Odio a los incredulos (I terror)3º jurado Lacedemonia

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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Odio a los incredulos (I terror)3º jurado Lacedemonia

Mensaje por julia »

Siempre he odiado la incredulidad.
No soporto a los escépticos, esos listillos que creen ser omniscientes y que sitúan en el campo de la fantasía todo aquello que su ciencia y su lógica no pueden explicar. No es más que una forma de esconder su impotencia y su ignorancia, su incapacidad para abrir la mente a un mundo que les supera.
Por supuesto yo no soy así. Sé que existen mundos dentro de este, que en nuestros vecindarios se ocultan seres horrendos venidos de otras dimensiones, de otros universos..., que acabarán con nosotros, que nos esclavizarán, nos devorarán y nos harán desaparecer si no lo evitamos. Sé que existen poderes espantosos, formas de matar insospechadas y personas que conocen secretos insondables.
Yo soy una de esas personas.
Julio y Omar no. Y además eran unos incrédulos, por eso ahora están muertos.
En parte lo siento, porque juntos pasamos muy buenos ratos cuando éramos niños. Solíamos reunirnos en la cabaña junto al río, a medio kilómetro del pueblo, apenas la oscuridad había cubierto las eras. Allí, uno por uno y a la luz de una vela, relatábamos nuestros cuentos de terror. Qué buenos tiempos. Julio era un mago de las palabras y narraba los relatos con gran estilo; en cuanto a Omar, gustaba de escenificar sus historias haciendo ora de diabólico monstruo, ora de inocente víctima. Cuántas noches pasé sin dormir inventando mis cuentos... Yo no poseía el estilo narrativo de Julio ni la capacidad interpretativa de Omar, pero vivía cada historia con el corazón y la mente..., sin embargo, qué sensación de odio cuando, tras contarles mis relatos, se reían de mí y de mi entrega al terror. Imbéciles, que siempre mantuvieron separados nuestros cuentos de la realidad...
Los relatos de terror se convirtieron en nuestra obsesión y, de forma diferente en cada uno de nosotros, esa obsesión aumentó pasada la infancia. Yo crecí sin reparar en la vida social, no desarrollé ninguna otra aptitud, no me casé ni conocí otros amigos..., y no por falta de medios, que me sobraban gracias a la gran fortuna de mis padres, sino por mi fijación en el terror. Empleaba mi tiempo en estudiarlo, en hallar sus orígenes y, sobre todo, en buscar el enfrentamiento con la incredulidad de la gente. Pero nada servía: era despedido de las reuniones con carcajadas y escarnio, nadie me tomaba en serio, ni siquiera los niños respetaban el terror...
Julio consiguió labrarse un futuro como escritor cuando consiguió publicar su primer libro de relatos. Recuerdo que corrí a la librería a comprarlo y, tras leerlo de una sentada, le llamé por teléfono para felicitarle sinceramente. Le conté lo mucho que me habían aterrorizado sus narraciones y ¿qué respuesta obtuve? De nuevo se rió de mí..., me humilló diciéndome que todo era una invención de su mente y que él vivía de los crédulos estúpidos como yo. Crédulos estúpidos... Dios, cómo desee apretar su cuello, retorcerlo y arrancar sus ojos... Me juré hacerle pagar caro su escepticismo.
Omar no tuvo tanta suerte como Julio pero también siguió fascinado por el terror, e incluso consiguió hacerse un hueco en la industria del cine trabajando en películas de serie B. Un día, hace ya unos años, telefoneé a su casa para contarle mi último relato, pero su esposa me sorprendió diciéndome que había ingresado en prisión. Pobre Omar. El siguiente fin de semana viajé hasta la cárcel en que lo habían recluido para verle, y allí me contó lo sucedido: Al parecer, en pleno rodaje, se había propasado haciendo de asesino psicópata y había estrangulado a una actriz. Me dijo que su intención había sido verla horrorizada de veras, así que había apretado el cuello de la chica. Apretó, apretó y apretó... Le mostré mi admiración por su esfuerzo, por su devoción hacia el terror, y entonces él también se rió de mí. Asqueroso farsante..., me llamó enfermo, me dijo que mi obsesión me había vuelto un monstruo aún peor que él, que era un estúpido por venerar al terror como a un dios... Deseé traspasar aquellos barrotes y vaciar sus entrañas, mutilarlo, destruirlo..., decidí no dejar sin castigo su incredulidad.
Mi devoción continuó. Viví por y para el terror, no tanto para servirlo como para darlo a conocer, pero para ello debía acabar con la incredulidad, esa herejía imperdonable, y Julio y Omar se habían ganado a pulso ser, más que nadie, objetos de mi ira. Visité a sabios, adivinadores, médiums de pacotilla, echadoras de cartas, sectarios, gurús..., viajé a lejanos países, conocí de cerca las leyendas de Transilvania, de Manchuria, del profundo Indostán, de los oscuros bosques gallegos y de las frías llanuras siberianas, dilapidé la fortuna de mis padres navegando por océanos de terror sólo para encontrar la llave de la incredulidad... y al fin la hallé.
Fue en Haití, de mano de un ajado negro ridículamente vestido. No esperaba que ese viejo hechicero pudiera enseñarme nada acerca del terror pero me equivocaba. Pasé meses en su compañía, asistiendo a siniestros ritos y haciendo sacrificios que espantarían al propio Satanás, y al fin conseguí su confianza. Él no se rió de mí al ver mi credulidad; todo lo contrario. Me convertí en su aprendiz y le serví, llevando a cabo las más horribles acciones. Robé, maté, torturé..., sembré el terror hasta que me confió su secreto y me enseñó su arte.
Volví a casa con mi preciado saber y lo primero que hice fue ponerlo en práctica. Sé cómo hacerlo, sé cómo descubrir a los incrédulos y cómo destruirlos de la forma más horrible, y lo que es mejor, sé hacerlo impunemente. Es gracioso, pero la propia incredulidad es la garantía de que nadie podrá nunca culparme de todo ese dolor.
Empecé con Julio, por supuesto. Con los restos de mi fortuna compré a un sudoroso editor y publiqué el único ejemplar de una infame novela, un auténtico bodrio hecho de los jirones de aquellos antiguos relatos que nos contábamos en la cabaña junto al río. Pude haberlo hecho de otro modo pero este me pareció mejor..., más simbólico. Julio empezó a leer mi libro, pero no lo terminó. Lo encontraron en su estudio; se había arrancado los ojos con sus propias manos y después había intentado degollarse. Pobre idiota, en un fútil intento por evitarlo el corte no profundizó suficiente y murió lentamente, desangrándose mientras estrujaba espasmódicamente sus globos oculares...
Lo de Omar fue también muy original. Le escribí una carta y se la mandé a prisión. En ella le conté mi viaje a Haití y cómo por fin había encontrado el secreto... Finalmente Omar fue todo un hombre: nadie se explicaba por qué no había gritado cuando se abrió el vientre con una cuchilla carcelaria hecha con una pastilla de jabón; el muy farsante se sacó los intestinos y se ahorcó con ellos en su propia celda. Ignoro si sus entrañas resistieron el peso; da igual, tuvo su merecido... ¡Qué gran final para tan mediocre actor!
La muerte de mis amigos no fue sino el comienzo, el inicio de mi cruzada contra los incrédulos y mi ofrenda al Terror. Seguí mandando cartas a mis conocidos, a mis familiares, a personas extrañas... A veces escogía al azar una dirección en la guía telefónica y mandaba allí una de mis epístolas. Después veía los resultados de mi esfuerzo en la televisión o en los periódicos. Gentes que, inexplicablemente, decidían poner fin a sus vidas entre atroces sufrimientos... Nunca me culparon de nada, mi cruzada continúa.
Y ahora he descubierto una forma mejor, un método para que los incrédulos caigan en mis redes y se arranquen la vida. Y he decidido hacerlo contándoles mi secreto. Tú, que ahora estás ante mi relato..., ¿acaso no te has preguntado si esto era algo más que la invención de una mente calenturienta? ¿Es que no has visto, alma de cántaro, que con sólo escribir puedo provocar la muerte del incrédulo que lea mis palabras? Ah, si pudieras verme ahora igual que me lees, riendo a carcajadas mientras tecleo estas letras; si pudieras sentir mi satisfacción cuando imprimo en este escrito todo mi poder, sabiendo que todo aquel que lo lea se arrancará la vida entre sufrimientos sin fin. Y qué placer el que recorrió mis venas cuando vi convocado este concurso de relatos de terror... Un foro literario de Internet con más de mil cuatrocientos miembros... Ya estoy imaginando el resultado, lector... ¿o eres lectora? ¿Lo notas ya, mientras sigues ahí, relajado tu cuerpo en tu sillón de oficina, tranquilamente ante tu monitor, ajena tu mente racional a la inminente e inevitable destrucción? ¿No te preguntas ahora por qué, después de saber cuál es mi secreto, has seguido leyendo? ¿Es que eres otro incrédulo más o simplemente has querido retar mi poder?
Bien, ya es demasiado tarde para echarte atrás: ya has leído mi relato. Sólo nos queda esperar unos instantes para saber si tú también eres una persona incrédula...
Última edición por julia el 29 Oct 2007 22:47, editado 1 vez en total.
Lacedemonia
Me estoy empezando a viciar
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Mensaje por Lacedemonia »

Pues este era el mío. Pensaba por las votaciones populares que iba a quedar peor pero la cosa no ha sido tan grave. :roll:
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

Sí que me gustó. De hecho tuvo un siete de puntuación y la que voté tuvo un ocho.
Y ya no soy incredulo... cualquiera
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El Ekilibrio
No puedo evitarlo
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Mensaje por El Ekilibrio »

Esta era mi favorita.
Felicidades, Lacedemonia.
Me gustó mucho tu propuesta.
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Lacedemonia
Me estoy empezando a viciar
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Mensaje por Lacedemonia »

Gracias. Mi relato habría ganado, pero la gente moría antes de votar :twisted:
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lucia
Cruela de vil
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Mensaje por lucia »

Será eso. Yo estaba entre este y el ganador ;)
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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El Ekilibrio
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Mensaje por El Ekilibrio »

Lacedemonia escribió:Gracias. Mi relato habría ganado, pero la gente moría antes de votar :twisted:
Yo es que en la última linea miré para otro lado y así poder sobrevivir...
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