6: Dime Jeff.
Los ojos bailan en el frasco de formol. Pupilas violetas. Acerco el rostro y reflejo mi expresión en el cristal. La mirada muerta se convierte en mi mirada y luce ideal. Es un recuerdo que tomó Daniel, los arrancó de las corneas con una cuchara. La chica ya estaba muerta, y eso a él le molestó. Se sintió tan estúpido, debió hacerlo antes. Cuando ella pataleó, y lloró, y se meó encima.
Para Daniel nuestro debut en el arte de arrebatar la vida, fue una gema sin pulir. Una vergüenza para los grandes torturadores. No brilló lo suficiente para satisfacerlo. Deseó un segundo intento. Caminó de un extremo al otro del dormitorio. Tomó la pipa y la estrelló contra la pared. Ahí van nuestros últimos gramos de hierba. Salió y cerró la puerta de un portazo.
Eché la cabeza atrás, reposando en la almohada. El ventilador del techo giró y giró. Olfateé mis dedos, aun huelen a queso y sangre. La furgoneta nos la prestó un amigo de Daniel, un tal Chuck. Cerdo amante del guacamole y los Doritos. El tipo le debía un favor a Daniel por esconderlo luego de la violación de una niña exploradora. Chuck eludió la justicia, y ahora espera en el sillón de su sala que más niñas vendiendo galletas toquen el timbre de su puerta.
Mi compañero quiso la muerte. Yo deseé algo más. Ladeé la cabeza hacia el estante. Ojos violetas que flotan, ¿ven el mundo de forma diferente? Creí que sí. Por eso la seguí luego de las practicas del coro, y la acosé durante días, hasta le pedí disculpas cuando la tropecé en la acera. Ella sonrió y peinó su cabello dejándolo tras la oreja. Recordé esa sonrisa al cortarla.
Ojos violetas, ¿hay color más allá de tu mirada? Tomo el cuchillo. Afinco y atravieso la piel. La sangre brota. Ustedes se mueven temblorosos hacia los lados, se humedecen y escupen agua salada. La boca amordaza es incapaz de gritar. Me miran, me reconocen de la acera, en silencio ruegan por misericordia. ¿Se puede leer el pedido de piedad en la mirada ajena? Sí, es un brillo singular, un temblor en la pupila, la dilatación exacta para trasmitir el más absoluto temor. Seguí cortando. Tracé líneas desde el antebrazo hasta el codo. Mejilla. Frente. Subí por su abdomen terminando en el seno izquierdo. El pecho subió y bajó al ritmo de la agitada respiración. Sudó terror. Rebané el pezón. Mis manos se vistieron de rojo y brillo, oxido y hedor a Doritos. Maldita sea, Chuck.
Daniel se entretuvo con el mazo. Le atinó al fémur. Luego a la rodilla, crujió. Al tercer golpe un hueso salió para decir Hola. Daniel lo volvió a meter de un nuevo golpe. La invitada se sacudió y tuve que apretar las ataduras. Mi amigo se bajó los pantalones. Le dije que se me olvidó comprar condones. Maldijo y se desahogó con un mazazo en el estomago. Coca cola y palomitas de maíz semi-digeridas brotaron entre la mordaza.
Salí del dormitorio y en el comedor encontré un invitado sorpresa. Me recordó al niño de la otra noche, pero no es él. Es más pálido, joven, cabello rubio, nariz pequeña, traje blanco de marinerito. La cinta americana lo mantuvo derecho.
— ¿Cómo está Tiara?— Preguntó Daniel, de cara al fregadero y de espalda a mí.
— No lo sé. Ya casi nunca la veo.
— Tengo ganas de echarle el diente. Es un poco mayor, sí, pero sigue estando guapa. Me recuerda a mi madre. Esta vez no olvides los condones.
— ¿Vamos ahora?
— Lo siento. Ocupado.
— ¿Dónde conseguiste al chico?
— Lo ráscate de un agujero. ¿Qué clase de desgraciado entierra un niño perfectamente utilizable? El mundo cada día está más loco.
Daniel puso a calentar el aceite en un sartén. Está cocinando. El nunca cocina.
— Iré a ver a alguien— Afirmé.
— Te guardaré el almuerzo. Consigue un buen jabón de manos. Mis dedos apestan a Doritos.
Asentí y salí del apartamento.
¿Por qué se admira a otra persona? Es habitual que un hombre o mujer tenga a alguien como un ejemplo a seguir o alabar. Puede ser un profesor, doctor, científico, inventor, cantante, cocinero, etcétera. Generalmente son personas exitosas, con ideas o historias que han logrado enterrarse profundo en la vena sentimental de quienes los ven con miradas llenas de esperanza. Tienen algo que el que babea y aplaude carece. Llámalo intelecto, dinero, o poder. Nadie admira a los fracasados o a los que no tienen nada. La admiración es el sinónimo lindo de la envidia. Es querer, y correr para alcanzarlo. Cuando fallas o te resignas, y crees que es imposible, te cruzas de brazos pensando que ese personaje es mejor que tú por la fortuna o la genética.
No es culpa nuestra. Desde que naces te hablan e instruyen para que seas la mejor versión de ti. Claro, esa versión de buena persona suele cambiar con las épocas y las sociedades. Un hombre decente del antiguo medio oriente apedrea a una adultera. Un hombre decente del moderno y progresista occidente, aplaude a la adultera, pues es su cuerpo y su decisión. La televisión te escupe en el rostro a los héroes a seguir, al tipo de capa que siempre salva el día o al políticamente correcto. Que hermosa es la mujer de grandes pechos y trasero, te dicen hoy. No veas a la mujer como un objeto, te dicen mañana.
Cuando todo luce opaco, y ni los ruidos fuertes y los discursos motivacionales te impulsan, ni la publicidad te deja ciego de asombro, hace falta escudriñar más en el lodo para encontrar a la persona que te empuje y te obligue a hacerte preguntas. O mínimo te haga creer que existe una respuesta verdadera. De la misma forma que muchos alaban a Gandhi o Martin Luther King, un puñado más aplauden los nombres Stalin o Mao Zedong. Viva los genocidas. Vivan los líderes de la secta o los asesinos seriales. Afinca. Corta. Pulsa. Ella llora. Voy más profundo. El viscoso ruido del cuchillo atravesando los tejidos blandos me produce una erección. Mi corazón late. Ve a dormir, susurró una voz en mi cabeza. Respiro hondo. Abro los ojos y continúo mi camino.
Hace una semana encontré una página en internet, tributo a Jeff the killer. La pagina se llama Dime Jeff. Hice buenas migas con la administradora del sitio. Una noche, somnoliento por cinco horas de platica ininterrumpida, le confesé que mi amigo y yo le arrancamos lo ojos a la cachorra del vecino. Ella me preguntó cuánto los disfruté. Contesté que fue la mejor experiencia que he tenido. Nina estuvo feliz por mí y me envió la dirección donde se reúne su grupo.
El lugar se encuentra aquí en La Crosse. No les diré la dirección exacta para ahorrarle problemas. Descendí las escaleras de la parte trasera del edificio. En la puerta del sótano fue escrito con trazos salvajes el nombre de la página web. Letras rojas que lloran al insertar una cuchara. Cuencas negras. Un rostro blanco acosando mis pasos, mirándome con agitada respiración desde todas las esquinas. Le recordé a Daniel la frase, a él le pareció gracioso pintarlas en la pared del almacén. Ve a dormir, que a estas horas los niños malos están jugando. La sangre tiñe con poderoso color. El mundo dejó de ser gris y el sollozo de una chica torturada palidece la música de Beethoven.
Un anillo de sillas, solo cinco personas, seis contándome. Nina tomó lugar a las 12 en punto. Un tipo cualquiera a mi derecha, con traje barato. El veterano de uniforme militar dos sillas a la izquierda. Mi profesora de geografía se sentó a la izquierda de Nina, e hizo como si fuésemos desconocidos. Aprecio el gesto. Un tipo gordo de barba oscura tomó sitio dos puestos a la derecha de la anfitriona.
Nina es joven, de mi misma edad. Usó mucho maquillaje, no para lucir bella sino para acercarse a su ídolo. Hace rato que su cara cruzó la palidez de ultratumba y se internó en las fotografías viejas blanco y negro. Con delgados labios rojos como pétalos de rosa. Su cabello terminó en una coleta de tinta. Usó ropa de morados chillones y medias largas de franjas naranjas. La fundadora del club se mostró feliz. Una sonrisa grande, poco natural pero verdadera. Le quedó como anillo al dedo.
— Iniciamos la treinta segunda reunión del Club de Jeff. Bienvenidos, mis príncipes.
Fue un apodo cariñoso. La voz chillona de campanilla me recordó al tono de una niñera. Nadie lució molesto.
— Hoy tenemos un nuevo invitado. Digan hola a Josh.
Los cuatro me saludaron en sincronía, ninguno sonó animado.
— Josh contactó conmigo hace como diez días. Chateamos mucho, aprendimos bastante el uno del otro. Casi hasta puedo jurar que somos almas gemelas— Me miró. Todos me miraron. —Saben que soy muy cuidadosa a la hora de traer nuevos compañeros, así que no desconfíen y muéstrense abiertos. Él es cómo nosotros, un inconforme. ¿De qué exactamente? Saben que suele variar.
Su mirada viajó en el sentido de las agujas del reloj.
— El trabajo. La sociedad. El país. La familia. Hasta el simple hecho de vivir suele ser motivo de insatisfacciones. Somos infelices, eso es un error. Jeff también era igual. Pero él encontró la respuesta en el sufrimiento, se topó un camino propio para ser feliz. Sí, existen caminos para alcanzarla. ¡Hay una respuesta! ¡Esa es la frase clave! Repitan después de mí.
¡Hay una respuesta! Clamé con los otros. Cada quien tuvo su forma de decirlo. El tono de la profesora fue monótono y tranquilo. El del soldado un grito de guerra. El barbudo exclamó con una sonrisa bonachona. El asalariado con temblores en las manos. Nina continuó:
— Para comprender lo que digo es necesario escuchar y aprender la historia de Jeff. ¿Entiendes, Josh? De él se sabe poco, la policía quiere que se sepa poco. Gracias a unos amigos de mi padre pude obtener información privilegiada. Presta atención.
Asentí. Ella empezó a contar.
Jeffrey Allen Woods. Nacimiento: 3 de Abril de 1986. Hijo de un matrimonio convencional. Hermano de un tal Liu. Familia de clase media sin grandes gozos ni pesares. Se mudaron a un suburbio del condado a inicios del milenio, debido a que el padre consiguió un ascenso y lo transfirieron a Wisconsin. El expediente escolar de Jeffrey revela que tenía buenas notas, aunque siempre cayó en peleas con los chicos problemáticos. Un suceso que encendió varias alarmas, fue cuando un chico terminó apuñalado en el brazo durante una pelea que lo incluyó a él y a su hermano. La policía investigó, y Liu decidió cargar con toda la culpa. La fiscalía tuvo en cuenta la edad de Liu y su carencia de antecedentes, fueron clementes, dándole la pena de un año. El evento pareció afectar mucho a Jeff, se sintió culpable porque según decía fue él mismo quien apuñaló al abusón y golpeó al resto. Se mostraba distraído en clases o a veces se dormía en mitad de una conversación, dejando entrever problemas de insomnio.
Quince días más tarde se celebró la fiesta de un niño del suburbio. Jeff fue invitado. Su madre lo instó a asistir, creyendo que quizás mejoraría su humor. Según cuentan los testigos, Jeff se relacionó bien con los otros niños. Hasta que el mismo trío de la pelea con Liu irrumpió en el patio de la casa. Uno llevó una pistola. Hubo un tiroteo, aunque nadie murió por heridas de balas. El cabecilla del grupo falleció por un golpe contundente en el área del pecho, los nudillos de Jeff quedaron marcados en la piel. ¿Cómo demonios tuvo la fuerza para hacer eso? Retomando: Un abusón quedó inconsciente. El último se enfrascó en una pelea con Jeff que los llevó hasta el baño de la casa.
— De las estanterías les cayó un montón del alcohol y lejía— Comentó Niña, inclinada hacia adelante, escudriñando mi expresión en busca de algo que desconozco. Movió las piernas hacia atrás y adelante como una niña pequeña. —Pero uno tuvo un encendedor y el otro no. Mi príncipe acabó siendo el afortunado. El sufrimiento le hizo ver la verdad.
Imaginé la escena. El alcohol se prendió en llamas mientras la lejía se internó en los cráteres abiertos por el calor. Gritos desesperados. Rostros de asombro. El hijo del alcohol y la lejía nació de una ola de fuego.
— Jeffrey acabó internado de emergencias en el The Sacred Heart Hospital, en Tomahawk. Duró inconsciente hasta finales del año.
Nina mandó a traer un una mesita rodante con un televisor y un reproductor VHS.
— Conseguí la cinta hace un par de meses. No preguntes cómo. Una chica tiene sus secretos.
— ¿Es legal grabar a los pacientes en un hospital?
— Por los problemas que tiene el país con los comunistas y musulmanes, aquí se graba todo. Claro, en secreto para no espantar a quienes piensan que vivimos en una sociedad libre. Pero incluso con cámaras los crímenes no disminuyen ni la justicia es más eficiente.
Mostró una sonrisa. Costó descifrar si está feliz por pisar un mundo corrupto o solo bromea. Encendió el televisor y metió la cinta en el VHS.
La imagen monocromática bailó con la estática antes de estabilizarse. Careció de sonido. Mostró un paciente sentado en una cama de hospital, con el rostro vendado hasta el cuello. Una enfermera y una mujer a la que Nina señaló como la madre de Jeff, aguardaron. Jeff mantuvo la cabeza gacha, con el cuerpo encorvado hacia delante y las manos cerradas en puños. Permaneció en esa posición largos minutos, hasta que su madre movió los labios y dijo algo que lo avivó. Le hizo saltar de alegría y desconectar la vía del suero. La enfermera se apresuró a tranquilizarlo.
Según Nina, los testimonios de la enfermera cuentan que la madre le habló sobre la liberación de su hermano. Liu quedó absuelto y libre de cargo tras las acciones del grupito que los molestó. Nuestra anfitriona cambió la cinta por una de dos semanas después. La familia completa se reunió para ver el estado del rostro del chico. Las enfermeras limpiaron y cambiaron las vendas en distintas oportunidades durante la hospitalización, conocían qué hallarían. Los Woods carecían de ese privilegio. Los labios quemados se convirtieron en un par de sombras. La piel inmaculada como una hoja en blanco. Su cabello castaño y liso mutó en una maraña de greñas oscuras. El rostro plano y la pésima calidad del video, convirtió su cara en una mancha blanca fuera de lugar entre los humanos. La boca de la madre se abrió en un grito. El padre y el hermano temblaron. La enfermera le entregó un espejo de mano a Jeff. El cuerpo del chico se estremeció, Jeff echó la cabeza atrás, sus hombros se estremecieron arriba y abajo al ritmo de carcajadas mudas por la falda de sonido.
Otra vez acerco el rostro y reflejo mi expresión en el cristal. La mirada demente se convierte en mi mirada y luce ideal.
— ¿Es normal que terminase así?— Pregunté.
— No. Es un milagro.
Ladeé la cabeza hacia Nina y dije:
— Se volvió loco.
— Vivimos en un mundo de locos.
— ¿Lo dejaron ir?
— El padre sobornó al hospital. Desfigurado y demente, los Woods querían a su hijito de vuelta. Adorable. Esa misma noche mi príncipe usó un cuchillo para tallarse una sonrisa de oreja a oreja, se quemó los parpados con un encendedor, y finalmente asesinó a toda su familia. Los envió a dormir para siempre.
— ¿Por qué lo hizo?
— ¿Qué cosa?
— Todo.
— ¿La sonrisa? Quizás para siempre mostrar su alegría. ¿Los parpados? Tal vez amó demasiado su nuevo rostro y ansiaba admirarlo sin interrupciones. ¿El asesinato? Hay demonios hambrientos en el corazón humano que no se pueden ni se deben controlar. ¿Qué se yo? Soy una simple fan.
El tipo barbudo se llevó la mesita con el televisor. Nina retomó la palabra.
— Es normal que poco a poco nos invada una sensación extraña, que casi parece al azar y te deja muchas dudas. Dile vacío, dile impulso, dile necesidad de sentirse satisfecho y conforme con tu vida. Nace, crece, reprodúcete, y muere. No somos animales, hace falta más que eso para completarnos. ¿Qué cosa necesitamos? Como dije, la respuesta cambia dependiendo de la persona. A veces no es agradable para el mundo. Pero no tiene que serlo, lo importante es que nos sentamos bien y libres con nosotros mismos.
Cada quien tuvo su turno para contar su insatisfacción, y explicar la respuesta que creen haber encontrado para calmar definitivamente la sed que ennegrece sus días y no se calma con agua.
El veterano ansió matar a los migrantes y sus defensores. Los llamó sanguijuelas que huyen de países en ruinas para succionarle la sangre al suyo desde adentro, contaminando la tierra con sus costumbres y transformando el país en una quimera de razas irreconocibles la una de las otras, sin cultura ni raíces. Salvar a Estados Unidos es su respuesta. Tiene las armas, tiene el entrenamiento, tiene la voluntad y toneladas de odio. Solo le falta el lugar y el momento idóneo para motivar a la gente e iniciar el exterminio. Todos les deseamos buena suerte.
El asalariado se quejó del trabajo. Comentó que fue convertido en una maquina sin capacidad de pensar u opinar, atrapado por los grilletes del sueldo y la deuda que nace naturalmente con las responsabilidades de adulto. Alquiler, facturas, impuestos. Un día despertó y cayó en cuenta que es solo otro engranaje más de la maquinaria, encasillado en un cubículo hasta que sus ojos se derritan por la radiación del monitor y la artritis provoque que lo reemplacen por otro robot más joven e igual de desechable. Quiso pegarse un tiro, el suicidio fue su respuesta. Nina le entregó un revolver. Solo apunta y dispara.
Fue el turno de la profesora. Respiró hondo y se pasó la mano por el rostro. Habló a nosotros con el mismo tono que utiliza para especificar la ubicación de un país.
— No puedo resistirlo. Las imágenes vuelan a mi cabeza, en mis sueños, cuando paseó por el parque, mientras almuerzo o me ducho. Suelen variar, a veces es el maletero de un coche, o en la cama de mi apartamento, incluso donde trabajo. Puede ser una compañera, o mi hermana, o mi tía. Siempre frías, en un charco de sangre. Yo sonrío. No hay nada comparables a esas fantasías que me hagan sonreír así.
Nadie se espantó o alzó una ceja.
— Lo que debes hacer es muy sencillo— Nina se inclinó hacia su dirección. Habló con lentitud, pronunciando las palabras de modo que no hay errores ni malentendidos. —Tienes que matar. Asesina, querida.
La profesora sacudió la cabeza.
— No me siento lista.
— Date tiempo, sin presiones. Te saldrá cuando deba.
Nina enderezó la espalda. Su coleta negra descansó frente su hombro derecho y bajó hasta su pecho. La vi colgando de sus frágiles muñecas al techo del almacén. El bombillo azul iluminando su cuerpo desnudo, destrozado y profanado por objetos filosos. Las ventanas rotas escupieron chorros de sangre, convirtiéndose en un lago que me llegó hasta la cintura y siguió creciendo. El oxido inundó mi nariz. El viento arrastró la carcajada de un loco alegre, que disfrutó degollar personas bajo la noche. La risa se convirtió en decenas de ellas, un coro a la locura y la muerte del prójimo. La sangre inundó mis pulmones. Los gris se volvió rojo. Desperté. El resto de invitados se me quedó mirando. Nina me guiñó el ojo y retomó su discurso:
— Lo que hacemos no es corrupción. Es filtración. Asimilación y liberación de nuestros demonios internos para alcanzar el bienestar. Basta de ocultarnos tras las caretas de moralidad impuestas por la sociedad. Es hora de buscar estar llenos, abandonar el vacío. Purificación, iluminación, llámenlo como más les guste. Recuerden, lo más importante es alcanzar la respuesta. Solo así serán felices. Felices como Jeff. Más alegres que nadie nunca antes. Y cuando les toque la hora de dormir para siempre, podrán abandonar esta tierra sin arrepentimientos.
Terminó la reunión.
Llegué al apartamento de Daniel. El aroma a estofado de carne y vegetales me recibió. El vapor de la comida indicó que fue recién servida. El chico de la mañana desapareció, sustituido por un hombrecillo calvo, panzón, con la nariz rota, llevando una camiseta con el cuello oscuro de sudor y los calzoncillos apestando a semen. La cinta americana lo mantuvo quieto.
— Hola, Chuck.
— Quemaremos la camioneta con él— Avisó Daniel, sirviéndome puré de patatas y caldo con cuadritos de carne. Se limpió la sangre de los nudillos en el delantal. — No junto a él, con él.
— Entendí a la primera. ¿Habló con la policía?
— Aun no. ¿Pero confiarías en esta basura?
— Solo confío en ti.
Pinché un cuadrito de carne con el tenedor y me lo llevé a la boca. Grasoso y blando. Amargo. Sabe fatal.
— ¿Dónde metiste al chico?
— Bon Apetite.
Me lo imaginé.
La policía no tardó mucho en abandonar el caso de un pederasta calcinado. Seguro hasta aplaudieron tras enterarse. El caso de la estudiante decapitada con una guillotina para papel, recibió más atención. Atraparon a la culpable y me quedé sin profesora de geografía. Ve a dormir, que a estas horas los niños malos están jugando.
...
7: Katie Robinson.
Los monstruos necesitan tiempo para madurar. Nadie nace predispuesto a ser malvado. Decir lo contrario sería subestimar la profundidad del Homo Sapien. Un animal que es escupido por el vientre materno siendo el organismo más inofensivo del planeta, y se convierte en el depredador más peligroso conocido en la historia y la prehistoria. Echarle la culpa a un tornillo suelto es un mecanismo de defensa para la sociedad. Es más fácil decir que los asesinos seriales están locos y son las ovejas negras del rebaño, que aceptar que son animales como tú y yo, pero marcados por experiencias distintas que desencadenaron en terribles acciones. Admitir lo segundo sería aceptar que todo el mundo, desde el padre de una iglesia, hasta la señora que dirige la venta de caridad, podemos alcanzar un nivel de crueldad que supera los instintos de las criaturas salvajes. Nadie quiere cargar con la responsabilidad del mal.
Las mascaras y disfraces de los monstruos en las películas, no son para proteger al asesino. Su verdadero objetivo es proteger a la humanidad, hacerla creer que enfrentan a la máscara y no a un hombre o mujer de carne y hueso, un vecino, un familiar, o un amante. Quédate tranquilo, tú no puedes violar, ni matar, ni aparecer como el malo en un documental de la tele. Si existe una posibilidad de que lo hagas es pequeña, aunque es más probable a que te toque la lotería. Lo mismo aplica a todos los demás. Duerme tranquilo.
Existen muchas razones por las que se ponen apodos a los asesinos seriales. Los convierten en publicidad, monigotes bidimensionales que plagan los titulares de los periódicos para entretener o escandalizar. No es Pedro Alonso López, es el monstruo de los andes. No es Jeffrey Dahmer, es el calcinero de Milwaukee. La maquinaria mediática los vuelve historias que se venden bien, tan reales como Michael Myers o Chucky. Podemos hacer películas, artículos, canciones, tanto ruido que el sonido de la carne siendo cortada y los gritos de ayudan poco se distinguen. Un minuto de silencio por los fallecidos. Toda una vida de alboroto por el que los mató.
Rectifico, más que una barrera se trata de un seguro moral. Puedes matar a cinco personas, pero deja de contener el aliento, no eres tan malo como aquel que mató a diez. Puedes violar a una mujer, pero calma, el que violó al niño es mucho peor. Crímenes menores y mayores. Daños leves, daños graves. Cientos de calificaciones para difuminar el mal hacer. En un mundo justo cualquier mal sería pagado con un tiro en la cabeza. Aquí todo se etiqueta y cataloga, y en un intento de justicia, le damos un carnet del gimnasio al culpable en la cárcel local.
Cuando se quitan las pieles y se destruye la belleza, ¿Qué queda debajo? Un monstruo. Todos lo somos. Pero aun no nos cae suficiente lejía en la cara para revelarnos tal y como somos. Un rostro que en su monocromía acarrea más colores que cualquier cosa. Una cara que carece de la falsedad del mundo moderno. Él te observa, sabes que morirás. No importa cuánto ruegues, te matará sin importar quién seas. ¿Hay algo más justo e igualitario que eso?
Nina me indicó la ubicación de la tumba. Mentí y le dije que solo iba a ver. Son la una de la madrugada. La bruma esta alta y los grillos cantan a lo lejos. La lapida de concretó fue agrietada con patadas y alguien pinto la palabra ASESINO sobre el nombre de Jeff. La llovizna de la tarde ablandó la tierra, facilitándonos el trabajo y levantando un agradable aroma a césped húmedo. Daniel trajo las palas. Empezamos a cavar. Sacamos tierra durante media hora. Daniel se quejó al no encontrar nada. Seguimos cavando más hondo. Diez minutos después de búsqueda infructuosa, nos detuvimos para regresar a la superficie. Miré lleno de decepción aquel agujero vacío.
Katie Robinson actualmente tiene 25 años. Trabaja de enfermera en el The Sacred Heart Hospital, el mismo lugar donde en teoría fue tratado Jeff. No sé si es una broma o una coincidencia. Obtuve su horario y la intercepté de camino a la entrada. Le conté mis intenciones sobre hablar de Jeff the killer, ella me dijo que me perdiese pero le hice cambiar de opinión con un billete de 50. Acordamos vernos en el estacionamiento durante su descanso.
Estos siete años le sentaron estupendo. La obesidad se fue, dejándola con una cintura de sirena y muslos carnosos que atrajeron la mirada. También tiñó su cabello de negro y se bronceó la piel en un intento de olvidar su antiguo yo. Tomó asiento en el capó de un coche. Se cruzó de piernas y por unos segundos logré ver sus bragas rosas.
— ¿No eres muy joven para ser periodista?— Preguntó y encendió un cigarrillo. Tiene las uñas pintadas de azul pastel.
— Noticiero escolar.
— Que raro. Cuando estaba en secundaria, los del periódico solo publicaban el cronograma del almuerzo semanal y poemas pretenciosos que nadie leía. Jamás gente muerta. Tampoco asesinos seriales.
— No soy periodista. Te mentí, pero eso no importa. Solo quiero saber tu versión de los hechos, la original.
Ella me miró de arriba abajo. Inhaló la nicotina y escupió una bocanada de humo. Me contó la misma historia de los periódicos. Sin ninguna diferencia, como si hubiese practicando cada oración una y otra vez.
— ¿Es la verdad?— Quise saber.
Katie se echó a reír.
— No lo es. La verdad es mucho más simple y mundana, como siempre.
— ¿Mentiste?
— Sí y no. Comencé el juego, luego lo seguí, pero al final me aburrí y pasé a otra cosa. Los medios de comunicación nunca se cansaron y continuaron lanzando artículos o documentales sobre Jeff cada dos por tres, o al menos hasta que la historia dejó de ser novedad— Hizo comillas con las manos. Dejó caer sus sandalias y estiró los dedos. —Veras, esa noche papá y yo peleamos. Estaba tensa. Las malditas de mis compañeras hurtaron mi ropa mientras me duchaba y escribieron Cerda inmunda con lápiz labial en el espejo. Logré recuperarla, pero no sin recibir una ola de burlas que me dio muchas ganas de rajarme el cuello. Vagué por la ciudad rezando para que un ladrón iracundo me hiciera el favor. No tuve esa suerte. Llegué a casa muy tarde. Papá estaba furioso, nunca fue de los comprensivos, menos desde que mi hermana murió. Gritó. Yo grité. Me dio una bofetada. Estallé, busqué un cuchillo y se lo clavé justo en el brazo.
Con el cigarrillo hizo el gesto de apuñalar.
— Lloré y vomité en cuanto me di cuenta de lo que hice. ¿O el vomito vino primero? El viejo Florek debió escuchar todo el alboroto y llamó a la policía. Papá es un idiota, pero me quiere. No quiso que me enviasen a un reformatorio o que me etiqueten de violenta. Íbamos a mantener todo en secreto, pero entonces escuchamos las sirenas.
— Los artículos cuentan que el señor Florek atestiguó ver a un hombre sospechoso entrando a tu habitación.
— El señor Florek era un anciano decrepito. ¿Sabes qué edad tenía en ese entonces? 72 años. ¿Sabes qué edad tiene ahora? Cinco años de muerto. Quizás vio un gato, escuchó los gritos, y confundió todo con un robo. También era un racista de mierda. Sus primeras declaraciones hablaban de un negro sospechoso entrando en mi habitación.
Hizo una pausa para fumar
— Papá rompió la ventana. Yo le abrí la puerta a la policía. Me comporté de forma histérica para no dar declaraciones y chillé hasta que me dejaron ir con él hasta este hospital. Sí, justo donde estamos ahora. En realidad la herida no era tan grande. Acordamos una sola versión de los hechos y le contamos a la policía que un tipo al que no logramos ver bien porque estaba oscuro, trató de robarnos. Lo descubrimos y en un forcejeo papá salió herido. Esa clase de cosas pasa diariamente. No les extrañó y dijeron que harían todo lo posible para atrapar al culpable.
— ¿Qué hay de Jeff? ¿Vete a dormir? ¿Cómo se te ocurrió la historia?
Katie empujó mi pecho con el pie y me alejó. No me percaté que cerré la distancia. Pedí disculpas. Ella reanudó la explicación.
— En esos años empezaba a fumar. Estaba demasiado gorda. Aborrecía mi cuerpo y prefería matarme a nicotina que recaer en las lágrimas de la autocompasión. Como papá no sabía nada sobre el vicio, y está prohibido fumar en el hospital, bajé acá para desahogarme. Recién terminaba el tercero cuando noté que una niña me estaba mirando. Justo allí.
Señaló un pilar de concreto al fondo.
— Era tan pálida que la confundí con un fantasma y del miedo solté el encendedor. Me incliné a recogerlo y cuando me enderecé la niñita del demonio estaba ahora a tú distancia. Pegué un brinco, pero ella de cerca ya no parecía un fantasma, y en vez de salir corriendo con el rabo entre las piernas, me enfadé. La niña no se asusto por mis gritos. Solo permaneció mirándome sin parar de sonreír.
— ¿Cómo se llamaba?
— ¿Qué se yo? Me puso de los nervios y decidí irme. Entonces me tomó de la mano con mucha fuerza, casi encajándome las uñas. Recordé a todas las niñas siniestras de las películas de terror y me paralicé— Usó el tono de alguien diciendo una broma. No me hizo gracia. Katie rodó los ojos y continuó. — Sin preguntarle nada me habló sobre su amigo imaginario. Una especie de príncipe de piel blanca como la leche, mirada siempre atenta, y una sonrisa de gato de Cheshire. Nunca parpadea ni deja de sonreír. ¿Te suena? Es él. La niña dijo que lo conoció en este hospital y desde entonces jamás dejó de cuidarla. Siempre le aconsejó irse a dormir temprano. La niña me advirtió que esa noche él me visitaría.
— Suena a historia de fantasmas.
La enfermera asintió de acuerdo.
— Justo llegaron un par de enfermeros y se la llevaron a rastras, con ella gritando, pataleando y riendo. Me enteré luego que la pequeña era esquizofrénica. Explica mucho, pero no todo. Su advertencia se cumplió y esa noche soñé con él. No se parecía nada a un príncipe, su mirada atenta estaba inyectada en sangre y su sonrisa maravilla lució como algo que un loco se talla con un cuchillo. Me susurró con un tono carente de cualquier calidez humana: Ve a dormir.
El cigarrillo entre sus dedos estuvo a poco de consumirse. Una capa brillante de sudor se le formó en la frente.
— Me desperté gritando. Papá tuvo que levantarse de la camilla a abrazarme para calmarme. Durante una hora cada vez que cerré los ojos vi el rostro de nuevo y chillé. Poco a poco se fue difuminando, pero aun notaba la mancha blanca al parpadear. Durante el almuerzo ya estaba más tranquila. Una guapa periodista se acercó y me entregó su tarjeta ¿Tiara Darling o Tina Darling? Creo que era uno de esos dos nombres. Estoy segura que notó mis nervios, es que aun no dejaba de pensar en mi pesadilla. Le conté lo mismo que le dije a la policía. Solo que esta vez sí estaba aterrada de verdad... Entonces tuve una epifanía. La llamada de la sirena nombrada Codicia. Agregué al monstruo de mi sueño, primero con cierta duda ya que no sabía si hacerle caso a mi instinto, tampoco ansiaba quedar como una mentirosa. Pero mientras más avancé, noté que los ojos a la periodista se le pusieron como naranjas. Terminé la historia... Recuerdo que las manos me temblaban. Ella también lució nerviosa. Me preguntó si mi testimonio era completamente real. Entonces ese demonio de blanco volvió a aparecer en mi mente y me eché a llorar del miedo.
Katie dio un aplauso y gritó:
— ¡Detengan las prensas! ¡Un monstruo anda suelto! O un trastornado de aspecto horrible y deformado. Es lo mismo. La noticia salió pocos días después y atrajo mucha atención mediática. La historia se hizo popular y me hizo popular a mí. Todo cobró más fuerza cuando por todo el condado empezaron a aparecer testimonios de la misma aparición, gente aterrorizada por acosadores de rostro fantasmal. Lo más probable es que se debiera a un caso de historia colectiva. ¿Reales o ciertos? ¡Da igual! ¡La historia vende! Aparecí en televisión para contar los hechos una y otra vez. Gané buen dinero. Fui materialmente feliz. Pero no me dejé llevar. El papel de la casi-víctima no es algo que me apeteciera hacer toda la vida. Más aun cuando empezó a sonar la presunta identidad del culpable. ¿Cómo iba a saber yo que el amigo imaginario de una trastornada, y la imagen de una pesadilla, tuvieron de protagonista a alguien real?
— Jeffrey Allen Woods.
— Exacto. Hice mi tarea, investigué quien era él. El pobre chico se metió en pleitos durante una fiesta, terminó bañado en alcohol y lejía, y luego fue quemado vivo.
— Entonces esa parte de la historia es verdadera.
— Claro. Lo ingresaron de emergencias en este hospital. Intentaron salvarlo. Sus heridas eran tan graves que dio igual cuanta morfina le inyectaron, seguía gritando y zarandeándose tanto que casi se corta la lengua con los dientes. Al final cedió y murió tres días después de su ingreso.
— ¿Y el cuerpo?
— Horrible. Vi las fotos, coinciden bastante bien con la descripción del amigo imaginario de la niña. Aun no entiendo cómo terminó así. Hubiera sido más humano que quedase al carbón— Katie se abrazó a sí misma. —Seguramente la mocosa vio su rostro de alguna manera y quedó traumatizada.
— ¿Estás segura que murió? ¿Dónde lo enterraron?
— Los papeles de defunción están en regla. Oí el rumor de que la familia lo incineró. Pero es difícil confirmarlo debido a que los Woods se mudaron a no se sabe dónde, luego del incidente.
— Eso explica la ausencia del cadáver— Murmuré.
Katie asintió. Bajó del auto, se puso las sandalias, dejó caer el cigarrillo y lo pisó. Le pregunté:
— ¿Por qué no informaste a la policía? ¿No crees que el mundo necesite saber la verdad? Para que el espíritu de Jeff descanse en paz luego de tantos años.
— El que debería preocuparse por eso es su asesino. Ganarme la reputación de zorra mentirosa no lo revivirá ni ayudará a nadie excepto a la prensa. Los vampiros se quedaron cortos comparados con esa gente, ellos te chupan la vida.
— Yo podría decirles.
— No, no lo harás.
Me crucé de brazos y bufé. Ella volvió a rodar los ojos.
— Oí de los saqueos en el cementerio. ¿Cómo te enteraste que no hay un cuerpo bajo la lapida? Obviamente no lo sabías. Imagino que eres el saqueador, o conoces al saqueador. No te conviene atraer la atención pública. Incluso si fueses un santo de poco serviría decir que todo fue mi invento... Jeff the killer existió. Mató gente. Fue asesinado por nuestra policía local.
— Sí que tienes todo bien pensando.
— Soy lista. Cuando no eres bonita, tienes que serlo o el mundo te hará pedazos. Ahora soy bonita, pero no he dejado de pensar ni una sola vez.
— ¿Cómo explicas los asesinatos? ¿O los testimonios de personas que se lo encontraron?
— Quizás a un loco le gustó la historia y quiso replicarla. Tal vez le inspiró. Muchos se insensibilizan y buscan una excusa tonta para pagar sus miserias con el mundo, como si todo no estuviera lo bastante jodido ya.
— La policía dijo que el culpable fue Jeffrey Allen Woods.
— Jeff fue cremado, poca gente sabe esto. Jeff fue el asesino, muchas personas lo saben. Quizás ambas son verdad.
— No tiene sentido.
— Tampoco es mi trabajo dárselo. Dudo que sea el tuyo.
— Una conocida me mostró un video de la habitación de Jeff. Ella me contó que Jeff fue dado de alta y mató a su familia.
— ¿Habitación de hospital?
Asentí.
— Falso. Grabar a los pacientes es ilegal. Tu amiga te engañó. O quizás yo te engaño. ¿Cómo tener certeza? A veces hay que reunir las piezas y formar con ellas la verdad que más cierta te parezca, o la que menos te incomode. Siempre faltan pedazos. O no falta ninguno... Pero los tenemos al revés y ni nos damos cuenta.
— Eres toda una charlatana, ¿sabías?
La enfermera echó la cabeza atrás y se echó a reír, sosteniéndose en el estomago. Al regresar la mirada al frente me preguntó:
— ¿Tienes 18 años, cariño?
— No.
— Lastima... Eres lindo. Adiós.
Dio media vuelta para irse.
— ¿Y si maté a alguien por culpa de esa historia?— Cuestioné, con la mano en el bolsillo de mi anorak, apretando la navaja entre mis dedos.
Ella se sobresaltó. Me miró sobre su hombro, directo a los ojos tratando de descubrir si estoy bromeando. Entendió que no y su expresión se volvió agria.
— ¿Desde cuándo los cuentos matan? Sé hombrecito y acepta tus responsabilidades. Si te graduaste de asesino fue por decisión propia, ningún fantasma o tulpa te obligó— Dijo y se apretó el puente de la nariz, como si sufriese una repentina jaqueca. Suspiró. —Sí creo que este mundo está repleto de energías místicas y elementos que se escapan de nuestra comprensión. Pero no soy tan inmadura e ingenua para echarles la culpa de la maldad en las personas. Como decía papá: Si el diablo toca tu puerta para comprarte el alma, de seguro llevabas tiempo queriendo un trato con él. ¿Quieres un consejo hipócrita? Entrégate a la poli.
— No quiero hacer eso.
— Entonces que no te pillen. Vete antes que memorice tu rostro y tengas que agregarme a tu lista de víctimas. ¿Es muy larga?
Negué con la cabeza. Katie se fue sin añadir más.
Recosté mi espalda contra la pared, me deslicé y quedé sentado en el suelo. Esperé sirenas de policía durante quince minutos, pero nadie llegó para leerme mis derechos. Del techo la sangre gotea, filtrándose desde varias habitaciones arriba y formando un charco frente mis pies. Un par de manos blancas se cerraron alrededor de mis pantorrillas. El toque es tan helado que quema. Me arrastró al interior del charco. Me hundí como si de arena movediza se tratase. Cuando la sangre estuvo sobre mi nariz, logré ver una niña sonriente medio escondida tras el pilar de concreto.
Reí.
...
8: Respuesta.
Alquilamos un coche para esta noche, de esos vehículos tan comunes como las piedras junto el camino. Daniel es el conductor y yo el copiloto. A izquierda se abre el bosque. A la derecha una elevación de tierra coronada por arbustos. Con la linterna iluminé la pared natural e hizo figuras con mi mano libre: Un perro; Un ganso; Un perro otra vez. No tengo creatividad para esto. Desde la radio sonó The Passenger de Iggy Pop. Los dedos enguantados de Daniel toquetearon el volante al ritmo de la canción. Usó camiseta sin mangas, mostrando en todo su esplendor la telaraña pálida tatuada con navajas y hojillas en los brazos, hasta cerca de los hombros. Lleva semanas sin agregarse una franja nueva. Ya no lo necesita.
— ¿Quieres darle un trato especial o se hará rápido y limpio?
— Es la cuarta vez que me lo preguntas— Contesté.
— Me siento como un niño pequeño con un regalo nuevo. Entiende mi emoción.
Lo entendí.
Un bache en el camino nos hizo rebotar. La invitada en el maletero debió golpearse la cabeza. Apagué la linterna y la dejé entre mis piernas. Me froté las manos enguantadas y pregunté:
— ¿Te has arrepentido de algo que hayamos hechos?
— ¿Beber? ¿Drogarse? ¿Coger? ¿Matar?— Me miró de reojo.
— Comer.
— Oh, cierto. Me dio indigestión. No hagamos eso tan a menudo. O tratemos con alguien vivo para ver si saben mejor. Tengo una nueva receta para la noche del Domingo que quedará para chuparse los dedos— Juntó los dedos cerca de la boca y los besos. Regresó la mirada al camino. —Estoy contento. ¿Arrepentido? Nunca. ¿Por qué la curiosidad?
— Hacemos daño a las personas.
— ¿Y? — Ladeó la cabeza hacia mí. Le hice señas al frente, él entendió y volvió a concentrarse. —En serio, ¿Qué pasa? ¿Te importa?
— No— Tan simple como eso.
— Entonces todo va bien. Ven aquí.
Reposé la cabeza en su hombro. Daniel rodeó los míos con un brazo. Sus cicatrices se sienten ásperas contra mi mejilla. Cerré los ojos y disfruté de la calidez de su compañía, contrastando con la frialdad de esa noche sin luna. En el espejo derecho del auto juré ver la sombra de un coche siguiéndonos. Al parpadear, el vehículo fantasma se esfumo. Estos días el velo de mi realidad se desquebraja. A veces tengo la visión de amplias sonrisas que se abren paso desde las paredes, repitiendo en desorden nombres de decenas de personas, algunas de gente fallecida (Ligados a homicidios de Jeff), el resto no los reconocí pero supuse que también enriquecieron con su lapida algún cementerio. El retrovisor mostró a Jeff sentando en el asiento de atrás. Giré para verlo, pero desapareció. Al regresar la mirada al retrovisor él estuvo observándome de nuevo. Sus pupilas negras se agrandaron y empequeñecieron como si el agua de sus ojos hirviera.
— Me estoy volviendo loco— Murmuré.
Daniel escuchó y soltó una carcajada.
— Somos despreciables, Joshua. ¿Pero locos? Claro que no. Somos las personas más cuerdas del planeta. La búsqueda de muerte nos reunió aquel día en la azotea, y hoy ella se convirtió en nuestra respuesta para darle sentido a esta vida que no lo tiene. ¿Te digo qué sí hubiera sido lunático? Dejarlo pasar.
Estacionamos el vehículo en una parcela de tierra flanqueada por un arbusto espinoso con forma de C. Abrimos el maletero. Nina, amordazada de boca, pies y manos, nos observó con ojos cansados. Un hilito de sangre bajó por su frente culpa del rebote de antes. Daniel y yo compartimos miradas.
— Recuerda, se hará rápido— Fulminé.
— Vale, entiendo, Señor Aguafiestas.
Tomé las palas, puse el tablón de madera bajo mi brazo, y usé la linterna para liderar la caminata. Daniel cargó a Nina en sus hombros. Tuve que encorvarme para abrirme paso entre los arbustos, las espinas me acariciaron la piel y una que otra dejó su punta de recuerdo. Los sonidos de queja de Nina contrastaron con las risas de mi compañero. Él siempre saca lo mejor de las peores situaciones, pero el frío empezó a amargarle la expresión.
Avanzamos derecho por el bosque, hasta conseguir una distancia prudente de la carretera. Los seres de la naturaleza se ausentaron esa noche, quizás espantados por el ambiente a fosa de cadáveres que arrastró nuestro cuarto y espectral acompañante. Jeff soltó una lluvia de murmullos que, cuando alcé el oído para prestar atención, logré convertir la cascada verbal indescifrable en una frase coherente que se repite.
Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana...
— ¿Oyes eso?— Pregunté.
— Es una noche silenciosa. ¿Nina, tú oyes algo? Oh, cierto, no puedes hablar. Tonto de mí. Y tonta de ti por mentirnos, maldita perra.
Todo está en mi cabeza.
Daniel recostó a Nina en un tronco caído. Ella nos observó con la espalda encorvada hacia delante, la respiración agitada, y la mirada de una persona anhelando arrancarnos las espaldas a mordiscos. Dejó atrás su sonrisa en el momento que salió del sueño y nos encontró en su habitación. Seguro pensó que fuimos obra de su mente desequilibrada. En tiempo record le hicimos entender que a diferencia de su príncipe, somos un peligro real.
Aparté las hojas muertas de los árboles y con ambas manos clavé el tablón de madera en la tierra. En la cara frontal están escritas las palabras Aquí descansa Jeff, con rotulador permanente. Tomamos la pala y cavamos buscando conseguir un agujero de un metro de profundidad, quizás un poco más.
— Estamos ganando atención de los medios. Tenemos que ser más cuidadoso o nos pillaran— Comentó Daniel sin dejar de trabajar.
— ¿Decimos adiós a Wisconsin?
— Aun no. Dejemos el plazo en una semana, diez días como máximo. Primero consigamos una buena camioneta, algo de dinero y solucionemos el asunto de tu madre. Sin ella será más difícil rastrearnos.
— ¿A dónde iremos?
— Nuevo México. Si todo se complica, cruzaremos la frontera y conduciremos muy al sur. En el tercer mundo matar es más sencillo. También oí que la comida es excelente.
— Te noto muy interesado en la comida estos días.
— Digamos que mis dotes de chef por fin florecieron, Joshua.
Nuevos territorios, nuevas víctimas. Las huellas de sangre continúan hacia el horizonte, cada paso es el grito de un alma arrancada de la carne que la resguarda. La luna esta noche celebra la música que brota del piano tocado por las huesudas manos del corrupto. Los mortales escuchamos el ruido del viento soplar. Su canción empieza a tener sentido solo si estás prestando atención.
El fantasma ríe entre diente a mis espaldas. ¿Eres tú, Jeff? No... Jeffrey Allen Woods no es Jeff. Seguramente fue un chico bueno, amoroso y, a pesar de sus errores, inocente. Pero su muerte degeneró en crímenes y pecados. Surgió una entidad menos humana, simpatizante del sufrimiento. Aquel que riega y cosecha el mal es un cegador de parca blanca.
¿Hay maldad en el corazón humano? Seguro. ¿Qué se necesita para exprimirla hasta que esa sustancia negruzca y putrefacta fluya entre las grietas de los maltrechos? Solo una historia. O un impulso captado al azar. Un mal día. El odio. El abandono. La infidelidad. Enfermedad. Las ansias del suicidio. Cualquier nimiedad sirve de excusa.
Encara a la muerte violenta, que te bañe y te seduzcan con los perfumes que brotan de los cuerpos sudorosos y vivientes durante la tortura. Un coro más bello que cualquier gema o paisaje utópico. Asesinato. Homicidio. Aniquilación. Masacre. Exterminio. Hay que ver cuantas palabras existen para referirse a causar el fin de la vida. ¿No se los dije ya? Nuestra lengua está encantada por el acto de matar. Corta. Perfora. Clava. Lástima. Daña. Mutila. Viola. Devora. Tortura. Destaja. Humilla. Traiciona. Cuanto brilla la vida cuando se acerca la muerte. El asesinato es nuestro voto de amor.
Simplemente hazlo... Siempre está a un paso. A una línea tan fina y frágil como el cabello de un cadáver. La vela homicida ilumina solitaria en el lado oscuro de cada corazón, alumbrando a los demonios internos. Una llama minúscula, pálida, que tiembla con cada latido. Andamos cubiertos de alcohol y lejía, esperando ser encendidos aunque sea con la chispa de un encendedor. Jeff no es uno. Jeff somos todos.
Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana. Mente sana come manzana...
Al final encontramos la verdad, querido amigo. La respuesta que es tuya y es mía.
Zarandeé la pala y le atiné con la parte delgada en la nuca. Daniel cayó de boca a la tierra húmeda, donde le propiné otro golpe en el área posterior del cráneo. Se agitó en convulsiones hasta que, tomando la pala con ambas manos, hundí la punta en la cabeza. La sangre brotó del suelo y fue llenando el agujero con rapidez. Rostros aullantes flotaron en el creciente lago carmesí, arrojando maldiciones al cielo y extendiendo sus manos para jalarme al infierno. Me arrastré fuera del hoyo y recosté mi espalda en el tronco caído, jadeando. Nina desapareció. Sobre el bosque se alzó un gigante de rostro plano y blancuzco. Su figura escondió la luna y superó las montañas. Se inclinó, transformando sus ojos y su sonrisa en mi cielo. De sus cuencas expulsó una luz rojiza que bañó la naturaleza, dándole la belleza de las paredes del corazón. El mundo late, canta y baila. Eché la cabeza atrás y solté muchas carcajadas. Reí hasta que me saltaron las lágrimas y mi garganta vomitó fuego. Jeff también rió. Me dejó sordo. La tierra tembló. Las almas desviaron sus maldiciones a él. Giraron convertidos en esferas de luz, quemando con odio las greñas negras que cayeron a los lados como cascadas de tinta. Pero estás volvieron a crecer y la risa de Jeff llegó a tal punto que mi consciencia amenazó con apagarse.
— ¡Oye, chico listo!
Una voz firme y humana me hizo recuperar los sentidos. Me froté los ojos. Calmé mi respiración. Sudando, me puse de pie con ayuda de la pala. Observé los restos de materia gris en la pala y deduje que todo es real. Subí la mirada al origen de la voz. Nina estuvo detrás del hombre. Él, quien me dio una impresión vaga de haberlo visto antes, me apuntó con una pistola. La luna retomó su gobierno. Los grillos revivieron. El lago de sangre se evaporó como un sueño, y en su lugar quedó un agujero con el cadáver de la única persona que amé.
Para ustedes mis confidentes, testigos y hasta cierto punto cómplices de mis pecados: Les admito que por primera vez en toda mi vida estoy plenamente satisfecho. Cerré los ojos. Apreté el agarre de la pala y corrí hacia el hombre. La pistola rugió.
Hora de dormir para siempre.
...
Epilogo.
El policía y el asesino se encararon desde ambos extremos de la mesa. La mano derecha de Edmund Hopkins quedó sobre un álbum cerrado, y la izquierda atrajo un vaso de café tinto sin azúcar a sus labios. Joshua toqueteó la mesa de metal con un ritmo que solo él pudo entender. Aun llevó la bata del hospital del que fue sacado apenas estuvo sano para caminar. Alzó la mirada hacia el oficial, aguardando sin pronunciar palabras. Edmund dejó la taza y sacó un sobre de su chaqueta.
— Siempre guardo una foto de las victimas de todos mis casos. Sonará morboso, y en parte lo es. Pero me ayuda a nunca olvidar— Abrió el álbum. Con cada movimiento de página mostró decenas de rostros. —Aun con sus crímenes resueltos, las vidas de esas personas se perdieron para siempre. En su mayoría excelentes ciudadanos. Que tragedia.
— Nos están mirando— Comentó Josh, mirando de reojo el espejo en la habitación.
— ¿Importa?
El chico se encogió de hombros. Edmund sacó la fotografía de una joven de ojos violetas.
— Natalie Parker. Secuestrada... Torturada... Y finalmente asesinada. Créeme que la fiscalía procurará que el jurado imagine cada truculento segundo de la larga agonía que vivió. Intercambiando con frases como
Pudo ser el hijo de cualquiera. Súmale las drogas, el equipo para raptos en los que se incluyen mordazas y cloroformo, ¿y cómo olvidarme del aperitivo? Los trozos de carne humana en la nevera de tu amiguito Daniel Moreno. Al que mataste para encubrir tus actos.
Josh golpeó la mesa con ambas manos y gritó:
— ¡No lo maté por eso!
— Pero eso es lo que el fiscal contará al jurado. No permitiremos que te alivianes la sentencia argumentando problemas mentales, Joshua— Respondió el oficial mirando al asesino a los ojos, con el pulso firme y sin cobardía. —Eres un adulto a los ojos de la ley. Pediré que pongan una aguja en tu brazo. Esa ejecución no es tan pacifica como el cura te hará creer. Algunos científicos argumentan que sientes como te apagas lentamente, tus sentidos desaparecen y los latidos del corazón disminuyen. ¡Tic tac! Morirás con el alma escurriéndote entre los dedos. Un verdadero tormento.
Dejó la fotografía de Natalie en la mesa.
—Hubiera sido misericordioso propinarte la bala entre ceja y ceja, en vez del hombro... Pero decidí no hacerlo. Ni tu amigo, ni tú, lo fueron con Natalie. ¿Por qué no hablas? ¿Qué pasa? Ni has pedido un abogado. ¿Aguardas a que tu madre lo haga por ti? La señora Darling se limitó a asentir y cerrar la puerta en cuanto le di la noticia. Seguro ya sospechaba tus jueguitos macabros. Una madre tiene buen instinto... Tal vez, la única pregunta que rondaba en su cabeza, era saber qué tan bajo cayó su único hijo.
Encontró una página vacía y colocó la foto, luego cerró el álbum. Terminó de beber su café.
— Las personas siempre esperan que, cuando le pones las esposas al asesino, el culpable sea un monstruo y no alguien como ellos. En el 97% de los casos se equivocan. La frase
Pudo ser el hijo de cualquiera podría aplicarse a ti también.
Josh se encorvó hacia adelante, hundiendo su expresión y ahorrándose cualquier respuesta verbal.
— He visto almacenes de niñas mutiladas y convertidas en muñecas sexuales. ¿Sabes qué son las películas Snuff? Hay un mercando creciente para ellas, y si deseas combatirlo debes ver tanta mierda que las pesadillas se transforman en tus sueños habituales. Muchos dicen que el mundo es terrible. Yo les corrijo: Nosotros somos los terribles. El mundo es una piedra que gira y flota alrededor de una bola de fuego. El verdadero culpable aquí, los creadores y ejecutores del término maldad, somos nosotros— Arrojó un profundo suspiro y se puso de pie. —Da igual. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Solo puedo sonreír y actuar como si la porquería que se oculta detrás de mi espalda sea fuera de lo común.
Los labios del hombre se curvaron hacia arriba.
— Pero te diré algo... A veces puedo sonreír de verdad. ¿Sabes por qué? Porque cuando veo a los bebes recalentados en hornos, o las mujeres sodomizadas con bates de beisbol, me produce un intenso espasmo de asco y odio hacia los culpables. Consuela saber que hay millones de personas en el mundo que comparten el sentimiento de repulsión. Solo me toca rezar a Jesús, a Buda, o a cualquier entidad lo bastante desocupada para cumplir mi petición, que los buenos seamos más que los otros millones de personas que se excitan o son indiferentes ante las tragedias. O mínimo que la gente decente no se cruce de brazos y permitan que la corrupción se extienda.
Dio media vuelta para marcharse y dejar solo a Josh con sus demonios. Pero el chico volvió a hablar, riendo entre dientes:
— Su hija es Nina. Lo es. Lo es.
Edmund ladeó la mirada hacia él.
— Exacto. Descubriste lo que pasa cuando te metes con la familia de un policía. Llevo años persiguiendo asesinos. Ustedes fueron un reto menor, muchacho.
Josh volvió a golpear las palmas en la mesa. Rió.
— Se siente culpable... Por eso nos caza. Por eso no olvida— Se pasó las manos por el rostro en círculos, como si buscase quitarse una tela que lo asfixia. —Ella creó a Jeff the killer. Empezó todo esto y lo sabe. Le dio vida.
Edmund miró el espejo de reojo. Sacudió la cabeza. Regresó hasta la mesa y se inclinó sobre Josh. Susurró solo para él:
— Sí, y yo se la quite.
— ¿Asesinó a Jeffrey Dahmer?
— Asesiné al loco que se creyó esa historia inventada. Resolví muchos problemas.
— ¿En serio? ¿Y cuántos más vendrán después? — Josh se echó hacia atrás en el asiento. — ¡¿Cómo matar un gusano que nunca muere?!
El asesino se impulsó hacia adelante, impactando la mesa con la frente. Edmund retrocedió con un sobresalto.
— ¡¿Cómo matar un gusano sin cuerpo?! ¡Un gusano que habita dentro de todos esperando por salir!— Atizó su cabeza cinco veces. Se abrió la piel de la frente y un reguero de sangre le empapó el rostro. — ¡Esto no termina! ¡Nunca termina! ¡Solo cambia y se renueve una y otra vez! Hasta que ya no queden personas para continuar el ciclo.
Los oficiales de policías se abalanzaron dentro de la sala y lo sometieron, evitando que se lastime más de la cuenta.
— ¡Mente sana come manzana! ¡Mente sana come manzana! ¡Mente sana come manzana! ¡Mente sana come manzana!— Repitió llorando y riendo.
— Llévense a este maldito demente fuera de mi vista— Ordenó Edmund, con cara brava. Los oficiales arrastraron a Josh fuera de la habitación y cerraron la puerta. El lugar quedó en silencio. Edmund caminó hasta el espejo y reacomodó su corbata. A pesar de su semblante tranquilo, por dentro gritó como loco.
Fin.