CM - Como la Mona Lisa - Nínive
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COMO LA MONA LISA
Mi abuelo tenía un secreto. Ya lo intuía con mi mente de niña cuando me recogía en su regazo frente a la chimenea de la casa grande. Recuerdo su rostro anaranjado, sus ojos ardiendo en llamas gemelas sin consumirse y ese brillo de lágrimas sin derramar que surgía siempre cuando me aferraba entre sus brazos. Entonces sus labios se abrían y comenzaban a desgranar una historia. Una diferente cada vez. Porque mi abuelo, además de ser el pilar en el que se sostenía mi vida, un fotógrafo de renombre y un caballero de los de la vieja escuela, era el mejor cuentacuentos del mundo.
Boquiabierta, dejaba de ver el mundo con sus colores gastados y el azul moribundo de la tarde estallaba en destellos eléctricos, las paredes ocres de la casa latían en un rojo encendido e incluso yo me transformaba en algo diferente: una bruja cruel, un dragón sin alas, la reina de los elfos del bosque esmeralda.
Pero sobre todo, se adivinaba un relato no contado cuando, en el ala en el que se exhibía su colección de fotografías, algún visitante se paraba delante de la imagen de la dama: aquella luz cambiante que encendía su mirada brillaba con mayor intensidad y la boca le temblaba ligeramente como queriendo desatar palabras durante largo tiempo guardadas. Pero luego apretaba los labios y se aclaraba la garganta. Yo me apoyaba en la pared del fondo, donde podía ver los ojos oscuros de la dama y su sonrisa traviesa, y me preparaba para oír otro cuento.
«¡Oh! Cómo me alegro que pregunte sobre esta fotografía, caballero. Es una de mis obras de juventud, un ensayo, un divertimento nada más. Está realizada en un papel de gelatina POP y, como ya sabrá, al necesitar un mayor tiempo de exposición y al ser yo un pobre aficionado, el retrato quedó tristemente borroso. Aunque eso no altera las bellas facciones de tan insigne dama.»
Y tenía razón. La mujer que aparecía en la fotografía enmarcada era muy hermosa, con unos rasgos sencillos, serenos y una sonrisa de niña. Su mirada me intrigaba. Parecía perdida en sus pensamientos, jugueteando apenas con los perros que solicitaban su atención, pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido si yo estaba haciendo burla a aquellos señores encorsetados que intentaban diseccionar el aura de misterio que la rodeaba.
Mi abuelo me guiñaba un ojo y entonces ofrecía a la audiencia lo que quería oír: la historia de la dama.
Siempre era distinta. Un día era una condesa rusa venida a menos que había tenido que ejercer de institutriz de la familia y que guardaba en su valija un huevo de Fabergé con intrincadas filigranas de oro puro del que jamás se quiso desprender. Otro, una aventurera que pilotaba su propio aeroplano y que, en uno de sus viajes por el mundo, había recibido la hospitalidad de la familia por ser antigua compañera de estudios de la prima Margaritte.
Cuando tenía un día oscuro, mi abuelo la convertía en una asesina que murió ajusticiada en el cadalso una mañana de febrero mientras París era azotado por un vendaval: la imagen de su cuerpo bamboleándose al final de la soga cerraba la historia.
Científica, loca, guerrillera, misionera de leprosos, amante del Barón de Coubertin, tenista olímpica…
Cuando todos se marchaban, maravillados por haber podido ver a tan ilustre personaje, aunque hubiese sido en una fotografía borrosa, yo le preguntaba a mi abuelo si esa vez era la verdadera. Él me cogía de la mano, mientras sacudía el bastón en el que se apoyaba, como queriendo ahuyentar fantasmas invisibles y, mientras caminábamos por la galería acristalada hacia mi habitación —normalmente había oscurecido ya hacía rato—, sacudía la cabeza y decía muy bajito: «aún no es el momento, pequeña».
Ese día llegó. Demasiado pronto, además. Ahora vuelvo la vista atrás y me encantaría haber seguido escuchando las aventuras de la dama en las visitas del pequeño museo de mi abuelo. La enfermedad de la vejez le postró en la cama y rompió su voz. Era yo la que contaba los cuentos en las horas de vigilia, mientras él me escuchaba adormilado y asentía imperceptiblemente para demostrarme que seguía conmigo. Una noche, cuando me acerqué para darle el beso de despedida antes de retirarme, me retuvo aferrándose a mis dedos e intentó aclararse la garganta como cuando comenzaba sus historias y me narró, con palabras rasgadas y disonantes, la verdad sobre la dama.
Podría alterar su discurso, adornarlo y hacerlo brillar, pero esta es su historia, la que guardó por tantos años. Así que debo ser fiel a su memoria, a la de ambos. Ahora, desde mi posición de escritora reputada, puedo hacer que no se marchite su belleza, que nunca muera su recuerdo. Puedo convertirlos en inmortales. Y, aunque la dama se ofenda, mi abuelo cumplió con su parte del trato, así que soy libre para desvelarla y entrelazar las dos vidas que por tan poco tiempo estuvieron unidas. He aquí lo que mi abuelo me contó antes de morir:
«La conocí cuando despuntaba la primavera en su figura lozana. Corría a través del hayedo que separa la casa del arroyo. Aferraba la larga falda con las manos, levantándola hasta las rodillas y dejaba ver sus pantorrillas de ninfa salvaje. Todo en ella era indómito en aquella época. Mis perros siguieron su rastro alborozados y también cayeron bajo su influjo. Solo ella fue capaz de escapar a sus instintos cazadores y retozar junto a ellos como si fueran cachorros de nuevo. La cabellera caía suelta y se ensortijaba en los hombros. Reflejos de oro antiguo. Pero cuando me acerqué demasiado huyó como la criatura de ensueño que era, desapareciendo entre la bruma. Me enamoré como solo un muchacho puede hacerlo: apasionado y tenaz. Removí cielo y tierra para saber quién era, y casi me muero cuando supe que había estado viviendo bajo mi techo los últimos meses. Era la sobrina de la cocinera. La perseguí hasta que conseguí su amistad y, más aún, su amor. Aún me sorprendo de mi suerte y no entiendo cómo aquel chico insulso y cabezota que era yo en la adolescencia pudo conquistarla. Nos reuníamos a la orilla del arroyo, metiendo los pies desnudos en el agua fresca, y soñábamos con los países que visitaríamos, las vidas que viviríamos; imaginábamos mil caminos por descubrir. Los perros acercaban el hocico solícitos buscando una caricia de sus manos pálidas. Allí me contó que había llegado desde Alsacia tras la muerte de sus padres en una epidemia de gripe. Ella había sobrevivido a la enfermedad, pero conservaba una respiración agitada y una tos persistente que empeoraba con el transcurso del otoño. Yo no quería ver su deterioro: ni el rojo que manchaba su pañuelo cuando lo apartaba de la boca, ni los silbidos que vibraban en su pecho, hasta que fue demasiado tarde. Me lo confesó una mañana de invierno. Su mirada audaz se había apagado un tanto y el cabello se mantenía lacio, sujeto con horquillas.
—Me muero —me dijo de repente. Y la certeza que me heló el pecho me dejó también mudo.— Ven amor, tengo un último juego que proponerte. No quiero ser yo, quiero ser una dama. —Y me cogió de la mano guiándome hasta el armario en el que guardábamos la ropa de invierno. Cogió un largo abrigo de mi madre y su sombrero de piel. Me arrastró de nuevo al día soleado tirando de mi cuerpo debilitado por el dolor y la ira. Entonces me besó. Sus labios cálidos desmentían el frío que me había prometido con su anuncio, pero sentí el amargo toque final de una despedida cuando el aire se interpuso entre los dos de nuevo. —Prométeme que vivirás por mí, que tendrás hijos, que serás lo que quieras ser. Prométeme que me harás vivir mil aventuras cuando no esté, que seré inmortal contigo.
Aquel día le saqué la fotografía y le prometí que lo haría.»
Mi abuelo tenía un secreto. Ya lo intuía con mi mente de niña cuando me recogía en su regazo frente a la chimenea de la casa grande. Recuerdo su rostro anaranjado, sus ojos ardiendo en llamas gemelas sin consumirse y ese brillo de lágrimas sin derramar que surgía siempre cuando me aferraba entre sus brazos. Entonces sus labios se abrían y comenzaban a desgranar una historia. Una diferente cada vez. Porque mi abuelo, además de ser el pilar en el que se sostenía mi vida, un fotógrafo de renombre y un caballero de los de la vieja escuela, era el mejor cuentacuentos del mundo.
Boquiabierta, dejaba de ver el mundo con sus colores gastados y el azul moribundo de la tarde estallaba en destellos eléctricos, las paredes ocres de la casa latían en un rojo encendido e incluso yo me transformaba en algo diferente: una bruja cruel, un dragón sin alas, la reina de los elfos del bosque esmeralda.
Pero sobre todo, se adivinaba un relato no contado cuando, en el ala en el que se exhibía su colección de fotografías, algún visitante se paraba delante de la imagen de la dama: aquella luz cambiante que encendía su mirada brillaba con mayor intensidad y la boca le temblaba ligeramente como queriendo desatar palabras durante largo tiempo guardadas. Pero luego apretaba los labios y se aclaraba la garganta. Yo me apoyaba en la pared del fondo, donde podía ver los ojos oscuros de la dama y su sonrisa traviesa, y me preparaba para oír otro cuento.
«¡Oh! Cómo me alegro que pregunte sobre esta fotografía, caballero. Es una de mis obras de juventud, un ensayo, un divertimento nada más. Está realizada en un papel de gelatina POP y, como ya sabrá, al necesitar un mayor tiempo de exposición y al ser yo un pobre aficionado, el retrato quedó tristemente borroso. Aunque eso no altera las bellas facciones de tan insigne dama.»
Y tenía razón. La mujer que aparecía en la fotografía enmarcada era muy hermosa, con unos rasgos sencillos, serenos y una sonrisa de niña. Su mirada me intrigaba. Parecía perdida en sus pensamientos, jugueteando apenas con los perros que solicitaban su atención, pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido si yo estaba haciendo burla a aquellos señores encorsetados que intentaban diseccionar el aura de misterio que la rodeaba.
Mi abuelo me guiñaba un ojo y entonces ofrecía a la audiencia lo que quería oír: la historia de la dama.
Siempre era distinta. Un día era una condesa rusa venida a menos que había tenido que ejercer de institutriz de la familia y que guardaba en su valija un huevo de Fabergé con intrincadas filigranas de oro puro del que jamás se quiso desprender. Otro, una aventurera que pilotaba su propio aeroplano y que, en uno de sus viajes por el mundo, había recibido la hospitalidad de la familia por ser antigua compañera de estudios de la prima Margaritte.
Cuando tenía un día oscuro, mi abuelo la convertía en una asesina que murió ajusticiada en el cadalso una mañana de febrero mientras París era azotado por un vendaval: la imagen de su cuerpo bamboleándose al final de la soga cerraba la historia.
Científica, loca, guerrillera, misionera de leprosos, amante del Barón de Coubertin, tenista olímpica…
Cuando todos se marchaban, maravillados por haber podido ver a tan ilustre personaje, aunque hubiese sido en una fotografía borrosa, yo le preguntaba a mi abuelo si esa vez era la verdadera. Él me cogía de la mano, mientras sacudía el bastón en el que se apoyaba, como queriendo ahuyentar fantasmas invisibles y, mientras caminábamos por la galería acristalada hacia mi habitación —normalmente había oscurecido ya hacía rato—, sacudía la cabeza y decía muy bajito: «aún no es el momento, pequeña».
Ese día llegó. Demasiado pronto, además. Ahora vuelvo la vista atrás y me encantaría haber seguido escuchando las aventuras de la dama en las visitas del pequeño museo de mi abuelo. La enfermedad de la vejez le postró en la cama y rompió su voz. Era yo la que contaba los cuentos en las horas de vigilia, mientras él me escuchaba adormilado y asentía imperceptiblemente para demostrarme que seguía conmigo. Una noche, cuando me acerqué para darle el beso de despedida antes de retirarme, me retuvo aferrándose a mis dedos e intentó aclararse la garganta como cuando comenzaba sus historias y me narró, con palabras rasgadas y disonantes, la verdad sobre la dama.
Podría alterar su discurso, adornarlo y hacerlo brillar, pero esta es su historia, la que guardó por tantos años. Así que debo ser fiel a su memoria, a la de ambos. Ahora, desde mi posición de escritora reputada, puedo hacer que no se marchite su belleza, que nunca muera su recuerdo. Puedo convertirlos en inmortales. Y, aunque la dama se ofenda, mi abuelo cumplió con su parte del trato, así que soy libre para desvelarla y entrelazar las dos vidas que por tan poco tiempo estuvieron unidas. He aquí lo que mi abuelo me contó antes de morir:
«La conocí cuando despuntaba la primavera en su figura lozana. Corría a través del hayedo que separa la casa del arroyo. Aferraba la larga falda con las manos, levantándola hasta las rodillas y dejaba ver sus pantorrillas de ninfa salvaje. Todo en ella era indómito en aquella época. Mis perros siguieron su rastro alborozados y también cayeron bajo su influjo. Solo ella fue capaz de escapar a sus instintos cazadores y retozar junto a ellos como si fueran cachorros de nuevo. La cabellera caía suelta y se ensortijaba en los hombros. Reflejos de oro antiguo. Pero cuando me acerqué demasiado huyó como la criatura de ensueño que era, desapareciendo entre la bruma. Me enamoré como solo un muchacho puede hacerlo: apasionado y tenaz. Removí cielo y tierra para saber quién era, y casi me muero cuando supe que había estado viviendo bajo mi techo los últimos meses. Era la sobrina de la cocinera. La perseguí hasta que conseguí su amistad y, más aún, su amor. Aún me sorprendo de mi suerte y no entiendo cómo aquel chico insulso y cabezota que era yo en la adolescencia pudo conquistarla. Nos reuníamos a la orilla del arroyo, metiendo los pies desnudos en el agua fresca, y soñábamos con los países que visitaríamos, las vidas que viviríamos; imaginábamos mil caminos por descubrir. Los perros acercaban el hocico solícitos buscando una caricia de sus manos pálidas. Allí me contó que había llegado desde Alsacia tras la muerte de sus padres en una epidemia de gripe. Ella había sobrevivido a la enfermedad, pero conservaba una respiración agitada y una tos persistente que empeoraba con el transcurso del otoño. Yo no quería ver su deterioro: ni el rojo que manchaba su pañuelo cuando lo apartaba de la boca, ni los silbidos que vibraban en su pecho, hasta que fue demasiado tarde. Me lo confesó una mañana de invierno. Su mirada audaz se había apagado un tanto y el cabello se mantenía lacio, sujeto con horquillas.
—Me muero —me dijo de repente. Y la certeza que me heló el pecho me dejó también mudo.— Ven amor, tengo un último juego que proponerte. No quiero ser yo, quiero ser una dama. —Y me cogió de la mano guiándome hasta el armario en el que guardábamos la ropa de invierno. Cogió un largo abrigo de mi madre y su sombrero de piel. Me arrastró de nuevo al día soleado tirando de mi cuerpo debilitado por el dolor y la ira. Entonces me besó. Sus labios cálidos desmentían el frío que me había prometido con su anuncio, pero sentí el amargo toque final de una despedida cuando el aire se interpuso entre los dos de nuevo. —Prométeme que vivirás por mí, que tendrás hijos, que serás lo que quieras ser. Prométeme que me harás vivir mil aventuras cuando no esté, que seré inmortal contigo.
Aquel día le saqué la fotografía y le prometí que lo haría.»
Re: CM - Como la Mona Lisa
Precioso. Le has dado mil vidas a la foto. A través del viejo y la nieta nos sumerges en la historia de la foto y cuentas toda la vida de la dama, además también nos cuentas la vida que ha tenido después de la muerte gracias al abuelo.
El final te ha quedado de lujo;
[Prométeme que me harás vivir mil aventuras cuando no esté, que seré inmortal contigo.]
Y ésta frase me encanta;
[...pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido...]
Un "pero", hay frases muy largas, se me hacían difíciles de leer, no te estoy diciendo que estén mal, porque no lo sé Por ejemplo ésta:
[Pero sobre todo, se adivinaba un relato no contado cuando, en el ala en el que se exhibía su colección de fotografías, algún visitante se paraba delante de la imagen de la dama: aquella luz cambiante que encendía su mirada brillaba con mayor intensidad y la boca le temblaba ligeramente como queriendo desatar palabras durante largo tiempo guardadas.]
O ésta, que antes te señalé que me encantaba, pero al leerlas tenía que andar diseccionando.
[Parecía perdida en sus pensamientos, jugueteando apenas con los perros que solicitaban su atención, pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido si yo estaba haciendo burla a aquellos señores encorsetados que intentaban diseccionar el aura de misterio que la rodeaba. ]
Y por último qué se me olvidaba, el huevo de Fabergé, muy bien metido en la historia. El gorro de la dama nos llevó a todos a los mismos lares.
Me ha gustado mucho tu relato, gracias por compartirlo.
El final te ha quedado de lujo;
[Prométeme que me harás vivir mil aventuras cuando no esté, que seré inmortal contigo.]
Y ésta frase me encanta;
[...pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido...]
Un "pero", hay frases muy largas, se me hacían difíciles de leer, no te estoy diciendo que estén mal, porque no lo sé Por ejemplo ésta:
[Pero sobre todo, se adivinaba un relato no contado cuando, en el ala en el que se exhibía su colección de fotografías, algún visitante se paraba delante de la imagen de la dama: aquella luz cambiante que encendía su mirada brillaba con mayor intensidad y la boca le temblaba ligeramente como queriendo desatar palabras durante largo tiempo guardadas.]
O ésta, que antes te señalé que me encantaba, pero al leerlas tenía que andar diseccionando.
[Parecía perdida en sus pensamientos, jugueteando apenas con los perros que solicitaban su atención, pero si te movías un poco hacia un lado, sus ojos te seguían y su humor cambiaba; su placidez se convertía en complicidad o en asombro divertido si yo estaba haciendo burla a aquellos señores encorsetados que intentaban diseccionar el aura de misterio que la rodeaba. ]
Y por último qué se me olvidaba, el huevo de Fabergé, muy bien metido en la historia. El gorro de la dama nos llevó a todos a los mismos lares.
Me ha gustado mucho tu relato, gracias por compartirlo.
Ronda de noche. Mundodisco 29. Terry pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
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- Tolomew Dewhust
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Re: CM - Como la Mona Lisa
Un relato enorme, bien hilado, ameno y coherente. Creo que es el que más me ha gustado hasta ahora (claro que aún no he leído el mío).
Al principio me chocaba la colocación de algunas comas nada más comenzar las frases pero enseguida he conectado con el abuelo y sus mil versiones. Juegas con ventaja al ofrecer un enternecedor final con el que creo que todos vamos a empatizar y disfrutar al mismo tiempo.
Enhorabuena. Volveré.
Al principio me chocaba la colocación de algunas comas nada más comenzar las frases pero enseguida he conectado con el abuelo y sus mil versiones. Juegas con ventaja al ofrecer un enternecedor final con el que creo que todos vamos a empatizar y disfrutar al mismo tiempo.
Enhorabuena. Volveré.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
Re: CM - Como la Mona Lisa
Te voy a dar el aprobado porque hoy estoy de buenas. Te lo has currado y te ha quedado tierno cual queso de tetilla . Buen trabajo, pero no te emociones que eres el primero que leo
1008 |
En paz descanses, amigo.
- jilguero
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- Registrado: 05 Abr 2010 21:35
- Ubicación: En las ramas del jacarandá...
Re: CM - Como la Mona Lisa
Un placer, autor, leer tu relato
Salvo en algunas frases demasiado largas, muy buena prosa. Y la historia, sobre todo esas historias apenas esbozadas por el abuelo a los visitantes, le han encantado a Jilguero. Y le ha parecido tan bueno el recurso elegido, que sea la nieta, ya adulta, quien nos hable de sus recuerdos del abuelo, que Jilguero casi hubiera preferido que no hubiera ninguna historia verdadera.
¿Por qué? Pues porque quizás la historia definitiva es la más convencional, mientras que el resto, la puesta en escena, es mucho más original.
En cualquier caso, autor, acabo como empecé: ha sido un gran placer leer el relato porque es un buen relato.
Salvo en algunas frases demasiado largas, muy buena prosa. Y la historia, sobre todo esas historias apenas esbozadas por el abuelo a los visitantes, le han encantado a Jilguero. Y le ha parecido tan bueno el recurso elegido, que sea la nieta, ya adulta, quien nos hable de sus recuerdos del abuelo, que Jilguero casi hubiera preferido que no hubiera ninguna historia verdadera.
¿Por qué? Pues porque quizás la historia definitiva es la más convencional, mientras que el resto, la puesta en escena, es mucho más original.
En cualquier caso, autor, acabo como empecé: ha sido un gran placer leer el relato porque es un buen relato.
¿Qué me está pasando? Las cavilaciones de Juan Mute
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
Re: CM - Como la Mona Lisa
Estimado(a) autor(a):
Muy triste pero aún más hermosa tu criatura
Me ha encantado como el abuelo se inventaba una historia diferente y al final entendí el porqué de su mitomanismo
Enhorabuena autora ( creo que así lo eres )
Re: CM - Como la Mona Lisa
Un relato precioso, me ha gustado mucho, me ha parecido muy tierno y con un final perfecto y muy emotivo Enhorabuena, autor, una gran historia
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CM - Como la Mona Lisa
Muy tierno, autor. Quizá la historia de amor hubiera dado más de sí, porque apenas nos cuentas cómo es ese amor adolescente.
Digamos que es un punto de vista peculiar supongo que haciendo un guiño al resto de autores que intentamos imaginar mil historias para esa dama.
El comentario de fotógrafo en sus inicios me parece un buen recurso para contarnos el porqué está desenfocada.
La prosa cuidada. Algún fallito he visto por ahí, pero poca cosa.
Lo que más me ha gustado, aunque creo que el autor no estará de acuerdo conmigo después de relatarnos una historia más elaborada, es esa imagen del abuelo andando por la galería de la mano con su nieta.
Un buen trabajo, autor.
Digamos que es un punto de vista peculiar supongo que haciendo un guiño al resto de autores que intentamos imaginar mil historias para esa dama.
El comentario de fotógrafo en sus inicios me parece un buen recurso para contarnos el porqué está desenfocada.
La prosa cuidada. Algún fallito he visto por ahí, pero poca cosa.
Lo que más me ha gustado, aunque creo que el autor no estará de acuerdo conmigo después de relatarnos una historia más elaborada, es esa imagen del abuelo andando por la galería de la mano con su nieta.
Un buen trabajo, autor.
Siempre contra el viento
- jilguero
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- Ubicación: En las ramas del jacarandá...
Re: CM - Como la Mona Lisa
Releída, autor, y sigo sin verle ninguna pega digna de destacar. En lo formal, la veo muy bien. Quizás cuando el abuelo le cuenta la historia verdadera el lenguaje es un tanto engolado, pero bueno, quizás lo has usado como recurso para resaltar que idealiza el recuerdo. Sigue pareciéndome mucho mejor todo lo que nos cuentas antes de la historia verdadera que ella misma. Con todo, esta segunda vez, la triste historia de la dama le ha convencido a Jilguero más que la primera vez. Pero esto es algo subjetivo, cuestión de gustos.
Y ya solo decirte que, en opinión de este pajarillo, tu relato está entre los mejores. ¡Enhorabuena!
Y ya solo decirte que, en opinión de este pajarillo, tu relato está entre los mejores. ¡Enhorabuena!
¿Qué me está pasando? Las cavilaciones de Juan Mute
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- Escritoradesueños
- No puedo vivir sin este foro
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Re: CM - Como la Mona Lisa
Me ha encantado. No es muy larga y no creo que ocupe mucho, pero me ha fascinado esta historia.
La dama de la fotografía es mil mujeres y mil personajes, como ya hemos hecho cada autor con ella; Un montón de personajes. Eso mismo hace el abuelo.
Hasta que cuenta la verdadera y tierna historia. Ella, bajo la espada de Damocles, amenazada de muerte prematura le hace prometer que la hará vivir las mil aventuras que planearon juntos. Y es a través de esa fotografía que le saca como la convierte en una aventurera que ha gozado y sufrido en mil paises. Que ha vivido las mejores comedias y las peores tragedias.
Me gusta, autor. Es quizás un pequeño relato, pero a la vez muy grande. Felicidades autor
Pd; Creo que fuiste de los que mandó a última hora, también. Me da a mí en la nariz.
La dama de la fotografía es mil mujeres y mil personajes, como ya hemos hecho cada autor con ella; Un montón de personajes. Eso mismo hace el abuelo.
Hasta que cuenta la verdadera y tierna historia. Ella, bajo la espada de Damocles, amenazada de muerte prematura le hace prometer que la hará vivir las mil aventuras que planearon juntos. Y es a través de esa fotografía que le saca como la convierte en una aventurera que ha gozado y sufrido en mil paises. Que ha vivido las mejores comedias y las peores tragedias.
Me gusta, autor. Es quizás un pequeño relato, pero a la vez muy grande. Felicidades autor
Pd; Creo que fuiste de los que mandó a última hora, también. Me da a mí en la nariz.
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Re: CM - Como la Mona Lisa
Me ha gustado la historia. Está bien descripta y es elegante. Lo que menos, y ya te lo han dicho, el exceso de longitud de algunas frases. Aunque a mí personalmente no me molestan, si no se da el caso, como en tu relato, que tienes que releerla para comprenderla mejor. Gracias por compartir una bonita historia.
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Re: CM - Como la Mona Lisa
Me gusta el final, parece que se escribirán historias de esa dama Anda que... ¿te ha inspirado ella o nosotros?
No, de verdad, es muy buen relato. Y está muy bien escrito. Lo que pasa es que no me ha llegado, los personajes están ahí y caen bien, pero no he conectado con ellos. Me ha sacado sonrisas este relato, sin duda, pero es que más bien creo que es un relato algo triste. Y no me ha entristecido nada.
En cualquier caso, es un relato grande y lo que he dicho no desmerece nada. Enhorabuena
No, de verdad, es muy buen relato. Y está muy bien escrito. Lo que pasa es que no me ha llegado, los personajes están ahí y caen bien, pero no he conectado con ellos. Me ha sacado sonrisas este relato, sin duda, pero es que más bien creo que es un relato algo triste. Y no me ha entristecido nada.
En cualquier caso, es un relato grande y lo que he dicho no desmerece nada. Enhorabuena
- albatross
- No puedo vivir sin este foro
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- Registrado: 04 Dic 2012 19:56
- Ubicación: La mayor de las islas Gimnesias
Re: CM - Como la Mona Lisa
Un relato muy bien escrito y que destaca de forma clara sobre la media. Muy agradable de leer tanto por la lectura como por la forma en que nos cuentas la historia.
Gracias por compartirlo.
PD: Quería subir una foto para ilustrar este relato pero no me ha dejado el Imageshack si no pago así que la he colgado en el FB del foro. ¿Hay por aquí algún alma caritativa a la que le sobre tiempo para subirla por mí? Seguro que sí. Gracias.
Gracias por compartirlo.
PD: Quería subir una foto para ilustrar este relato pero no me ha dejado el Imageshack si no pago así que la he colgado en el FB del foro. ¿Hay por aquí algún alma caritativa a la que le sobre tiempo para subirla por mí? Seguro que sí. Gracias.
Re: CM - Como la Mona Lisa
Albatross, usa postimage que funciona igual que imageshack y es gratis
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
- albatross
- No puedo vivir sin este foro
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- Registrado: 04 Dic 2012 19:56
- Ubicación: La mayor de las islas Gimnesias
Re: CM - Como la Mona Lisa
Gracias Sinkim. Era esta foto tomada hace un rato: leyendo y disfrutando del relato junto a mi gata Samba. A ella también le ha gustado.Sinkim escribió:Albatross, usa postimage que funciona igual que imageshack y es gratis
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