CP III: "La línea de la vida"- Desierto

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Arwen_77
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CP III: "La línea de la vida"- Desierto

Mensaje por Arwen_77 »

17º participante concurso Primavera 2008

LA LÍNEA DE LA VIDA

Al Bate era un hombre breve; como su nombre.
Recortado de estatura y delgado como un junco, se movía con gestos nerviosos e impulsivos pero precisos, como los de un ratón de granero acostumbrado a esquivar los golpes de una acechante escoba de paja. Tenía el pelo encrespado y negro y el rostro marcado por arrugas mucho más profundas que el resto de hombres de su edad.
O eso podría uno imaginar, ya que su edad era un verdadero misterio. Posiblemente eran sus ojos lo que hacían completamente incongruente ese conjunto de rasgos. Despistaban hasta el punto en que, si preguntabas a cinco personas desconocidas por la edad de aquel hombre inquieto, conseguirías no menos de veinte años de diferencia entre las distintas respuestas. Aquellas pequeñas esferas oscuras brillaban en el fondo de unas pestañas pobladas y rizadas como dos vivas brasas. No miraban, escrutaban cada pedazo de mundo que se ponía ante ellas como tratando de absorberlo todo, como si se alimentasen de la imagen que contemplaban.
Al mirar aquellos ojos tan despiertos, tan desproporcionadamente inadecuados para un rostro envejecido por el sol y el exceso de tabaco, uno sentía como una corriente electrizante recorriendo la espina dorsal que te impulsaba a correr y a saltar y a bailar.
Era muy posiblemente gracias a esa mirada que Al Bate gozaba del éxito social que siempre le había acompañado, pues, desde luego, no era un hombre guapo.

El café era como cualquier otro café del barrio de la Latina. Pequeño, con no más de ocho o diez mesas redondas, sillas de madera y una columna de hierro en medio de la pequeña sala de amplias ventanas hacia la calle. Sandra habría imaginado que quedaría con ella en algún lugar más exclusivo, y había vagado nerviosa por su pequeño apartamento revolviendo armarios hasta encontrar algo que ponerse encima adecuado para la ocasión —ni demasiado elegante ni que resultase vulgar—. Por fin, se había decidido por el traje negro de raya diplomática que ahora se empeñaba en alisar con manos sudorosas.
La familiaridad del café no había conseguido que Sandra se olvidase de que se sentaba delante del hombre más acosado por los medios durante la última semana. El por qué había aceptado realizar aquella entrevista precisamente con ella todavía la desconcertaba.

—Ánimo, chica, ¡dispara! Se supone que esto es una entrevista, ¿no?
La estudiante estaba paralizada. Manoseaba su libreta de notas pasando páginas alternativamente adelante y atrás, como tratando de encontrar un punto de partida.
—¿Quieres que te eche una mano? —siguió acosando, divertido y sin perder la sonrisa—. Normalmente se empieza por algo como «¿y cuándo decidió usted establecerse definitivamente en Madrid?» o «¿A qué edad escribió su primer cuento?» ¡Chico! —gritó haciendo una señal al camarero que atendía la barra— ¿Me traes otro café, por favor? Con Baileys, si puede ser.
—Eh… esto… —Sandra estaba pasando uno de los peores ratos de su vida. Casi como por descuido y sin inmutarse, Bate le había pisado las preguntas que ella había escogido para llamar la atención del escritor.
—¡Vamos, chiquilla! ¡Suéltate! Esto es muy fácil. Mírame.
Sandra venció por fin esa barrera que la tenía clavada en la silla y logró levantar la mirada para fijarla en los ojos de su interlocutor. De repente, aquellos faroles incandescentes que reflejaban la luz de la tarde parecieron absorberla y todo lo que la rodeaba bailó como cambiando de sitio y distribuyéndose de una nueva forma. Se relajó. Sandra ya no era una estudiante de periodismo delante del ganador del premio Planeta, era una muchacha segura de sí misma charlando alegremente con un anciano presuntuoso.
—¿Por qué a mí?
El escritor se quedó mudo. Asintió despacio con la cabeza y algo en su sonrisa cambió sutilmente, dándole a aquel rictus travieso casi perpetuo un matiz de una inteligencia despierta y escondida, como un secreto.
—¿Por qué, Mr. Bate, después de haberse negado a conceder una rueda de prensa o cualquier otro comunicado, precisamente acepta reunirse con una estudiante de periodismo para una entrevista que, a lo sumo, se publicará en Tribuna Universitaria?
—Muy bien, muy bien… —Al había tardado un poco en responder, como regodeándose tras haber encontrado lo que estaba buscando—. Con dos…
—¿Y bien?
—Pues por esto mismo, querida —dijo a la vez que encendía un Marlboro—. Porque ninguno de esos súper reporteros de pacotilla se hubiese atrevido a empezar así la entrevista. Porque ahora tú y yo podemos charlar como dos personas que están tomando un café. Porque lo que mañana publiques en tu Tribuna Universitaria será una conversación, una conversación real, y no una mierda prefabricada y vacía ¿He contestado a tu pregunta?
—Pero ¿cómo sabría que yo…?
—No lo sé. Por tu voz al teléfono. Llámalo intuición o llámalo como te dé la gana.
—Muchos de sus admiradores, Mr Bate, han dicho que sólo era cuestión de tiempo, que estaba predestinado a ganar este premio desde el primer día en que comenzó a escribir, y que si no lo había logrado antes era por su endiablado carácter.
Al Bate se rió con ganas ante las palabras de la muchacha. Era la suya una risa viva, explosiva como un torrente desde lo más profundo de sus pulmones.
—Te podría contar un par de cosas sobre el destino ¿sabes? —siguió el escritor acompañando a sus palabras con un gesto obsceno—, pero ese premio me lo han dado todos esos politiquillos hijos de puta porque saben que haciéndolo se van a forrar, y por ningún otro motivo. Cuando tengas dudas del porqué se hace algo por las altas esferas, piensa siempre en el cochino dinero, querida.
Sandra miró de nuevo fijamente. Sorprendiéndose a sí misma, no se sentía amedrentada por las palabras del ganador del Planeta.
—Mr, Bate, ¿alguna vez le han dicho que habla usted como un camionero?
—Pues claro, niña —siguió, riendo, el escritor—, todos los días. Pero las palabras hermosas son para el papel y la pluma, y a ellas ya les dedico mis buenas ocho horas al día. No son para un café ruinoso como éste, donde podemos estar relajados. Y por Dios, no se te ocurra seguir tratándome de usted, que me haces sentir viejo —añadió en un paréntesis— ¿Sabes? Hasta de las cosas hermosas hay que descansar de vez en cuando.
—¿Ah, sí? Yo le tenía por un hedonista.
—Y lo soy, precisamente, pero ya hablaremos luego de eso, y tutéame, por favor, de verdad. Pero ahora vamos a volver a eso que decías del destino. Voy a contare una historia. Cuando yo era apenas un chaval, una abuela que se decía bruja dijo que veía, en las líneas de mi mano, que moriría joven. Decía que mi línea de la vida, ese rayajo que nos cruza la palma de la mano desde la muñeca hasta el dedo índice, estaba tan accidentada y llena de cortes que no podía existir ningún género de duda: moriría antes de llegar a viejo.
—¿La creyó?
—Niña…
—Perdón, lo siento —se disculpó Sandra ante la mirada de reproche de Bate—. Quería decir si eres supersticioso… eh… Al.
—Así me gusta, ya nos vamos soltando. Pues por supuesto que la creí. Al fin y al cabo, para variar era la primera pitonisa que me había pronosticado una verdad, ¿no crees? —prosiguió con una sonrisa pícara—. Piénsalo, a mí me mata de risa el cómo pueden atreverse a predecir amor, dinero, salud… hay que tenerlos cuadrados, sí señor. En cambio, ese destino inevitable es algo absolutamente seguro para todos nosotros. Y yo era un chaval muy alocado. Era fácil imaginar que no iba a cumplir muchos años.
—¿Entonces? ¿Cambiaste de vida? ¿Hiciste algo?
—Te he dicho que era un chaval, ¿no?
—¿Y bien? No lo entiendo.
—Mira, cuando eres un niño, llega un día en que por fin conciencias lo que es la muerte. Eso asusta un poco, y te pones a ir a la iglesia los domingos con tus primos los católicos de toda la vida y esas cosas… pero en realidad ese susto dura más bien poco. Antes de que te des cuenta te has convertido en un adolescente y la vida tiene que vivirse como una chispa, como una cerilla que arde intensamente durante un instante dejando sólo después ese agradable aroma a madera quemada flotando en el aire. Con esa filosofía, te aseguro que la muerte no es más que el acicate para correr y darte prisa en tragártelo todo. Es casi una buena amiga.
—Y ahora, ¿sigues pensando lo mismo?
—No, qué va. Ya no tengo que vivir deprisa y morir joven. Ya no soy James Dean. Ahora sé que la vida no se acaba a los veinticinco ¿Cómo ves tú a la muerte con tus años? ¿Cuántos tienes? ¿Veintiuno? ¿Veintidós?
—Veintiuno —contestó rápida Sandra—. No lo sé. Supongo que a mí sí que me da miedo morir. No sé si hay algo después o no…
—¡Oh! No tiene nada que ver con que haya o no algo después. Esa incertidumbre es lo que define al hombre. Con el miedo a la muerte pasa algo parecido a lo que sucede con el sexo, ¿sabes? —dijo al tiempo que encendía otro cigarrillo.
—¿A sí? —respondió Sandra con cara pícara, entrando en el juego del viejo verde experimentado tratando de escandalizar a una chiquilla.
—Por supuesto, ahí lo tienes. Cuando eres niño, es algo tan lejano, aterrador, misterioso y desconocido como la muerte. El día que descubres que tus padres tuvieron que realizar eso que te cuenta el chico repetidor para traerte al mundo, es un momento tan desconcertante como la famosa crisis existencial de la infancia, cuando conciencias la muerte. Pero luego te haces un jovencito y, claro, je, je, je… todo es llama, todo es locura y despilfarro, te abandonas al sexo como si fuese lo único que existiese en el universo, y cuando te acuestas con tu novia por primera vez tienes la sensación de que el tiempo se detendrá y morirás ahí mismo, sonriente, feliz, follando… perfecto.
—¡Menuda una visión, Mr. Bate… perdón, Al! Esto ya cuadra más con lo que me habían contado.
—Luego te haces adulto —siguió el hombre sin dejarse interrumpir por el sarcasmo de la estudiante—, y te crece un poquito el cerebro. Los tíos seguimos teniendo una sola neurona orientada siempre hacia lo mismo, pero es más grande y más sabia. Aprende a ser eficiente en esa eterna lucha contra todas las vuestras para conseguir su propósito, y te enseña a que tu obligación es disfrutar de cada oportunidad que la vida te ofrece para estar con una mujer hermosa. Es el tercer escalón.
—¿Y el cuarto?
—No lo sé. Tan sólo he oído hablar de él. Se supone que es el momento de la vida en que te limitas a pasar los días recordando los buenos momentos, mirando hacia atrás, y en el que vuelves a hacer las paces con la muerte.
—¿Sólo has oído hablar de él? ¿Seguro?
—¡Por supuesto, mocosa! ¿Cuántos años pretendes que tenga? Todavía tengo muy claro que he de mirar hacia delante. Ni se me ocurriría la remota posibilidad de subir al cuarto escalón.
—Ya veo, ya… pero tampoco son pocos tus inviernos, ¿no?
—¡Ja, ja, ja! ¡Menuda descarada! Estaba convencido de que no me había equivocado contigo. Ya veo que no te asustas ante nadie. Tienes razón, Sandra, no son pocos.
—Entonces la vidente se equivocó.
—O puede que no. A lo mejor me he pasado todos estos años burlándome de esa vieja, ¿no crees?
—¿Escapando de la muerte? ¿No será esa otra de tus novelas?
—Piénsalo, chiquilla. No es una idea nueva. Mucha gente ha escrito sobre ello antes: Pedro Alarcón, Goethe, Stoker… la mitad de los románticos, en realidad. El tema se ha planteado de mil maneras diferentes: pactando con ella, robándoles la vida a otros… Tanto tiempo dedicado a ello ha podido dar algún resultado —añadió el escritor alzando las manos como en un alegato final—. ¿Has visto El Corazón del Ángel?
—Sí. Esa película me pone nerviosa.
—¡Ahá!
Al guardó silencio por unos momentos y se dedicó simplemente a mirar fijamente a Sandra a los ojos. La muchacha respondió a la mirada y al silencio, y al momento se sintió atravesada por aquellas dos brasas. Se mareó. Le pareció que aquella mirada la perforaba hasta llegar a lo más profundo de su alma y que, de alguna manera, una parte de dentro de sí misma era absorbida hacia él.
Se disculpó con palabras titubeantes e imprecisas y, a pesar del temblor de rodillas, logró salir del local. El viejo no dijo ni una sola palabra ante sus excusas. Se limitó a asentir ante las de ella y a contemplar, sin perder esa sonrisa pícara e inteligente, cómo ella salía del café.

El viento fresco de la calle le sentó bien a Sandra. Pronto una euforia lenta y pausada, como un té bien preparado, comenzó a inundarla hasta que se sintió mejor que bien; magníficamente. Tenía en el bolsillo el número personal del móvil de la persona más buscada por la prensa en esos días y la promesa de proseguir con la entrevista al día siguiente. Corazón alborotado y mirada perdida.

Cuando a la mañana siguiente, después de no menos de media hora de dudas y vergüenza, Sandra se decidió por fin a llamar, los sueños de grandeza se evaporaron como una nube. El escritor estaba ingresado en el hospital universitario, muy cerca del lugar donde, unas horas antes, había estado disfrutando de su compañía.
Tenía un humor de perros por la falta de tabaco.
—Me puse a toser y no salía más que un montón de sangre… perdona —dijo Al tras comprobar cómo los detalles de su ingreso hacían callar a Sandra al otro lado de la línea—, no te irás a marear otra vez, ¿no?
—No, no… estoy bien.
—Me alegro.
—¿Qué te han dicho que puede ser?
—Cáncer de pulmón, han dicho.
Sandra no preguntó. Su abuelo lo había tenido. Sabía lo que eso significaba.
—¿Te asusta?
—No. No me da ningún miedo morir. Lo que pasa es que me jode. No lo sé… supongo que simplemente es que aún me quedan un montón de cosas por hacer.
—Ahora lo entiendo —añadió la joven con una sonrisa a la vez que, con una tímida mano, fingía acariciar la mejilla del hombre cubierta de arrugas delante del espejo de su dormitorio.
—Gracias, preciosa. Entonces, ¿puedes venir? ¿Te da igual tener que contemplar a este viejo decrépito rodeado de cursis enfermeras?
—Allí estaré.

Cuando estaba muy cerca de llegar a la habitación 441, el barullo y la aglomeración de batas blancas le comunicó de lejos lo que había sucedido. Mucho antes de que aquel médico residente, que no podía tener muchos más años que ella, se acercase. No pudo evitar empezar a llorar incluso antes de las palabras terribles.
—¿Puedo pasar?
—Sí, claro —contestó el médico acompañándola hasta el interior del cuarto.
El escritor no estaba allí. Ahora, sobre el inmaculado lecho blanco, había un cuerpo inanimado y arrugado, con el ceniciento color de los cadáveres deformando su rostro hasta hacerlo casi irreconocible.
Tras el primer momento de impresión, Sandra se fijó en las palmas de las manos. Ambas estaban cortadas. Un surco oscuro las recorría desde la base del dedo índice hasta la muñeca. También eran claras las huellas de una limpieza exhaustiva por parte de las auxiliares, ya que no quedaba ni resto de sangre en ellas.
—¡Dios mío! —exclamó la joven— ¡Sus manos! ¿Él se… se ha…?
—¡Oh, no! —Dijo el residente al comprender la sospecha de la chica—. No se ha… los cortes eran muy poco profundos. No sabemos por qué se los hizo, pero la causa de la muerte fue una insuficiencia respiratoria; seguro.
—Él…— siguió Sandra en un susurro como hablando para sí misma —él me contó que de joven… le dijeron…
—¿Sí?
—Nada, no importa.

Se fue del hospital y tiró los papeles con sus notas en la papelera de la puerta, alrededor de la cual se acumulaban las colillas como los frutos podridos bajo un árbol en septiembre. Con los ojos aún enrojecidos por un rastro de llanto llamó a un taxi, se subió a él y le indicó una dirección con la voz ronca. Entonces, cuando el vehículo ya iniciaba la marcha, la puerta se abrió de golpe y alguien entró en el asiento de atrás empujando a Sandra hacia el otro extremo.
—¡Hey, qué diablos! —maldijo la joven un instante, pero al reconocer al intruso, quedó petrificada e incapaz de emitir ningún sonido.
—¡Siga a ese taxi, rápido! —dijo el polizón con una voz vieja y gastada por el aguardiente y el tabaco— ¡Ja! ¡Siempre quise decir eso!
—¿Está bien, señorita? —dijo, alarmado, el conductor—. ¿Conoce a este hombre?
Sandra no podía responder. Tenía la mirada clavada en el hombre, que se limpiaba las palmas de las manos con un pañuelo ensangrentado.
—¿Está bien? —repitió el taxista alzando la voz y llevando una mano debajo del asiento del conductor como tratando de alcanzar algo.
—Sí, sí… —consiguió pronunciar Sandra, por fin—, siga, por favor, a ese taxi.
El taxista soltó un bufido, pero no discutió.
Sandra miraba a Al Bate absolutamente alucinada. El escritor volvía a vestir la chaqueta vaquera y la camiseta verde del día anterior. Se reía continuamente, con una risa pícara, traviesa.
—Pe… pero tú…
Bate la miró divertido sin perder la sonrisa y le guiñó un ojo.
—La engañé.
Última edición por Arwen_77 el 30 Abr 2008 20:29, editado 1 vez en total.
:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

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1452
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Mensaje por 1452 »

¡Me encanta este relato, por diosssss, qué bueno! :D
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SHardin
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Mensaje por SHardin »

Leído, una idea muy bien narrada.
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isabelita
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Mensaje por isabelita »

Espectacular, me gusta mucho :ola:
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Felicity
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Mensaje por Felicity »

Me ha encantado!!!!!! de los que llevo el mejor :D
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El Ekilibrio
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Mensaje por El Ekilibrio »

Me gusta muUUCHOoo.
Utiliza bastantes frases cortas disfrazadas en diálogo que hace muy amena la lectura, amén que la historia es ingeniosa.
Nada de palabrejas rebuscadas, situaciones peliculeras que yo me las tomo más como homenajes que no como tópicas y un final pícaro...

¡Bravo!
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Fley
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Mensaje por Fley »

El fuerte del autor sabe que está en sus diálogos. Está muy bien llevado, creo que es un acierto dejar llevar los pilares del relato en la conversación entre los dos protagonistas. Creo que es cuando termina esa primera conversación cuando el relato pierde algo de fuerza, y creo que el final es algo simplón y podría haberse exprimido mucho más. Pero vamos, el autor podría intentar perfectamente salir airoso escribiendo guiones.
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Kobayashi
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Mensaje por Kobayashi »

Me ha gustado, lo único que me ha chirriado un poco es que Mr.Bates insista en que le tuteen y que en cambio Sandra no diga nada cuando la llaman niña o chiquilla... yo no creo que una chica de 21 años se deje llamar así y no diga nada.

Me ha encatado cuando dice "No me da ningún miedo morir. Lo que pasa es que me jode...."
:101: LAS SIETE LUNAS DE MAALI ALMEIDA Shehan Karunatilaka
:batman:
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Naide
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Mensaje por Naide »

El autor ha dejado un poquito de lado a Sandra, pero el
relato está muy bien.
:eusa_clap:
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al_bertini
Vadertini
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Mensaje por al_bertini »

Me ha gustado mucho :) Unos diálogos estupendos, sin duda lo mejor del relato, y un final totalmente sorprendente que te deja una sonrisa en los labios. Enhorabuena :D
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Katia
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Mensaje por Katia »

Tiene su gracia, su aquél. Aunque a mí no me llene :roll:
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Nelly
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Mensaje por Nelly »

Bueno, vamos a ver, este tío (autor, autora) es escritor.
Me refiero a que no es que lo este intentando, es que lo es. Joer, no hay más que leerlo.
Me tiene intrigada. :D
Lo que es técnicamente, para mí, debería ser el ganador. Así de simple, es impecable el estilo, totalmente profesional, natural...

Ahora, otra cosa es la temática :lol: :lol: :D Me ha gustado mucho leerle, ¡¡¡pero no sé a quién dar mi voto!!

Joer, no lo han debido tener fácil los jurados. ¡no les envidio!
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Emma
La Gruñ
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Mensaje por Emma »

Al Bate ¿A nadie le ha extrañado que con ese nombre ganara el Planeta en vez del Pulitzer? :roll: Claro que entonces el café no estaría en La Latina :lengua:
Estoy con Koba, esos niña y chiquilla imagino que intentan remarcar la diferencia de edad entre los dos personajes, pero chirrían un poco.
Me encanta la primera frase:
Al Bate era un hombre breve; como su nombre
muy buen comienzo. Buenos diálogos y curioso final. Teniendo en cuenta que las reflexiones filosóficas no me van :lol: , me ha gustado mucho.
Gracias.
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Cornelius de la Pampa
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Mensaje por Cornelius de la Pampa »

Ette relato es perfecto, artísticamente se merece un 10 :lol:
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ciro
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Mensaje por ciro »

Parece escrito por Perez Reverte, tiene mucho de su estilo. No me ha gustado el nombre del personaje, demasiado tópico poner un nombre ingles?? a un ganador de premio español que se cita en La Latina. El resto muy bien, tiene su gracia.
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