pretendiera alcanzarlas.

—Tu padre está trabajando — le susurró su madre al oído—. No le molestemos.

Quien regresó poco más tarde no era su padre, era otra cosa. Una persona estropeada tal vez. No les dirigió la palabra hasta la mañana siguiente.

Besó a la niña, besó a su esposa y desayunaron juntos. Dejó a la pequeña en el colegio y se marchó al trabajo. A media tarde regresó a casa. Le ayudó con las tareas, la bañó, cantaron juntos la canción de «Ha dicho el hombre del tiempo que mañana va a llover» y preparó la cena. Después de que inventaran entre los dos un cuento volvió al despacho, colocó un edredón sobre el parqué y descolgó el avión. Alejó un tanto las argollas que pendían del techo con respecto a la puerta de la habitación, acercándolas a la ventana, y colocó de nuevo las correas, el avión y las fijaciones de acero. Recogió las gafas del suelo, extrajo un lápiz de su bolsillo y trazó cuatro números en la pared. Subió al avión.

Soñaba con ese avión. Lo amaba. Tal vez era lo único que amaba de manera profunda y honesta. Y quería a su hija más que a nadie, por supuesto, pero el avión… Y no siempre fue el avión, porque antes de aquél pensó en una escalera y una cuerda, en una cuchilla dentro de una bañera, en una pistola con un cartucho. Era lo que el avión representaba. Libertad. Libertad elevada a la enésima potencia, decidir su hora, despedirse por siempre y descansar.

Atravesó unas pocas nubes y detuvo el motor cuando la aeronave alcanzó la cota. Esta vez se precipitó sobre el Mediterráneo. Un banco de caballas se agitaba bajo el agua mientras el Capitán Veneno se enfrentaba al momento que precede a la muerte. Fue en ese instante una persona feliz, un hombre completo.

Destrozó en mil pedazos el avión —sus restos aparecerían después a decenas de millas náuticas del lugar del impacto—, acabó con no pocos especímenes del banco de peces y probó la sal, palmeó la espuma, gritó a una ola… y maldijo su vida por no haberla perdido allí mismo, tan lejos de todos, tan lejos de su hija.

—Ya no me quieres… —le dijo una noche su esposa.

No podía confesarle que no había dejado de amarla, más bien, nunca llegó a quererla como ella esperaba y merecía. No había otra mujer, no les pudo el tedio ni les venció la rutina. Nada de eso había sucedido.

Echaba la vista atrás y recordaba que fue con catorce años la primera vez que le sacudió aquel deseo, y ya no le abandonaría jamás. No se trataba de una rabieta caprichosa de un niño malcriado, no era por venganza tras la regañina de sus padres y tenía poco que ver la chica de la cuarta fila que en clase no le prestaba atención. Sencillamente ocurría que anhelaba cerrar los ojos y que todo acabase.

Y comenzó a suponerle un esfuerzo levantarse de la cama, desayunar, entablar conversación con sus hermanos. Le costaba un mundo sonreír a su madre. Se le hacía cuesta arriba bajar del coche y dirigirse al colegio. Una vez allí reía, jugaba… pero hubiera preferido no pasar por aquello. Cuando terminaba el día y echaba cuenta de lo vivido sentía un gran vacío.

Con los años ocurrió lo inevitable, se enamoró perdidamente de la soledad. Le gustaba imaginarse en una habitación blanca, apenas amueblada con un estante de metal. De vez en cuando aparecía en el suelo una bola de cristal del tamaño de una sandía. El capitán la recogía con no poco esfuerzo y la depositaba sobre el estante. Era trabajoso porque no resultaba sencillo que la bola se mantuviese quieta en la superficie metálica. Cuando por fin lo conseguía comprobaba que una nueva bola había aparecido en el lugar donde antes estuvo la primera, así que se hacía con ella y la acomodaba junto a la anterior. Luego aparecía otra bola. Y luego otra. Una tarea inmensa que requería del Capitán Veneno cuanta concentración pudiese reunir. Ese era su refugio.

Una palabra de su esposa era incapaz de competir contra aquella sala de infinitas bolas de cristal. Ni un abrazo ni las caricias que le ofrecía debajo de las sábanas le colmaban tanto como colocar una pesada bola junto a otra. Cuando nació la niña dejó de visitar el refugio cuatro días, pero al quinto regresó.

Como una hoja seca que alguien arrojó al río y se deja arrastrar por la corriente, de igual manera el capitán se había conformado con cuanto tenía, retrasando durante años el momento de entregarse a su deseo —la cuerda, la cuchilla, el cartucho— con excusas nimias: «Mis padres no se merecen esto», «Mi esposa no se lo merece», «Mi niña…». Pero no siempre iba a ser así.

Ocurrió un domingo. Regresaron del paseo y los columpios poco antes de la hora del almuerzo. Encargaron comida y vieron juntos una película de dibujos. A media tarde el Capitán Veneno se puso en pie, besó a su esposa y cogió a la niña de la mano. Ambos se encaminaron a la habitación de la avioneta.

Su hija no sabía qué estaba ocurriendo, pues aquella era la primera vez que no tenía que buscar una mala excusa para acercarse al aeroplano. Su padre cerró la puerta tras ellos, cogió un lapicero y apuntó en la pared el número de bolas de cristal que ese día había logrado subir al estante. Luego le ofreció a la niña las gafas de aviador, ocupó el asiento de la cabina y aupó a la cría, colocándola sobre su regazo.

A ella le sorprendió lo cerca que el avión se encontraba de la ventana. También su olor. Allí olía a brea, a dársena y puerto, a gaviotas. Olía también a mar, olía a caballas y a barro, a nubes rotas, a muchas lágrimas. Su padre tanteó los mandos, golpeó con suavidad algunas burbujas de cristal y puso en marcha el motor. Cerraron con fuerza los ojos.

Cuando la niña los abrió se encontraba en el despacho de casa subida a un avión de madera, junto a su padre, quien simulaba con la boca el ruido que produciría aquel aparato si en lugar de ser de mentira fuese de verdad. Las paredes de la habitación seguían repletas de números, el suelo colmado de lápices de colores y la puerta cerrada.

Se quedó un tiempo inmóvil, no sabía qué se suponía que debía pasar o si se esperaba de ella que hiciese algo.

—Nunca he sabido volar, cariño —su padre la abrazó con fuerza.

Esa noche la cría no pegó ojo. En lugar de dormir se hizo con un trozo de papel y dibujó dos globos aerostáticos surcando las nubes. El suyo de color azul, el de su padre naranja. Si lo que el capitán necesitaba era aprender a volar, ella tenía algunas ideas al respecto. Sería cuestión de tiempo, de ir probando.

Mientras, y con el veneno apretándole dentro, su padre repasaba los números que llevaba semanas acumulando cerca del avión. Los leyó en una dirección y en la contraria, operó con ellos, los redujo a su mínimo común denominador. Se entremezclaban en su cabeza formando una tela de araña de varios colores, pero seguía sin hallarles un patrón.

Fue entonces cuando se le ocurrió sustituirlos por letras. Y «El avión es muy pequeño» estaba escrito en carboncillo. «Eras tú quien rompía las nubes» le pareció leer en otro guarismo. «Algún día habrá de perdonarte», fue lo último que descifró el capitán.

Dejó en el suelo las gafas de aviador que tiempo atrás adquiriera en un anticuario. No necesitó de la escalera, no se acomodó en el asiento del piloto ni acarició las esferas que encerraban los instrumentos de navegación. Ni siquiera precisó de la aeronave para echarse a volar… Es cierto que no consiguió demasiada altura, pero tampoco le hizo falta para lo que pretendía. Las nubes estaban cerca, y las esquivó todas.

Divisó una vieja fábrica de bicicletas de paseo alejada del núcleo urbano y allí se encaminó. Conforme caía conoció a su artesano, quien le comentó que necesitaba de alguien que supiera de nudos de tuberías, de horquillas y portabultos. La sola idea de pasar una vida engarzando bielas a pedales le satisfizo como nunca antes cualquier otra, por lo que aterrizó en el prado donde se hallaba la edificación.

Cuando la niña terminó de colorear su dibujo corrió en busca del piloto para enseñárselo, pero a quien halló en el despacho fue a su madre, acariciando con la yema de los dedos el cuero desgastado de unas viejas gafas de aviador. Lloraba, lloraba desconsoladamente frente a la ventana, que se encontraba abierta de par en par.

Se aferró a su madre. La besó en la cara y en las manos. Luego consiguió escabullirse un instante, recogió del suelo un lapicero y pintarrajeó la pared.

Cuando su madre abandonó la habitación del aeroplano y el eco de las sirenas comenzaba a reverberar en las cuatro paredes, le sorprendieron las palabras que la niña había estampado junto a la última serie de coordenadas perfiladas por el capitán: «Quisiera ser tan alta como la luna, para poder verte y...».
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Gisso
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Gisso »

Es una extraña y triste historia que se mueve entre la realidad y la ficción del Capitán Veneno. Realmente no sé que pensar de él y que le lleva a terminar así, si hay una razón oculta no la he encontrado (sobre todo por el tema de ser piloto), solo veo una persona depresiva y con penamientos suicidas. Y no sé si es por la forma de contarla, no me ha producido ningún sentimiento de pena llegando al final. Es una buena historia pero que en lo personal no me convence, me deja cabos sueltos que no consigo atar.
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Gavalia
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Gavalia »

No me queda clara la causa del suicidio y tampoco entiendo muy bien las ensoñaciones del protagonista, más allá de la necesidad que tiene de trascender o liberarse mediante el suicidio.
Se lee bien y las escenas de juegos tienen buen ritmo, aunque sean una ida de olla total sin pies ni cabeza. Eso si, se dejan leer fácil. La aparición del personaje de la niña le otorga una atmósfera tierna a la historia.
No es un relato que me guste, pero es imaginativo y tiene algo que me atrae, quizá sea el ritmo y que fluye bien hasta el final.
7-7-5
En paz descanses, amigo.
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Iliria
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Iliria »

Creo que he visto en este relato la profunda añoranza del piloto de sus días sobre el avión, y la tristeza al saber que nunca volverían. Ni su familia consigue sacarle esa pena. Quizá por eso se suicida.

Yo también he encontrado en este relato las ideas un poco desordenadas. La trama es buena, pero creo que falta hilvanarla un poco.

Suerte :hola:
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón :101:
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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Mario Cavara
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Mario Cavara »

Una frase corta puede resultar en un momento dado impactante, proporcionando la fuerza necesaria para conmocionar al lector. Suelen por eso ser acertadas en los comienzos de las narraciones literarias, a la manera de contundente introducción, así como también en los finales, en este último caso a modo de epifonemas. Ahora bien, si en un relato las frases cortas se suceden constantemente, tal y como ocurre al inicio de este texto y, en general, a lo largo de buena parte del mismo, esa repetición puede terminar provocando al lector la sensación de estar leyendo un telegrama en lugar de una creación literaria, que es lo que por momentos me ha sucedido a mí con este cuento.

Confieso, no obstante, que me han gustado algunas estampas, como la del avión que parte en dos las nubes, el enamoramiento del piloto de su propia soledad o ese carrusel de olores que en un momento dado el autor o autora nos ofrece, entre los que se halla “el olor a lágrimas” (precioso tropo, por cierto).

También hay metáforas que me han parecido muy bien logradas, como “la pared que vomitaba latitudes en grados sexagesimales”. Excelente, sin duda alguna.

Sin embargo, no puedo sino decir que, en líneas generales, el relato me ha resultado un tanto pobre, literariamente hablando.

Incluso el párrafo enteramente prosopopéyico donde las gotas de barro retozan, leen o lloran, se me hizo excesivo. Hubiese estado bien, en todo caso, un ligero guiño a tales gotas, algo que siempre agradece el lector para disminuir la tensión de la lectura; pero tanto insistir con ellas se me antojó fuera de lugar.

De todas formas, quiero felicitar al autor o autora por el trabajo desplegado y desearle toda la suerte del mundo :hola:
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ACLIAMANTA
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por ACLIAMANTA »

Un relato de corte existencial que rezuma melancolía y ternura.
Me gustó la idea y en términos generales la manera de mostrar la tristeza y el peso de la carga de un vacío existencial, pero me parece que le faltó algo de contundencia, sobre todo al final, para dejar una impresión más fuerte y duradera en el lector.
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prófugo
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por prófugo »

Estimado autor:

Gran ida de olla que has escrito :-)

Me ha gustado...siempre me has tenido enganchado a la lectura.

Supongo que por algún motivo el hombre tuvo que dejar de ser piloto o no pudo llegar a serlo...ha sido su amor de toda la vida, al punto de anteponerlo a su esposa.

Bonitos esos pasajes con su hija "dentro del avión".

El final me lo temía..creo que era claro que el hombre iba a terminar así.

Criatura muy bien escrita que no descarto con premiarla con algun que otro punto.

Un abrazo y gracias por compartir tu trabajo con nosotros :60:
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Isma
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Isma »

Este es uno de los que leí anoche. Tengo que escanear las notas y hacer una crítica pero, entre tanto, voy a hacer algo de ruido a ver si disparo un poco de debate :twisted:.

He leído algunos comentarios previos y me extraña que no queden claro los motivos del aviador. Creo que este párrafo es bastante revelador...
Soñaba con ese avión. Lo amaba. Tal vez era lo único que amaba de manera profunda y honesta. Y quería a su hija más que a nadie, por supuesto, pero el avión… Y no siempre fue el avión, porque antes de aquél pensó en una escalera y una cuerda, en una cuchilla dentro de una bañera, en una pistola con un cartucho. Era lo que el avión representaba. Libertad. Libertad elevada a la enésima potencia, decidir su hora, despedirse por siempre y descansar.
Acliamanta lo llama vacío existencial. Creo que por ahí van los tiros.
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prófugo
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por prófugo »

Pues tienes razón en lo que subrayas :meditando:

Libertad :-)
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Onomatopeya
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Onomatopeya »

Joder, yo ya había hecho un comentario de este relato y no lo veo :(

Me censurais por mi bella prosa, que sois unos mondongos!!!

Ahora no recuerdo que decía, pero sería algo así como que me ha gustado, que está bien escrito y es una forma agridulce de hablar sobre la depresión.

Así que buena suerte
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Sinkim
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado, una forma muy elegante de tratar un tema muy difícil y complicado y con unas imágenes muy bellas. Además, has evitado caer en sentimentalismos baratos y eso que teniendo a la niña por ahí era muy fácil :lol: :lol:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Nínive
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Nínive »

De ser piloto, nada de nada. Lo que quiere es estrellarse cada vez que se sube al avión. Vamos, que es un suicida desde niño.
Ya dejaré los impresiones más adelante, aunque anticipo que me falta fuerza.
Siempre contra el viento
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Berlín
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Berlín »

A ti te dejo para el final.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Tolomew Dewhust
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Tolomew Dewhust »

De un tipo que se está preparando para controlador aéreo.

Lo de la maqueta del avión en su cuarto es como las clases prácticas para el carné de conducir... lo mismo. Lo que sí parece es que cada vez que se sube al trasto se la pega, lo que tal vez sea indicador de que lleva chungo el inglés o que está verde en psicotécnicos.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Fernweh
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Re: CP XIII - Capitán Veneno

Mensaje por Fernweh »

¡Hola, autor/a!

Ya no sé si es que la primavera me vuelve más ñoña de lo normal o es que realmente en este foro hay verdaderos genios que saben tocar mis fibras sensibles a la perfección. Y es que, al igual que con Héroes (e incluso diría que más), he estado llorando como una tonta mientras lo leía, tanto la primera como la segunda vez.
Y quiero destacar que no sólo he llorado porque el protagonista lleve casi toda su vida queriendo suicidarse, ni por el hecho de que al final lo lleve a cabo, dejando con ello desconsolada a su mujer, ni tampoco por esa niña queriendo ser tan alta como la luna... Está claro que todo eso es triste de por sí, pero una historia así podría haber pasado sin pena ni gloria ante mis ojos si no fuera por la delicadeza y el buen hacer que has tenido a la hora de contárnosla.

Y es que me has hecho sentir lo que el capitán sentía al subir a su avión, me has trasmitido sus ansias de volar, de libertad, de escapar de todo. He sentido su anhelo de una soga al cuello, de esa cuchilla queriendo recorrer sus muñecas, o de ese cartucho que ponga fin a una vida que no hace más que dolerle por el simple hecho de estar vivo.
También he sentido el miedo que siente cada vez que desea alzar el vuelo, pues sabe que puede ocasionar mucho daño cuando al fin aterrice, aunque también causa daño a los que le quieren al deambular por la vida como un zombi.

Me flipa la descripción de esa soledad a la que tanto ama, me encantan esas paredes llenas de coordenadas y lo que ellas significan.

Me parece brillante la delicadeza con la que el padre muestra a su hija sus intenciones, como pidiéndole permiso, o como si quisiera que ella lo entendiera y no le echara en cara sus deseos.
A ella le sorprendió lo cerca que el avión se encontraba de la ventana. También su olor. Allí olía a brea, a dársena y puerto, a gaviotas. Olía también a mar, olía a caballas y a barro, a nubes rotas, a muchas lágrimas.
No se me ocurre forma más bella (y triste) de expresarlo.

Mientras leía, no he podido evitar acordarme de una canción que nunca puedo escuchar sin derramar al menos una lágrima (suelen ser muchas, hasta con hipos, y por eso trato de no escucharla demasiado), y es que cada vez que tu capitán se subía al avión lo he asociado con que ese momento era su particular Ensayo general de la broma.

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Una pena no haberla encontrado con subtítulos en español.

Creo que no hace falta decir que la narración me ha encantado y que, si esta forma de escribir y contar una historia es tener pobreza literaria, yo quiero codearme siempre con los pobres en recursos literarios, y ricos en expresar y hacer llegar sentimientos.

Resumiendo:
Me has cautivado.

Y así me hallo tras leer tu relato :marie_bow: :eusa_clap: :luf: :llorar: :eusa_clap: :marie_bow:
¡Mucha suerte en las votaciones!
Última edición por Fernweh el 27 Abr 2018 00:51, editado 1 vez en total.
«El futuro es más ligero que el pasado, y los sueños pesan menos que la experiencia porque la vida no vivida es más leve, tan leve.»
Marie Luise Kaschnitz
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