CPVII: Tercer asalto - Igor Rodtem
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CPVII: Tercer asalto - Igor Rodtem
Tercer asalto
Giancarlo era un boxeador veterano, un auténtico trabajador del ring. Sin llegar a ser nunca un gran campeón, sus momentos más brillantes ya hacía tiempo que se habían esfumado, pero era capaz de dar guerra a cualquier rival. Hacía meses que venía valorando la posibilidad de retirarse definitivamente, pero antes quería volver a dar un campanazo en el cuadrilátero. Esa oportunidad se le había presentado por fin, casi de casualidad: un ex-campeón estatal, agobiado por las deudas y las aficiones insanas, estaba dispuesto a medirse a Giancarlo en un combate a doce asaltos. Uno buscaría el dinero que necesitaba. El otro pretendería reencontrarse con un momento de gloria sobre el ring. El combate había conseguido, además, levantar la suficiente expectación como para colgar el cartel de completo, e incluso iba a ser retransmitido por una cadena de televisión.
Giancarlo estaba realmente emocionado, aunque no nervioso. El hecho de que visitara a una echadora de cartas, apenas unas horas antes del combate, respondía únicamente a una vieja costumbre que heredó de su abuela. Durante sus mejores años como profesional no hubo combate en el que previamente no hubiera consultado la suerte del tarot. Las respuestas abiertamente ambiguas de las pitonisas y brujos, de alguna manera, conseguían imbuirle confianza en el posterior combate. Abandonó esta costumbre tras su primera gran decepción en el ring, cuando en una ocasión acabó tirado en la lona, completamente inconsciente, en un combate en que le habían asegurado la victoria (y con el que podría haber tenido opciones reales de acceder a un título de campeón, ocasión que ya no se volvería a repetir en su dilatada carrera). Ese fracaso profesional se vio unido además a su mayor decepción a nivel personal, con un doloroso y ruinoso divorcio, a pesar de que las cartas le habían augurado también una bien avenida familia numerosa (que debió perderse en el limbo de los imposibles).
La decisión de acudir nuevamente a una echadora de cartas había surgido de forma natural, como si no hubiera otra opción. Ni siquiera fue consciente de los años que habían pasado desde la última vez. Casi sin pensarlo, Giancarlo se encontró ante aquella estrafalaria mujer de ojos saltones tras unas viejas gafas de concha, y de un imposible cabello rizado. Una vez ante ella, Giancarlo fue directo, sin preámbulos:
—Soy boxeador –dijo–. En unas horas tengo un combate y quiero saber qué me depara el futuro. Qué dicen las cartas.
La mujer barajó y cedió las cartas a Giancarlo, para que éste realizara el corte. A continuación, comenzó a sacar una carta tras otra...
—Las cartas no son propicias para ti –dijo la pitonisa, poniendo mala cara.
—¿Voy a perder el combate?
—No sé si vas a ganar o perder, sólo que las cartas indican que este combate no va a ser bueno para ti –insistió la bruja–. Tal vez deberías pensar en no presentarte...
—¡Jamás! –se encolerizó Giancarlo–. Eso nunca.
—Yo sólo te digo lo que veo en las cartas.
—Quiero algo más concreto.
—En realidad, quieres mejores noticias –respondió la mujer, sin perder la compostura a pesar del enfado del boxeador–, pero no voy a mentirte con respecto a lo que me dicen las cartas...
—Necesito algo más concreto –insistió Giancarlo, y algo en su mirada convenció a la pitonisa.
—Haré lo que pueda.
Volvió a barajar las cartas, esta vez de forma diferente, y las volvió a plantar sobre la mesa de madera, formando un dibujo distinto al anterior. Se quedó silenciosamente pensativa.
—¿Y bien? –preguntó Giancarlo, sin poder ocultar su ansia.
—Quieres que concrete –respondió la bruja, aún más seria–, y lo único que puedo decirte es un número: el tres.
—¿El tres?
—Eso es.
—Pero, ¿qué significado tiene ese tres? –preguntó Giancarlo, desconcertado–. ¿A qué se refiere? ¿Se refiere al tercer asalto?
—Eso eres tú quien debe averiguarlo –contestó ella, recogiendo la baraja y dando por finalizada la sesión–. Pero recuerda que es malo para ti.
Unas pocas horas después la campana dio comienzo al combate, y Giancarlo se lanzó sobre su rival con una furia y un ansia inusuales y descontroladas, golpeándole continuamente y sin perder ni una décima de segundo. Parecía tener prisa por derrotarle lo antes posible pero, sin embargo, su contrincante aguantó bastante bien el envite. La campana que indicaba el final del primer asalto sonó mucho antes de lo que Giancarlo esperaba y se marchó a su rincón estando aún acelerado. La bronca de su entrenador fue considerable, ante el espectáculo que había dado. Le pidió, le exigió más bien, que se relajara y se tomara el combate con más calma, pues la victoria estaba en sus manos, pero ese ritmo acelerado lo único que haría sería cansarle demasiado pronto.
—¿Por qué has comenzado con este ritmo? –le preguntó el entrenador, finalmente.
—Debo derrotarle antes del tercer asalto –contestó un ensimismado Giancarlo, quien apenas había hecho caso a la arenga de su entrenador–. El tercer asalto es malo...
El entrenador se quedó boquiabierto ante la respuesta de su pupilo pero, sin tiempo de replicarle, la campana volvió a sonar, dando comienzo al segundo asalto.
Giancarlo volvió a mostrarse excesivamente alocado en sus movimientos, sin pensar en una estrategia de desgaste del rival, a largo plazo, sino intentando acabar con él al instante. En su cabeza sólo regía un pensamiento: acabar antes de que diera comienzo el siguiente asalto. Las palabras de la pitonisa le habían convencido de que si no derrotaba a su contrincante antes de comenzar el tercer asalto, su contrincante le noquearía entonces. Cerca del final del segundo asalto, Giancarlo soltó un potente derechazo que tumbó al ex-campeón en la lona y pensó entonces que lo había logrado, pero en lugar de sentir la felicidad de rememorar sus tiempos de gloria (pues tal era el objetivo inicial que se había planteado con este combate), sólo sintió el alivio de haber logrado superar el vaticinio de las cartas de tarot.
Mas la alegría duró poco, y se desvaneció completamente cuando su oponente se irguió nuevamente en el ring, levantándose antes de que la cuenta del árbitro llegara siquiera a la mitad. Poco después, el segundo asalto terminó, y Giancarlo se dirigió de nuevo a su rincón, esta vez cabizbajo y pensativo. La nueva bronca del entrenador cayó igualmente en saco roto, pues Giancarlo estaba enfrascado en sus propios pensamientos. Y así llegó el tercer ¿y definitivo? asalto.
Sonó la campana y Giancarlo se puso en pie, convencido de que su derrota llegaría de un momento a otro, de que caería derrotado en ese tercer asalto. Ese instante de indecisión lo aprovechó su rival para atacarle con potentes y colocados golpes y, casi sin darse cuenta, Giancarlo se vio tirado en la lona, medio aturdido, oyendo cómo comenzaba la cuenta del árbitro. Pensó en quedarse como estaba, en el suelo, dejando marchar el combate. Pero enseguida comprendió que eso sería una terrible estupidez. No podía dejar que las palabras de una echadora de cartas le privaran de un éxito que estaba en sus manos. Sí, estaba en el tercer asalto, ¿y qué? Él podía ganar aquel combate, y lo iba a hacer. Se levantó con una energía renovada, y el árbitro reanudó el combate. Giancarlo peleó entonces como en sus mejores épocas: con la fuerza, colocación y precisión adecuadas. Vio la oportunidad y la aprovechó. Un hueco en la defensa de su oponente tras un duro castigo. Un gancho de izquierda en el momento y el punto exacto. El ex-campeón volvía a pisar la lona, y esta vez parecía incapaz de levantarse. La cuenta del árbitro llegó irremisiblemente hasta diez, y el combate llegó a su fin, cuando aún no había acabado siquiera el tercer asalto. Giancarlo era el vencedor. Levantó los brazos en alto y gritó de alegría. Un instante después, se desplomó al suelo, completamente desvanecido. Su corazón había dejado de latir, debido a la tensión a la que le había sometido en las últimas horas, y al sobreesfuerzo realizado durante el combate.
Giancarlo era un boxeador veterano, un auténtico trabajador del ring. Sin llegar a ser nunca un gran campeón, sus momentos más brillantes ya hacía tiempo que se habían esfumado, pero era capaz de dar guerra a cualquier rival. Hacía meses que venía valorando la posibilidad de retirarse definitivamente, pero antes quería volver a dar un campanazo en el cuadrilátero. Esa oportunidad se le había presentado por fin, casi de casualidad: un ex-campeón estatal, agobiado por las deudas y las aficiones insanas, estaba dispuesto a medirse a Giancarlo en un combate a doce asaltos. Uno buscaría el dinero que necesitaba. El otro pretendería reencontrarse con un momento de gloria sobre el ring. El combate había conseguido, además, levantar la suficiente expectación como para colgar el cartel de completo, e incluso iba a ser retransmitido por una cadena de televisión.
Giancarlo estaba realmente emocionado, aunque no nervioso. El hecho de que visitara a una echadora de cartas, apenas unas horas antes del combate, respondía únicamente a una vieja costumbre que heredó de su abuela. Durante sus mejores años como profesional no hubo combate en el que previamente no hubiera consultado la suerte del tarot. Las respuestas abiertamente ambiguas de las pitonisas y brujos, de alguna manera, conseguían imbuirle confianza en el posterior combate. Abandonó esta costumbre tras su primera gran decepción en el ring, cuando en una ocasión acabó tirado en la lona, completamente inconsciente, en un combate en que le habían asegurado la victoria (y con el que podría haber tenido opciones reales de acceder a un título de campeón, ocasión que ya no se volvería a repetir en su dilatada carrera). Ese fracaso profesional se vio unido además a su mayor decepción a nivel personal, con un doloroso y ruinoso divorcio, a pesar de que las cartas le habían augurado también una bien avenida familia numerosa (que debió perderse en el limbo de los imposibles).
La decisión de acudir nuevamente a una echadora de cartas había surgido de forma natural, como si no hubiera otra opción. Ni siquiera fue consciente de los años que habían pasado desde la última vez. Casi sin pensarlo, Giancarlo se encontró ante aquella estrafalaria mujer de ojos saltones tras unas viejas gafas de concha, y de un imposible cabello rizado. Una vez ante ella, Giancarlo fue directo, sin preámbulos:
—Soy boxeador –dijo–. En unas horas tengo un combate y quiero saber qué me depara el futuro. Qué dicen las cartas.
La mujer barajó y cedió las cartas a Giancarlo, para que éste realizara el corte. A continuación, comenzó a sacar una carta tras otra...
—Las cartas no son propicias para ti –dijo la pitonisa, poniendo mala cara.
—¿Voy a perder el combate?
—No sé si vas a ganar o perder, sólo que las cartas indican que este combate no va a ser bueno para ti –insistió la bruja–. Tal vez deberías pensar en no presentarte...
—¡Jamás! –se encolerizó Giancarlo–. Eso nunca.
—Yo sólo te digo lo que veo en las cartas.
—Quiero algo más concreto.
—En realidad, quieres mejores noticias –respondió la mujer, sin perder la compostura a pesar del enfado del boxeador–, pero no voy a mentirte con respecto a lo que me dicen las cartas...
—Necesito algo más concreto –insistió Giancarlo, y algo en su mirada convenció a la pitonisa.
—Haré lo que pueda.
Volvió a barajar las cartas, esta vez de forma diferente, y las volvió a plantar sobre la mesa de madera, formando un dibujo distinto al anterior. Se quedó silenciosamente pensativa.
—¿Y bien? –preguntó Giancarlo, sin poder ocultar su ansia.
—Quieres que concrete –respondió la bruja, aún más seria–, y lo único que puedo decirte es un número: el tres.
—¿El tres?
—Eso es.
—Pero, ¿qué significado tiene ese tres? –preguntó Giancarlo, desconcertado–. ¿A qué se refiere? ¿Se refiere al tercer asalto?
—Eso eres tú quien debe averiguarlo –contestó ella, recogiendo la baraja y dando por finalizada la sesión–. Pero recuerda que es malo para ti.
Unas pocas horas después la campana dio comienzo al combate, y Giancarlo se lanzó sobre su rival con una furia y un ansia inusuales y descontroladas, golpeándole continuamente y sin perder ni una décima de segundo. Parecía tener prisa por derrotarle lo antes posible pero, sin embargo, su contrincante aguantó bastante bien el envite. La campana que indicaba el final del primer asalto sonó mucho antes de lo que Giancarlo esperaba y se marchó a su rincón estando aún acelerado. La bronca de su entrenador fue considerable, ante el espectáculo que había dado. Le pidió, le exigió más bien, que se relajara y se tomara el combate con más calma, pues la victoria estaba en sus manos, pero ese ritmo acelerado lo único que haría sería cansarle demasiado pronto.
—¿Por qué has comenzado con este ritmo? –le preguntó el entrenador, finalmente.
—Debo derrotarle antes del tercer asalto –contestó un ensimismado Giancarlo, quien apenas había hecho caso a la arenga de su entrenador–. El tercer asalto es malo...
El entrenador se quedó boquiabierto ante la respuesta de su pupilo pero, sin tiempo de replicarle, la campana volvió a sonar, dando comienzo al segundo asalto.
Giancarlo volvió a mostrarse excesivamente alocado en sus movimientos, sin pensar en una estrategia de desgaste del rival, a largo plazo, sino intentando acabar con él al instante. En su cabeza sólo regía un pensamiento: acabar antes de que diera comienzo el siguiente asalto. Las palabras de la pitonisa le habían convencido de que si no derrotaba a su contrincante antes de comenzar el tercer asalto, su contrincante le noquearía entonces. Cerca del final del segundo asalto, Giancarlo soltó un potente derechazo que tumbó al ex-campeón en la lona y pensó entonces que lo había logrado, pero en lugar de sentir la felicidad de rememorar sus tiempos de gloria (pues tal era el objetivo inicial que se había planteado con este combate), sólo sintió el alivio de haber logrado superar el vaticinio de las cartas de tarot.
Mas la alegría duró poco, y se desvaneció completamente cuando su oponente se irguió nuevamente en el ring, levantándose antes de que la cuenta del árbitro llegara siquiera a la mitad. Poco después, el segundo asalto terminó, y Giancarlo se dirigió de nuevo a su rincón, esta vez cabizbajo y pensativo. La nueva bronca del entrenador cayó igualmente en saco roto, pues Giancarlo estaba enfrascado en sus propios pensamientos. Y así llegó el tercer ¿y definitivo? asalto.
Sonó la campana y Giancarlo se puso en pie, convencido de que su derrota llegaría de un momento a otro, de que caería derrotado en ese tercer asalto. Ese instante de indecisión lo aprovechó su rival para atacarle con potentes y colocados golpes y, casi sin darse cuenta, Giancarlo se vio tirado en la lona, medio aturdido, oyendo cómo comenzaba la cuenta del árbitro. Pensó en quedarse como estaba, en el suelo, dejando marchar el combate. Pero enseguida comprendió que eso sería una terrible estupidez. No podía dejar que las palabras de una echadora de cartas le privaran de un éxito que estaba en sus manos. Sí, estaba en el tercer asalto, ¿y qué? Él podía ganar aquel combate, y lo iba a hacer. Se levantó con una energía renovada, y el árbitro reanudó el combate. Giancarlo peleó entonces como en sus mejores épocas: con la fuerza, colocación y precisión adecuadas. Vio la oportunidad y la aprovechó. Un hueco en la defensa de su oponente tras un duro castigo. Un gancho de izquierda en el momento y el punto exacto. El ex-campeón volvía a pisar la lona, y esta vez parecía incapaz de levantarse. La cuenta del árbitro llegó irremisiblemente hasta diez, y el combate llegó a su fin, cuando aún no había acabado siquiera el tercer asalto. Giancarlo era el vencedor. Levantó los brazos en alto y gritó de alegría. Un instante después, se desplomó al suelo, completamente desvanecido. Su corazón había dejado de latir, debido a la tensión a la que le había sometido en las últimas horas, y al sobreesfuerzo realizado durante el combate.
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Re: CPVII: Tercer asalto
Esta frase me sobra. Si hubieras dicho en vez de "desvanecido", "muerto", hubiera sido un final más dramático e impactante. Aunque se veía venir.Ashling escribió: Su corazón había dejado de latir, debido a la tensión a la que le había sometido en las últimas horas, y al sobreesfuerzo realizado durante el combate.
Podías haber sacado más partido al esoterismo y al misterio además.
Pese a eso, el relato me ha gustado y creo que está bien escrito.
Buen trabajo
Siempre contra el viento
Re: CPVII: Tercer asalto
Bueno, pero ganó el combate, ¿no? ¡No todo es malo!
Es un relato gracioso. Me gusta el diálogo intermedio con la pitonisa, creo que con un poco más de humor ahí habría quedado perfecto. Giancarlo, atado a los designios del destino, y la pitonisa, con su pelo rizado y su bola de cristal, decidiendo el futuro en un cuadrilátero. Suena bien. Se me queda un poco corto, me hubiera gustado que continuara un poco más.
Buen relato, felicidades
Es un relato gracioso. Me gusta el diálogo intermedio con la pitonisa, creo que con un poco más de humor ahí habría quedado perfecto. Giancarlo, atado a los designios del destino, y la pitonisa, con su pelo rizado y su bola de cristal, decidiendo el futuro en un cuadrilátero. Suena bien. Se me queda un poco corto, me hubiera gustado que continuara un poco más.
Buen relato, felicidades
- jarri el sucio
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Re: CPVII: Tercer asalto
La temática me gusta y me ha entretenido más que otros que formalmente e incluso de contenido son mucho mejores. Pero no es un gran relato, está a mi entender poco trabajado y se antoja bastante previsible. Lo mejor: la temática . Lo peor: Las pocas sorpresas que nos depara siendo esto lo que se pretendía (o esa impresión me dio).
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Re: CPVII: Tercer asalto
A mi me ha gustado esa mezcla entre la superstición y el deporte y como eso hace que la historia se desarrolle. Me hubiera gustado que el momento de lucidez, en el que se da cuenta de que el Tarot no puede manejar su vida, hubiese estado un poco más desarrollado. Lo he leido de un tirón, y eso para mí cuenta mucho, pues significa que me ha entretenido.
- joserc
- GANADOR del IV Concurso de relatos
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Re: CPVII: Tercer asalto
Estaba esperando que se desvelara el significado del número pero no lo he encontrado por ningún lado al final. Qué lástima porque le hubiera dado el punto que necesita. Bien escrito, aunque me ha dejado con la miel en los labios.
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Re: CPVII: Tercer asalto
Yo creo que el "tres" hace referencia en exclusiva a ese tercer asalto.joserc escribió:Estaba esperando que se desvelara el significado del número pero no lo he encontrado por ningún lado al final. Qué lástima porque le hubiera dado el punto que necesita. Bien escrito, aunque me ha dejado con la miel en los labios.
Re: CPVII: Tercer asalto
TERCER ASALTO Si es que somos como somos y eso no lo cambian ni las Moiras. Tendemos a obsesionarnos con nuestros propios demonios, es cierto. Alguien me dijo una vez, que si te vaticinan un accidente, de alguna forma nos predisponemos a que tal accidente ocurra. Otra cosa es que lo resuelvas con su muerte dándole ese matiz sobrenatural a la historia. Muy bien contada, y fácil de leer. Enhorabuena y gracias compañer@
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
- sergiocossa
- Me estoy empezando a viciar
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Re: CPVII: Tercer asalto
Buena narración e idea interesante. Sin errores y bien presentado, lo que se agradece.
Creo que de a ratos abunda en descripciones que no son trascendentales.
Ej.: Uno buscaría el dinero que necesitaba. El otro pretendería reencontrarse con un momento de gloria sobre el ring.
El diálogo con la pitonisa merece más trabajo.
Al igual que Nínive, considero que la frase final pierde toda la fuerza. Algo parecido a: Un instante después, se tomó el pecho y cayó muerto., cerraría de modo tajante, sin necesidad de contarnos que tuvo un ataque, etc.
Un saludo.
Creo que de a ratos abunda en descripciones que no son trascendentales.
Ej.: Uno buscaría el dinero que necesitaba. El otro pretendería reencontrarse con un momento de gloria sobre el ring.
El diálogo con la pitonisa merece más trabajo.
Al igual que Nínive, considero que la frase final pierde toda la fuerza. Algo parecido a: Un instante después, se tomó el pecho y cayó muerto., cerraría de modo tajante, sin necesidad de contarnos que tuvo un ataque, etc.
Un saludo.
Re: CPVII: Tercer asalto
Cortito pero bien escrito y que te mantiene en vilo tanto por ese toque esotérico que le da, como por la pelea. Aunque el final sea algo predecible. Esta bastante bien, me ha gustado la historia, es una pena que se quede tan cortito. Gracias por el relato .
Última edición por Gisso el 18 Abr 2012 13:00, editado 1 vez en total.
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- shirabonita
- Vivo aquí
- Mensajes: 8995
- Registrado: 23 Ago 2009 20:47
- Ubicación: un pueblo surfero de guipuzcoa
Re: CPVII: Tercer asalto
Desde mi punto de vista, la redacción es correcta, y la historia consigue atrapar al lector, pero el final es previsible.
No me refiero al hecho de que la causa de la muerte sea un infarto, pero se intuía que Giancarlo iba a morir, en el tercer asalto, independientemente de que ganara o perdiera.
A mí también me habría gustado un poco más de longitud en el encuentro del boxeador con la pitonisa. Esta es la parte más interesante del relato, desde mi punto de vista.
Y ya es el segundo relato con temática esotérica ¿será el efecto 2012?
Es un buen trabajo pero se puede mejorar.
No me refiero al hecho de que la causa de la muerte sea un infarto, pero se intuía que Giancarlo iba a morir, en el tercer asalto, independientemente de que ganara o perdiera.
A mí también me habría gustado un poco más de longitud en el encuentro del boxeador con la pitonisa. Esta es la parte más interesante del relato, desde mi punto de vista.
Y ya es el segundo relato con temática esotérica ¿será el efecto 2012?
Es un buen trabajo pero se puede mejorar.
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Re: CPVII: Tercer asalto
Un relato más que correcto. Que quizá sea previsible pero a mi me ha tenido en vilo todo el rato hasta el final. Y lo he leído casi sin respirar.
Buen trabajo, sí. Sin ninguna duda.
Buen trabajo, sí. Sin ninguna duda.
Re: CPVII: Tercer asalto
Un relato muy bueno. Original en cuanto a la temática y con una redacción espectacular. De hecho, en todo el relato sólo me ha chirriado esa coma agramatical:
El resto me ha parecido bien escrito, con el ritmo adecuado y unos diálogos estupendos. Enhorabuena.
-Pero, ¿qué significado tiene ese tres?
El resto me ha parecido bien escrito, con el ritmo adecuado y unos diálogos estupendos. Enhorabuena.
Re: CPVII: Tercer asalto
Está muy bien escrito y es muy rápido, muy ágil. Al igual que todos (ayyy que predecibles) me hubiera gustado más diálogo con la pitonisa pero entonces habríamos perdido el centro del relato que era el combate.
Muy bueno, lo votaría pero no me acaba de llegar el contenido del relato, a mi gusto debería ser más largo, da para un relato que hubiera apurado las 6 hojas.
Gracias autor! Gran trabajo!
Muy bueno, lo votaría pero no me acaba de llegar el contenido del relato, a mi gusto debería ser más largo, da para un relato que hubiera apurado las 6 hojas.
Gracias autor! Gran trabajo!
Re: CPVII: Tercer asalto
Está bien escrito, pero muy predecible y no me ha llamado la atención por nada.
Leyendo: Ensayos, George Orwell.
"Se dispersa y se reúne, viene y va", Heráclito.
"Se dispersa y se reúne, viene y va", Heráclito.