El relojero

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1452
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El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Sab 20 Sep 2008 3:12 pm

William Strudell era el principal relojero de Madea. Sus trabajos eran conocidos en todos los pueblos colindantes por su precisión y belleza. No importaba qué modelo y qué material le pidiera el cliente que utilizara, William lo hacía; ningún secreto de los medidores de tiempo le era ajeno, ni siquiera sus formas.
Su mayor logro fue hacer una réplica exacta de un Foliot, y conseguir que éste no perdiera más de dos minutos al día. Cuando Mellen, el maestro relojero de Jerin, le preguntó cómo había conseguido tamaña hazaña, William sólo dijo:
-Compañero, el tiempo se encuentra en mis manos.
Mellen lo miró asombrado ante tan enigmática respuesta, pero no tuvo valor de interrogarle acerca de ella.


Año tras año acudían decenas de extranjeros, casi todos ellos adinerados, a admirar el trabajo de Strudell. Recibía encargos de todos los pueblos conocidos, y de algunos incluso desconocidos para él y sus convecinos. Pueblos lejanos, situados más allá del río Hulio.
Pronto, hasta los campesinos más pobres tuvieron su propio reloj en el hogar; el material elegido era el más barato: madera. El maestro de maestros era capaz de realizar maravillas con un sólo trozo de madera y un mecanismo en movimiento.
En el escaparate de su modesta relojería, sólo había un reloj… un reloj de arena.
Nunca lo sustituía por otro ni ponía otro en su compañía, aquel reloj era su única obra expuesta a todo el que la quisiera admirar. El rostro de una mujer se reflejaba en su bulbo superior, cada día más vacío.
En el pueblo se contaba, que una mañana de mayo, uno de sus clientes extranjeros y adinerados le ofreció más de dos mil nasdics por aquel reloj, lo que le hubiera servido al relojero para vivir toda su vida sin ningún apuro económico, pero se negó.
Decían los más viejos, pues de aquello hacía ya unos trece años, que la respuesta que le dio al extranjero fue la siguiente:
-Ella tiene mi tiempo en sus ojos.
Después de aquello, contaba Predet, quisieron averiguar qué era lo que hacía tan especial a aquel reloj. Cierto que el rostro femenino reflejado en su bulbo era atrayente, pero al fin y al cabo, pensaban, sólo era un dibujo en un trozo de cristal. Sin embargo, cuando él y Glimet reunieron el valor suficiente para pedirle a William que les mostrara el reloj para observarlo de cerca, quedaron asombrados, ¡no había ni un solo trazo delineado sobre aquel cristal! Estaban seguros de que el reflejo era alguna especie de truco realizado entre el cristal y la arena, pero no pudieron averiguar cómo lo había hecho el relojero, y tampoco osaron preguntárselo. Ya por aquel entonces se decía en el pueblo, que el relojero tenía tratos con seres de la noche y les hacía ofrendas a estrellas malditas.
Salieron del taller del maestro todavía más atraídos por su reloj de lo que lo estaban al entrar.
Durante aquellos años, el reloj tuvo muchos compradores, pero ninguno de ellos consiguió llevárselo, y Predet, Glimet y algunos más, seguían pasando cada mañana por aquel escaparate, para observar el rostro femenino que lucía siempre una sonrisa enigmática y una luz brillante en las pupilas, que día a día parecían estar más dilatadas, mostrando una expresión de regocijo.


Los años pasaron y el relojero envejeció; cerró su taller, y un joven, hijo de un labrador, hábil para las manualidades, lo reemplazó como relojero de Madea, sin embargo, a los pocos meses tuvo que cerrar su taller; ningún cliente acudía a su casa para comprarle sus humildes trabajos.
El joven, que no se daba fácilmente por vencido, fue a ver a Strudell para que fuera su maestro. Éste sólo le hizo una pregunta:
-¿Cuánto esperas vivir?
El joven lo miró sorprendido.
-Maestro, no sabría decirle, nunca lo he pensado.
-¿Vas a ser un arquitecto del tiempo y nunca has pensado cuándo se te va a terminar?
-Maestro, yo…
-No pasa nada, no te preocupes. Tienes una noche para meditarlo. Mañana vuelve con una respuesta, y cuando tú me entregues la tuya, yo te daré la mía.
Gilbert, que así se llamaba el joven, pasó la noche en vela pensando en cuándo se produciría su último aliento, pero no le resultaba fácil concentrarse en esto, ¿quién a los veintidós años piensa en el fin de su vida? Aun así, volvió al día siguiente con su respuesta.
-¿Y bien? -preguntó Strudell.
-Moriré después que usted y antes que mis hijos.
El relojero rió con ganas.
-Tú no tienes hijos –dijo entre risas.
-Motivo de más para que si no los llego a tener, muera antes que ellos, y si los tengo, suceda de igual manera. El tiempo juega en mi contra.
-El tiempo no lo tiene nadie asegurado, ni siquiera un niño.
-Nadie podría negar lo que usted dice, sin embargo, ya tiene mi respuesta, preciso de la suya.
El maestro lo miró atentamente y le dijo:
-Te enseñaré cómo hacer los más bellos y precisos relojes, que ojos humanos hayan tenido alguna vez la oportunidad de admirar, sin embargo, habrá algo que tú tendrás que darme a cambio de ello.
-Cualquier cosa –respondió apresuradamente el joven.
-¿Cualquiera?
-Cualquiera –ratificó el aprendiz.
-Bien, siendo así no habrá problema. Empecemos a trabajar.
-Antes debe decirme qué es lo que tendré que darle a cambio de sus conocimientos.
-Tu tiempo –replicó Strudell.
-Mi tiempo…- dijo pensativo en voz alta Gilbert.
-Cada día que te entregue de mis conocimientos, será un día que tú me entregarás de tu vida –el aprendiz lo miró como si se hubiera vuelto loco.
-Aunque yo aceptara eso, ¿cómo se supone que usted conseguiría restar días de mi vida para sumárselos a la suya?
-Eso es algo, jovencito, que no puedo revelar, más tampoco puedo engañarte en el trato, así que has de saber que, aunque no lo creas posible, tus días serán míos. Ella se encargará de ello –dijo al tiempo que con un gesto de la cabeza, señalaba el reloj de arena que descansaba sobre su mesilla de noche.
A partir de entonces, maestro y aprendiz trabajaron codo a codo en el taller del anciano. Si bien era cierto que Gilbert tenía habilidad para las manualidades, todavía le quedaba mucho que aprender de aquel oficio, para que su trabajo fuera de calidad. Pero poco a poco, fue empapándose de todos los conocimientos que Strudell le transmitía, y dado que era rápido para aprender, no tardaron demasiado tiempo en conseguir que el joven confeccionara un reloj, que si bien no estaba a la altura de los del maestro, fuera una de sus mejores obras hasta el momento.
Habían pasado cerca de noventa y cuatro días, cuando Strudell lo despidió.
-Ya estás preparado para trabajar por tu cuenta, si bien no te he enseñado todo lo que sé, porque no me llegaría la vida para ello, si te he dado lo mejor de mis conocimientos. Ve y empieza a trabajar con tu tiempo.
-Pero aún no he dominado la técnica de los engranajes sobre bases de plomo –protestó Gilbert.
-Nadie domina nada nunca, excepto lo que le está destinado, y eso no está destinado para ti. Tú y el plomo sois incompatibles, nunca conseguirás hacer un buen reloj en el que el plomo esté presente.
-Pero usted los hace sobre todas las bases, ¿no es incompatible con nada?
El anciano lo miró con atención.
-Mis manos fueron quemadas seis veces antes de que pudiera trabajar el cuarzo, ¿estás dispuesto a pasar por eso? –el joven negó con la cabeza-. Bien, entonces hazme caso, ve y trabaja con tu tiempo, créeme, no te queda mucho, y del poco que te resta, noventa y cuatro días ya son míos.
-¿Cómo puede usted saber el tiempo de vida que me queda?
-Mis ojos son relojes, joven, yo todo lo veo en parámetros de tiempo. Donde tú ves un sonrisa, yo veo el tiempo que durará, donde tu ves una beso de enamorados, yo preveo el tiempo que tardarán en odiarse. El resto de las personas ve los sucesos, yo veo el tiempo que duran los sucesos.
-Eso es imposible.
-Sí, lo estoy viendo, esa creencia en lo imposible te durará exactamente el tiempo que tardes en confeccionar un reloj con un engranaje de rubí. Ese engranaje no se desgastará y tendrás un reloj eterno, y entonces querrás comprobar si de verdad fuiste capaz de construir algo que durará siempre, pero no podrás hacerlo a menos que tú también dures siempre, lo que te llevará a buscarme de nuevo para que te explique la manera de conseguirlo, pero yo ya no estaré. Ella me reclama, y esta vez voy a mirar sus ojos y me voy a diluir en ellos.
-Nada de lo que dice tiene sentido. ¿De dónde voy a sacar yo un rubí? Y aunque pudiera hacerme
con él, ¿cómo voy a hacer un engranaje que no sé hacer? Usted no me lo ha enseñado.
-Yo no puedo enseñarte. Ella lo hará.
Gilbert no preguntó nada más al anciano, pensó que todo eran locuras de su mente desgastada.
Abrió de nuevo las puertas de su taller y en esta ocasión, si bien no logró igualar la fama del maestro, si pudo al menos, ganarse el pan con sus relojes.


Cuatro meses más tarde, Strudell murió. Como no había dejado tras él herederos, todo el pueblo estuvo de acuerdo, en que su aprendiz debería ser quien heredara sus preciados relojes.
El joven trasladó su taller a la casa del anciano, y de un día para otro, comenzaron a llegar visitantes en busca del reloj de arena.
Él ni siquiera se había acordado de él hasta ese momento, pero cuando lo fue a buscar y lo encontró sobre la mesilla de noche del anciano, el rostro que lo había hecho famoso ya no se encontraba allí y la arena del bulbo superior, había caído al inferior, llenándolo por completo. Desanimado, salió con el reloj entre sus manos, mostrándoles a todos y cada uno de los compradores que llegaron hasta su puerta interesándose por él, el cristal transparente, sin rastro de línea dibujada en él, o reflejo femenino.
Desalentados, los compradores perdieron su interés por él, pero en cambio, casi todos ellos, le compraban algún reloj a Gilbert, con lo que su taller prosperó de forma rápida e inesperada.
Una tarde, llegó una dama de un pueblo lejano, que pidió ver el famoso reloj de arena. Cuando el joven se lo enseñó, ésta se mostró dispuesta a comprarlo, fuera al precio que fuera. Gilbert extrañado le preguntó:
-¿Para qué lo quiere si lo que lo hacía especial ya no existe?
-¿Especial?
-El rostro de una mujer se dibujaba a través del cristal.
-A mí no me interesan los rostros, señor…
-… Duomon.
-Señor Duomon, lo que me interesa es la arena. ¿No es acaso un reloj de arena?
-Sí, pero… -el joven enmudeció.
-Pues entonces, lo quiero. Lo que necesito es un reloj de arena, no un retrato. Si ése fuera el caso compraría un óleo.
Gilbert avergonzado, le entregó el reloj y aceptó el dinero a cambio.
Cuando por la noche, fue a cerrar la puerta de su taller, pisó algo que casi hizo que se torciera el tobillo, bajó la mirada y lo que vio, hizo que le faltara el aire y tuviera que apoyarse en la pared para no caerse. Aquello era un rubí. Nunca había sido un entendido en piedras preciosas, pero el maestro le había enseñado a reconocerlas y diferenciarlas claramente.
Cuando se repuso, lo cogió entre sus manos y lo sopesó. Era bastante grande. Y sin poder evitarlo, su mente voló unos meses atrás, “durará exactamente el tiempo que tardes en confeccionar un reloj con un engranaje de rubí. Ese engranaje no se desgastará y tendrás un reloj eterno, y entonces querrás comprobar si de verdad fuiste capaz de construir algo que durará siempre, pero no podrás hacerlo a menos que tú también dures siempre”, eran las palabras de Strudell.
Pensó en quién podría ser el dueño de aquella piedra de incalculable valor, y llegó a la conclusión de que la propietaria era la mujer que había comprado el reloj de arena. Aquel día no había sido especialmente bueno, y sólo habían entrado en la tienda, Leina y ella. De Leina no podía ser, era la mujer del panadero, y desde luego aquel oficio no daba como para comprar rubíes.
Durante los siguientes días esperó que ella volviera, pero no lo hizo, así que a los dos meses de tenerlo en su poder, decidió construir el engranaje del que le había hablado su maestro, ¿sería posible que un engranaje de rubí durara toda la vida? Pero, ¿cómo conseguiría hacerlo? No sabía por dónde empezar y sólo tendría una oportunidad, ya que la piedra era bastante grande, pero no tanto como para construir dos engranajes.
Aquella noche le costó dormirse más de lo habitual, no podía dejar de pensar en cómo hacer aquel reloj. Cuando al día siguiente despertó, a su mente había acudido la manera de hacer un engranaje con el rubí, aunque de una forma un tanto especial.
Seis días después, el engranaje de rubí era una realidad, pero en su cabeza no dejaban de resonar las palabras del anciano “ese engranaje no se desgastará y tendrás un reloj eterno, y entonces querrás comprobar si de verdad fuiste capaz de construir algo que durará siempre, pero no podrás hacerlo a menos que tú también dures siempre”, decidió olvidarse de ellas, aquello sólo habían sido desvaríos de un hombre a las puertas de la muerte.
Colocó su nuevo reloj en el escaparate, pensó que aquella excentricidad, nunca antes vista, atraería a nuevos clientes, y a algunos antiguos, desanimados por no poder llevarse el de arena. Y así sucedió. Acudieron decenas de clientes de otros pueblos, cuando se extendió la noticia de que el nuevo relojero (hacía ya años que era el único relojero, pero el recuerdo de Strudell no había desaparecido), había diseñado un reloj de agua, a través de la que se veía el corazón rojo que la animaba. Gilbert había roto el rubí, hasta desmenuzarlo en lo que parecían granos de arena manchados de sangre, y eso era lo que hacía que el agua de la clepsidra, apareciera levemente teñida de rojo. Ya tenía su reloj con engranaje de rubí y nadie había tenido que enseñarle, el viejo se había equivocado.


Así fueron pasando los años, y ocurrió con la clepsidra, lo mismo que con el antiguo reloj de arena, todos querían comprarlo, pero el relojero no se lo vendía a nadie.
Y una buena mañana al amanecer, al ir a abrir la puerta del taller, observó que en la clepsidra se dibujaba un rostro femenino; el mismo rostro que se dibujó hacia años en el reloj del maestro, ¡el rostro de la compradora del reloj de arena!
Gilbert, preocupado, se dio cuenta de que el agua de la clepsidra se había detenido y apenas quedaba una poca en la parte superior de reloj. Su primer impulso fue sacarlo del escaparate e intentar arreglarlo, pero desistió de la idea casi inmediatamente, no sabía por qué, pero no le parecía tan buena como unos segundos antes.
Después consideró que estaba enfermo y que por eso veía cosas que en realidad no existían, así que cerró la puerta y volvió de nuevo a la cama. Pasó tres días encerrado allí, al cabo de los cuales regresó a observar la clepsidra: la mujer seguía allí. Decidió esperar a que apareciera algún cliente que le confirmara que en el reloj de agua, se dibujaba un rostro femenino, y así fue, no se lo confirmó uno, sino cuatro. Decidió entonces, vendérselo al día siguiente al primero que se lo pidiera, pero cuando esa noche cerró la puerta del taller, una voz salió de la clepsidra:
-No podrás deshacerte de mí, aunque me entregues a otras manos, yo siempre volveré a ti, encontraré la manera.
Gilbert asustado corrió a su dormitorio. Cuando su corazón se calmó y los latidos se estabilizaron, regresó al taller.
-¿Qué quieres de mí? –pensó que estaba loco, ¡hablaba con un reloj!
-Tu vida.
-¿Quién eres?
-¿No lo has adivinado ya? Tu tiempo está en mis ojos, ¿quién puede ver tu tiempo?
-El maestro decía que podía.
-El maestro podía porque cada vez estaba más cerca de mí, como tú lo estás ahora, y cada día te acercarás más y más, hasta que decidas vivir conmigo.
-No te entiendo –respondió Gilbert confundido.
-Sólo hay alguien que tiene en sus ojos el tiempo de la vida, la muerte.
-Pero, tú… entonces lo que me dijo el maestro…
-Necesitas tiempo y sangre, para que tu tiempo se alargue y tu sangre no se debilite, si estás dispuesto a dar esas dos cosas, obtendrás más de las dos, sin embargo, tarde o temprano, todos se quedan sin tiempo o sin sangre.
Gilbert observó aquel hermoso rostro dibujado en el agua, y de repente comprendió todas y cada una de las palabras de Strudell, pero aun así, quiso luchar contra ella.
Vendió el reloj, pero vez tras vez se lo devolvieron, quejándose de que el agua se detenía y se volvía negra, causando malos olores en las casas. Tras quince devoluciones, Gilbert decidió aceptar que no podría deshacerse de ella, porque ella al fin y al cabo, lo haría suyo tarde o temprano.
Y fue más temprano que tarde. El joven relojero no le entregó ni su sangre ni su tiempo, porque había llegado a comprender, que el reloj sí sería eterno, contenía todo el tiempo de la vida en los ojos de la muerte, y él nunca sería lo bastante eterno como para presenciar la muerte de la muerte y la muerte del tiempo con ella.
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Aprendiz de Meiga
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Re: El relojero

Mensaje por Aprendiz de Meiga »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 1:15 pm

Mil, consigues atrapar al lector con tus letras... ya sea la vida de un relojero y su reloj de arena, como el reflejo en el agua, o los tres deseos, espejo, mono y balanza, o con tus mil y pico poemas... Me ha gustado mucho la lucha con el tiempo y el joven incrédulo!

Un abrazo!
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Supermicio
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Re: El relojero

Mensaje por Supermicio »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 2:32 pm

:marie_bow:
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1452
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Re: El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 5:22 pm

Chicos, me alegro mucho de que os haya gustado :D
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Emma
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Re: El relojero

Mensaje por Emma »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 6:07 pm

Muy bueno, pero...¿qué hay del concurso? :silbando:

:beso:
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Supermicio
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Re: El relojero

Mensaje por Supermicio »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 8:19 pm
1452 escribió: Chicos, me alegro mucho de que os haya gustado :D

Es que es MUY BUENO.

El último tramo tiene alguna cosilla un pelín oscura, eso sí, pero igual es que no estoy muy despierto.

De lo mejorcito de todo LFEYD (bueno: de lo que he leído)
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david t-a
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Re: El relojero

Mensaje por david t-a »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 8:41 pm

Pensaba que no lo iba a entender, pero has conseguido atraparme con tu forma de explicar todo. Me ha gustado :D
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Naomi
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Re: El relojero

Mensaje por Naomi »

Publicado: Dom 21 Sep 2008 10:11 pm

Gustarme es poco, me ha encantado :eusa_clap:
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Re: El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:13 pm

Gracias a todos por leerlo :D

P.D. Emma, no me presento al concurso.
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El Ekilibrio
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Re: El relojero

Mensaje por El Ekilibrio »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:20 pm

Un relato tan largo para decirte sólo que es FANTÁSTICO me parece que es quedarme corto...

Bravo.
¿Ves cuánto se aprende conmigo al ladico?
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Re: El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:32 pm

Ekilibrio, me alegro mucho de que te guste. Al fin y al cabo, fuimos una especie de relojeros durante una temporada :D

Ja, ja, ja, yo intento aprender de todo y de todos.
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Re: El relojero

Mensaje por El Ekilibrio »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:32 pm
1452 escribió: Ekilibrio, me alegro mucho de que te guste. Al fin y al cabo, fuimos una especie de relojeros durante una temporada :D

Ja, ja, ja, yo intento aprender de todo y de todos.

¡Es verdad!...
lástima que te acobardaras y dejáramos de hacer relojicos juntos... y no lo entiendo porque no era nada guarro y soez...
Por cierto, en las jornadas todavía no tendré tu libro... pero llevaré un pósit para que me lo firmes y así cuando tenga el ejemplar lo pego en él... ¿vale?
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Re: El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:40 pm

¿Que yo me qué? ¿Acobardé he leído? :evil: Te salvas en este momento porque estoy trabajando en un par de cosas que necesito terminar, que si no...

No voy a las jornadas.
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Emma
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Re: El relojero

Mensaje por Emma »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:49 pm
1452 escribió: P.D. Emma, no me presento al concurso.

:llorar: :llorar:

Bueno, si no te apetece, no te apetece, pero que conste que éste podrías haberlo presentado al concurso :wink:

:beso:
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Re: El relojero

Mensaje por 1452 »

Publicado: Lun 22 Sep 2008 4:58 pm

Emma, éste lo escribí para un concurso al que quiero presentarme, pero decidí no presentarlo porque encontré detalles en él, que me recordaron a un cuento precioso que escribió Nelly hace tiempo.
Y por cierto, reiterarle de nuevo desde aquí mi gratitud a Nelly, por su ayuda y su sinceridad :D

No es que no me apetezca, Emma, es que creo que tengo un problema con el "tiempo". Cuando se trata de un concurso, necesito verme con mucho tiempo por delante para escribir y no sentirme presionada, si no es así, me bloqueo y no logro escribir una maldita palabra.
Para otro concurso será :beso:
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