CP III: Viaje de ida y vuelta- Icar
Moderadores: kassiopea, noramu
CP III: Viaje de ida y vuelta- Icar
29º participante concurso Primavera 2008
VIAJE DE IDA Y VUELTA
La gente iba y venía sin cesar, algunos perseguidos con singular habilidad por sus maletas rodantes, o bien con bolsas de viaje colgadas al hombro y mirando hacia alguna pantalla informativa, otros a la espera descansaban en las numerosas sillas y sillones distribuidos por todo el edificio.
Anuncios de vuelos salientes o entrantes se sucedían por megafonía, pasajeros que estaban sentados se levantaban diligentes porteando sus equipajes hasta la puerta indicada. “...Vuelo IB454 pasen por favor por puerta 12...”. ”Ese es el mío”, pensó Julián mientras despegaba la cabeza de una revista que minutos antes había comprado.
Recogió despacio todas sus cosas y se mezcló con el gentío que iba y venía, hasta perderse por los pasillos y salas del aeropuerto.
La primera vez que subió a un avión tenía cuatro años, iba con sus padres y hermanos a casa de unos parientes. No estaba seguro si recuerda algo realmente o si lo sabe porque se lo habían contado repetidamente sus familiares.
Pasaron más de veinte años hasta su siguiente viaje en avión, por asuntos de trabajo y que últimamente se repetían con cierta asiduidad. En general no le gustaban los aeropuertos, ni las estaciones de tren, ni de autobús, pese a utilizarlas con frecuencia. Para él eran lugares de prisas y de paso, en donde parece que la gente no quiere estar por mucho tiempo, pensaba que este sentimiento de querer escapar generalizado de todos viajeros provocaba unas vibraciones negativas en salas de espera y andenes.
De todas las maneras de viajar la que más le atraía era viajar en tren, quizás por el repetido circular del panorama, de los montes, de los ríos y de los pueblos por la ventanilla. Se distraía observando a los otros viajeros, lo que hacían o decían, a dónde miraban o en que se entretenían mientras llegaba la próxima parada. Además siempre le había fascinado la posibilidad de conocer una mujer especial, quizás hasta una mujer fatal, que como si de una novela de misterio se tratase, fuese capaz de cambiarle el motivo de su viaje, viviendo una secreta y arriesgada aventura en algún lugar escondido de cualquier parte.
Bueno, la verdad es que una vez algo de esto le sucedió, fue hace cinco años, iba en tren destino Madrid, estaba sentado en su asiento de ventanilla empecinado en ese continuo rebobinar del paisaje ante sus ojos, cuando se abrió al fondo la puerta del vagón y ella entró, avanzó despacio mirando hacia ambos lados buscando donde sentarse, tuvo varios asientos libres pero no los ocupó, al llegar a su altura se detuvo. Él volvió la cabeza, y con un movimiento mecánico de los ojos le enfocó a la cara, ella también le miraba, así quedaron durante unos segundos entrelazados por sus pupilas. Con una mano apartó un libro que ocupaba el asiento contiguo y ofreció: “¡Está libre!”, ella esbozó una sonrisa que le iluminó la cara y con amabilidad devolvió: “Gracias”, alzó los brazos y colocó su bolsa o macuto en la repisa que a tal efecto estaba encima de sus asientos.
Observó atento como su cuerpo se estiraba, se fijó en el contorno sus pechos cuando se puso de puntillas para comprobar la correcta colocación de su equipaje, no pudo evitar el movimiento sensual de su cintura, dejando asomar el ombligo entre la camiseta y el cinturón.
Julián respiró profundamente y volvió a observar el paisaje exterior, su recién llegada acompañante al poco también lo hizo, se hizo un silencio. Percibió entonces su mirada en el cristal de la ventanilla, era como si le rozase la cara, la sentía observándole sigilosa. Durante el viaje hablaron con frecuencia, el demostró ser simpático y ocurrente en la conversación, ella aportaba alegría y muchas ganas de vivir, poco a poco fueron intimando y cada uno contó al otro cosas de su vida, eso sí, como ella no mencionó ni novio o compañero, él tampoco hizo alusión alguna.
Su nombre, Dalila, de padre búlgaro y madre española llevaba casi desde que tiene recuerdos viviendo en España, mochila a la espalda se sentía ciudadana de la Tierra, “dispuesta a patear lo que haga falta” como ella misma le diría.
Fue un viaje bonito, se gustaron y no querían despedirse tan pronto. Le preguntó que sí que podía invitarla a cenar y ella dijo que sí.
Mientras cenaban una agradable sensación les recorrió, sentir que estás con una persona que te atrae, que te gusta y que le gustas, dispara una lenta pero placentera espera, preludio lleno de expectativas y deseos.
Sus ojos la buscaban mientras bebía, le fascinaba su cara y el movimiento de su cuello, se sorprendía callado, mirándola, “ver tan de cerca una cara que te está mirando es fabuloso”, pensó. El vino y algún brindis para dos animaba la velada, al tiempo que mojaba los labios de Dalila de rojos reflejos.
Fue una noche que no olvidará mientras viva.
Sentía un calor que le inundaba todo el cuerpo, sus ojos la buscaban, sus labios apretaban los suyos como temiendo que se fuera, sus manos rodeaban su cabeza, despeinándola, acariciando su cuello, sus hombros, su espalda, cuando tocaba sus pechos ambos se estremecían, se apretaban con tanta violencia que les costaba el respirar. En aquel momento no pensaba en nada, o quizás no quería pensar, su aliento en su cara y su respiración agitada aislaban su mente, por momentos perdió el control y se sintió un ser a la deriva sin posibilidad alguna de reacción, anulado de base, como sumido en una pereza maravillosa, esperando nada o tan sólo quizás la mirada de sus ojos o el roce de su lengua por su cara.
Le dio un beso en el cuello y susurró a su oído:
-¿Estás bien?
Perezosa y lasciva en su gesto, contestó:
- Sí, te has portado muy bien. Eres un gran tipo, tu chica no sabe lo que tiene, porque... ¿Hay una mujer, verdad?.
- Sí… - reconoció y se sintió descubierto. - ¿Cómo lo has sabido?
- Hace unos minutos cuando estabas encima mía abrazándome... Quizás tu manera de acariciar o el como me miras a la cara, no se bien en qué, pero lo he notado.
- Te ha molestado.
-¿El qué...?
- Que no te lo dijera nada.
- Si me lo has dicho, me lo acabas de decir
- ¿Cómo se llama?
- Laura
Bajaron las escaleras hasta llegar al zaguán de la entrada, allí con un gesto mecánico, inclinando algo la cabeza, se colocó con cuidado unas gafas de sol que asomaban por el bolsillo de la camisa, la luz le molestaba y le delataba también de alguna manera.
Paseaban por la acera, se miraron, una leve sonrisa apareció en sus labios. Julián miraba a Dalila, el vaivén de su pelo al viento, el relieve de sus senos en la camiseta, el repiquetear lento de su paso. Dalila mira a Julián, se recordaba momentos antes desnuda en sus brazos, besándole, abrazándole, de alguna manera le agradaba saber que acababa de estar con él.
Todavía recuerda la primera mentira importante que le dijo a sus padres cuando era un niño y la desazón que le produjo, después leyó en algún manual de pedagogía, que los niños tienen que hacer esto en ciertos momentos para explorar sus relaciones y su sitio en su entorno.
Le gustaba decir la verdad, el remordimiento del engaño le vencía. A veces cuando pasan cosas bonitas en la vida lo que viene después suele ser un problema. No le dijo la verdad a Laura cuando le habló del viaje, “...Algo aburrido, como siempre...”, el ocultar a su mujer lo sucedido era, por supuesto, para su conciencia una forma de mentirle.
Ya dentro del avión mira al asiento contiguo mientras un señor mayor lo ocupaba con su bolsa de viaje, se saludan y esperan pacientes el despegue del aparato.
Sobrevuela el mar, permanece atento tras la ventanilla intentando ver el horizonte confundido entre tanta luz y tanto color azul en el cielo. Cierra levemente los ojos para amortiguar el esplendor del paisaje y confortado con esta sensación, al poco queda dormido. Cuando despierta el avión está tomando tierra en el aeropuerto.
Recoge su equipaje, se sube en un taxi y se dirige presuroso al hotel, estaba cansado y el día de mañana se avecina ajetreado. Una vez en la habitación ordena sus cosas en cajones y armarios, se desnuda y toma un baño templado.
Aunque derrotado el hambre le puede y decide bajar al bar del hotel a tomarse un bocadillo rápido. Mientras lo engulle con avidez ve el reservado para el teléfono, se levanta toma el auricular y marca el teléfono de casa. Espera paciente a que Laura descuelgue al otro lado, pero esto no llega a ocurrir, repite un par de veces más la llamada y ante el mismo resultado regresa pensativo a la barra para seguir mordisqueando su bocadillo.
“Habrá salido a dar una vuelta...”, piensa mientras camina por los pasillos del hotel hacia su habitación, por un momento se para y duda en regresar al locutorio e intentarlo de nuevo, pero prefiere no insistir.
Abre la puerta del cuarto se quita los pantalones y se tumba en la cama. El cansancio lo invade de repente, se gira buscando una postura más cómoda y cierra los ojos.
No tenía ganas de pensar en nada, sólo quería descansar y dormir.
VIAJE DE IDA Y VUELTA
La gente iba y venía sin cesar, algunos perseguidos con singular habilidad por sus maletas rodantes, o bien con bolsas de viaje colgadas al hombro y mirando hacia alguna pantalla informativa, otros a la espera descansaban en las numerosas sillas y sillones distribuidos por todo el edificio.
Anuncios de vuelos salientes o entrantes se sucedían por megafonía, pasajeros que estaban sentados se levantaban diligentes porteando sus equipajes hasta la puerta indicada. “...Vuelo IB454 pasen por favor por puerta 12...”. ”Ese es el mío”, pensó Julián mientras despegaba la cabeza de una revista que minutos antes había comprado.
Recogió despacio todas sus cosas y se mezcló con el gentío que iba y venía, hasta perderse por los pasillos y salas del aeropuerto.
La primera vez que subió a un avión tenía cuatro años, iba con sus padres y hermanos a casa de unos parientes. No estaba seguro si recuerda algo realmente o si lo sabe porque se lo habían contado repetidamente sus familiares.
Pasaron más de veinte años hasta su siguiente viaje en avión, por asuntos de trabajo y que últimamente se repetían con cierta asiduidad. En general no le gustaban los aeropuertos, ni las estaciones de tren, ni de autobús, pese a utilizarlas con frecuencia. Para él eran lugares de prisas y de paso, en donde parece que la gente no quiere estar por mucho tiempo, pensaba que este sentimiento de querer escapar generalizado de todos viajeros provocaba unas vibraciones negativas en salas de espera y andenes.
De todas las maneras de viajar la que más le atraía era viajar en tren, quizás por el repetido circular del panorama, de los montes, de los ríos y de los pueblos por la ventanilla. Se distraía observando a los otros viajeros, lo que hacían o decían, a dónde miraban o en que se entretenían mientras llegaba la próxima parada. Además siempre le había fascinado la posibilidad de conocer una mujer especial, quizás hasta una mujer fatal, que como si de una novela de misterio se tratase, fuese capaz de cambiarle el motivo de su viaje, viviendo una secreta y arriesgada aventura en algún lugar escondido de cualquier parte.
Bueno, la verdad es que una vez algo de esto le sucedió, fue hace cinco años, iba en tren destino Madrid, estaba sentado en su asiento de ventanilla empecinado en ese continuo rebobinar del paisaje ante sus ojos, cuando se abrió al fondo la puerta del vagón y ella entró, avanzó despacio mirando hacia ambos lados buscando donde sentarse, tuvo varios asientos libres pero no los ocupó, al llegar a su altura se detuvo. Él volvió la cabeza, y con un movimiento mecánico de los ojos le enfocó a la cara, ella también le miraba, así quedaron durante unos segundos entrelazados por sus pupilas. Con una mano apartó un libro que ocupaba el asiento contiguo y ofreció: “¡Está libre!”, ella esbozó una sonrisa que le iluminó la cara y con amabilidad devolvió: “Gracias”, alzó los brazos y colocó su bolsa o macuto en la repisa que a tal efecto estaba encima de sus asientos.
Observó atento como su cuerpo se estiraba, se fijó en el contorno sus pechos cuando se puso de puntillas para comprobar la correcta colocación de su equipaje, no pudo evitar el movimiento sensual de su cintura, dejando asomar el ombligo entre la camiseta y el cinturón.
Julián respiró profundamente y volvió a observar el paisaje exterior, su recién llegada acompañante al poco también lo hizo, se hizo un silencio. Percibió entonces su mirada en el cristal de la ventanilla, era como si le rozase la cara, la sentía observándole sigilosa. Durante el viaje hablaron con frecuencia, el demostró ser simpático y ocurrente en la conversación, ella aportaba alegría y muchas ganas de vivir, poco a poco fueron intimando y cada uno contó al otro cosas de su vida, eso sí, como ella no mencionó ni novio o compañero, él tampoco hizo alusión alguna.
Su nombre, Dalila, de padre búlgaro y madre española llevaba casi desde que tiene recuerdos viviendo en España, mochila a la espalda se sentía ciudadana de la Tierra, “dispuesta a patear lo que haga falta” como ella misma le diría.
Fue un viaje bonito, se gustaron y no querían despedirse tan pronto. Le preguntó que sí que podía invitarla a cenar y ella dijo que sí.
Mientras cenaban una agradable sensación les recorrió, sentir que estás con una persona que te atrae, que te gusta y que le gustas, dispara una lenta pero placentera espera, preludio lleno de expectativas y deseos.
Sus ojos la buscaban mientras bebía, le fascinaba su cara y el movimiento de su cuello, se sorprendía callado, mirándola, “ver tan de cerca una cara que te está mirando es fabuloso”, pensó. El vino y algún brindis para dos animaba la velada, al tiempo que mojaba los labios de Dalila de rojos reflejos.
Fue una noche que no olvidará mientras viva.
Sentía un calor que le inundaba todo el cuerpo, sus ojos la buscaban, sus labios apretaban los suyos como temiendo que se fuera, sus manos rodeaban su cabeza, despeinándola, acariciando su cuello, sus hombros, su espalda, cuando tocaba sus pechos ambos se estremecían, se apretaban con tanta violencia que les costaba el respirar. En aquel momento no pensaba en nada, o quizás no quería pensar, su aliento en su cara y su respiración agitada aislaban su mente, por momentos perdió el control y se sintió un ser a la deriva sin posibilidad alguna de reacción, anulado de base, como sumido en una pereza maravillosa, esperando nada o tan sólo quizás la mirada de sus ojos o el roce de su lengua por su cara.
Le dio un beso en el cuello y susurró a su oído:
-¿Estás bien?
Perezosa y lasciva en su gesto, contestó:
- Sí, te has portado muy bien. Eres un gran tipo, tu chica no sabe lo que tiene, porque... ¿Hay una mujer, verdad?.
- Sí… - reconoció y se sintió descubierto. - ¿Cómo lo has sabido?
- Hace unos minutos cuando estabas encima mía abrazándome... Quizás tu manera de acariciar o el como me miras a la cara, no se bien en qué, pero lo he notado.
- Te ha molestado.
-¿El qué...?
- Que no te lo dijera nada.
- Si me lo has dicho, me lo acabas de decir
- ¿Cómo se llama?
- Laura
Bajaron las escaleras hasta llegar al zaguán de la entrada, allí con un gesto mecánico, inclinando algo la cabeza, se colocó con cuidado unas gafas de sol que asomaban por el bolsillo de la camisa, la luz le molestaba y le delataba también de alguna manera.
Paseaban por la acera, se miraron, una leve sonrisa apareció en sus labios. Julián miraba a Dalila, el vaivén de su pelo al viento, el relieve de sus senos en la camiseta, el repiquetear lento de su paso. Dalila mira a Julián, se recordaba momentos antes desnuda en sus brazos, besándole, abrazándole, de alguna manera le agradaba saber que acababa de estar con él.
Todavía recuerda la primera mentira importante que le dijo a sus padres cuando era un niño y la desazón que le produjo, después leyó en algún manual de pedagogía, que los niños tienen que hacer esto en ciertos momentos para explorar sus relaciones y su sitio en su entorno.
Le gustaba decir la verdad, el remordimiento del engaño le vencía. A veces cuando pasan cosas bonitas en la vida lo que viene después suele ser un problema. No le dijo la verdad a Laura cuando le habló del viaje, “...Algo aburrido, como siempre...”, el ocultar a su mujer lo sucedido era, por supuesto, para su conciencia una forma de mentirle.
Ya dentro del avión mira al asiento contiguo mientras un señor mayor lo ocupaba con su bolsa de viaje, se saludan y esperan pacientes el despegue del aparato.
Sobrevuela el mar, permanece atento tras la ventanilla intentando ver el horizonte confundido entre tanta luz y tanto color azul en el cielo. Cierra levemente los ojos para amortiguar el esplendor del paisaje y confortado con esta sensación, al poco queda dormido. Cuando despierta el avión está tomando tierra en el aeropuerto.
Recoge su equipaje, se sube en un taxi y se dirige presuroso al hotel, estaba cansado y el día de mañana se avecina ajetreado. Una vez en la habitación ordena sus cosas en cajones y armarios, se desnuda y toma un baño templado.
Aunque derrotado el hambre le puede y decide bajar al bar del hotel a tomarse un bocadillo rápido. Mientras lo engulle con avidez ve el reservado para el teléfono, se levanta toma el auricular y marca el teléfono de casa. Espera paciente a que Laura descuelgue al otro lado, pero esto no llega a ocurrir, repite un par de veces más la llamada y ante el mismo resultado regresa pensativo a la barra para seguir mordisqueando su bocadillo.
“Habrá salido a dar una vuelta...”, piensa mientras camina por los pasillos del hotel hacia su habitación, por un momento se para y duda en regresar al locutorio e intentarlo de nuevo, pero prefiere no insistir.
Abre la puerta del cuarto se quita los pantalones y se tumba en la cama. El cansancio lo invade de repente, se gira buscando una postura más cómoda y cierra los ojos.
No tenía ganas de pensar en nada, sólo quería descansar y dormir.
Última edición por Arwen_77 el 30 Abr 2008 20:51, editado 1 vez en total.
- El Ekilibrio
- No puedo evitarlo
- Mensajes: 16689
- Registrado: 24 Abr 2006 19:03
- Ubicación: Sociedad protectora de animales y barcomaris
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Mucho mejor, desde mi punto de vista, el final que no el principio ni el desarrollo. No me encaja una introducción tan larga basándose en el aeropuerto para contar un desarrollo que sucede en un tren y que finaliza en un hotel.
¡Tengo claro que el autor es un agente de viajes!. Aun así, me parece un relato excelentemente llevado. Con un final "muy humano"... preñado de una melancolía que produce la rutina cuando estás fuera de ella por unos instantes... ese es el gran mérito de este relato: describirnos una rutina matrimonial sin contarnos nada de ese matrimonio. Si ese era el objetivo del cuentito... chapeau.
¡Tengo claro que el autor es un agente de viajes!. Aun así, me parece un relato excelentemente llevado. Con un final "muy humano"... preñado de una melancolía que produce la rutina cuando estás fuera de ella por unos instantes... ese es el gran mérito de este relato: describirnos una rutina matrimonial sin contarnos nada de ese matrimonio. Si ese era el objetivo del cuentito... chapeau.
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- al_bertini
- Vadertini
- Mensajes: 5291
- Registrado: 11 Sep 2007 12:54
- Ubicación: el otro foro
Confuso. Además de lo ya expresado sobre el comienzo y el desarrollo centrral, a mí me han chocado mucho los tiempos verbales. Igual es un recurso estilístico que desconozco pero me ha chirriado que no termina de decidirse por utilizar el presente o el pasado en la construcción de las frases. Ocurre en varias partes del texto
La parte sensual está muy bien tratada.
Gracias.
La parte sensual está muy bien tratada.
Gracias.
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- isabelita
- No tengo vida social
- Mensajes: 1995
- Registrado: 30 Ago 2007 23:01
- Ubicación: Éste tiene que ser mi año
Yo tampoco tengo muy claro qué se nos quiere expresar con ese final, pero por otro lado, así tenemos la puerta abierta a nuestra imaginación.
Yo creo que este relato nos quiere mostrar la, digamos, "apatía" que nos entra cuando salimos de la rutina a la que estamos acostumbrados, y donde todo es más fácil. Rutina en la que el protagonista ha seguido después de aquel episodio, que en su día le hizo olvidarse de todo.
Me ha gustado también.
Yo creo que este relato nos quiere mostrar la, digamos, "apatía" que nos entra cuando salimos de la rutina a la que estamos acostumbrados, y donde todo es más fácil. Rutina en la que el protagonista ha seguido después de aquel episodio, que en su día le hizo olvidarse de todo.
Me ha gustado también.
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