CP IX - La maldición - Gavalia

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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CP IX - La maldición - Gavalia

Mensaje por julia »

La maldición

Pedro y Ana corrían por el lóbrego pasillo situado en la planta superior de la mansión en la que se encontraban. Algo les perseguía, y ese algo tenía hambre, un hambre milenaria que acababa de despertar en el interior de la casona. Tropezaban con todo lo que encontraban a su paso ante la urgencia de su huida dada la escasa luz y la adrenalina que inundaba sus corazones generada por un profundo miedo. El frío que reinaba en la atmósfera de la vieja casa era cada vez más intenso. No era el propio de la estación invernal en la que se encontraban. Se trataba de algo distinto, algo sobrenatural, denso, asfixiante e impregnado de un fuerte olor a podrido.
Pedro sujetaba la mano de Ana y tiraba desesperadamente de ella intentando ganar distancia de aquella cosa que los perseguía. Se estaban acercando a la gran escalera por la que habían subido poco antes y que desembocaba en la enorme pieza que hacía de recibidor de la mansión. El frío aumentaba a medida que ambos avanzaban en busca de la salida. Pedro pisó el primer escalón, y este se hundió de forma inesperada. Ana no le soltó ni por un momento y aguantó el tirón, no quería perderlo por nada del mundo, pero finalmente los dos terminaron rodando por la vieja escalera de madera para terminar desmadejados en el rellano principal. Ambos yacieron inertes durante unos segundos hasta que Pedro se sobrepuso como pudo e intentó levantarse sin demasiada confianza en su propio equilibrio. Todavía un poco aturdido y magullado se interesó por el estado de Ana.
¡Ana! ¿te encuentras bien? la aludida parecía estar inconsciente y no respondía.
Lo que les acechaba se encontraba ya muy cerca de ellos. Pedro podía oír con claridad cómo la madera de la escalera crujía a medida que aquella maligna presencia avanzaba. Los quejidos de los peldaños se sumaban a un rumor grave y áspero a modo de plegaria que evocaba algo muy antiguo, primigenio y maligno: «Terorea sa vedem, terorea sa vedem...». Flotaba en el aire y martilleaba sobre el cerebro de Pedro una y otra vez, «Terorea sa vedem, terorea sa vedem...», obligándole a recordar. Hizo un esfuerzo para quitarse esa sensación de la cabeza y cargó como pudo con el cuerpo de Ana sobre su hombro, apresurándose hacia la salida y rogando a Dios para que la puerta siguiera abierta. Giró el pomo y empujó con todo su peso para abrirla, pero no cedió ni un milímetro a pesar del añadido extra que suponía el cuerpo inconsciente de Ana. Se encontraba cerrada a cal y canto, y alguien se reía a carcajadas al otro lado. La voz que las producía no era desconocida para Pedro, aunque ya no rogaba, y menos aún suplicaba…
En ese momento de impotencia, magullado y extenuado por la carrera, dejó a su compañera en el suelo apoyada sobre la puerta y, de nuevo, se vio invadido por las imágenes que generaba su memoria. Era como si algo o alguien le hiciera evocarlas, quizá era su propio miedo ante el sorpresivo convencimiento de que era real lo que estaba sucediendo. Recordó, abrumado por lo que estaba pasando, lo ocurrido esa misma mañana en el despacho de la entidad bancaria en la que trabajaba con Ana desde hacía más de cinco años.
Pedro dirigía la sección de control de recibos inmobiliarios impagados y, aunque no era una labor grata, ese era su cometido al fin y al cabo. No le quedaba más remedio que aceptarlo y lidiar diariamente con los morosos de turno. La verdad era que el número de impagados había crecido de forma exponencial en los últimos dos años. La política de cobros del banco en ese sentido se había endurecido en extremo, y Pedro sabía que su margen de actuación era mínimo a la hora de renegociar deudas en su departamento. No todos los casos eran iguales, algunos de sus deudores habían sido y seguían siendo estupendos clientes además de buenos pagadores y mejores personas. Sin embargo, la crisis había hecho estragos en el seno de innumerables familias colocándolas en una posición muy difícil y hasta trágica en muchos casos. Pedro no podía ser inmune a tanta calamidad amontonada a su alrededor, pero los accionistas querían resultados de cualquier forma, y se adoptaron medidas muy duras. No podía hacer otra cosa que seguir las normas que la dirección le imponía y, a pesar de que sabía mejor que nadie con qué clientes podría hacerse una excepción, la política impuesta por el banco reducía a cero su margen de maniobra.
La señora doña Prokova Lanistaf Drakonia había entrado en las oficinas de la entidad bancaria esa misma mañana; era una inmigrante rumana sexagenaria establecida en España desde hacía más de diez años. Había llegado a Madrid procedente de una remota región de Rumanía. Su aspecto transmitía cierto halo aristocrático que rayaba en lo gótico gracias a su propia delgadez y al atuendo: un antiguo vestido de color negro con frunces de terciopelo rojo que debió de ser bastante exclusivo en sus mejores días. La angulosa cabeza de la dama se adornaba con un moño recogido y tenso del que no escapaba ni una sola hebra de su canosa cabellera. Siempre la acompañaba un enorme gato negro como el ala de un cuervo, que solía llevar entre sus brazos como si de un niño de pecho se tratara. El rostro de la anciana, ajado por los años, estaba surcado por multitud de líneas de expresión que conformaban cientos de arrugas. Éstas se entrecruzaban unas con otras otorgándole una expresión acartonada y seca que contrastaba con el vivo e intenso color azul de sus pupilas, las cuales daban la impresión de taladrar a todo aquel a quien miraran; al menos, eso le pareció en aquel momento a Pedro.
La señora Lanistaf era titular de una hipoteca a la que estaba haciendo frente durante los últimos meses con muchas dificultades. Los pocos recursos económicos de los qué, al parecer disponía, solo le alcanzaban para lo más básico. Prokova rogó, lloró, suplicó e incluso se arrodilló ante Pedro para que el expediente de embargo iniciado a comienzos del mes anterior fuera paralizado hasta que ella pudiera solventar la situación. Siempre había abonado la letra mensual sin retraso alguno, y estaba segura de que tendrían en cuenta eso en el banco. No obstante, ya eran cuatro los plazos acumulados y pendientes de abono.
Pedro explicó como mejor pudo a la señora Lanistaf cuál era la situación, y le dijo que sus manos estaban atadas debido a las directrices marcadas por la entidad. Le sugirió la posibilidad de pagar al menos dos mensualidades de las cuatro pendientes. De ese modo, podría intentar llevar su caso a la central y con algo de suerte paralizar el embargo durante un tiempo; como mínimo, el suficiente para que la anciana consiguiera nuevos ingresos con los que hacer frente al resto de la deuda.
La señora Lanistaf cambió el gesto ante su negativa, su mirada de abuela necesitada se transformó de repente en algo muy distinto, amenazante pensó Pedro. Prokova exigió indignada de nuevo la revisión de su caso con la promesa de solventar la deuda en un breve plazo. Estaba esperando la llegada de un ingreso procedente de su familia en Rumanía; desgraciadamente, solo tenía su palabra como aval. Se arrodilló frente a Pedro una vez más y le imploró piedad, más Pedro insistió en que no podía hacer nada al respecto. A continuación la señora Lanistaf, se quitó un anillo que debía de ser muy antiguo y se lo ofreció con lágrimas en los ojos como garantía. Le aseguró que había pertenecido a su familia durante generaciones, y tenía un gran valor según ella; era muy antiguo, tanto como la estirpe a la que pertenecía ella misma. Pedro, avergonzado por la situación, le pidió encarecidamente que se levantara asiéndola por un brazo para ayudarla a incorporarse y acompañarla a la salida. Ella metió el anillo en el bolsillo de su americana sin que él se diera cuenta. En ese momento, Pedro trastabilló con la alfombra del despacho e, involuntariamente, cargó su peso contra la señora Prokova haciéndola caer al suelo. A ojos de cualquiera que pudiera haber visto la escena, hubiera parecido que había intentado quitársela de encima de malas maneras.
Lo que se revolvió ante Pedro ya no era una anciana desvalida. Se quedó helado ante aquellas pupilas que le miraban desde la profundidad de un abismo azul que parecía traspasar el tiempo. Algo fuera de lo común estaba ocurriendo. Prokova tuvo una convulsión y se enderezó por la cintura como si de un títere accionado por la mano del artista se tratara. Seguidamente, su desdentada boca se abrió y de ella brotó una secuencia de palabras que parecían formar una especie de plegaria:
—«Terorea sa vedem, terorea sa vedem»«Terorea sa vedem, terorea sa vedem»….«que se cumpla lo que está escrito».…«manifiéstate… yo Drakonia te lo exijo»…
Para sorpresa de Pedro y de Ana que acababa de entrar en ese momento en el despacho alarmada por los gritos y lamentos que podían escucharse desde el otro lado de la puerta Prokova maldijo y escupió a Pedro desde el suelo y, a continuación incorporándose con una agilidad impropia de una anciana, se encaminó a la salida con el enorme gato encaramado de nuevo entre sus brazos. Antes de salir, se volvió bruscamente más bien fue su cuello lo que giró de forma antinatural y repitió con voz grave e impregnada con algo que a Pedro le pareció de una profunda maldad:
«Drakonia lo ordena»
Sus pupilas habían cambiado de color, y en ese momento refulgían como si fueran ascuas al rojo vivo mientras una risa demoníaca reverberaba en el despacho…
Pedro salió de su abstracción cuando, de nuevo, escuchó aquel maligno rumor adueñándose poco a poco de la casona.
«Teroreaaaa sa vedemmm, teroreaaaa sa vedemmm» Los oídos de Pedro no soportaban aquel murmullo cada vez más intenso, cada vez más presente, cada vez más real.
¡Abran la puerta! ¡Socorro! ¡Abran por lo que Dios más quiera!
Pedro se desgañitaba ante las dos enormes hojas de madera de la puerta y sentía cómo aquello que les perseguía se acercaba cada vez más y más. El olor a podredumbre le hizo llevarse la mano a la nariz para protegerse de tal repugnancia. La temperatura descendió hasta tal grado, que los jadeos de Pedro se condensaban en el aire. La presencia comenzó a tomar forma ante ellos. Se elevó por encima de ambos como una nube de color negro que, poco a poco, fue adquiriendo un contorno impreciso. Pedro sentía en sus entrañas con cada respiración que el frío le invadía rasgándolo por dentro como una sierra, algo intentaba poseerle, algo que lo rompía desde dentro y que anulaba su pensamiento con una última imagen. Prokova Lanistaf Drakonia, le saludaba desde el infierno.
Dos días después……
Una ráfaga de olor a podrido les azotó los sentidos en cuanto se abrió una de las hojas de la gran puerta. Con más recelo que precaución, los tres se introdujeron en la casona en busca de Pedro y de Ana.
¡Pedro! ¡Ana! ¿Estáis por aquí, chicos? –preguntó Matías al oscuro vacío del fondo de la sala donde se encontraban. Avanzaban con cuidado a través de la espesa bruma que se adueñaba de la casa dirigiéndose hacia el recodo donde estaba la escalera principal. La luz era escasa en esa zona.
Paco y Berta, que eran pareja y acompañaban a Matías, no se separaban ni un centímetro el uno del otro. Paco notó que sus zapatos pisaban sobre algo pegajoso, intentó apartarse de la inmundicia con cara de asco y, sin esperarlo, resbaló arrastrando consigo a Berta. Ambos quedaron despatarrados en el suelo y rodeados de la viscosidad que habían estado pisando.
Chicos, ¿estáis bien? –inquirió Matías sobresaltado por el estruendo de la caída.
Sí, tranquilo, sólo hemos resbalado. ¡No se ve ni un pimiento, joder! espetó Paco bastante molesto por la pringue que sentía tanto en el trasero como entre los dedos de las manos. ¿Estás bien, Berta? –preguntó a la forma encogida que permanecía junto a él en una zona donde la oscuridad era menos intensa y le permitía con dificultad ver su contorno. Berta no respondía, aunque consciente, algo le atenazaba las cuerdas vocales, y únicamente pudo emitir un barboteo que nada significaba a los oídos de Paco. Sin esperar más, éste sacó su encendedor del bolsillo e intentó accionarlo. Sin embargo, la llama se apagaba una y otra vez después de iniciada la combustión; era como si algo o alguien soplara para apagarla cada vez que él intentaba encenderla.

¡Matías! ¡Ya vale, tío! Deja de hacerte el gracioso y ayúdame a buscar las ventanas –Paco reprendió a Matías creyendo que su amigo era el responsable de la broma.
«El asunto no es para reírse», pensó Paco enfadado. Pedro y Ana llevaban dos días sin aparecer por casa ni por el trabajo. Paco había preguntado en el banco en el que ambos trabajaban por si sabían algo de ellos, quizá los habían enviado a alguna de esas reuniones o convenciones que se celebraban de vez en cuando en la entidad, pero allí tampoco sabían nada. Cuando a Paco no le quedó más remedio que marcharse sin información alguna que pudiera orientarle sobre el paradero de Pedro y Ana, alguien le salió al paso; se trataba de María, la recepcionista.
¡Hola! soy María. Me han dicho que buscas a Pedro y a Ana. Acabo de entrar en mi turno de trabajo y mi compañera me ha informado. Verás, no sé si será importante, pero el día de la desaparición pasó algo muy extraño con un cliente. Te lo digo porque, después de lo sucedido, Pedro y Ana salieron corriendo tras ella. Era una mujer; mejor dicho, una anciana. No sé si llegaron a alcanzarla, pero podría darte su dirección si quieres comprobarla. La verdad es que todos estamos muy preocupados por ellos.
Paco comprobó la dirección en Internet y, seguidamente, metió los datos de la señora Prokova en la base de datos del Registro Central Civil, que era donde trabajaba diariamente como funcionario. Lo que encontró le preocupó más que tranquilizarle: la tal Prokova había pedido asilo político a las autoridades españolas. No constaban las causas concretas de la petición, y debería acceder al ordenador principal del Ministerio del Interior para comprobar ese extremo. Lamentablemente, no le estaba permitido hacerlo, la alarma de acceso no autorizado saltaría y tendría muchos problemas si lo intentaba. Sin embargo, un informe sobre el perfil de la señora Lanistaf Drakonia, Prokova, estaba adosado al archivo de petición. Según el mismo, parecía estar relacionada con un grupo investigado por las autoridades rumanas sospechoso de ser una secta posiblemente involucrada en abusos de menores y rituales ocultistas, pero no pudieron probarlo. Además, Prokova había estado sometida a la vigilancia de la justicia rumana a instancias, y esto era lo más curioso del caso, de la Santa Sede.
La voz de Matías le sacó de sus pensamientos….
No sé qué dices, Paco. Justo ahora estoy al lado de una ventana y voy a abrirla –su voz sonaba lejana, y Paco no supo qué pensar del asunto de la llama; probablemente hubiese sido una simple corriente de aire.
Matías desplazó hacia un lado lo que parecían unas grandes cortinas. Detrás de estas, unas inmensas láminas de madera cubrían un gran ventanal cerrado a cal y canto.
¡Vaya, pues sí que estamos jodidos! ¡No veo ni un pijo! Creo que Pedro y Ana no se encuentran aquí, y no me gusta un pelo el frío que hace en este caserón comentó Matías sin dejar de dar vueltas en su cabeza a la desaparición de sus amigos.
Según Paco, ambos salieron corriendo detrás de la tal Prokova, y no se supo más de ellos desde entonces. Quizá se habían escapado juntos en plan viaje romántico y dentro de unos días aparecerían diciendo que se habían casado o algo parecido. Llevaban tiempo mareando la perdiz entre ellos, y no sería extraño, por tanto, que eso sucediera. Sin embargo, conociendo a Pedro, tan escrupuloso y formal donde los hubiera... como que un asunto así no le cuadraba demasiado. «¿Qué habrá pasado realmente con esos dos?», se preguntaba una y otra vez.
Mañana del día de la desaparición….
Después de lo sucedido con la extraña cliente, Pedro y Ana se encontraban juntos en el despacho intentando asimilar lo sucedido y sobreponiéndose lo mejor que podían al nerviosismo que los atenazaba. Hablaron unos minutos sobre el comportamiento de la señora Lanistaf, y él, intimidado y asustado, preguntó a Ana si había visto lo mismo que él: el espasmo, la mirada, el giro antinatural del cuello...
Posiblemente me llames chiflado, Ana, pero creo que esa mujer... No sé explicarlo, parecía... Bueno, entiéndeme, jamás había presenciado algo así. Era como...
Una bruja, quieres decir como una bruja respondió Ana, una de esas que sale en las historias de terror. Comen niños, hacen hechizos alrededor de un caldero, abracadabra y tal y tal... ya sabes.
Pero, Ana, eso son cuentos para niños. ¿Cómo podría ser verdad tal disparate? Los fantasmas, las brujas, el hombre del saco... Esas cosas no existen Ana, se inventaron para que los críos se fueran a la cama pronto, ¡joder!
Creo que deberíamos seguirla. Esas palabras que ha dicho aún retumban en mi cabeza. Las siento martilleando dentro de mí, y me están sacando de quicio. Creo que era una especie de maldición o algo similar, créeme, y ha intentado arrojarla sobre nosotros argumentó Ana.
¿A qué te refieres? inquirió Paco más que preocupado por su comentario.

Verás, sabes que me gradué en Antropología por la Autónoma independientemente de que ahora me dedique a algo muy diferente. Siempre me gustó el estudio integral del ser humano en sus diferentes esferas. Lo cierto es que, durante la carrera, tuve la oportunidad de viajar a Centroeuropa gracias a una beca Erasmus y, una vez allí…. bueno, se me presentó la ocasión de investigar en la biblioteca de Alba Lulia, capital de la región de Transilvania, unos documentos muy antiguos relacionados con la familia Drako. Eran unos terratenientes de la época medieval con una oscura historia de asesinatos, luchas intestinas y ocultismo a sus espaldas. Pues bien, había todo un capítulo dedicado a las maldiciones y a las antiguas tradiciones ocultistas de la zona de los montes Cárpatos en uno de aquellos viejos pergaminos, y recuerdo perfectamente que una de esas terribles maldiciones contenía la palabra «terorea» cuya traducción podría ser la llegada del terror o algo parecido. Si no entendí mal, es una de las que Prokova pronunció cuando se dirigió a nosotros de aquella extraña forma. Si a eso le unes el hecho de que fuimos testigos presenciales de.... bueno de eso que hizo, yo... Creo que me estoy volviendo loca. Si no supiera lo que sé, quizá no me habría impresionado tanto. Parecía un demonio, Pedro; nadie puede hacer eso que ella hizo con el cuello y seguir respirando después. Sin embargo, algo me tranquiliza un poco.
Ana dejó de hablar durante unos segundos dejando la cuestión en el aire. Supuso que si Pedro le preguntaba qué era lo que la tranquilizaba y ella le contestaba, la tomaría por una enajenada mental a la que habría que encerrar de inmediato. No obstante, ya lo había dicho y la pregunta no tardaría en llegar.
¿Qué te tranquiliza? preguntó Pedro de inmediato deseando ser partícipe de esa tranquilidad que él no encontraba.
Se trata de la maldición. Es necesario un objeto de poder muy concreto para que se cumpla, una especie de fetiche maligno que es el vínculo mágico que la bruja utiliza para que funcione el oscuro sortilegio. Ahora bien, debe ser ofrecido primero y, después, aceptado por la víctima.
¡Dios mío, el anillo! –la cara de Pedro palideció todavía más.
¿Qué quieres decir? –inquirió Ana muy asustada. ¿De qué anillo hablas?
Ella me ofreció un anillo como garantía para que intentara paralizar el embargo de su casa, pero tranquila, ni siquiera llegué a tocarlo.
¿Lo aceptaste? Ana volvió a preguntar más alarmada por momentos.
Bueno, no lo acepté. Estoy seguro de eso, aunque tampoco recuerdo haberle dicho que no.
Pedro no hacía más que preguntarse adónde había ido a parar el anillo que Prokova se había quitado y, posteriormente, le había ofrecido. Todo era muy confuso, y no se acordaba bien de los detalles. Nervioso, se echó mano a los bolsillos de la americana buscando la cajetilla de tabaco y encontró algo frío y de tacto metálico en uno de ellos. Lo sacó de inmediato y lo mostró sobre la palma de su mano. Se trataba de un anillo de oro con un rubí engastado con forma de dragón.
Ana pegó un grito cuando vio brillar en la palma de la mano de Pedro aquel fatídico objeto.
Tenemos que devolverlo a su dueña, Pedro. Parece una locura, pero es la única posibilidad que nos queda. Yo tampoco creo en estas cosas, pero son demasiadas coincidencias seguidamente, ambos salieron corriendo en busca de Prokova Lanistaf Drakonia…
Berta continuaba aovillada en el suelo sin poder separar su mirada de un punto muy concreto. Lo estaba mirando muda por el miedo y fascinada por el horror que la rodeaba.
A su lado, en un gran charco de sangre, yacían los cadáveres de Pedro y Ana. Sus cuerpos parecían estar reventados, como si hubieran explotado por dentro y, como si de un macabro ritual se hubiera tratado, órganos y extremidades estaban intercambiados. Pedro tenía sobre su pecho la cabeza de Ana, cuyo tronco se encontraba separado y apoyado en lo que debiera ser la cintura de Pedro, al que le faltaba todo el tren inferior. Los intestinos de ambos adornaban el suelo bañados en una papilla de fuerte olor producto de los ácidos digestivos de sus estómagos. Había algo más. Parecía metálico, una especie de anillo que reposaba en la palma de una mano cercenada como si lo estuvieran ofreciendo y que resplandeció como si tuviera luz propia cuando Paco consiguió por fin encender el mechero. Berta salió de su abstracción, lo cogió como hipnotizada y sin saber bien por qué, introdujo en él su propio dedo. De repente, el portón de la casa retumbó como un trueno al cerrarse y un extraño rumor se adueñó de la casona. «Terorea sa vedem, terorea sa vedem...»«Terorea sa vedem, terorea sa vedem...».
FIN
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doctorkauffman
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por doctorkauffman »

Pues empieza muy bien este cuento, pero en cuanto la señora rumana se desenmascara ya pierde fuelle.
se hace largo y tiene partes inconexas; es decir, que no sé bien dónde están los amigos y dónde están pedro y ana.
no me gustó que fuera un anillo; siempre tiene que ser un anillo. ¿no puede ser un collar o unos cuchillos mágicos?
Me ha gustado mucho la idea de usar la situación actual de los bancos y los desahucios para introducir la historia.

si trabajas cada una de esas partes y no desvelas tan pronto a la rumana creo que tendrías una buena historia entre manos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Me encantó el comienzo. Nos metes de lleno en la acción y me ha parecido que tenía mucho ritmo.

Que Ana curiosamente haya cursado Antropología y viajado a Transilvania... bueno, ya sabes.

Hay una peli muy parecida, también de una gitana a la que la prota no ayuda. Algo como Arrástrame al infierno o parecido.

Aún así ha sido un placer leerlo. Suerte.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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prófugo
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por prófugo »

:hola:

Estimado(a) autor(a) ..me ha atrapado tu criatura...tiene un estilo a lo Stephen King que me encanta ...y ni hablar del anillo que el mismísimo Golum lo quisiera para él como su "Tesoro" :twisted:
nivelazo...un híbrido entre Tito King y Tolkien :cunao:
Has logrado una buena ambientación donde es fácil meterse en "escena" y la historia del amenazante desahucio a la "señora" rumana logró enganchar por completo mi atención :lista:

Quizás el texto este algo recargado con muchos diálogos sucesivos..pero comprendo que es necesario para desarrollar la trama hasta darle un final donde se aclare el asunto :wink:

Enhorabuena...tienes muy buen nivel literario...y sin duda, gran imaginación ...se me hizo muy placentero disfrutar de tu criatura :D

:60:
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Yuyu
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Yuyu »

Muy entretenido, mucho ritmo. Te regodeas mucho en las vísceras para mi gusto, malvadete, pero bien. Buen relato. :60: :hola:
Ronda de noche. Mundodisco 29. Terry pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
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jilguero
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por jilguero »

:164nyu: :chupete:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Sinkim
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado mucho esta historia aunque como bien ha dicho Tolomew recuerda bastante a la película Arrástrame al infierno :D

Lo que más me ha gustado es el final y el hecho de que la maldición siga activa y se cebe con todo aquel que se ponga el anillo :twisted: :twisted: Además la idea da para una saga de películas :D :D Y ya el puntazo sería que alguna vez el anillo fuera usado en la celebración de una boda, "Con este anillo yo te desposo... "Terorea sa vedem, terorea sa vedem..." :twisted: :twisted: :cunao: :cunao:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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albatross
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por albatross »

Me ha gustado.
He pasado un buen rato al estilo de un niño a quien cuentan un cuento en Halloween.
La historia me ha atrapado desde el principio, no se me ha hecho larga :twisted: y me gusta la simplicidad y la falta de pretensiones de una narrativa honesta, correcta, clara y fluida.
A falta de algunos por leer, está en mi top ten.
Además creo reconocer la
"aovillada"
autoría.
Enhorabuena.
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Isma
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CP IX - La maldición

Mensaje por Isma »

Me mata el momento en que se revela que Pedro dirigía la sección de control de recibos inmobiliarios impagados. Me mata; dejamos de estar inmersos en el agobio de la persecución, rescatados por el imparcial (y benévolo) narrador en tercera persona, majo él. Encima, cualquier atisbo de terror se disipa bajo la fría luz de la realidad bancaria. Es como si te dijeran que te van a dar jamón y luego te ofrecen chope.

(Según voy haciendo el comentario, me voy dando cuenta de que este va a ser mi relato atragantado de cada edición. Lo siento mucho, autor.)

En fin, siguiendo. El tono del relato, rico en adjetivos, creo que no debe ser similar en las dos escenas. Es... mmm... el estilo del autor, no de la historia en cada momento. No sé si me explico. Se dan detalles innecesarios y arriesgados: ¿el ordenador principal del ministerio del interior? ¿Consiguen descubrir que la tal señora está en el punto de mira de la santa sede? ¿Ana se matriculó en Antropología? ¿Y por la Autónoma?

Me ha quedado un comentario muy duro, pero quería explicar porqué no me ha gustado. En base a esas cosas puedo sugerir otras, con la esperanza de aportar algo positivo. Por ejemplo; separar estilos. Que sea frenético el del interior de la casa, más pausado y descriptivo el de fuera. No querer justificarlo todo; dejar algo de misterio, sobre la extraña mujer, sobre el modus operandi.

Hay, por cierto, alguna expresión que creo errónea.
“¡Abran por lo que Dios más quiera!”
Ya no digo más. Discúlpame de nuevo, autor...
Gisso
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Gisso »

Bueno, no me ha convencido esta historia de terror. Empieza muy bien y de repente me cortas la escena para hablarme de hipotecas y crisis. Bueno sí que es verdad que esta parte también da miedito tal como está el asunto :cunao: y es para meternos en materia, pero hay ciertas explicaciones que, creo, te podrías haber ahorrado. Me ha gustado mucho la casquería y despiece final. Ahora unas cosillas que no me cuadran ya que dices que María los ve salir corriendo tras la vieja, pero en el capítulo siguiente nos los muestras dilucidando sobre lo ocurrido, así que un tiempo debe de haber pasado... Luego, cuando llegan los compañeros en su busqueda, en vez de llamarlos por móvil o avisar a la policía (esto es muy de película ) y dejar sus puestos de trabajo (me imagino la excusa al jefe...), y entran ¿alguien a buscado el interruptor de la luz? La verdad es que tiene todos los tópicos para convertirse en fiambres :cunao:
Nos separas los capítulos pero me parece que te falta una división entre que Ana y Pedro salen corriendo tras la vieja y Berta encuentra los cuerpos.
Yo creo que esta historia podría haber dado más de sí.
Suerte

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Ratpenat
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Ratpenat »

Hola, autor/a :hola:

Me encanta cómo empieza este relato, ¡qué buena redacción, te atrapa al instante! Además te empleas de un recurso muy bueno, están huyendo y no se sabe de qué, evocando el miedo a lo desconocido.

Luego viene un momento de calma. La verdad es que pasar del frenesí a una explicación detallada de cómo funciona la política de cobro es desacertada, porque descoloca muchísimo. Lo que sigue también está muy bien escrito, no me malinterpretes, es que el cambio de un tono a otro me ha mareado.

También tienes momentos gore, muy bien hechos, por cierto. A mí eso, me encanta.

Es una pena, una pena muy grande, que la conexión entre partes de intensidad y de calma, no sea acertada. Porque este podría haber sido mi favorito. De todos modos, es posible que te caiga algo, porque a pesar de los fallos, es de los que más me han gustado.
:60:
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Berlín
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Berlín »

Para que se cumpla la maldición, según tú autor, debe haber una ofrenda y una aceptación, y aquí no se ha dado el caso, porque al pobre Pedro le han metido el anillo en el bolsillo con alevosía y nocturnidad. Supongo que debe haber una formula como “yoooo te ofrezco esta reliquiaaa” y un “yoooo la aceptooo” seguido por un mordisco a la reliquia para ver si es buena.
Luego está el tema de que los dos se hallan en la segunda planta, luego bajan echando leches a la planta baja, que es donde dices que está la salida, rezando para que la puerta de la calle siga abierta, pero está cerrada, entonces Pedro empuja la puerta –esto quiere decir que la puerta abre hacia afuera, detalle tonto que me ha sorprendido-, y comprobando que está cerrada se pone a recordar cómo sucedió todo la mañana de autos, mientras que al otro lado suena una carcajada, o sea que el ente perseguidor está en la calle. O sea que Pedro se pone a recordar como sucedió todo en un momento en que que yo estaría intentando abrir la puerta con una palanca o me estaría cagando en los pantalones.

No sé, son cositas que me han chirriado un poco. El tito King también tiene una historia sobre maldiciones gitanas, me parece.

En fin, la historia es interesante y se lee muy bien, a mi el terror me va mucho así que me la he leído más a gusto que un arbusto.
Bueno pues ya nos explicarás...

Felicidades.. :60:
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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kassiopea
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por kassiopea »

A ver si consigo explicarme bien, autor/a... La historia engancha, y eso que se parece muchísimo a una película que vi hace poco, Arrástrame al infierno, como ya han comentado más arriba. Peeeero no me convence demasiado el orden en que has desarrollado la historia. Se trata de algo completamente subjetivo, claro, pero yo hubiera preferido un desarrollo más lineal. Es verdad que el comienzo, tal como lo has presentado tú, es frenético e invita a seguir leyendo, pero es que a continuación cortas la acción de cuajo para poner al lector en antecedentes :roll: Luego entran en escena los amigos de Pedro y Ana que se presentan en la casa maldita buscando a los infelices desaparecidos, y vuelves a cortar la acción retrocediendo dos días, para relatar lo que aconteció cuando Pedro y Ana salieron tras la bruja... Creo que hubiera sido mucho mejor empezar por el principio, con la aparición de la bruja rumana en el banco, y narrar la historia de forma más lineal. Tanto ir adelante y atrás creo que es contraproducente, marea al lector. Aunque bueno, es mi impresión personal y puedo estar equivocada :wink:
Berlín escribió: Pedro empuja la puerta –esto quiere decir que la puerta abre hacia afuera, detalle tonto que me ha sorprendido-, y comprobando que está cerrada se pone a recordar cómo sucedió todo la mañana de autos, mientras que al otro lado suena una carcajada, o sea que el ente perseguidor está en la calle.
Yo he entendido que quien está en la calle, detrás de la puerta, es la bruja (de ahí que Pedro esté pensando que ahora la rumana ya no suplica, como hizo en el banco), y que el perseguidor que está dentro de la casa es un ser diabólico, algo sobrenatural con un hambre milenaria.
Berlín escribió:Para que se cumpla la maldición, según tú autor, debe haber una ofrenda y una aceptación, y aquí no se ha dado el caso, porque al pobre Pedro le han metido el anillo en el bolsillo con alevosía y nocturnidad. Supongo que debe haber una formula como “yoooo te ofrezco esta reliquiaaa” y un “yoooo la aceptooo” seguido por un mordisco a la reliquia para ver si es buena.
En la película sucedía igual, Ber. Allí el objeto maldecido era un botón del abrigo de la chica y al final el botón iba a parar a manos del chico, por cosas del azar, lo que no impedía que la maldición continuase :boese040: Parece ser que no es necesaria una aceptación consciente...

Escribes con mucha soltura autor, pero he visto algunas comas díscolas y también algún problemilla con las tildes... A continuación te señalaré alguna. A pesar de todo esto que he comentado la historia me ha enganchado, como dije al principio, y tampoco me ha importado que me recordara a esa película, pues tú has escrito tu propia versión, lo que me parece muy bien. He pasado un buen rato leyéndote y, en especial, me ha gustado el final, que me ha parecido muy impactante e inesperado. Felicidades y mucha suerte en las votaciones :60: :60:

Ejemplo:
Los pocos recursos económicos de los qué, al parecer disponía, solo le alcanzaban para lo más básico.
El que debería ir sin tilde y la primera coma mejor eliminarla :wink:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Gavalia
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Gavalia »

Pues que me perdonen sus señorias pero por fin veo un relato al uso y ya era hora leñe. Tanta introspección me tenía frito. Creo que es un relato bastante simple, sin florituras, dinámico y entretenido no sé que más se puede pedir. Entiendo perfectamente el recurso del autor de intercalar parones con acción. No se puede pretender el mismo nivel de acción durante todo el relato. Creo que pasa dignamente el reto y queda seleccionado de forma automática en la caseta del chucho. Gracias por el trabajo socio o socia, ea.
En paz descanses, amigo.
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Re: CP IX - La maldición

Mensaje por Emisario »

No está mal, tiene intriga, y por momentos consigue el objetivo: evadir al lector de la realidad. Algunos detalles en lo formal, pero bueno, nada del otro mundo. Te faltó espacio, para darle forma, has tenido que explicar muchas cosas en un corto espacio, haciendo que algunas explicaciones se vean burdas, forzadas, artificiosas; pero es que, claramente, es una idea muy extensa para hacerla relato. ¿Entonces? ¡Entonces la acortamos! Nos ahorramos varias escenas, y, por ejemplo, en vez de mandar a la chica a Transilvania a aprender de maldiciones, Pedro lo lee en un libro de hechizos/álbum de familia, al entrar a la casona, o algo así, y sigues con la trama, tan campante, y rebajas media página de explicaciones. Bueno, eso es lo que te puedo decir, a ver si no te enfadas conmigo por sugerir tramas paralelas, solo trato de aportar mi punto de vista lo más completo posible.
Yo lo he pasado bien leyéndote, a pesar de todo lo anterior, el relato tiene lo suyo.
Enhorabuena, :hola:

Emisario.
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