Dado que esta escena tiene lugar en el capítulo 17, con todo lo que ya ha sucedido y todo lo que ya se ha establecido, me parece necesario dar un poco de contexto que ayude a entender la escena (Podéis saltaros esta parte, pero creo que es útil):
-Es una novela de baja fantasía y aventuras escrita para un público adulto. El ambiente está inspirado en finales del siglo 18 y principios del 19 (Época de las guerras napoleónicas).
-Miguel y algunos compañeros mercenarios naufragaron en una isla llena de "demonios". No son criaturas mágicas, sino una especie humanoide que tiene el aspecto habitualmente asociado a los demonios; a saber: cola, cuernos, piel roja y piernas con esa forma tan típica de la mayoría de animales, con el pie largo y el tobillo alzado. Los demonios no saben apenas nada del mundo exterior.
-Miguel es el protagonista, un mercenario de 38 años que ha sido soldado, corsario y pirata. Lleva su uniforme de húsar (Caballería), menos el sombrero (Para referencia visual, podéis ver imágenes en Google). Es un mujeriego confiado y nada humilde, y que normalmente no se toma las cosas muy en serio. Youa es la primera mujer de la que se enamora desde que violaron y asesinaron a su prometida en su juventud. Tiene una enorme herida en el costillar izquierdo, de ahí que le cueste moverse. Llevaba un par de días tirado en un lugar apestoso mientras se recuperaba lo suficiente para poder andar.
-Youalixail es una joven de 25 años, demonia (Miguel se refiera a ellas como demonietas) y sanadora (Nada de magia: emplea materias primas vegetales). Es una mujer cohibida que consideraba seriamente el suicidio hasta que conoció a Miguel. Habla su lengua, pero su sintaxis y dicción no están del todo desarrolladas. Cuando menciona a "Imaru y Donayi", se refiere a su esposo y bebé asesinados hace poco más de un año. Los demonios están en medio de una guerra étnica, y Miguel la está escoltando al lugar donde podrían estar los supervivientes de su aldea, que ha sido arrasada. Los ténuachtin son su tribu. Tizoc es su hermano. No saben si siguen vivos.
-Se refieren a unos "enemigos", y a un barco llamado "Venganza". Éstos son los enemigos de Miguel, y fueron la causa del naufragio que inicia la novela. Miguel sirvió como maestre en esta nave hasta que organizó un motín. Hasta ahora su objetivo ha sido hacerse con la capitanía de la nave y escapar de la isla.
-El lugar donde tiene lugar la escena fue establecido en un capítulo anterior. Es un balcón natural de piedra situado en la ladera de un desnivel vertical de 50 metros, y es la entrada a una cueva. Hay una cascada justo al lado, por debajo tiene una gran extensión de selva, y de fondo está el mar. La cueva es el escondite de Miguel, donde guarda suministros que necesitan para el viaje.
Sin más, ahí va:
La segunda versión revisada está abajo. Dejo esta primera versión aquí para hacer comparaciones.
Ya había entrado del todo la noche cuando cruzaron la cascada y alcanzaron la cuerda oculta entre los arbustos. El lamentable estado de Miguel les había retrasado más de lo que él aventuró. Habían parado, además, a darse un remojón bajo el torrente de la cascada. No oler a cloaca era una de las mayores alegrías que el mercenario había experimentado en los últimos días. Tras desplegar la cuerda por la ladera, bajaron al saliente de piedra, y recorrieron después el túnel, iluminando el camino con pedernal y acero. Al llegar a la cámara central, Miguel prendió la hoguera con la poca leña que quedaba en la cueva. Una vez comprobado que todo estaba en su sitio, comieron algo de cecina, galletas y bayas, y bebieron agua del cubo que con tanta amabilidad habían prestado los piratas al mercenario.
Terminada su humilde cena, Miguel llevó a Youa de vuelta a su privilegiado balcón. Sentados al borde del vacío, el mercenario se quitó la pelliza y se la puso a la demonieta a modo de manta. Youa apoyó la cabeza en su hombro, y ambos se quedaron mirando el azulado paisaje. No había una sola nube a la vista, sólo ellos, las estrellas y una brisa fresca.
—Mundo parece muy grande aquí.
—Si tú supieras…
—¿Tú visto mucho de fuera? ¿Cómo es?
—Es mucho más grande de lo que imaginas. Hay lugares de todo tipo, cosas que nunca has visto y animales con los que nunca soñarías. Puedes descender por una montaña cubierta de nieve y encontrarte de pronto en un abrasador desierto de arena roja. Puedes navegar por el mar Central y ver criaturas gigantes nadando junto a tu barco. Hay un continente donde no crecen plantas y no vive animal alguno, una tierra venenosa donde nadie se atreve a desembarcar; y en medio de ese continente, tras cientos de kilómetros de yermo desnudo, se encuentra un pueblo, una colonia de muertos vivientes, apartados del resto de la humanidad, en la única región donde crecen plantas, plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Podrías viajar todos los días de tu vida y no pisar la misma tierra dos veces.
Youa se quedó en silencio unos segundos, y entonces suspiró.
—…Fuera nada recordaría a Imaru y Donayi.
Miguel se giró y miró a Youa. Ella apartó su cabeza y le miró con sus dulces ojos de miel.
—¿Quieres abandonar Nexakatl?
—Si tú capturas barco de enemigos, ¿irás?
—…La verdad es que ya no sé qué quiero hacer. Llevo más de un año deseando ser el capitán de la Venganza, pero ahora… ahora te conozco. Vivir aquí, contigo, no suena nada mal. En cuanto acabe vuestra guerra, Nexakatl será un lugar seguro. Podríamos construir una casa y vivir de la tierra.
—Yo no quiero vivir aquí más. Familia ya es muerta. Tizoc y ténuachtin pueden ser muertos. Aunque maseualis ganan guerra, aquí vida de mía es acabada.
—¿Y tú… te marcharías conmigo? ¿Me acompañarías, aunque no sepas nada del mundo exterior?
—Si nosotros somos juntos, sí, iré.
Esgrimiendo una contenida sonrisa, Miguel apartó un mechón del rostro de Youa, acariciando su mejilla con el pulgar, y se acercó a ella al tiempo que posaba la otra mano en su rodilla.
—Entonces ya sé qué quiero hacer.
Sus labios se unieron, se encontraron sus alientos, mezclándose con más y más fuerza. Sus lenguas se entrelazaron e interpretaron una enérgica danza ritual, alimentada por el deseo y la anticipación que habían acumulado desde el día en que se conocieron. La mano derecha de Miguel rodeó su espalda y acarició su perfecto pecho a través del vestido mientras la izquierda subía por sus mallas en busca del tesoro oculto entre sus piernas. Cuando al fin se separaron sus labios, Youa respiraba como si acabara de participar en una carrera de larga distancia. La sonriente demonieta agarró la hebilla de su cinturón, intentado desabrocharlo, y Miguel, al ver que no lograba descifrar el mecanismo, se deshizo él mismo del impedimento, aliviando así la presión que crecía bajo sus pantalones. El mercenario se quitó el dolmán, convencido de que el destino estaba de su lado al no tener que desabrochar cada uno de sus dieciséis botones en un momento en que apenas era capaz de pensar en algo que no fueran los suaves labios de Youa. Ella se quitó la pelliza y la echó junto al dolmán, y entre ambas prendas se formó la manta sobre la cual desatarían su pasión.
Miguel gruñó al recostarse sobre su espalda, sus dientes apretados en una mueca de dolor. Youa le miró con preocupación, apartando de él el agradable calor de su torso desnudo. La demonieta se había deshecho de la parte superior de su vestido, dejando al descubierto sus mayúsculos pechos, la silueta de los cuales relucía con la luz de la luna.
—¿Hace dolor? —dijo acariciando la piel alrededor de la herida.
Miguel agarró su cintura y tiró de ella, acercándola al alcance de un apasionado beso, una poderosa distracción que permitiría a la caballería asaltar su punto débil.
—Éso nunca me ha detenido —dijo al separarse sus labios, y la demonieta exhaló un súbito gemido al notar sus dedos, que como valientes soldados habían conquistado el valle situado entre sus muslos.
Youa, jadeando con la más amplia sonrisa que Miguel jamás hubiera visto en ella, pasó una pierna por encima de él y, sentada sobre su regazo, tiró de las prendas inferiores del mercenario, liberando su deseoso miembro. Miguel, mientras tanto, había desabrochado su camisa, y tiró después de la ropa de Youa. Mientras se deshacía de la camisa, la demonieta se alzó para terminar de bajarse las mallas, y se quedó de pie sobre él, la viva imagen de una diosa, una escultura en honor a la forma femenina. El mercenario contempló con lujuria la gloria de su desnudez. Las kuakatl, después de todo, no eran muy distintas a las humanas. Todo estaba donde debía estar. Todo. Youa se puso a cuatro patas sobre él, como una leona jugando con su presa, y Miguel, que no aguantaba seguir viendo sus suculentos pechos bailoteando con impunidad, se llenó la boca y lamió sin contemplaciones. Sus dedos, mientras tanto, obraban su magia: apenas los controlaba, actuaban por instinto, acariciando las partes más sensibles del cuerpo de Youa. Ella se posicionó poco a poco sobre su cintura, exhalando un prolongado gemido, hasta que al fin, bajo el cielo estrellado, ambos se convirtieron en uno.
La demonieta se movía con el ímpetu de un animal salvaje, subiendo y bajando con la ayuda de Miguel, que con gusto prestaba sus manos para impulsar sus sedosas nalgas. Él gruñía, no de dolor, o al menos sólo en parte. Tras un par de gozosos minutos, el mercenario sintió que algo masajeaba sus gónadas. Al principio no le hizo caso, siendo como era que tenía los pechos de Youa en sus manos y no quería perder el hilo de su rítmica danza. Sin embargo, a los pocos segundos ella se inclinó hacia delante, apoyando sus manos sobre el pecho de Miguel para propulsarse arriba y abajo; y fue entonces que el mercenario se preocupó, ya que si las manos de Youa estaban sobre su pecho, ¿qué era lo que jugaba con sus testículos? Pasados unos segundos de tensa perplejidad, la cual supo ocultar en buena medida, Miguel suspiró aliviado al comprender la situación.
Fue en ese preciso instante que supo, sin la más remota duda, que los demonios movían la cola a voluntad.
Su pasión continuó ininterrumpida, los gemidos de Youa dieron paso a intensos temblores de placer, los gruñidos de Miguel se convirtieron en rugidos de león, y cuando sus cuerpos al fin alcanzaron el clímax, Youa cayó derrotada sobre él, apenas capaz de moverse, aún presa de las convulsiones que agitaban sus pechos sobre el rostro del mercenario, quien no dudó en aprovechar la situación para llenarse de nuevo la boca. Sudorosos y jadeantes, permanecieron abrazados, besándose con las pocas energías que les restaban mientras Youa recuperaba el control de su cuerpo y Miguel se subía los pantalones, hasta que ella fue capaz de deslizarse a la derecha, su pierna envuelta alrededor del mercenario, agarrada firmemente a él como si fuera un árbol desde el cual temiera caer.
Minutos después, habiendo vuelto la respiración de Youa a la normalidad, Miguel, con una pícara sonrisa, deslizó su mano por el rostro de la demonieta, y colocó su pelo tras su puntiaguda oreja.
—Si ésto te ha gustado, espera a que me recupere del todo, y ya verás.
Youa exhaló una encantadora risita y besó el cuello del mercenario.
—Gustado mucho —dijo, y cerró los ojos con el rostro pegado a su pecho—. Tú cura rápido, yo quiero ver.
El mercenario echó un último vistazo al cielo y cerró los ojos.
No había una sola nube a la vista.
¿Qué os parece? ¿Es demasiado limpia? ¿Demasiado explícita? ¿Es la transción del diálogo al acto demasiado abrupta? ¿Cambiaríais el lenguaje empleado? No os cortéis, quiero opiniones sinceras.