CPVIII Anomalía - Gavalia

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPVIII Anomalía - Gavalia

Mensaje por lucia »

ANOMALÍA

El piso de la vieja y enorme iglesia trepidó como si la tierra estuviera hundiéndose. Simultáneamente, un potente trueno se extendió por toda la villa. Los dos jóvenes estaban abrazados con todas sus fuerzas a una de las columnas que sostenían la enorme crujía en forma de arco de la nave principal donde se encontraban escondidos. No podían dar crédito a lo que estaba sucediendo. Todo comenzó a retumbar como si los paramentos de la estructura fueran a desplomarse en cualquier momento. Joaquín, como si conociese el secreto de tan extraño fenómeno, musitaba palabras en forma de oración. Mientras tanto, Pepe, agarrado como una lapa al pilar, pensaba que debía estar soñando; un sueño demasiado real para su gusto. Ambos lograron sobreponerse al primer movimiento de tierra. Debían bajar cuanto antes si no querían romperse la crisma cayendo a plomo desde tan tremenda altura. El temblor pareció suavizarse un poco y resolvieron, con más ánimo que seguridad, que el extraño fenómeno había terminado. Con sumo cuidado, estudiaron cómo descender por aquel amenazante abismo. Todo parecía querer caerse al vacío. Entre la densa penumbra, intentaron vislumbrar al padre de Joaquín. De repente, la sacudida comenzó a hacerse mayor y la terrorífica vibración volvió a intensificarse poco a poco. Algunos daban gritos enloquecidos corriendo por el templo y buscando la salida. Joaquín y Pepe les vieron huir como sombras difuminadas entre una polvorienta cortina de residuos. Las teas empapadas en aceite rodaban por los suelos. La enorme luminaria central, rodeada en todo su perímetro por antorchas, colgaba amenazante del entramado de la cubierta. Oscilaba como si tuviera vida propia, con un baile inquietante entre el vacío y el suelo. Procedente de los sótanos, que hacían las veces de mazmorras, se escuchó el estrépito de algo que había caído. En la calle se oían las carreras y los gritos de la gente. Lamentos y gemidos, llamadas y ruegos al cielo se mezclaban con los gruñidos, aullidos y relinchos de las bestias. Todo quedó en la más completa oscuridad. A ciegas, fueron conscientes de que el mundo se acababa, de que éste, volvía a su caos original. Los cielos se habían abierto y la tierra caía en la profundidad del abismo. El universo se hacía pedazos, y rayos y truenos parecían escapar de grietas abiertas en el firmamento.
–¡Rescataremos a mi padre ahora que nadie le presta atención! ¡Debemos salir cuanto antes a la calle, como los demás! ¡Todos han escapado! –exclamó Joaquín.
–¡No, no… no creo… que sea lo mejor! ¡Aquí estaremos más seguros! –respondió Pepe con aire resuelto. Aun con bastante dificultad, lograron bajar hasta la superficie enlosada de la gran sala. Don Matheo, el padre de Joaquín, seguía colgado de la maroma a la que le habían maniatado por las muñecas para aplicarle tormento. Pepe, que había participado en un curso de supervivencia así como en varios simulacros de catástrofes durante el último año de universidad, sabía que el mejor sitio para protegerse en caso de terremoto era debajo del marco de una puerta o bajo la seguridad de un punto estructural suficientemente fuerte; el peristilo serviría.
Mientras tanto, los peligros se multiplicaban en la calle bien por el derrumbe de muros y vallados bien por los accidentes que provocaban las bestias lanzadas a una carrera demente en la que atropellaban a todo ser vivo que se cruzara en su camino. Pasada su primera fase de trepidación, el seísmo se convirtió en oscilatorio y no dejó nada en pie sobre la superficie. Lo que más atemorizaba a Pepe no era el terremoto, sino las tinieblas que se hicieron simultáneamente. Junto con el temblor, la oscuridad hacía más aterradora la escena. No era miedo a morir, a terminar, lo que pasaba por su mente, sino el terror a lo inexplicable.
Joaquín estaba convencido de que aquel final del mundo lo provocaba el mismo Dios, en respuesta a sus súplicas y plegarias por la injusticia que le infligían a su amado padre. También pensaba que Pepe, ese extraño joven aparecido de no se sabía bien dónde y que juraba ser de otra época, tenía mucho que ver en todo aquello. Pepe era un ángel enviado por los Cielos para ayudarle. Estaba tan seguro de ello como de que Dios estaba dando una lección práctica de su poder que no olvidaría nadie; en especial, el tribunal del Santo Oficio. El temblor comenzó a decrecer y cesó súbitamente a los pocos segundos, tal y como había comenzado. Poco a poco, la luz fue haciendo acto de presencia entre las tinieblas; débil y tímida, apagada. Todo estaba impregnado por un polvo que podía masticarse, un polvo añejo salido de las mismas fisuras que se habían producido en los cielos resquebrajados por fulminantes rayos y sobrecogedores truenos. Por otro lado, no dejaba de preguntarse: «¿Cómo había llegado hasta ese lugar?». Empezaba a sospechar que el acelerador de partículas denominado «Sincrotón Alva» tenía mucho que ver con el asunto. Ya había dado algún susto durante el último año de investigación; sobre todo, cuando se empeñaron en recrear «micro agujeros negros» con la finalidad de entender mejor a los mayores. Lo más preocupante fue que empezaron a desaparecer cosas y a reaparecer de nuevo en el momento más insospechado. La materialización de los objetos era tan real como su previa desaparición, ya se tratara de un terminal móvil u otra cosa similar. Cualquiera de ellos podría arrearle en la cabeza a un cabrero, cura, magistrado, clérigo o labriego de una época pasada. Todo era demasiado confuso incluso para él, un hombre del siglo XXI, por lo que no le extrañaba en absoluto la actitud mística de Joaquín, hijo de un honrado comerciante del siglo XV, el cual había sido acusado de herejía por la Santa inquisición.
EL PROCESO
Don Matheo Vivar había recibido la visita de su buen amigo y socio comercial, Don Víctor de la Cruz. Como era costumbre en Don Matheo, después de finalizada la reunión de negocios, mandó a su mujer, Doña Blanca, que les sirviera un par de tazas del mejor té de importación que tenía almacenado del último cargamento llegado de las costas orientales. Celebraban el acuerdo comercial alcanzado entre ambos sobre un asunto de importación de sedas. Una vez servido el té, y acompañado de unos frutos secos de la tierra, ambos se sumergieron en una profunda charla sobre asuntos de fe. Don Matheo había ponderado con vehemencia el significado de ciertos pasajes de la Biblia. Don Victor, sabedor de los orígenes de Matheo como judío converso, se puso a la defensiva cuando su socio argumentó:
–María madre de Jesús, tuvo más descendencia que la que afirma la Santa Iglesia. Así se revela en la Biblia, mi querido Don Víctor. El mismo Jesús se diferenció de Dios en el pasaje donde Juan escribe «Porque el Padre mayor es que yo» puntualizando con tan simple declaración que la Santísima Trinidad no tiene fundamento alguno por razones más que obvias.
–¿Cómo osáis? –preguntó Don Víctor, enfurecido.
–La iglesia miente mi estimado amigo.
–¡No tengo por qué escuchar más! –dijo indignado Don Víctor, y levantándose como un resorte, se dirigió a la puerta sin mirar atrás para, finalmente salir dando un violento portazo.
Don Matheo quedó apesadumbrado. No estaba seguro de haber hecho bien siendo tan franco con su amigo. Le preocupaba la seguridad de su mujer, Doña Blanca, y la de su primogénito, el joven Joaquín. A resultas de un Edicto de Gracia, emitido y leído en público por el inquisidor jurista del Santo Oficio, las denuncias y delaciones falsas eran una constante fuente de detenciones más que arbitrarias. Los acusados anónimamente eran detenidos de inmediato, y pocos salían indemnes del encuentro con los clérigos de la Santa Inquisición. Y aunque las familias de Don Matheo y Don Victor llevaban mucho tiempo haciendo tratos conjuntamente. La avaricia, los fanatismos y las venganzas, eran plato diario del que se servía la Corona y la Iglesia. Don Victor, no desaprovecharía tampoco la oportunidad.
Despuntando el alba, llamaron con estruendo a la puerta de la residencia de los Vivar. Asustada, Doña Blanca despertó a su marido, que aún dormía cansado tras una noche entera de insomnio.
–¡Ya va! A qué viene tanta urgencia –exclamó Don Matheo intentando aparentar calma.
–¡Abran a la guardia de la Santa Inquisición, si no quieren que echemos la puerta abajo!
Don Matheo abrió sin más dilación y se encontró con cuatro hombres ataviados con uniforme.
–¿Sois Don Matheo Vivar? –inquirió agriamente el soldado con galones de capitán.
–Así es señor. ¿En qué puedo ayudarles? –preguntó Don Matheo algo confundido.
–¿Sois comerciante, además de judío converso en la Villa de Calar de la Santa?
–También es eso cierto señor, pues esta es mi casa como bien sabéis desde siempre, capitán.
–Por orden del Santo oficio, quedáis detenido como reo de herejía. Debéis acompañarnos inmediatamente, por las buenas o por las malas. –el capitán no mostraba indulgencia alguna, ni reconocimiento hacia Don Matheo.
–Al menos, dejen que tranquilice a mi esposa y a mi hijo antes de marchar. Se lo ruego, no tardaré mucho –pidió sin mucha fe Don Matheo mientras rumiaba para sus adentros el dolor que le producía la traición de su amigo y socio, Don Víctor.
–Ya tendrán tiempo de veros en el calabozo –el capitán agarró de malas formas a Don Matheo y le colocó un dogal de cuero en el cuello. Como un perro, fue arrastrado por la guardia hacia el edificio en el que el Tribunal del Santo Oficio había establecido su sede temporal. Mientras tanto, un notario con aires de cuervo, levantaba acta de los bienes que se encontraban en la casa.
Durante tres días, Don Matheo estuvo incomunicado y sin alimento alguno. Posteriormente, sería conducido hasta una enorme sala iluminada con antorchas en la vieja iglesia de la villa, donde se celebraría el juicio. La escena era estremecedora, pero aun así, real. Aquel lugar parecía el mismo infierno. Multitud de artilugios, concebidos sabía Dios por qué enferma y retorcida mente para causar terror y dolor, mostraban sus oscuras siluetas metálicas.
En la parte frontal de la sala, se había situado una enorme mesa de roble presidida por un gran crucifijo de hierro. Detrás de ella, se ubicaba el tribunal propiamente dicho, compuesto por un sacerdote como representante del Obispo local, un médico para valorar la evolución de la tortura, el fiscal interrogador y, finalmente, el Inquisidor General. A pocos metros de la gran mesa y hacia la derecha, se situaba el escribano dispuesto a reflejar en el acta cada palabra que allí se pronunciara, incluidos los alaridos del reo. A la izquierda de la presidencia, se encontraba el abogado defensor, que cumplía rigurosamente su papel en aquella pantomima disfrazada de juicio imparcial. Los testigos denunciantes se refugiaban tras una enorme cortina que les ocultaba de la vista general; Don Víctor de la Cruz era uno de ellos. El reo lo sabía, y el tribunal usaba ese conocimiento como estrategia para minar el espíritu del encausado. Necesitaban saber los nombres de todos sus cómplices, y para eso, resultaba necesaria la confesión del reo y no tanto su arrepentimiento. Adicionalmente, todas las propiedades del inculpado eran incautadas en la causa, y eso suponía una fuente de ingresos nada desdeñable para la Corona y para los intereses de todos los implicados en tan truculento negocio. No era más que una simple función teatral en la que la maldad, la codicia y la locura fanática, parecían ser los hilos conductores de la obra.
El representante del Obispo tomó la palabra. Don Matheo, maniatado, estaba situado en el centro de la sala.
–Sobre la base de las declaraciones de los testigos, se acusa al reo, Matheo Vivar, vecino de esta misma villa, de los cargos que siguen y cito: que, un día, dijo que la Virgen María era una fornicadora; que, en otra ocasión, blasfemó contra la Santa Cruz además de no encontrarse en su casa ni un solo sagrado signo; que asegura que el celibato no es cristiano, y finalmente, sostiene que la Santísima Trinidad no tiene fundamento.
El Inquisidor tomó el relevo, iniciando el interrogatorio.
–Matheo de Vivar ¿son ciertos los cargos expuestos contra vos?
–En absoluto –contestó Don Matheo
–Tenéis palabras en vuestra defensa?
–Mi único delito es leer la Biblia e intentar extraer de ella la verdad –aseguró el reo.
–¿Afirmasteis que María Nuestra Señora, fornicaba?
–¡Nunca! –se levantó cierto murmullo tras la cortina–. María tuvo más hijos aparte de nuestro Señor, mas todos con su marido. Lo dice la misma Santa Biblia, que vos conocéis. La misma en la que se recoge la palabra de Dios, que no la mía.
–¡Justicia! –varias voces radicales se alzaron en el grupo de los acusadores.
– La Biblia deja bien claro que no se adorará imagen alguna bajo clara violación de la ley divina –prosiguió Don Matheo–. «No harás imagen alguna ni te inclinarás ante ella, ni tampoco la honrarás». ¿Es falso, quizá, que el considerado primer papa de la Iglesia era un hombre casado? –aseveró con firmeza–. La Trinidad no es algo que se recoja en la Biblia, y vos lo sabéis. No obstante, nunca he blasfemado contra ella. Tal acusación es falsa.
–¡Judío! –interrumpió el Inquisidor, al sentirse apabullado por tan sólidos argumentos.
–¿Es cierto que habéis traducido y distribuido entre los vuestros las Santas Escrituras traducidas al romance y al hebreo? –el interrogador parecía cobrar ventaja de nuevo–. ¿Quiénes, de esta villa, son vuestros impíos seguidores? –inquirió
–¿Acaso no fue mi pueblo el elegido como receptor inicial de los Santos Escritos? Los mismos que la iglesia considera actualmente “Palabra de Dios”. –argumentó Don Matheo
–Estamos esperando una respuesta –instó el Inquisidor.
Pero no la hubo.
–¡Responded, maldito judío! –gritó de nuevo el acusador soltando espumarajos de rabia y salpicando a Don Matheo.
–¡Fiscal! Es vuestro turno –espetó malhumorado el máximo responsable del Santo Oficio.
–Solicito que el reo sea sometido a tormento, que sea excomulgado y declarado hereje, blasfemo, sacrílego y perjuro. –concluyó el fiscal sin inmutarse lo más mínimo.
–Que la defensa proceda. –resolvió el Inquisidor.
–La defensa se inhibe. Defender tales herejías, no es cometido de cristiano que por tal se tenga, sin caer también en el pecado.
El médico fue requerido para evaluar el estado del reo y valorar si soportaría el tormento. Tras una ligera evaluación visual, declaró que, a su juicio, era apto. Don Matheo fue conducido a la garrucha de tormento. Allí, le colocaron unos grilletes en los tobillos mientras sus manos, que seguían sujetas a su espalda, fueron atadas a una soga que pasaba por una polea anclada al techo, por encima de su cabeza.
–¿Os declaráis culpable de los cargos? Continuó el fiscal.
–Nunca. ¡Liberadme por favor, os lo ruego!
–¡Verdugo, trato de cuerda completo! –ordenó el Inquisidor General tras la sugerencia del fiscal.
Don Matheo fue elevado dos metros sobre el suelo. El verdugo jalaba la soga poco a poco, tirando de ella y elevando a su vez, el cuerpo de Don Matheo, que sujeto por las muñecas maniatadas a la espalda, gritaba como un loco, por el dolor tan atroz que tan antinatural posición le producía. Sus hombros amenazaron con dislocarse al girar sobre sí mismos. Una vez situado a la altura oportuna, el verdugo le dejó caer procurando que la parada fuera brusca, sin que el cuerpo llegase a tocar el suelo. Los gritos de Don Matheo resultaban terroríficos para todos los presentes, excepto para el escribano, que inmutable, era capaz de anotar hasta la última interjección que emitiera la boca del reo.
EL ENCUENTRO
Joaquín se encontraba aquel día en el establo almohazando a las bestias después de una dura jornada de trabajo en los campos de su padre. Los animales se mostraban inquietos, como si barruntaran algo extraño flotando en la atmósfera. Los caballos coceaban nerviosos. La pareja de bueyes mugía sin descanso. Las gallinas correteaban de un lado a otro. De repente, un remolino de aire empezó a formarse dentro del establo. Joaquín pensó que lo mejor sería salir de allí, pues no era común tan extraño fenómeno, sin embargo, su curiosidad pudo más y, haciendo un gran esfuerzo, después de persignarse varias veces, se agazapó tras una gavilla de paja y observó. El remolino dio paso a un estruendo, y todo comenzó a girar por los aires de forma descontrolada. Rogó a Dios que le protegiera de todo mal. Se sentía impotente y asustado, pero decidido a quedarse pasara lo que pasara. Él era valiente, y no pensaba huir a las primeras de cambio por un vientecillo de nada. Cuando todo paró y creyó que la normalidad había regresado, salió de su escondite.
Un joven de extraño atuendo estaba arrodillado sobre el suelo del establo. Se había materializado de la misma nada, como por arte de magia, justo en el lugar donde debería encontrarse el yunque del herrero que, de forma sorprendente, había desaparecido. Joaquín esperó durante unos minutos como congelado, hasta que el extraño recién llegado, se irguió examinando todo a su alrededor.
–¿Dónde hostias estoy? –preguntó– ¿Qué lugar es éste? –pronunció al aire.
–Estáis en Calar de la Santa, extranjero -contestó una voz temerosa -¡Va de retro Satanás! ¿Quién sois? –insistió Joaquín.
–Pepe, me llamo Pepe, chaval. ¿Y tú?
El extranjero le estaba preguntando su nombre y, aunque le costaba entender su extraño acento, no se arredró en absoluto y se presentó como marcan los cánones.
–Yo soy Joaquín, natural de esta villa cuyo nombre es Vivar. Soy hijo de Don Matheo, el comerciante, persona principal y de talla en el lugar. Pero, decidme, ¿de dónde venís, extranjero, y qué hacéis en mi establo? ¿Acaso intentáis robar? Si es hambre lo que tenéis, solo debéis decirlo, pues así actúa la gente de paz. Sin duda alguna, un trozo de pan y algo de vino os podré facilitar, pero no deis ni un paso más si sois un ladrón o un demonio. Sabed que, en esta casa, se honra al Padre, así como al Hijo y al Espíritu Santo. Declaraos a no más tardar o deberé dar cuenta a mi padre. Sabed que el Santo Oficio sostiene sede temporal en Calar y andan a la caza de herejes. ¿Qué me decís, señor? Contestad sin dilación.
–Oye, tío... ¿te estás quedando conmigo, verdad? Ya sé, estáis rodando una película, ¿cierto? Lo que no entiendo... es cómo he salido del centro de investigación y llegado hasta aquí. Por cierto... –Pepe se acercó hacia el portón principal–. ¡No puede ser! ¡Joder! ¡La Virgen! ¿Qué es todo esto? ¿Dónde narices está el...? –Pepe echó mano de su mochila y buscó el iPhone–. ¡Mierda! No tengo cobertura. ¿Tienes «wifi» en casa? Parece que mi conexión no funciona y necesito contactar cuanto antes con el MC. Me facilitas la clave y me marcho. No tengo interés en molestarte o robarte nada. Entre otras cosas, porque si te digo la verdad, no sabría qué hacer con nada de lo que hay aquí. Soy un bicho de ciudad, ya ves... En cuanto a lo de demonio... bueno, mi madre siempre decía que un poco sí que lo era... pero en plan cariñoso, ya sabes.
–¿Qué es «wifi»? –preguntó Joaquín intrigado.
–¡Ya, vale! Se acabó. Me estoy empezando a cabrear. ¿Quién manda aquí?
–Ya os le he dicho. Mi padre. Don Matheo Vivar -respondió Joaquín, más curioso que enojado.
–Bien, lo que tú digas tronco. Dime, ¿cómo puedo llegar a la ciudad?
–Si te refieres a Calar, se encuentra detrás de esa colina. Sigue la vereda y llegarás sin problemas, aunque ya está cayendo el sol y la oscuridad será completa en breve. No es buena idea salir al monte ahora. Manadas de lobos merodean por la zona.
–¿Lobos? –Pepe alucinaba– ¿cómo es posible eso? Siempre pensé que quedaban muy pocos.
–Creo que debemos ver a mi padre. Me parece que debéis de haberos golpeado en la cabeza.
–Pues no puedo decir que no haya sido así. La verdad es que no me acuerdo de mucho, por no decir de nada, desde que terminé mi jornada de trabajo. Estaba trabajando en… –Pepe intentaba hacer memoria, pero su cabeza parecía embotada–. Espera, quizá el portátil me aclare algo. ¿Puedo enchufarlo?
–Vos no estáis bien de la cabeza, Don Pepe. No quiero ofenderos, pero lo que decís… En fin, que no es sensato, y no logro entenderos. No os mováis de aquí, enseguida traigo a mi padre y él sabrá que hacer.
Pepe se quedó pensativo mientras observaba cómo Joaquín se alejaba en dirección a lo que parecía una casona antigua. Al poco tiempo, le vio salir de la casa acompañado de un hombre que peinaba canas; ambos se dirigieron al establo.
–Padre os presento a Don Pepe.
Aquel hombre parecía salido de un cuento de época, ya que vestía unas botas altas y una especie de sayo de dos piezas que le cubría hasta las rodillas.
–Don Pepe, os presento a Don Matheo, mi padre y señor de la casa Vivar.
–Señor, encantado de conocerle –dijo Pepe muy serio. Seguía sopesando la posibilidad de que todo fuera una gran broma, uno de esos concursos de la tele en connivencia con alguno de los tarados de sus colegas; físicos, matemáticos y otros bichos similares. La verdad es que todo parecía muy real. Decidió seguirles la corriente y que fuera lo que Dios quisiera.
–¿Pueden decirme que está pasando? ¿Por qué visten de esa forma tan antigua? ¿Acaso son una congregación o algo por el estilo? ¡Porque parecen salidos de otra época!. ¿En qué año se supone que estamos? –preguntó Pepe a punto de volverse loco.
–No os entiendo hijo. Demasiadas preguntas a la vez. Que sepamos y para ser exactos, nos encontramos en el año mil quinientos, después del nacimiento de nuestro señor Jesucristo. -contestó Don Matheo.
–¡Ya! esto…disculpad mi torpeza –comenzaba a cogerle el tranquillo a la cosa– Su hijo Joaquín me dice, que nos encontramos en las inmediaciones de la villa de Calar. Hasta dónde yo recuerdo de mis lecciones de geografía. Me suena que Calar de la Santa, se encuentra situada en la costa gallega, ¿no es así?
–Así es, joven. –respondió otra vez Don Matheo-
Pepe seguía sin saber qué pensar y, menos aún, cómo hallar la forma de desenmascarar la broma de marras. Observando la tribulación por la que estaba pasando el muchacho, Don Matheo se acercó hacia él con delicadeza, y así le dijo:
–No temáis, joven, sea lo que sea lo que os pase. Os ayudaremos. Parecéis fuera de lugar, y no solo lo digo por vuestro atuendo, Lo cierto es que parecéis cansado. Quizá os caísteis de vuestra montura y no recordéis nada debido al posible golpe que recibisteis, pero tranquilo, que lo haréis tarde o temprano. Creo que deberíais quedaros con nosotros unos días hasta recuperaros totalmente. Me placería mucho conocer más de vos, pues en verdad que me tenéis intrigado. La calma y el sosiego que inspiraba Don Matheo apaciguaron los ánimos de Pepe que, como hipnotizado, se dejó llevar hasta la casa principal, donde le recibió la más hermosa de las mujeres que sus ojos jamás habían visto.
Una vez hechas las presentaciones, se sentaron a la mesa. La cena fue deliciosa gracias a las buenas manos de Doña Blanca. Una vez finalizado el ágape, Don Matheo propuso tomar un té traído en una de sus naves desde ultramar. Situados cómodamente en torno al hogar, sorbo tras sorbo, Pepe tomaba consciencia de la cruda realidad que le rodeaba. Cada minuto que pasaba, le resultaba más evidente que allí no había gato encerrado, que aquello estaba sucediendo de verdad y que se encontraba sentado, al calor de una chimenea, en compañía de dos hombres del pasado.
Don Matheo, le sacó de su ensoñación, inquiriéndole suavemente.
–¿De dónde sois joven?
–Hasta donde recuerdo, de una ciudad llamada Madrid, aunque actualmente vivo en Barcelona.
–¿Madrid decís? La verdad es que no deja de sorprendernos que procedáis de la Villa y Corte. Más, por estos lares, no es cosa muy habitual ¿Dónde habéis estudiado estimado amigo Don Pepe?
–La verdad, señor, es que estudié en la Universidad Complutense de Madrid. Mi especialidad es la física cuántica y, desde el año dos mil diez, siglo XXI, formo parte del equipo de investigación del proyecto denominado «Sincrotrón Alva», situado en la comunidad catalana, muy cerca de la ciudad de Barcelona –Pepe soltó todo eso sin despeinarse mientras los ojos de Don Matheo y de Joaquín parecían escudriñarle como si estuviera enfermo y desvalido, lo cual no estaba muy lejos de ser cierto–. Hace poco más de una hora, yo estaba trabajando como todos los días en mi laboratorio cuando, de repente, aparecí en su establo. Estoy tan perplejo como ustedes ante los hechos acontecidos. Me siento como si alguien estuviera gastándome una broma pesada, y créame que estoy a punto de ponerme a llorar.
Don Matheo y Joaquín se miraron expectantes por unos segundos.
–Padre, creo que nuestro invitado aún padece ese mal que le aqueja. Quizá sería conveniente que se fuera a dormir; mañana, ya con la mente más despejada, recordará quién es, pues no creo en esa sarta de locuras que nos acaba de relatar –Joaquín apartó a su padre a un lado para decírselo en voz baja, intentando disimular ante su invitado su preocupación, cosa que no consiguió.
En ese momento, un extraño sonido, nunca oído antes por los presentes, excepto por Pepe, comenzó a sonar subiendo de volumen de forma escalonada. A Joaquín le pareció el canto de un ave desconocida y, sin dudarlo, preguntó a Pepe qué clase de animal llevaba en su extraño hato. Pepe tuvo que improvisar una respuesta, pero no mentiría a sus anfitriones. Después de todo, le habían tratado mucho mejor de lo que cabría esperar cuando no habían tenido por qué hacerlo; merecían su respeto. Otra cosa era cómo decirles que aquello que sonaba «era la alarma de aviso configurada en el IPhone, que guardaba en la mochila». Desconocía todo de aquella época. En cualquier caso, en el portátil, tenía descargado un archivo en PDF de una enciclopedia universal completa. Ya lo miraría con calma, aunque esperaba firmemente que lo que le había trasladado a ese sitio, fuera reversible; se tratara de lo que se tratase y más temprano que tarde.
–Antes de mostraros de qué se trata, debo asegurarme de que no os pondréis a gritar como poseídos. Entended que es algo inofensivo, que solo se trata de ciencia. Os repito que no es brujería ni nada que se le parezca. ¿Cuento al menos con su paciencia, Don Matheo? Lo mismo te digo, Joaquín, estoy seguro de que te fascinará.
Pepe volvió a coger la mochila y sacó el iPhone. Los dos anfitriones miraron curiosos el extraño artilugio. Don Matheo parecía recelar un poco. Pepe abrió el menú táctil, escogió la opción multimedia y eligió un vídeo familiar que tenía guardado del último cumpleaños que pasó con sus padres, ya fallecidos. Presionó el play, subió el volumen y… padre e hijo dieron un respingo asustados. Pasada la primera impresión, fueron acercándose lentamente. Dentro de aquel objeto había tres personas muy bajitas, pero perfectamente proporcionadas, y parecían vivos. Uno de ellos era Don Pepe.
–Pero, padre… ¿veis lo que yo veo? ¡Madre del amor hermoso! ¿Cómo es posible? –comentó Joaquín emocionado.
–Ese soy yo con mis padres, antes de que murieran en un accidente de…. ¿!carretas!?
–Mira, hijo, esto es harto sorprendente para nosotros –intervino Don Matheo–. No obstante, me temo que podría hacernos mucho daño. Debes guardarlo de nuevo en tu hato y no volver a mencionarlo nunca. Ahora, Joaquín te acompañará a tu cama.
–Padre –intervino Joaquín–, vaya usted a dormir, que yo aún tengo aún pendiente para mañana, los arreos del ordeño.
Cuando los dos jóvenes se quedaron a solas. Joaquín pidió a Pepe, ver de nuevo el aparato.
–¿Estás seguro de querer desobedecer a tu padre? Ya le has oído… Entonces, sea. ¡Este es mi chico, vas a alucinar!
–¿Aluci…qué? Interrogó Joaquín curioso.
Pepe sacó los auriculares de la mochila y los conectó al IPhone. De la lista de reproducción, eligió el tema de AC/DC Campanadas del infierno. Colocó los auriculares en los oídos de Joaquín y, seguidamente, presionó el play. Con la primera campanada, Joaquín puso los ojos en blanco y se quitó los auriculares asustado.
–¡Ja, ja, ja! Tranquilo, hermano, es sólo música –Pepe volvió a colocarle los auriculares, subió el volumen, y las notas hicieron el resto…
A la mañana siguiente, Joaquín irrumpió sin avisar en la pieza donde habían instalado a su invitado. Parecía nervioso.
–¿Que pasa Joaquín? –pregunto Pepe preocupado.
–La Guardia acaba de arrestar a mi padre –contestó un aturdido Joaquín.
–¿Arrestado? ¿Por qué? ¿Por quién?...
–Por el Tribunal del Santo oficio. Ya te dije que estaban de forma temporal en la villa.
–¿Y eso que significa?
–Mi padre es dueño junto con Don Victor de una pequeña flota de barcos dedicada al comercio. Eso representa un gran negocio.
–No te entiendo Joaquín, ¿qué tiene que ver eso con la Inquisición?, supongo que tendrá derecho a defenderse, ¿no?
–Es todo mentira. Un teatro realmente. Lo que buscan son las riquezas de mi familia. Eso significa mucho oro. ¿Entiendes?
–Algo podremos hacer, seguro –contestó Pepe convencido.
Pasaron tres días desde la detención de Don Matheo. Joaquín y Pepe ya habían investigado cómo entrar en el edificio y, el día señalado para el juicio, no faltaron a su cita con el tribunal inquisidor. Don Matheo colgaba aun de las cadenas. Inconsciente después del brutal tirón al que fue sometido en tormento. El Inquisidor volvía a tomar la palabra;.
–Ostenta la marca del diablo –argumentaba en ese momento -¿Acaso no es evidente?
Cuando Pepe oyó lo que el clérigo con pinta de vampiro había dicho, no lo dudó un momento. Sacó de la mochila su puntero láser y, en el momento en que el inquisidor pronunciaba enardecido su alegato levantando los brazos al cielo, un murmullo se levantó entre los presentes. No podían salir de su asombro. Una marca roja como la sangre, con forma de pentágono demoniaco, apareció sobre el rostro del clérigo, que no entendía muy bien la actitud de su audiencia.
–¡Demonio! -gritó alguien en la sala. El Inquisidor al oír la exclamación anónima pensó por un momento, que todo volvía a su cauce.
–¡Tiene la marca del diablo! –espetó una segunda voz. Todos los presentes le señalaban.
El religioso se llevó la mano derecha al rostro perplejo por lo que estaba sucediendo en un vano intento por cubrírselo. La marca pareció traspasar la carne para reaparecer a continuación en el dorso de la misma mano. El inquisidor también pudo verla e intentó desesperadamente quitársela de encima. Por un momento, esta desapareció y el clérigo suspiró con alivio, mas no tardó mucho en volver a reaparecer sobre su asustado rostro. Volvían a señalarle con el dedo…
Entonces fue cuando comenzó a vibrar la tierra…..
La familia de Don Matheo, emigró a costas británicas, sobreviviendo al trance. Con mucho pesar, no pudieron despedirse de Don Pepe, que había desaparecido de la misma forma que llegó. Una nota escondida en la Biblia de Don Matheo, es todo lo que quedó del joven. Contenía un dibujo de una brújula, pero con unas mejores sustanciales, que las que correspondían para tal instrumento en aquella época, pues la inestabilidad de las mismas en esas fechas, hacían imposible su uso para la navegación. Ahora, los barcos de Don Matheo navegarían de forma más eficaz y segura que la competencia. A Pepe, no se le ocurrió nada más útil para el negocio de Don Matheo…FIN
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Isma
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Isma »

La situación inicial me desconcierta. Está bien, creo que ese era su propósito; pero no me queda claro dónde están Pepe y Joaquín. No ayudan algunos nombres generalistas -por ejemplo, se repite varias veces la palabra "todo"- y algunas de las conclusiones poco fundadas -¿cómo sabe Pepe que los objetos que desaparecen en el laboratorio golpean a personas de épocas pasadas?

El interludio en el que se cuenta la historia de don Matheo se interpone justo cuando estoy empezando a coger el ritmo a la primera parte. La descripción del funcionamiento de la Santa Inquisición me parece tópico y adelantado. Seguro que en su momento los sufridores no lo veían con la claridad con que lo podemos analizar ahora.

El segundo interludio... tenemos al clásico viajero en el tiempo, adaptado a las tecnologías actuales... al parecer viaja con el portátil "debajo del brazo"... el momento temporal es anterior al apresamiento de don Matheo, parece ser... es llevado hasta la casa, donde encuentra una bella mujer que aparece y desaparece de escena... comienzan a charlar y se nombra a Madrid como Villa y Corte, aunque sólo fue capital en 1561...

En fin. Se me ha atragantado. A veces me pasa y es culpa mía. Este cuento narra una fantasía que todos hemos tenido, el de ver con nuestros propios ojos un hecho pasado, el nefasto tribunal de la Inquisición, y en ese sentido es agradecido de leer, como un deseo que tenemos y que se cumple. Pero le falta detalle, le falta novedad, y le falta un final.
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Ororo
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Ororo »

Al principio me ha parecido bien estructurado, correcto, con buena dosificación de información. Te mantiene en vilo el salto que da del futuro terremoto a momentos anteriores. Me ha parecido que está bastante bien escrito.

Sin embargo, llega un punto, el de la aparición de Pepe en concreto, en que he perdido el interés, cuando debería haberlo ganado. La estampa del juicio de los inquisidores está bastante vista y tal y como está desarrollada, la convierte en poco emocionante.
Lo mismo que la aparición de Pepe. No causa el sobresalto que debería, no se le ha sacado todo el partido. Las reacciones de los personajes no resultan creíbles. Creo, por ejemplo, que Joaquín y su padre deberían haberse escandalizado mucho más de la aparición repentina de un tipo que habla raro y lleva un iPhone.

La historia acaba de forma muy rápida en comparación a la distensión de las primeras páginas y quedan muchos cabos sueltos.

Además, Pepe tiene problemas. Pepe es un científico especialista en física cuántica y, milagrosamente, aparece en otra época, pero en lugar de recapacitar sobre lo que ha ocurrido o entablar conversación con la gente que se encuentra de una manera similar a la suya, no para de hablar lo más “modernamente” que puede, generando más confusión de la que debiera un investigador de ese tipo. No veo que su forma de actuar concuerde con la de un físico cuántico.

El relato se cae. Es la sensación que me ha dejado.
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Tanisfer
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Tanisfer »

Un buen cuento, pero me ha dejado un sabor agridulce en la boca. La ambientación histórica esta muy bien lograda (y eso yo, como historiador frustrado, es algo que valoro bastante), y se describen muy bien las prácticas inquisitoriales. Sin embargo, y pese a ello, el relato presenta ciertos fallos básicos: hay demasiados hilos abiertos que quedan sin cerrar; el final peca de apresurado en exceso; los diálogos no siempre mantienen el mimo nivel, ni el mismo registro, ni la misma formalidad (me extrañó, por ejemplo que Don Matheo emplee un vocabulario más cuidado para dirigirse a su hijo que para hacerlo con su socio o con los miembros del tribunal); no se explica como ha llegado el viajero en el tiempo, ni cómo ni por qué se va, etc.
En definitiva, me ha parecido un cuento entretenido pero sin pretensiones; creo que hubiera podido aspirar a mucho más, pero su autor/a se vio con la fecha límite en el cuello, y lo mismo debe haberle ocurrido con el límite de las páginas, porque sino no se explica como tanto desarrollo puede ser rematado en un pequeño párrafo casi inicuo.
De todos modos autor/a, te felicito por tu trabajo.
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Ismael González
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Ismael González »

Situaciones interesantes, en especial la escena inquisitorial, pero el relato me ha resultado algo confuso en su desarrollo. No digo que los saltos de escena sean un error, sino que a veces han hecho que me pierda en la lectura. Pienso que esto se debe, mayormente, a copiar el relato en el mismo foro; los espacios son insuficientes, las líneas muy largas… Sin importancia.

Otra cosa es el final. Puede que sea mi culpa, no lo sé, pero tengo un lío enorme en la cabeza. Supongo que
Pepe escondió la nota en la noche del encuentro con Joaquín y su padre, ¿verdad? Además, si tal como empieza la narración el mundo parece venirse abajo y, de nuevo supongo, esto marca el viaje de vuelta de Pepe, ¿por qué durante su aparición, que en esencia es el mismo proceso, tan solo “los animales se mostraban inquietos” y “todo comenzó a girar por los aires de forma descontrolada”? ¿El edificio entero viajó al siglo XXI?
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elultimo
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por elultimo »

Un relato que mezcla mis dos géneros "favoritos" la historia y la ciencia ficción... A su favor diré que el planteamiento inicial me ha gustado (joder, si es que soy un blando) con esa incertidumbre que crea, pero después termina aburriéndome. Además, faltan hasta signos de interrogación... :noooo:
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andres451
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por andres451 »

Se nota que el autor sabe mucho de religión, al menos me dejó esa impresión por el vocabulario, el cual, además, se adecua muy bien al que usaban en el año 1500 y al que se usa hoy en día. Me gustó la mezcla de tiempos y la eterna ciencia/fe.
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Yuyu
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Yuyu »

Me ha gustado pero me parece que está mal enlazado y también hay cosas que me sobran, como la conversación de los socios tomando el té que me hubiera gustado más resumida, y hay cosas que me faltan como de donde venía Pepe y por qué. Felicidades por la creación!!! :60: :hola:
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Tadeus Nim
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Tadeus Nim »

No me ha gustado. El comportamiento del que viene del futuro lo veo poco natural. El año en el que trascurre la historia no es correcto. Madrid, en el año 1500, no era ni villa ni corte. No se si se podría pasar a una época posterior (lo mismo a finales del XVI los conversos no estaban tan en la picota) o eliminar la referencia a Madrid que aporta poco. Que me perdone el autor pero a mi entender, en la ciencia ficción, si algo es imprescindible por tratar los temas, digamos, de una manera poco ortodoxa es rigor. Y un especializado en física cuántica que trabaja "fabricando" micro agujeros negros que ya ha lanzado cosas a otras épocas se da cuenta mucho antes de la situación. Y es cauto al mostrar tecnología del futuro. O debería serlo. O podría ser un punto de partida de una historia mas grande y con mucho potencial.

Dicho esto con todo el cariño y el aprecio a un trabajo bien hecho. :60:
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moskita
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por moskita »

Algunas partes las he disfrutado mucho, y me gusta la forma de narrar la historia, dando saltos en el tiempo. Solo que creo que algunas partes no se han sabido llevar bien y crean confusión. Por ejemplo, al principio hay un momento en que el narrador se centra en Joaquín y luego en Pepe, sin que haya constancia del cambio de enfoque. Además el final es muy precipitado, le falta más desarrollo.
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Desierto
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Desierto »

No está mal pero peca de dos fallo importantes a mi entender: un arranque algo más confuso de lo digerible (imagino que intención explícita del autor, pero quizá demasiado, cuesta situarse) y graves fallos de documentación histórica como la mencionada capitalidad de Madrid o el té, que no llega a Europa hasta el S.XXVII. Esos detalles hacen que pierdas el hilo, que te concentres más en ellos que en la historia en sí.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Isma »

Desierto escribió:[...] o el té, que no llega a Europa hasta el S.XXVII.
Oye, yo he tomado té incluso en el siglo XX... :lol:
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RAOUL
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por RAOUL »

El relato empieza con el clímax, se interrumpe para dar cuenta demasiado por extenso de unos prolegómenos innecesarios. Cuando llega al final es como si tropezara en el hueco dejado por un escalón vacío que se ha puesto al principio y el relato cae bruscamente en el feliz epílogo. En fin, a mí la estructura no me convence. A lo mejor hubiera ganado con una más convencional, lineal.
En la escritura hay trabajo y esfuerzo y algunos buenos momentos. A mí no me ha gustado, pero eso creo que no se puede negar.
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jilguero
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por jilguero »

No tengo grandes objeciones a este relato, salvo quizás que está escrito con exceso de palabras, dando detalles no siempre necesarios. Pero lógicamente esto es opinable. Pero el principal problema es que Jilguero no ha conectado bien con la trama. La mezcla de historia y ciencia ficción (no demasiado original) no está entre sus temas favoritos y por eso le ha costado llegar hasta el final. Resumiendo, no le pongo grandes objeciones al relato pero reconozco que no conecto con el tema y eso hace que me lo haya leído sin excesivo interés. :oops: Cuestión de gustos. :60:


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El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Peloponesa
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Re: CPVIII Anomalía

Mensaje por Peloponesa »

Bueno, me estreno comentando este relato que mezcla historia y ciencia ficción al más puro estilo "Rescate en el tiempo" de Chrichton. En general me ha gustado, encuentro que el estilo es muy correcto y me parece original lo de presentar la historia en escenas desordenadas. El lenguaje de los personajes antiguos está bien cuidado y hace creíble la época.
En contra: pues coincido con lo que decían por ahí de que Pepe es demasiado moderno, muy a lo Marty McFly. Incluso el narrador lo es cuando interviene entre sus frases ("Pepe alucinaba) Pero, a mi juicio, lo peor del relato es el final,resulta demasiado abrupto y breve dada la longitud y detalle de la historia, y ni siquiera nos explica la escena inicial ni por qué Pepe y Joaquín se encontraban exactamente en ese punto. No hay una continuidad entre el remate y el principio, y eso me parece básico para un relato que empieza con la escena final.
De todas maneras, insisto en que me ha gustado leerlo. Me ha resultado entretenido y mantiene bien la tensión aunque se desinfle al final.
Gracias al autor por su trabajo!
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